Escrito junto a la Gatita Bostera
Los sueños de las adolescentes son demasiado versátiles, y más cuando estamos por cumplir los 15. Lo sabía por mis amigas del barrio, y de la escuela. Algunas soñaban con que el pibito de turno les dé bola, otras con que les compren ropa de marca, o celulares de alta gama. Otras querían viajar. Pero casi todas la flasheaban con una fiestita a todo culo. Tatiana y Gabriela fantaseaban con irse lejos del barrio. En cambio, yo solo soñaba con la verga de mi tío Ramiro, quien, como es el hermano más chico de mi vieja, y según ella todavía no es lo suficientemente maduro para sentar cabeza, vive con nosotras. ¿Y cómo no me iba a ratonear con esa pija? Si se la había notado muchas veces, cuando se despertaba y me daba los buenos días. Disimuladamente se acomodaba el bulto mientras yo, con todo el encanto del mundo le servía un cafecito con leche y tostaditas, o le preparaba el mate para que él se lo cebe. ¡Yo soy horrible en eso! Eran incontables las mañanas en que me levantaba bien tempranito, poniéndome el short más chiquito y apretado que encontrara, con una musculosa vieja de tiritas para animarlo a piropearme, o a decirme alguna guarangada. Siempre busqué la forma de sentarme encima de sus piernas para que sienta la tersura de mi cola, y me desee. Pero nunca lo había logrado. Tal vez él era consciente de mi putería precoz, y siempre se levantaba rápido de la silla, diciendo que se le hacía tarde para ir al laburo, o que tenía que darse una ducha, o cualquier otra cosa. Pero yo siempre fantaseaba con que cada vez que se encerraba en el baño, era para pajearse por mí.
Cuando se aproximaban mis 15, mi madre me preguntó con mucho entusiasmo qué deseaba para festejarlos, que con todo el esfuerzo que yo merecía, intentaría hacérmelo realidad.
¡Todo para mi única hija, la más hermosa, inteligente y buena!, me había dicho con lágrimas en los ojos, una mañana. Por lo bajo y con emoción, le dije que con cualquier fiesta chiquita, íntima y sencilla me conformaba. La verdad es que tuve que contenerme muchísimo para no decirle que todo lo que anhelaba en el mundo, era al hombre que me vio crecer. Sí, a mi tío. Quería que ese hombre de 25 años me tire sobre la mesa para cogerme toda, sin darme respiros, o que entre al baño mientras me duchaba, para garcharme toda enjabonadita, con mis abuelos yendo y viniendo por la casa. ¡Estaba desenfrenada, y tanto mi corazón como mi concha lo necesitaban! Con mi tío Rami nos llevábamos súper. Salvo en los gustos musicales. Él me daba la mema cuando yo tenía 5 años, las noches en que a mi madre le tocaba trabajar cuidando a viejitos en un geriátrico. En ese momento quería volver a recordar aquellos tiempos, pero que en lugar de esa tetina mordisqueada por mí, sea su mamadera de carne la que me alimente toda la noche. Quería que él me regale su pija cada vez que llegaba de la escuela, porque sabía que solo eso apagaría la humedad que se acumulaba en mi entrepierna cada vez que lo tenía cerca. ¡Y con lo alzada que llegaba de la escuela!
Digamos que, él fue el único que se atrevió a contarme toda la verdad acerca de mi existencia. Soy hija única de una madre soltera que me tuvo a los 15. Mi padre se borró en cuanto supo lo del embarazo. Mis abuelos la ayudaron con todo lo que pudieron, gracias al trabajo de albañil de mi abuelo, y con las labores de costura de la nona. Nunca nos sobró nada, pero vivimos bien, felices y dignamente. Mi abuelo construyó una casita detrás de la suya, en el mismo lote, para facilitarnos las cosas. La abuela siempre decía que nosotros necesitábamos un poco de privacidad, porque éramos dos familias. Y Ramiro decidió vivir con mi mamá y yo. A ella le venía bien porque, oficiaba de mi niñero. Según mi abuelo, por comentarios que le escuché, era importante que mi vieja tenga un espacio en el que curarse un poco de las borracheras que por ahí se agarraba. Algunas en casa, y otras en sus salidas nocturnas con amigas. Cada dos por tres, el tío me llevaba a su pieza para que no escuche las cosas que decía mi madre cuando tenía sexo casual con sus esporádicos amantes. No recuerdo cómo fue que lo oí en el barrio, ni quién me lo insinuó. Pero, había rumores de que mi madre era rapidita en su adolescencia, y que mi presunto padre era un señor mayor, amigo de mi abuela. Nunca se lo pregunté a mi madre, quizás para que no sienta que se lo reprocho.
