En esta ocasión, les traigo un relato escrito junto a Amoelegante. Esperamos que lo lean, y lo disfruten con las mismas ganas que nosotros al escribirnos. ¡Un beso para todos!
Eduardo: ¡La puta madre! ¡Siempre el mismo baile! Cada noche que vengo a dar clases al cole, tengo que boludear dos horas para encontrar un lugar donde estacionar el coche. No es que no quiera caminar. Después de todo con 50 pirulos no soy un viejo decrépito, pero la playa más cercana y que normalmente tiene lugar, me queda como a 5 cuadras y, a la hora de entrar es una cosa, pero al salir, ya tarde y de noche, por más que estamos en pleno centro, me jode un poco. Sobre todo, porque la jauría de los “alumnitos” también salen disparados en esa dirección, creo que, buscando la parada del micro, y hoy el pendejerío está muy alborotado. No quisiera tener bolonquis con ninguno.
La realidad es que cada dos por tres me vuelvo a preguntar: ¿qué cornos hago dando clases? Claro que la guita nunca está de más y, gracias a Dios, Zeus o la deidad que más les guste, yo tengo un buen laburo y a nadie que mantener, pero tampoco es que gano una fortuna con la docencia. Por supuesto, siempre me respondo lo mismo. Me gusta explicar, enseñar, que aprendan y quieran lo que yo sé y les pueda transmitir. Solo es que, los días que hoy corren han dado vueltas las cosas. Y ni hablar con la pandemia de este bicho de mierda y las idas y vueltas con las clases por Zoom y las presenciales, que ahora parecen haber vuelto, hasta que la quincuagésima hola de la variante Delta nos vuelva a amontonar dentro!
Uno se imagina, como era tiempo atrás, que en una nocturna encontraría solo a gente mayor que perdió, o no tuvo, oportunidad de estudiar en su momento, e intentan ahora recuperar ese espacio perdido. Hoy ya no es así, en absoluto. En mi clase de Informática Aplicada, tengo un par de señoras adultas, ¡ni cerca de clasificar como MILF!, que vienen para terminar un abandonado secundario, vaya uno a saber cuándo, y están cursando el 3er año. La informática para ellas es una cosa “interesante” porque les permitirá aprender a usar Internet y el email. Esos son todos sus objetivos.
Después hay una bandita de pendejos, que van 2 o 3 años atrasados, y que dejaron los cursados normales por laburo, o porque se les cantó. Y ahora, algún mayor que tienen cerca los mandó de cabeza a recibirse, o los rajaban de la casa. Estos, junto a las minitas que están en la misma, y solo vienen porque durante el día atienden un quiosco o una verdulería de barrio para arrimar unos mangos, solo pretenden hacer “acto de presencia”. Literalmente les chupa un huevo lo que yo, o cualquier otro profe, pueda enseñarles: back-ups de respaldo, emails, internet, planillas de cálculos, placas madres, etc. etc. etc.… La mitad ya la conocen y no la usan, y la otra les importa un carajo. Con un par de “altas llantas”, el ultimo celu con quince mil cámaras y una cuenta de Whatsapp y otra de Facebook, están hechos. Con ellos, hemos hecho un pacto no escrito: se me portan bien dentro del aula, no me joden y asisten regularmente, y yo los ayudo. Claro, el pacto es solo para “dentro” del aula, porque lo que es el recreo, el antes de entrar y la salida en los que solo se trata de escabiar alguna birra escondida, darse un fasito entre dos o tres en aquel rincón o chaparse a la flaquita del fondo que parece que le gusta todo, todos y se deja, sin contemplaciones, manosear y me arriesgaría a clavársela en el baño (claro está, excepto dentro de mi clase).
Que se destaque de entre el resto, solo está mi incógnita: Nati. Una pendex que debe andar por los 19, creo. Es 2 o 3 años mayor que el promedio de los compañeros, por lo que, pareciera, que no está en la misma que ellos. No veo ni que la sumen ni que ella intente acercarse, pero, es llamativo: tampoco se meten con ella. Es morocha, con más tetas que culo, unos hermosos ojos verdes, estatura regular, pelo negro hasta un poco más de la mitad de la espalda, siempre sin demasiado maquillaje, boca chiquita, pómulos redonditos, manos pequeñas y delicadas. En suma… una hermosa pendeja que no tiene nada que ver con el resto de la concurrencia femenina. ¡Y, para colmo de males, viene con la “cocina llena de humo”! ¡Una panza de, creo yo, 4 o 5 meses de embarazo! (Justo a mí que, si bien no es un fetiche, las embarazadas me resultan súper sensuales y me ratonean especialmente). Tiene “carita” de haberse preocupado más por coger que por estudiar, en los últimos tiempos, pero a lo mejor suceda que la maternidad en ciernes, la ha hecho recapacitar e intentar recuperar parte del tiempo ya gastado o no sé qué. Sin embargo, sigo sumando acertijos. Digo que es una incógnita porque, siendo que debería haber terminado el cole hace 1 o 2 años, teniendo una facha prolija, estando muy, pero muy bien, desentona con el grupo en todo, hasta en la cierta bola que da en clases, y que quiero suponer, (a falta de otra hipótesis) es preocupación para aprender realmente.
Nati: Lo mejor de ir a la nocturna, es que puedo vestirme como quiero. Siempre odié los uniformes. Es cierto que necesito terminar el secundario de una buena vez, aunque este país no es garantía de nada. Pero tengo que cerrarle la boca a mi vieja y a sus sermones religiosos, y a los idiotas que me tratan de puta todo el tiempo. Sí, quedé preñada por boluda, de un tipo grande, del que creí haberme enamorado. Pero, una vez que él logró lo que buscaba, o sea, echarse un polvo conmigo, se las tomó, y se pasó todo por el forro de las bolas. Mis sentimientos, el laburito que me iba a dar en su despensa, y hasta la noticia de su paternidad. Cuando me sugirió abortar, me levanté del banco de la plaza, donde nos habíamos juntado a charlar, y le escupí la cara con el pensamiento. ¡Yo me haría cargo! Me lo repetía todos los días, y me convencí de ello.
En la escuela, los profes no eran tan contemplativos conmigo, a pesar de mi situación. Y, los pibes, vivían tocándome el culo, o hablando de mis tetas. Una vez, me garché a uno de ellos en el baño, sólo para demostrarle que de tanto que me buscaba, al fin me iba a encontrar. Es el típico carilindo que agita, dice guarangadas, se hace el copadito en banda, y que después, cuando lo apurás, no sabe si salir corriendo o acusarte con su madre. Sin embargo, esa vez, uno de los profesores escuchó el revuelo, porque la escuela estaba casi desierta, y entró al baño. Yo no lo conocía. La verdad, cuando tengo una pija en la concha, no puedo controlar mis gemidos. ¡Seguro eso nos delató! Así que, entró en el momento justo en que el turrito ese me largaba la leche, toda adentro de la concha. Cogíamos de parados. Yo, con la calza por los tobillos, y él a punto de desarmarse para hacerme sentir lo insignificante de su pija chiquita, apenas ancha, aunque dueña de un glande prominente. ¡El descarado del profesor esperó a que nos separemos, y recién ahí lo vimos con claridad!
¡Acompáñenme a la dirección, por favor! ¿De qué curso son? ¡Quiero sus apellidos!, sentenció de inmediato, y al rato, el tarado de Germán firmaba un acta de disciplina. El profesor lo reconoció enseguida, y empezó a los gritos cuando cayó en la cuenta que debía estar en su clase. Yo, temblaba de pies a cabeza. Estaba transpirada, con el pelo desordenado, con chupones en el cuello, y sentía que la bombacha se me humedecía por lo que ese pibito me había descargado. ¡Ojalá no me expulsen, por trola!
Pero entonces, entró el profesor de informática. Eduardo siempre fue un poco más gentil, con todos. pero, a mí me perdonaba si le entregaba un práctico fuera de fecha. Sabía que estaba embarazada. Notaba que me miraba de una forma que nadie me había mirado.
