Escrito Junto a la Gatita Bostera
Agustín: ¡Ninguna chica me para la pija como lo hace la perra de mi hermana! ahora tiene 21, sigue sin novio, aunque tuvo un par, y es bastante risueña. Eso me mata de ella. Siempre huele rico, y cuando llega el veranito, empieza a mostrarse por la casa con sus típicos vestiditos sueltos y finos. Mami, cuando se da cuenta la caga a pedos, por no ponerse corpiño. Pero, siempre termina cediendo ante los pucheritos compradores de Bianca, y la deja ser.
¡Sí, tenés razón hija! ¡Los únicos dos hombres de esta casa, son tu familia! ¡No tengo por qué pensar nada raro de eso, y vos podés andar sin corpiño si querés!, terminaba diciéndole mi madre. Y mi hermana sonreía aún más. Siempre buscaba mi complicidad para que yo me ría con ella. Encima, tiene unos ojitos verdes de infarto, y está teñida de un colorado que le queda de puta madre, casi como si fuese natural. Entre nosotros, siempre estuvo la mejor. Ella, para mis 16 me regaló un par de botines para jugar al fútbol, una caja de alfajores Habana, y una cuenta Premium en Pornhub. Ella sabía que yo veía porno desde mis 14 años, y que poner el codificado en casa sería una locura. Yo no sabía cómo agradecérselo. ¡Si supiera que, a los 12 años esperaba que salga de bañarse para buscar sus bombachas! La primera vez que di con una, apenas la toqué con la mano, la pija se me puso como una víbora caprichosa. La vi colgada de la canilla de la ducha, y no se me ocurrió peor idea que acercármela a la nariz. ¡ ! Ahí descubrí por primera vez a qué olía una mujer. Ella, quizás ya tenía relaciones sexuales, y yo recién arrancaba a pajearme. Me acuerdo que el corazón me zumbaba como viento en los oídos, y que mientras apretaba esa tanguita negra contra mi nariz, me ensuciaba la mano derecha con mi lechita medio aguada en ese momento. Con el tiempo, empecé a meterme en su pieza, ni bien salía de cambiarse, recién llegada de la escuela. Ahí le presté atención a sus corpiños, y a sus calcitas. ¡Me podía la emoción cuando descubría que la bombachita que recién se había sacado, estaba húmeda, o con olorcito a pis, o que la calcita tenía algún agujerito pequeño en la cola! me la imaginaba en la escuela, chuponeándose con algún pibe en el baño, o haciendo gimnasia con sus amiguis, y entonces recordaba las siestas que a veces dormíamos en la casa de campo de los abuelos.
Bianca: ¡Necesitaba una pija! Pero no cualquier pija. Para ser específica, necesitaba la de ese pendejo de 17 años radiantes que se paseaba por la casa, provocándome con ese bulto tentador cuando se levantaba de la siesta, o salía de bañarse. Ni se preocupaba por disimularlo. Me imaginaba saboreando su lechita, después de habérsela peteado con todas mis ganas, mientras él se recuperaba de su orgasmo, revoleado en el sillón, mordiéndose la boquita y apretando los ojos, como no creyendo en lo que acababa de suceder. Pensaba en que mami también podía mirarle de reojo el pito parado, y me daban unos celos terribles. Me cagaba de risa cuando mi viejo le hacía toda una introducción para hablarle de la sexualidad. ¡Si supiera que el guachito se pajeaba desde que tenía 12 años! sí, yo lo supe, a lo mejor desde sus primeros intentos. Y fue porque misteriosamente algunas de mis bombachas desaparecían, y de pronto surgían de la nada. Una tarde me metí a su cuarto sin pedirle permiso, solo para buscar el cargador de mi notebook, y descubrí que bajo su almohada escondía mi tanguita blanca. ¡Hacía meses que no la veía! La recordaba porque tenía un dije plateado en uno de los costados, y porque me la había regalado mi mejor amiga. Fue la primera tanguita que tuve. Cuando desapareció, no le di mucha bola. Pero, al encontrarla allí, ni siquiera sé por qué lo hice. Simplemente me fue inevitable no entrar en calor cuando mi nariz resolvió olerla. Tenía una corazonada, y no me equivocaba. Lo detecté enseguida. ¡Tenía el olor de la lechita de ese guacho pajero! Sin pensarlo, ni retroceder, empecé a pajearme como una cerda en la oscuridad de su pieza, parada, con el culo apoyado en un mueble, acariciándome el clítoris con ganas, y deseando que en cualquier momento entre por esa puerta, y me vea. Entonces, me arrodillé para ver si me encontraba con otra tanguita mía debajo de su cama, y seguí pajeándome en esa posición. Estaba tan mojada con el solo hecho de saber que Agustín se pajeaba con mis bombachas, que ya me lo imaginaba entrando a su pieza, todo transpiradito, luego de jugar un partidito de fútbol con los pibes del barrio. Quería atraparlo, que me vea para enseñarle a ese cochino que eso no se hace, y que hay mejores cosas que hacer con un pito, mientras de rodillas recibía los ensartes de tres dedos habilidosos en mi conchita, y con la otra mano me drogaba con los restos de su semen en mi tanguita. Pero, cuando realmente las descargas de mi orgasmo se hicieron difíciles de sostener, fue cuando lo imaginé solito en su cama, enredándose mi tanga en el pito. Entonces, acabé cuando le pasé la lengua en las manchas recientes, y pensé que tal vez, él me la había ensuciado antes de irse al colegio. ¡Uuuuuf! Entonces, cuando mi sangre volvía a fluir con normalidad en mis venas, pensé que ese pendejo, sin saberlo, me había regalado un orgasmo más digno y sabroso que el pibe con el que salía en ese tiempo. ¡Y eso que con él cogíamos seguido! ¿Cómo podía pasarme eso? ¡Mi hermano, era un nene! ¡Sí, un nene que anda oliendo tus bombachas! Mi consciencia no me dejaba tranquila. Pero algo en mí se había roto, o quizás reparado para siempre.
