"Otros ratones": Tom’s por Golosa


 

 

 

 

 

“Tom’s”, se podía leer en el cartel luminoso ubicado justo por encima de la pequeña entrada, las 23 hs. marcaba el reloj de mi auto. Me había estacionado enfrente, estaba nervioso, intentando darme ánimo para lo que quería hacer. Había leído sobre el local, era un bar gay muy cómodo y discreto, prácticamente el único que poseía cabinas “glory hole”, lo que más me intrigaba. En ellas, según sabía, había un asiento y unos agujeros donde otros hombres metían sus vergas para que uno las chupara; en las porno se veía super hot. “Es un cogedero”, rezaban algunos comentarios en los sitios gay de la web; “no lleven nada de valor en sus bolsillos”, advertían otros. Aun así, me carcomían las ganas de probar por mí mismo, podía ser que no experimentase la misma sensación que esas personas que habían dejado sus opiniones. 

     Apuré el último trago de la segunda lata de medio litro de cerveza y me animé a bajar del coche. Llegué a la puerta donde un fornido hombre me abrió discretamente una cortina. En un túnel oscuro, sólo llegué a distinguir la luz de la boletería, pagué y continué hacia el interior. Al final del pasadizo seguía un gran salón tímidamente iluminado, con una extensa barra de frente, numerosas mesas hacia el lado derecho y un espacio sin ninguna luz, el que se podía identificar como un reservado. Hacia la izquierda se localizaba un guardarropa, a su lado un pasillo que llevaba a los sanitarios y, a continuación, una entrada señalizada con otro letrero que indicaba el camino hacia los glory hole. Todo esto estaba armonizado por música electrónica a un volumen tolerable. La primera impresión fue sorpresiva, no había muchos concurrentes (era bastante temprano), pero entre esos pocos ya se podía divisar algunos en tangas muy sensuales y otros completamente desnudos. Eso me excitó.

     Me dirigí lo más disimuladamente posible hacia la barra, pudiendo sentir las libidinosas miradas sobre mi culo y mi bulto de algunos putos. Una vez allí le pedí al bartender mi trago preferido, gin-tonic. Pude ver, mientras bebía, como algunos recién llegados se desnudaban completamente frente al mostrador de la ropería, canjeando toda su vestimenta por un cartón numerado. Me hice el distraído por un rato, apreciando de paso algunas hermosas pijas, mientras esperaba el momento en el que el guardarropa estuviese despejado, me acerqué y me desvestí completamente, dejándome puesta solamente una femenina tanga que usaba para las ocasiones gay. Mi escasa experiencia en este tipo de lugares me había movido a llevar una pequeña riñonera que me abroché a la cintura y en la que guardé el número de mi percha y unos pocos pesos.

     No quería perder un segundo más, trago en mano y entangado, caminé muy afeminadamente hacia la cortina que llevaba a las cabinas glory hole. Allí había otro robusto muchacho que me miró de arriba abajo y abrió la cortina, tocándome el culo al pasar, como preparándome para lo que estaba por venir. Claro está que el corredor se encontraba alumbrado solo por tenues luminarias al ras del suelo, las cuales me permitieron ver que la mayoría de los cubículos estaban libres; a pesar de la música del salón, pude oír algunos gemidos que provenían seguramente de esas cabinas ya ocupadas. Hacía años que fantaseaba con visitar un lugar así, estaba extasiado cuando ingresé al habitáculo de madera alfombrado, que contaba con dos metros de ancho por tres de fondo aproximadamente, orificios a media altura de cada pared lateral y una silla entre ambos. Cerré la puerta, solo con pasador porque no contaba con cerrojo, y me apresuré a quitarme la riñonera y a bajarme la tanga, me senté. Ahí estaba por fin, completamente desnudo, con mi culo depiladoapoyado en la sillita, entregado a cualquier cosa que apareciera por los agujeros de las paredes. Guardé la tanga en la riñonera, la cual coloqué en el rincón más profundo del cubículo, en el suelo, y comencé a pajearme, estaba muy caliente. Me sobresalté cuando vibraron las delgadas paredes de madera al cerrarse la puerta del gabinete contiguo, el que se encontraba a mi derecha. Mi corazón empezó a latir rápidamente, podía advertir una presencia pared de por medio. Me asusté al ver un ojo que espiaba a través del orificio. Segundos después surgió del mismo un delicioso pene, grande, semierecto. Dudé unos segundos antes de iniciar la masturbación de ese miembro extraño, me estaba derritiendo de excitación. Me lo metí en la boca y lo felé con placer, mi fantasía se estaba haciendo realidad. Me encontraba tan hechizado por esa hermosa poronga en mi boca que no sentí una nueva presencia en el cubículo contrario. Como quién se sumerge en una mar de placer, me saqué la chota desconocida de la boca para respirar unos segundos; mientras la pajeaba me llevé la grata sorpresa de ver otra divina poronga en el agujero de la pared izquierda. Estaba mojado como una colegiala, con las piernas cerradas como si tuviese concha. No demoré un instante en masturbar ambos miembros a la vez y alternar mamadas a cada uno, me sentía una zorra y eso me ponía muy feliz.

