Sin contenernos más

 

Escrito junto a Amoelegante

Popi: Mi viejo era un tonto, o se hacía el distraído. Una de dos. ¡Porque, no podía ser que no se diera cuenta de nada! Yo tampoco me esforzaba en ocultar lo calentita que me tenía su mejor amigo, Alejandro. No sé desde cuándo empecé a fijarme en él. Pero, tengo grabado en la mente y en la retina un día especialmente lluvioso, que él se había quedado a cenar. Yo tenía 13 años, y, no sé si fue porque estaba exhausta del colegio, o si andaba media engripada. Lo concreto es que, en un momento me senté en sus piernas a comer el pionono de crema y arándanos que preparó mi vieja, y desde entonces mis sentidos parecían aflorar hacia algo que desconocía. Me sentía nerviosa, como atontada al escuchar su voz grave resonando en su pecho mientras hablaba con mi viejo, con su perfume delicado, con la forma que tenía de protegerme, ya sea para que no me caiga, o para que no me manche la ropa con el postre. Además, tenía una sensación extraña en la entrepierna, que me duró incluso hasta que me fui a la cama. Era como si, necesitara tocarme la vagina, o hacerme pipí, o arrancarme la ropa, o pedirle que me saque las zapatillas, pero sin que mi padre se entere. Y, esa no fue la única vez que me acurrucaron sus brazos.

Ale: Si bien las relaciones vistas en videos, o leídas en relatos entre chicas jóvenes y maduros, o el mismo incesto, siempre me movilizaron, a pesar de tener hijas mujeres de edades similares a ella, nunca me provocaron las sensaciones como las que me despertaba Popi, la hija de mi entrañable amigo Oscar. Con él nos une una relación de muchos años, alimentada por la práctica religiosa y semanal de tenis, casi todos los jueves a la tarde. Ahora, además, lo estoy asesorando profesionalmente en el proyecto de la modificación que quiere hacer en su casa del country de Pilar. La pendeja, que creo tiene hoy entre 15 y 16 años, es una piba físicamente normalita. Podría decirse que una más del montón. Aunque con un cuerpo que empezó hace rato a modelarse mostrando una promesa de buenas tetas, y un marcado culito que alborotaba mis más bajos instintos  desde aquella época en que, llamativamente me pidiera, con cierta frecuencia, sentarse en mi falda. Lo que, de alguna manera me autorizaba a rodearla con mis brazos y sentir lo tibiecita de su piel, el olorcito a nena que me empalagaba y me obligaba a disimular cuanto me encontraba calentándome cada vez que aparecía cerca. ¡Y cómo me ratoneaba cuando creía intuir cierta predilección de ella hacia mí! ¿Sería realmente solo mi imaginación?

Popi: Algunas veces, mientras me tenía sentada en sus piernas, las movía como si fuese el galope dulce de un caballito, y eso me generaba otras cosquillitas en todo el cuerpo. Sentía que el estómago me quería decir algo al oído por cómo me ronroneaba. Mi viejo me decía cosas como: ¡Popi, dejá de cargosearlo, que ya estás grandecita para que te alcen! O: ¿Vos no tenés que estudiar, o ayudarle a mami con algo? ¡Digo, porque, que yo sepa, Alejandro no es un sillón, ni tu niñero!

Sin embargo, Alejandro deslizaba comentarios suaves, y mi padre volvía a entablar conversación con él, como si no hubiese existido una interrupción.

¡Dejala Oscarcito, si es chiquita todavía! ¡Aparte, es una plumita! ¡No pesa nada! ¡Y, por si no te acordás, todavía sigo medio resentido con eso de que, Ricardo me ganó de manos! ¡Yo quería ser su padrino! ¡Aparte, yo a esta pibita, hasta le cambié los pañales! ¡Espero que no te hayas olvidado, porque yo, tengo buena memoria!, le decía en ocasiones. Mi padre le hacía algún chiste, y yo, entretanto, o me quedaba dormida, o fingía hacerlo, o miraba la tele mientras ellos hablaban. Alguna que otra vez, tuve un poco de vergüenza. Es que, él por momentos me olía acariciándome el pelo, como si quisiera quedarse con mi fragancia. Solo que, ciertos días yo andaba con olor a pis. No sabía si pretendía que él lo notara, o si esperaba que me lo dijera, o peor todavía… que se lo manifestara a mi viejo. Pero me gustaba sentirme indefensa con él, chiquita, como una bebé esperando algo grandioso. El tema era cuando llegaba a mi cama. Siempre me encontraba con la bombachita empapada.

Ale: La pendejita era adorable. Tenía carita de nena, y actuaba como tal. Si bien el tiempo fue pasando, y ella creciendo y desarrollándose más, sólo cambió las sentaditas en mis piernas por miraditas con sonrisas pícaras desde la otra punta de la cocina o el living, y sólo cuando su viejo no estaba. O si me veía con espacio libre en el sillón, venía y se sentaba bien apretadita a mi cuerpo para participar de la conversación que estuviésemos abordando, con tal de estar cerca. Un día como cualquier otro, que nos quedamos con Oscar laburando un largo rato el proyecto de las modelaciones, de repente me quedé solo, esperando que él termine de darse una ducha reparadora para luego salir a tomar algo. Entonces, mientras yo boludeaba con mi celular a solas en el living, se me aparece ella, en ropa de deporte y mordiendo una lapicera, como si estuviese haciendo tareas escolares, o algo así. Me preguntó sobre un tema de matemáticas.

