Lucas, el hermano de mi mejor amiga Sonia, siempre fue bastante agrandadito. Un poco entrometido para mi gusto. Daba la sensación que ella también opinaba como yo. Pero, en el fondo, sabíamos que no podíamos hacerlo un lado de malas formas, por todo lo del bulling y esas cosas. Cuando ambas teníamos 16, empezamos a frecuentar mucho más nuestras casas. Pero, generalmente, la que se quedaba a dormir en la suya más veces era yo. Es que, en mi casa no había lugar, y, en cierta forma, siempre tuve vergüenza de mi familia. Mi viejo, nunca se sabía cuando se chupaba demás y empezaba con sus chistes cargosos. Mi vieja sufría de depresión, y no era bueno que tenga disgustos. Mis hermanos, eran un desastre con el orden. Así que, como Sonia tenía una pieza para ella sola, su madre no tenía problemas con que me quede, incluso algunos fines de semana. Mis viejos no me decían nada porque siempre fui muy aplicada en la escuela. Además, de paso se libraban un ratito de mi presencia.
En ese tiempo Lucas contaba con 11 años, y tenía la costumbre de entrar a la pieza de Sonia sin golpear la puerta. Pero, sus padres le tenían prohibido cerrar con llave. Eso a veces los llevaba a discusiones sin sentido, porque él siempre prometía no volver a hacerlo, y su mamá lo aceptaba. Incluso, casi siempre le daba un beso. Una vez, el pendejito abrió la puerta, justo cuando yo me estaba terminando de abrochar el corpiño. Sonia no estaba. Yo lo miré re mal.
¡Vos, no me retás como mi hermana!, me dijo, sin despegar sus ojos azules de mi escote.
¡Porque yo no soy tu hermana! ¡Pero, golpeá Lu, por las dudas! ¡Bueno, yo me estoy cambiando! ¿Sabés? ¡Así que, sería bueno que vengas después!, le dije, un poco insegura de cómo se oían mis palabras.
¿Y, vos no me vas a dar un beso, como Sonia? ¡Te juro que no lo vuelvo a hacer!, me dijo, y su carita manipuladora lograba su objetivo, porque yo, sin saber por qué lo hice, me acerqué a él, aún en corpiño, y le di un beso en la mejilla. Él se puso colorado, y salió del cuarto. Eso me valió que en la mesa, el padre de Sonia hiciera un comentario al respecto. Algo así como: ¡Ojo Lucas, que ella es amiga de Sonia, y no se va a fijar en vos! ¡Así que no te hagas ilusiones!
Eso, porque, al parecer, cuando yo no los escuché, el atrevido le había contado a su papá del beso que le di. Sonia solo se reía de mi papelón. Sin embargo, Lucas entraba a la pieza cuando ella y yo estábamos acostadas para preguntarnos cualquier cosa. Algo de la escuela, o referido a los documentales que veía en la tele. También venía a contarnos sus sueños, o a decirnos que no se podía dormir. Entonces, Sonia me abandonaba un ratito y lo acompañaba a su cama para contarle un cuento. Siempre me pareció raro que ni siquiera se ponía algo encima de la bombacha con la que ya se había acostado.
¡Ay nena, si él ni siquiera me ve! ¡Aparte, somos hermanos!, me decía cuando yo se lo preguntaba, lejos de los oídos de Lucas. Pero yo no me convencía del todo. Además, ¿cómo podía ser que el nene necesitara cuentitos para dormir con 11 años? hasta pensé que podía tener alguna discapacidad, tal vez un retraso madurativo, o algo así. Nunca es fácil hablar de esas cosas para ciertas familias.
Una tarde, mientras yo leía para resumir algo de historia para la escuela, y Sonia se depilaba una pierna, Lucas entró al cuarto, trayendo un pote de helado en la mano.
¿Quieren chicas? ¡Hay de tres gustos! ¡Chocolate, tramontana y dulce de leche con nueces!, dijo contento. Pero, yo vi que claramente se detuvo a mirar a Sonia, que enseguida reaccionó, aunque no con el tono de voz que yo hubiese empleado.
¡Luquitas, ahora no queremos helado! ¡Después vamos y buscamos! ¡Así que no te lo comas todo! ¡Y andá para allá, que, por si no te diste cuenta, me estoy depilando, y ando en bombacha y corpiño!, le dijo serena, más atenta al espejito y a la Gillette que a su hermano. Lucas se fue con toda la paja del mundo. Yo, sin entender demasiado si era producto de mi imaginación, me quedé pensando en que ese atrevido, de paso, también se había fijado en mis tetas. ¡Es lógico! ¡Cualquier varón a esa edad se fijaría en tetas y culos! Encima, no es por ser vanidosa, pero en ese tiempo las tetas me explotaban cualquier cosa que me pusiera.
Otra tarde, el mocoso entró a la pieza, y literalmente se me tiró encima. Estaba contento, porque le habían comprado un celular.
¡Aniii, porfiiii, vos sos la mejor re súper amiga de mi hermana! ¡Por eso sos la mejor de todas! ¡Así que, vos seguro sabés como se configura todo! ¿Me ayudás? ¿Cómo se hace un grupo de Whatsapp? ¡Bueno, ya sé que tengo que descargarlo primero! ¿Y, yo puedo usar internet con este celu? ¡Bueno, y no sé cuánta memoria tengo! ¡Yo pensaba descargarle, también, unos jueguitos!, me decía, exultante de alegría, sin parar de hablar ni para respirar, esperando que lo ayude. Yo me armé de paciencia, y empecé a explicarle todo lo que tenía que saber de su nuevo celular. Él me miraba asombrado, y de pronto, como si fuese algo sensorial tan fuerte en el aire, tuve la seria sospecha que me re miraba las tetas, más que la pantalla, o lo que le estuviese explicando.
¡Prestá atención Luqui! ¡Mirá que yo no tengo tanta paciencia! ¡Por más que sea la re contra súper mega archi amiga de Sonia!, le dije, como después de la tercera vez que lo instruía para que aprenda a usar el Play Store del teléfono.
¿Sabías que tenés un rico perfume? ¡La verdad, no me cansa como el de otras chicas!, me soltó de golpe, después de jurarme que me había entendido.
¡Gracias Luqui! ¡Pero, bueno, debe ser porque las nenas que van a tu escuela, o sea, tus compañeras, no usan perfumes de adolescentes, como yo! ¿Entendés?, le dije, sin importarme demasiado aclarárselo.
¡Sí, las chicas de mi escuela se perfuman poco! ¡Algunas van con olor a pis! ¡Y ninguna tiene la voz linda, como la tuya!, siguió adulándome, vaya a saber por qué. ¡Yo ya le había explicado todo lo que me preguntó! ¿Para qué se empeñaba en comprarme con halagos?
¡Bueno, gracias pibito! ¡Ahora, andá, y disfrutá de tu celu, que, supongo que ya te van a llamar para que hagas los deberes!, le dije para sacármelo de encima.