De pronto, y para mi absoluta sorpresa, ambas pijas salieron casi simultáneamente de los hoyos. Sin que pudiera reaccionar, los dos chicos habían abierto la puerta de mi cabina, eran jovencitos y hermosos, de unos veinte añitos, uno moreno y el otro más bien caucásico, por lo que los voy a denominar a lo largo de mi relato “el morocho” y “el rubio”; obviamente que nunca me dijeron sus nombres ni me preguntaron el mío, no hubo tiempo para esos detalles. El rubio me extendió la mano, la tomé y me sacó rápidamente del cubículo. Transitamos el pasillo hacia el interior de la sala de glory hole, siempre conducido por la mano del rubio y con el morocho tomándome fuertemente de la cintura desde atrás, apoyándome su duro trozo, hasta un pequeño reservado en penumbras al final de las cabinas. Yo estaba como una nena inexperta, asustada pero dispuesta a todo. Ambos tomaron preservativos de un dispenser que apenas se distinguía en la pared, abrieron los paquetes y se los colocaron en sus penes. Casi a la fuerza me posicionaron con las manos afirmadas en una mesa alta, acomodaron mi culo, elevándolo, y embadurnaron mi ano con el lubricante incluido en el envoltorio de los forros. Pude distinguir en la oscuridad que se murmuraron al oído, como poniéndose de acuerdo, y fue entonces cuando el morocho me metió la pija y empezó a cogerme. Yo estaba algo confundido, pero me moría de placer, me sentía la putita que fantaseaba ser desde hacía mucho tiempo. Mientras el morocho me garchaba intensamente, el rubio se mantenía de pie, pajeándose frente a mí para que lo viera. Pasados unos cuantos minutos, que el deleite me impidió precisar, el joven moreno sacó su erecto pene de mi humanidad y, sin darme tiempo a incorporarme, le entregó la posta a su amigo, quien, clavando prácticamente sus uñas en mi cintura, me penetró profundamente e inició el movimiento. Mi pija estaba totalmente muerta por la estimulación prostática y se sacudía al ritmo que le imponíala energía de los insaciables jóvenes. Se turnaron para cogerme un largo rato, sacaban y metían sus vergas de mi complaciente culo, yo ni pensaba en resistirme. Lo estaba disfrutando, aunque no se los demostraba porque me daba algo de pudor revelar lo puta que me sentía. Durante el tiempo en el que estos nenes se aprovechaban de mi cola, surgió de la oscuridad un tercer muchacho que, por la forma en la que se saludaron con besos en los labios, los conocía muy bien. Algunas señas bastaron para que el rubio, que me estaba culeando, sacara la pija para dejarle su lugar a este nuevo miembro del grupo, el cual se colocó un preservativo y me la metió, terminando de hacerme sentir como una prostituta, si es que no lo había confirmado hasta ese momento.

     Pude notar que ninguno eyaculó, pero aun así se sacaron los forros, me incorporaron tomándome de cada uno de mis brazos y me encaminaron hacia la salida de los glory hole. Llegamos a la barra, el morocho se sentó en una de las banquetas altas y acomodó mi culo entre sus piernas, apoyándome la pija en mis nalgas y atravesando su brazo izquierdo en mi abdomen, como si no quisiera que me moviese. El rubio, por su parte, se paró frente a mí, masturbando su pene esporádicamente para mantenerlo parado. Ambos me lamían el cuello y los hombros, me apretaban las nalgas y la poronga, percibía que querían hacerme sentir como una nena abusada. Esto me agobiaba levemente, pero a la vez me calentaba. Reafirmé mi sospecha de que eran clientes habituales del lugar cuando el barman les habilitó tragos casi sin que lo pidieran. “¿Qué tomás putita?”, me preguntó el rubio, a lo que respondí sumisamente que quería otro gin-tonic. Tomamos sin que la pareja dejara de apoyarme sus sudorosos cuerpos, tanto por delante como por detrás, se los notaba insaciables. Jamás me preguntaron que me gustaba o que no, nunca iniciaron una conversación, estaba claro que solo me consideraban una especie de “juguete sexual” de la noche al que le iban a hacer todo lo que tuvieran ganas. No puedo mentir, tenía un sentimiento ambiguo, entre inquietud y excitación extrema. Podía notar que mi pene chorreaba semen que llegaba hasta el suelo.

