Tía buena onda

 

Para mí es un gran orgullo, una caricia para el alma y un cantar a la vida lo que sucedió con mis tres sobrinos. No cualquiera, a los 46 años, tiene la posibilidad de jugar con tres hermosos varones, en distintos momentos de una pandemia que, si por mí fuera, que no se vaya nunca. ¡Y mucho menos, me hubiese imaginado que una mujer como yo, pudiera enseñarle algo a esos mocosos! Para mi mejor regocijo personal, los tres, eran total y absolutamente vírgenes. Bueno, de Maurito no había duda. Ahora tiene 16 años. Al pobre no le queda ni un lugar para un grano más en la cara, habla todo el día de fútbol y del culo de Sol Pérez, a quien defiende con uñas y dientes en cualquier debate familiar. Además, yo me di cuenta que, cada vez que mi hija Natalia, o sea, su prima, se le sienta al lado, o lo mira mucho tiempo, o le menciona el hecho de tener alguna noviecita, el tonto se sonroja, y por lo general la insulta para que cambie de tema. De modo que con él, todo fue muy sencillo. Aclaro que, en ninguno de los tres sucesos, yo tenía la expectativa en la mira, ni los planeé, ni los esperaba, ni los puse alguna vez en el tapete de mis fantasías. A pesar que varias veces soñé que le mostraba las tetas a Luciano, el otro de mis sobrinos en cuestión. Una vez, amanecí totalmente perturbada, gracias a un sueño deshonesto que me condujo a la pieza de Mauro. En esa realidad delirante, él era pequeño. No tendría más de 8 años. Yo entré y me dispuse a cambiarle el pañal, porque según mi hermana se había meado encima. Pero de pronto, ni bien terminaba de quitárselo, totalmente impoluto, su pitito de nene se convertía en una pija enorme, colorada, venosa y tan dura como las patas de la cama. Recuerdo que me la llevé a la boca, y en el preciso instante en que comenzaba a succionársela con una sed desconsolada, el puto despertador sonó, repleto de sarcasmos y reproches. ¿Por qué había soñado semejante ridiculez? ¿Y, cómo podía ser que amaneciera con la bombacha a unos centímetros de las rodillas, y con mis propios dedos en la boca? ¿Mi marido lo habría notado? ¡Nooooo, no te engañes Anita! ¡Ese, hace rato que no te toca ni por error! ¿Por qué se volvería un romántico de la noche a la mañana? ¡Seguro se fue a laburar, y no reparó en la humedad de la sábana! ¿Cómo podía mojarme así? ¿Y si se me escapó algún gemidito?

¡Ana, venite esta tarde a tomar unos matecitos! ¡Estoy aburrida como un hongo, y con esto del Covid, ya no sé qué mirar! ¡Y Netflix no puedo ver, porque, Mauro está a full con las cosas de la escuela!, me dijo mi hermana Carina en un SMS de Whatsapp. La verdad es que hacía 5 meses que no nos veíamos, y compartía su sentimiento de angustia con todo mi corazón. Así que, me vestí como si fuese a salir al shopping, con una calza negra que se ajustaba a mis tobillos, unas panchitas altas, una remera bastante sugerente, diría mi madre, color mostaza y con algunos brillitos en el pecho, y un corpiño de esos que apenas te sostienen las lolas. Siempre me gustó que los tipos me miren en la calle. Aunque, con tantas restricciones, no sabía a cuántos me encontraría en el camino. Tenía que caminar 8 cuadras hasta la casa de Carina. De pasadas, compré unas facturas. La cajera me miró re mal porque no me había tapado la nariz con el tedioso barbijo. Pero, el chico que me armó el paquetito de tortitas negras, se perdió un ratito admirando mis senos. Yo, me reí como una tonta, y le guiñé un ojo. No sabía bien qué me pasaba, pero andaba media alborotada. ¿De esto se tratará la menopausia?

Carina apareció enseguida, ni bien llamé a su puerta, hecha una ama de casa, entre arruinada por el paso del tiempo, y agotada por las actividades cotidianas. Tenía la casa impecable. Me dijo que había cambiado muchas veces los muebles de lugar, y que lo mismo hizo con libros, masetas, estantes y otros adornos. Se quejó porque ya no le quedaban recetas para cocinar, y se sentía decepcionada por eso. Yo le dije que por suerte Nati come cualquier porquería, y que como mi marido almuerza en el trabajo, me la hace más fácil. Ella sonrió al fin, me piropeó la remera con brillitos, y nos pusimos a tomar unos mates. Hablamos de Nati, de las ganas que tiene de estar sexualmente con alguien, y de su nivel de toxicidad cuando le gusta un chico. Después de la chanta de su vecina curandera, de lo churro que está el sodero que reparte en el otro barrio, y de lo paranoica que está la gente con esto del confinamiento, la desinfección y los protocolos. Me dijo que su marido estaba en lo de su madre, y que su hijo más chico andaba rabiando con un trabajo virtual para el colegio. Como me puso cara rara cuando le pregunté por Mauro, decidí que lo mejor era hablar de otra cosa. Pero, luego de otros mates, y de abordar algunos chismes familiares, ella me soltó: ¡No sé qué tiene Ani! ¡Desde que empezó la pandemia, no sale de su pieza, más que para ir al baño, comer, y nada más! ¡Decí que al menos se baña! ¡Tengo miedo que esta mierda le pegue para el culo, y que se vuelva más insociable que antes!

¡Tranquila mujer! ¡No te olvides que es un adolescente, y que ellos, suelen encerrarse! ¡Necesita su privacidad! ¡Ya vas a ver que se le pasa!, le dije a modo de consuelo, sin mostrarle preocupaciones. Y, de repente, manoteé una factura de dulce de leche del plato que había en la mesa, me levanté de la silla y le dije: ¡Dame un segundo, que ya vengo! ¡Te voy a demostrar que no va a poder resistirse a una de estas! ¡Son riquísimas!

Ella me miró desconcertada, pero al fin se rió de mi ocurrencia, mientras me deseaba suerte. Yo, a esa altura tocaba la puerta de la habitación de Mauro con los nudillos.

¡Abrí Maurito, que la tía te trajo una sorpresa! ¡Dale, y no te pongas en modo Anti, que te vas a arrepentir!, le decía, recordando el lenguaje de mi hija, y sin que pueda explicármelo, también el sueño que había tenido con él.

¡Ta abierto tía! ¡Pasá!, dijo la voz de mi sobrino desde adentro, y rápidamente comprobé que al bajar el picaporte, estaba abierto. Él, echado en su cama, en bóxer, con una remera verde, unos auriculares en los oídos, y un celular en la mano.

¡Qué me trajiste tía?, me dijo casi sin mirarme, una vez que le devolví la privacidad.