¡Mi viejo de esto no caza una, y vos debés saber un toco! ¡Digo, como sos arquitecto!, me largó casi sin pensar. Me puso su carpeta sobre la falda, y me tiró un par de preguntas, las que le aclaré en dos minutos, mientras su perfume me atraía peligrosamente.

¡Uyyyyy, qué bueno que sos explicando! ¿Te puedo joder con estos temas? ¿Pero, sin que mi viejo se entere?, me decía por lo bajo, todavía sacudiendo la lapicera entre sus dientes.

¡Me la llego a llevar, y me mata! ¡Me dijeron que me las arregle sola para hacerme grandecita!, me seducía sin imaginárselo tal vez, hablando cada vez más bajito.

"Por supuesto Popi!" fue mi respuesta. ¡"Sabés mi número… así que, "sin que tu viejo se entere…" (Le dije en voz baja  haciéndome el cómplice), ¡"me podés llamar a la tarde y, a lo mejor, te venís al estudio a la salida del cole, y te explico lo que pueda"!

Popi: Cuando me tiró eso, me acuerdo que me puse roja de vergüenza. Pero, también que sentí algo extraño en los pezones. No entendía por qué me daban ganas de sacarme el topcito para que me mire las tetas. Me imaginé sentada en sus piernas, solos en su estudio, y sentí que las mejillas me ardían peor. Le agradecí, y me fui a la pieza. Y, esa misma noche, seguro que rendida por estudiar para Historia Argentina, me quedé dormida al toque. En un momento escuché la puerta de mi pieza, y la voz de mi vieja preguntándome si iba a comer algo. Preferí no responder. Pero, cuando escuché la voz grave de Alejandro, paré todas mis antenitas. ¡Ya había vuelto de la salidita con mi viejo! ¡Podría levantarme, y hacerme la tonta para… para, no tenía idea, ni se me ocurría nada! ¿Qué iba a preguntarle a las doce y pico de la noche? ¡Mi viejo me echaría a patadas! Y, de repente, lo escuché decir: ¡No te preocupes negro! ¡Mañana nos llamamos, y hacemos los balances! ¡Che, paso al baño, y ya me voy! ¡Mañana tengo un día de perros!

¡Ya se iba! ¡El baño estaba pegado a mi pieza! ¡Podía salir, y hablarle! ¡No sé, decirle que mañana voy al estudio para que me explique! ¡Pero, ya estaba en bombacha y medias, y él saldría rápido del baño! ¡No llegaba a vestirme y calzarme! Y, cuando los pensamientos me hacían sentir más tonta todavía, escucho que alguien baja el picaporte. No sé por qué, pero me hice la dormida. ¡El amigo de mi viejo había entrado a mi habitación!

Ale: a pesar de haberme tomado un par de whiskys con Oscar, no lograba sacarme a esa pendejita calentona de la cabeza. Era testigo de su crecimiento físico, tal vez como pocos,  y ver cómo le iban creciendo las tetas debajo de las blusas o camisas, me volvía loco. Si bien está claro que dejó de sentarse en mi falda, como tanto me gustaba, aquello lo cambió por miraditas cómplices y sonrisitas provocadoras a la distancia para volver, inmediatamente, a ponerse seria por si aparecía alguien. Claramente andaba "calentando motores" la guachita, y parecía que, al menos yo, estaba en la lista.

Volví hasta su casa a dejar a mi amigo. Me bajé un segundo con la excusa de ir al baño (y rogar cruzármela, aunque más no sea unos segundos). Naturalmente ya era tarde, y parecía que todos empezaban a irse a dormir, incluso ella. Subí con la excusa de ir al baño. Pero no resistí la tentación que me empujaba enloqueciéndome como un pendejo adolescente que mantenía mi pija dura y apretada dentro de mi pantalón. Abrí despacito la puerta de su cuarto, (la de al lado del baño) para ver con qué podía encontrarme. ¿Y si aún no se había dormido? ¿Qué le diría? Estaban sus viejos abajo, y su hermano seguro que durmiendo en la otra pieza. Así que, lo mío era una locura sin un destino concreto. Igualmente me acerqué despacito y en silencio a su cama, mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad. Logré identificar su cuerpo boca arriba tapado solo con la sábana, lo que me dejaba adivinar su contorno recortado contra la luz tenue que entraba por la ventana. ¡Qué ganas locas que tenía de destaparla despacito! ¡Meter mis manos por debajo de la blusa de su pijama y jugar un rato con sus tetitas, mientras le aspiraba  el aliento calentito saliendo entre gemidos de su boca! En la pieza había un "perfume" raro, mezcla de olor a la piel de un bebé y aroma a pis. ¿O eran mis sentidos jugándome una broma? Lo cierto es que me embriagó al instante, y más me costaba contenerme. Pero la cordura, por el peligro, o los ojos invisibles de mi amigo tras la puerta, no me dejó seguir disfrutando como hubiese querido. Sin embargo, pasé mi dedo índice rozando apenas el contorno de su pecho bajo la sábana... y salí, más caliente que antes, cubierto del mismo silencio con el que entré.

