Ahora tengo diecisiete años, pero lo que les contaré me sucedió cuando tenía unos nueve o diez. Fue tan intenso y excitante que cada vez que me acuerdo, tengo que recurrir a mi mano, o a alguna chica del cel.
Todos los veranos me mandaban a la bendita escuela de verano, donde aprendí a nadar, a jugar vóley, fútbol y algo de tenis. Allí había muchas chicas en maya y eso me gustaba demasiado. A mis compañeritos no les llamaba la atención como a mí. Pero yo contaba con una hermana más grande que hasta el día de hoy tiene unas tetas infernales, y supongo que eso despertó mi interés prematuro por las chicas.
Desde pequeño fui religiosamente a distintos deportes, y en algún momento fijé mis ojos en una chica que tendría quince o dieciséis. Realmente nunca supe su edad, pero podía pasar toda la tarde mirándola. Recuerdo que al terminar mis actividades corrí a las duchas para bañarme, y entonces nos cruzábamos cuando ella entraba al baño de las chicas. Obviamente, yo era muy pequeño para ella, pero me hacía fuerte con mi altura de 1,65, y con mis ojos verdes, los que a mis primas les fascinaban. En especial a Noelia, que siempre que nos encontrábamos, me apretujaba contra sus tetas y me besuqueaba las mejillas. ¡Me encantaba que me deje restos de su saliva en la cara!
De a poco la chica del club se fijó en mí, y yo no conocía la noche en la que no soñara con ella. En esos sueños yo la besaba como los actores de las novelas que miraba mi madre, y ella se sonreía feliz como las modelos de publicidades. Pero todavía no habíamos hablado siquiera. Hasta que uno de esos días que nos cruzamos en las duchas, ella no se dio cuenta que se le había caído algo. Yo lo levanté, me paré en la puerta del baño de mujeres y grité tímidamente: ¡Se cayó una carpeta de color verde! ¿Es de alguna de las chicas que está ahí dentro?
Una voz de niña adolescente me respondió divertida: ¡Sí, es mía! ¡Vení, pasá y dejala acá que no hay nadie!
Cuando entré ella corrió un poco la cortina de la ducha, y casi me muero porque la vi toda mojada, aunque fue solo un golpe de vista a los contornos de su cuerpo.
¿Hola, esta es tu carpeta? ¡Es re linda!, le dije como un bobo. Ella se ponía colorada mientras decía que sí, y justo cuando pensaba en irme, me preguntó con la voz más suave: ¿Cómo te llamás?
¡Sergio, pero me dicen Yiyo! ¿Y vos? ¡Sos parecida a una prima que tengo!, le dije, sintiéndome más estúpido. Ni siquiera tenía una prima parecida a ella.
¡Me llamo Diana, pero me dicen Dina! ¡Gracias Yiyo! ¡Te debo una!, decía, sin abandonar el sonido de su risa, mientras cerraba la cortina, y yo salía re contento. No podía creer que la había visto así, y mucho menos haber podido hablar con ella.
Pasaron algunos días. Ahora, cada vez que nos veíamos de lejos me saludaba, y yo me hacía el lindo. Una vez me invitó a tomar una coca con sus amigas de vóley, y yo acepté un poco avergonzado. Me sentí un tonto total, pero estuvo re bueno. Supongo que todas creían que yo tenía unos 14 por lo menos. O de eso quería convencerme, Para que Dina se fije en mí. Mi estatura me salvaba por completo, pero mi boca no. Vivía hablando de juegos de niños, y entonces se extrañaban un poco. Así que, o cambiaba de juegos, o todas dejarían de hablarme. Para colmo, Lucía, una de las amigas de Dina, tenía unas tetas que, cada vez que se las miraba un rato largo, hacían que el pito me reaccione como loco.
Otro día sucedió otra vez lo de la carpeta, y vi a Dina entrando al baño. Volví a gritarle: ¡Dinaaaa, tu carpeta!
