Mi mami me tiene loquito

 

¡Matías! ¡Dale hijo, levantate que tenés deberes para hacer, además de bañarte! ¡Ya te hice el café con leche!, decía mi madre, a eso de las 10 de la mañana de un martes normal en apariencia. Solo que, no supe descifrar con exactitud si lo estaba soñando, o le había visto las tetas desnudas. Yo tenía 14, y como hacía deportes luego del colegio, al día siguiente me costaba horrores despertarme. Por eso necesitaba de la insistencia de mi madre.

¡Dale hijo, apurate! Dale, que son y diez, y no vas a… Eeeepaaa, ¿Qué le pasó a mi bebé? ¿Tuviste algún sueño con chicas?, decía sonriente, quitándome el acolchado de encima, y yo me avergonzaba por la erección de mi pene. Casi todas las mañanas amanecía con el pito parado, y en ocasiones con el calzoncillo baleado de semen. No podía controlarlo. Esa vez mi madre, no sé por qué extraña razón convenció a mis ojos que sus gomas al aire eran pura realidad. No recuerdo haberle contestado. Ella solo me retiró la sábana y agregó: ¡Uuupa nene! ¿A tu edad ya tenés esto vos? ¡Dale, levantate, y sacate ese calzón, cochino! ¡No sé si lo sabés, pero, eso no es pichí! ¡Digo, para que no te preocupes! ¡A tu padre le da apuro hablarte de eso! ¡Ya lo conocés!

En medio del asombro y la locura, intentaba ocultar mi erección. Pero el muñeco se me paraba más, aumentando sus latidos y grosores.

¡No te tapes Mati, que soy tu madre! ¡Aaah, y perdón que ande con las tetas así! ¡Es que, justo me mojé el camisón con café! ¡Me lo saqué, y no llegué a ponerme nada! ¡Ando a mil! ¡Así que vos ponele media pila, y levantate!, dijo entre rezongos, atisbos de dulzura y la imperiosa necesidad de ordenar la pieza. Había mucha ropa tirada. Mía, y de mi hermana Paola, que por ese entonces tenía 17 años. Ella iba al colegio por la mañana, por suerte. Así que, de alguna forma mi madre estaba en privado un poco con los dos en distintos momentos del día.

Salí de la cama, justo cuando mi madre volvía a entrar al dormitorio. Pero ahora con mi taza de café en la mano, y una porción de pasta frola. Todavía no me había vestido, y en el exacto momento en el que ella entró, estaba bajándome el calzoncillo. Supongo que por eso le dije asustado: ¡Mami, aguantá, que por lo menos me ponga algo!

Ella dejó la taza y la tarta en mi mesa de luz, y me miró con una sonrisa distinta. No entendía qué le pasaba. Entonces, la vi agacharse otra vez, y recoger un corpiño y dos bombachas de debajo de la cama de Paola.

¡Escuchame, tomá el desayuno acá, que el termo tanque se apagó, y no hay agua caliente para que te puedas bañar! ¡Digo, para que no te dé frío! ¡Yo te aviso cuando esté el baño en condiciones!, me dijo golpeando la cama para que vuelva a su cobijo, como si yo fuese un perrito. Le agradecí por mimarme un poco, en especial porque no tenía ni media gana de salir de la cama.

¡Tu hermana no aprende más! ¿Digo yo, tanto cuesta que se saque la bombacha y el corpiño en el baño? ¿O que al menos lo deje en el cesto de la ropa sucia?, se quejó mientras de nuevo cerraba la puerta de mi pieza. Permanecí sentado en la cama, dispuesto a tomarme el café. Prendí la tele para hacer un poco de zapping. Dejé un partido viejo del Real Madrid, y como si no tuviese otra cosa en mente, me llevé las manos al pito. Lo tenía duro, hinchado y repleto de unas cosquillas insoportables. Quería pajearme, ensuciar las sábanas de leche, sacarme el calzoncillo mientras le chupaba las tetas a mi madre. ¿Cómo podía ser que tuviera ese tremendo par de tetas? ¿Mi viejo le habrá acabado en ellas alguna vez? Pensaba en medio de un remolino de sensaciones. De repente, las tetas de mi madre se desvanecieron de mi mente. ¡No correspondía que piense en ellas! ¡Se trata de mi madre! Pero mis manos estimulaban mi pene y me acariciaban los huevos. Presionaba mi glande muuuy despacito para retardar el lechazo y sentir ese placer absoluto de tenerla casi toda en la puntita. Ahora pensaba en la bombacha roja de Paola. Varias veces la había llevado a mi nariz cuando la encontraba sucia debajo de su cama. Pero, el recuerdo de las tetas desnudas de mi madre me aturdían la memoria inmediata, y de nuevo un impulso furioso me obligaba a largar la leche. Al punto tal que, de pronto, momentos antes que mi madre vuelva a entrar a la pieza, ni lo pensé. Presioné bien fuerte mi glande mientras oía que sus pasos se aproximaban, y un disparo de semen comenzó a resbalar por mis piernas, hasta serpentear en las sábanas, en el preciso segundo en que mi madre giraba el picaporte.

