"Otros ratones": Alma de puta por Amoelegante


 

 

 

 

 

 

La verdad sea dicha y tengo que reconocerlo: soy y me siento reputa, a pesar de mis 17, ¿Y saben qué? Me apasiona todo lo relativo al sexo. Me encanta explorar y disfrutar cada vez que puedo y de cualquier forma. ¡Es por eso que, claramente, siento que tengo alma de puta! Bueno, por ahí no sólo alma. ¡También tengo con qué!

Como decía, tengo 17, pero desde los 13 o 14, en que descubrí este lado de la personalidad humana, y de la mía propia, disfruto de cuanta cosa “chancha” se te ocurra. A mi ya se me ocurrió antes, y seguro que ya lo disfruté. ¡Jajajjaa! Vivo sola en mi casa, con mi vieja, separada desde que nací porque mi presunto padre, a quien no conozco, se tomó el palo por no sé, ni me importa qué. Nunca lo tuve, ni lo necesité. Mi vieja labura todo el día afuera de casa. Por lo que, desde chiquita disfruté de buena libertad, lo que me permitió y permite, darme… mis gustitos.

No soy alta pero tampoco baja, sino de altura normal para mi edad. Sin que sean globos descomunales, tengo mis gomas y ¡¡¡me encantan! ¡Me gusta cómo se me ven en el espejo, (¡compañero de mis soledades y de algunas picardías también!) Me gusta manosearlas…. Sentir como se me ponen duritos los pezones, cuando me caliento, con solo pensar en alguna chanchada. Más de una vez lo hago a propósito para que se me marquen los timbres bajo la chomba del cole, porque me encanta verles las caras de pajeros a mis compañeros y algún que otro viejo verde de los profesores, (los que no andan con la cabeza en el dólar y los despelotes del gobierno de turno). ¡Y cómo me pongo cuando me las tocan en el bondi, o en la escuela!

Me gusta la actividad física. (¡¡¡En serio…!!! Hablo del gym! (Bueno, de la otra actividad física, en la que los cuerpos se chocan, se tocan y se enciman para matarse de calentura, también ¡jijijiji!) Siempre me divirtió y me ayudó a tener el cuerpito que tengo. Bien formado, con un lindo culito, cinturita ajustada, pancita plana y mis gomas completan el cuadro… Si lo vestimos con conjuntos de calzas fitness ajustadas de colores estridentes y dejamos el cabello oscuro ensortijado suelto, y que me caiga por la espalda. La cara es lo que menos me miran, y a nadie le importará un carajo, como cuando ando por la calle, sacudiendo mi culo y sintiendo saltar a mis gomas, ida y vuelta de casa al gimnasio, cagándome de risa de cómo los pelotudos se emboban suponiendo que me van a coger en cada esquina, (¡y no saben cómo agarraría viaje!). Pero me divierto provocando, me enloquece y me recalienta descubrir todo lo que se ratonean conmigo. Me gusta ser el quesito de esas bestias hambrientas.

Si bien mi vieja vuelve siempre a la tardecita, no sé por dónde ni con quien, pero se entera y vigila mis movimientos por miedo a que “me pase algo”. Pobrecita… si supiera la de “algos” que ya me tragué en estos últimos años! Obvio que, yo me las ingenio para pasarla bien sin que ella sospeche ni un poquito, y todos tranquis.

Claro está que si no tuviera Internet la cosa sería más difícil... Pero, por suerte, Internet existe. Así fue como por ejemplo, conocí a un chabón madurito. El tipo re calentón, pero tranqui. Ningún desbocado, pero siempre atento. Teníamos sesiones de video chat donde yo solo me mostraba para él. Aunque, siempre le ponía misterio: jamás le mostré mi cara, (ni creo que le haya importado mucho. ¡Jajajajaj!).