Desde ese momento, empecé a dejar mis bombachitas por ahí, imaginándome su carita al encontrarlas. Las dejaba en el sillón, o en la mochila del baño, o en alguno de los banquitos que tenemos en el patio. Después me hacía la boluda, argumentando que tuve que cambiarme a las apuradas, y que no la llegué a guardar, y listo. También empecé a comprarme bombachas con distintos diseños, con encajes, estampados y colores. A esas las dejaba bien a la vista en mi pieza, para que cuando él entrara no se resistiera a mirarlas. Algunas veces, me paseaba por la casa en corpiño, generalmente en verano, antes de la hora de la cena. ¡Si me habré comido retos de la vieja, o miradas de reprobación de mi viejo! Pero yo siempre terminaba convenciéndolos, diciendo que somos de la misma sangre, y que nada podría pasar porque somos hermanos. Al finalizar mi discurso, siempre tiraba una frase sonriente, algo como: “¿O no hermanito?” Ahí lo miraba, y casi siempre lo sorprendía mirándome las tetas. Sus ojitos celestes brillaban como el cielo cuando lo invitaba a seguirme la corriente, y se ruborizaba cuando me oía, o si yo le sacaba la lengua para molestarlo. Solía preguntarme cómo serían esos ojitos si, alguna vez lo tentara a pajearse sobre mis tetas. Quizás, el mismo rubor que le vi cuando le regalé la cuenta Premium, la que todavía conserva. La picardía en su mirada me hizo pensar que si a sus 14 años ya cogía, debía hacerlo bien duro, con rudeza, sin guardarse nada. O al menos, yo deseaba que me cojan así, y no como el idiota de mi novio de ese momento.
Y así estaba hoy, igual que siempre, aunque más musculoso y bronceado, sentado cerquita de la pileta, jodiendo con su celular. Cada tanto se acomodaba el pedazo, y a mí me ponía nerviosa. A pesar que el tiempo había pasado, yo seguía imaginándolo con mis bombachas en su nariz. ¿Cómo tendría la pija mi hermanito? ¿Se habrá cogido a muchas pibas?
A mi vieja se le dio por festejar los 17 de Agus con la familia, por más que ya habían pasado unos días. Yo, por mi parte, le había prometido darle mi regalo a principio del mes, o sea, esa misma tarde. En ese momento trabajaba como cajera en una despensa, y todavía no me pagaban.
Agustín: Posta, yo no quería joda, ni fiesta, ni reunirme con la familia. Se lo había dicho cien veces a mi vieja. No entendía por qué andaba inquieto. Tenía mansas ganas de clavarme una paja. ¡Y más si le miraba las tetas a Bianca, que iba y venía por el patio, regando plantitas por pedido de mi vieja! Me acordaba cuando éramos más chicos, cuando nos tirábamos bombitas. ¡Se ponía como loca cuando le daba de lleno en el culo! Una vez, de caliente nomás, porque ella me había tirado un bombazo en la cara, yo le tiré un balde por la mitad de agua, directamente en la cabeza. Me re cagué de risa al principio, porque el shortcito que tenía, se le bajaba por el peso del agua. ¡Ese día le vi el culo totalmente al aire!
¿Qué mirás nene? ¡A veces, las chicas no nos ponemos bombacha! ¿No lo sabías? ¡No me mires tarado!, me decía, mientras yo me reía, y se me paraba el pito, sin darme cuenta. Lo supe porque, de repente ella empezó a mirarme. Me acuerdo que me sacó la lengua, y que no se subía el short. Parecía no importarle que le mire la cola. Pero, lo que no podía dejar de mirarle, eran las tetas. Cuando era chiquito, creo que hasta antes de empezar a pajearme, soñaba que le sacaba la remera, que me paraba en el sillón, y que le hacía pichí en las tetas, y que ella se reía. Más adelante, Obvio, soñaba que se las chupaba, o que se las regaba con mi semen. Eso, encima se me alimentaba cada vez que le robaba alguna bombachita usada. ¡Me re cabía su olor, y encontrar algunos pelitos en sus culotes! Para colmo, unos días antes de cumplir los 17, no sé por qué, pero, en las minitas que veía en las pelis porno, se me aparecían los ojitos verdes de Bianca, y era su boquita la que mamaba una pija negra, o se metía dos enteritas al mismo tiempo, o terminaba bañada en leche. ¿Por qué me estaba pasando esto? Cuando tenía 13, y ella 17, en la casa de los abuelos dormíamos en la misma cama. Yo creo que jamás lo supo. Pero yo me re pajeaba al lado de ella, cuando me aseguraba que ya estaba dormida. ¡Es que la turrita se dormía en tetas! ¡Nunca logré mirarle la conchita, pero con esos dos globos impresionantes ya era demasiado! Me acuerdo que, dos veces tuve que hacerme el idiota, y me meé en la cama para que a la mañana siguiente no descubra que la sábana estaba empapada con mi semen. Esas noches me había acabado encima por lo menos unas cinco veces. No quería quedar como un nenito frente a ella, y menos como un pajero.
