“Señores pasajeros, les habla su capitán. Acabamos de aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Manises, Valencia. Son exactamente las 11:23 hora de España, la temperatura en tierra es de 32° Celsius con vientos de 4 km en la hora. Les damos oficialmente la bienvenida a la Comunidad Valenciana, esperando que disfrutéis de esta bellísima comarca, deseándoles una hermosa estadía y mejor regreso. Gracias por volar con Iberia, hasta ahora.”
Se oyeron algunos aplausos a los que me uníluego de desprender mi cinturón de seguridad. Estaba feliz, eso era música para mis oídos, por fin había logrado mi objetivo, ¡había emigrado a España! Hacía muchos años que lo estaba planeando y por fin era una realidad. Tan solo quince horas atrás había dejado en Ezeiza a mi pareja, Cecilia, y a nuestras mellizas de solo noventa días. Fue un mar de lágrimas, pero no había opción, nos teníamos que separar, debía preparar el camino para que ellas se me unieran en unos meses e iniciar una vida juntos en un lugar mejor.
Tomémochila y maleta de la manga y las coloqué en un carrito junto con el equipaje de mano, pude sortear con éxito los puestos de aduana, llegué a la puerta automática que daba al hall principal y rodeé la mampara opaca que impide la visión hacia el sector de arribos. “¡Aquííííí! ¡Aquí Dani, guapo!”, gritó Marta, me ofreció un caluroso abrazo al llegar a ella. Marta era íntima de mi mujer, se habían conocido mientras Cecilia vivía en España y siguieron comunicándose cuando ella decidió retornar a Buenos Aires; yo la conocía por nuestros viajes de vacaciones. “¿Cómo estás hombre? ¿Qué tal el vuelo?”. Como se hace normalmente, nos dimos nuestras primeras noticias mientras avanzábamos hacia la salida del aeropuerto, como si uno tuviese apuro por dejar ese trámite atrás y empezar con lo “importante”. La puerta de salida se abrió y pude sentir el cálido aire mediterráneo en mi rostro, era julio, pleno verano europeo. “Ven, ven, tengo el coche aparcado por aquí”, señaló Marta. Elogié su nuevo Audi, “¿te gusta? ¿Está chulo, verdad?”, dijo orgullosa. Sin perder más tiempo nos dirigimos a su piso en un pueblito cercano, a media hora por autovía.
Marta es una hermosa chica lesbiana, en ese momento contaba con 31 años. Su cabello es rubio natural, lo lucía corto y desmechado en la parte superior de la cabeza, con algunos sectores teñidos de violeta. Ojos celestes, 1,80 de estatura, más bien fornida, se asemeja más a una escandinava que a una ibérica.
En una época llegó a acusar en la balanza unos cuantos kilos de más, pero se había puesto firme con la dieta y el ejercicio. Por lo que se podía apreciar (y por las fotos que Ceci me había pasado de Marta en malla ya delgada) mantenía su buen par de tetas, bien redondas, y su culo prominente, que hasta se notaban con la ropa puesta, pero todo se encontraba armónicamente proporcionado con su altura. Tal vez el flamante divorcio de su aburrida exesposa la hacía ver más linda y rozagante todavía; le llegó a decir a mi pareja “este será mi verano amiga, no me alcanzarán las horas del día pa’ follar”, comentario que me había arrancado alguna que otra paja. La verdad que sí, me la cogería por todos los agujeros, pero lo tenía todo en contra y la verdad es que no quería problemas con nadie, y mucho menos con la madre de mis bebas.
Marta no solo había aceptado darme albergue durante mis primeras semanas en el viejo mundo, sino que había insistido vehementemente ante la posibilidad de hospedarme en otro lado, “¡Dani se queda conmigo!”, escribió. Fue entonces que me instalé en su hermoso piso, el cual formaba parte de una urbanización que contaba con muy pocos años de antigüedad, con piscina, parque y estacionamiento. Era un departamento de tres ambientes, por lo tanto, Marta me había acondicionado un cuarto solo para mí. Yo había tenido la inmensa fortuna de viajar ya con un trabajo asegurado y sin ningún problema de papeles, pero debía empezar en mi nuevo empleo recién a la semana de mi llegada, lo que me iba a permitir tomarme un merecido descanso. La hospitalidad de nuestra amiga no tenía fin, como siempre: me ofrecía dinero, me animaba a usar la piscina, me compró un celular y hasta me facilitó el auto viejo de su padre para que me moviera mientras ella trabajaba. En nuestras visitas anteriores, abarrotaba la heladera de “botellines” (como le dicen ellos) de cerveza y por la noche pedía delivery o cocinaba deliciosos platos típicos, seguramente iba a hacer lo propio mientras yo fuera su invitado.
