Pajita a ciegas


Estaba en la cama intentando dormir. No había estudiado para el recuperatorio de ciencias biológicas y, la verdad me importaba un bledo. Sólo podía pensar en lo erecto que tenía el pene, en lo rebalsado de presemen que yacía mi slip y en el dolor de mis testículos artos de mis desatenciones.

Hacía un mes que no me pajeaba, y mi mano se dio a la tarea de subir y bajar unas seis o siete veces por mi tronco fibroso, hasta que el mismo desenfreno me hizo suspirar, arquear un poco las piernas y, como resultado impostergable, liberar un chorro de semen que cayó en mi abdomen, humedeció mi sábana y recorrió el elástico de mi calzoncillo. No sé por qué, pero me gusta sentir la tibieza y suavidad de mi propia leche mojando mi piel, o mi ropa.

Pero no era suficiente. La pija no se me bajaba, los huevos me punzaban al borde del colapso, la temperatura de mi cuerpo parecía sofocarme y, el olor a menta de mi compañera de banco en mi recuerdo me torturaba. Ella y su vocecita de nena cheta, a veces era el verdadero motor por el que me ponía las pilas para ir a la escuela. Como soy ciego no me quedaba otra que imaginarla. Sólo contaba con el sonido de su voz, con lo fresco de su aliento cuando me hablaba cerquita, con su solidaridad para acompañarme a cualquier sitio y con el tacto de sus manos. Pero en mi mente sus tetas eran devoradas por mi boca, sus pantalones despojados de su cintura por mis manos, su cola se transformaba en dos tambores deliciosos, y su bombachita se me antojaba suave, chiquita y mojada. Quería descubrir el olor de su sexo, el frenesí de su lengua, el sabor de sus pezones. ¿Cómo serían sus besos? ¿Dormiría desnudita, o en bombacha? ¿Se bañaría por las noches? ¿Será de esas chicas que se masturban, y obviamente no lo confiesa? ¡Qué lindo sería hacerme el boludo y tocarle una teta! ¡O, poner una mano sobre su silla, justo cuando esté por sentarse! ¡Total, a mí no me diría nada!

En eso estaba, pensando en lo que le haría, cuando mi mano estimulaba mi pija, al mismo tiempo que mis talones se friccionaban en mis nalgas abriéndolas con cuidado para que mi ano sienta el alivio de una brisita caprichosa que, se generaba entre las sábanas por mis movimientos. Y de golpe, volví a derramar un poco de leche en cuanto soñaba despierto que mi compañera rodeaba mi pene con su boquita fanática de las golosinas, que me ponía sus tetas en la cara tras untarlas en licuado de banana, y que en el colegio le pedía que me acompañe al baño, solo para que me ayude a bajarme el pantalón. Me imaginaba haciendo pis, mientras sus besos me rodeaban el cuello, y que luego sus tetas se pegaban a mi espalda, y que, tras terminar de mear, me decía mordisqueándome la oreja: ¿Ya está bebé? ¿Terminaste? ¡La próxima, vos me acompañás al baño cuando quiera hacer pipí! ¿Te parece?

Allí recordé que estaba en el cuarto de la casa de mis tíos, y que en la cama que tenía a mi derecha descansaba mi prima Ruth. El tío Oscar me pidió que esa noche me quede a dormir, ya que mis padres habían viajado a Chile para cerrar un contrato de negocios.

Pensaba en cómo estaría durmiendo, en lo mucho que le gusta la chocolatada y en lo largo de su pelo, cuando de pronto la oigo darse vuelta hacia el lado de la ventana. Mi pija se endurece con mayores ganas cuando más tarde la oigo suspirar y hacer unos ruiditos con la boca. No quise perder el tiempo, a pesar que no sabría muy bien lo que haría. Me levanté en calzoncillos como estaba, intentando no hacer ruidos, sintiendo que mi leche e enfriaba con el aire nocturno sobre la tela. Eso me hizo estremecer. Me acerqué a la cama de mi prima, metí una de mis manos bajo sus sábanas y le toqué una pierna. Ni se mosqueó la piba! Entonces fui más directo. Le rocé una nalga y descubrí que tenía una bombachita de tela suave y fina. Me la imaginé rosada, y perfumada, o al menos con olor a jaboncito. Entendí que no podía colgarme mucho tiempo. Así que saqué mi pija afuera de mi calzoncillo empapado, la sacudí al aire y me la apreté un poquito, la froté en su sábana sin llegar a tocarla, la destapé por completo, le olí los piecitos desnudos y me animé a acariciárselos con el pito, antes de volver a muñequearlo para que resuenen los juguitos que me rebalsaban el glande. Me encanta hacer ruiditos cuando me pajeo. ¡Y me vuelve loco escuchar a las pendejas dedeándose la chuchi en las pelis porno que mi mejor amigo me muestra a escondidas cuando voy a su casa! .