¿Todavía no desayunaste vos? ¿Estás bien? ¡Te noto agitado!, me dijo con dulzura, mientras yo sentía lo caliente de mi semen borboteando con más fuerza de la punta de mi pija, y un calor en el estómago que me abrazaba la garganta. Al punto tal que no pude responderle.

¡Te estoy hablando Mati! ¡Ya está el agua caliente! ¡Así que, apenas termines, andá al baño!, me dijo, mientras dejaba sobre una silla un montoncito de ropa limpia, como para doblarla más tarde. Entonces, otra vez salió de la pieza, y yo volvía a tener los ojos llenos de sus tetas, ahora vestidas, aunque escotadas. ¡Quería comérselas a mordiscones, y que sepa que me había pajeado pensando en ella! Además, otra de las cosas que me fascinaba, era verla enojada. Sabía que le daba por el centro de las bolas que no le conteste, o que la haga re larga con eso de levantarme de una vez. No sé por qué, de repente me imaginé siendo un pendejito a upa de mi vieja, con sus tetas a centímetros de mi cara. Tenía dos maravillosas opciones para alimentarme, para saciarme con su leche calentita. De eso sí me acuerdo, que era calentita. ¿Pero, era verdaderamente rica? ¡Pensar que, yo ahora podía convidarle de mi leche! ¡Síiii, la leche de mi pija! ¡Guaaau, qué lindo sería, mi pija en su boca! ¿Podría hacerme el boludo, para que vuelva a hablarme de sexo? ¡Quiero que me explique cómo se pone un forro! ¡Cómo es que las guachas se quedan preñadas, y todo eso que nos dicen en la adolescencia! Y, de nuevo, mi mente daba vueltas en medio de un montón de pensamientos sucios, y la pija se me volvía a parar para que mis manos retornen a su encuentro. Sé que, a propósito largué un chorro de pis para humedecerme la puntita, y se me fue un poco la mano. Y de pronto, empecé a presionarme el tronco y el glande, pensando en morderle las tetas a mi mami, y en olerle la conchita a mi hermana. Pero, por lejos, me motivaban más las gomas de mi vieja. Y, entretanto, ella apareció.

¡Matías, por favor hijo! ¡Dale, que no tenés todo el día! ¡Todavía tengo que ir a comprar jamón para hacer la tarta! ¡Supongo que no tendrás deberes! ¡Dale, a bañarte nene!, me decía tironeándome la sábana para destaparme. Yo intentaba ocultarme un poco, ya que tenía el calzoncillo por las piernas, antes de llegar a las rodillas. Entonces, en medio de ese tire y afloje, terminó de destaparme por completo, y por unos segundos se quedó con la boca abierta. Vi que el color de su rostro palideció un toque.

¡Hijo… vos… qué estás haciendo! ¡Sos un chancho! ¿Te estabas manoseando el pito? ¡Esas cosas, hacelas a la noche, o, bueno, cuando nadie te vea, o a la siesta, los fines de semana! ¡Mirá, lo que hiciste!, me decía, tomando entre sus manos la sábana de arriba, mirando el pegote de la sábana de abajo, mi calzoncillo y mis piernas cruzadas, como si de esa forma le ocultara la erección de mi pija. Ni siquiera sé por qué las había cruzado. ¡Me sentí un pelotudo!

¿O sea, no me vas a contestar? ¿Qué pasa? ¿Anduviste soñando con chicas? ¿O algún chico? ¡Sabés que yo no voy a juzgarte, para nada!, dijo entonces, arrojando la sábana al suelo después de olfatearla un ratito, o al menos eso me pareció. Ahora su voz se iba endulzando cada vez más. Pero yo no era capaz de abrir la boca. De pronto, se sentó en el borde de la cama, casi en el centro, y suspiró.

¡Entiendo que no quieras hablar conmigo de estas cosas! ¡Pero, no es grave, ni escandaloso! ¡Además, sos mi hijo! ¡Mirá cómo ensuciaste la sábana, cochino! ¡Imagino que, no te hiciste pichí! ¡Bueno, ahora, contame! ¿Tenés alguna novia, o te gusta alguna chica?, me preguntó, posando una de sus manos sobre mi pierna, justo encima del calzoncillo.

¡Aaaah, bueno, parece que te salpicaste hasta el calzón nene!, dijo en medio de una risa contagiosa, tal vez un poco incómoda.

¡No ma, no tengo novia! ¡Y, no tuve ningún sueño con nadie!, le dije, sonando más a malhumor que lo que hubiese esperado.