¡Ya hice la tarea! ¡Así que, si necesitás que te ayude en algo, como vos me ayudaste, bueno, acá estoy!, me dijo entonces, sin levantarse de mis piernas. Yo estaba en un sillón del living. Recuerdo que tenía una musculosa azul, y que él estaba en cuero. ¿Por qué los varones siempre pueden exhibir el pecho? Sonia había ido a comprar gaseosas, y su madre andaba de shopping con su madrina.
¡Andá Luqui, que no te voy a cobrar por ayudarte, tonto! ¡Y, cuidalo mucho!, le decía, señalándole el celular.
¿Y el perfume que usás, te sale muy caro?, me preguntó, mientras se levantaba de mis piernas, y yo me quejaba por el peso de su cuerpo, a pesar que era un flacuchento.
¿Estás bien? ¿Te traigo agua?, me dijo al oír mi leve quejido.
¡No nene! ¡Pasa que no sos tan livianito que digamos! ¿Sabías? ¡Y el perfume que uso, sí, es caro! ¿Por qué? ¿Me querés regalar uno?, le dije, riéndome como para que me deje de joder y al fin se vaya por ahí.
¡Si tuviera la plata, sí, te compro mil! ¡Pero, Ani! ¿Las chicas de mi escuela, alguna vez, van a ser como vos? ¿Digo, pueden tener esas tetas como las tuyas?, me sorprendió, esta vez dejándome con la cara conmocionada en un gesto de incredulidad que no supe resolver inmediatamente.
¿Qué? ¿Qué decís nene? ¿No te parece que sos muy chiquito para decir esas cosas? ¡Aparte, eso, no te lo puedo contestar! ¡Mejor, rajá de acá, y no me hagas enojar, o le cuento a tu mamá que, andás diciendo cosas chanchas!, le dije, fulminándolo con la mirada. ¿Qué se creía este pendejo? ¿Cómo tuvo las agallas de preguntarme algo así? Obviamente, desapareció en cuanto empecé a elevar la voz. Ni sé dónde se metió. Recuerdo que por la noche se lo conté a Sonia, una vez que estuvimos a solas.
¿Y te preguntó eso? ¿Y vos, le dijiste que a todas las chicas les crece el culo y las tetas con el tiempo?, me dijo, sin avergonzarse.
¡No tarada! ¿Cómo le iba a decir eso? ¡Yo no voy a hablar de sexo con tu hermano!, le dije, un poco indignada, confundida, y por alguna razón, acalorada.
¡Ay Anabel, no seas idiota nena! ¡Tampoco te preguntó algo, no sé, qué sé yo, algo fuerte! ¡No te preguntó lo que es el sexo anal! ¡O la doble penetración! ¡O, cómo se siente que te hagan un rico pete!, dijo, riéndose de mi situación, luego de tirarme una remera en la cara.
¡No sé boluda, tu hermano es raro! ¡Perdón por lo que te voy a decir! ¡Pero, para mí, el pibito me re mira las tetas! ¡Todas las veces que puede, y se hace el gil!, le sinceré, mientras me acostaba en el colchón que siempre me preparaba al lado de su cama, desde donde teníamos largas charlas nocturnas.
¡Y sí Ani, es obvio que te las mira! ¡Yo creo que les debe mirar las tetas a todas las mujeres de la casa! ¡A mí no, porque casi no tengo! ¡Pero, ponele la firma que me mira el culo!, me decía, un poco más tranquila, como si intentara razonar conmigo.
¿Y a vos, eso te parece normal? ¿O sea, no te jode que tu hermano te mire el culo?, le pregunté, habiéndome cubierto con la sábana, imaginándome cualquier cosa y comprendiendo cada vez menos a Sonia, sintiendo un leve palpitar en mi vagina. ¿Qué me estaba pasando? ¿Era posible que tuviese ganas de masturbarme justo en ese momento? ¡Pero, estoy en la casa de mi amiga! ¿Por qué ahora?
¡No nena, todos los varones son iguales! ¡Además, mi hermano es un nene todavía! ¡No te enrosques tanto, que ahora tiene un celular propio! ¿Qué te pensás que va a mirar cuando no pueda dormir? ¿Películas de animalitos? ¡No nena, va a buscar tetas y culos! ¡Qué te apuesto que esta noche ni se aparece a buscarme para que le cuente nada!, sentenció, mientras ponía una musiquita de fondo. Pero esta vez Sonia se había equivocado. Ya había pasado como una hora de charla entre nosotras. Ella estaba re metida con un pibe de otro curso, dos años más grande que ella, y seguía insoportable con la idea de seducirlo como sea. Ni siquiera le importaba que tuviera novia, ni que ésta fuese la hija del intendente del pueblo.
¿En serio pensás que ese tarado no me da bola, solo porque esa chetita tiene mansa plata?, me preguntó una vez más, sabiendo mi opinión e principio a fin, solo para darse valor. Y yo estaba por responderle lo mismo de siempre, cuando la puerta se abrió sin anuncios, y la voz de Lucas se acomodó en el silencio tenue de la madrugada.
¡Sonia, perdón que las moleste! ¡Pero, no puedo dormir otra vez! ¿Vos, me podés contar otro cuento?, dijo, casi que usando las mismas palabras en esos casos. Sonia lo rezongó, suspiró algo molesta, y le dijo que ya era hora de aprender a hacerse grandecito. Pero en definitiva, se levantó y se lo llevó de la mano a su cuarto.
¡Ya vengo Ani! ¡Y no te duermas, que ni bien termine el cuento de Luqui, traigo gaseosita, y la seguimos! ¡Vos todavía no me contaste nada!, me decía mientras cerraba la puerta. Digamos que, el único chico que me gustaba ni me registraba. Por lo tanto no tenía nada que compartirle. Pero ella se empeñaba con que había que hablar de chicos. Yo me concentraba en la música, y pensaba en el pibe que le gustaba a Sonia. ¿Qué cuentos le relatará esta tarada a su hermano? ¿Cómo puede ser que sepa que él le mira la cola? ¿Así que, ella se había dado cuenta que me mira las gomas? Estaba sola, pensativa, imaginándome cosas. De repente, tuve unas ganas inmensas de tener una pija en la boca. Quería chupar y chupar, oler y babearle la pija a Gonzalo, el que ni me registraba. ¿Por qué Lucas me dijo que le gustaba mi perfume? ¿Y encima me dijo que tengo linda voz? ¿Y las chicas de su escuela, tienen olor a pichí? ¡ Qué raro eso! ¿Tan sucias eran las nenas de hoy en día? Y, entretanto, me daba vueltas en el colchón, y mis manos empezaban a juguetear con el elástico de mi bombacha. ¿Por qué no aprovechás y te tocás ahora Ani? ¡Dale, que Sonia no está! La voz interior de mi alma me sofocaba las mejillas, y una de mis manos me sobaba la concha, comprobando que se me había humedecido la bombacha. ¿Y, eso por qué?