Los días en los que mi mami trabajaba de noche, y no regresaba hasta el amanecer, eran los que más disfrutaba, porque Rami se hacía cargo de mí. Yo lo prefería a él en lugar de mis abuelos. Recuerdo que una noche, más o menos a mis 7 años, él me llevó a su pieza para que no me sienta sola, y no empezara a molestarlo con que tenía miedo, y esas sonseras de nenas. Desde entonces lo hizo siempre. Solía preparar unas papas fritas para luego tirarnos en su cama a ver la tele. Nos reíamos todo el tiempo. Cuando llegaba la hora de dormir, yo solía treparme a su cuerpo, o pegar mucho mi cola a su pito cuando me le acostaba encima, buscando motivos para que me abrace. Seguro él pensaría que necesitaba protección, y lo hacía. Aunque me repetía que era una pendeja cargosa, miedosa, pesada como una mosca, y cosas así. En esos momentos no entendía por qué lo hacía. Pero sé que sentir sus manos en mi cuerpo, su respiración pegada a cualquier parte de mi piel, y el calor de su pecho me provocaban la extraña sensación de querer hacerme pis, o mojarme la bombachita de alguna manera. Me gustaba que a causa de mis constantes movimientos se le escaparan algunos suspiros, antes de dormirnos. Allí era cuando, con una voz bajita y medio ronca me pedía que me quedase quieta de una vez. Yo, le hacía pucheritos y le pedía que me leyera algo, o me inventara un cuentito para dormir mejor. Finalmente, él se daba vueltas, un poco a los rezongos, para quedar frente a frente, y al fin inventarse una historia. Él siempre me complacía. La imagen de sus ojos verdes, y sus labios hablándome de animalitos, princesas o brujas, me hacían delirar de emoción. Su mirada se volvía más inquieta y dura, especialmente en las noches de calor. Ahora que entiendo un poco más, su comportamiento cambiaba cuando se le paraba, o si mi cola o piernas se movían mucho cerquita de su pija. ¡Y sí, él tendría unos 18, y tal vez, le excitaba tener a una nena, muchas veces en calzones en su cama!
Ahora lo veía desde mi piecita, armando la pileta, porque el calor ya no se aguantaba más. Eran las 11 de la mañana, y me desperté cuando puso una canción de Viejas Locas en su celular. Lo odié, porque era sábado, y hubiese preferido dormir un ratito más. Él estaba en cueros, descalzo, sonriente. Las gotas de sudor le recorrían desde la mandíbula hasta el cuello, y desde allí descendían por todo su torso. Yo estaba con los pezones completamente duros y con la conchita en llamas, refregándomela por encima de la bombacha llena de flujos. La noche anterior me había pajeado al punto de hacerme unas gotitas de pis. Así me había dormido, soñando que él entraba y veía el desastre en el que me había convertido. Me retaba y humillaba por ser una pendeja caliente, desesperada por una pija. ¡Y eso que ni había pensado en pajearme! Pero al oír unos gemiditos femeninos en mitad de la noche, no me pude negar. Esa noche mi vieja estaba trabajando. O, tal vez, cogiéndose a algún pendejo por ahí. Siempre le gustaron 15 años más chicos que ella. No sé por qué, pero así como estaba me levanté sigilosamente, y fui hasta su piecita, que se hallaba al final del pasillo, pegada a la de mi mami. Entonces, oí todo con claridad. ¡Y yo que pensaba que veía una porno! Jadeos, suspiros apurados, algunos gemiditos, y ciertos golpes como nalgadas. Pero lo que más me calentó fue cuando lo escuché hablarle a su presa.