¡La señorita Ramírez es mi alumna! ¡Yo me ocupo de su situación!, le dijo con decisión al profe con cara de malo, que seguía gritándole al pendejo. Después se me acercó, me preguntó si me sentía bien, y me puso una mano en la espalda. ¡Mi olor a sexo debía ser fatal! ¡Pobre hombre!
¡Ramírez, sería bueno que aprenda a controlar sus instintos sexuales! ¡Creo, sin temor a equivocarme, que está embarazada! ¡Somos adultos, mayores de edad, y por lo tanto, conscientes de nuestros actos! ¡No es la primera vez que me entero que, usted, mantiene relaciones sexuales en el baño del establecimiento!, me decía con la voz pausada, una vez que Germán y el profe se esfumaron de preceptoría. Yo me sonrojaba, y al mismo tiempo sentía que los pezones se me endurecían. ¡Nunca me había fijado en ningún profesor! Le respondía a todo que sí, que no lo volvería a hacer, y un montón de cosas como para que no me densee demás. Pero, en el fondo, empezaba a pensar que, la pija de ese profe me habría llenado con mayores placeres la concha, la boquita, y tal vez el culo. ¿Por qué no paraba de pensar en su verga entre mis tetas?
¡Ahora, vamos al aula, y piense seriamente en lo que hablamos!, me dijo abriendo la puerta para que lo siga por el pasillo repleto de ecos. Una vez en mi mesa, rodeada del ambiente de mis compañeros, escuché a dos pibes hablando de una porno de japonesas, y a una de las mujeres grandes decirle a un guacho que, si él ponía el auto se la podía llevar a donde quisiera. Volvía a concentrarme en la clase, mientras que no podía cerrar las piernas de las cosquillitas que me quemaban por dentro. En un momento, sin darme cuenta, escribía lo del pizarrón en mis apuntes con una mano, y me metía los dedos de la otra en la boca.
¡Che rulo, mirá cómo se come los dedos la Nati! ¡Te dije que tenía carita de mamadora!, escuché a mis espaldas. No me importó. Mucho menos el comentario de Sheila.
¡Imaginate que viene preñada la zorra, y tiene ganas de meterse cositas en la boca!, había dicho, antes que el profe Eduardo mencione su nombre para que ella, nos explique a todos cómo se exporta un archivo, paso a paso.
Eduardo: Que la piba cogía e iba al frente, era claro y evidente. Por el tamaño de su panza y por lo hinchaditas que tenía las gomas. (Me imaginaba lo que sería chuparlas hasta sacarle leche!!). Lo que no me terminaba de entrar en el balero, era que siendo que se preocupaba bastante en clase y (me) prestaba atención, se mandara esas cagadas de andar culeando en el baño, en horarios de clase y con cualquier pelotudito. Encima, seguro que ambos, cada uno por su lado, pensaban que habían conseguido su propósito: él, cogerse a una mina buena y que, encima, no le costó un pedo de trabajo porque ella se lo avanzó. Ella, que no entiende la lógica masculina y piensa que “ella se lo cogió” y “ahí tiene” como si fuera un castigo. Es muy boluda e ignorante… les sigue haciendo el juego y aumentándose una mala fama al reverendísimo pedo. Para colmo de males “arriba”, en el cole, también le tienen picado el boleto y no la puedo seguir apañando a ultranza sin arriesgarme a tener también quilombos, gratuitos al menos. No sería esta también una de las respuestas al famoso “que mierda hago yo acá?” que me repetía desde hacía algún tiempo?. Porqué no aprovechar la ocasión y, acercándome a esta pendeja, tutelarla, aconsejarla, contenerla para mostrarle que hay otra forma de pelearle a la existencia, y de paso, quien te dice que no le caiga bien y pueda disfrutar de esa hembrita caliente. y embarazada. Pero tenía que ir con pie de plomo. Soy un tipo maduro, varón, profesor, ¡y ella está preñada! ¡O sea…me agarra el colectivo de los “pañuelos verdes” o azules (ya no se cual es cual), y termino en cana!
Por empezar, tenía que hacerla sentir confianza, ver si era posible acercarme por ese lado. Por lo que, mientras todos hacían el trabajo que les pedí, de pie para no perderle el hilo a la clase, y con la cola apoyada en mi escritorio, atento a cualquier jugarreta, en un momento que la veo mirándome mientras se saca un dedo de la boca, le hago un leve gesto con la cabeza como diciéndole que venga al frente. Se paró sin hacer mucho escándalo. La veo como en cámara lenta avanzando hacia mí, con la punta de su panza señalándome, su pelo negro revoloteando con sus movimientos como en una publicidad de shampoo. Llega, y se me para en frente con una mirada entre curiosa y preocupada. Claramente, no es mi imaginación: siento el aroma de transpiración y sexo que despide su cuerpo. No puedo dejar de imaginarme el enchastre de flujos y semen que debe ser su concha y me calienta imaginarlo. En voz baja le pido que, al terminar la clase, en 10 minutos, se quede en su banco porque necesito hablar con ella. Me dice que sí, solo con un gesto leve de su cabeza y se vuelve a su sitio.
Cuando suena el timbre, y como de costumbre, sale el curso en malón, a los gritos, empujándose, sin fijarse unos en otros. Son cerca de las 10 de la noche, y hace frío. Ella queda sola, sentada en el centro del aula. Me acerco y separo un banco cercano para apoyarme. Con la mirada baja, y como fija en la carpeta sobre el banco, la noto como esperando que la cague a pedos o algo por el estilo. Presiento que así la viene tratando la vida y que parte de su comportamiento viene de por ahí. Me importa un corno. Si la puedo “domesticar”, tal vez termine cabalgándome con su panza a cuestas. Entonces, le pido que me mire sinceramente, y le largo el rollo:
“¡Lo de hoy es solo una muestra de lo mal que hacés las cosas en tu vida, presiento! ¡Lo que te digo lo podés mandar a la mierda, junto a mí o, por cinco segundos, pensar que hay alguien que entiende que estás intentando mejorar las cosas! ¡Pero te desbocás cada tanto, tirando al carajo todos los esfuerzos anteriores! ¡Sos una piba muy bonita, estás muy buena y sos inteligente! ¡Tal vez muchas decisiones que tomaste hasta hoy, lo hiciste mal y te trajeron hasta acá! ¡Embarazada, con 19 pirulos y en una escuela nocturna en vez de haber terminado a tiempo y ya estar arrancando otra cosa! ¡Te quiero ofrecer mi ayuda, mi consejo! ¡Quisiera que me permitas enseñarte a respetarte a vos misma y, si aceptás, podría servirte de guía e intentar juntos que tus esfuerzos den mejores resultados, y no termines embarrada en esta mugre en la que viven los compañeros que te tocaron en suerte!”
Mientras verseaba, no podía dejar de mirarla de cerca, y en detalle. Yo sé que es una locura mía, pero esa noche de frío, sabiéndola toda enchastrada, me imaginaba bañándola… recorriendo con mis manos enjabonadas las redondeces de su hermoso culo, sus gorditas y paradas gomas y su panza inflada. Mi calentura subía sin que pudiera controlarla, esperando con excitación su respuesta. La que claramente podía ser algo así como, que la dejara de joder, que ya era grande y que no le rompa las pelotas, o que aceptara mi ofrecimiento y empezáramos un camino (raro) que tal vez transcurriera parte entre las sábanas de mi solitaria cama.
Nati: No sé por qué me daba semejante charla. Pero, me sentía incómoda. Notaba que de a ratos me olía, y eso me ponía nerviosa. Era obvio que durante la clase, en mi bombachita se mezclaba el olor a semen de ese pendejito, el de mis flujos, y mi propio olor a pis, ya que, suelo mearme a veces si estornudo muy fuerte, aunque sean chorritos.
¡No entiendo profe! ¡Yo, bueno, la posta es que, no sé cómo explicarlo! ¡Yo pensé que eran boludeces de mi tía, o de algunas amigas! ¡Igual, usted no lo va a entender!, le dije, y junté envión como para levantarme del banco y tomarme el palo.
¿Y por qué no intentás explicarme? ¡Yo también tengo hijas! ¡Quiero decir que, más o menos algo entiendo de mujeres, con 4 hijas, más mi esposa, y mi perra! ¿No te parece?, me dijo con una sonrisa amable, verdadera y compradora.