Luego de un par de fines de semanas, volvía a la casa de Sonia. Teníamos que estudiar mucho para química, Física y literatura. De modo que, me interné allí el viernes, y volví a mi casa el martes, aprovechando el lunes feriado. Ya el viernes tuve el primer signo de que Lucas no era un nene normal, o al menos, actuaba como si fuera más grande, o como sea. Después de comer, él fue el encargado de traer helado para todos. El padre prefirió irse a su escritorio a terminar unos asuntos para la oficina, y su madre no comió para no soportar dolores de muelas por la noche. Así que, ni bien me dejó el cuenco con helado y la cucharita, me dijo: ¡No puedo dejar de olerte Ani!
¡Eeeepaaaa! ¿Qué pasó amiga? ¿Hoy no te bañaste?, me verdugueó Sonia, riéndose casi como una bruja malvada mientras su hermano se ponía rojo, pero no dejaba de atrapar cada partícula de mí con su olfato.
¡No Sonia! ¡Ni ahí! ¡Ella tiene un olor re rico! ¡Vos, tendrías que usar perfumes como ella!, dijo Lucas, defendiéndome de algo que no tenía sentido. Entonces, Sonia volvió a estallar de risa.
¡Basta Lucas, y dejá de tocarte ahí! ¡Lo que te gusta a vos de Ani, en realidad, es otra cosa! ¿No? ¡Vamos, comé el helado, y a la cama, o a tu pieza, pero rajá de acá!, le decía Sonia en voz baja, supongo que para que su madre no la oiga, ya que la mujer lavaba los platos en la cocina. Entonces, me percaté que Lucas tenía una mano en la entrepierna, y, que inmediatamente la sacó cuando Sonia le hizo un gesto como de “Basta, o te quedás sin postre por un año”. Luego, un silencio extraño lo iluminó todo. Pero, cuando volví a mirar a Lucas, que ahora estaba sentado en el sillón, descubrí que la bermuda se le abultaba. ¿Se le estaba parando el pito por mis tetas? ¿O por la cola de su hermana? ¿Podría ser mi perfume? ¿Eso era posible? ¿Entonces, Sonia tenía razón?
El sábado por la mañana, luego del desayuno, Lucas se quedó a solas conmigo, y aprovechó ese momento para sentarse a mi lado.
¡Ani, quería pedirte disculpas, por lo de ayer! ¡Posta que, no es como dice Sonia! ¡Yo, me refería a tu perfume nomás!, me decía con la voz angustiada.
¡Ya fue Luqui, no tenés que pedirme disculpas por nada! ¡Tu hermana entendió cualquiera! ¡Viste que nosotras estamos en la edad del pavo, y bueno, por ahí, ella se equivocó, pero solo eso! ¡Tranqui, que está todo bien!, le dije sinceramente, sin mucho más que argumentarle.
¡Sí, bueno, pero, yo quedé re mal! ¡Aparte, ella dio a entender… yo… te juro que no me estaba tocando nada… ni loco! ¡No sé por qué dijo eso!, insistía, llegando a lo que realmente le preocupaba.
¡Lucas, yo no vi nada! ¡No sé qué quiso decir tu hermana! ¡Pero ya pasó! ¿Sí? ¡Olvidate, y listo!, le dije. Pero el nene empezó a tensar su rostro, y enseguida un montón de lágrimas le bañaron las mejillas. Yo, comprendiendo su arrepentimiento, lo abracé, le sequé las lágrimas con un pañuelo descartable, y le dije que todo iba a estar bien, que no había motivos para llorar por una pavada así.
¡Es que, yo no quiero perderte Ani! ¡Vos sos re linda, y siempre me ayudás con todo, y encima usás ricos perfumes, y hablás re lindo, y bueno… otras cosas! ¿Alguna vez, vos me podrás contar un cuento con esa voz?, me dijo al fin entre sollozos, hipidos, vergüenzas y una ternura indescifrable.
¡Bueno, si te portás bien, te prometo, que, por ahí, te cuento uno! ¿Dale? ¡Ahora, andá a jugar, y no llores que ya pasó!, le dije, y le di un beso muy cerca de la boca. Fue casualidad. Pero, en ese momento reparé en que había sentido algo duro contra mi pierna mientras lo tenía abrazadito, tal vez un poco apretado, y que él, mientras lloraba fundido en el abrazo que le obsequié, me olía la remera. ¡El pendejo estuvo re pegado a mis tetas, y yo no tenía corpiño puesto bajo mi remera!
¡Bueno, me alegro que mi hermanito te haya pedido perdón! ¡Pero, ojo, que para mí se la va a volver a mandar! ¡No es muy confiable que digamos!, me decía Sonia mientras releía unos apuntes, una vez que yo le conté todo. Claro que obvié lo de su erección, y que yo no tenía corpiño. Ella no parecía darme mucha bola, cuando la siesta no tenía muchas ganas de colaborar con nosotras. Hacía demasiado calor como para ponerse a estudiar. De hecho, estaba por decirle a Sonia que se ponga algo porque, en cualquier momento podía entrar su hermano, cuando de golpe el nene apareció.
¡Chicas, creo que no hay internet! ¿Sonia, vos te podrás fijar? ¡Por ahí, no está bien conectado el router!, decía, sin moverse del lugar.
¡Dale Lu, ya me fijo! ¡Y decile a mami que te ayude a limpiar tu cuarto!, dijo Sonia, sin prestarle demasiada atención.
¡Che Sonia, fijate que en el tender de la ropa, ya se secó todo! ¿Me parece a mí, o esa es la misma bombacha que tenías ayer?, le dijo de repente, como si se expresara sobre un tema cualquiera.
¡Sí Lucas, es la misma! ¿Y a vos qué te importa? ¿Terminaste? ¡Ya te podés ir!, le dijo Sonia, esta vez sí algo más desafiante, pero sin despegar la vista de la lectura. Lucas no se movía.
¡Al final, vos que criticás a la prima belén, y vos tampoco te cambiás la bombacha nena! ¡Pero, igual, me gusta cómo te queda! ¡La prima Belén, es muy villera para usar de esas, tan lindas!, agregó el pendejo cuando el silencio parecía dilatar algo irrefrenable. En el fondo tenía razón. Yo conocía a Belén, y no podía imaginármela con una bombacha con esos dijes preciosos a los costados, con esos colores, y el estampado de una mariposa divina justo en la parte de la vulva. Entonces, luego de unos minutos en los que yo ni quería ni mirarlo por lo desubicado que me resultaba, tuve que hacerlo, porque un ruidito extraño me sorprendió.
¡Sonia, tu hermano, se, se está tocando el pito! ¿No lo ves?, le dije subida a una euforia que jamás había sentido.