¡Primero, hola tía, tanto tiempo! ¿Cómo estás? ¿No te parece? ¡Hace mucho que no los visito!, le dije, y entonces lo vi sonreír con incomodidad. Me acerqué a su cama, y gracias a los rayos del sol que iluminaban su ventana, descubrí que su pene estaba latiendo bajo su bóxer, cambiando lentamente de forma. ¿Le habría interrumpido alguna pajita?

¡Tomá, te traje una facturita! ¡Es de dulce de leche! ¿No eran tus favoritas?, le dije, y empecé a acercarle la puntita a los labios, mientras él intentaba esconder su celular.

¡Dale nene, comé, abrí la boquita! ¡No seas tímido!, le decía, tratando de acertarle a la boca, después de la cuarta vez que me dijo que no tenía hambre. Aparte, el guacho se movía evitándome.

¡Si no te la comés, me voy a enojar Maurito! ¡Dale, y contame qué estabas haciendo! ¿Por qué no querés salir de la pieza? ¿Te encerrás a mirar videítos de chicas haciendo chanchadas? ¿Te gusta escucharlas gemir? ¿Por eso te ponés auriculares, nenito tramposo? ¿Eeeeh? ¿Y no querés que tu mami te vea con el pito parado? ¡Acordate que, aparte de ser tu tía, soy madre, y sé de esas cosas! ¡A mí no me podés engañar, pendejito cochino!, le decía ahora, haciéndole cosquillas con las dos manos, mientras él se devoraba la factura que había quedado entre sus labios. Ahora se reía medio atragantado, se retorcía por el impacto del recorrido de mis dedos por sus puntos débiles, y ni le importó que se le cayera el celular al suelo.

¡Naaah tía, yo no miro esas cosas!, me decía, sabiendo que no le creía un carajo. De hecho, casi me arranca un brazo cuando al fin logré alcanzar su celular para descubrir lo que veía. Allí se reproducía un video de una chica con dos pijas en la boca, evidentemente al borde de quedarse con sus lechitas, por la forma en la que gesticulaban los morenos.

¡Aaaah, claaaaro, y yo me chupo el dedo! ¡Mirá! ¡Chicas con pitos en la boca! ¿Eso te gusta? ¿Ver a una chica con un pito en la boca? ¿Chanchito?, le decía ahora, obligándolo a ver la pantalla de su celu, mientras, impulsada por el fuego que reinaba en mi interior, empezaba a masajearle el abdomen, a sobarle las tetillas y a tocarle la cara. Maurito se dejaba, y su cuerpo se estremecía. Aunque se había quedado mudo. Entonces, reparé en que no se fijaba en la pantalla tanto como en el inicio de mis tetas, cada vez más cerca de su rostro. Yo, de reojo, observaba que el pito se le paraba con toda su arrogancia, y que un trocito de su glande le levantaba un poquito el elástico del bóxer.

¡Dale Maurito, contame si te gusta eso! ¿Te gustaría que una chica de la escuela se meta tu pito en la boca? ¿O, ya te lo hicieron, y querés volver a experimentarlo? ¡Vos ya tenés 16, y hoy las pibas, están que las tocás y te abren las piernitas!, le decía, acercándole las tetas a la cara. Y de repente, sucedió. Una de sus manos se zafó de debajo de su almohada, donde había logrado esconder su celular luego de quitármelo, y me rozó una teta. Me pidió disculpas, pero ya era tarde para mi sed femenina.

¿Te gustan las tetas de tu tía? ¿O te gustan más las de tu primita nene?, le dije, ahora pegándole las tetas a su rostro, sintiendo su respiración caliente y acelerada en la piel. Una de mis manos ya verificaba la dureza de su pene, acariciándolo suavemente, de arriba hacia abajo sobre la tela húmeda de su bóxer. El mismo calor de su estado le calentaba todo el cuerpo, y mi fiebre no parecía quedarse atrás. Sus piernas se abrían lentamente, y sus risitas fueron convirtiéndose en suspiros a medida que mi toqueteo en su pija lo conducía a tocarme las tetas con la punta de su nariz.

¿Ninguna nena te dijo que tenés una pija re linda? ¡Seguro que hacen cola para salir con vos! ¡Mirá si tu primita llegase a encontrarse con esto! ¡Creo que, hasta buscaría la forma de chupártela a escondidas!, le decía, totalmente irreflexiva, abrazándole todo el tronco con mi mano, corriéndole cada vez más el calzoncillo para admirar el rojo intenso de su glande, empapado de sus juguitos. ¡Me moría de ganas de sentarme arriba de esa verga y de comérmela toda por el culo! Pero Mauro seguía sin hablar. Y para mi mayor sorpresa, Carina me gritó desde la cocina: ¿Anaaaa, no te esfuerces tanto en sacarlo de ese claustro! ¡Yo sé lo que te digo! ¡Voy a darle una mano a Mateo con unas cuentas! ¿Pongo la pava para otros matecitos?

¡No seas así con el nene! ¡Sí Cari, obvio, poné el agua, que ya voy, apenas terminemos de charlar! ¡Todo lo que este pibito necesita es un poco de paciencia!, le grité yo, mientras Mauro me miraba asombrado, y yo le agarraba la pija con las dos manos para menearla, apretarla, rozarle la base con las uñas y bajarle el cuero un poquito, para enardecerme con ese capullo tierno mientras él me manoseaba las tetas, y decía: ¡Mi vieja me tiene podrido! ¡Lo único que le importa, es que haga las compras a todos lados, porque ella no quiere contagiarse, y toda esa mierda!

¡Shhh, vos relajadito nene, que está todo bien! ¡Ahora, lo único que importa es esto! ¿No pensás lo mismo?, le dije con uno de mis dedos en sus labios, y apretándole el pito en una especie de pajita lenta. Algo me decía que si llegaba a apurarme un poquito, iba a terminar con la mano llena de semen. Entonces, a partir de allí, me dirigí directamente a su pubis, donde primero le toqué el glande con la punta de mi lengua. Después me rocé los labios con esa cabecita hinchada, y me emocioné con su olor fresco a machito caliente, dispuesto y cargado. Le di unos chuponcitos en el escroto y le bajé por completo el bóxer para besuquearle las piernas. Ahí empezó a suspirar como si el mundo estuviese girando en la órbita de su pene. entonces, le lamí todo el tronco, dejándole albores de saliva hasta en el ombligo, y le recorrí cada centímetro de sus piernas poco trabajadas con los dientes, mientras ahora lo pajeaba escupiéndome las manos para generarle un mayor confort. Él seguía embobado con mis tetas. Así que, en un movimiento rápido me levanté la remera, y las liberé de la presión de mi corpiño. Abrió los ojos como un tonto cuando salieron despedidas, y gimió porque, en ese momento le presioné el glande con dos dedos.

