Norma obtuvo sin inconvenientes la credencial de vitalicia inamovible en un boliche sin mayores lujos, pero elegido por los adolescentes solo por lo barato de los tragos. Por alguna razón, pronto comenzó a llenarse de veteranas que se entusiasmaban con la carne fresca, y Norma fue la más reconocida en ese aspecto. Tiene 43, sale siempre sola, es divorciada y prefiere danzar al son de la cumbia y terminar la noche cabalgando a algún pendejito, o regalando petes detrás de los arbolitos, a enamorarse y asumir mayores compromisos.
Usa polleras por demás cortas para su edad aunque le queden increíbles, además de remeritas con escotes prominentes, medias de red y zapatos de tacos altos. La vieja es una zorra insaciable. Le fascina refregar el ojete en las carpas de los pendejos alzados del boliche. Los provoca y calienta porque sabe que tiene un culo soñado y unas tetas pequeñas, pero más que comestibles y deseadas. No tiene amigas casi, y la única que todavía conserva, vive quejándose de su comportamiento. Para colmo, Norma es súper descuidada con el pago de servicios, y Rebeca, su amiga, muchas veces adopta el rol de ser su agenda personal.
Una noche conoció a un rubio de veinte que la sedujo con un par de pellizcos en el culo. Pero nuestra petera incorregible notó que era virgen apenas lo sacó a la vereda mientras el boliche apagaba las luces, le comió la boca con cierto fastidio, ya que a su juicio el mocoso ni sabía besar, y le tatuó un fogoso chupón en el cuello. Entonces, cuando un par de personas empezaban a mirar la situación, ella se lo llevó al apartado repleto de árboles, que era su hábitat predilecto para sus vicios, donde finalmente le bajó el pantalón y lo peteó hasta dejarle el ganso como una pasa de uva, y en cuanto él la bañó con su espeso y candoroso semen repleto de juventud, ella le comió la boca otra vez, pero ahora para compartirle su lechita, mientras él suspiraba como un pollito mojado.
La noche siguiente se hizo la loca con dos hermanos de 18 y 22 años. eran conocidos en el ambiente por jugar al fútbol en el club del pueblo. Norma no paraba de mover las caderas mientras se tranzaba a uno, y al otro le manoteaba la pija con ganas. Solo que, en cuanto descubrió que al pibe se le empapaba todo el jean, decidió dejarlos con todas las ganas. Tal vez, algo le decía que podía meterse en problemas si continuaba seduciéndolos. Así que se dispuso a perseguir a un morocho con toda la pinta de rockero, al que nunca había visto en el lugar. Se le hizo la anfitriona convidándole tragos caros, ofreciéndole puchos y mordiendo sus labios para evidenciarle que le comía el bulto con la mirada. Hasta que comenzó a arrinconarlo, cerca del pasillo que conduce a los sanitarios, y cuando no pudo más se lo tranzó poniendo sus manos en la cola del pibe. éste le manoseó las gomas con violencia en el momento exacto que ella le gemía al oído entre lametazos y apoyadas.
La paciencia del morocho se derrumbó cuando la arrodilló en el piso de golpe, sin prevenirla siquiera. Se desabrochó los botones del pantalón y la obligó a mamársela, arrancándole el pelo y sobándole las tetas con una energía imposible de sostener. Norma se ahogaba y respiraba con dificultad. Pero no se rendía fácilmente, ni era su costumbre no tragarse el sacrificio de su boquita pintada de rojo pasión. El pibe le decía el nombre de alguna piba, le pedía que le muerda la pija y que le escupa los huevos. Esas palabras alertaron a los que estaban más cerca, y pronto se armó una ronda de curiosos a su alrededor. Así que, apenas él le volcó su coctel de semen ardiente en la boca, como a ella le hacía feliz, él la invitó a un telo para seguirla allí. Había que salir del circo mediático que se formó en un abrir y cerrar de ojos, aunque a ella mucho no le importaba. Pero la doña se conformó con el confortable auto de su padre, el que le robó sin permiso para levantarse a la minita que esa noche le diera pelota. Ahí nomás, en el asiento trasero Norma volvió a petearlo, le dio la concha y el culo casi hasta el amanecer. Cuando el pibe le confió que ese mismo día cumplía 18 se emocionó. Al punto que le pidió ir cerca del río, donde le devoró la pija como una pordiosera, disfrutando el gusto de sus agujeros en la piel peneana del lechero de turno, que sintió una angustia extraña cuando ella se bajó del auto, y sin saludar se perdía entre la gente. Desde lejos, sólo llegó a tirarle un beso con la mano. Ella sabía que podía enamorar al guacho que quisiera, y eso la hacía sentir un poco culpable a veces.