Durante mi segundo día en su casa, Marta me envió un whatsapp: “Dani, llego tarde, no me esperes, pídete alguna chorrada pa’ comer”, así hice. A media noche, me tiré en el cómodo sofá, abrí la sexta cerveza y me dispuse a ver una serie en Netflix que seguía desde Buenos Aires. Después de un rato, miré algunas porno en el celular, pero no me dio para pajearme, tenía sueño, eran casi las dos de la mañana. Cuando me disponía a irme a mi habitación, pude oír murmullos en el pasillo del edificio. “¡No hables tía, que mi amigo estará durmiendo y vas a despertarlo!”, era la voz de Marta, murmurando mientras abría la puerta. Me apresuré a entrar a mi cuarto y entorné la puerta para que no hiciera ruido al cerrarla. Mi anfitriona había regresado a casa con una amiguita, se podían oír susurros y risas, intentaban no perturbar la paz de la madrugada. Me asomé a través de la puerta entreabierta y pude ver a la casual compañera de mi amiga, era una hermosa morena, delgada, justo logré apreciar cómo se comían la boca mientras se apretaban los culos. Las vi entrar a la habitación de la dueña de casa y me acosté. No pasó mucho tiempo hasta que pude oír los primeros gemidos. “¡Aaaah, aaaah, así, trágame el coño, zorra puta!”, decía Marta. Me saqué el short que llevaba puesto y comencé a pajearme imaginándome a la morena chupándole la concha a mi amiga y a esta presionándole la cabeza contra su entrepierna. No sé cuánto tiempo estuve despierto escuchando sus expresiones de placer y sacudiendo mi verga, eyaculé en mi abdomen y al rato me dormí.
Una de las cosas que tenía ganas de hacer en esa semana libre a mi llegada a España, y con la que fantaseaba hacía años, era visitar una playa nudista. Me excitaba la idea de desnudarme al aire libre, exhibirme, que me vieran la pija, el culo y poder ver a otras personas sin nada de ropa. Semanas antes de mi partida de Buenos Aires, ya había buscado las playas naturistas más cercanas al pueblo donde sabía que me iba a establecer. Pensaba hacerlo realidad al día siguiente, el cuarto de mi estadía, ya no faltaba mucho para tener que empezar a trabajar. Esa noche, mientras estábamos disfrutando de una deliciosa tortilla de patatas casera y cervezas bien frías, Marta me dice: “Bueno Dany, he hablado con mi jefa, me ha dado permiso de librar los próximos tres días, así que… ¿qué te gustaría que hagamos mañana?”. Me quedé sin palabras, contaba más que nunca con que ella pasara todo el día en su trabajo para poder ir a la playa nudista, y la verdad no quería postergarlo. “Eeeehmmm, es que mañana justo tenía algo pensado", dije tímidamente. “¡Bueno, pero dime qué es hombre!”, me presionó. Entonces decidí sincerarme, seguro que me iba a entender; le conté que tenía planeado visitar una playa nudista para vivir la experiencia, pero que no quería que Cecilia se enterara porque lo podía tomar a mal. “¡No se habla más, tío! Mañana temprano te llevo a conocer la mejor playa naturista de arena de España. Ceci no va a enterarse, tienes mi palabra”. ¡¿Qué?! Marta no había entendido el mensaje, yo quería ir solo, pero ella decretó que me iba a acompañar. ¿Acaso nos íbamos a ver desnudos? No sabía si eso le iba a hacer bien a mi calentura acumulada. Sin darme cuenta y sin haber podido contestarle, al rato estaba en mi cama, sin lograr pegar un ojo, imaginando todas las situaciones que se podían dar con esta mujer completamente desnuda, los nervios no me dejaban ni pajearme.