¡Profe, le juro que no voy a volver a coger en el baño! ¡Pasa que, ese tarado me venía provocando, y, bueno, quise demostrarle que, si yo lo avanzo, no sabe para dónde correr! ¡Ni siquiera llegó a, bueno, a hacerlo bien!, le dije, dudando en cada palabra que intentaba. Sentía que me ponía más colorada, que la frente me sudaba a manantiales, y que una descarga me rodeaba los labios, como si quisiera abrírmelos. ¡Calmate boluda!, me decía a mí misma, mientras me salivaba la boca, gracias a que mi cerebro pensaba en la pija de mi profe, de ese hombre atento que me observaba con ternura y deseo a la vez. ¡Porque, me re daba cuenta que yo le gustaba, al menos un poco!
¡Es normal que, si una chica apura a un adolescente con poca experiencia, como estoy seguro que pasó, su sexo, que es una extensión de su cerebro, no le funcionó del todo! ¡Digamos que, ese chico tiene el pene como sus facultades sentimentales! ¡O algo así! ¡Pero, supongo que todos los varones a esa edad, se creen unos campeones, y por eso piensan más en el final que en el durante! ¡Mirá yo, profesor de informática, hablando de estas cosas con vos!, me dijo Eduardo, y esta vez me robó una sonrisa. Descuidadamente me desprendí dos botones de la camperita de hilo que traía, sólo por hacer algo con las manos, y noté que ya era muy tarde. El profe me re miró las tetas, y seguro también se ratoneó con los chupones que me renacían desde el cuello hasta el inicio de mis globos.
¡Sí profe, es un tarado! ¡Pero, nunca más con él!, le confirmé, sin ordenar demasiado mis ideas. Tenía sed, ganas de hacer pis, de fumarme un cigarrillo, y de clavarme un pancho en el barcito de la esquina de la plaza. Sin embargo, mientras me ponía de pie, no sé por qué mi boca se abrió para confiarle: ¡Es que, no sé… siento que, desde que estoy embarazada, no me puedo controlar! ¡Tengo ganas todo el tiempo! ¡Pienso, o me imagino garchando con cualquiera! ¡Salvo con los idiotas de mis compañeros! ¡Pero, no sé… es como que estoy revolucionada, re caliente todo el día! ¡Y bueno… digamos que, si tengo la oportunidad de hacerlo, lo hago! ¡Igual, no voy a volver a meterlo en problemas profe, se lo prometo!
El profe abrió los ojos, como si estuviese comprobando mis verdades, y chasqueó la lengua luego de suspirar. Volvió a fijarse en mis tetas, sabiendo que yo no podía decirle mucho por la cagada que me había mandado, y de la que él me salvó.
¡Sí Nati, eso puede ser, perfectamente! ¡Tengo entendido que, una mujer, cuando está gestando un bebé, anda con las hormonas disparatadas! ¡He leído mucho acerca de fetiches, de ciertos mitos y esas cosas! ¡Pero lo cierto es que la temperatura corporal se ve afectada seriamente! ¡Y, desde luego, el calor desde el útero hasta la vulva, se puede volver mucho más intenso! ¡Eso, genera que el clítoris, que es un punto clave, en el que existen algo así como, 8000 terminaciones nerviosas, se revolucione! ¡Por lo tanto, eso influye directamente en tu cerebro! ¡No nos olvidemos que el órgano más importante a la hora del sexo, es nuestra mente!, empezó a decirme el profe. Yo, ahora me había calentado aún más, al escucharlo mencionar las palabras útero, clítoris y vulva. ¡Síiiii, ahora llego a mi casa, y me hago la mejor de las pajas, pensando en su boca comiéndome la concha!, me decía, medio tambaleándome sobre mis pies de lo alzada que me sentía. Así que, después de reírme como una ingenua quinceañera, le dije: ¡Profe, mejor me voy, porque, mi vieja se va a preocupar! ¡Aparte, por ahí, si me quedo un rato más, no vaya a ser cosa que, terminemos en el baño nosotros!
Eduardo: en mis épocas de pendejo, no había ninguna chance que una compañera hablara así de sexo. ¡Era tema tabú! Te histeriqueaban casi más que ahora. Si por casualidad, una mina le contaba todas esas cosas a un chabón era porque quería guasca. Ni que hablar que le hablara así a un adulto, y encima un profe. Inaudito. Por lo que, si la pendeja era de ir al frente, tanto como para voltearse a un flaco en el baño de la nocturna y después intentar explicarme el porqué con lujo de detalles, era porque le gustaba darle sin asco al frito y, en virtud de su auto confesado y desbocado apetito sexual, tal vez se prendiera conmigo y pudiéramos jugar juntos total, había una cosa segura, no la iba a poder dejar embarazada. Esa última frase desfachatada, de que corríamos peligro de terminar nosotros en el baño, me terminó de encender.
La vi bambolear sus tetas de un lado al otro mientras juntaba apuradamente sus cosas, y le escupí que si no me dejaba que la acerque en mi auto hasta su casa. El solo imaginarme esa vagina pringosa de flujo y semen desde hacía horas, me calentaba más. Su desfachatez al confesarme su nueva e ingobernable calentura me puso a mil, sintiendo ya la humedad de mi glande rozar mi slip. Mi cabeza laburaba a mil por hora: yo no tenía problemas de lugar ni horario. Desde mi separación hace 2 años, vivo solo y a nadie rindo cuentas. Esta mina, será una pendeja, pero es mayor de edad. Por lo que eso tampoco era un peligro. Imaginé que me aceptaba el ofrecimiento y que, ni bien me sentaba a su lado en el auto, acomodaba su panza a un costado para arreglársela, y agarrando y empujándome de la nuca, se zambullía a comerme la boca metiéndome su lengua húmeda e inquieta, tan profundo como podía mientras nuestras babas corrían mentón abajo. Imaginé mis manos adueñarse de esas gomas de pezones paraditos y pellizcarlos entre mis dedos, tironeándoselos mientras escuchaba un gemido que salía de su garganta.
¡No profe!, me dijo trayéndome a la realidad. ¡Total el micro me deja justo, y lo tomo acá a dos cuadras!
Nati: La verdad, me odié por decirle eso. Y más renegué de mi estupidez cuando llegué a mi casa. Comí algo a las apuradas, hablé unas cosas con mi madre, y me mandé a la pieza, donde me empeloté tan rápido como pude. No me avergüenza decir que hasta me hice pis en la cama de la terrible paja que me regalé, pensando en ese profe que me hablaba con la serenidad de un cura, pero que me despedazaba las tetas con los ojos. ¿Por qué carajos no acepté que me traiga en su auto? ¿Acaso, me importaba realmente que los guachos del barrio me vean llegar con un tipo mayor? Cuando me lo imaginé espiándome en el baño con ese tarado, se me ocurrió que tal vez no sería tan difícil engatusarlo. Por el otro lado, no quería ponerlo en riesgos. Al mismo tiempo, mientras no paraba de estrujarme las tetas, de frotarme el clítoris y de morder la almohada para no gemir demasiado fuerte, lo que podía despertar a mi hermanita menor, me lo imaginaba encima de mi cuerpo, haciéndome delirar con su glande tan próximo a resbalar por los líquidos de mi conchita sedienta, o hundirse en la oscuridad de mi culito apretado. ¡Mañana será otro día, y seguro el profe te invita otra vez, para que te subas a su auto, y ahí sí que te lo vas a poder comer a chupones, hasta que te quedes con toda su lechita!, me repetía una voz intranquila en el fondo de mis instintos, mientras no paraba de entrar y salir de mi vagina. Hasta que al fin un orgasmo intenso, caprichoso, tan caliente como el techo de la pieza, repentino y cegador me obligó a nalguearme con fuerza, a desarmarme en unos gemidos imposibles de silenciar, y, como dije antes, a mearme como una nena pequeña. Recuerdo que mi hermanita se despertó, y que me habló. Yo la reté enseguida, cosa que no se pusiera a hacerme preguntas incómodas.