Pero, ahora, Bianca se había puesto un pirsin en uno de sus pezones, y uno más en la barriguita, ¡y estaba más perrita que antes! Aunque, ni siquiera eso parecía importarme. No sé por qué me sentía como deprimido. Tal vez, porque sabía que el nuevo novio de Bianca vendría a mi cumpleaños. Para colmo, mi hermana me decía que tenía un regalo para mí. ¡No me caía bien ese idiota! Pero, yo tenía que ser un buen hermano, y no llevarle la contra al pibe que ella elegía. Entonces, me acordé de la tarde en que Bianca y yo nos habíamos sentado a comer. Era la primera vez que yo fumaba mariguana. Ella, obviamente, ya la consumía desde los 18. No entiendo cómo fue que pasó, pero yo no paraba de tocarle la pierna, introduciendo mi mano cada vez más adentro de su vestidito suelto, y ella no me decía nada. ¡Incluso, llegué a tocarle la bombacha! No recuerdo si me lo imaginé, o si realmente ella me lo dijo, o si la gilié con el viaje del fasito. Pero, su voz resonaba en mi memoria como un incentivo, repitiendo: ¿Qué pasa Agus? ¿Querés comprobar si tengo la bombacha puesta, para después llevártela a la pieza? ¿Vos creés que yo soy una tonta? ¿Pensás que no sé que las olés, y las ensuciás?
Bianca: ¿Tomi, me pasás el dulce de leche?, me escuché decir con cierta monotonía. Estaba en la cocina, preparando el postre para el cumple de Agus, junto a mi novio. A él lo conocí en el kiosquito del barrio. Me acuerdo que me moría de vergüenza comprando toallitas femeninas y un Tafirol, mientras él se llevaba tres cervezas bien frías, y varios paquetes de cigarrillo. Para ser sincera conmigo, y con lo que me dijo mi amiga Tiziana, había empezado a tirarle onda porque tenía muchas cosas parecidas a mi hermano. Desde los rasgos de la cara, hasta la forma de sus labios, y eso me calentaba. Especialmente porque mi hermano era intocable por mí. Pero no tenía sus ojos, ni su carácter, ni su paciencia.
Al fin Tomás me pasó el dulce de leche, pero también se atrevió a apoyarme contra la mesa, y a susurrarme en el oído cosas como: ¡No sabés las ganas que tengo de cogerte acá nomás, en la cocina, cerquita de tus viejos, para que se enteren cómo gime la trolita de su hija!
De repente, sus manos dieron de lleno con mi conchita, y se sirvió de ella para sobármela con entusiasmo, mientras me decía: ¡Estás mojada coloradita! ¿Qué te excitó tanto amor para que te pongas así? ¿Tanto te gusta que te apoyen el culito?
¡Basta Tomi, cortala! ¡No seas desubicado! ¡Estamos en la casa de mis viejos, y además es el cumple de mi hermano! ¡A vos no te gusta que hagamos chanchadas en tu casa! ¿No? ¡Andá al patio, que ahora estoy ocupada!, le dije entre fastidiosa y sensible. Él resopló, me dio un chirlo en el culo, y se tragó todas sus ganas de reaccionar contra mí, porque en eso mi tío lo invitó a tomar una birrita en el patio con el resto de mis primos.
Entonces, totalmente a solas, mientras sonaba un tema de Bruno Mars en mi celular, recordé el día que Agus se fumó un porrito. En la carita se le notaba que era el primero, y que le había pegado de una manera particular. Fue un verano más caluroso de lo habitual. Aquel tiempo fue cuando más solos nos la pasábamos, ya que los viejos viajaban a menudo para ayudar a la abuela con su despensa. Ese día había cocinado yo. Nada complicado. Unas milanesas de pollo con fideos con manteca. Cuando ya tenía todo listo, lo llamé para que al menos me ayude a poner la mesa. Lo noté raro una vez que bajó las escaleras. Estaba relajado por demás, y por la fragancia que lo acompañaba, era obvio que se había fumado uno. Pensé que pudo habérmelo choreado. Pero no me importó, ni lo acusé. Los ojitos le brillaban y resaltaban de un rojo inconfundible, y los pasos se le hacían algo torpes. Cuando pasó por mi lado para abrir el cajón de los cubiertos, me dio una nalgada mientras me decía: ¡Correte nena, que no tengo tanto espacio!
De inmediato sentí que el corazón se me aceleraba por la emoción de que se haya animado a otra cosita, que no sea ensuciarme las bombachitas viejas. Además, me pareció que exhalaba mi perfume, haciéndose el tonto. Cuando nos sentamos a cenar, él lo hizo a mi lado, bien pegadito a mi izquierda, cosa que siempre evitaba. Enseguida advertí que no paraba de mirarme las tetas, sin medio sentido común. Luego, a pesar que la tele estaba prendida, y que yo le daba charla, su único propósito parecía el de ojearme las tetas, apoyando cada vez con mayores argumentos su mano derecha sobre mi muslo, mientras seguía comiendo, ya que él es zurdo. Entonces, sus oídos se despertaron al percibir unos gemidos que provenían de la novela de la tele. Un flaco se estaba cogiendo a la mucama de la familia de guita, mientras trataba de taparle la boca. Agus, como hechizado por el ambiente, comenzó a masajearme la pierna con brusquedad al principio. Pero poco a poco fue suavizando el recorrido de sus dedos y sus sobaditas, acercándose cada vez más a mi vagina. A esa altura, yo no era capaz de prohibirle nada. Por eso, como si ya no pudiera contener mis impulsos, giré mi cara hacia sus ojos hermosos, y le dije: ¿Qué pasa Agus? ¿Querés comprobar si tengo la bombacha puesta, para después llevártela a la pieza? ¿Vos creés que yo soy una tonta? ¿Pensás que no sé que las olés, y las ensuciás? ¡Dale pajerito! ¡Animate, Sacámela, y pajeate adelante mío, si te la bancás!