¿Estás calentita nena? ¡Cuando te vi con ese shortcito en el negocio… si no fuera porque estaba tu viejo, te abría las piernitas arriba del mostrador! ¡Sí Ivi! ¡No sabés cómo te como toda la concha en la canchita del barrio, con todos los pibes!, le decía, como si estuviese sorbiendo la saliva que se le caía de los labios. Entonces, me fue imposible no llevar una de mis manos hacia mi monte de Venus, por fuera de mi bombacha y acariciarme en círculos imperfectos el clítoris, que me palpitaba con la brillante idea de que estuviese pajeándose por mí, o que me encuentre en el umbral de su puerta con una mano en la concha y otra sobándome una teta, y que me obligue a arrodillarme para cogerme la boca, hasta quedarme con toda la lechita de su mema caliente. ¡Pero él se estaba cogiendo a Ivi, la negrita que atiende el kiosco del barrio, y que juega a la pelota con todos los vagos! No podía negarse que la turrita tiene una cola de gata terrible. Pero eso no me impedía sentirme celosa. La concha no me daba más de lo empapada que estaba. La paja que me regalaba no me alcanzaba. Me dolía un poco la panza, porque sentía que no podía acabar, y eso me alteraba más de los nervios. Últimamente, no me bastaban mis dedos, ni el viejo cepillo eléctrico que usaba para masturbarme, cuando pensaba en mi tío. Después de eso, corrí a mi pieza para pajearme tranquila. Fue ahí donde logré acabar, y mearme un poquito.
De golpe, el sonido de un caño cayendo al suelo me devolvió a la realidad. En cuanto me di cuenta que me estaba tocando, me detuve para levantarme a darle una mano a Rami. Me dejé la musculosa con la que había dormido. No me puse corpiño, pero sí otro pantaloncito, de esos que uso para dormir, sin bombacha debajo. Quería provocarlo. Quería sentirme puta para él. Necesitaba que se entere de lo desesperada y caliente que me tenía, y que ya no reparaba en nada. Por eso, enseguida me mandé al patio.
¡Buen día tío! ¿Ya desayunaste? ¿Querés que te ayude?, le dije apurada, luego de dejarle un beso baboso cerquita de los labios, donde tenía un lunar apenas visible, (Uno de mis favoritos).
¿Buen día dijiste? ¡Son más de las once y media, vaga! ¡Hace rato que tendrías que haberte levantado! ¡Y sí, me hice unos mates! ¡Gracias! ¿Sabés?, me dijo, toreándome como si nunca hubiese sido considerada con él, delirándome como nunca. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso la pibita de anoche no lo hizo acabar? Pensé en decirle esto último, gritárselo en la cara.
¡Epa tío! ¡Yo que vengo con la mejor para que no te esfuerces solo! ¿Y así me tratás? ¡Aparte, no siempre tengo que ser yo la que prepara el desayuno! ¡Vos también podrías hacerlo! ¡Así que ponete las pilas! ¡Dale! ¡Agradecé que estoy de buen humor! ¡Y dejate ayudar gruñón!, le dije, apoyándome un dedo en la boca.
¿Ah, sí? ¿Y qué pasó que te levantaste buena onda? ¿Te anduviste dedeando la chuchi?, me dijo como burlándose.
¡Sos un tarado tío! ¡Sabelo! ¡Yo no hago esas cosas!, dije casi sin meditarlo.