Al otro día, tenía prueba de matemáticas. Para variar, ninguno de mis compañeros estudió un cuerno. ¿A qué vienen estos idiotas a la escuela? ¡Qué ganas de perder el tiempo que tienen! ¡Y, la rubia esa, seguro que ya se enteró que el novio la caga con la tetona de la fotocopiadora! ¿Habrá estudiado la Vale? ¡Pobre, ella sí que la tiene jodida! ¡El padre la faja si no se saca al menos un 9! En todo eso pensaba, parada en la galería del colegio, con una botellita de gaseosa en la mano, cuando aparece Eduardo. Venía de retar a un pibe que andaba fumando en el salón. Pero, cuando me vio, sus expresiones de hombre molesto parecieron endulzarse.
¡Hola Ramírez! ¿Hoy la veo en mi clase? ¡Espero que sí!, me dijo. Yo le sonreí, y enseguida la Juli, una de las pocas rescatables con las que me hablo, me guiñó un ojo. Ni siquiera la vi llegar.
¡Sí profe, creo que sí! ¡Ahora, o mejor dicho, en un rato rindo matemáticas! ¡Estudié, pero estoy medio nerviosa!, le dije, quizás buscando algún consuelo inútil. Otra vez sus ojos fueron y vinieron por el escote de mis tetas y mi abdomen. Esa tarde me había puesto una remera manga tres cuartos, y una calza negra con unas tachas a los costados.
¡Bueno, suerte en el examen! ¡Y, no se olvide de lo que hablamos ayer! ¡Espero, que haya pensado en su futuro!, me dijo, y desapareció por una de las puertas de las aulas. El timbre sonó, y la Juli se me acercó para preguntarme si había onda con el profe. Yo le dije que no, y que mejor deje de consumir esa mierda paraguaya que le hace ver boludeces.
¡Mmm, mejor bebé, porque, la verdad, ya me estaba poniendo celosa!, me dijo, y me encajó un beso en la boca que me erizó la piel. Pero, yo tenía que hacerme valer. Así que, le di una cachetada, y le dije que si me volvía a tocar, la buchoneaba con el director.
¡Dale nenita, si te encanta mi lengua mami! ¡Aparte, vos sabés que me calentás una bocha! ¡Y más ahora, que te inflaron la pancita!, me decía, oliéndome el cuello y después las tetas. La verdad, siempre fantaseé con que una mina me haga de todo en la cama, y si esa chica era la Juli mejor. Tenía un culo hermoso la guacha. Pero, desde que me quedé embarazada, tuve más de un sueño con ella, en el que nos comíamos las tetas, y ella particularmente me devoraba la concha en el baño de la escuela. Lo que no había previsto, era que Mauricio y Matías nos vieron, y enseguida empezaron a correr la bola que la Juli y yo éramos tortas. A mí no me jodía tanto como a ella. Lo que me sacaba, era la insistencia con la que nos molestaban.
¡Dale Nati, te prometemos que, si nos sacás la lechona con esas tetas, no te jodemos más!, me dijo Matías.
¡Sí boluda, posta! ¡Vos sabés que acá, todos sabemos que te cogiste a un par de guachines en el baño! ¡Ahora, nosotros queremos, por lo menos una mamadita! ¡Dale, copate negrita sucia!, me decía Mauricio. Los dos me tenían apoyada en la última esquina de la pared de la galería, ahí nomás del baño de varones. Me metían manos por todos lados, y especialmente Matías me apoyaba la verga en el culo. La tenía parada y dura el guacho, y eso, sumado al recuerdo de la lengua de Julieta, me emputecía la conchita de una forma, que no pude evitar dejarme arrastrar por los dos al baño. Ya sentía que la bombacha se me empapaba sola, y que mis manos empezaban a palpar dos pijas erectas, calientes y pegajosas, las que pronto se disputaron mi saliva, el fuego de mi boca, y el contacto de mis tetas. Estaba arrodillada en ese baño con olor a cigarrillo, oyendo los gemidos que provenían de uno de los cubículos. Supe enseguida que la Romi, una mina de unos 25 años por lo menos, se dejaba culear por otro pibe. De mi boca no salían tantos gemidos, porque ya se había convertido en una aspiradora, saltando de un pito al otro, saboreando el sudor de esos huevos cada vez más hinchados, bañándoles el pubis con mi saliva, y eructando cada vez que Mauricio me agarraba del pelo para deslizarla hasta un poco más de mi garganta. ¡Qué pija larga tenía ese pelotudo! El timbre volvió a sonar, y estaba clarísimo que había que volver a las aulas. Pero yo no podía parar de pajear, chupar y saborear esas pijas, ni la minita de aullar, haciendo que el amante en cuestión recurra un par de veces a putearla, para que mida el volumen de sus cuerdas vocales. De repente, cuando quise acordar, Matías me dejaba un tremendo enchastre en la remera, justo cuando había logrado encallar su pija adentro de mi corpiño para pajearlo con mis tetas. La Romi salió del baño, toda despeinada, frotándose el culo y tan nerviosa como el pibe que escoltó sus pasos. Él no parecía apurado, ni desesperado por perderse una clase. Yo, estaba tan caliente, que ni lo dudé. Me incorporé del suelo, mareada y aturdida, me bajé un poco la calza y le mostré la bombacha blanca a Mauricio, la que se perdía peligrosamente entre los labios de mi conchita. el pibe no se hizo rogar.
¿Y, ahora? ¿Me vas a coger bebito? ¿Te vas a dejar de hablar boludeces?, le decía mientras yo misma le bajaba del todo el pantalón y lo traía hasta mí. Apenas sentí la punta de su pija rozarme la chuchi, lo agarré del culo para que me la meta toda, para que no pare de cogerme contra la pared, mientras Matías olía una bombacha. ¿Sería de la sucia de la Romi? Pero entonces, alguien golpeó la puerta, y casi sin esperar respuestas, entró. ¡La puta madre, el examen!, recapacité, sintiendo cómo la pija de Mauricio todavía se ensanchaba en mi interior. ¡Era Eduardo, que evidentemente andaba buscando a sus alumnos!
Eduardo: ¡No podía ser! ¡La puta madre! ¡Esta pendeja otra vez garchando en el baño! ¿No le entró una goma de todo lo que le hablé el día anterior? ¡Estos guachos son como conejos! Por eso, después, los que Sí laburamos, gatillamos kilos de impuestos para pagar subsidios a los hijos de estos hijos de puta, ¡que lo único que saben hacer es garchar! ¡Como si a nosotros no nos gustara, la concha de su madre!
Pero ahí estaban los dos: medio en bolas, de parados, ella con la remera enchastrada de alguna otra acabada, y el pendejo agarrado de las caderas de Nati para seguir clavándosela hasta los huevos. Yo lo agarré de los pelos, y aunque tuviese la pinchila afuera del pantalón, no dudé y le di, literalmente, una patada en el orto para sacarlo del baño. No tengo idea que fue de él, en efecto. La verdad, ya me chupaba bien un huevo lo que hiciera. Todo lo que me importaba, estaba adentro del baño, con la argolla chorreando.
La agarré del antebrazo, mientras ella intentaba acomodarse la ropa y balbucear alguna escusa bardeando al resto de los pibes, como si se la hubiesen violado, y ella se declarase en absoluta inocencia. Las clases ya habían empezado, y yo tenía el aula con todo el mundo esperándome. Así que la metí dentro de un aula vacía y cerré la puerta detrás de mí. ¡Claro que me calentaba la pendeja! Ayer, que se negó a venirse conmigo en el coche, terminé haciéndome una esplendorosa paja en el Depto en su memoria, tirado en la cama. Pero, una: soy muy pelotudo y me daba lástima que se regale así, y más aun estando preñada, y dos: si quiere coger, que aprenda a disfrutar todo y de manera total. No solo tiradas de goma clandestinas o clavadas contra la pared obscura y sucia de un baño maloliente.