Cuando me quedaba sola en casa, tenía un rato y estaba caliente, le mandaba un mensajito y el tipo, desde la oficina, se conectaba solo para mirarme. Más de una vez, ni una palabra cruzábamos. Enfundada en algún fitness me mandaba una sesión de modelaje y movimientos sensuales, (como los de los caños), acariciándome o insinuándome solamente, con el único fin de regalarme ante sus ojos. Claro que el me pedía poses, o que me tocara acá o así… pero no tenía por qué hacerle caso. No me pintaba ser la nena obediente. Aunque a veces le hacía algunas concesiones. Cositas como acariciarme, como si fuesen sus manos las que anduviesen desatadas por mi piel, moverme sensualmente sobre el escritorio frente a la cámara, con música de fondo, sabiendo que me miraba como violándome con cada gesto de su rostro serio. Él sí se me mostraba en la pantalla. ¡Me recalentaba! Terminaba con los pezones erizados y las gomas duras, y eso  sin mencionar el enchastre de jugos y pipí en el que se convertían mis pobres tanguitas!!!

Supongo que más de una vez se habrá ido al baño de la ofi a pajearse, después de mi gaterío. Pero nunca lo mencionó, ni lo hizo en cámara. Y, aunque yo hacía otro tanto muchas veces, nunca le di el gusto de pajearme frente a él. Bueno, en realidad, nunca le ofrecí las imágenes de mi cuerpo retorciéndose, acabando en medio de unos temblores riquísimos, porque lo de manosearme y frotarme con cuanta cosa tenía a mano, eso sí que se lo regalé, y me encantó hacerlo. Como aquella vez que volví del cole recaliente con el profe de matemáticas, que no me daba ni la hora. Necesitaba provocarlo. Así que le mandé un mensaje a mi maduro, (Ale creo que se llamaba), para encontrarnos en el video. Solo que, en vez de estar con calzas me quedé en tanga y corpiño, e imaginándome que era el profe al que tenía en frente, me mandé una sesión de media hora de frotes y posiciones hot, jugando con un pepino!, el que por supuesto, hacía que se corriera a un costado de los bordes de mi tanga para jugar a que me entraba la puntita, y me lo frotaba también por el agujerito empapado del culo. (Ahora, de solo recordarlo, ya se me hace agua la concha! Jajajja).

En alguna de mis citas por video con este señor, que era un maduro de los que me recalientan, en la charla previa, terminamos en la cuenta de varias “particularidades” casuales: él no trabaja lejos de donde vivía, y en el trayecto pasaba por mi barrio en su auto importado. Tanto es así que más de una vez, cuando a la siesta me iba al gym, me re hacía el bocho con llegar a verlo posta, bajando la ventanilla de su auto, por ahí con alguna guarangada entre los labios para mis tetas. Encima, él a los días me confesó, que más de una vez, después de nuestras “sesiones” y a la siesta, se rajaba del laburo a dar una vuelta en auto por donde “suponía” que yo iba y venía del gym, con la idea de identificarme para tal vez raptarme, y hacerme de todo. Aunque sin suerte. Pero me gustó calentarlo y calentarme con todo ese misterio de lo desconocido sin futuro. Recuerdo que cierta siesta, mientras yo miroteaba los autos de los tipos grandes, todos babosos, alzados y platudos, cuando me pareció que uno de ellos podría haber sido él, tuve que apretar bien fuerte las piernas para intentar resistir la tentación de tocarme ahí donde estaba, en el medio de la calle. Sin embargo, tuve que volverme a casa, porque, de la emoción me había meado encima.

 La cosa siguió así durante meses. Hasta que, ni me acuerdo porque, se cortó y quedaron esas preguntas sin respuestas dando vueltas. Como lo habríamos pasado si, a pesar de mis 15, (eran los que tenía en aquel entonces), me lo encontraba y me dejaba levantar por ese “papi” misterioso? ¿Cómo me habría cogido en el auto? ¿Cómo tendría la poronga? ¿Cuán loco lo podría haber vuelto? ¿Cómo me habría mamado las gomas? Pero ya fue.