Popi: ¡El chancho me tocó las tetas, y yo, me quedé helada, sin poder reaccionar! ¿Por qué no me arrancó las sábanas? ¿Por qué no me mordió los labios, o me acarició el pelo como lo hacía siempre? ¿Cómo no me animé a pedirle que se baje el pantalón y que me muestre el pito, ahora que estábamos solos? ¿Y, por qué lo escuchaba oler con tanto entusiasmo el aire de mi habitación? Bueno, al menos esa respuesta era comprensible. Mi bombacha estaba húmeda, y olía a pichí. Seguro que se colaba por entre mi sábana. Me sentí una tonta. Creí que después de ese papelón, no volvería a fijarse en mí, si es que lo hacía realmente. Pero, a la tarde siguiente me regaló un chocolate, ni bien yo me aparecí por el living. Era un Block de Cofler con maní, de esos largos. Todos en la familia saben que ese es mi favorito. No lo había escuchado llegar. Encima, yo traía un shortcito roto en la cola, una remera apretadita, y no me había puesto corpiño, ya que, simplemente bajaba a buscar un libro con mapas para geografía.

¡Tomá Popi, te lo compré ayer, y me olvidé de traértelo! ¡Comelo despacito, y que te dure! ¡Y ojo con las caries!, me dijo, poniendo en mis manos el chocolate, hablándome como a una nena, pero fijándose inevitablemente en mis tetas. Cuando me acerqué, noté que me olió con intensidad. Mi viejo no se dio cuenta, porque hablaba con alguien por teléfono. Yo, con una guiñadita de ojos, un par de toquecitos a mis tetas, y luego un beso ruidoso al chocolate, le dejé en claro que andaba media putona. Él, cuando me di la vuelta para irme, me dio una nalgada, diciéndome: ¡cómo creciste nena! ¡Y yo trayéndote chocolates! ¡Quizás, ya debería traerte cervezas, o un buen vino!

Yo volví a mirarlo, y cuando estaba segura que me prestaba toda la atención, me mordí los labios, y después el envoltorio del chocolate, con el que luego me acaricié las gomas. Y entonces me sentí chiquita de nuevo al notar una cálida sensación descendiendo por mis piernas. ¿Cómo podía ser que me mojara tanto por ese hombre? Así que, presa del pánico, me puse el chocolate entre la remera y las tetas, y subí las escaleras, prometiéndole que el lunes de la semana siguiente, iría sin faltas a su estudio. Necesitaba aprobar matemáticas, y quedarme a solas con él. Esa tarde, me encerré en mi pieza, me quedé en bombacha y empecé a comer lentamente el chocolate. Solo que, cuando iba por la mitad, y como ya me estaba sobando la conchita sentada en mi cama, burlando a la tela de mi bombacha súper mojada, se me ocurrió que podía hacer algo mejor. ¡Jamás lo había visto, ni en una película! Empecé a introducirme el chocolate en la conchita, a frotarme el clítoris con él, y a gemir como una tonta, con su nombre en los labios, y la sangre quemándome la piel, y no paré hasta sentir que el corazón podía escaparse de mi boca si seguía gimiendo así.

Ale: Definitivamente la pendeja andaba caliente. Muuuy caliente diría yo, y ya no me importaba si era conmigo o con otro, porque estaba más que claro que me tiraba onda, y que se había dado cuenta que yo quería llevármela por delante. Lo del chocolate, lo hice a propósito para sacar tema de conversación, y acercarme por el lado de lo que le interesa públicamente. ¡Y la muy turra se lo llevó a la pieza entre esas gomas que me vuelven loco, mordisqueando el envoltorio con su mejor cara de gata! ¡Ojalá se lo frote por todo el cuerpo pensando en mi pija! ¡Qué lástima que estábamos en su casa! De lo contrario, me la violaba allí mismo, en la escalera.

Lo cierto es que me fui re caliente. Por lo que, al llegar a casa y bajo la ducha, me consagré con una furibunda paja que terminó en una explosión de leche corriendo por el resumidero. Me dejó el glande morado y latiendo entre mis dedos, al borde del dolor de la calentura que me había cargado con esos shortcitos y esas gomas sueltas, bamboleándose.

A la mañana siguiente, la cosa estaba más que tranqui en mi oficina. El trajín del laburo me hizo poner la neurona en perspectiva, distrayéndome casi que por completo. Hasta que, a eso del mediodía, me avisan de conserjería que una niña me buscaba, pidiendo mi autorización para que la dejen subir a mi estudio. Ni pregunté quién era. Sólo les contesté que sí, sintiendo la pija al palo, cada vez más dura apretándose dentro de mi slip, como queriendo saltar de su encierro. ¿Habría venido la Popi? ¿Por qué no me avisó, al menos con un SMS?