La tomé de los hombros frente a mí, con ambos brazos estirados y la miré fijo, como con fiereza. Me gustó saber que podía infligirle algo de miedo. No sabía cómo hacer para no mirarle las hermosas gomas que se insinuaban mal tapadas por esa remerita. Para colmo de males, la mal levantada calza le empujaba la panza para arriba, haciendo que se le apoyaran sobre esta. Me le hubiera abalanzado a destrozarle la ropa y cogérmela ahí nomás. Pero ya deberían estar buscándome por el seguro quilombo que mis alumnos estarían haciendo en el aula. Le dije, casi sin meditarlo un carajo: ¡“Tengo clases ahora y no puedo faltar! ¡Vos tenés un examen que hacer, y después nos vemos, en mi aula! ¡Andá avisando, no sé cómo, no sé a quién, que no volvés enseguida de clases! ¡Vos y yo tenemos mucho que arreglar!”
No pronunció una sola palabra. Solo bajó la vista, arrugando la nariz. Pegué media vuelta y me fui dejándola sola, y con la puerta abierta. Nati no tardó en salir disparada a su clase.
Me costó concentrarme toda esa puta clase, y mucho más la que siguió, con ella presente y callada en su banco. Sin darle bola a nadie, y solo levantando tímidamente la vista, alguna que otra vez, mirándome como pidiendo disculpas.
Sonó el timbre, y salió el malón. Nati ni se movió de su banco. Junté mis cosas, me le acerqué y solo le dije: “vamos”. Me siguió en silencio, sin decir ni preguntar nada. No sé si sería por intriga, miedo, respeto, o qué. Yo hervía de calentura, acosado por un dilema: me la podía clavar ahora salvajemente. Ella lo disfrutaría a pleno, y yo también. Pero sería igual que todos los pendejos con los que cogía. Volvería después a coger en el baño, y yo pretendía otra cosa para ella. ¡Quería ser el único con el que quisiera coger! Quería enseñarle a disfrutar lo que intuía no conocía. Me urgía agregarle erotismo a toda esa piel que sí sabía sentir y disfrutar. Pero, para ello debía actuar diferente.
Después de 20’ minutos en el auto, en medio de un tránsito regular, tiempo en el que solo se escuchó bajito algún que otro reggaetón en la radio, llegamos a la cochera del Depto. ¡Me conmovía su docilidad! Me obedecía y seguía como un perrito amaestrado. Me daba… cosa! Yo no podía dejar de ver el culito que dibujaba su calza y reconocer que, verdaderamente, vista de atrás, si no supiera que tiene la cocina llena de humo, no se notaría su embarazo.
Salimos del ascensor y entramos al depto. En cada paso que dábamos me le habría abalanzado encima, y sé que habríamos disfrutado los dos. Le indiqué que podía dejar su mochila sobre la silla, y le convidé con algo de tomar. Me lo aceptó y me preguntó por el baño. Me volvió el alma al cuerpo cuando sentí el ruido del bidet. Señal que se estaba limpiando los rastros de su “aventura sanitaria”. Al rato, ya de pie en el living, le extendí una lata de birra, mientras me tomaba la mía. Me preguntó alguna boludez del lugar, como para romper el silencio. A lo que respondí con otra boludez mientras apoyaba mi espalda a la pared, y sonaba Phil Collins desde un CD que había puesto. Tenía a Nati en casa, estábamos solos y con total libertad para que pasara lo que quisiéramos y dejáramos que ocurriera. Mi calentura iba en aumento, pero trataba de disimularla porque ella, debía verme fuerte y firme en mí decisión.
Así, apoyado contra la pared como estaba, le dije que se acercara a mí. Lo hizo despacito, pero ya sin miedo. Parecía ir entendiendo cómo veía el juego, o al menos parte de él, y parecía querer dejarse guiar, ahora que ya había disipado las hilachas de cierto temor de los primeros momentos. Cuando estuvo frente a mí, le tomé la cara con ambas manos y acerqué su boca a la mía. Ella se dejaba hacer. Le lamí los labios, se los mordisqueé suavecito, se los separé con la punta de la lengua húmeda, y la suya empezó a moverse torpemente dentro de mi boca. Tal como lo imaginé: estos solo garchan pero de erotismo y sensualidad, no entienden, no conocen y no disfrutan un pomo! Este era el diamante en bruto que iba a hacerlo mío, que iba a pulir, al que le iba a despertar cada fibra de sensualidad desde sus entrañas para enseñarle a disfrutar de otra manera, más completa, más profunda sin dejar de ser animal. Eso ya le salía de diez. Se colgó de mi cuello como en cámara lenta y como su panza se lo permitía. Nos fuimos dejando llevar solo con esa danza de lenguas viboreantes, explorando bocas, intercambiando roces, sorbiendo las babas del otro. Mi calentura me gritaba que me deje de joder de una buena vez, que le arranque la ropa y me la clave ya sobre el sofá! Pero mi libido crecía y crecía solo con el juego de nuestras bocas, y era promesa de goces más duraderos y completos que me hacía persistir. Ella parecía empezar a gozar de ese jueguito de húmedos intercambios y deslices de nuestras lenguas. Esa sensación de ir ganándola para este terreno me calentaba más, aunque mi pija al palo y encerrada en mi pantalón, se frotaba suavemente contra su entrepierna. Besándome con los ojos cerrados, ronroneaba de vez en cuando, en señal de placer. Mis manos bajaban por su contorno hasta sus nalgas, solo rozándolas. Ella bajó lentamente una de las suyas para tantearme la bragueta, pero suavemente la tomé de la muñeca y se la volví a subir. Quería dejarle el sexo a flor de piel a fuerza de frotes, caricias, babas y besos antes de dar rienda suelta al próximo escalón, aunque las ganas de cogérmela y disfrutarla me invadían en oleadas cada vez más difíciles de controlar.
Nati: ¡Qué putona me sentía! La frescura de la cerveza en los labios de mi profe cuando me mordía la boca, o el revoleo de nuestras lenguas me hacían gemir. Encima, notar que la pija se le ponía cada vez más dura contra mi concha, me daba ganas de pedirle que me haga un agujero en la bombacha y me la entierre de una, con fuerza, y que no pare de sacudirme bien pegada a la pared, levantándome las piernas para clavarme mejor. ¿Cómo había llegado a entrar al departamento de mi profe? Las hormiguitas que sentía en el culo, el ardor que me quemaba los labios, y la forma en que me salivaba la boca por engullirle esa pija, me estaban enloqueciendo. Casi se me escapa una flor de puteada cuando me quitó la mano de su bulto!
¡Dele profe, ya estoy acá… imagino que, no se va a querer quedar con las ganas! ¿Trajo a muchas pendejas a su casa? ¿Con cuántas se encamó?, le dije al fin, perdiendo un poco la paciencia. Él me pellizcó un pezón, y luego de beber unos tragos de cerveza, me erizó la piel cuando se dispuse a lamerme el cuello. Otra vez le gemía como una tarada, mientras él me olía las tetas. ¡Qué boluda! ¡No llegué a limpiarme en el baño! ¡Seguro las tenía con olor a leche! Entonces, recordé el chorro de agua del bidet contra mi conchita, y sentí que algo descendía por mis piernas. ¿Tan caliente estaba como para mojarme toda? Porque, sabía que no me había meado.
¡Nadie te autorizó a hacerme preguntas! ¡Mejor, calladita Ramírez, y pensá en lo que hiciste con esos mocosos en el baño! ¡Supuse que mis palabras, iban a tener algo de efecto en vos!, me decía, mientras escabullía una de sus manos adentro de mi remera para palparme las tetas, tocándome los labios con la lengua, oliéndome la boca y haciéndome sentir otra vez la dureza de su pene en la chochi.