¡Lucas, por favor, si vas a hacer eso, andá a tu pieza, y seguí allá! ¡Dale, o le digo a mamá!, le dijo Sonia, golpeando una carpeta con todo contra la mesa, haciendo que rueden dos lapiceras por el suelo con el impacto. Lucas no necesitó escucharlo dos veces. Y, de repente era yo la que no podía sacarme de la mente lo que había visto. ¡El muy cochino tenía la mano toda adentro de su short, y del calzoncillo! Lo sé porque le vi el borde del elástico, y un pedacito de la tela blanca. ¡Se estaba sobando el pito sin preocupaciones, ni decencias ni ataduras! ¿Se habría bajado el short para tocarse la pija desnuda delante de nosotras, si ninguna de las dos lo hubiese visto?
¿Vos, vos sabés que Lucas se hace la paja Sonia? ¿Y, aún así, vas a contarle cuentos en calzones, a su pieza?, le dije entre enojada, más confundida y perdida en un fuego sexual que también me desbordaba, una vez que no había rastros de Lucas, y que conseguí cerrar la puerta con llave.
¡Ya te lo dije Ana! ¡Es mi hermano! ¡Es obvio que no se va a pajear mientras le cuento cuentos! ¡No seas tonta che! ¿Y, además, qué tiene que ver que vaya en bombacha? ¿Nosotras no dormimos en bombacha? ¿Y, vos, habitualmente en tetas?, me incriminaba Sonia, levantando a desgano las lapiceras, y de paso una regla que se había caído vaya a saber cuándo.
¡Y sacale las llaves a la puerta, que ya sabés que a mi vieja no le gusta que nos encerremos!, me aclaró, suavizando un poco la voz, ahora mirándome por fin. Le hice caso, y luego nos pusimos con las tareas escolares, casi como si nada hubiese pasado.
Los días fueron pasando, y por una cosa o por otra, durante un mes, o tal vez más, no fui a la casa de Sonia. Pero cuando volví, Lucas había cumplido 12 años. ¡Me parecía increíble que en esos días, hubiese pegado ese estirón! Seguía flacucho, pero por lo menos medía algunos centímetros más, tenía los brazos más marcados, ya que había empezado a asistir al gimnasio, y su sonrisa parecía más fresca. Cuando me vio, corrió derechito a saludarme. La voz también le había cambiado un poco, aunque se le quebraba y aflautaba con facilidad.
¡Aaaaniiii, qué sorpresa! ¡Hace rato que no venías!, me decía mientras me abrazaba. En realidad, medio que se me tiraba encima, porque yo ya estaba sentada en el sillón, esperando que Sonia se levante de la siesta. Le había caído de improviso, para invitarla a comer un helado, cerca de su casa.
¡Qué bruto que sos pibito! ¡Y cómo creciste! ¡Y sí, hace mucho que no andaba por acá!, le dije, un poco apartándomelo de encima. Casi no lo dejé que me diera el beso que seguro tenía pensado dejar en mi mejilla.
¡Bueno, ahora ya tengo 12 años! ¡Ojalá crezca rápido, para poder salir a bailar! ¿Vos, creciste rápido también, como mi hermana? ¿Aaah, y me vas a regalar algo por mi cumple?, me preguntó con inocencia. Sin embargo, sus ojos se clavaban de nuevo en mis tetas, las que lucían firmes bajo un vestido holgado de la cintura para abajo, pero apretadito en el escote, y de un color violeta intenso.
¡No sé Luqui… no me acuerdo mucho! ¡Y, con lo de tu cumple… vamos a ver! ¡Le voy a preguntar a Sonia si te portaste bien! ¡Ah, y feliz cumple!, le dije, sintiéndome bastante rara. De hecho, esta vez yo lo manoteé de uno de sus hombros para traerlo hacia mí, y le di un beso en la mejilla. ¡Él se puso rojo al instante! Tanto que tardó en recuperar la voz. Pero cuando lo hizo, se volvió a zarpar.
¡Gracias por el beso Ani! ¡Pero… no creo que pueda pedirte lo que… bueno, lo que quiero que me regales! ¡Te vas a enojar seguro! ¡Bueno, yo te lo digo! ¿Querés ser mi novia?, me dijo, sin dejar de examinarme las gomas, poniéndose todavía más rojo.
¿Qué decís pendejito? ¿Te volviste loco? ¿Vos sabés cuántos años tengo yo?, empecé a decirle, haciéndole cosquillas en las axilas, aprovechándolo todavía sobre mí. Nunca me había animado a hacerle nada. Él se reía tanto como yo, por su ocurrencia y por las cosquillas.
¡Yo podría ser tu hermana Luquitas, o tu prima, o, qué sé yo! ¡Pero no tu novia! ¡Aparte, a tu hermana no le gustaría!, le decía, mientras él se babeaba de tanto reírse, tratando de escaparse de mis cosquillas. Tuve que detenerme cuando sin querer me clavó uno de sus codos en la pierna. Entonces, ahí se sentó a mi lado, agitado y risueño.
¡Bueno, pero si, si no se lo decimos, no se va a enojar! ¡A mí me re gusta tu perfume, y tu voz! ¡Bueno, no sé, según mi amigo Matías, estoy enamorado de vos, porque, hasta tuve sueños!, me decía lo más bajito que podía, moviéndose hacia atrás y adelante. Por momentos se toqueteaba el pelo.
¡Escuchame chiquitín… justamente, vos sos demasiado chico para mí! ¡A nosotras, las chicas de mi edad, nos gustan los chicos más grandes! ¿Entendés? ¡Si querés tener una novia, por ahí, sería bueno que elijas a una de tu edad, de tu escuela!, le expliqué, mientras le acariciaba una de sus delgadas piernas, casualmente en el trozo de piel que no le cubría el short.
¡No Ani! ¡Las chicas de mi grado, son todas feas, gorditas, y bueno, casi todas tienen novio! ¡Si querés, podés pensarlo!, me soltó, como si se hubiese tragado el libreto de una telenovela.
¡No me hagas reír! ¿Querés? ¡No tengo nada que pensar Luqui! ¡Además, eso de que yo te gusto… nada, todavía sos muy nene para esas cosas vos!, le dije, antes de cruzarme de brazos. ¿Por qué Sonia tardaba tanto? ¡Y eso que le avisé que a las 5 le caía! ¡Ella sabe que soy puntual! ¿Por qué tenía que lidiar con el cargoso de su hermanito? ¿Y, por qué me estaba sintiendo tan rara? ¿Qué habría soñado conmigo el muy desubicado?
¿Y qué si me gustás? ¿Por qué las chicas son tan complicadas? ¡Yo, me animé a decírtelo! ¿Y vos me salís con que soy chiquito? ¡Noooo, eso es una excusa! ¡Aunque, lo único, si me decís que no desde ahora, no le cuentes nada a mi hermana! ¡Porfi!, me dijo, entre asombrado, gracioso y confundido tal vez. Yo estaba perdiendo la paciencia. Pero, mi cuerpo me quería convencer de lo contrario. Supongo que por eso, en un momento de lucidez o imbecilidad, saqué una de mis tetas por encima de mi vestido, y de mi corpiño, y se la acerqué a la cara.