A los minutos, oí un suavecito golpe a la puerta, y me sobresalté. Respondí, como distraídamente: ¡sí, pasá que está abierto! Y ahí estaba Popi... en su uniforme de colegiala putona, en todo su esplendor. Pollerita tableada medio desalineada, chomba blanca con el escudito del cole, medias tres cuartos, (una caída y la otra no),  y una pila de carpetas apretadas debajo del brazo

¡"Ale, vine para aprovechar tu ofrecimiento de explicarme lo de matemáticas! ¡Necesito, mejor dicho... te necesito explicándome! ¡Con vos, todo me resulta más fácil!”, recitó, como si se hubiese practicado ese discurso antes de golpear. Sin dudarlo me acerqué, y tomándola de los hombros me la arrimé y le di un beso que, por el rápido movimiento de su cara, cayó justo en la comisura de sus labios. La vi pasarse la punta de la lengua por la humedad que le quedó en la piel, sin sacarme los ojos de encima. La invité a sentarse en la silla frente a mi escritorio rebosante de papeles y bosquejos. Yo me quedé sentado sobre el único trozo libre de la mesa, a  su lado y con mis piernas colgando como distraídamente. Ella, cruzándose de piernas,  abrió una carpeta y empezó a hablarme de no sé qué, porque no le di ni cinco de pelotas a lo que me contaba. La visión que tenía de sus gomas, y de lo que les haría si las pudiera hacer mías, me paseaba por las nubes.

Todo sucedió tan rápido que no recuerdo detalles. Sólo que, de un salto, como un tigre enceguecido, me bajé del escritorio, le tomé la cara entre mis manos y haciéndola poner de pie, le comí la boca como un desaforado. Popi me respondía como desbocada y torpemente. Era evidente su falta de experiencia en estas lides, aunque me comía y succionaba la lengua como si fuera el fin del mundo, mientras apoyaba su pubis contra mi entrepierna al palo. En un momento, con toda la cara enchastrada de besos babosos,  logré deshacerme del enjambre de brazos con que nos rodeábamos, y fui a cerrar la puerta del estudio con llave. Me di vuelta para retomar lo que habíamos dejado, y ahí estaba ella, de pie, con la cola apoyada sobre el escritorio, como invitándome, y no me pude resistir. La alcé para sentarla sobre la tabla del escritorio, le levanté la pollera hasta la cintura, y le separé las piernas  para dejar al descubierto la tanguita que le cubría la conchita gordita que dibujaba un canal entre sus pliegues, y hundí mi cara entre ellos. Me emborrachaba la humedad de esa zanja que se marcaba en la bombachita con olor a pis y a calentura, mientras ella se agarraba de miss pelos, sin importarle mis gruñidos de dolor.

Popi: ¡Por momentos, me parecía asqueroso que me estuviese oliendo de esa manera! Yo sabía que andaba con olor a pipí, y eso me ponía nerviosa. Pero, no entendía por qué, a él le permitía que me hiciera cualquier cosa. Todavía me vibraban sus besos en los labios, y mi lengua buscaba el contacto de la suya. Sin embargo, sus manos subían por mi panza por debajo de mi chomba, me acariciaban el abdomen y subían lentamente hasta mis tetas. En cuanto sentí la punta de sus dedos en ellas, me estremecí, y se me escapó un gemidito.

¡Cómo te gusta esto Popi! ¡Tanto como a mí… porque tenés unas gomas hermosas, para morderlas toda la tarde! ¿Sabías? ¿Algún guacho te lo dijo?, me susurró con serenidad, y enseguida acercó su boca a mis tetas para morderme los costaditos por encima de mi remera, al mismo tiempo que sus dedos rozaban mis pezones, y a mí se me abrían las piernas como sin control. Él, por momentos me estiraba la bombacha, se acercaba a mi cuello para olerme, o me obligaba a abrir la boca, pidiéndome que exhale mi aliento junto a su nariz.

¡Tengo que comprobar si no anduviste haciendo chanchadas en la escuela! ¡Por ahí, alguno de tus compas, te dio la merienda en el baño! ¡Demasiado que, por lo que veo, fuiste sin corpiño! ¿Tu papi sabe de esto? ¡Mmm, me parece que no, y, a vos te gusta eso de provocar! ¿No? ¡Si supiera que la nena se moja en la escuela, y que hasta se mea por sus profesores! ¡Dale, abrí la boca, y dejame oler tu aliento, chiquita!, me decía con su voz grave, melodiosa y cargada de lujuria, mientras me rozaba los labios con los dedos que antes jugaban con mis pezones, y me daba golpecitos con los dedos de su otra mano en la vagina, con toda la facilidad que yo le ofrecía al separarlas aún más.

¡No me meo por los profes, malo! ¡Y, no me puse corpiño, porque, salí re dormida de casa, y… se me pasó!, le decía, oyéndome más pequeña de lo que era, pero cada vez más alzada. Tenía unas ganas terribles de verle la pija, y de que me la entierre ya, toda adentro, que me haga arder la cola contra el escritorio, y que me arranque la ropa. Así que, estiré una de mis manos, y llegué a rozársela. Pero él la atrapó en el aire, me la besó, pasó la puntita de su lengua por entre mis dedos, y me pegó en el dorso, diciéndome: ¡Eso no se hace, Popi cochina!