¿Qué pasa Mauri? ¿Te está por salir la lechita? ¿Querés que mis tetas te toquen el pito? ¿En serio no tenés novia? ¿Y no te encamaste con ninguna nena?, le decía, moviendo mis tetas a nada de su cara. Él me las olía, intentando llegar con su lengua para lamerlas. Ahí fue que empecé a intensificar la paja que mi mano derecha le regalaba sin limitarse, y él empezó a contraer las piernas, a doblar las rodillas, en clara señal que se acercaba el final. Entonces, me detuve en seco, y le di unos tetazos en la cara. Él me dijo algo así como: ¡Qué perra que estás tía!, y yo le solté la pija por completo. Me acerqué a su oído, y después de mordisquearle la oreja le dije: ¿Querés que te la chupe, y terminemos con esto? ¡No puede ser que una cosita como vos, todavía sea virgen! ¡Eso sí, después de esto, vas a querer bocas, y más bocas en tu pito! ¡Yo, si vos guardás el secreto, no tengo problemas en sacarte la leche, cuando quieras!

Mauro balbuceó algo como: ¡Síiii tía, sí quiero esooo, porfi, y te guardo todo lo que digas! Y, eso me bastó para primero frotarle la pija con mis tetas desnudas, y luego para atrapar ese pedazo de músculo nuevamente repleto de mi saliva en mi boca. ¡El estruendo de mis jugos en mi bombacha fue inmediato, ni bien me la llevé hasta la garganta por primera vez! Lo escuché jadear, y entonces se la rocé con los dientes, subiendo desde la base de su tronco hasta llegar al glande, y volví a bajar, ya sin los dientes, repitiendo esto unas cuantas veces. Después me la saqué de la boca, se la escupí, y volví a mamarla, pero ahora solo me ocupaba de succionarle el glande. Pronto me dispuse a lamerle el escroto una vez más, y hasta me metí sus huevos calientes y gordos de leche en la boca, mientras volvía a presionarle la pija hacia arriba con dos dedos, para apropiarme de todo su presemen. ¡Era delicioso porque estaba dulce, y cada vez más espeso! Y entonces, cuando volví a introducírmela en la boca, lo escuché lloriquear algo como: ¡No puedo más tíaaa, te acaboooo!, y una explosión de lechita caliente me colapsó los sentidos, salpicándome desde la cara hasta las gomas, haciendo que una buena parte se anide en mi garganta, y otra suculenta porción se acumule en toda mi boca para saborearla con todas mis ganas, mientras intentaba mirarlo a los ojos, ya que él los tenía entrecerrados a causa del disfrute que lo hechizaba. Me mordí los labios, sorbiendo cada resto de su sabor, todavía con sus aromas en la nariz, y aproveché a limpiarle la puntita del pito, que ahora volvía a mutar poco a poco al de un nene normal con mis tetas, antes de acomodarme el corpiño nuevamente, y luego la remera.

¡Me voy a tener que bañar ni bien llegue a casa, antes que tu prima se dé cuenta que tengo la lechita de su primito en las gomas! ¡Por ahí, le gusta tanto como a mí, y se anima a esconderse con vos a mirar chanchadas! ¿Vos qué decís? ¿Te gustó lo que te hizo la tía? ¿Sigue en pie nuestro trato?, le dije al oído, unos segundos antes de escuchar la voz de mi hermana. el agua ya estaba caliente, y a mi bombacha no le cabía una gota de flujo más. Así que, antes de sentarme con ella para reanudar nuestra charla, pasé por el baño, donde no pude evitar masturbarme como una cerda, oliendo mis dedos impregnados de la sabia de mi sobrino, las gotitas de semen que me quedaron en las tetas bajo mi corpiño, sabiendo que lo que había hecho era una absoluta locura. ¡Pero necesitaba más!

Con Luciano, el hijo de mi hermano Andrés, fue en la fiesta de Navidad. Todos vinieron a mi casa. se decidió eso porque, por suerte tengo una casa grande, y con esto de preservar el espacio y toda la zaraza, mi marido y yo aceptamos que sea así. De modo que, Carolina con su marido, Mateo y Mauro llegaron a las 3 de la tarde, dispuestos a ayudarme con la decoración. Todavía me ardía la sangre cada vez que estaba cerquita de Mauro, y más cuando le veía el pito abultándole ese shortcito rojo que traía. Diego y mi cuñada llegaron con Luciano y Lorena como a las 6. Ellos eran los encargados de las bebidas, el hielo y de algunas frutas para preparar las dichosas ensaladas con alcohol. Cuando saludé a Luciano, me sentí atraída por su perfume, y por lo grande de sus manos, las que deslizó por mi espalda descubierta y sudada, gracias al trajín de la organización de la fiesta. Incluso, el muy atrevido llegó con ellas hasta mis nalgas. Supuse que sólo fue un accidente, y no le di más vueltas. Además, todavía quedaba mucho por hacer. Al rato llegaron mis padres, el papá de mi marido, el novio de Lorena, y mi hermana Delfina. Sus hijos la pasaban con su padre, o sea, su ex marido, y eso la tenía medio bajoneada. Pero, a la segunda copita de vino blanco, ya no se acordaba de las penas, ni del coronavirus, ni de pelearse con mi mamá por cualquier pavada. Digamos que, Delfi es la contra de la familia en el tema que sea. Pero casi nadie le lleva el apunte.

La cosa es que, después del brindis, algunas bengalas que conseguimos, de los regalos sorpresa que nos hicimos entre todos, y de comer algunas cositas dulces, Andrés puso música, y todo el mundo a bailotear. Yo, salí disparada a la pista. Estábamos tan alegres de volver a compartir una fiesta todos untos, que parecía no importarnos la distancia social. Cuando las vacunas lleguen, llegarán, repetía una y otra vez mi viejo, con toda la razón del mundo, y todos brindábamos con él cada vez que lo mencionaba. Bailé un rato con Carolina, otro poco con Mateo, que me hizo caso porque le prometí regalarle una caja de bombones para él solo, y con Andrés. En un momento, vi que Lorena y su novia se pegaban una flor de chapada medios escondidos entre unas cortinas, y me excité. Para colmo, el pibe la tenía bien pegadita al bulto, y ella parecía querer treparse por sus hombros. Era obvio que le estaba fregoneando la chucha en la verga.