¡A vos lo que te gusta de mí, es esto nenito! ¡No me lo podés negar! ¡Siempre te veo mirándome las gomas! ¿Pensás que soy tonta? ¿O que no me iba a dar cuenta? ¡Dale, mirala bien, porque, esta la última vez que la vas a mirar!, le dije, perdiendo el control de mi estabilidad, notando que empezaba a caerme sobre él. De modo que, por un instante, mi teta le rozó la carita. ¡Y eso, no sé por qué, me re calentó! Por eso, de inmediato, como si otra personalidad me hubiese poseído, le dije suavecito: ¡Dale Luqui, pasale la lengüita! ¡Te juro que nunca se lo voy a decir a Sonia!
Para mi sorpresa, él obedeció. Sentí la punta de su lengua muy cerquita de mi pezón, y un aturdimiento feroz me hizo arder desde las mejillas hasta el abdomen. Y entonces, en ese preciso momento: “¡Ya estoy amiga! ¡Perdón, no me sonó la alarma! ¿Vamos? Pero… ¿Qué onda ustedes?”
¡Nada, nada So… solo jugábamos! ¡Así que, te gané guachito!, se me ocurrió decirle a Lucas, quien seguro no supo interpretarme, mientras me arreglaba rápidamente el vestido. ¿Cómo pude hacerle eso a ese nene? Pero Sonia pareció no sospechar nada, o hacerse verdaderamente la boluda. Me levanté del sillón, la ayudé a prenderse las sandalias, la esperé a que responda unos mensajes, y nos fuimos. Pero, antes de seguirla a la puerta, me acerqué a Lucas y le dije: ¡Chau Luqui, ya venimos! ¡Portate bien!, y le di un beso en el mentón. Algo en mi interior me aseguraba que, no estaría mal divertirme con ese nene. Obviamente, él no le diría nada a su hermana, si quería ser mi novio.
Sonia y yo tomamos un helado, hablando casi de las mismas pavadas de siempre. Y, a pesar que estaba caluroso, debimos apurarnos porque en cualquier momento se largaba a llover. Así que, a las 6 y algo ya habíamos vuelto a su casa. Yo no podía apartar mi pensamiento del contacto de la lengua de Lucas en mi teta. ¡Pero, no seas tarada Ani! ¡Es un nene, que ni siquiera debe saber hacerse la paja!, me decía como para calmarme.
¡Hola chiiicaaas! ¡Qué bueno que volvieron! ¿Quieren que juguemos a la Play? ¡Parece que se va a llover todo!, dijo Lucas ni bien entramos, alegre y atento a nuestros rostros. Entonces, a Sonia se le cayó el celular, y en cuanto se agachó a levantarlo, los ojos de Lucas se perdieron indiscretamente en su cola bien paradita bajo un short tipo maya. Yo lo miré, mordiéndome los labios. Pero luego, lo amenacé con una mirada un poco más dura. Sonia dijo que no quería jugar a nada, y me invitó a su pieza.
¡Imagino que te quedás en casa hoy! ¡Dale, avisale a tu vieja, y quedate Ana! ¡Voy al baño porque me re meo, y te espero en la pieza, Zorra!, decía Sonia, discando el número de mi casa en su teléfono inalámbrico para dármelo, y luego desaparecer por el pasillo que conduce a los cuartos. Últimamente había tomado la costumbre de llamarme Zorra, por más que a mí no me gustaba del todo. Le dije a mi viejo que pasaba la noche en lo de Sonia, y corté. Como ella todavía seguía en el baño, me acerqué a Lucas, y lo agarré de una oreja para susurrarle, haciéndome la enojada: ¿Cómo le vas a mirar la cola así a tu hermana? ¿No te da vergüenza? ¿Y así querés ser mi novio vos? ¿Desubicado?
Él se quedó petrificado. Entonces, le mostré que se me había ensuciado el vestido con helado, justo entre las tetas.
¡Parece que vos no sos el único chancho comiendo helado! ¿Viste? ¡Dale, mirame las tetas Luqui!, le pedí con entusiasmo, ya que él buscó mirar hacia otro lado, quizás un poco asustado por mi reproche. Y, sin más, mientras le acercaba mis pechos a la cara, lo asfixié un ratito entre ellas. Ni siquiera sé cómo llegué a decírselo, pero lo hice, sintiéndome tan puta como ingenua: ¡Dale, limpiame el vestido con la lengua! ¡A vos te gusta el helado! ¿O no?
No sé si me hizo caso. Pero, lo cierto es que, como escuché la puerta del baño, y a Sonia gritarme algo que no entendí, preferí devolverle el aire a sus pulmones, y apoyarle mis labios en los suyos. Le di un piquito, y le pasé la lengua por la nariz. Después, me fui a la pieza de Sonia, donde estuvimos viendo boludeces en Youtube. Varias veces me preguntó si me pasaba algo, porque no lograba concentrarme en lo que me mostraba. Ella se reía como loca de los videos de Gente Rota, y a mí no se me conectaban las ideas. Pero, le dije que solo me dolía un poco la cabeza. Eso fue una excusa para volver a la cocina, en busca de algún Tafirol, o algo.
¿Luqui, sabés si hay alguna pastilla para el dolor de cabeza?, le dije al llegar, observándolo un poco ido, sentado en el sillón, jugando a la Play.
¡Ahí te busco! ¡Creo que, en la caja amarilla que está en esa biblioteca, puede haber! ¿Qué te duele?, decía pausando el juego, levantándose con urgencia. Lo dejé acercarse al mueble, y en cuanto se puso a revolver la caja, me acerqué a su espalda para darle unos besitos, de un hombro al otro, haciéndole una especie de caminito húmedo. Ni protestó cuando le levanté la remera. Pero su cuerpo tiritaba de emoción.
¿Te gusta esto Luqui? ¿Querés más?, le dije al oído. Él gimoteó algo sin sentido, y se le cayeron algunos blisters de pastillas al suelo.
¡Me duele un poco la cabeza! ¡No es nada! ¡Debe ser el calor!, le dije como para disimular, por si Sonia aparecía. Pero enseguida, bajé la voz acomodándole la remera, y lo di vuelta para decirle: ¿Querés que te dé un beso en la boca, como hacen los novios?
No esperé a que me responda. Otra vez junté mis labios a los suyos, y lo besé, luego de pasarle la lengua por toda la comisura. Fueron como 5 o 6 besitos breves, chiquitos y húmedos. A él le gustaban porque, todavía tenía los labios pegoteados con helado. Y de pronto, luego del último chuponcito, salí corriendo hacia la pieza de Sonia. ¿Cómo podía excitarme tanto besuquearme con un nenito?