Eso me había excitado aún más, porque entretanto me sacudía el pelo, me mordisqueaba las rodillas y los muslos, y seguía estirándome la bombacha. Pero parecía obsesionado con mis tetas. No se olvidaba de ellas, y cada vez que me las olía suspiraba extensamente. Tanto que, en un instante dijo, como sin poder contenerse: ¡Qué rico… me vuelve loco el olor a teta de las pendejas… tetas de nena… tetas, para morder, chupar y, y para apretarlas asíiii, y sacarles lechitaaaaa, muuuucha lechita!

Ale: Habría dejado de mil amores que me manosee la pija, que ya dura y caliente, se apretaba dentro de mi ropa. Pero esta pendejita, era un bocado añorado que quería disfrutar hasta el último minuto, y al más mínimo de los detalles. Cada vez que le golpeteaba la concha, la sentía más húmeda, lo que me partía al medio porque no quería dejar de hundirme en esas hermosas tetas de pendeja, duritas, de pezones calientes y erguidos. Sin embargo, la humedad de su tanga me provocaba hasta la locura. Me agaché entre sus dos piernas, las que ella solita subió sobre mis hombros y, mientras dejé que una de mis manos juegue con sus lolas, con la otra le separé a un costado la tanga para enloquecerme de una obsesión incontrolable, chupando esos labios ya empapados con sus jugos, escuchando los tímidos gemidos que esa, mi putita comenzaba a concederme de sus placeres. La verdad es que el espectáculo era sublime: la guacha sentada sobre mi escritorio con sus dos brazos apoyados hacia atrás,  dejando su pecho apuntando hacia mí, y con la cabeza tirada para atrás, como regalándose a mis antojos. Sus piernas sobre mis hombros, y yo, agachado entre ellas, le regalaba lamiditas por los bordes de sus labios externos hasta su clítoris. No sé si sería lo acertado, pero tenía la impresión que esta mujercita, estaba sintiendo lo que ningún pendejo le había hecho sentir hasta ahora.

Le bajé totalmente la tanga, y comencé a lamer aquella concha regordeta y casi peladita, cuyo olor me producía una desesperada necesidad de seguir mamándola. Aquélla vagina tierna, babosa y coloradita estaba a mi disposición. Por lo que me encomendé de lleno al trabajo oral sobre ella, metiéndole la lengua hasta lo más profundo que podía, para después sacarla y dedicarme a chuparle, succionándolo, el clítoris. Le chupaba  cada rincón de la conchita hasta terminar dándole lengüetazos desde la unión con el ano, hasta el inicio del canal, viendo como gotitas de saliva y jugos corrían hasta el agujerito de su culo, lubricándoselo.  Esa rutina se la repetí tantas veces como pude, mientras mi pija pugnaba por ser liberada de su encierro, sin soltarme de sus gomas, cada vez más entusiasmado. Hasta que la oí gemir, sin detenerse, respirando fuerte. Arqueaba su cuerpo en inequívoca señal de que se estaba viniendo en un orgasmo felino impactante, el que me desparramó en la cara, excitándome aún más.

Popi: Obvio que, ya había tenido algunos orgasmos. Entre los más gloriosos, estaban los tres que me regalé pajeándome en la casa de mis abuelos, cuando tenía 14 y había descubierto ese impresionante mundo de la paja. Tampoco podía olvidarme del que tuve mientras le comía la verga a un chico de la escuela, los dos encerraditos en el baño de nenas. Yo no paraba de lamérsela y babeársela, mientras yo solita me frotaba la concha sobre la bombacha, y recuerdo que, justo un ratito antes de quedarme con su lechita tibia, mi cuerpo empezó a sumergirse en un trance que por momentos me paralizaba. Además de mojarme como una tonta, sentía que el clítoris se me endurecía entre los dedos, y que se me erizaba hasta la nuca. ¡Pero esta vez, era distinto! ¡Nadie me había comido la concha como Ale! ¡Parecía ni fijarse en el olor a pichí de mi bombacha! ¿Pero, qué me estaba pasando? ¿Por qué me mojaba de esa forma? Tenía un miedo terrible de haberme hecho pis encima de su cara. De hecho, él se rió cuando le ofrecí mis disculpas por eso, sonando como una pendeja pidiendo permiso para decir alguna mala palabra. Sé que en esos instantes le pedí que me apriete más fuerte las tetas, que me pegue más en la concha, y que no pare de lamerme la vagina. ¡Me volvía loca descubrir que su lengua estaba cada vez más cerca de mi culo!

¡Tranquila nena, que no te measte! ¡Y si así fuera, no me importa!, me dijo su boca, todavía apretada entre mis piernas, sorbiendo y lamiendo, cuando yo terminaba de expulsar mis jugos, suspiros y algunas lágrimas de pura felicidad. Y, de repente, me bajó de su escritorio para que apoye mis brazos en la fina y pulida madera. Quiso que le tire la colita bien para atrás, y entonces lo hice, después de quitarme la chomba. Ahí empezó a darme algunos chirlos.