“¡Venga Dany, que ya es hora de irnos!”, gritó Marta mientras daba moderados golpes en la puerta de mi habitación. Al salir pude ver una heladera portátil y un canasto de mimbre con adminículos de playa. “¿Quieres darte una ducha rápida? ¡Pues venga, que es un día precioso!”, propuso enérgicamente. Me bañé y en media hora estábamos saliendo del garage. Luego de diez minutos de viaje por una carretera comarcal, pude ver el letrero que decía “Benvinguts a Platja L’Aigua Blanca” (Bienvenidos a Playa El Agua Blanca). Saqué las cosas del maletero del coche y nos internamos en el arenal. Es difícil de explicar lo que uno siente cuando ve por primera vez gente totalmente desnuda en una playa, pareciera una sensación ambigua, como de libertad y represión a la vez. Estaba bastante concurrida por ser día de semana, la mayoría eran adultos y hasta ancianos, todos sumamente relajados. Yo había tenido experiencias homosexuales, por lo que no podía dejar de mirar tanto las conchas como las pijas, me sentía en el paraíso, literalmente. Marta eligió un sitio en la arena cercano a un pequeño bosque, desde allí se podía visualizar casi la totalidad de la costa. Acomodamos una gran lona multicolor y sobre ella la heladera, la canasta y demás pertenencias. Me encontraba de pie cuando Marta empezó a desnudarse, sentí que me derretía. Antes de que pudiera reaccionar ya estaba como había venido al mundo, balanceando al movimiento sus grandes y redondas tetas, las cuales chocaban entre sí, con pezones rosados, mostrando su concha totalmente depilada, lo cual dejaba ver que era de esas cuyo tajo se extendía bien arriba, similar a un hachazo curado, con labios internos. Cuando se dio vuelta para guardar su bikini, me dejó ver su gran y carnoso culo, estaba para hincarle los dientes. “¿Y tú, te vas a quedar con el bañador puesto o qué?, ¡venga!”, su arenga me despabiló y me bajé la malla rápidamente, como para que “doliera” menos. Marta me miró la pija, luego a los ojos y lanzó una carcajada. “¡A eso lo llamo tener polla, amigo, jajaja!”, expresó. Siempre me habían dicho que la tenía grande y gorda; para colmo me habían circuncidado de bebé por fimosis, motivo por el cual mi glande estaba siempre a la vista y la hacía parecer más larga y cabezona todavía. A todo esto, le tenía que sumar la gran cantidad de estimulación visual que me provocaba una leve erección.Marta me invitó a apoyar el culo al lado del suyo en la lona. Por suerte, abrió la heladera, la cual había llenado de botellines, destapó dos y empezamos a beber, eso iba a lograr que me relajara un poco. “Mira que rico chocho el de esa vieja, ¿se lo comerías?”, dijo ella de pronto, a lo que estallamos de risa. Marta sabía que yo era bi, así que también me hacía comentarios sobre cada pija que pasaba. La verdad era que la estaba pasando como nunca en mi vida, de vacaciones, verano, Mediterráneo, gente desnuda, Marta desnuda…
“¡Mira Dany, mira ese par que viene hacia aquí!”, me advirtió mi amiga. Al voltear hacia la entrada de la playa pude ver a una pareja algo especial, un hombre de unos cincuenta años, calvo, más bien de baja estatura, acompañado por un terrible hembrón, alta, voluptuosa, caminaban tomados de la mano. A kilómetros se podía apreciar que ella era transexual, muy femenina, delgada, de pelo lacio, largo, teñido de caoba, unos cien de tetas, llamaba mucho la atención. Se dirigían justo hacia nuestra ubicación y se establecieron pocos metros por delante, en dirección al mar, solo llevaban una lona de esterilla que desplegaron en la arena. Él se desnudó primero, dejando ver su pequeño pene, pero toda nuestra atención estaba dirigida a su atractiva acompañante. Ella desató un pareo que la cubría de la cintura hacia abajo, desprendió su top y se deshizo de su tanga. Creo que tanto Marta como yo nos quedamos boquiabiertos ante tanta sensualidad, sus tetas eran bien redondas y paradas, con pezones más bien pequeños, su culo estaba operado, pero no era de esos deformes, parecía natural, y bueno, ¿qué decir de su enorme pija?, era muy gruesa, de unos veinte centímetros de largo, con un carnoso prepucio que alimentaba aún más el deseo de estimularla para que terminara mostrando su glande que prometía un tamaño más que deseable. Yo no podía desviar mis ojos de esa poronga, tanto así que ella se dio cuenta y la sacudió un poco regalándome una sonrisa cómplice. “¡Si que te mueres por esa polla amigo, a mí no me engañas!”, adivinó Marta, haciendo que volviera un poco a la tierra. Sacudí la cabeza como haciéndome el tonto.