¡Bueno, pero, alguna chica te debe gustar! ¡Ya estás en edad de mirar cositas! ¡Y, no me digas que no, porque, sé que buscás videítos de colas y lolas! ¡En el historial de la compu del living, está todo! ¡Te iba a decir ayer, que tengas cuidado, porque Paola también la usa! ¡A tu padre y a mí, no nos mueve un pelo! ¡Somos grandes, y ya pasamos por eso! ¡Y levantá las piernas, así te saco esto y lo llevo a lavar, chanchón!, me decía tironeándome el calzoncillo para quitármelo de una buena vez. Tenía las manos frías, y eso me estremeció.

¡OK ma, voy a tener cuidado! ¡Igual, la Pao no es ninguna tonta! ¡Seguro que ella también busca chanchadas! ¡Pero, conmigo, nada que ver! ¡No me gusta nadie!, le dije, abochornado, pero sintiendo que la piel de la pija se me ponía más tensa y tirante.

¡Paola no está acá, que yo sepa, y no estamos hablando de ella! ¡Y supongo que tenés razón! ¡Las chicas también miran chanchadas! ¡Pero volvamos a vos! ¿Entonces, por qué andás con esta cosita parada todo el tiempo? ¿Te gusta alguna chica más grande que vos? ¿O Los videítos que mirás son muy fuertes? ¡Imagino que también ves porno en tu celular!, me decía, ahora con una de sus manos encima de mi pija. Ni siquiera sé cómo llegó a eso. Sólo que, desde ese momento, su mano comenzó a deslizarse con dulzura, como si estuviese acariciando el bracito de un bebé dormido. Incluso sus manos empezaban a calentarse. Su voz susurró cosas que no entendí, y algunos suspiros surgieron de su boca. No sabía si hablarle.

¿Te gusta cómo te toco? ¡Pobrecito! ¡Lo tenés muy duro bebé!, dijo, más para sí que dirigiéndose a mí. De pronto tomó mi pene con las dos manos, lo sacudió suavecito hacia un lado y el otro, y se sentó en la cama, dejándose caer parsimoniosamente. Volvió a susurrar, y me tocó la panza con las yemas de sus dedos, haciéndome reír. Suspiró, y dijo algo como: ¡Sí, está bien… lo necesita mucho!, como si yo no estuviese en esa cama, o le revelase algún secreto a un ser invisible.

¡Dale Mati, abrí un poquito más las piernas!, me balbuceó, y presionó el tronco de mi pija con sus dedos para zarandearla. Después de eso, acarició mis huevos un ratito, se olió la mano y formó una especie de anillo con su índice y pulgar para rodear mi glande. Subió y bajó unos instantes, con una suavidad que me inquietaba, y rompió el silencio cuando me escuchó suspirar.

¿Qué pasa hijo? ¿Te gusta mucho? ¿Tenés cosquillitas en el pito? ¿Sabés si ya te está por salir la lechita?, me preguntó, acelerando el ritmo de sus dedos. Tal vez a ella se le aceleraba la respiración, porque de repente, me hablaba como si tuviese prisa por algo. Sin esperar mi respuesta, me dio unos golpecitos en el pito, y lo acunó en la palma de su mano, ahora para subir y bajar mi piel cada vez más tensa. Veía como me miraba el glande expuesto, y cómo se pasaba la lengua por los labios. Y justo cuando se me ocurría decirle algo, tal vez hasta desubicarme con ella por lo que me estaba haciendo, mi madre me dijo, como si pudiera leerme los pensamientos: ¡Ojo con lo que me vas a decir, que soy tu madre, pajerito chancho! ¡Yo sólo te estoy ayudando a descargarte un poquito! ¡No podés ir a la escuela con los huevitos tan llenos, y el pito así de duro! ¡Vas a quedar como un tonto con las chicas! ¿Me entendés lo que te digo?

De repente, sentí como un latigazo en los huevos, una punzada fuerte en el abdomen, y los dedos de mi vieja presionar con ternura y decisión el principio de mi glande. Sé que flexioné las rodillas, y que ella empezó a exclamar algo como: ¡Bieeen chiquito, asíii, dejate llevar Mati… toda, toda la lechita nene… asíiiii, largala toda! ¡Uuuuf, cuánto semen mi amor… eso quería yo… que te liberes, así te relajás, y te consentrás sólo en la escuela!

Inmediatamente, cuando abrí los ojos, descubrí que le había enlechado todas las manos a mi vieja, además de mi panza y mi pecho. Sentí que largué tanta leche, que no podía creer que conservara fuerzas para pajearme durante los próximos días. A mi madre le brillaban los ojos, y aunque parecía que buscaba disimular, no dejaba de pispearme el pito, todavía parado, pegoteado y con el glande colorado por sus apretaditas.

¡Ma, bueno… perdón por… es que… yo no sabía si podía, o no!, intenté explicarme, queriendo taparme con las manos.