¡Y que ni se te ocurra insinuar que me revolqué con una pendeja! ¿Está claro? ¡La única pendeja que me moviliza, está ahora, acá, y aunque preñada por tonta, está acá, y tiene las tetas cada vez más calientes! ¿O me equivoco?, me decía al oído, mientras me mordisqueaba la parte de arriba de la oreja, me apretaba más contra sí, me revolvía el pelo y me pellizcaba el culo con algunos segundos de distancia. En cada latido de mi corazón, yo sentía una nueva gota de mis jugos se impregnaba en mi ropa. Pensé en Julieta, en lo que diría si supiese a dónde estaba ahora mismo. Me imaginé que la lechita de mi profe tendría el mismo sabor que la de Mauri, o la de Fernando, el hijo del verdulero de mi barrio. Se me vino a la mente todas y cada una de las palabras que el profe me dijo en la escuela, para intentar encarrilarme, y me sentí una boludita. Pero, ahora mi profe comenzaba a mordisquearme las tetas por encima de la remera, haciéndome notar el frescor de la saliva que dejaba en ella, y el vigor de sus dientes, especialmente en mi pezón izquierdo. Y, para colmo, su pito se frotaba contra mi sexo de un costado al otro, o de abajo hacia arriba, mientras con una de sus manos me tocaba la pancita, y con la otra, o me pellizcaba el culo, o me hacía chuparle un dedo, introduciendo de a una falange en mi boca. También me pidió que se lo muerda, y que trate de decirle: ¡Me voy a portar muy bien profe, solo para calentarlo un poquito más!, con su dedo entre mis dientes. Después, me hizo decirle, ahora con dos dedos en la boca y sus dientes presionando mi pezón, sin separar la dureza de su miembro de mi vagina: ¡Me gusta coger en el baño de la escuela, con los nenes, y que los profesores me descubran, me miren, y me hagan su putita, que me den la leche por todos lados, o que se pajeen, pensando en mis tetas!
Eduardo:¡¡Esto era una lucha injusta! Era entre su fiebre sexual desaforada, que solo quiere concha, pijas, leche... como sea! Y la más racional y erotizada de las calenturas, que pretende prolongar el desenlace y disfrutar más del camino, aunque se postergue la llegada. Digo que desigual porque a esta pendeja, que hierve con facilidad y se descontrola manoteando, chupando, lamiendo, frotándose; se le suma mi otro yo que me grita por postergar para otro momento, para otro episodio de esta aventura, aquello del erotismo, la sensualidad, la lenta provocación de un deseo prolongado -hasta el paroxismo- para concluir en una explosión de fuegos artificiales entre las piernas de ambos. ¡Pero será para otra vez! ¡Perdí! ¡Ahora solo pienso en cogérmela! La tomé de la muñeca y la arrastré literalmente al sillón: “vení putita!! Vení que te voy a dar lo que querés, pero como yo quiero!”
Antes de sentarme, con ella parada enfrente, me bajé de un tirón el pantalón y calzoncillo, y me senté con las piernas abiertas. Mi verga estaba incendiada, y no había forma de acallar sus latidos. El glande, totalmente al descubierto. Toda la piel se había replegado de la hinchazón que me provocaba la calentura. Estaba morado y pringoso, babeante.
“Ahí lo tenés”, le dije mientras la observaba mirarlo, como relamiéndose sin hacerlo. “Quiero tomarte la primera lección de tu nueva asignatura conmigo: tirame la goma, a ver si te apruebo! A ver cómo, y qué sabés hacer”, le dije, mientras la veía agacharse entre mis piernas y quedarse de rodillas frente a mí. Se prendió del tronco como si el mañana no existiera…Se lo clavó en la boca hasta el fondo de la garganta, de golpe, a lo bruta nomás. Y empezó a mamármela como desesperada. La baba le chorreaba por la comisura de los labios, y el “flop, flop” de cada embestida, casi hasta la arcada, era todo lo que se escuchaba junto con el “mmm, mmmm” que emitía en cada subida y bajada. Yo tenía que seguir luchando. Luchando entre concentrarme en no explotar ahí nomás, como quisiera, o dejarme ir sin especulaciones, sin mañana, sin después….seguro habría otros “después”.
Intenté enderezarme un poco sobre el respaldo, para poder bajar mis manos y jugar con sus gomas, a las que alcancé solo de casualidad. Nati estaba como poseída, apretándome con una mano la base de las bolas, como queriendo exprimirme, mientras pasaba su lengua raspando todo el tronco hasta la cabeza, y con la otra metida dentro de su calza, pajeándose descaradamente y gimiendo enloquecida. Con los ojos cerrados y una revolución en el pelo, no se detuvo ni un segundo. El solo verla extasiada chupándome como para hacerme reventar, más me calentaba, y más bajaba mis barreras. Pero no era ella la que ganaba nuestra batalla. Yo ya me había quedado solo. Ella y mi poronga estaban en otro universo, disfrutando, y yo era como que veía todo desde fuera de la escena, como si no fueran mías esas venas moradas que sus labios babeaban en cada sube y baja. Ese era SU goce. Estaba dándose el gusto. Y yo me servía el mío. Hasta que al fin me relajé. Apretando sus gomas tan fuerte como pude entre mis manos, exploté como nunca recordaba haberlo hecho. El chorro de mi tibia y añorada leche, que largué de golpe, casi consigue ahogarla, entre que le chorreaba por la comisura de los labios. Nati, sin siquiera abrir los ojos, seguía pajeándome violentamente, chupando la cabeza de mi pene y pasando la lengua, relamiéndose con el fruto de sus lengüetazos, como si le fuera la vida en eso.
Nati: Lo miraba con el rostro surcado en líneas de sudor, con la boca abierta y las manos todavía zarandeándome las gomas, mientras saboreaba su semen espeso, radiante y urgente. ¿Era casado el profe? ¡Su esposa sabrá chuparle la pija? ¿Cómo sería con ella en la cama? Me hacía esas preguntas, sintiendo que el clítoris expulsaba ríos de lava contra mi bombacha, con todas las ganas de vengarse. ¡No era justo que ahora él goce del relax de mi boca, y me deje con todo el hambre de un animal desaforado! Pero así me sentía yo. Sucia, alzada, como un animalito dispuesto a aparearse tantas veces con esa pija como mi cuerpo pudiera resistirlo. ¡Quería pedirle que me coja, que me arranque la calza y me destroce la bombacha con la dureza de su pija! Me llamaba la atención que, luego de haberme dado su lechita como a una nena caprichosa, su músculo vanidoso seguía estable, sin abandonar por completo su erección. Eso era peor para el frenesí de mis hormonas. Sentía que las tetas se me prendían fuego en las manos de mi profe. Necesitaba que me las chupe, muerda, lama, succione y pellizque con su mejor repertorio. Pero no podía pronunciar palabra. Quería seguir paladeando cada partícula de su lechita, como si su calor sodomizara cada una de mis libertades. Sin embargo, en un impulso de mis piernas medio acalambradas, me levanté del suelo y me derrumbé encima de su regazo, manoteándole el pito con una mano. Él me la pellizcaba, diciéndome que era una chancha, y yo me ponía más puta. Entonces, abrió otra latita de cerveza, que no sé ni de dónde la sacó, y me la dio para que se la devuelva casi por la mitad. Ahí me di cuenta que tenía sed, y fui consciente que me habían dado ganas de hacer pis. ¿O, sería la cantidad de jugos que se acumulaban en mi sexo? Para colmo, Eduardo daba saltitos con sus piernas contra mi cola, y me estiraba el elástico de la calza hacia arriba, tal vez para disfrutar del dibujo de mi vagina en ella. También me la sobó por encima de la ropa, y sentí la humedad de mi bombacha, sonrojándome como una tonta. Me hizo chuparle un dedo, y en menos de lo que pude pensar en decirle algo, ya estaba casi acurrucada sobre su pecho, con mis tetas siendo fagocitadas por sus labios gruesos, sabios y húmedos de cerveza. Sus manos me tamborileaban el culo, y una de sus rodillas se frotaba en mi vulva con un ritmo que iba de menor a mayor, al mismo tiempo que alguno de sus dedos se deslizaba por la división de mis nalgas, de arriba hacia abajo.