En eso, justo cuando me empinaba una copa de sidra, Luciano me invita a bailar, y yo no me niego en absoluto. Creo que era una cumbia de alguno de los rochitos de moda. Pero, me paralizaba el solo hecho de tenerlo cerca. Además, a pesar de tener 17 años, estaba espaldón, con unas piernas firmes y rudas, y unos músculos impresionantes, ya que le daba duro al gimnasio y al jockey. Lo cierto es que, varias veces, haciéndose el boludo, me rozaba una teta, o movía la copa de sidra que tenía para salpicarme la remerita turquesa que llevaba, o buscaba pegarse a mí. Para colmo, Andrés no tuvo mejor idea que sugerir un trencito entre todos, por toda la casa, al ritmo de un tema de Rodrigo. Participaron todos. ¡Hasta mis viejos! Incluso, mi papá era la locomotora. Por eso, por momentos íbamos un poco lentos. Yo iba detrás de Delfina, y atrás mío, cada vez más pegado bailaba Luciano. Creo que tras él, iban Lorena y su novio. Todos bebíamos, cantábamos y seguíamos con toda la energía, chocándonos con lo que se nos cruzara, sin parar de bailar. Pero de repente, el trencito se disolvió, y estallaron nuevos descorches de botellas. Luciano se me despegó, y yo me serví una nueva copa de vino. Entonces, se me ocurrió mirar hacia la cocina, y otra vez Lorena se comía al novio. ¿Tan calientes podían estar? ¿Y vos Anita? ¿Tanto te calienta el mocoso de tu sobrino? ¡Qué hermoso estirón pegó el guacho! ¿Por qué no averiguás por dónde anda? ¡Por ahí, él también está dispuesto a guardarte un secreto! Me atormentaba mi mente, mientras Carina me hablaba, y Mauro, que ahora me parecía un nenito, me convidaba un budín con chispas de chocolate. De igual forma, él no paraba de mirarme las tetas. Recuerdo que, en un momento, mientras bailaba con él, me hice la tonta y le rocé el pito. Más tarde, le di unos besitos en la boca, y en medio de ese besuqueo, le prometí hacerlo debutar con todas las de la ley, Cosa que por el momento no sucede.

Entonces, cayeron Gustavo y Rosa, una pareja que vive al lado de casa. Ambos íntimos amigos de mi marido. Más brindis, saludos, puteadas al gobierno y desfile de copas. En eso, escuché que Mateo no encontraba una botella de vino que su padre le había pedido que traiga de la bodeguita. Así que yo fui a auxiliarlo. Una vez que el niño salió con la botella, me pareció raro no ver a Luciano entre los pibes, ni sentado en la vereda con su celular. Pensaba en servirme un cuenco con ensalada de frutas, cuando lo escuché entrar a la cocina.

¡Tía, estabas acá! ¡Perdón, soy malísimo bailando!, dijo, riéndose con la suficiencia de un pendejo que sabe que está buenísimo, pero que se hace el guapo.

¿Quién te dijo que sos malo bailando? ¡Más de una chica se debe morir por bailar con vos en el boliche!, le dije, y mi comentario lo intimidó un poco. Además, yo no podía controlar demasiado a mi lengua, como siempre me pasa que me tomo unos tragos demás. Así que, no me importó llevar las cosas más allá. ¡Si pasaba, pasaba!

¡Aparte, vos sabés que sos lindo! ¡No me digas que no! ¡Seguro sos de esos que suben fotitos a Instagram, que se arregla el pelito, usa ropita fachera, y se hace el langa con las chicas! ¡Yo no nací ayer! ¿Sabés? ¡Nati siempre me muestra algunos estados tuyos!, le dije, aunque, esto último no era del todo cierto. Aún así, él se sorprendió.

¡Naaah tía, na que ver… yo no soy así! ¡Bueno, por ahí, viste que a las pibas, hoy les gustan los Youtubers, o los que hacen deporte! ¡Yo siempre digo que tengo novias por todos lados! ¡Pero… bueno, la posta es que… ya fue tía, mejor me voy a tomar una sidrita! ¿Vos querés?, me dijo, buscando la manera de huir de su propio encierro.

¡La posta es que, seguro no estuviste con ninguna chica todavía! ¿Me equivoco? ¡Séeeeee, es cierto! ¡Sos virgen pendejo! ¿Te vendiste solito!, le dije, viendo cómo se le caía toda esa máscara de canchero, convirtiéndolo en un chiquito en pañales, colorado de vergüenza y sin palabras por decir.

¿Sí tía, yo ya tuve novia y todo! ¿Quién te dijo que yo no hice nada? ¿Aparte, cómo sabés? ¡Igual, no da que hablemos esto nosotros, me parece!, dijo, cuando yo no lo veía porque me estaba sirviendo ensalada, solo para hacer algo con las manos.

¡Dale Lu, no me engañes, que no soy tonta! ¡Con tu novia, seguro no pasaste de besitos, tocaditas, lengüita, abracitos y apoyaditas! ¡Aunque, es obvio que si le apoyaste ese paquete en el culo se tiene que haber re mojado esa chiquita! ¿De quién me hablás vos? ¿De la coloradita que iba con vos a guitarra? ¡Se te re nota que todavía, no te sacaste las ganas Luli! ¡Pero, tampoco eso es un pecado!, le dije, acercándome a su cara, una vez que desistió de volver al patio con los demás. Afuera se reían de un chiste negro de mi marido, o de Andrés, que son expertos en esos menesteres. Así que, como él no decía nada, proseguí.

¡Yo te aseguro que vos tenés todas las ganas de ponerla! ¡Lo sentí mientras bailábamos! ¡Especialmente en el trencito! ¡Me la re apoyaste en la cola! ¡Y la tenías muuuy dura como para tener ganas de hacer pis, nada más!, le dije, a una distancia ínfima de su oído. Le temblaron los párpados, y casi se le cayó la copita de sidra que se había servido. Entonces, yo tomé algunos sorbos, y le acerqué mi boca a la suya. No hubo más que hacer. De inmediato nuestros labios se juntaron, y yo me lo empecé a comer con todo mi repertorio, pasándole la lengua desde la nariz al mentón para después volver a hundirla en su boca, estirando su lengua con mis labios, y dejándolo que él haga lo mismo con su lengua. Eso hizo que mi cuerpo ceda ante tantas pulsiones internas. De modo que me senté sobre sus piernas ni bien él lo hizo en la única silla que quedaba en la cocina, y empecé a frotarle el culo en la pija.

¿Viste que te dije que la tenías durita chiquito? ¿Y esa coloradita, te la chupó? ¿O al menos, te la pajeó un ratito? ¿Y, vos, no le metiste deditos en la conchita? ¡No me digas que te perdiste esa maravilla! ¿Y, qué pasó? ¿Ya no salen más? ¿Sabés por qué? ¡Yo creo que se fue a buscar un pito para su boquita!, le decía, mientras lo asfixiaba con mis tetas, totalmente afuera de mi blusa, y no paraba de frotarme contra su pene. ahora lo escuchaba respirar entre asustado y conmovido, diciéndome: ¡Tía, no podemos hacer esto… porque... aunque, tenés terribles gomas!