¡Supongo que tu papi nunca te pegó en la colita! ¿No? ¡Digo, porque la tenés muuuy blanquita! ¡Así nena, tomá, otro chirlo, por portarte mal, y venir a verme sin avisar, y sin cambiarte la bombacha!, me decía, sin la intención de hacerme doler. O, al menos así lo sentía yo. Quizás el me nalgueaba fuerte y duro. Pero, lejos de dolerme, yo me excitaba como una perra. Para colmo, después me separó los cachetes, me escupió el culo mientras decía que no le importaba si su secretaria nos escuchaba desde su oficina, y luego, oí el inconfundible ruidito de una bragueta abriéndose con premura. “Seguro que se bajó hasta el bóxer”, pensaba, ya que no podía verlo. Pero, de pronto algo duro, caliente y resbaladizo a causa de la saliva que había sembrado en mi agujerito, empezó a rozarse febrilmente contra él.

¿Nunca te hicieron la colita Popi? ¿A vos te gusta sentarse a upita de los tipos, para sentir cómo se les pone la verga contra estos globitos? ¿O la querés en la conchita nena? ¡No sabés cómo me tenés, desde que eras una nena despeinada, mirona y descalza!, me decía, sobándome las nalgas y las tetas, haciéndome sentir el rigor de su pubis contra mis caderas, aún cuando todavía no tomaba ninguna decisión. ¡A mí tampoco se me ocurría qué pedirle primero, porque, “OBVIAMENTE” quería todo eso!

¡No sé, haceme de todo… rompeme toda… quiero pija! ¡Vos siempre me calentaste… por eso, yo quiero aprender de vos!, empecé a decir, cuando su boca se devoraba mi cuello y mis hombros con unos besos cargados de una obsesión imposible de reprimir. Entonces, empezaron a sonar teléfonos, y enseguida unos golpes en la puerta. Ale gritó que estaba ocupado, y su secretaria murmuró algo que ninguno entendió, ni se molestó por hacerlo.

¡Dale guachita, que no tengo mucho tiempo!, me dijo, y su pija se deslizó solita, sin preámbulos ni permisos entre los labios de mi vagina. ¡Qué explosión más maravillosa sentí al tenerla adentro, moviéndose con todo, furiosa y cada vez más profunda!

 Ale: Poco a poco se la fui mandando toda adentro, para al fin descubrir lo obvio. No la estaba estrenando, de adelante al menos. Hubiera dado cualquier cosa por ser yo quien le rompa la telita por primera vez. La muy puta, que me tenía caliente hasta el descontrol, al punto de haberle gritado a mi secre y de no importarme un corno lo que pasaba fuera de esa puerta, no dejaba de moverse, quizás torpemente, pero demostrando en apagados gemiditos cómo disfrutaba lo que estaba viviendo. Tenía la concha casi virginal, estrecha y apretada. Lo que sumado a mi excitación me hacía sentir que se la iba a llenar en cualquier momento, explotándole toda mi furia allí dentro. Por lo que, en un flash de conciencia (¿o estupidez?), paré mis movimientos y traté de detener lo inevitable. Le dije que la iba a sacar porque estaba a punto de acabar, ¡pero ella me dijo que no lo hiciera! “¡No pares papi, dame pito, quiero todo ese pito adentro mío, no pares!”, me repetía casi disfónica. Me insistía con que siga, que estaba en el quinto día del periodo y que no había ningún problema. 

Así que, decidí hacerle caso con los movimientos. Pero, con aquella interrupción, la sensación de alcanzar mi orgasmo gracias al calor de su sexo ardiente se había diluido un poco. Por lo que no terminé como se lo había prometido.  Sin embargo, cuando reanudé mis estocadas entre sus piernitas, en el primer mete y saca resbaloso que nos regalamos, se ve que mi bebé estaba al borde, y explotó en un éxtasis que la condujo a gemir como todavía no la había escuchado. Arqueaba la espalda y empujaba su cola contra mi pija, agarrándose del borde del escritorio para hacer fuerza. Parecía que no controlaba su equilibrio. Yo no podía dejar de metérsela con todo, más de lo que ya la tenía en esa conchita cada vez más viciosa.

¡Síiii, pellizcame las tetas chancho, manoseame toda, cogeme más fuerte, dejame los dedos marcados en las tetas! ¿Querés que le cuente a mi papi que me re garchaste?, me incitaba con su voz pendiendo de suspiros atragantados. Envalentonado por su putería, la hice que se suelte de la mesa, para que se dé la vuelta. Entonces, la incliné lentamente hacia atrás, quedando su espalda totalmente sobre el escritorio, y parte de sus nalgas y muslos en el aire, sostenidas por mis manos. Le levanté las piernas por encima de mis hombros lo más que pude, procurando que no le duela nada, y se las abrí notando como todo su cuerpo se estremecía y temblaba aún, algo más que al principio. Me agaché un poco, y reinicié otra sesión de chupadas de concha. Esta vez la tenía empapada de los jugos que había largado, y su olor a pichí de nena se esfumó, o quedó oculto por el aroma a fiebre vaginal que le calentaba la piel. Empecé a succionar cada gota de esos jugos espesos, bebiéndomelos como un desesperado, chupando sus labios que llenaban por momentos mi boca y jugando con la cabecita de su clítoris palpitante entre mis mares de saliva, escurriéndole mi lengua en ese tajo sensible, hasta que se volvió a acabar. Esta vez con mayor violencia.