No volví a ver a Lucas, hasta antes de la cena. Su madre nos había llamado para ayudarle con la mesa. Sonia me pidió que la reemplace, mientras ella arreglaba un mal entendido con una amiga en común, a través de Zoom. Entonces, mientras Acomodaba cubiertos, vasos y platos en la mesa, no pude evitar tirarme encima de Lucas, que ya estaba sentado, y tocarle la nariz con la lengua. Más tarde, cuando traje sal y aceite para condimentar las ensaladas, le apoyé las tetas en la espalda, y estiré una de mis manos hasta su entrepierna. Recuerdo que le apreté el pito sobre la bermuda, y que se lo descubrí durito, aunque pequeño y finito. O, al menos eso me pareció. Lucas me miraba extrañado, y ya no era tan extrovertido conmigo. Tenía carita de enamorado, de hechizado, o de bobo.
Durante la noche, mientras Sonia, Lucas y yo comíamos unas frutillas con crema, mi corazón parecía golpearme las muñecas y el cuello con pocas sutilezas. No sabía el por qué, pero ya no podía mirar a Lucas sin sonreírle. Esperaba que Sonia no se diera cuenta. Y, de pronto, ella se levantó de nuevo al baño. Lucas quiso irse a la cama sin recoger su copa. Yo le dije que no lo dejaría irse a la cama si no me ayudaba a ordenar la mesa.
¿Y cómo me lo vas a impedir?, me dijo, sin saber que eso era todo lo que necesitaba para entrar en acción. Ni le respondí. Directamente, como estaba sentada a su lado, le puse los labios pegaditos a su boca, y me atreví a meterle la mano adentro de la bermuda, para tocarle el pilín sobre su calzoncillo. Ni bien le mordí la boquita, lo noté suspirar contra mi rostro. Enseguida sentí que ese pitito insolente dio un saltito cuando le susurré: ¿Vos, te lo tocás a veces? ¿Te gusta tocarte el pito Luquitas? ¡Ya sabés que, si no me ayudás a levantar la mesa, no hacemos más de estas cositas divertidas!
Él gimoteó algo que sonó a reproche, y dejó que al fin mi mano trascienda la tela de su calzoncillo. Cuando le toqué el pito en su completitud, sentí unas cosquillas en la conchita que nunca había sentido. Eso de hacer algo prohibido, que obviamente estaba mal, y con el hermano de mi mejor amiga, me calentaba una banda. Pero, en el momento en que mis hormonas querían aferrarse a esa piel suavecita y con olorcito a jabón, oímos que Sonia tiraba la cadena del baño, y que al mismo tiempo decía: ¡Che, gorda, te espero en la pieza! ¡Tengo algo bomba para contarte!
Nos despegamos como impulsados por un látigo invisible, y me levanté para reunirme con Sonia, muy a mi pesar, notando la humedad de mi bombacha invadir mis pensamientos.
¡Dejá Ani, que yo levanto lo que queda!, me dijo ese pendejito con toda la dulzura que, tal vez mis manoseadas a su pito y mis besos le habían inscripto en el cuerpo.
Honestamente, ni recuerdo cuál era esa noticia escandalosamente rimbombante que Sonia me contó. Yo no podía parar de imaginarme comiéndole el pito a ese nene. ¿Me estaba volviendo loca? ¡Necesitaba una pija urgente! ¡Quería que alguno de los guachos de la escuela me rompa la concha, o me deje la cara llena de leche! ¡Me desesperaba por masturbarme, por lo menos! Pero Sonia no se dormía, y pese a que me frotaba muy despacito el clítoris sobre la bombacha, eso me ponía más loquita y desaforada. Nunca la había odiado tanto. ¿Por qué no se dormía de una buena vez? Pero, de repente, Lucas irrumpió en la exposición que Sonia me hacía de un flaco que estaba riquísimo, que, al parecer era nuevo en el turno tarde de la escuela.
¿Qué hacés pendejo? ¿No ves que ya estamos acostadas? ¡Dejá de romper las bolas con los cuentitos!, le espetó Sonia, molesta por la interrupción. ¿O tal vez se había dado cuenta que yo no le daba ni pelota? El nene no contestó nada. Se quedó ahí, parado junto a la puerta, en bermuda y remera, descalzo y abrumado.
¡Hey, no seas mala Sonia, que, por ahí se asustó con algo!, dije, sorprendiéndome por el abrupto cambio que experimentaba mi sentido común.
¿Y vos, desde cuándo lo defendés? ¡Andá Luqui, acostate, mirate algún video de nenas, y ponete a jugar con el pito, que eso es lo que hacen todos los varones a tu edad! ¡Ya hablamos de los cuentos! ¡La semana pasada, te prometí que era el último! ¿Te acordás?, le dijo con fastidio mi amiga, moviéndose en la cama con exagerada decisión, chasqueando la lengua.
¡Bueno, si vos querés Luqui, yo voy, y te cuento algún cuentito! ¡Digo, si tu hermana no se enoja!, repuse al toque, antes de verlo marcharse. Sonia soltó una carcajada, mientras decía como con desprecio: ¿En serio vas a perder el tiempo, inventándote una historia boluda para que mi hermano se duerma? ¡Mirá que, te va a querer mirar la bombacha, y las tetas! ¿O no Luquitas? ¿No cierto que te gustan muuucho las tetas de Ani?
Lucas no respondió, pero me dedicó una mirada tierna, la que seguro Sonia no descubrió. Ella seguía riéndose, diciendo: ¡Si vos querés, por mí andá! ¡Pero no tardes, que todavía no terminé de contarte!
Yo, ni me lo pensé. Me levanté así como estaba, es decir, en bombacha y top, me puse una remera encima, tomé un poco de agua de la jarrita que había sobre la mesa de luz, y cuando ya Lucas se las había tomado a su pieza, abrí la puerta. Sonia, entretanto se burlaba de mí, diciendo: ¡Ahí la tenés… la que me decía que yo era una retorcida! ¿Cómo vas a ir en bombacha a la pieza de tu hermano? ¿Te acordás nena, que me re torturabas con eso?
De repente Sonia era parte del silencio que reinaba en la casa. Estaba todo oscuro, templado y perfumado por una leve brisa que entraba por las ventanas abiertas. Caminé hasta la pieza de Lucas, pensando en que todo esto era una locura. ¿Yo, le iba a contar un cuento a ese pendejo? ¿Y si alguien me veía en calzones, deambulando por la casa? cuando llegué a la puerta de Lucas, no hizo falta que me esfuerce demasiado por abrirla, ya que como tenía rota la cerradura, permanecía apenas junto al marco.