Ella me dijo que pase, y yo lo hice tan nervioso como la primera vez. Pero en esta oportunidad estaba saliendo de la ducha. Solo se había mojado el cuerpo. La vi en toallón, y no pude evitar erectarme. En ese momento no la tenía ni siquiera un poquito grande. Pero Dina notó mi nerviosismo y se me acercó con su piel caliente y humeante, algo que me mató en vida. Me dijo gracias con una vocecita re sensual y me dio un piquito. Esa noche me pajeé por primera vez, cosa que no pude dejar de hacer hasta hoy. Seguro que en vez de leche terminaba haciéndome pichí en las manos, pero me encantaba hacerlo pensando en ella, en su olor, sus formas, sus ojos, su pelito y su boca. También en las tetas de Lucía. Pero, por momentos me sentía atontado por el aroma de Dina.
De ahí en más, cuando nadie nos veía, Dina y yo nos bañábamos a escondidas en el baño de chicos o de chicas, aunque no en el mismo habitáculo. Nos encantaba decirnos cosas chanchas, por supuesto sin elevar demasiado el nivel porque había palabras que yo no comprendía. Ella decía que le calentaban mis ojos, que me quería dar, que deseaba comerme la boca, que le gustaría que le mire las tetas de cerquita, o que le manosee toda la cola, y más. Yo eludía lo de los besos porque me creía un tonto en la materia, ya que nunca había besado a nadie. Todo lo demás, cuando la escuchaba pronunciar cosas como “Mis tetas”, Tocame la cola”, “quiero olerte la boca”, o “Quiero mirarte la verga”, sentía que el corazón bajaba a mis huevos para agrandármelos con su latido.
Una vez nos quedamos un rato más en el club, escondidos entre una arboleda gigante cerca de la parrilla. Ahí de casualidad ella rozó mi pantalón regalándome una sensación muy loca. Pensé que fue un accidente, pero luego reincidió, y mi pijita comenzó a ponerse durita, aunque tampoco era un super pija. Entonces ella se dio cuenta de que era más pequeño de lo que me había idealizado. Pero al parecer estaba excitada, por lo que no le importó y siguió pasando por ahí con su manito varias veces. Yo sentí infinidad de cosquillas en las piernas y los huevos, y un escalofrío intenso en el estómago. Hasta que hizo algo que jamás imaginé. Pronto me bajó el pantalón diciendo que tenía mucha curiosidad por mirarme el pito. Logró satisfacer su necesidad a la fuerza. Se agachó, y me lo empezó a chupar. Debió sentir que era un chupetín. De repente comencé a disfrutar de un calor incontrolable en mi interior, y luego ella se puso a escupir. Le acabé una sustancia parecida al semen pero super líquida. Mi pija se había coronado en su boquita perfecta, aunque luego de eso me ardía un poco el glande. Ella pareció molestarse y yo no entendía la causa.
Lo comprendí al tiempo.
¡No a todas las chicas les gusta que le acaben en la boca! ¡Para eso, hay que tener confianza!, me dijo mi hermana cuando me animé a contarle todo.
Cada vez que la veía me hacía sentir de todo, pero intuí que algo sucedía, pues por algo no quería hablarme como antes. Era lógico que tarde o temprano se enterara de mi edad, y aquel detalle pareció quebrarlo todo.
Pero un día se metió en mi baño cuando yo me duchaba. El resto de los cubículos estaban ocupados. Así que me ruboricé entero cuando ella ingresó desnudita al mío, me besó el cuello, la cara y la boca como si bebiera sorbos de mi energía, y dijo que ya no quería seguir enojada conmigo, a pesar que sabía que era un enanito para ella. Me estremecí cuando me dijo chiquitín atrevido en el oído. Yo solo me dejaba llevar. Incluso las veces que repetimos lo mismo durante mi ducha, y ella me dejó tocarle los pechos. Hasta me pidió que se los oliera, y yo aproveché a lamerle un pezón al menos. También quiso que le toque la cola y su conchita super caliente y húmeda por arriba de su bombacha, que era todo lo que tenía puesto.
Cuando llegaba a casa no podía más que tocarme el pito con su recuerdo en mis manos. ¡Qué hermosas épocas! Al tiempo sus amigas se enteraron de mi corta edad, y entonces Dina ya no quiso hablarme más, tal vez influenciada por ellas y sus prejuicios. Hoy le guardo un lugar lleno de sensaciones, olor a flores y cosquillitas en la panza. Pero jamás volví a saber de ella. Ni yo, ni Lucía, quien actualmente es la novia de mi hermana. ¡Las vueltas que pega la vida! Fin
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