Mi amiga destapó el cuarto par de botellines, ya estábamos algo “alegres” y con la risa fácil. Había pasado como una hora desde la llegada de la peculiar pareja cuando nos percatamos de que levantaban campamento, es decir sus bañadores y la esterilla. Me decepcioné un poco, la persona más caliente y deseable del lugar estaba a punto de irse, tenía demasiadas ganas de conocer a esa travesti, de deleitarme mirando ese terrible trozo de carne que le colgaba entre las piernas. Para nuestra absoluta sorpresa, la pareja inició la caminata hacia nuestra posición, pasaron a nuestro lado, regalándome ella una segunda sonrisa caliente. Pudimos ver que se dirigían hacia la pequeña arbolada ubicada detrás de nosotros, sortearon un médano y se internaron en la misma. “¡Van a follar tío, van a follar!”, me susurró Marta con entusiasmo. Mi compañera estaba desesperada por saber qué era lo que iba a pasar en ese bosque, solo aguantó unos minutos antes de ponerse de pie y caminar levemente agazapada hacia el médano que separaba el arenal del grupo de árboles. Se arrodilló entre unos matorrales con su hermoso culo hacia mi posición y pocos segundos después empezó a hacerme señas con la mano como para que me le uniera. “¡Te lo dije, Dany, te lo dije!, mira…”. Mis ojos no daban crédito a semejante escena, la travesti se estaba cogiendo a su acompañante en posición de perrito, en la lona de esterilla a la sombra de un árbol, lo penetraba intensamente con su enorme pija. Yo me encontraba sumamente excitado, aunque mi chota no estaba muy erecta por esa especie de éxtasis prostático que me producía tener a pocos metros una verga tan deseable. A mi lado estaba Marta, hipnotizada por la escena, con su mano derecha en la entrepierna; “¡ah, ah, esto sí que me pone amigo!, decía como en una especie de transe mientras se tocaba la concha. Aproveché y retrocedí unos pasos para apreciar a mi amiga en plena calentura, pude ver su culazo y sus dedos estimulando el clítoris, en ese momento empecé a pajearme, era demasiado para seguir disimulando. Estuvimos un rato masturbándonos juntos, agazapados detrás del médano, hasta que la hermosa trans sacó la verga del culo de su “víctima”, sin forro, y nos dejó ver como rociaba la espalda del putito con abundantes chorros de la más deliciosa leche. “¡Me vengo amigo, me vengo!”, las caderas de Marta se sacudían y pude ver como acababa con un ahogado gemido. Yo estaba muy duro, pero me solté la pija para no largar la leche, me dio como un poco de pudor en ese momento.
Tan discretamente como habíamos llegado al médano, volvimos a nuestra lona y abrimos más botellines. De a ratos nos mirábamos y reíamos. La pareja sexual que acabábamos de ver cogiendo surgió de la arbolada, ya vestidos y camino al aparcamiento. La travesti se dio vuelta, besó su mano, la extendió y la sopló hacia nuestra posición, como haciéndonos saber que se había percatado de nuestro voyeurismo ocasional. Pasados unos minutos Marta me miró y me dijo: “¡Mañana volvemos! ¿Te mola?”. Solo pude sonreír y asentir con un movimiento de cabeza. Nos pusimos los bañadores y emprendimos la vuelta al departamento.