Quizás, si no hubiese fumado, Agus no habría reaccionado así. De repente dejó de comer, de mirar la escena subida de tono de la novela, y se fijó en la lujuria de mi lengua, yendo de un labio al otro, como muestra de mi deseo irrefrenable, y me dijo. ¡Qué putita que sos Bianqui! ¿Vos pensás que no me doy cuenta que dejás tus bombachas mojadas, con olor a pichí para que yo las encuentre? ¿Te andás meando por algún chico que no es tu novio? ¿O por alguna piba? ¿Eeeeh? ¡Dale, contame nena, que yo no te voy a buchonear!
Sus dedos se atrevían a violar cada vez con mayores profundidades a mi intimidad, y cuando al fin llegó a los labios de mi concha, me la palmeó un poquito, mientras proseguía diciendo: ¿Siempre estás así de mojada? ¡No sabés las ganas que me dieron de comértela acá nomás, arriba de la mesa! ¡Hasta que los vecinos te escuchen gemir! ¡Decime Bianqui! ¿Vos me escuchabas pajeándome al otro lado de la puerta? ¿Por eso me regalaste la cuenta porno? ¿Para que piense en vos cada vez que me toco la pija?
Sabía que al día siguiente no se iba a acordar de nada. O, tal vez, los dos nos aferrábamos al porro, a su estado y a las 6 latitas de birra que yo me había tomado mientras cocinaba, para guardarlo todo en lo más profundo de nuestros secretos. Así que opté por seguir disfrutando. De golpe me corrió la bombacha, y paseó uno de sus deditos a lo largo de mi vulva, deslizándolo con ternura y un fuego fatal, haciendo varias veces el amague de clavarlo con todo.
¡Esa carita de petera que ponés, me re calienta Bianchu!, susurró mordiéndose el labio inferior, mientras de un solo empujón me lo enterraba de lleno. Empezó a comerme la boca con una pasión que lo desbordaba, apretándome una teta con la otra mano, y con aquel dedito intruso revolviéndome los jugos de la vagina. Entonces, un vendaval de besos bruscos, desesperados y violentos comenzó a cegarnos. Al punto que, yo estoy segura que él se acabó encima en el justo momento en que me mordía un labio, y los dos gemíamos mientras yo le apretaba la verga por encima del pantalón. Fue más que obvio, porque se levantó aterrado, separándose del trance que nos sofocaba, y se metió rapidísimo a su pieza.
¡Hija! ¿Ya están los postrecitos? ¡Así venís y ayudás a tu hermano a traer unas sillas de la piecita del fondo! ¡Creo que nos quedamos cortos de sillas!, me decía la voz de mi madre desde algún lugar de la casa.
¡Sí ma, ya voy! ¡Aguantame un toque!, conseguí decir, una vez que me abstraje del maravilloso recuerdo. Así que, apurada, y como pude guardé los postrecitos en la heladera, y fui directamente al cuarto que antes solía ser de invitados, y que ahora cumplía la función de acumular de todo. Pensé que mi hermano iba a estar allí, y me puse nerviosa. Pero cuando entré, todo lo que me recibió fue un olor a encierro espantoso. Sin embargo, a través de la única ventana que había allí, lo distinguí. Él no iba a descubrirme porque solo se podía ver de adentro hacia afuera. Agus se estaba fumando un porro, con toda la paja del mundo, muy sentado en la pileta, y más o menos atento a la pantalla de su celular.
¿No te dijo mami que teníamos que llevar sillas? ¡Seguro Tomi y los primos no tienen dónde sentarse! ¡Y vos ahí, fumando nene!, le dije una vez que abrí la ventanita, sorprendiéndolo.
¡No me rompas las bolas Bianca! ¡Yo no quería esta fiesta! ¡Andá, y decí que de última, ya las llevo yo! ¡Ahora, todo lo que quiero es, estar tranquilo un rato! ¿Puede ser?, fue su única respuesta, y enseguida se enfrascó en su celular.
¿No te da vergüenza? ¡Sos un mal agradecido pendejo! ¿Los viejos hicieron esta cena por vos, y vos les pagás así? ¿No te das cuenta que quedás como un idiota? ¿Qué onda? ¿El porro te pone así?, exploté, gritándole como si tuviese un amplificador en la boca, y al mismo tiempo sintiendo que algo de todo eso me excitaba. Él solo se dignó a reírse. Se acomodó un poco mejor abriendo más las piernas, y dejó una de sus manos bien cerquita de su pito parado, para descargarse conmigo: ¡Dale, como si nunca te hubieses fumado uno! ¡Y en todo caso, vos tendrías que tener vergüenza, que delante de los tíos y los primos te aparecés con vestiditos, sin corpiño! ¡Seguro ahora tampoco te pusiste bombacha! ¿Lo hacés apropósito Bianqui? ¿Para que el tío se babosee mirándote el orto? ¿O para que los primos te vean el pirsin que te hiciste en el pezón? ¿Seguro que no te pusiste otro en la concha, para que el pelotudo de tu novio te la chupe?, me decía con la voz cargada de resentimiento, rebeldía, y algo parecido al desprecio. Tenía las cejas fruncidas, y la mandíbula se le contraía con orgullo mientras le daba una nueva seca a su porro, mirándome fijamente. Esa imagen de él, enojado, quizás celoso y cada vez más loquito, me daban unas ganas tremendas de saltarle encima y de cabalgarle esa pija hinchada y babosa por todo el presemen que seguro le chorreaba de la puntita, mientras me convidaba de su porro.