     Por un momento sentí un intenso deseo de orinar. Les dije a mis “perpetradores” que necesitaba ir al baño y me lo permitieron. Caminé desnudo hasta el toilette, entré y en este me encontré con un hombre corpulento que solo estaba de pie, sin nada de ropa al igual que yo, en el centro del cuarto. Me miró, lo miré tímidamente y me apresuré al orinal para descargar el abundante gin-tonic que tenía en la vejiga. El hombre se me acercó por detrás y, mientras orinaba, me apoyó su pequeño pene en mi culo, pude sentir su prominente abdomen en mi espalda. “¡¿No se puede ni mear tranquilo en este lugar?!, pensé. Terminé de hacer mi necesidad, me di vuelta y permití que el tipo me manoseara un poco. Me lo saqué de encima y salí.

     Como una adolescente entregada, volví a los brazos de mis jóvenes “abusadores”, en el fondo quería más, me intrigaba saber en qué iba a terminar todo eso. Apuraron sus tragos, me volvieron a tomar, esta vez de la cintura, uno de cada lado, y me condujeron al oscuro reservado ubicado en el extremo derecho del salón. Atravesamos una pista que ya se encontraba repleta de hombres, algunos apretaban mis nalgas y otros me tocaban la pija mientras caminábamos. Una vez en la penumbra total del apartado, amueblado con mullidos sillones, comenzó la verdadera acción. Se puede decir que estos chicos prácticamente me violaron, aunque nunca me resistí a nada de lo que me hicieron. Me posicionaron en “perrito” sobre un largo sofá, se colocaron los condones, y mientras uno me cogía por el culo, el otro me metía su dura verga en la boca, intensa y duramente. Intercambiaron varias veces la posición durante un largo tiempo. De pronto, el rubio me incorporó violentamente de un brazo, el morocho se recostó y ambos me obligaron a montarle la pija a este último. Para mi absoluta sorpresa, el rubio me empujó sobre su amigo y también me penetró desde atrás. Grité, era la primera vez que tenía dos pijas en mi culo al mismo tiempo. Bramaba, al borde de las lágrimas, pero ellos continuaron haciéndome esa doble penetración anal, gimiendo aún más de placer al ver que me dolía.

     Por fin sacaron sus gruesas porongas, aliviándome el dolor. El morocho me tomó de los pelos y me susurró: “¿nunca habías tenido dos pijas en tu culito, putita?”. No pude contestar, todavía me estaba recuperando. Por primera vez en la noche, ambos me abrazaron amorosamente, me dieron besos de lengua mientras me acariciaban el culo y la pija. Una vez que me vieron más tranquilo, el rubio me llevó suavemente hacia abajo, me arrodillé. Me dieron sus pijas en la boca y se las mamé complacido. Comenzaron entonces a pajearse frente a mi rostro y, casi sin poder percatarme de lo que iba a pasar, acabaron abundantemente juntos en mi cara, dejando en ella una máscara de semen caliente que me dejó boquiabierto.

     El morocho y el rubio se besaron, me sonrieron y se perdieron en la pista de baile, entre la muchedumbre, sin siquiera saludarme, dejándome arrodillado en la oscuridad, totalmente confundido, con mi cara chorreando leche. Pasados unos minutos miré a mí alrededor, me incorporé y prácticamente corrí hacia el baño, haciéndome camino a los empujones. Me apresuré a lavarme y, mientras lo hacía, recordé que la calentura me había hecho abandonar totalmente la riñonera en la cabina del glory hole. Desesperadamente me dirigí al cubículo, entré sin que me importase nada; había un chico chupando una pija que salía de uno de los agujeros, ni se percató de mi presencia. Revisé y, ¡ahí estaba la riñonera! Feliz, reclamé mis pertenencias en el guardarropa, me apuré a vestirme y me encaminé hacia la calle con la cabeza gacha. Llegué a casa y, aunque confundido, me hice varias pajas bajo la ducha.

“Tom’s”, se podía leer en el cartel luminoso ubicado justo por encima de la pequeña entrada, las 23 hs. marcaba el reloj de mi auto. Una semana después la putita vuelve por más…    Fin

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