¡Hola Luqui! ¿De verdad querés que te cuente un cuento? ¿O, fuiste a buscarme?, le dije, sentándome en su cama, donde él ya estaba recostado, cubierto con la sábana. No me respondió, tal vez conmocionado por verme. Así que yo empecé a acariciarle las piernas, a rozarle los labios con un dedo y a hacerle cosquillas en los pies, mientras le decía: ¡Había una vez, un nene que se hacía el agrandadito con las chicas! ¡Es un nene muy miedoso, bastante molesto y caprichoso! ¡Pero, tiene un buen corazón! ¡Su presa favorita, era la mejor amiga de su hermana! ¡Resulta que un buen día, ese nene le pidió a esa chica, como si fuese algo muy importante para él, que sea su novia! ¡Pero, parece que el bebé todavía necesita cuentos para dormirse! ¡Seguro que le gustaron los besitos que esa chica le dio en la cocina! ¡O, por ahí quiere más tocaditas en su pito de nene!
Él se reía, especialmente con las cosquillas, me pedía que no lo destape, y refunfuñaba con que no era caprichoso, ni molesto. Me dijo que todavía le gustaba mi perfume.
¿Ah, sí? ¡Entonces, vení para acá, y oleme el cuello nene!, le dije, sentándolo de una sobre la cama, trayendo su rostro a mi cuello. Él obedeció, temblando y suspirando, olfateando con ganas, y sorbiendo algunos hilitos de baba que se le escapaban de los labios. Lo que me llevó a decirle: ¡Aaah, bueno, sos un chiquito baboso todavía! ¿No querés que te compre un chupete para tu próximo cumple? ¿Tanto te gusta mi perfume Luquitas?
Él se reía con mis disparates, y seguía oliéndome, murmurando un cálido: ¡Síii, me encantaa, y no quiero chupetes! ¡Quiero que me muestres las gomas Ani!
¿Qué dijiste pibito? ¿Cómo que, que te muestre mis gomas? ¿A Sonia también se lo pedís, cuando te viene a contar cuentitos?, le decía, destapándolo por completo, observándolo en calzoncillo azul y remerita blanca, con el pito más paradito que cuando estábamos en la cocina.
¡No, ella no me las muestra! ¡Ella, mientras me cuenta algún cuento, a veces me muestra la cola! ¿Vos también usás bombachas lindas, como ella?, me dijo, mientras buscaba sus labios para besarlo, y para que se calle un rato. Por momentos, su voz pequeña y chillona me desconcertaba. Pero, en vez de besarlo, empecé a morderle el mentón y la nariz, haciendo algo parecido a unos gruñidos. También le mordí el cuello, le sorbí el labio inferior, y le pasé la lengua por las orejas, diciéndole: ¡Ahora, vas a saber lo que es tener una novia, chiquitín! ¡Y lo que hacen con sus novios! ¡Te voy a llenar de mi baba! ¿Querés? ¡Además, no quiero que le mires la bombachita a tu hermana! ¿Te gusta que ella te muestre la cola?
Cuando quise acordar, ya le mordisqueaba las tetillas, le besuqueaba la panza y casi todo su tórax, coloreándole la piel con mi saliva y mis chupones. Le quité la remera con una facilidad que me dio miedo por un instante. Pero ya era tarde. Le pedí que acerque su cara a mis gomas, que me las toque con los labios y las manos, y que me las muerda por encima de la remera. Es una de las cosas que hasta hoy me excita de sobre manera. Él, entre sorprendido y sofocado, lo hizo todo lo mejor que pudo. Hasta que me quité la remera, y se volvió loco con lo apretadito de mi top.
¿Querés probarlas? ¿Querés que tu novia te deje chupar sus tetas? ¡Sonia dice que siempre te gustaron! ¡Sos un atrevido! ¿Sabías?, le decía, prácticamente restregándoselas en la cara y el pecho, ya casi subida encima de él, culo para arriba. Un par de veces le manoteé el bulto, y me parecía increíble que se le pusiera tan duro ese pitito de nene. Y, sin más, me arranqué el top para que vuele por los aires, como si se tratase de una prisión que me oprimía la garganta, y le puse las tetas en la boca. Primero le acaricié toda la carita con mis pezones.
¡Dale Luqui, oleme las tetas, olelas bien, asíii, llenate con el olor de mis tetas, y chupalas despacito… asíii, comete mis pezones pendejito! ¡Asíii, si querés mordelas, que no me duelen! ¡A las chicas les encanta que le chupen y muerdan las gomas bebé! ¿Y a vos, te gustan? ¡Aaauch, asíii, aiaaaa, mordeme más, asíii, metete mis pezones en la boca, y chupalos fuerte pendejo de mierda, pajerito hermoso!, me escuchaba decirle, implorarle y repetirle, mientras le palpaba el pitulín, le arañaba las piernas y trataba de sobarme la conchita, de vez en cuando. La pobre ya no sabía cómo pedirme que le dé bolilla.
¡Pero, parece que el nene, nunca había chupado un par de tetas! ¡Asíiii, chupalas bien nene! ¡Por eso la chica, le enseñó, y empezó a acariciarle el pito, para que se ponga más loquito, para que se suelte, pierda sus nervios, para que se le vaya el miedito, y para que se empache de las tetas de su novia!, le decía, calentándome más y más con sus chupadas, un poco imprecisas por momentos. Hasta que se las saqué de la boca y se las refregué por todo el cuerpo, dándole tetazos en la cara, en las piernas y en el pito.
¡Me parece que ya es tiempo que te saques esto, le decía su novia al nene, que por nada del mundo quería que le vieran el pito! ¡Noooo, eso es para hacer pichí mi amor, le decía el chico a su novia, que no sabía cómo explicarle que, ese pito podía regalarles mucho placer, a ambos!, seguía en mi rol de narradora, bajándole poquito a poco el calzoncillo, usando la boca y las manos. Tenía las tetas babeadas por su boquita pequeña, y eso me erizaba los pezones. Su calzoncillito azul tenía olorcito a pis, y eso también me excitó. Pero, no tanto cuando le agarré el pito y me di varios golpecitos en la cara con él. Lucas se reía, pero me acariciaba el pelo, como indicándome que por nada del mundo me separe de su pene.
¿Sabés lo que hacen las chicas, cuando un chico le gusta mucho? ¡Agarran el pito del chico, y se lo meten en la boca! ¿ME dejás hacerlo Luqui? ¡Y yo te muestro la bombacha! ¿Sí?, le intercambiaba placeres, mientras le acariciaba las bolitas, bastante gorditas para un nene de su edad. Pero, inmediatamente pensé, que con tanto jueguito previo, las debería tener rebalsadas de semen. ¿Se habría acabado encima alguna vez?
¡Sí Ani, hacelo! ¡Lo vi en un video, una vez! ¡Pero, primero mostrame la bombacha! ¿Puede ser?, me dijo, mientras empezaba darle pequeños besitos en el escroto, que olía más a pichí que su calzoncillo.
¡Bueno, dale, te la muestro! ¡Es más, para que veas que soy buena con vos, me la voy a sacar, para que la veas toda! ¿Tu hermana también se la sacaba, para mostrarte la cola?, le pregunté, muerta de curiosidad, al tiempo que me levantaba un poco de la cama para proceder. Pero, su respuesta me dejó helada.