¡Dele profe, deje de boludearme, y cójame toda! ¿No quiere entrarme, y hacerme mierda en su cama? ¡Le juro que tengo la conchita re caliente! ¡Vive solo no? ¡Dele, la quiero toda adentro! ¿Se acuerda que le dije que, desde que supe que estoy preñada, tengo más ganas de pija? ¡se me calientan las tetas, solo si pienso en coger!, le dije, para ver qué cara ponía. Aunque, mi cuerpo me lo pedía a gritos desgarradores. Eduardo ya había transgredido el elástico de mi calza, y me pellizcaba el culo sobre la bombacha. Intensificaba los saltitos de su rodilla contra mi chuchi, me olía la boca y me pasaba la lengua por el cuello. Me agarraba las tetas para pasárselas con todo por la cara, me mordisqueaba los pezones y me decía cosas que no puedo recordar con nitidez. Aunque, resonaba aquello de: ¡Cómo te gusta calentar, y mas con ese bombito, no tenés límites nena!
Me imaginaba en bolas sobre su cama, abierta y bañada en su leche, y los gemidos se me escapaban solos, entre que él me revolvía el pelo, me abría la boca con su lengua y buscaba la mía para estirármela. También recuerdo que me rozaba las piernas con sus uñas, y que buscaba el lóbulo de mi oreja para lamerlo, y para decirme que soy una hembrita en celo. ¡No sabía cuánto más soportaría la llama de mi incendio, sin que sus aguas se consuman en él de una buena vez!
Eduardo: Que puta hermosa y calentona era esta pendeja de la Nati. Qué bueno tenerla conmigo así de alzada. Y qué raro que, después de cómo me la ordeñó, mi pija siguiese aún morcillona y con ganas. Para colmo, la muy turra permanecía re caliente, pidiendo murra a gritos. Así que, no vamos a hacernos rogar, y veremos hasta dónde la podemos hacer gozar, pensábamos mi inconsciencia, lo que me quedaba de moral, y yo.
Me levanté con decisión del sillón, y señalándole el dormitorio, le indiqué que me espere allí, ya que necesitaba hacer pis. (Después de acabar, siempre me dieron ganas de mear y, aunque le habría regalado una lluvia dorada bañándola de pis caliente, no sabía si era el momento aún). Vaciar mi vejiga, me ayudaría a aguantar un poco más lo que vendría. Al parecer, a ella le pasaba otro tanto, porque me pidió ir primero. Cuando salió, con todo el desparpajo, entré yo a hacer lo mío. Solo que la Nati no dejaba de ver mi pinchila más o menos activa, con la cabeza limpita y brillosa, como sus lamidas hambrientas me la habían dejado.
¡Al salir del baño, me la encontré como a una diosa sexual en mi cama! Las almohadas semi levantadas, junto a la cabecera. Nati, apoyada sobre ellas, totalmente en pelotas, con las rodillas levantadas y las piernas levemente abiertas, para que cupiera esa hermosa panza, coronada por dos gloriosas tetas, que me imaginaba harían la gloria del pendejo que estaba creciéndole dentro… y ahora, harían la mía. Me seguía con la mirada mientras se mordía la uña del dedo índice. Con la otra mano, se masajeaba suave y lentamente la concha lampiña como la de una nena pero brillosa por la humedad que se provocaba, como diciéndome con insolencia: “acá la tenés papi”.
El paisaje era tremendo, y la evidencia el despertar total de mi pija que comenzaba a levantarse, como si la hubieran llamado al juego. Me le acerqué en 4, desde los pies de la cama. Ella, no me sacaba los ojos de encima, sin detenerse en sus caricias, como si estuviese sola, y ahora expectante. Al llegar a la altura de su cuello, le mordisqueé el lóbulo de una oreja y suavecito le dije al oído: “te voy a hacer otro pibe antes que te nazca éste… y, a partir de ahora vas a ser toda mía!,” descendiendo mi boca hasta sus gomas, las que comencé a lamer primero y a chupar después, succionando de sus pezones erectos, como si fuera un bebé muerto de hambre. Ella me tomaba la cabeza con ambas manos, mientras mis labios chupaban y chupaban con desesperación lo que mis manos lograban provocarle, exprimiéndoselas. Hoy sé que es posible. En aquel entonces, no sabía si era ilusión mía pero sentía que con cada chupón que le daba a esas gomas duras y calientes, sacaba un juguito tibio y dulzón, de mamas que se van preparando para la tarea que se les acerca, como propósito natural. Me apasionó sentir que me alimentaba de su leche en cada exprimida, cuando ella, ronroneaba y me pedía que siguiera sin parar, mientras mi mano libre, había desplazado a la suya de su entrepierna, y sin ninguna limitación jugaba con el meta y saque de dos dedos entrando y saliendo cada vez más rápido de su encharcada concha. Era difícil pelear con esa panza y no hacerle daño al baby. Así que, le ordené que se ponga en cuatro. Pesadamente se incorporó, como de rodillas y se inclinó hacia adelante mirando a la cabecera, agarrándose del respaldo de la cama, mientras me regalaba la excitante visión de su culo erguido en pompa, y de su concha chorreante.
“¡Métamela por favor, métamela de una vez profe!” me dijo como suplicando.
“Todavía no putita, tenés que disfrutar de todo para que aprendas!” y hundí mi cara entre sus piernas, acostándome boca arriba entre ellas. La vista para arriba, de su panza sobre mi cara y sus gomas bamboleantes me incitaba a tragarme su concha, metiéndome esos labios agridulces dentro de mi boca. Mi lengua hurgaba entre ellos buscando el canal que me llevaba a su clítoris pegajoso, tibio y duro que pedía a gritos ser chupado. Era un pezón reclamante que mordisqueaba entre mis labios y tironeaba sin parar, mientras sus jugos me empapaban la cara y mis manos recorrían la redondez de sus nalgas, buscando el surco de la gloria. Ella no dejaba de columpiarse de atrás a delante, cada vez más frenética, gimiendo como una beba llorisqueona en señal del placer que estaba disfrutando. Me enloquecía sentirla gemir y moverse, cuando yo no podía dejar de succionarle el clítoris una y otra vez. Hasta que al fin explotó en un mar de temblores y gemidos sacudiendo toda la cama. Yo no podía, no quería dejar de chuparle la concha, erizándole todos los poros de la piel. Nati gemía más agudo, más de sus jugos me empapaban, y más me provocaba a no detenerme porque ahora, el enfermo y descontrolado era yo. Quería secarla masturbándola con mis labios todo el tiempo que pudiera. Y seguía, seguía, seguía… hasta que me pidió parar un segundo. De modo que salí de debajo de ella, y esta vez fui yo el que se sentó contra la cabecera, y con las piernas abiertas.
“No mami, nada de parar. Ahora te voy a coger a vos y a tu bebé, a los dos juntos. Pero quiero tenerte de frente… así que vení, subite, y mirame”. Quiero ver y sentir cuando mi pija se clave en tu argolla!”
Pasó trabajosamente por el peso que ya cargaba, una pierna sobre mí. Me tomó la pija del tronco, la apuntó apoyándola y frotándola contra su concha para humedecerla, moviéndola de adelante a atrás, y se dejó caer suavemente mientras, de rodillas apoyaba su panzota contra la mía. Reconocí a la mismísima gloria cuando cada milímetro de mi pija se metía en sus entrañas hasta el fondo. Quiso empezar a levantarse, pero no la dejé. “quedate así, ensartada, un toque”, le pedí. Tenía su panza y sus gomas a mi merced. El recuerdo de su “lechita imperfecta” me incitó a acercarme, y ella, levantándose una goma con las manos, me la puso en la boca como a un bebé. Empecé a succionar hambriento, desaforado, lo que pareció ser la señal para que ella empezara el sube y baja sobre mi pija, no lento pero sin velocidad, disfrutando, casi hasta sacarlo para volver a ensartarse y otra vez, otra vez.