¡Shhh, calladito la boca Mati! ¡Esto, fue solo para ayudarte un poquito! ¡No está mal… o sea, digo… no es tan grave, como parece! ¡Puede ser nuestro secreto!, decía mi madre, cavilando en su mente, mirándose las manos, todavía sentada en mi cama. Pero, de repente se levantó, y se las limpió en el pantalón que traía.

¡Vamos, arriba mocoso! ¡Andá a bañarte, que, ya se hizo re tarde! ¡Ni creas que vas a faltar a la escuela!, me gritoneó, como recuperando la consciencia. Salió de mi pieza como una flecha, y, tras escuchar un amenazante: "¡No te lo vuelvo a repetir!”, desde la cocina, me dirigí al baño, cubierto con mi toallón.

Ya me había lavado la cabeza, cuando un chorro de agua caliente descendía por mi espalda, rozándome el agujero del culo. Entonces, me percaté que seguía con la pija parada. ¿O se me había parado cuando me enjaboné? ¿Era cierto que mi vieja me había hecho la paja? ¿Qué bicho le picó? ¿Tanto le había gustado mi verga? Sin más, mientras me pasaba la esponja por los huevos, pensando en las tetas de mi vieja, y recordando la forma que tenían sus dedos de sobarme la cabecita de la chota, no lo resistí, y comencé a pajearme de nuevo. Estaba parado, aún con el chorro de agua como un montón de libertades en mi piel, restregando el culo en los azulejos resbaladizos, y con mi mano estimulándome el pito. En eso descubrí que Paola había llegado de la escuela. La oí decirle a mi madre que no iría a comprar la masa para tartas, que hoy no tendría inglés, pero que se iba a reunir con una compañera. Mi madre le rezongaba cosas que no alcancé a divisar. Entonces, volví a lo mío, y tanto me había concentrado en acabar lo más rápido que pudiese, que no escuché que la puerta se abrió.

¡Aaaah, bueeeeno! ¡Parece que nos quedamos con ganitas! ¡Qué lindo es tener 14 añitos! ¿No? ¡A ver, dejame que te enjabone!, sonó la voz de mi vieja en el eco repleto de vapor del baño, como si le hablara a un niño. Se me acercó, me quitó la esponja, y tomó mi pija hinchada entre sus manos. Parecía que ella sabía dónde tocar, cómo apretar, masajear o acariciar, porque enseguida sentí que los huevos me pesaban de leche, y que las venas de mi pija latían entre sus dedos.

¡Ma, acordate que está la Pao! ¡La escuché llegar!, le dije, tal vez pensando en preservar nuestro secreto.

¡Shhh, tranquilo Mati! ¡Se fue a comprar jamón, masa para tarta y fósforos! ¡Así que, no te preocupes! ¡Antes que ella llegue… bueno, quiero decir, no se va a dar cuenta de nada!, me dijo, mientras presionaba mi glande, subiendo y bajando el cuero de mi pija, y esta vez, acercando su cara a mis piernas. Cuando creí que podría desmayarme de tanta adrenalina, empezó a besuquearme las piernas, a mordisquearme las rodillas y a olerme la panza, con un tímido MMM en los labios.

¡Apagá esa ducha nene, que estamos desperdiciando agua!, me ordenó, y en cuanto lo hice, acunó mis bolas en una de sus manos, mientras con la otra sacudía mi pito para pegarme en la panza con él, diciéndome: ¡Sos un cochino Mati, un nene muuuy cochino!

Me escuché gemir, y me sentí un idiota. Pero, de repente, mi madre acercó sus labios a mis huevos y me los empezó a besar, haciendo ruiditos y oliéndome dulcemente, al tiempo que su mano empezaba a estrujarme el pito. Subía y bajaba con velocidad, presionaba mi tronco, llegaba al glande y jugueteaba con su pulgar. También introducía las yemas de sus dedos en el huequito para hacerme delirar de escalofrías, sin dejar de besarme los huevos, de hacerme notar la saliva de sus labios, ni de tocarme algunos trocitos de piel con su lengua caliente. Entretanto, me decía cosas como: ¡Dale Mati, largá la lechita bebé, como hoy, en la camita… acabá para mami, dale gordito, ahora que tenés olor a jaboncito! ¡Quiero ver cómo largás toda la lechita nene… asíiii, dale, antes que llegue Paola! ¿O, te gustaría que entre, y te vea el pito? ¿Querés que ella te pida la leche también?

De pronto, mientras mi mami me sacudía el pito, me pellizcaba una nalga, y seguía oliéndome los huevos, aunque ahora sin tantos besos ruidosos, sentí un mareo repentino, un ardor en el vientre, y unas cosquillas más que conocidas en la pija. Ella, por suerte apartó la cara justo a tiempo. ¿Por suerte? La cosa es que, arranqué a largar un lechazo furioso, una vez más en las manos de mi mami. Tanto que parecía que no había hecho pis en media hora. Me escuché gemir otra vez, aunque ahora con mayor éxtasis, y moví el pubis como buscando un contacto en el que fregar mi pija. Pero, mi madre, enseguida se incorporó del suelo húmedo, se limpió las manos con una remera sucia que encontró en el cesto de la ropa, me miró fijamente cuando yo intentaba recuperar el equilibrio, y abrió apenas la puerta.