Regresó a su casa y se desplomó en su cama, con su aliento ácido por los licores y con olor a cigarrillo hasta en la tanga. Durmió cerca de 6 horas, y se despertó con malhumor, algunos dolores en el culo, y aturdida por un griterío constante, acompañado por la pelota del vecino, que en plena siesta no tuvo mejor ocurrencia que jugar un rato con sus amigos. Salió en ropa interior a pedirles que por favor no le peguen pelotazos a su pared lindera, porque se le partía la cabeza. Pero al ver a esos pendejos en cuero, en pantalones cortos y todos transpirados que la puteaban por corta mambo, le pidió al vecinito dueño de la pelota y la casa que de una vez por todas se acerque a su comedor para que la ayude a buscar un arito que se le perdió bajo un sillón. Era eso, o soportar un bardo familiar, ya que Norma tenía el teléfono de su padre, y no dudaría un segundo en acusarlo.
El pibe obedeció rezongando, y en cuanto atravesó la puerta ella lo empujó sobre el sofá y comenzó a tirarle la goma bruscamente, mientras lo reprendía por los insultos que éste le profirió, haciéndose el gallito bajo la protección de sus amigos. Ezequiel tenía una pija chiquita, pero Normita lo hacía gemir cuando le chupaba el culo y lo pajeaba, cuando se la mordía con calzoncillo y todo diciéndole que ama el juguito de los varoncitos en celo, cuando se inflaba las mejillas con su carne más y más tensa, o cada vez que sus juguitos preseminales saltaban como disparos de guerra. Tal vez ni él mismo supo que la señora se adueñó de tres lechitas mientras se lo devoraba, le restregaba las tetas en la cara, y le mordía los labios para hacerle sentir el deseo de sus entrañas. Entonces, luego de dejar exhausto y seco al pobre gurisito, le sacó un lechazo a cada uno de sus compañeros, que eran tres más. Recién entonces decidió darse un baño, comer un yogurt y enseguida salir a comprarse otras polleritas del mismo tamaño, y unas bombachitas cada vez más chiquitas para así prepararse a una nueva aventura nocturna.
Ya en el boliche se pidió un whisky, un atado de cigarrillos y un cuenco con aceitunas y queso, y comenzó a bailar efusiva, sabiéndose la reina de la sensualidad. Hasta que se le acercaron dos brasileños que andaban turisteando por la ciudad. El de la barra ya les había advertido que la vieja puta es una de las más sociable y copada del lugar, que solo tenían que invitarla a bailar, y capaz que se aseguraban una mamadita al menos.
Uno de ellos, Rodrigo, se le arrimó y le habló. Pero como ella no le entendía nada, solo le sonreía paseando su lengua por sus labios, mordiendo aceitunas con miradas ardientes, lamiéndose los dedos cada vez que se acercaba un quesito a la boca, y no paraba de mirarle la pija, intentando descifrar si era cierto aquello el mito de los negros y sus dotaciones descomunales. La mina quedó boquiabierta primero cuando se la manoteó por encima del bóxer tras bajarle la bragueta sin dificultades, y más tarde, cuando el tipo se la llevó a dar un paseo en su moto, porque el roce de su carne contra su culo perverso le desequilibraba el clítoris, ya que la mina iba sentada adelante, entre las piernas del moreno. Cuando llegaron a una plaza desolada, la bajó entre zamarreos, como con desprecio. Ató la moto a un poste de luz, se bajó el pantalón mientras le mordía las tetas por encima de su remera repleta de brillitos, y le introdujo sin más ese enorme pedazo de chocolate de verga repleto de presemen a temperatura ambiente hasta un poco más allá de su campanilla. Le cogió la garganta como si se tratara de la conchita más profunda de un bulo de mala muerte, y la toqueteó marcándole los dedos por donde quiso. Le decía cosas sucias, y de eso no cabían dudas, a pesar que ella seguía sin entenderle. Por momentos le sacaba la pija de la boca, y le cacheteaba la cara con ella teniéndola de sus rulos, y le pedía que le escupa los huevos. La acabada del negrito fue como la de un caballo, justo cuando las campanadas de la iglesia daban las 6 de la mañana, y el brasuca la regaba entera, asegurándose de que trague un poco. Le manchó desde el corpiño hasta las medias, y se fue silbando desafinado mientras Norma se quedaba dormida en el banco, por causas del fuego decrépito de un alcohol de cuarta irrumpiendo en sus neuronas. Le parecía escuchar música, y movía los pies. Sentía el pelo empapado, como si una lluvia imprevista se lo estuviese tiñendo de naturaleza y vida. No podía abrir los ojos, y ya no lo intentaba. Quería fumar un cigarrillo, pero no le quedaban fuerzas para mover una pestaña.