La que sí no tiene desperdicios, y marcó mi calentura y la forma de vivir el sexo,  por cómo se dio, es la anécdota del verano pasado. Resulta que había no sé qué mambo con unos vecinos, y con la pared del fondo que separaba nuestros  terrenos. Lo cierto es que había que levantarla aún más de alto, hacer algo del revoque, y pintarla. Yo, no entiendo un pomo de eso. Mi vieja, esperó al verano porque, no teniendo yo clases, habría “alguien” en la casa para vigilar que los albañiles no se quisieran meter dentro para chorearnos, ya que ella les habría la puerta del costado para que entren, y los dejaba laburando antes de irse a su trabajo. Lo cierto es que una siesta, en que yo estaba con mis travesuras ante la cámara web, no me di cuenta que los guachos me estaban viendo disimuladamente, desde el otro lado de la ventana. Al principio, cuando me avivé, instintivamente me dio “cosa”. Pero después me dije: es como si mi ventana fuese, para mí la cámara y para ellos la pantalla. Sólo separados por la reja. Recuerdo que, cuando me puse a oler una bombacha, que ni siquiera había usado ante sus ojos, escuché algo parecido a unos jadeos. Al otro día dejé de cuidarme y de bajar la persiana cuando yo sabía que andaban en el patio. Me paseaba por delante de la ventana mientras me cambiaba como si no hubiera nadie, pero me recalentaba escuchar que de repente se callaban los ruidos de la obra, y pensar en como se les estaría parando la pinchila a estos dos negros viendo a una pendeja así! A veces, me les paseaba envuelta en toalla, recién salida de la ducha. En otras, hacía lo mismo que con mi “madurito”, pero dándoles la espalda. Estos dos, uno de unos 40 y el otro de 20 y pico, se babeaban por igual, y yo, seguro terminaba con mi furibunda paja al volver del gym, o jugando con mi pepino entre mis nalgas bajo la ducha. Me imaginaba que le contaban a mi madre, que ella les decía que hablaría conmigo, que, por mis actitudes, me estaba buscando una buena paliza. La re flasheaba con que ellos me defendían, con sus calzoncillos húmedos de presemen, y los ojos colmados de mi semi desnudez.

Normalmente, llegaban a eso de las 6:30, porque mi vieja a las 7 tenía que estar en el laburo. Los hacía entrar, cerraba la puerta del fondo del patio y se tomaba el palo, mientras yo me dormía todo en mi pieza detrás de la persiana baja. Cuando me levantaba, más de una vez con las pelotas infladas por la música de cuartetos en una radio pedorra que ponían súper al mango, los ñatos ya estaban laburando, mugrientos y totalmente transpirados. La idea del olor ácido de esa traspiración en mi nariz y la dureza de esa piel curtida por tanto sol, me hacía arrancar con algún jueguito que, invariablemente terminaba en mi primera paja del día.

Como estaba de vacaciones, nadie me jodía si me quedaba hasta cualquier hora de la noche conectada, charlando con algún chabón, o con mis amigas, buscando algo de porno inquietante y nuevo en internet o lo que fuera. Por lo que, era raro que me levantara temprano. ¿Aparte, qué carajo iba a hacer?

Una mañana, solo adivinada por las hilachas de luz que entraban por la persiana, y entre las nebulosas del sueño, empiezo a tomar conciencia de que alguien me está tapando la boca con su mano, e instintivamente intento zafarme. Pero mientras esa mano aprieta mi boca y mi cabeza con la almohada,  otra me aprieta la panza contra el colchón, impidiéndome cualquier movimiento… excepto para retorcerme como una víbora acorralada.

No distingo nada por la falta de luz. Pero el rancio olor de una piel transpirada empieza por despabilarme y a darme indicios de por donde viene la visita.

El tipo en cuestión no suelta mi boca, y con su otra mano me arranca de un tirón brusco la sábana que me cubre, dejando a su imaginación y lo poco que puede ver, de mi cuerpo con las gomas al aire, y en tanga. No lo insulto, aunque me invade algo de miedo.

Siento que baja su mano por mi panza, y que torpemente me agarra la entrepierna con sus cuatro dedos, como si quisiera envolver mi concha. La situación, la adrenalina del peligro, el misterio del sujeto desconocido y esa mano rugosa, llena de callos que la endurecen, y seguramente mugrienta, entre mis piernas me descubren calentándome, y empiezo a relajarme, gimiendo casi sin querer, dejando de patalear para zafarme.