¡Terminá, vestite, lavate las manos, y prepara las cosas para la escuela! ¡Ya no llego a hornear la tarta! ¡Así que, recaliento los canelones de ayer, y listo!, me dijo un poco más calmada, con su voz de madre habitual, un poco antes de desvanecerse tras la puerta. Mi hermana la llamaba en la cocina.

Ya en mi cuarto, mientras me vestía, pensaba en lo que había vivido. ¿Mi madre se estaba volviendo loca? ¿Qué pasaba? ¿Mi viejo no cumplía con sus deberes de marido en la cama con ella? ¡Qué rico que me chupó los huevos! ¿Cómo me va a pedir la lechita así? ¡Encima, con esas tetas! Perdía el hilo de lo que hacía. Me puse la remera al revés dos veces, y casi me pongo una zapatilla de dos pares distintos. Pensaba en lo poquito que faltó para que mi mamá se meta mi pija en la boca. ¿Por qué no lo hizo? ¿Sería buena petera la vieja? Cuando al fin estuve vestido, fui a poner la mesa, mientras Paola discutía con alguien por celular. Al rato, los tres comíamos casi sin hablar de nada en concreto.

¡Ma, la Magui viene a casa, para que hagamos el trabajo para laboratorio! ¿Sabés? ¡Pero, no te preocupes, que vamos a estar en mi pieza! ¡A lo sumo, cuando terminemos, vendremos a tomar unos mates a la cocina!, le explicaba Paola a mi madre, un ratito antes de levantarse. Sabía que ella se ponía nerviosa cuando venía gente a casa, porque le gustaba que todo brille, que luzca como un espejo.

¿Mi pieza? ¡Querrás decir, nuestra pieza! ¡No aprendés más nena! ¡Por lo menos pedime permiso si vas a entrar con alguien!, le salí al cruce.

¡Se supone que vos, tenés clases! ¿No? ¡Por eso no te pedí permiso, “Hermanito”! ¡Además, como si vos me tuvieses consideración por las noches!, me dijo, mirándome con picardía y enojo a la vez.

¡No se peleen, que los dos tienen derecho a usar la pieza! ¡Sólo tienen que ponerse de acuerdo!, dijo mi madre, un poco abstraída en sus pensamientos. ¿O sería por la tele? ¡A lo mejor, pensaba en lo que me hizo, y sentía culpa! ¿Y si, se quedó con las ganas de probarla?

¡Yo no tengo drama nena! ¡Usala! ¡Y, de eso, que decís, nada que ver tarada! ¡Yo también tengo que escuchar cómo discutís con tus novios! ¡Porque, ya tenés como cinco! ¿O seis? ¡Bua, ya perdí la cuenta!, le dije, sin la intención de ofenderla honestamente.

¡Lo que quieras nene! ¡Pero, discutir no es lo mismo que hacer cochinadas en la cama, mirando videos porno! ¿Vos pensás que no se escuchan tus auriculares? ¡Claro, por eso no escuchás el ruido que hacés cuando te tocás!, dijo Paola, levantándose de la mesa con el plato vacío para depositarlo en la pileta.

¡Basta los dos! ¡A ver si aprenden a convivir carajo! ¡Y, con vos, ya vamos a hablar Matías! ¡Paola, vos, podrías lavar tu plato al menos! ¡Mucho quejarse, pero la que levanta tus bombachas sucias de debajo de tu cama, soy yo!, dijo mi madre, mirándome con suspicacia, pero sin esquivar un cierto enojo por la forma que nos tratamos con Paola. Cosa que era habitual. Al rato, mi madre lavaba los platos, y yo buscaba mis cosas para irme a la escuela. Tenía que tomarme el colectivo a dos cuadras de casa, y ya estaba llegando tarde. En eso, llegó Magui, la amiga de Paola. Enseguida, después de saludar se metieron a nuestra pieza, y yo, tras manotear mi celular y mis llaves, me acerqué a mi mami para saludarla. Pero ella me sacó la mochila de los hombros, el celular y las llaves de las manos, y me arrinconó contra la mesada. De modo que quedé con el culo contra el mármol. Casi se caen algunos vasos limpios que se escurrían sobre unos repasadores.

¡Hoy no vas a ir a la escuela pendejo! ¿Así que, te tocás a la noche, con auriculares, sabiendo que tu hermana duerme en la cama de al lado? ¿En serio Matías?, me decía mi vieja mirándome desafiante. Tenía los guantes puestos, porque todavía le faltaba lavar unas fuentes. Me dio una cachetada mientras me decía: ¡Sos un cochino, un enfermo!, y esperó a que le explique aquellos incidentes. Pero yo era incapaz de hablarle.