¡No, ella no se la saca! ¡Se pone como en cuatro patas arriba de la cama, y me muestra la cola, con la bombacha puesta! ¡A veces, me pide que le mire la vagina, y que le huela la bombacha, en la parte de adelante, apenas separándosela un poquito de la vagina! ¿Me entendés?, se expresó, sin perderse detalles de mi figura semi desnuda e.so, me dio la idea de un ataque de celos.
¿Cómo que le olés la bombacha a tu hermana? ¿Y, también le viste la chocha por lo que imagino? ¿Y, también te pide que le muerdas la cola, o que le huelas las tetas, o la vagina? ¡Te prohíbo que vuelvas a hacer eso! ¡Vos sos mío nene, y no te comparto!, le gritaba en el oído, mientras le arrancaba unos pelos, sin hacer fuerza, y le mordía las orejas, fingiendo un enojo que no me era propio. Más bien, me calentaba imaginar a Sonia con la bombacha estirada, para que su hermano se alimente de sus olores íntimos. En ese momento, quise subirme arriba de su cuerpo, y enterrarme esa pija de nene bastante paradita en la concha. Pero, decidí sentarme en su pecho, y mover mi cola centímetro a centímetro sobre su piel, hasta llegar a su cuello, donde tomé la parte de delante de mi bombacha y se la encajé en la nariz.
¡Olela Luqui, dale, que soy tu novia, y a la única que tenés que oler, es a mí, y a mis bombachas! ¿OK? ¡Dale, y no te hagas el tímido ahora!, lo increpaba, sabiendo que el nene cumplía al pie de la letra mis órdenes. No parecía gustarle del todo, hasta que prácticamente le puse la concha en la cara.
¡Tenés toda la bombacha mojada Ani! ¿Te hiciste pis?, me preguntó, apenas le di un resquicio mientras no paraba de olerme.
¡No amor, eso no es pis! ¡Cuando las novias se enojan mucho con sus novios, se mojan, pero no se mean!, le decía separándome al fin del calor de su aliento, y de las exhalaciones de su nariz. Esa vez ni lo dudé. Volví a ponerme en cuatro patas, esta vez con los pies en el suelo y los brazos en la cama. Me apropié de su pito calentito y tieso para darle unos tetazos, y sin más, sin siquiera prevenirlo, me lo metí en la boca. Él se estremeció como si hubiese sido alcanzado por un rayo de felicidades. Empezó a moverse hacia los costados, mientras yo empezaba a succionar esa pijita deliciosa. No me llenaba toda la boca, y eso me calentaba todavía más.
¿Te gusta lo que te hace tu novia chancha? ¡Es re rico tu pito Luqui! ¡Pero, no tenés que andar con olor a pichí! ¿Sabés? ¡No a todas las chicas les gusta eso!, le dije, antes de volver a metérmela de lleno, después de olerla y de pegarme en la cara con él. Se la escupí un ratito, y él gemía de tantas sensaciones desconocidas.
¡Me encanta lo que me hacés Aniiiii, y el olor de tu bombacha, es más rico que el de Sonia! ¡Asíii, lameme todooooo!, empezó a decir, con una voz que no le pertenecía del todo. Yo temí que lo más maravilloso del mundo estuviese por terminarse pronto. Era obvio. Es un nene que nunca vivió algo así, me decía. Y de pronto, todo pasó al mismo tiempo. Sonia empezó a llamarme, desde la pieza, mientras Lucas empezaba a explotar en mi boca en una sustancia tan deliciosa, que hasta ese momento no había probado algo igual. Tampoco hasta estos días. Yo, como mientras me esforzaba al máximo para regalarle el mejor pete de su vida, y me sobaba la concha con todo por adentro de la bombacha, no me había percatado que la voz de Sonia se oía cada vez más cerca.
¡Ani, dale boluda, que era un cuento, y no un libro! ¡Ese tarado se duerme al toque! ¡Salvo que, sea muy aburrido lo que le hayas inventado! ¿Querés que siga yo?, Decía mi amiga, mientras al parecer buscaba algo en la cocina. La puerta de la pieza de Lucas se había abierto, seguro que por el vientito que cruzaba por la casa, en el que se habían convertido aquellas antiguas brisitas.
¡Uuuuuuuy, síiiii, qué rico Aniiii, me encantaaaaaa!, decía Lucas, mientras yo le tapaba la boca con mi remera, sin sacarme su pito de la boca, y me hacía pichí de la excitación.
¡Shhh, callate, y hacete el dormido nene, que tu hermana anda por acá! ¿No la escuchaste? ¿Querés que nos cague a pedos? ¡Si se entera, lo de nosotros, estamos fritos! ¡Así que dormite!, le decía en voz baja, apretando los dientes, una vez que la última gotita de su semen estalló en mi boca. Me tragué todo, casi sin disfrutarlo, y comprobé que tenía la mano toda meada, que estaba parada sobre mi propio pis, y que Sonia se acercaba lentamente a la puerta.
¡Ah, estás acá! ¿Todavía no se durmió?, dijo Sonia con exasperación.
¡Sí boluda, ya está dormido! ¡Es más, yo también me quedé dormida!, le decía, pensando en que menos mal que había llegado a taparlo, y que yo me puse la remera a tiempo.
¡Bueno, dale, vamos Ani, que, si se despierta, estamos al horno!, me dijo, con cara de asombro. Justo en ese momento había apagado la luz del velador, cuando ella me devolvió a la realidad al murmurarme: ¿Boluda, vos, vos te hiciste pis?
¡Vamos, salgamos y te cuento! ¡Te dije que me quedé dormida! ¡Dale, te cuento, y vengo a limpiar! ¡Perdoname, posta! ¡Qué vergüenza! ¡No le digas a tu vieja, que yo lo limpio! ¡Vos, tendrás otra bombacha para prestarme? ¡Ahora me muero de sed!, le decía aturdida y perpleja, sacándola de la pieza un poco a los empujones. Entonces, caminamos rápido a su cuarto, donde tomamos un poco de jugo fresco. Pero, sabía que ella no se iba a conformar con mi versión de los hechos.
¡Boluda, vos te hiciste pis en la pieza de mi hermano! ¡Es raro! ¿No? ¡Digo, acá, nunca te measte, durmiendo conmigo! ¿Qué pasó? ¿Te pidió que le muestres las gomas, y te calentaste perra? ¡A mí me podés contar, se supone!, me instigó audaz y valiente, como solía ser cuando necesitaba sacarle información al que se propusiera.
¡Algo así! ¡Pero, te juro que yo no hice nada! ¡Es, un pendejo chancho, atrevido y pajero! ¡Y, te dije que me hice pis, porque me quedé dormida!, me defendí, sabiendo que la verdad yacía muy fresca en mis labios, y que si llegaba a fijarse en mis tetas, las encontraría todas chuponeadas por su hermanito. ¡Y para colmo, mi topcito quedó en algún lugar de su habitación! Fin
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