Mi cabeza hundida en la almohada por la presión de su mano sobre mi boca, y mis dos manos aferradas a ese brazo como haciendo un poco convincente esfuerzo por librarme, mientras relajando la presión de mis piernas, me empiezo a entregar a esos torpes dedos que se meten por el costado de mi tanga con un dedo medio, el que de un solo golpe se mete en mi ya encharcada vagina, mientras el rudo pulgar juega al compás con mi clítoris.

¡Te gusta perrita! ¡Cómo te mojás la cotorrita mamu! ¡Qué rica está la nenita, cuando huele sus bombachitas, y se toca toda al frente de la ventana!, llegué a entender del quilombo de cosas que me decían. Ni siquiera puedo recordar si eran dos voces distintas. Entonces, todo hace cambiar el origen y destino de mis gemidos y movimientos, los que ya no son para acusar y librarme, sino para disfrutar y entregarme al placer que me provoca aquella silenciosa violación, por un “des-conocido”, en la penumbra de mi cuarto.

En ese lío delicioso estamos, cuando percibo que la presión sobre mi boca se afloja lo suficiente, como para verificar si gritaba o no. Lo que recibe en premio son los gemidos que aquellos dedos me provocan. Entonces puedo notar que esa mano se mueve en la penumbra, y, mientras la otra ya encharcados los dedos, y hasta con tres dedos dentro de mi concha, entrando y saliendo a un ritmo que me enloquece, el que parece querer terminar con mi calentura en celo, primero se pasea apretando mis gomas y pellizcando mis pezones, para luego dirigir hacia mi boca una verga gorda y olorosa, pero caliente y súper babosa. Luego, con alguna dificultad, “ya que tengo una boca chiquita”, mete entre mis labios un glande que imagino chorreando calentura. La pija apenas cabe en mi boca por su grosor, pero el dueño la domina a la perfección… empuja y empuja, haciéndola entrar cada vez más hondo. Y no aguanto!  Suelto su brazo, y con ambas manos me agarro de ese mástil para terminar de pelarlo con una de ellas, y amasando un par de velludas pelotas con la otra. Entonces, con toda la desesperación que la calentura me provocan, la mezcla de asquerosos olores a pija y a  traspiración rancia, me obligan a gemir sin guardarme nada, al mismo tiempo que siento llegar en una oleada una  acabada infernal que explota en su mano, mientras arqueo mi espalda sobre la cama, tan tensa como puedo, por esa descomunal tensión que me deja sin aliento, en el mismo instante en que se me inflan los cachetes de la cara al explotarme el guacho adentro de la boca, llenándomela de una leche espesa y agria que hasta me cuesta tragar.

Como si fuera una casualidad maldita, en el ruido, que me doy cuenta que reinaba con mayor intensidad, y en el que  ya no se escuchaban herramientas o radio alguna, una voz masculina, cargada de apuros grita un nombre que no puedo recordar, y mi violador saca de golpe su verga chorreando de mi boca,  mientras libera a mi concha del apretuje de su otra mano áspera, y se va de mi pieza como una exhalación, acomodándose la ropa.

Cuando recobro algo de conciencia, percibo que estoy sola en la casa. Como puedo, dominando el temblor que la tensión dejó en todo mi cuerpo, y limpiando con el dorso de la mano restos de semen de la comisura de mis labios, me asomo por entre las rendijas de la persiana. Ahí recién me doy cuenta que la pared está terminada, que no hay rastros de andamios, baldes, ni cucharas. Los albañiles se fueron. ¡Y ni me avisaron! Como aquel padre biológico, que se escapó de mi vida al empezar; como aquel madurito con el que nos enloquecimos mutuamente jugando a cogernos sin tocarnos siquiera; ahora mi violador,solo intuido y jamás visto, también se esfumaba de mi existencia, sin siquiera haberle visto la cara, una vez relamiendo el gusto de su semen en mi paladar, deseando más que nunca que sus olores no abandonen a mi piel, que ya extrañaba sus pellizcos. ¡Me hubiese encantado que me llene la conchita con esa leche dominante!     Fin

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