Agus: ¡Sos un pendejo pelotudo nene, que de la única forma que te sentís un machito, es insultándome! ¡La verdad, es que ninguna pendejita te da bola! ¡Seguro sos un virgo, y por eso te matás a pajas, estúpido!, me dijo Bianca, antes de cerrar la ventanita del cuarto con todo. En ese momento, no sé lo que me pasó. Me levanté de golpe, crucé toda la casa hasta llegar a la puerta del cuartito mugriento ese, y me detuve. Me ardía todo el cuerpo. ¡No sé, pero tenía ganas de zamarrearla, de morderle el cuello, o de darle una cachetada! ¡Me sentí tan violento como nunca, y quise gritarle de todo! Pero, en vez de mandarme de una y actuar como un machirulo enceguecido, preferí bajar el picaporte muy de a poquito, y entrar lo más silencioso que me saliera. Y entonces, la boluda se asustó.
¿Qué hacés acá pendejo? ¡Dale, llevemos las sillas, que se hace tarde!, me dijo, como sin saber a dónde meterse. Yo la arrinconé contra una mesa destartalada, le tapé la boca, y la apretujé bien fuerte contra mi pecho. De inmediato su olor a mujer me hizo parar la pija más de lo que ya la tenía.
¡Repetí todo lo que me dijiste pendeja! ¿Cómo era? ¡Aaaah, acá te hacés la otra, porque te conviene! ¿No? ¡Seguro que me vas a decir que no te acordás cuando nos sentábamos en el caballito de la calesita, y vos me re pegabas el culo en la pija! ¡Vos me hiciste así de pajero nena!, le decía, clavándole las yemas de mis dedos en las piernas para que no se me escape, mientras notaba que se le caían algunas lagrimitas, y que su cuerpo parecía de papel.
¡Basta nene! ¡No sé de qué me hablás! ¡Pero, yo no tengo la culpa! ¡Soltame, o cogeme acá nomás!, me dijo de repente. ¡Yo no lo podía creer! ¿Me lo había pedido realmente?
¿Qué dijiste nena? ¿De verdad querés que te coja? ¿Qué pasa? ¿Tu novio hoy no te dio masita?, le pregunté. Acto seguido, gracias a que me distraje, me ligué un flor de cachetazo. Pero yo seguía teniéndola apretujada encima de la mesa, y de varias cajas de andá a saber qué mierda. Aún así ella no retrocedía.
¡Sí tarado, si verdaderamente tenés las pelotas bien puestas, cogeme acá! ¡Pero hacelo bien si lo vas a hacer! ¡Y si mi novio me dio o no, a vos no te importa!, me dijo de pronto, ahora empezando a forcejear para que la suelte. Entonces, me dio un rodillazo en el pubis, un par de arañazos en la cara y una mordida fuerte en uno de mis dedos. En el impulso de apretarla contra una biblioteca, una caja de libros se nos cayó encima, y entonces ella se agachó a levantarla, enojadísima, porque, eran sus libros infantiles favoritos. En ese momento, yo me acerqué a su cara, y le mostré la furiosa erección de mi pija bajo mi short, casi que arrimándosela.
¡Te gusta perrita! ¡Sé que te gusta mirarla! ¡Siempre te gustó mirarme la pija parada!, le dije casi gritándole para avergonzarla, y ella me la apretó con fuerza con una mano, mientras me decía con los dientes entrecerrados: ¡Callate pajerito de mierda!
Bianca: Me sentía completamente excitada, arrodillada frente a su pija. Quería que me dé bomba ahí nomás. Arriba de la mesita sucia, en el piso, o encima de las bolsas con mantas y sábanas viejas, o de las cajas de nuestros antiguos juguetes. ¡Ya no me importaba! Eso me recordaba la desesperación que tenía cuando era chiquita por buscarle el pito. En ese tiempo iba a su pieza para dormir juntitos, con la excusa de un ruidito en la noche que me había asustado, a pesar que él era más chiquito que yo.
¡Vos sos más valiente nene!, le decía, y me metía a su cama para que me abrace. Aún así su pitito de nene se endurecía con las sacudidas de mi cola, y yo buscaba calmar las primeras cosquillitas que se originaban en mi conchita con mis dedos. Él ni se percataba de eso. De más grandecita, me metía a su pieza para ver en vivo y en directo una pija real, de esas de las que siempre hablaban mis amigas, (Sabiendo que Agus habitualmente dormía en calzoncillos). Una de esas noches, la tenía re dura, apretadita en un bóxer blanco, y jadeaba dormidito. Nunca había llegado a admirarla como debía, y ahora no me iba a limitar. Quería saborearla, cachetearme la cara con su pija, olérsela hasta con el pelo, atragantarme con ella, hasta que me llene la boquita de leche.