¿Ah sí? ¿Te gustan mis gomas? ¡Entonces, mordelas pendejo cochino! ¡Mordele las tetas a la tía, que ella te va a sacar las ganitas!, le decía, manoteándole el pedazo por encima de su jean, metiéndome algunos de sus dedos en la boca, y al fin sintiendo que sus dientes rasgaban mi corpiño violeta. Me encantaba saberme en riesgo. ¡Cualquiera que entrara a la cocina, podía vernos! ¡La Navidad se iría al carajo! ¡Pero todo valía la pena!

De repente, no lo soporté. Me levanté de sus piernas, le abrí el cierre del jean y le desprendí el botón, le olí el calzoncillo y escurrí mi lengua por entre los costados de la tela para lamerle el pito. Ese solo contacto bastó para que se le estire aún más, y para que mis manos resuelvan sacarlo por completo. Le di unos besitos en el glande, le pedí que se siente en la puntita de la silla para que pueda notar la verdadera dimensión de esa pija súper parada, y me la metí en la boca, hasta donde me entró. ¡Por lo menos tenía unos 19 centímetros de pija, ese guacho arrogante! Pero, rápidamente me la saqué para llenársela de baba, y luego me dispuse a hacerle la paja. Fue bien ruidosa, ágil, a un tiempo constante, mientras él me manoseaba las tetas, y me pellizcaba los costaditos por mis propias solicitudes.

¡Dale, levantate nene! ¡Vamos a la cama! ¡Hoy quiero todo esto en mi concha! ¡Así que, a partir de ahora, te vas a hacer el borrachito, y yo te voy a disculpar ante la familia! ¿Te parece?, le dije al oído, sin dejar de apretarle la verga, mientras nos dirigíamos a la pieza de Natalia. ¡No podía cometer semejante acto en mi cama matrimonial! Pero, de repente, todas las explicaciones se sucedieron al instante. Mi madre entró a la cocina buscándome. Así que yo misma me ocupé de hablar con ella. Le dije que Luciano se sentía un poco mareado, y que yo le ofrecí la cama de Natalia para que se recueste y se recupere. Le dije que buscaba una pastilla para darle, que iba al baño y volvía a la fiesta.

¡Decile a todos que yo me ocupo! ¡Y, si Nati dice algo, recordale que la que le está pagando el viaje de egresados, soy yo!, le dije sonriéndole a mi madre, y en cuanto la vi perderse de vista, entré a la pieza de Nati, donde Luciano estaba sentado en la cama, tocándose la pija al aire.

¿Qué pasó? ¿Te querías pajear solito?, le dije, mientras vislumbraba que sobre la cama de Nati, a los pies, había una bombacha rosadita.

¡Uuuuy, mirá lo que me encontré acá! ¿Una bombacha de tu prima! ¿De estas usaba esa coloradita? ¿O usaba de estas, que se pierden en la cola?, le decía, mostrándole cómo yo misma me subía la pollera para que vea mi colaless negra, totalmente devorada por mis nalgas.

¿Ahora Entendés por qué sentía tanto la dureza de esta pija hermosa?, le dije, haciéndole oler la bombacha de mi hija. Ignoraba si estaba limpita o usada. Pero, me calentó hacer eso. Ni bien me bajé la pollera, él se levantó, y yo volví a sentarlo en la cama. Me arrodillé para petearlo unos segundos. Pero el calor infernal que me sofocaba el clítoris me pedía un poco de solidaridad. Así que, de golpe le puse la mano en el pecho para que todo su cuerpo bien trabajado forme parte de la cama, me subí la pollera, le escupí la pija una vez más, y me trepé a sus piernas para empezar a fregarle la concha en la pija, sin correrme la bombacha.

¿Te gusta esto pendejo? ¿Querés conchita? ¿La concha que esa nena no te dio? ¿Querés coger? ¡Dale, pedimeló! ¡Pedime que te coja guachito! ¡Yo no te voy a dejar con la pija dura bebé!, empecé a decirle, mientras me palmoteaba la concha, forcejeaba para bajarle el pantalón hasta los pies, y luego volvía a frotarme toda sobre él. También le restregué mis tetas en la cara, sin quitarme el corpiño, y apenas lo escuché decir: ¿Te la quiero meter toda tía, porque estás re perra!, mi pelvis solita elaboró un movimiento sísmico, luego de frotarse un ratito más, y de un solo temblor sin preanuncios, sentí cómo esa poronga tiesa se deslizó con violencia hasta el tope de mi canal. De hecho, gemí bastante fuerte cuando sentí ese primer sacudón. Luego, empecé a saltarle, a danzar de un costado al otro, de arriba hacia abajo, y a privarlo por momentos del calor de mi concha para luego volver a incendiarle la pija, una vez que regresaba a mi oscuridad de mujer. Yo le saltaba cada vez más rápido, diciéndole: ¡Cogé así pendejo, cogeme, dale, o te cojo yo, virgencito de mamá, así chiquito, dame vergaaa, dame más pitoooo, quiero pijaaaaa!

De repente sentí que se había ganado el derecho de comerme las tetas desnudas. Por lo que mi corpiño salió despedido mientras su pija seguía conquistando terreno, y yo dominando sus ansias de querer acabar.

¿Sabías que me estás cogiendo sin forros? ¿Querés largarla toda adentro? ¿Querés darme la lechita ahora, pendejito engreído? ¡Dale, comeme las gomas, mordelas bien mordidas bebote!, le decía, sintiendo cómo nuestros pubis se resbalaban por la euforia de la cogida. Hasta que, de repente, sus manos se aferraron a mi culo, sus caderas comenzaron a tensarse, su pubis a querer saltar cada vez más alto, y su pija a ensancharse un poco más. Sabía que se venía su descarga seminal, y esa noche quería dormir al lado de mi marido, con toda la lechita de ese nene adentro de mí. Así que se lo pedí, sin ninguna atadura.

¡Acabá pendejo, dale, largala toda, acabame todo eso adentroooo, asíiii, cogeme con esa pija rica que tenés, dale nenitooooo!, le inscribían mis palabras, mi aliento y mis pasiones en el oído, mientras él me marcaba sus dientes en las tetas. Y, entonces, luego de un último terremoto, sentí una explosión conocida. ¡El nenito había debutado con mi conchita, y me había regalado esa lechita caliente, solo a mí!

¡Ya te hiciste hombrecito Luli! ¿Estás contento?, le decía, mientras me ponía el corpiño, y le prometía que, si no se lo contaba a nadie, podíamos volver a coger. Obviamente, él debió simular que se recuperaba en la cama de mi hija, mientras yo volvía a la fiesta. Recuerdo que, al otro día, encontré aquella bombachita rosada en el cesto de la ropa sucia, toda pegoteada con semen. ¡Evidentemente fue el chancho de Luciano!