Entonces, sin hablarnos, nos pusimos a colocar los caños de la pile en los huecos de la lona. Estuvimos alrededor de 15 minutos. Odiaba hacer eso, y más a pleno sol del mediodía. Pero valía la pena, solo para ver cómo Ramiro Fruncía el ceño cuando un caño no encajaba, o cuando se apretaba un dedo, y el sol le iluminaba esos ojitos verdes que me ponían más loquita. Además, yo no era tan boluda. Notaba como disimuladamente me comía las tetas y los pezones con su mirada lujuriosa, cada vez que se me caía el bretel de la musculosa, y yo no me lo acomodaba, hasta unos laaaargos segundos por lo menos.
Después él conectó la manguera para comenzar a llenar la pileta de agua, y yo me mandé de cabeza adentro, para comprobar que la presión fuese buena, y que no hubiese pérdidas. Ambas cosas ya tenían sus años. La pile tenía varios parches, y la manguera, varios dobleces agrietados. Entonces, me distraje, y enseguida escuché pasos. Me quedé quieta, sabiendo que el short de tela fina se me había subido más de lo normal. Y, sin darme tiempo a pensar en nada, Ramiro me dio un chirlo re fuerte en la cola, me agarró con cierta violencia del brazo y me dijo: ¡Che pendejita, podrías haberte puesto otra cosa para salir al patio! ¡Casi se te ve la concha, y sabés que el viejo turro del vecino es re verde! ¿Y encima, no te pusiste una bombacha por lo menos, cochina?
¡Aaaay tío, no seas tan bruto! ¡Esto es lo único limpio que tengo! ¡Además hace mucho calor como para andar tan vestida! ¡Y sí tengo bombacha! ¡Pasa que es muy chiquita, y no se nota!, le solté en un jadeo. Él me miró seriamente, tal vez dudando de lo que le dije. En especial, con eso de que tenía calzones. Pero, así me llevó a la cocina, agarrándome del brazo con más fuerza que antes, donde me pidió que le haga cualquier cosa para comer, porque tenía hambre. ¡Si supiera lo mojada que estaba por ese chirlo, y por la autoridad con la que me habló! ¡Juraría que la humedad de mi entrepierna traspasaba la tela de mi short! Así que, para que no lo note, me dispuse a calentar aceite para prepararle un omellete, y a cortar algunas frutas que andaban por ahí para hacerle una especie de ensaladita. Pero, al rato buscaba pan, y otras cositas del bajo mesada que no precisaba, con la intención de agacharme para mostrarle todo el panorama de mi cola. Lo escuché suspirar un par de veces, mientras me apuraba, sentado a la mesa. Me preguntaba si a él se le había parado la pija mirándome, cuando mi humedad me llegaba hasta los muslos, casi que goteando de mi short. Cuando al fin terminé, le serví todo en sus respectivos platos, y justo cuando acababa de dejarle una salsa picante para el omellete, apareció mi vieja, y se quedó observando la situación, un poco molesta.
¡Buen día bebé! ¡Estás hermosa, como siempre!, me dijo, luego de besarme una mano.
¡Che Ramiro, vos podrías dejar de aplastar las bolas, y ayudarla un poquito! ¿No te parece? ¡Seguro que ella se ocupó de todo! ¡Y vos sentado ahí, como un gran señor! ¡Y mi beba, sirviéndote!, le rezongó mi madre, mientras dejaba su cartera en la parte vacía de la mesa. Después revoleó sus zapatos y se echó en el único sillón que tenemos.
¡Buen día para vos también, hermanita! ¡Isa es joven, y puede con todo! ¡Y, la pile, para tu información, la armamos los dos! ¡Claro, para eso, hubo que esperar que la princesa se levante! ¡Parece que “Tu beba” durmió muy bien anoche! ¡Igual, quedate tranquila, que ni siquiera se lavó la ropa!, contraatacó mi tío, con la vista perdida en las frutas que se llevaba poco a poco a la boca. Yo lo veía comer, y tenía ganas de que esa lengua me lama el culo y la vagina. Quería bajarme el short al frente de mi vieja, mostrarle que andaba en conchita y culito, que estaba toda flujosa, con olor a pis, y que me envolvía una fiebre de novela.