“Me voy a dar una ducha Dany, ponte cómodo”, me dijo Marta al entrar al piso, a lo que destapé un nuevo botellín, encendí la televisión y me tiré en el sofá. No me podía concentrar en el documental de la TVE2, solo pensaba en lo que había vivido ese día. ¿Cómo seguíamos ahora? Con esta mujer habíamos pasado en pocos días de ser amigos lejanos (y ni siquiera eso, porque era amiga de mi mujer), ¡a vernos desnudos y hasta a masturbarnos juntos! O sea que en la playa estábamos despojados de cualquier tipo de ropa y autoestimulándonos, ¿y en su casa íbamos a estar totalmente vestidos, como si nada?, era demasiado fuerte para mí. Intentaba entenderlo desde su lesbianismo, como que la tenía que ver como un “amigo”, pero nunca había tenido un amigo con semejantes atributos. A la vez que meditaba, estaba atento al pasillo que daba al baño, se podía oír el ruido del agua de la ducha que, como en toda España, tenía una presión deliciosa. Decidí incorporarme para buscar una nueva cerveza cuando me percaté de que Marta había dejado la puerta del servicio entreabierta. ¡Claro!, si la acababa de ver en pelotas y pajeándose, ¿para qué iba a tomarse el trabajo de cerrarla? Me acerqué discretamente y ahí estaba, toda la humanidad de esa hembra, de espaldas, mostrándome su culazo una vez más. Tenía el duchador en la entrepierna y una abundante espuma de agua emergía por su “raja” hacia atrás. ¿Por qué me hacía esto? Le estaba dando duro a su clítoris de nuevo, no podía ser tanta calentura. Fue mucho, saqué la poronga y me hice la paja que necesitaba, en pocos segundos largué la leche en mi mano izquierda a borbotones. Aliviado, me lavé en la bacha de la cocina, tomé un botellín de la heladera y volví al sillón. Al rato, Marta salió envuelta en un toallón y permaneció así toda la noche, mientras cenábamos y hasta que nos despedimos para irnos a dormir, lo que me arrancó la segunda paja en pocas horas ya en la cama.
“¡Venga Dany, vámonos!”, pude oír a mi anfitriona, entusiasmadísima una vez más por la mañana. Repetimos al detalle todos los pasos del día anterior y en menos de una hora estábamos desnudos en L’Aigua Blanca, con los petates y nuestros culos apoyados en el mismo sitio. Mientras liquidábamos la tercera ronda de cervezas, Marta me advirtió sobre el arribo de ese alguien especial al lugar, esa persona que ambos estábamos esperando: la transexual volvía a la playa, esta vez completamente sola, con su lona de esterilla y una pequeña carterita bajo la axila. Mi amiga me codeaba entusiasmada mientras la veíamos instalarse en el mismo lugar que el día anterior. No paraba de mirarnos y sonreír, como si los tres nos hubiésemos complotado para que todo eso estuviera sucediendo. La hermosa “hembra con pene” desplegó la esterilla y se desnudó, mirándonos por encima de sus lentes oscuros, sonriéndonos. Marta no pudo con su genio y, sin advertirme, se incorporó y caminó hacia ella. Pude ver como se presentaron, charlaron un rato, comenzaron a tocarse los brazos mutuamente y se besaron en la boca. Apreté las piernas inconscientemente, como para ocultar una insipiente erección, algo caliente estaba por pasar. La travesti tomó sus cosas, agarró de la mano a mi amiga y juntas caminaron hasta mi posición. “Dany, te presento a Mariana. ¿Adivina? Es compatriota tuya”, dijo Marta excitadísima. “¡Hola putito!, ¿cómo estás?”, saludó nuestra nueva compañera, mientras se agachaba para darme un beso en los labios. “Venga Dany, ponte de pie que nos vamos pa´l bosque. Ayúdame con los trastos”.