Tomás es el hijo de Ricardo, el hermano de mi marido, y de Silvia. Es un pibe de 15 años, bastante traga en el colegio, de buena reputación, y caprichoso por ser el hijo único Típico de padres grandes. Tiene todo lo que quiere. Resulta que, durante este verano, se vino a pasar unos días a casa, porque sus padres necesitaban algo así como una segunda luna de miel, ya que al parecer no andaban muy bien las cosas entre ellos. Mi marido no quiso saber nada, porque no quería cargarme de trabajo. Pero, yo le aseguré que para mí es un gusto tenerlo en casa. así que no le quedó otra que aceptar. Los primeros tres días estuvo todo bien. Digamos que, yo con él casi no podía abordar temas de conversación que le llamen la atención, porque se la pasaba estudiando, o hablando de fórmulas químicas, físicas, matemáticas y biológicas. Su padre quiere que sea médico, a como dé lugar. Lo peor de todo, o mejor dicho, lo único que me jodía un poco, era que tenía que prepararle comidita saludable. De eso sí que no tenía ni la más remota idea. Sin embargo, traté de esforzarme un poco, y otro tanto, me las ingenié para comprarle hamburguesas de soja, milanesas de lenteja y zanahoria, o cosas que tuviesen pescado, además de comprarle huevos, frutas, y lácteos. Y de repente, una tarde, mientras yo colgaba unos toallones al sol para que se sequen, apareció Natalia, con un gesto de conmoción en el rostro.

¡Mami, Tomás se re zarpó conmigo! ¡Estábamos jugando en la compu, al Fifa, y, yo estoy segurísima que, a propósito tiró el joystick! ¡No quería levantarlo! ¡Entonces, yo me agaché y lo levanté! ¡Pero, mientras estaba agachada, me tocó el culo, y me dijo que tengo mansa burrita!, declaró al fin, sin que yo le pregunte una sola palabra.

¿Y vos qué hiciste?, llegué a tartamudear.

¡Nada ma, quise darle una cachetada, pero él se levantó, y se fue al baño! ¡Es un tarado! ¿Hablá con alguno de los tíos, para que no vuelva a esta casa!, me dijo entonces, ofuscada y determinante. Pero, de pronto, se quedó paralizada, por un momento, como si en su cabeza se estuviese librando una batalla.

¡Bueno ma, igual si no tiene a donde ir, de última, o yo me voy a lo de Valen, o bueno, hacemos un pacto de silencio, hasta que se vaya!, dijo entonces, tal vez sopesando que ninguno de sus primos se lo fumaba demasiado al pobre Tomi. De golpe, vi que Natalia tenía una pollera híper cortita, y que una tanguita celeste era todo lo que separaba a su intimidad del aire del mundo. Aaah, Valentina es su mejor amiga.

¡Nati, ni vos tenés que irte de tu propia casa, ni él se va a ningún lado! ¡Yo voy a arreglar las cosas con él! ¡Siempre estuve convencida que a ese nene le falta alguien que le hable en serio, que lo haga caer de ese mundo de perfección que tiene! ¡Vos no te preocupes! ¡Y no hables de esto con tu padre, que yo me ocupo!, le dije, con toda la serenidad de la que fui capaz. Pero ella, abrió los ojos, se los frotó por el sol, sacudió su melena larga, y dijo, intentando hablarme en susurros: ¡Bueno ma, igual… no sé qué onda! ¡O sea, no es sólo su culpa! ¡Yo, Bueno, creo que tenemos que hablar nosotras! ¡Creo que, yo lo estoy provocando también! ¡No te enojes ma! ¡Pero, nada… es, como un poco difícil no mirar cómo se le pone el pito cuando me ve la cola! ¡Bueno, y también te mira las tetas! ¡Perdón ma, pero yo lo vi, y no estoy loca! ¡Por ahí, a vos te va a parecer eso, que estoy re flasheada con eso de tener sexo, y, bueno, lo que hablamos muchas veces! ¡Sí, ya sé! ¡Necesito un psicólogo urgente! ¿No?

Yo terminé de colgar el último toallón, y la abracé para aliviarle un poco esa especie de culpa, angustia o confusión, sin dejar de pensar en la verga de Tomás, latiendo adentro de su bóxer por la cola de mi hija… ¡Y encima, según ella, también por mis gomas! ¿Miralo vos al retraído?

Mientras le acariciaba la espalda como si fuese una gatita con miedo, olía su perfume, y con él las hormonas que le revoloteaban en la piel. Era obvio que se había excitado con su primo. ¿Podía culparla por eso? Creo que, por esa razón, de repente le dije, sin pensarlo: ¡Tranquila hija, que, si todo sale bien, y, si los dos están de acuerdo… Y, si no te parece una locura, bueno… por ahí, pueden hacer chanchadas, ¡juntitos! ¡Nadie tiene por qué saberlo! ¡Dejame que hable con él, y a lo mejor, en un ratito te traigo noticias! ¡Y vos, no necesitás un psicólogo! ¡Solo, tenés que tener un poquito de paciencia hija!

Natalia me miró entre horrorizada y sonriente. No se despegaba de mi abrazo, pero parecía tener urgencias por escaparse.

¿Qué? ¡Ma, no te entiendo! ¿Vos decís que… nosotros… ¿Cómo?, empezó a impacientarse.

¡Shhh, vos, confiá en mami! ¡Voy a hablar con ese chancho! ¡Si podés, mientras tanto, poné a lavar tus sábanas! ¡Y después, andá a tu pieza!, le ordené, luego de darle un chirlito en la cola, de separarme de su calor y de sonreírle. Entonces, entré a la casa con un objetivo claro en la mente: encontrar a mi sobrino. No estaba en el baño, ni en el living, ni en el escritorio. ¡Estaba cantado que entró al cuarto de invitados, para descansar, o para tocarse a solas! Así que golpeé su puerta dos veces, y esperé. Nada. Volví a llamar, esta vez mientras le decía que había vibrado un celular en la mesa, y que por ahí era el suyo. Recién ahí me habló desde adentro para decirme que justamente ahora estaba enviando un SMS.

¡Bueno Tomi, igual, necesito que me abras! ¡Tengo que contarte algo importante! ¡Y no puede esperar a mañana! ¡Y mucho menos a que llegue tu tío del trabajo!, lo apuré, sembrándole toda la intriga. Como era de esperarse, Tomás abrió, aunque con toda la pachorra.

¿Puedo pasar?, le dije, sacudiendo el pelo y levantándome las gomas con las manos para que los ojitos se le desencajen, como seguro Nati se los había observado tantas veces. Noté que tenía la remera mojada en el escote, y eso hizo que mis pezones se marquen con mayor definición.

¡Y, sí, ya estás adentro tía!, dijo, con una mueca de risa en los labios. Parecía torpe, frágil y medio colgado, como si se hubiese fumado un porro. Pero él no tenía esos hábitos.