¡Se ve que vos siempre necesitás de un porro para tener los huevos bien puestos!, le dije con voz de gata, todavía apretándole la verga por encima de la ropa. Se la empecé a amasar con los dedos y a pasarle la boca por todo el contorno de su bulto con leves mordidas. Me escuchaba gruñir como un animal salvaje, mientras le daba lengüetazos sin importarme que le dejara mojado el pantalón de mi saliva. Estaba desesperada. Pero no quería chupársela ya. Quería que me deseara como yo y mi cuerpo lo deseaban. Con una mano me sostenía de su cadera, y con la otra me frotaba como podía la conchita en llamas, mientras de a ratos le mordía el pantalón y la parte de debajo de su musculosa, la que evidentemente se puso de urgencia por si alguien lo veía en cueros. ¡Todavía era medio pudoroso el guacho!
En un nuevo intento por chuponearle la verga por encima de la tela que la separaba de mi boca, él me sujetó de la mandíbula y me obligó a mirar hacia arriba, para que mis ojos se encuentren con los suyos, radiantes y luminosos. Ahí me dijo: ¡Qué alzadita que estás colorada! ¡Vos, hace rato que andás buscando la pija de tu hermano! ¿No? ¿Eso querés Bianchu? ¿Que te coja, para que todos escuchen cómo gime mi hermanita?
De pronto se agachó, y empezamos a comernos las bocas, sin dejarnos hablar ni respirar. Nuestros dientes se chocaban con peligrosos roces. Nuestras lenguas recorrían y ensalivaban por completo. Estábamos eufóricos, buscando lo mismo. Él me escupía los pechos, y yo le pellizcaba cualquier trocito que encontrara de su piel, solo para escucharlo decirme: ¡Aaaaay, pendeja de mierda, cortala guacha!
En un momento le mordí el labio, y un hilito de sangre empezó a deslizarse por su mentón. Pero yo enseguida le pasé la lengua, y pronto me prendí a su labio inferior para succionárselo.
¡Mirá que yo no ando con jueguitos, nenito!, le dije usando mi mejor voz de putona, cuando ya le chuponeaba el cuello y le lamía toda la cara, rozándolo con mis dientes. Él ya me manoseaba las tetas y jugaba con mis pezones, murmurando un aguerrido: ¡Me tenés re loquito pendeja!
Agus: No sabía qué parte de mi cuerpo me quemaba más en ese momento. Pero, cuando empezamos a olernos los cuellos, a lamernos y escupirnos, insultándonos y pellizcándonos los culos, sentí que podría acabarme encima, sin siquiera sacar mi pija de adentro de mi ropa. Entonces, ella volvió a tocarme el bulto, a reanudar sus apretadas, y de nuevo se arrodilló. Esta vez me tironeó short y bóxer hacia el suelo, y mi pija salió despedida como impulsada por un resorte. Le dio de lleno en una de sus mejillas, y enseguida me mostró el pegote de mis líquidos sobre su piel.
¡Mirá lo que me hiciste, chancho!, balbuceó, mientras me agarraba la pija para pegarse en la boca entreabierta, chorreando baba como la de una perrita callejera. Pero, yo no soporté seguir bajo el yugo de su personalidad. Sentí como que me daba una especie de ataque de nervios. La cacé del pelo y le encajé de una sola vez toda mi pija adentro de esa boquita hermosa. ¡La tenía calentita la guacha! Se sorprendió, pero su saliva empezaba a desbordarle las comisuras de los labios. Mi poronga parecía engrandecerse aún más, al punto que me dolía un poco la base. Le agarré las manos para que me toque los huevos, mientras trataba de deslizarle la pija lo más adentro que pudiera de su boca. Llegué a tocarle la garganta con el glande. Lo supe por las arcadas que intentaba reprimir, y por cómo se le ponían los ojitos en blanco. Cuando le quitaba la pija, ella tomaba aire con desesperación, se tocaba la lengua con un dedo, jadeaba y hacía algunas gárgaras con los restos de mis líquidos en llamas. Pero yo no le daba tanto tiempo de espera. ¡No quería que se relaje! Cuando se me antojaba, le encajaba mis huevos en la boca para que me los muerda. ¡Y en un momento la muy puerca se metió uno entero entre los labios! Eso hizo que mis fuerzas de macho alfa la tomen de los brazos para revolearla arriba de unas cajas apiladas como el traste, como si fuese de papel. Ahí me le subí encima para fregarle la pija por todas las partes de su cuerpo que me fueran posible. Cuando arribé a sus tetas, recuerdo que le pellizqué los pezones mientras me pajeaba con ganas en el hueco de esos globos hermosos. Ella gemía, me daba rodillazos o patadas, me mordía el cuello o los dedos, y me escupía la cara cada vez que podía.
¡Esto querías guachita… que te pegue una buena cogida… una garchada con toda la gente en la casa! ¿Ese era el regalo de cumpleaños que me ibas a dar?, le decía, mientras la desnudaba casi por completo. Apenas la dejé con una bombachita roja. Ella no podía decirme nada. Solo, un par de veces me gruñó algo como: ¡Qué pajero de mierda que sos nene!