¡Encima, te burlás de mí! ¡Otra vez tenés el pito parado nene!, me dijo enseguida, palpando mi bulto. Con el cagazo que me pegué, ni me había dado cuenta que ya estaba empalado de nuevo. Y, entonces, fue rapidísimo. Mi madre me bajó el pantalón y empezó a sobarme la pija sobre el bóxer, con sus guantes puestos. Durante un rato estuvo así, presionando, sintiendo cómo el corazón latía en mi pene, y dejando que algunos dedos transgredan mi bóxer para rozarme los huevos. En un momento acercó su cara a mi bulto, y le pegó una flor de olida a mi bóxer. Cuando sentí el tirón de sus manos a mi calzoncillo, se me ocurrió decir: ¡Ma, la Pao está en casa, y con alguien!

¿Y ahora te preocupás por tu hermana? ¡Dejala tranquila! ¡Ella está en la suya, y vos, acá, con el pito duro, con tu madre! ¿Te parece bonito? ¿Faltar a la escuela por pajero? ¡Y ahora, decime! ¿Te tocás el pito con tu hermana en la pieza? ¿Sí, o no? ¿Pensás en ella cuando te tocás?, me dijo, ahora apretándome el pito con los guantes, haciéndome sentir una sensación por demás placentera.

¡No ma, no pienso en ella, ni en pedo! ¡Pero, pero sí me toco! ¡No tengo otro lugar donde ir!, le dije, sin prestar mucha atención en las palabras. Mi mamá se había sacado un guante, para envolver mi pija en él, y mientras yo le hablaba, ella empezaba a apretármela muuuy despacito.

¿Y, qué mirás cuando te tocás?, me dijo, sabiendo que no era capaz de mirarla a los ojos. Yo le dije que no podía contarle.

¡Hablá, o vas a la escuela, y te quedás sin largar la lechita!, me dijo entre suspiros, ya que ahora, algo hacía con mi calzoncillo, que permanecía a su suerte estirado entre mis rodillas. Cuando abrí los ojos, la vi oliéndolo.

¡Nada ma, miro, videos de chicas que, bueno, que hacen cosas con otros tipos! ¡O con chicas! ¡Es re loco cuando, cuando ellos acaban! ¡Y ellas, cómo les entra esas cosas en la boca!, pude decir entre temblores y un sudor escalofriante, porque mi vieja seguía acariciándome con el guante. Pero, de repente se detuvo, se levantó del suelo y me dio una cachetada con el guante.

¡No seas desubicado nene!, me dijo, y acto seguido volvió a descender lentamente. La vi revolear los guantes, y luego escupirse las manos. No llegué a preguntar nada. De repente, sus manos se apropiaron de mi pija y mis huevos. Me frotaba, sobaba, apretaba, estiraba la piel, me pellizcaba y jadeaba suavecito, como si me la estuviese enjabonando. Yo no me quedaba atrás. No quería decir cosas sucias, porque eso podía complicar el momento. En su lugar, suspiraba, gemía y no sabía qué hacer con las manos.

¡Eso porque, vos no sabés la cantidad de lechita que largás! ¡Tenés una pija hermosa mi bebé! ¡Espero que tu hermana nunca te la vea! ¡La vas a tentar, como a mí!, me decía, prosiguiendo con sus frotadas. Estuve a punto de pedirle que me la chupe, cuando un estruendo de algo líquido impactó en mi verga. ¡Mi madre ahora le había dedicado unas cuantas escupidas a mi pubis, y a mis huevos! Una vez más sentí el peligro ascendiendo por mis músculos. No recordaba haber tenido la pija tan dura, ni haber acabado tantas veces en un día. Ella debió notarlo, porque de pronto empezó a decirme: ¿Qué pasa mi nene chancho? ¿Ya viene la lechita para mami? ¡Vamoooos, quiero leche!

Fue todo igual de rápido que antes. Mi madre se puso un guante y empezó a darme nalgadas, mientras su boca comenzaba a rebalsarme el pito con besos, y su olfato me lo olía con desesperación, diciendo: ¡Mmmm, ahora tenés olor a jaboncito… y a la babita de tu mami… y no a pichí, como esta mañana… o a semen, como tus sábanas! ¡Te pego, porque te portás mal! ¡Que sea la última vez que me entero que te tocás esta cosita, en presencia de Pao! ¿Estamos?