Mis manos libres se apretaban a sus nalgas, como haciendo fuerzas para ayudarla a clavarse más profundo en cada empujón. Tenía el surco del culo todo empapado. Lo que favoreció que mis dedos jugaran resbalando en el anillo de su culo. Primero en circulitos alrededor de él, y luego jugando con la puntita del índice dentro, entrando y saliendo. Todo le gustaba, y de todo disfrutaba. El profe maduro gozaba la cabalgata que la pendeja, que podía ser su hija, le estaba practicando. Chorreaba baba de su boca sobre mi nariz, a la que chupaba como si fuera una pija. Me olía el aliento y me hacía oler el suyo. Me la mordisqueaba sin dejar de subir y bajar con sus caderas, y, en cada subida, sacaba un poquito la cola afuera como incitándome a seguir jugando con su culo. Ya le metía y sacaba casi un dedo entero de adentro… ¡y qué hermosa la sensación cuando resbalaba suavemente dentro de esa cueva apretada y caliente! Esta mina estaba hecha para coger, y largaba tantos jugos que parecía que se meaba encima, No me hubiera importado si le pasaba. Al contrario, me enloquecía descontrolarla y tenerla disfrutando así encima mío. Mi pija caliente entrando y saliendo de su concha en cada envestida. Mis dedos jugando a entrar y salir de su cola al unísono con mi pija. Sus tetas, alternativamente en mi boca, que no dejaba de morderlas, chuparlas, exprimirlas.
Nati: ¡Ni siquiera el más pijón de mis compañeros de la nocturna, me había hecho sentir tan puta, tan bien cogida y deseada! Gracias al apretuje de sus manos, al brillo lujurioso de esos ojos que clamaban por más del fuego de mi vulva, a su voz grave y serena, aunque ahora repleta de jadeos, y a la forma que tenía de penetrarme, podía decir que, sin dudarlo, era el mejor polvo de mi vida. ¡Ahora, sería demasiado exigente con los que quieran culearme, de ahora en adelante! Pensaba en su leche regándome toda por dentro, y al bebé alimentándose de ella, y más le pedía que me acabe de una vez, mientras le marcaba mis uñas en su espalda. Pero, cuando estaba en lo mejor de sus ensartes, cuando nuestro sudor y los líquidos sexuales empezaban a salpicarnos con una obscena obsesión, sentí que un terremoto se apoderaba de mi clítoris. Por un momento creí que empezaba a hacerme pichí mientras esa pija experta seguía regalándome vanidades, sofocones y más bomba. Él pareció haberlo notado, porque empezó a reírse, diciéndome: ¡No me digas que te estás meando encima Ramírez! ¿A vos también habrá que cambiarte pañales en mi clase?
Yo me mordía los labios, sabiendo que un squirt violento y salvaje se apoderaba de mi cuerpo, y que un montón de temblores me hacían agua la boca. De repente, se me antojó tomarme su leche, y saborear su pija impregnada con mi esencia. De modo que, haciéndome la que padecía de un calambre, logré liberarme de su cuerpo en llamas, y en ese preciso instante me las arreglé para arrodillarme en el piso, encima del montículo de nuestra ropa en el suelo. Ahí sentí que la concha me goteaba de calentura, mientras él se acercaba a mi boca con su pija en la mano. Yo ya le sacaba la lengua, me chupaba algunos dedos y me escupía las tetas, sabiendo que de paso me babeaba toda la panza. Él me ponía una carita de morboso que me derretía. Por eso no tuve ni el mínimo cuidado en manotearle la verga y en llevármela a la boca. Ahí empecé a mamársela con más furia que en el pete anterior. Sentía que sus venas hinchadas se tensaban en el contacto de mi lengua, y que su glande me abría un poco más la garganta. Su sabor ahora era más asesino, libertino y profundo. Además, de vez en cuando la sacaba de mi boca para apretársela con mis tetas. A veces lo dejaba que él mismo se sirva de ellas para pajearse, mientras me decía: ¡Mirá cómo te cojo esas tetas nena, y cómo te brillan los ojitos! ¡Cuando nazca tu bebé, se va a tomar tu leche, y la que yo te voy a dejar en las gomas, por chancha! ¡Yo le voy a sacar las ganas de andar garchando en el baño!
Entonces, en el exacto momento en que me decía esas cosas, una punzada casi dolorosa empezó a paralizarme el clítoris. Por eso empecé a suplicarle: ¡Dele profe, deme toda esa leche en las tetas, ensúcieme las tetaaaaas, deleee, asíii, para que mi bebé lo vea cómo me regás las gomas con esa leche calentitaaaaa!
Eso determinó que las pulsaciones de mi profe se eleven hacia lo más alto de una cumbre imaginaria, en la que también habitaba el nuevo río de flujos que migraba de mi vagina. Yo me la palmoteaba y me colaba los dedos que podía, con toda la velocidad que había alcanzado. Mi profe, envalentonado y paciente, pero con todo su instinto animal a disposición, me cazó del pelo y me encajó su poronga en la boca para cogérmela unos segundos, hasta que su leche comenzó a explotar como una constelación de estrellas en mi garganta. ¡Nunca había visto que de una pija pudiera salir tanta leche! Al punto que, algunas gotas se me escaparon por la nariz, y como la boca se me rebalsó tan rápido, otros tantos huracanes seminales me bañaron las tetas, el pelo y la panza. Algo de todo eso llegué a tragarme, y otro poco, yo misma me lo escupí en las manos para mostrarle cómo me las pasaba por la cara, como si fuese una crema revitalizante para la piel, mientras él me miraba tratando de controlar a los sacudones de su cuerpo, parado sobre sus dos piernas como de papel. Además, en ese momento, también lo premié al dejarlo mirarme cómo volvía a acabarme, ahora mientras yo misma me frotaba el clítoris, aún arrodillada, y toda sucia con su leche. Fue tan rápido, que casi no llegaba a anunciárselo. De modo que, de inmediato las aguas de mi nuevo orgasmo comenzó a mojar toda la ropa sobre la que descansaban mis rodillas. Sus ojos parecían aplaudirme en silencio, y sus labios se abrían para decirme algo, y luego se cerraban, como imitando la forma de mis pezones, como si todavía los estuviese saboreando. Entonces, luego de unos segundos en los que todo lo que se oía eran nuestras respiraciones, empezamos a reírnos como tontos. No sabíamos qué pasaba por nuestras mentes, y acaso, aquello nos proponía algo de privacidad. Pero, el olor de nuestras hormonas, del sexo consumado, de su leche en mi piel, y de mis jugos por toda su cama y en la ropa, nos hacían arder bajo la mirada de una amenazante llama de lujuria renovada.
¡Bueno Ramírez, por ahí, en vez de llevarte a tu casa tan temprano, o de alcanzarte hasta donde me digas… quizás, sería bueno comer algo! ¿Qué opinás? ¡Acá al lado hay una panchería! ¡Y, si querés comer algo más sano, a media cuadra hay un lugar de comida vegetariana! ¡Yo bajo, y traigo lo que prefieras! ¡A mí, me da lo mismo!, decía mi profe, sentándose en la cama. De repente, una culpa insólita me obligó a vestirme, al menos con la remera que traía.
¡Profe, mejor me tomo un taxi! ¡Y, no se preocupe, que como algo en mi casa! ¡Además, mañana tengo que ir a la escuela, y no hice nada!, le dije, como para tratar de zafar de algo que no llegaba a entender de qué se trataba.
¡No seas sonsa Nati! ¡Lejos estoy de querer confundirte! ¡Esto, simplemente se dio! ¡Cuando te vi en el baño, con el pendejo dándote masa, y con las tetas llenas de leche, no sé qué me pasó! ¡Me volví loco! ¡Además, siempre tuve la fantasía de cogerme a una pendeja con el bombito! ¡Pero, el respeto ante todo! ¡No quiero que pienses que sólo quería cogerte! ¡Bueno, en algún punto, vos también quisiste! ¡Eso no me lo podés negar!, me dijo luego, haciéndome un cariño en el pelo. Todavía le veía la pija colgándole de la entrepierna, como una espada manchada de una guerra llena de gloria, y sentía que las tetas se me ponían duritas otra vez. Por eso, a la media hora, estábamos comiendo un pancho repleto de aderezos, en el balcón de su departamento, hablando de cualquier cosa. Él, ahora me tenía a upa, y en mi cola se advertían claramente las ganas de su pija de querer volver a anidarse entre mis piernas. Yo, sabiéndome toda sucia de leche, empezaba a fregarme una vez más contra su cuerpo, sin dejar de comer, apenas vestida con la remera, y la bombacha. Mañana habría tiempo para pensar en el futuro, la escuela, mi familia, las excusas, y todo lo demás. Fin
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