No aguanté el impulso de mis eufóricos ratones, y, apenas le acerqué mi olfato a su culo, un culo carnoso, firme y bien trabajado, me acabé en las manos de tanto apretármela, procurando no emitir ni un solo suspiro, gemido, o respiración medio fuerte. Me las limpié en su sábana de abajo, y tras quitarle del todo la de arriba hice un gran esfuerzo por sacarle la bombacha.

Lo hice de a poco, despacio, lentamente, con el corazón martillando en mi pecho, alternando tamaña adrenalina con algo de paja, tramo a tramo y sin perderme detalles. Si se llegaba a despertar, no sabría qué pudiera pasarnos.

Cuando llegué a sus rodillas le lamí la cola, y en ese exacto momento Ruth se despierta con toda la pereza, o finge hacerlo, cosa que, para el caso daba igual. Justo, en ese momento me la imaginaba refregándome su hermoso culo en el pito. Entonces, cuando su voz renació en el silencio, adormilada y pastosa, diciéndome: ¡Sacámela toda, dale, olela y tocate, cochino!, me subí de lleno a la aventura de sus ansias,, y en cuanto la tuve en las manos, ardiendo en ganas de llevármela a la nariz para drogarme con su aroma, agregó: ¡Dale primito, ponete mi bombachita, ahora, y no pares de pajearte, dale, que ninguno de los dos nos vemos, y no pienso prender la luz!

Mi slip voló por el aire, y su bombachita ocupó su lugar, después de haber pasado por el testeo de mi nariz y lengua. Si hubiese sido por mí, le llenaba las piernas a mi primita con mi leche, tan solo oliendo su bombacha. Pero ella me insistía para que me la ponga. De modo que lo hice rapidísimo, sin perder el equilibrio. La fragancia de su vagina impregnada en esa tela tibiecita era una revelación afrodisíaca que se mezclaba con el de un sudor supremo.

De repente Ruth me manotea el pedazo mientras yo me masturbaba de pie, bien pegado a su cama, y acerca su cara a mi pubis.

¡Sos un pibito pajero nene, y me encanta! ¡Pero ahora quiero tu leche en mi boca!, se expresó mientras tironeaba el elástico de la bombacha, me lamía la panza y me apretaba el pito con dos dedos. Luego me escupió desde el ombligo a los huevos, mordió su bombachita gimiendo al tener los sabores de su vulva tan a mano, me pajeó ya sentadita en la cama y me refregó su par de tetas en la pija, las que nunca me podía imaginar tan grandes. Me encantaba la forma en que me las refregaba, y escuchar cómo se las escupía para volver a juntarlas a mi bulto.

¡Tocalas nene, dale, avivate un poquito, pajeate contra mis tetas primito, y, si querés, dejame toda la lechita en las tetas, así dormís más relajadito!, dijo cuando mis oídos se distraían con unos soniditos que provenían de entre sus piernas. Seguro que se re tocaba la pajera!

Cuando mi pene entró en el paraíso de su saliva, sentí que se me venía el mundo encima de tantas cosquillas, escalofríos, subidones de un calor y una resequedad en los labios que me alertaba. Pero ella me la succionaba, me lamía desde los costados, de arriba hacia abajo, hundía su lengua en el cuero para rozar mi glande, besaba mis bolas, me abría los glúteos y me mataba de deseo cuando su boca la soltaba de golpe para atraparla con la misma inmediatez. Encima, me volvía loco cuando escabullía uno de sus dedos entre mis nalgas para tocarme el culo, por encimita de su bombacha.

Le bañé la cara de leche mientras el tío Oscar golpeaba la puerta para saber si teníamos luz, ya que al parecer en la calle no había, y en el momento en el que Ruth pedía insurgente: ¡Dame esa leche cieguito calentón, dale que es mía, porque vos te pajeaste con mi olor a putita! ¡Dame lechiiiitaaaa!

Corrí a mi cama todo lo rápido que pude, porque el tío decidió entrar al cuarto al no obtener respuestas de nosotros. No me quedó otra que hacerme el dormido, a la vez que escuchaba al tío rezongar a media voz: ¡Nena! ¿Qué hacés así en bolas chiquita?

Y, acto seguido me empecé a pajear con todo, solo que boca abajo para hacerle el amor al colchón, mientras oía unos besos, gemiditos, respiraciones cada vez más aceleradas, y a la voz de mi primita decirle, como si fuse el sollozo de un angelito: ¡Así, meteme los dedos, y comeme las tetas pa, dale que estoy re alzadita, y mi primo no me quiere dar la leche!    Fin

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Comentarios

  1. Que manera de combinar apetencias destacadas, chanchadas, provocaciones a ciegas y como no, el remate del incesto que tanto nos mobiliza! Gracias por otro provocador relato mi musa!

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    1. Creo que nunca se me dio bien lo de los relatos cortos! Pero lo intenté! Gracias a ti!

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