Su boca rodó por mis huevos, mientras sus nalgadas continuaban resonando en la cocina, y de pronto sus dientes mordieron la puntita de mi glande. Eso fue demasiado para poder sostenerme en pie de guerra. Pero cuando creí que mi semen le bañaría la cara a mi madre, ella fue más astuta. Envolvió mi pija con los dos guantes, y siguió pajeándome frenéticamente con ellos, cuando yo no paraba de expulsar mi acabada, hasta que supo que me la había ordeñado por completo. Había un charco de semen en el piso, y algunos hilitos caían de las manos de mi vieja. Pero la mayoría estalló sobre esos guantes. Mi madre los dejó en la mesada, y, como recobrando la compostura, la identidad y su rol bien definido, me dijo: ¡Subite eso, y ponete a hacer algo! ¡Lo que quieras! ¡Llevate esa mochila, y no pierdas la tarjeta del colectivo! ¡No te quiero ver echado en el sillón! ¡Aaaah, y más te vale que mañana pidas todas las tareas! ¡Ahora, Rajá de acá!

Salí de la cocina, sin un rumbo en mente. Entré al patio, pensando en qué pudo haber hecho mi vieja con esos guantes, llenos de leche, y volvía a sentir que la pija se me hinchaba. Ya me dolía un poco, y tenía el glande tan sensible como mis sentimientos. ¡Qué bueno sería que mi vieja se me aparezca una noche de estas, en bombacha, y que se meta entre mis sábanas, justo cuando me estoy pajeando, con la lechona en la puntita! ¡Qué ganas tenía de chuparle las tetas! Me senté en uno de los silloncitos de jardín que todavía se mantenía en pie, y me puse a whatsapear con mis amigos. ¡Quería contarles todo! Pero, de pronto me sentí celoso, el único dueño de mi vieja, o el único que deseaba tenerla. De igual manera, me la imaginé pajeando al Nico, o a benjamín, mis dos mejores amigos. La verdad, no tenía ganas de ver videos de chicas garchando. Necesitaba mirarle las gomas a mi vieja. ¡Podría entrar, y sugerirle que se acueste a dormir una siestita! Quizás así, pueda verla desde la ventana, en ropa interior. Pero ella jamás dormía por la tarde. Además, no sabía cómo dormía. Pensaba en rondar por las noches, para intentar pescarla cuando estuviese teniendo relaciones con mi viejo. ¡Quería escucharla gemir! En eso, el Nico me envía la foto de Laura, una gordita compañera nuestra. En la foto, Laura tenía la cola re paradita, y sus nalgas redondas y carnosas se deglutían una bombachita roja. Según él, esa foto se la había mandado al pibe que salía con ella, que resultaba ser su primo. En otro momento, habría pelado la pija para dedicarle una pajota heavy. Pero mi cerebro necesitaba el perfume de mi vieja, sus apretaditas a mi pito, sus besos, la forma en la que me olía, su saliva y su lengua. Recuerdo que ordené un poco las herramientas de mi viejo, que me lavé las manos, y que volví al silloncito. Otra vez me costaba caminar por la erección que me cargaba. Así que, me metí la mano adentro del pantalón, y empecé a pajearme despacito, tratando de imitar el arte de mi mami. Pero claramente, no era lo mismo, a pesar que yo sabía cómo hacerme acabar. Entonces, noté que empezaba a agitarme, que fregaba el culo en el sillón, y que, sin buscarlo siquiera, me pellizcaba los huevos, y trataba de rozarme el culo por encima del calzoncillo. Tenía la pija seca, porque los jugos pre seminales se hacían desear. Supongo que, por eso ni me importó largar un chorro de pis, el que se deslizó un poco por mis huevos.

¿Se puede saber qué estás haciendo Matías? ¡Aaaaah, mirá vos! ¡Veo que, con las manitos ocupadas!, decía mi mami acercándome a mí, con un balde repleto de ropa mojada para colgar al sol. Ni siquiera advertí que apareció por el patio. Me sonrojé, pero no tuve tiempo para nada. Ahora mi mami tenía las tetas solo cubiertas por un corpiño azul medio viejito, de esos que se prenden por adelante. Abajo, tenía la misma calza de antes, y unas ojotas.

¿Y, no me vas a decir nada? ¡Levantate, dale, y sacate la manito de ahí, chancho! ¿O querés que la amiguita de Pao te vea? ¿Nunca te gustó esa Chica? ¡Tiene un lomazo!, me decía, acercándome las tetas a la cara, mientras yo me levantaba con el peso de miles de sensaciones en el pubis.

¡Bajate el pantalón Mati, dale!, me dijo una vez que me puse de pie. Yo no pude hacerlo. Ella empezaba a pegarse a mi cuerpo, y meneaba las tetas lentamente.

¿Te gustan? ¡Aunque creas que soy una tonta, vi esta mañana cómo me las comías con los ojos! ¡Imagino que en tu escuela debe haber más de una chica con lindas tetas! ¿Alguna vez tocaste unas tetas de verdad?, me decía, endulzando su voz cada vez más, mientras se me secaba la boca y se me paralizaban los músculos del cuerpo. Ella me bajó el pantalón sin más preámbulos.