En cinco minutos estábamos instalados en la arbolada, con la lona extendida y todas nuestras cosas debajo del mismo árbol en el que habíamos visto a Mariana cogerse al petizo el día anterior. Marta destapó tres botellines y brindamos. Mi amiga se colocó semi acostada a mí derecha, apoyada en el árbol, y comenzó a acariciarse la concha. A mi izquierda estaba la deseable transexual, con sus rodillas sobre la lona, apoyando su cola sobre los talones, ya tenía su enorme y cabezona verga parada, la pajeaba, parecía no alcanzarle la mano para cubrirla. Sorpresivamente, me tomó de la nuca y llevó mi cara hacia la misma para que me la metiera en la boca, lo cual hice sin pensarlo un segundo. ¡Hacía tanto que no chupaba una pija!, y me producía una calentura adicional saber que mi amiga lesbiana estuviera en primera fila viendo como me comía esa chota hasta los huevos, como le pasaba la lengua a la cabeza, a la vez que, por su posición, podía apreciar cómo se abría mi culo y mi pija se tornaba cada vez más flácida por la ansiedad de ser cogido, me encantaba mostrarle lo puto que era.
“A ver, mostrame ese culo, maricona”, ordenó la travesti mientras me daba vuelta y me ponía en cuatro. Quedé de frente a Marta que se sacudía el clítoris con tres dedos, intermitente pero intensamente. Pude sentir la humedad de la lengua de Mariana en mi ano, me lo chupó un par de minutos para luego estirarse hasta su carterita para sacar un forro; se lo puso y me lubricó con su bronceador, separó mis nalgas con ambas manos, casi clavándome sus largas uñas pintadas de rojo en mis carnes. Pude sentir la brisa mediterránea en mi dilatado culo que ya pedía a gritos su poronga. ¡Por fin! Ahí estaba el vergón abriéndose paso en mi humanidad, cogiéndome. “¡Aaaah, que rico como te están follando amigo!”, dijo Marta, ya masturbándose desesperadamente. “Chupale la concha a la puta de tu amiga”, sugirió Mariana; pensé que mi anfitriona se iba a negar, pero la muy trola acercó rápidamente su entrepierna hacia mi cara. “¡Aaaah, aaaah, así, trágame el coño, zorra puta!”, esa frase ya se la había oído.
Nuestras posiciones se mantuvieron unos veinte minutos, la trans me culeaba cada vez más duro, a lo que yo aumentaba la intensidad del cunnilingus a mi amiga. “¡Aaaah, no pares Dani, cariño, que me corro en tu boca! ¡¡¡Aaaaah, aaaaaah, toma, tomaaaa!, gritó Marta, viniéndose en primer lugar y dejando un visible manchón de flujo vaginal en la lona, por debajo de su pelvis. Mi culo quedó repentinamente vacío y abierto cuando Mariana me sacó la chota e inmediatamente me tomó de un brazo para colocarme de rodillas y llevar su enorme pene por encima de mi cara, pajeándolo. Me quedé entregadito, esperando como una puta obediente, con la boca entreabierta, mis manos en los muslos, sin tocarme la pija totalmente muerta. “Que rico culo tenés, porteñito puto… ¡Uf, uuufff, tomá mi leche!, ¡tomala toda puto de mierda, toda, aaah, aah! Apenas sentí la primera gota de semen caliente en mi labio inferior mi tremenda calentura de varios días se liberó como nunca, acabé sin tocarme sobre la lona, el mejor polvo de mi vida. Me desploméal lado de Marta que había hecho lo propio un minuto antes.
Mariana empezó a vestirse apresuradamente, como si tuviese que fichar en una oficina. “¡Me voy putas, tengo un cliente en un rato!”, un beso en cada una de nuestras bocas fue suficiente para que tomara sus cosas, saliera corriendo y que su silueta se perdiera en el parking de la playa. Ahí estábamos Marta y yo, tirados uno al lado del otro, mirando hacia arriba, en una lona que era una mistura de flujo, semen y arena. Ya teníamos demasiados secretos en común, nos habíamos visto desnudos, pajeándonos, ella había presenciado como me cogían y hasta le había chupado la concha, solo nos faltaba garchar. Estábamos en silencio, algo común en mí pero totalmente raro en ella. Pensé en Ceci, en las bebas, me pintó un poco el bajón al darme cuenta de que el silencio de nuestra amiga podía tener que ver con eso, tal vez estaba arrepentida por lo que habíamos hecho, hasta donde habíamos llegado…
"¡Mañana volvemos! ¿Te mola?”, dijo Marta entusiasmada. Fin
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