¡Mirá pendejo, no voy a dar vueltas! ¿Qué pasó con Nati? ¡Me dijo que le tocaste el culo, y que le dijiste algunas cosas, un poco fuera de lugar! ¡Quiero una explicación!, le solté ni bien cerré la puerta, para asegurarme que se sienta acorralado. Sus gestos de chiquilín arrogante se esfumaron, y en su lugar apareció una incomodidad que se hacía evidente hasta en el movimiento de sus manos. No articuló palabra. Suspiró, y miró para otro lado.

¡Te hice una pregunta Tomás! ¡Vos sabés que, de todos tus tíos, nosotros, y principalmente yo, soy la que más te banca! ¡Y que Natalia debe ser la única de tus primas que te da bola!, le dije, acercándome cada vez más a él para intimidarlo, ya que, entretanto iba liberando paulatinamente mis tetas de la remera. Él, retrocedía hasta su cama,  como si allí encontrara respuestas. En su frente comenzaban a aparecer líneas de un sudor nervioso, y eso significaba que poco a poco caía en mis redes.

¡No pasó nada tía! ¡Es que, ella… pero fue sin querer! ¡Le pedí disculpas y todo!, empezó a defenderse, respirando con cierto alboroto.

¿Y? ¿Qué más? ¡Supongo que, te calentó verle la colita desnuda, por debajo de la pollerita! ¿No? ¿Y por eso se la tocaste? ¡Sos un pillo bárbaro vos! ¿Y pensaste que se iba a quedar calladita? ¿O que no me lo iba a contar? ¡Aaah, también me dijo que me andás mirando las tetas! ¿Es verdad? ¡Quiero escucharlo de tu propia boca, pendejito asqueroso!, le iba diciendo, a medida que dejaba ante sus ojos incrédulos la desnudez de mis tetas, toda para ellos. Tomás volvió a guardar silencio, y esta Fez fue más hermético que el anterior. Pero, como un acto involuntario de sus necesidades humanas, se pasó la mano por el pene, como avergonzado, o incómodo, o demasiado expuesto.

¡Mmmm, por lo que veo, ya se te despertó el pitito! ¿Es por la cola de Nati? ¿O por lo que estás viendo ahora? ¡Es cierto entonces lo que me contó Nati, eso de que, me mirás las tetas!, le dije, ahora acercándole mis pezones duros como dos aceitunas a la cara. Sentí su respiración insuficiente contra mi piel, y tuve ganas de tirarlo en la cama para darlo vueltas como a una media. Pero, de pronto, el atrevido presionó mi espalda contra su rostro, con unas manos que aparecieron desde una templanza que hasta entonces no lo cualificaba, y se metió uno de mis pezones en la boca para chupármelo. No era un experto en absoluto. Su boca era una ventosa que hacía más ruidos que otra cosa, y su lengua estaba tan caliente, que por un momento pensé que podía tener fiebre.

¡Así pendejito, chupale las tetas a la tía, mordeme las gomas pendejito de porquería! ¡Al final, sos un calentón, como todos los varones! ¡Seguro viniste a tu pieza para pajearte como un loquito! ¿No? ¡Pensando en entrarle a la Nati! ¡Eso, porque seguramente, todavía no te encamaste con una chica!, le dije, acompañando cada frase con un gemidito, respirándole cerquita del oído para que se encienda aún más. De inmediato supe que había dado en el blanco. Dejó de chupetearme el pezón, y refunfuñó algo que no le entendí.

¡Aaaah, me parece que adiviné! ¿No cierto? ¡Sos virgen pendejito! ¡Mucho estudio, y pocas nenas!, le dije, y enseguida lo empujé para acostarlo de una en la cama. Fue todo tan rápido, que no sé cómo pasó, ni qué fue primero. Recuerdo que le revoleé las zapatillas al carajo, que le arranqué la remera al punto que se la rompí, y que me le tiré encima para besuquearle el pecho, morderle las tetillas y rozarle el cuello con los dientes. Enseguida di con el paquete que se le marcaba en la bermuda, y empecé a frotárselo, sobarlo con dos dedos y luego con toda la mano, y a sentir el calor de sus huevos, mientras le pasaba la lengua por los labios, la cara y el mentón. Aproveché a mordérselo, y a succionarle uno de los labios.

¡No mi amor! ¡No te voy a comer la boquita, aunque me re caliente hacerlo! ¡Sos mi sobrino, y eso está mal!, le decía pronto, al tiempo que le quitaba la bermuda y el bóxer con vehemencia. Sé que manoteé el bóxer para olerlo, y que enseguida lo noté húmedo, con la frescura evidente de una acabada tan reciente como el fuego que le quemaba la piel. Entonces, me hinqué sobre su cuerpo, le escupí la pija totalmente al descubierto, con un glande tan hinchado como ferviente, y la atrapé entre mis labios gruesos. Se le escapó algo así como: ¡Aaaaaay, síiii, comémela todaaaaa! Eso me inspiró a saboreársela con todo mi repertorio. Parecía que nunca había chupado una pija. Lo claro es que, mi saliva se disputaba la piel de ese escroto hirviendo y la de su tronco tenso, y mi olfato deliraba con el fuerte aroma de su esencia de nene inexperto. Su pija no era como la de Luciano, y mucho menos como la de Maurito. Ésta era más gruesa, con mayor cantidad de venas rodeándole la base, y mucho más cabezona. Razón por la que, no me animaba a llevarla toda hasta mi garganta. Incluso sus huevos eran más grandes, y su escroto tenía un color más pálido que el de los otros.

¡Dale tía, metétela toda en la boca, que no puedo más! Murmuró con una voz tan monocorde como la luminosidad del atardecer que nos envolvía.

¡Uuupaaa! ¿Qué pasa bebé? ¿Estás muuuy calentito? ¿Y no podés más?, le decía, tomando su pija entre mis manos para pegarme con ella en la boca, dejando caer gotas de saliva sobre su cabecita, en la que se acumulaban espesas brumas de líquidos seminales.

¡Por lo que noté, ya te habías acabado en el calzoncillo, chancho! ¿No te da vergüenza? ¡Se te escapó la lechita por la cola de tu prima? ¿O por las tetas de tu tía?, le decía, ahora soplándole los huevos, subiéndole la pielcita de la verga para tentar a su orgasmo, besándole de vez en cuando cualquier porción de sus piernas, abdomen o pija, y llenándome los pulmones con su olor a verano inconcluso. Hasta que no pude más, y junté la dureza de mis pezones a su pene. Fue muy excitante escuchar y sentir esas frotadas en mis entrañas, cada sonido del hueco de mis tetas, sus juguitos mezclándose con los restos de saliva que yo misma me había encargado de obsequiarle, y sus gemiditos, esperando que todo termine.