¿Así que no solo te gusta la pija, sino que sos multiorgásmica putita? ¿No? ¡Cómo te había gustado la verga a vos! ¡Si tu papito supiera lo chancha que es su nena! ¿Sabés todo lo que tenemos que hacer para recuperar el tiempo en que me estuviste calentando en el banco,  pendeja?, le decía observando que sus piernas temblaban y se humedecían con los manantiales de su sexo. Entonces, decidí hacer algo que siempre es un riesgo, porque puede sacar de trance a la mina, si no le gusta: se la quería meter por el culito, el cual estaba de frente, y a mi merced por su posición.  Mi pija necesitaba un agujero cariñoso que la abrace. ¡Se lo merecía! Así que, sin avisarle nada, le abrí las nalgas con una de mis manos, y le acomodé la cabeza de mi verga babosa y caliente en el borde del culo. Ella me preguntó, como si no supiera: “¿Que vas a hacer?”

“¡relajate pendeja, que, si no lo conocés todavía, sé que te va a gustar!”, le susurré al oído.

Popi: Nunca, nadie me había hecho la cola. ¡Pero en ese momento, no me importaba nada! ¡Si me llegaba a doler, sería el dolor más hermoso de mi vida! De pronto, todo se precipitó, como hacia un vacío sin fin. Las manos de Ale se ocuparon de chirlearme la cola un ratito, mientras la punta de su pija ascendía y descendía por mi zanjita. En un momento volvió a mordisquearme las tetas, y creo que fue ahí cuando me preguntó: ¿Te acordás que yo, muchas veces te daba la mamadera, en mis brazos? ¡Bueno, esto es casi lo mismo! ¡Sólo que, ahora, mi mamadera de carne, te va a dar lechita en la cola! ¿Querés bebota? ¡Y, después, les podés enseñar a tus amiguitas! ¡Aunque, estoy seguro que a más de una ya se la rompieron! ¿No?

Como respuesta, gemí, y eso hizo que Ale me muerda los labios, estirándome un pezón con dos dedos. ¡Ya tenía ganas de que vuelva a olerme la concha, que me la chupe, y se coma mi clítoris! Pero, entonces, sus brazos se aferraron a mi cintura, y, de inmediato se me llenaron los ojos de lágrimas, y el anillito de mi culo de su pija. Presionó un poquito más, y me tapó la boca con una de sus manos, porque esa vez no pude evitar un gritito. Sentía que su pija se deslizaba suavecito, pero con determinación. Empezamos a respirar como si estuviésemos sofocados, acompañando a los movimientos de su pubis, y entonces mis nalgas sudaban cada vez más por el contacto de su cuerpo, que me las golpeaban como el mar a las rocas.

¿Duele Popi? ¿Te gusta? ¿Te estás calentando bebita? ¡Así, sentila toda por el culito nena!, me decía, cada vez más agitado, sabiendo que perdíamos la noción del tiempo por igual.

¡Nooo, no me duele… quiero máaaas, asíii, dame la mamadera en la cola papiiii, asíii, quiero lechitaaaaa!, grité, y él de nuevo silenció mis exigencias con su mano. Sentía que su cuerpo apretujaba al mío, que su pija entraba más y más adentro de mi orto, y que el dolor, había preferido enmascararse bajo un placer que jamás pude haber logrado con mis deditos. ¡Sí, en algunas noches, mientras me pajeaba, me había metido algunos dedos en la cola! pero esto era distinto. Esto era una pija, y estaba caliente, viva, latía y me perforaba hasta el pensamiento. Me hacía sentir sucia, ordinaria, cochina, y a la vez, una hembra capaz de comerse dos o tres pijas con la boca, si las tuviese a disposición.

¡Cómo te gusta mamita! ¡Asíii, tomá, mordeme los dedos, y callate, que si alguien nos escucha, hay problemas! ¡Qué rico culito bebé!, me decía Ale, hamacándose cada vez más tenso, haciéndome notar que sus huevos llegaban a chocarse con la partecita que une a la concha con el culo. Y de repente, me levantó como si yo pesara un gramo, y me sentó sobre él, en su impoluta silla con rueditas y respaldar reclinable. Me dio varias nalgadas, me revolvió el pelo para olerme el cuello, y me obligó a chuparle un dedo.

“¡Asíiii, como si fuese una pija bebé, dale, chupame el dedo perrita”!, me decía con la cara desfigurada. Y, mientras yo me entretenía cumpliendo con sus órdenes, la punta de su pija volvía a anidarse entre mis nalgas. Solo que, esta vez entró con mayor facilidad. Ayudó que yo estaba sentada sobre sus piernas, y que él me había lubricado el agujerito con un poco de mis flujos, y algo de la saliva que le iba dejando en los dedos que le chupaba.