No sé cómo hice para darla vuelta sobre las cajas, mientras algunas bolsas con ropa vieja se desplomaban a nuestro alrededor, inertes en el suelo sucio. Pero, lo cierto es que, cuando le vi ese culo predispuesto, redondito, sedoso y armonioso, comiéndose la bombachita como si fuese un huerfanito, mis manos se desataron en un concierto de chirlos, y mi boca se unió a esa piel tersa para darle un mordisco tras otro. Mi nariz la olfateaba toda. Su olor se hacía más excitante cuando le separaba las nalgas, y cuando le estiraba la bombacha. Ella me gritaba cosas como: ¿Te volviste loco pendejo? ¡Paráaaa, más despacito animal, que es un culo, y no un almohadón! ¿Tanto te gusta mi culo? ¡Sos un asqueroso nene… dejá de olerme asíiiii!
Pero, lejos de retroceder, Bianca me abría cada vez más las piernas, y gemía cuando yo le lamía o mordía la mano con la que trataba de sobarse la cola, en la zona donde le ardía el chirlo que acababa de darle. Después, empecé a darle chotazos, y a pajearme un ratito entre sus nalgas. Le escupí el agujerito del culo luego de bajarle un poquito la bombacha, le rocé el inicio de la zanjita con la lengua, y ni bien la escuché gemir algo como: ¡Qué chancho que sos!, reemplacé mi lengua por la punta de mi pija, y comencé a deslizarla cada vez más, hasta tocar su ano con mi glande. Entonces, me le subí encima, y casi sin darme cuenta empecé a sentir el calor de ese anillo precioso. Todavía no se la había enterrado, y ya mis jugos seminales parecían querer embadurnarla toda. Así que le dije: ¡Preparate coloradita, que ahora tu hermano te va a dar la lechita en la cola!, y, sin saber cómo lo había logrado, me hamacaba sobre sus caderas, aferrándome con mis manos a sus tetas, abriéndole el culo con mi pija cada vez más entrometida, y lamiéndole la nuca como un enfermo. Sentía la humedad de su bombacha en mis piernas, los temblores de su cuerpo en mi piel, las gotas de su sudor en mis manos, y un cosquilleo intenso en los testículos. Empecé a moverme más rápido, y ella a gritar, girando su rostro para besarme en la boca. O, más bien para morderme los labios, tiritando de deseo, diciéndome todo el tiempo: ¡Culeame así guacho, rompeme el culito, haceme tu perra, dame pija, dame esa lechita en el orto nene!
¡Yo no lo podía creer! Me estaba culeando a mi hermana, en medio del encierro de ese cuartucho sucio, desordenado, con toda nuestra familia pendiente de un cumpleaños que yo no esperaba. Y, de pronto, la zamarreé para ponerla boca arriba. Quería cogerle la conchita. Pero, ella se zafó de mis brazos, simulando llegar hasta la puerta. De hecho, hasta me amenazó con salir así nomás de la pieza, y decirles a todos que yo la estaba violando. Obviamente, mientras lo decía, se chupaba dos dedos a la vez, y se escupía las tetas, incitándome a poseerla con todas mis ansias, como finalmente lo hice. La tomé de la cintura, y la revoleé arriba de la mesa. Le había quedado la cabeza colgando, y eso me animó a acomodarme para alimentarle la boquita con mi pija.
¿Tiene gusto a culito nena? ¿A ese culito de putita? ¿Cuántos te hicieron esa colita hermanita? ¡Dale zorra, dale que te re cabe nena… chupá así, comete toda la pija de tu hermano!, le decía, ahora, escuchándola atragantarse como una verdadera diosa del pete. Cuando le daba un respiro, solo era para oírla eructar, o pedirme clemencia. Estuvo un largo rato llenándose la boquita con mi carne, hasta que yo decidí que era hora de adueñarme de lo que me pertenecía. La obligué a sentarse en la mesa, y después de chuparle las tetas, recuerdo que empezamos a pegarnos por todos lados. Yo me ligué sus cachetadas y arañazos, y ella mis pellizcos, tirones de pelo y nalgadas. Nos correteábamos por esa maldita pieza, chocándonos con todo, y ella se reía como una diabla enceguecida. Nos escupíamos, y especialmente ella me clavaba las uñas en el cuello cada vez que tenía la oportunidad. También me marcaba unos tremendos chupones en el pecho, las mejillas y la espalda, diciéndome: ¡Vos sos mío pendejo, y yo te voy a dejar mis marcas por todos lados, como una perra!
Entretanto, en medio de la locura por pegarnos, patearnos o mordernos, yo logré derribarla al suelo, justo encima de unos cuantos libros que se desparramaron cuando movimos unas estanterías. No sé cómo llegué a esto, pero, de pronto estaba fregando mi culo contra sus tetas. Ella me apretujaba la pija, y mi cuerpo se acercaba poco a poco a su boca. De modo que, en cuestión de segundos, mi culo estuvo sobre su boca, y yo no pude más que pedírselo.
¡Chupame el culo cochina, escupime bien el orto, y no pares de pajearme guachita!, le largué fuera de mis cabales. Bianca cumplió con creces. Escabullía su lengua babosa entre mis cachetes, lamía y tocaba el anillo de mi culo repetidas veces, y parecía olerme con gusto, mientras su mano, y en especial sus uñas me apretaban la base de la pija. Los dedos de su otra mano jugueteaban con mi glande. Todo hasta que, sentí una punzada fuerte en el abdomen, y un calor abrazador en los testículos. ¡No quería acabar así! No sé por qué en ese instante pensé en lo delicioso que se debía sentir largarle toda la lechita adentro de la concha. Así que, sin pensarlo, con las piernas temblorosas y el culo chorreando saliva, me levanté de golpe, sintiéndome mareado, y con un dolor cada vez más agudo en los huevos.