¿Cuántas pajas te hiciste hoy nene? ¡Contestame, o no hay más tetita para esta pija hermosa!, le decía, tratando de controlar mis propios gemidos, apretando las piernas para contener un poco más a mis jugos desbordantes.

¡Dos nomás tía! ¡Y fue por tus tetas!, alcanzó a gimotear, mientras yo le estiraba el cuero de la pija hacia abajo para lamerle el glande. ¡Eso lo estremecía como loco! Finalmente, después de meterme un par de veces esa poronga hermosa hasta la garganta, de deleitarlo con mis arcadas y atracones, de soplársela para ver cómo se le erizaba hasta el vello más minúsculo del pubis, y de lengüetearle las bolas, me bajé el pantalón y la bombacha con una desesperación que no me cabía en las muñecas.

¡Dale guacho, pegame en el culo!, le pedí, acercándole mis nalgas al pecho, medio que subiéndome a la cama. Él, ni lerdo ni perezoso, desató una lluvia de chirlos y sobadas a mi cola, además de estirarse un poco para manosearme las tetas. Entonces, poco a poco me iba moviendo hasta su pubis, donde primero le agarré la pija para tocarme las nalgas con la puntita. Luego, le fregué todo el culo en la pija, las piernas, los huevos, el abdomen y el pecho. Y cuando sus gemidos parecían alterarle el sistema nervioso, empecé a dar saltitos con mi culo contra su dureza, la que ya me salpicaba con sus juguitos. Él se retorcía, repitiéndome que no aguantaba más. Así que, me las ingenié para agarrarle el pito y acomodarlo en la puertita de mi concha, ahora, yo casi sentada mirándolo a la cara, para facilitarle lo que, imaginé que sería una cogida monumental. Pero, el chiquitín tenía problemas para meterla. Parecía que buscaba hacerme otro orificio en cualquier lado de mi vulva. De modo que yo misma me apoderé de su carne tiesa, y empecé a moverme una vez que me entró toda. Gemí cuando descubrí que en ese solo ensarte me había llegado casi hasta el tope de mi canal. Empecé a dar saltitos, a moverme de arriba hacia abajo, a gemirle despacito y a pedirle que me agarre las tetas. Yo me aferraba a su culo para traerlo más hacia mí, para que me la clave con mayores fundamentos, le lamía el cuello y le hablaba de la cola de mi hija.

¡A mí me encantaría que le muerdas la colita, que se la nalguees toda, que se la chupes, la huelas entera, y que se la pellizques! ¡Porque, mi nena se porta bien, pero, todavía no le conoce la cara a Dios! ¿Me Entendés lo que te digo? ¡Ella anda calentita, como vos! ¡Pero, esto es un secreto! ¿Sabés, pajerito chancho? ¿Me prometés que no vas a decir nada de todo esto, ni de lo que te estoy contando? ¿Guachito de mierda? ¡Asíiii, sentime toda nene… qué rica pija tenés bebote… dame todo, asíiii, cogeme toda nenitoooo!, me escuchaba decirle, sin parar de babearle el pecho, los hombros y la cara. Él repetía todo el tiempo: ¡Sí tía, te la doy toda… te cojo toda… y el culo de la Nati, está que se parte esa guacha!

De repente, yo misma logré darnos vuelta, para que ahora ese pendejo se mueva sobre mí, para que me devore las tetas y moldee mi cuerpo como se le antoje. Pero, no podía olvidarme que no tenía demasiada experiencia, por no decir, ninguna. Aún así, cuando le dio ritmo a sus caderas, no paró de bombearme, de mecerse, gemir, hamacarse, erguir el pecho para tomar aire y más impulso, y de arremeter cada vez con mayor violencia contra mi pubis. Hasta que, empezó a babear en medio de un jadeo extraño, apretando los ojos y los dientes, mientras articulaba algo como: ¡Tomáaaa tíaaaa, la lecheeeee, te la largoooooo!

De inmediato noté que su glande se convertía en un lanzallamas infernal, y que su pija se quedaba inmóvil, pero que sus venas parecían ensancharse con desenfreno, mientras mi clítoris palpitaba de emoción. No podía explicarme cómo llegué a tener tres orgasmos con este pendejo sin barba, ni muchas aptitudes para la tarea. Pero, la pija divina que portaba, parecía ser suficiente, por más que todo el trabajo lo hubiese hecho yo. A medida que sus disparos de semen golpeaban mis paredes vaginales, sus jadeos se hacían más suaves, y entonces éramos conscientes del sudor que nos empapaba hasta el apellido.

¿Te gustó pendejito? ¿Eeeh? ¡Ahora, ya sabés lo que tenés que hacer con la chica que te guste! ¡Aunque, obviamente, tenés que ponerte un forrito en esa pija! ¿Me escuchaste?, le decía, mientras su cuerpo pegoteado caía entre derrotado y agradecido sobre el mío. Su pene abandonaba poco a poco el refugio de mi vulva, y algo similar a un temor inaudito le palpitaba en las sienes. No me contestó lo que le pregunté, ni las cosas que le dije luego. Tuve que ayudarlo a levantarse, secarle un poco la transpiración, y ponerle al menos el bóxer. En ese momento, mientras lo vestía aproveché para asegurarme el futuro sexual por un largo tiempo.

¡Escuchame Tomi, Esto, como te dije antes, tiene que ser un secreto! ¿Estamos? ¡Yo puedo enseñarte muchas cosas! ¡Y, teniendo en cuenta los días que corren, es bueno que sea yo, antes que alguna loquita cualquiera! ¡Hay muchas cosas que aprender, y yo sé que te morís de ganas por aprenderlas! ¡Por ejemplo, yo te puedo enseñar a ponerte un forro! ¡Pero, me tenés que prometer que no vas a hablar con nadie de esto! ¡Si estamos de acuerdo, siempre que tengas ganitas de jugar conmigo, podés hacerlo! ¿Qué te parece?, le planteé finalmente, mientras yo misma me ponía la bombacha y el pantalón. También había que enseñarle ciertos valores, como la caballerosidad.

Cuando salí de la pieza, procurando no levantar sospechas, me encontré a Natalia, con los ojos llenos de una especie de felicidad mezclada con terror. Estaba igual que como la vi en el patio. Así que, yo misma le abrí la puerta del cuarto de Tomi, que se había quedado en bóxer echado en la cama. Le levanté la pollerita, le acaricié las nalguitas para que Tomi la vea completamente, y le dije al oído: ¡Pórtense bien, y háganse felices! ¡Pero, por hoy, solo besitos, tocaditas, chupones, y nada más! ¡No dejes que te la meta por ahora! ¿Sí? ¡No me gustaría ser abuela tan temprano!    Fin

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