Al rato dormía momificada, con la pollera corrida, los tacos en el suelo y las piernas abiertas; lo que motivó a Lisandro y a Facundo, dos nenes de no más de 15 años que se habían rateado del colegio a detener su atención en ella, y contemplarla con una excitación inocultable. Se le acercaron. Facu le corrió la bombacha con una pizca de temor. Le pegó una olida a la parte que le coincide a la concha y sacó la pija afuera del pantalón para pajearse, totalmente desinhibido, entretanto Lisandro hacía pis hacia arriba por tener el pito parado, a sólo unos centímetros del banco donde descansaba Norma. El sol comenzaba a cegarlo todo, y los autos parecían multiplicarse por las calles, cuando ella despertó conmocionada, antes de que Facu le encaje su pija en la boca entreabierta. Pero se hizo la boluda para probar hasta dónde serían capaces de llegar. Examinó a los chicos, y se le hizo agua cada porción de su instinto de hembra. Se dejó manosear las tetas sin resistirse, y que le froten sus pijas en las piernas, la cara y hasta contra su pollera, donde Licha se limpió la puntita. Hasta que oyó que uno de ellos dijo, tan emocionado como intrigado: ¡Mansa calentura me agarré guacho! ¡Hay que violarla! ¿Y si la violamos? ¡Podemos llevarla a mi casa, que no hay nadie! ¡Teníamos que faltar a la escuela de verga! ¿Viste? ¡Te lo dije!
Ella se puso de pie como un huracán, luego de bostezar y de frotarse los ojos. Los arrinconó contra el banco y les hizo saltar todos los botones del guardapolvo, aprisionándolos con sus brazos fuertes para tranzárselos con todo, obligándolos a que se coman las bocas entre ellos también, con sus manos pegoteándose con el presemen y el sudor de esos genitales juveniles. Ahora, ninguno de los dos parecía capaz de pronunciar una palabra. Más bien, a Facundo se le escapaban gemiditos, y a Norma le fascinaba.
Finalmente, y antes de que los curiosos sospechen, los subió a un taxi con ella, sin preguntarles nada. Pronto entraron a los tropezones a su casa. Allí los desvistió con violencia, les dio de mamar de sus tetas un toque a cada uno, y volvió a pedirles que se besen. Enseguida, y sin darles tiempo ni para pensar, ató a Licha a una silla de piernas y brazos. También a Facundo, aunque a Este acostado sobre la mesa, y comenzó a ir y venir de una pija a la otra. El olor a bolas de los turritos pervertía a la mujer a instancias inimaginables, quien mientras los peteaba les fregaba sus slips sucios y manchados en la cara, les lamía el culo, les mordía las nalgas, les daba unos sopapos rabiosos, los insultaba y les pellizcaba las tetillas. Hasta que los desató y los llevó contra la pared de la cocina, donde se le hizo más sencillo agacharse para meterse las dos pijas juntitas en la boca. Al mismo tiempo, ellos debían intentar meterse un dedo en el culo, uno al otro. Por supuesto que lo hacían, envalentonados por la boquita caliente de esa mujer fatal, y ella misma se aseguraba de eso. Les escupía las manos para que tengan los dedos lubricados, y se atrevía a morderle las nalgas, marcándole los dientes con actitud. Los gemidos de gatitos miedosos de los púberes desquiciaban la lengua y la saliva de Norma, quien se quedó con ellos toda la mañana para dejarlos con la pija inutilizada de tanto acabar en su boca. Aunque se los cogió, una vez que los obligó a chuparse las pijas y el culo entre ellos. Ahí recién se dejó penetrar el culo y la concha con todo el salvajismo que esa mujer les inscribió en sus morales desarmadas, atribuladas y tan sucias como la piel de Norma.
Los nenes no se arrepintieron jamás de ratearse del colegio. El brasuca no creía que esa jovata la succionara mejor que una pendejita. El morocho sueña todos los días con que le vuelva a dar cabida, y los pendejos del boliche se pajean todas las noches pensando en lo morbosa y movediza que es la lengüita de Norma. Pero ella sigue buscando incansable al pendejo que se la coja mejor que su hijo, con el que lo hizo hasta que se puso de novio con un chico. Fin
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Seria interesanre saber la historia del hijobde Norma.
ResponderEliminarMuy buen relato.