¡Dale pendeja, levantate, y no te hagas la artista!, le dije, incitándola a seguirme el juego, mientras ella abría y cerraba las piernas, fulminándome con la mirada.
¿Qué pasó nene? ¿No te pone contento que te haya chupado el culo? ¿Te gusta que te lo chupen? ¡Para mí que sos un putito reprimido nene! ¡Por eso, mirás porno, y te hacés el baboso con las chicas! ¡Para que nadie se dé cuenta!, me decía lamiéndose un dedo. Sabía que buscaba provocarme. Y yo entré por mi propia voluntad en sus manipulaciones. La levanté del suelo, la hice un bollito prácticamente entre mis brazos, y la recosté a la fuerza sobre la mesa. Recuerdo que me encontré con su bombacha y que se la metí toda adentro de la boca. Le chupé las tetas, le froté toda la pija en la cara y me le trepé con toda la furia. Me costaba embocar la puntita de mi pija en su concha al principio, porque la guacha estaba re contra empapada.
¡Ahora vas a ver lo putito que soy pendeja sucia! ¡Te la voy a entotorar hasta los huevos! ¡Vas a terminar demostrándome que la putita sos vos! ¿Te gusta el sabor de tu bombacha, perrita? ¿Querés la lechita adentro, para que después tu novio te coja toda lubricadita?, le decía, al tiempo que empezaba a empujarle la pija entre los labios vaginales, solo para que me desee, sin atreverme a penetrarla del todo. Hasta que ella se arrancó la bombacha de la boca, y me dijo: ¡Haceme mierda la concha si te la aguantás pendejo!
Ahí empecé a bombearla con todo, a morderle las tetas, a comerle y succionarle los labios, y a separarle las nalgas con los dedos. Sentía el latido de su corazón en la punta de mi pija, las contracciones de su conchita como de un fuego infernal, el sabor de la sangre de sus labios, gracias a las mordidas que nos dábamos mutuamente, y la fragancia de sus gemiditos que se mezclaban con la adrenalina y la conmoción. En un momento me vi agarrándola del pelo con violencia, para comerle la boca con todo, mientras mi poronga se inflaba más y más entre sus jugos. Ella consiguió morderme el mentón, la nariz y la majilla izquierda. Nos dábamos chupones furibundos, cargados de ira y saliva, y nos precipitábamos cada vez más al peligro de caernos de la mesa por la rúbrica de nuestras envestidas.
¡Cogeme toda nene, dale putito, rompeme toda la concha maricón, asíiii, chupame las tetas, haceme mierda pendejoooo, quiero tener tu leche adentro mío!, me gritaba prácticamente al oído, una vez que logré acomodarla encima de mi cuerpo. Eso significaba que ahora ella era la que me cabalgaba, saltando sobre mi pija, salpicándome de sus jugos y escupiéndome la cara, casi que sin proponérselo. En eso, unos golpes desesperados en la puerta nos sacaron por unos segundos de la electricidad que nos consumía.
¡Chicos, vamos che! ¡Las sillas! ¿Qué carajo están haciendo? ¡Ya vinieron los abuelos!, nos revelaba histérica mi vieja. Bianca no paraba de moverse, aunque ahora lo hacía con lentitud.
¡Ahí vamos ma! ¡Pasa que hay que limpiarlas, y Agus me está ayudando!, decía Bianca, mientras retomaba el ritmo feroz de su cabalgata. Pero, entonces yo ya no pude hacer nada por vomitarle toda mi leche adentro de esa vagina ardiente, jugosa, sensible y apretadita. Bianca empezó a gemir, sin importar lo que mi vieja decía al otro lado de la puerta. Yo le apretaba las tetas para calmarla, y ella, parecía mearse sobre mi pubis por la cantidad de flujos que explotaban en las entrañas de su sexo.
¡Así, acabame adentro nenito… dame lechita… dale guachito… que yo te doy mi lechita también! Asíiii guachooooo! ¡Ya vamos ma! ¡Dejá de joder, que estamos ocupados!, decía Bianca mientras los pezones se le endurecían como si se le fueran a desprender de las tetas. Ahora mi semen nos volvía más resbaladizos, se nos pegoteaba en la piel y nos impregnaba de un aroma a sexo que nos asfixiaba.
A partir de allí, no sé cómo salimos de ese lío. Sé que Bianca dejó su bombacha en el cuartucho, y yo mi calzoncillo. Mientras saludaba a los abuelos, sentía que me ardían las mordidas que mi hermana me tatuó por donde quiso. Sentía que la pija se me paraba con sólo recordar el olor de esa pendeja, su lengüita en mi culo, sus besitos babosos en mis huevos, y su conchita comiéndome mi pija, y su vocecita hiriéndome los oídos con sus gemiditos, insultos y acusaciones. Sabía que los tíos nos miraban los chupones que teníamos en el cuello. Bianca se le sentaba en las piernas al tarado del novio, y tal vez la flasheaba con que era mi pija la que se ponía dura bajo su cola. ¡Seguro tendría las piernitas pegoteadas con mi leche! La verdad, no sé si mi madre pudo notar algo. Pero, después de haberme cogido a mi hermanita, quiero más de ella. ¡Creo que, no voy a parar hasta enfiestarla con mis amigos! Fin
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