¡Ahora sí bebéeee! ¡Dale, movete así, saltame en la pija guachita, comete toda mi pija con ese culito hermoso que tenés! ¡Hace un ratito te saqué pichí con la lengua! ¡Ahora, te voy a sacar caquita con la pija, nenita sucia! ¿Querés?, me decía, cuando mi cuerpo comenzaba a impactar una y otra vez contra su regazo. Su pija me llenaba el culo con creces, y ya no me lagrimeaban tanto los ojos. Él me golpeteaba la concha, o me abría los labios vaginales para colarme algunos dedos. Cuando empezó a frotarme el clítoris, con su pija cada vez más adentro de mi orto, sentí que no iba a parar hasta que me largue toda la leche allí, en las profundidades de mis intestinos. Además, seguía amasándome las gomas con fuerza, pellizcándome las nalgas y mordiéndome el cuello. Y, entonces, un golpe furioso resonó en la puerta de la oficina.

¡Señor, disculpe! ¿Le falta mucho? ¡El dueño de la firma de la cadena hotelera de la que le hablé esta mañana, lo está esperando! ¡Dice que no tiene mucho tiempo!, articuló con desesperación la voz de su secretaria. En ese mismo momento, Ale empezó a largar un iracundo e interminable volcán de semen, todo adentro de mi culito. No sé cómo hizo para taparse la boca con una de mis tetas, mientras su lechita seguía saliendo a borbotones de su pija, que seguía dura, aunque tal vez, ya no tan ágil como antes.

¡Decile que ya voy Sandra! ¡Estoy en una conferencia, y resolviendo unos asuntos con Popi!, le gritó a la mujer, con su cara perdida en el hueco de mis tetas, las que una vez más volvía a oler como si me desconociera. La secretaria dijo algo más, pero nadie le prestó atención.

¡Dale nenita, bajate, y agachate un poquito! ¡Quiero que me lamas la pija, que la saborees toda, con el gustito de tu culo! ¡Limpiámela bien, así aprendés a ser una buena putita para tu novio! ¿Es cierto que te gusta un chico más grande que vos? ¡Creo que se lo escuché decir a tu madre! ¡Me parece que, se lo contaba a tu tía!, me dijo de pronto, una vez que él mismo me bajó de sus piernas, como si fuese un gatito. Yo, también había acabado varias veces mientras mi culito le comía la pija. No pude contar cuántas habían sido. Pero, estaba segura que al menos dos veces, solté algunos chorros de flujo, y tuve unas tremendas punzadas en el clítoris, las que me incentivaban a seguir saltando sobre esa poronga guerrera. Así que, ni bien me arrodillé, me dispuse a darle besitos en la pija, a lamérsela y babeársela un poquito, y a dedicarle algunos lengüetazos a sus bolas peludas, todavía enormes y calientes. Y justo cuando ya me entusiasmaba de nuevo al ver que la pija se le volvía a poner gruesa y venosa, la secretaria tuvo que llamar una vez más a la puerta.

¡Dale Popi, empezá a vestirte, lo más rápido que puedas, y volvete a casa! ¡O, bueno, andá a donde sea! ¡Tengo que reunirme con esa gente! ¡Pero, te prometo que, esta tarde, paso por tu casa, y te doy una mano con eso de matemáticas!, me decía Ale, poniéndose de pie con la energía que le quedaba, subiéndose bóxer y pantalón, privándome al fin del sabor de su pija deliciosa, la que conservaba el calor de mi culito apretado en lo extenso de su piel. No sé cómo fue que salí de la oficina, ni cómo hice para vestirme a los santos pedos, ni por qué no pude siquiera mirarlo a los ojos cuando me fui. No recuerdo si nos saludamos. Sé que vi a la secretaria, nerviosa como si estuviese por dar un examen, y que luego me miraba en el vidrio del ascensor. De repente iba caminando por la vereda, pensando en tomarme un taxi para ir a mi casa. Noté que me había olvidado de ponerme la bombacha, y me sentí tan puta que, me urgieron unas nuevas ganas de derrumbarme en sus brazos. ¿Por qué tenía que verse con esos tipos? ¿Justo ahora? ¿No podían encontrarse otro día? Entonces, era consciente de un dolor cada vez más agudo en el culo, del ardor de los pellizcos que me dejó en las tetas y en la cola, y de los hilos de semen que me empapaban las piernas, los que goteaban incesantes del agujero estrenadito de mi culo. Sentía que los pendejos me miraban, y yo, me les hacía la linda. Ellos no tienen ni idea de cómo coge un hombre con experiencia. Todavía renacía una y otra vez en los chapoteos de su lengua en mi concha, y en mi imaginación me meaba encima con su pija en la boca. ¡Ahora andaba más calentita que antes por él!      Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊

Comentarios

  1. Exitante final! acorde a toda la calentura del relato. Me dejó con ganas de más!

    ResponderEliminar
  2. Sos una genia! Logras relatar tal como estoy seguro que lo sentis... Eso, es lo que más me gusta de vos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Graaaaaciaaaaas! Siempre escribo lo que siento, y trato de transmitirlo. Gracias por permitirnos este lindo y cálido relato!

      Eliminar
  3. Anónimo11/11/21

    que linda nena, me hace acordar a mi sobrina Tatiana

    ResponderEliminar

Publicar un comentario