¡Uuupaaa, qué lindo tener este pito, siempre durito, y mojado!, murmuró mientras me lo acariciaba por encima del bóxer. Acto seguido me empujó sobre el sillón, y se agachó. Me mordió las tetillas por encima de la remera, palpó con su lengua mis pezones, y presionó sus dientes un poquito más. Después me besuqueó la panza, se desprendió el corpiño ante mis ojos, y cuando sus tetas salieron disparadas como dos misiles, las juntó a mi pubis. Para eso me bajó el bóxer y empujó mi espalda bien hacia atrás, para que toda la extensión de mi pija esté a su entera disposición. A partir de allí, mi mami empezó a juntar mi pija entre sus tetas, a friccionar esos globos hermosos contra ellas, a dar saltitos, más frotadas, y, de vez en cuando, a juntarlas también con mis huevos. También juntaba sus pezones a mi glande. En un momento, cuando advirtió que parecía cerca de eyacular, me pellizcó el pito, diciéndome entre dientes: ¡Todavía no chancho!

De golpe me privó del contacto ardiente de sus tetas para olerme el pito, y para darle un chuponcito a mis bolas. Ahí volvía  tener problemas para contenerme. Pero entonces, se irguió con una agilidad tremenda, y me encajó las tetas en la cara, diciéndome, mientras me las frotaba: ¡Dale nene, chupalas, y olelas! ¡Oleme las tetas pendejo! ¿Viste a qué huelen? ¡A tu pichí! ¿Te measte nene? ¡Tenés olor a pis, en el pitito, y en los huevos! ¡Y ahora le dejaste olor a pipí en las tetas a mami! ¡Así que, ahora me las vas a chupar!

Eso hice. Se las lamí, chupé, besé sin experiencia, pero con toda la pasión del mundo, y hasta le mordí uno de los pezones. Ahí, supongo que perdió la paciencia. Me levantó de un solo tirón de pelos, me dio un chirlo re violento en el culo, y se dirigió al balde repleto de ropa. Pensé que iba a dejarlo todo así. Ya eran cerca de las 4 de la tarde, y mi viejo estaría al llegar de su laburo. Pero, de repente la vi buscando algo, mientras sentía que el pito me dolía de lo duro que lo mostraba al dichoso sol que nos iluminaba. Y entonces la vi regresar junto a mí, poniéndose un guante en la mano derecha. Se agachó una vez más junto a mis piernas, me besó el pito, y en menos de lo que imaginé, se lo metió todo en la boca. Empezó a succionarlo, a lamerlo y saborearlo, a sacárselo para respirar, y luego volver a introducirlo en ese calor abrazador que reinaba entre sus labios. Al mismo tiempo me abría las nalgas, y comenzaba a deslizar uno de sus dedos enguantados en mi zanja. Yo gemía, envalentonado por las cosas que le oía decirme cada vez que escupía mi pija.

¡Cómo te gusta que te toquen el culito bebé! ¡Te vi recién, te lo estabas tocando nene! ¡Me encanta que te pajees todo el tiempo mi chiquito! ¿Así? ¿Te la chupo más mi amor? ¿Te gusta cómo te come el pito tu mami? ¡Mmm, qué rica pija tenés, con tu olor a lechita, a pajero, y a pipí de nene travieso!, eran algunas de las cosas que recuerdo que me decía. Pero, en un momento, se dejó mi pija instalada en la boca, solo para mover su cabeza. Ella empezó a decirme: ¡Cogeme la boquita nene!, y yo empecé a hamacarme para hacer lo que ella me decía. Mi mami sostenía algunos ratos mi pija con sus dientes para que se deslice entre ellos, y otras, solo hacía un tobogán con sus labios. Y, entonces, en un instante sublime, uno de sus dedos escurridizos empezó a punzar, frotar y a hundirse en mi culo, mientras ella parecía atragantarse con mi pija. Aún así, podía hablarme, o farfullar cosas como: ¡Lecheeee, quiero lecheee, dale, que te hago la colita mi bebé, vos dame tu lecheee en la bocaaa, dale, que tu hermanita sabe que sos un pajeritooooo!

Yo no aguanté más. Al punto tal que mi mami casi se ahogó cuando empecé a largarle mi leche como un trueno desgarrador en la garganta. La vi escupir, toser, y hasta limpiarse la nariz. Algunas gotitas le salieron por allí. Le costó recuperar la voz. Le sonaba como si estuviese haciendo gárgaras. No quería separarse de mi pito. Me lo olía y besuqueaba, mientras se convertía en un pito normal, poco a poco, luego de haber descargado un lechazo más. Hasta se mordió el dedo que extrajo de mi culo. Esa vez, le costó un poco más recobrar su autoridad leonina. Pero, cuando lo hizo, después de quedarse un largo rato mirándome a los ojos, me dijo: ¡Vas a tener que ir a bañarte de nuevo Mati! ¡Me parece que estás grandecito para andar con el calzón meado! ¡Aaah, y espero que, aparte de tocarte el pito, hayas hablado con tus amigos! ¡Por ahí, mañana, faltás al colegio otra vez!     Fin

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