¡Bueno bueno, calmate un poquito, y no grites, que se me parte la cabeza!, le recriminó a mi tío, y acto seguido me dijo con cierta dulzura: ¿No te lavaste la ropa Isa? ¿Hiciste tu cama? ¡Aprovechá ahora que hay sol, y que no te quedan bombachas limpias!
¡Aaah, bueno! ¡Me quedo más tranquilo! ¡Che, me voy a jugar un picadito con los pibes!, empezó a decir Ramiro, levantándose de la mesa, sin recoger nada, con la misma suficiencia de siempre.
¿A dónde vas pedazo de imbécil? ¡Quedamos en que tenés que arreglar el enchufe de la pieza de Isa, y ponerle un foco nuevo! ¡Yo ya te compré todas las cosas! ¡Y, aparte, hay que cortar el pasto!, le dijo mi madre, sin alterarse pero endureciendo el tono.
¡Uuuuuh, la puta madre! ¡Cierto que, tengo que atender a “Las Princesas”! ¡Vos no sos mi madre hermanita, ni esta pendeja es mi hija! ¡A la vuelta del partidito, me pongo con eso!, decía mi tío mientras buscaba su botellita de agua fresca en la heladera. Como no la encontró, me acusó de habérmela tomado.
¡Parece que vos no entendés cómo son las cosas Rami! ¡Si no te adaptás a lo que te pido, podés irte a vivir con los viejos!, le decía mi vieja, levantándose del sillón con disgusto. Entonces, empezaron una discusión de la que preferí no participar. Así que, me mandé a la pieza para juntar la ropa sucia. Pero, por alguna razón, me tiré en la cama, muerta de calor, y mientras escuchaba las cosas que se decían, un poco amortiguadas por la puerta, me quedé dormida.
¡Sos un desubicado nene! ¡No podés pensar que la Isa te esté provocando! ¡Es una nena, una adolescente que solo piensa en la escuela! ¡Y, además, deberías dejar de usar tu pieza como cogedero! ¡Ya sé que la negrita de la Ivi se revolcó varias veces con vos, bajo este techo! ¡Y también la hija de la Yolanda, y la Rochi, y la novia del tuerto! ¡De paso, deberías tener cuidado con esa, que de boludita no tiene nada!, le gritaba mi madre.
¡Seeee, seguro que no sabe nada de sexo! ¡TU hija se re pajea, y trasnocha, porque seguro debe andar mirando porno en su celular! ¡Y, que no haya traído a un guacho, no significa que no se la hayan movido!, decía Ramiro, encolerizado. Después de eso, oí algo que sonó como una cachetada, y los gritos cesaron.
De pronto, sentí que unas manos me acariciaban las piernas, como si no quisieran tocarme del todo. Alguien respiraba con cierta agitación cerca de mi cabeza, y entonces quise sacar mi mano derecha de debajo de mi almohada. Recapacité que estaba boca arriba, en tetas y con el shortcito, y solo eso. Pero no me moví.
¿La ves? ¿Vos creés que esta nena puede provocarte? ¡La verdad, no sé qué pensar de vos!, dijo la voz de mi madre, luego de dar unos pasos hacia los pies de mi cama.
¡Pero, mirá cómo duerme, con las gomas al aire! ¡Y, las piernas abiertas!, decía Ramiro. Inmediatamente noté que el aliento de alguno de los dos olía a alcohol.
¡Bueno, dale Rami, fijate si al menos podés ponerle un foco! ¡Yo ya vengo! ¡Son las 7, y me van a cerrar la carnicería si no me apuro!, dijo mi madre, antes de cerrar la puerta con toda la suavidad que pudo. ¿Tanto había dormido? ¿Significaba entonces que Ramiro había tenido tiempo de ir a jugar con sus amigos? Enseguida, una vez que oí a mi madre hablar con mi abuela, lo que daba cuenta que ya había salido de la casa, abrí los ojos, y descubrí que Ramiro me estaba comiendo las tetas con la mirada.
¿Así que yo, cómo era que dijiste? ¿Seguro que ya me voltearon? ¿O, que yo te ando provocando? ¿Quién es el que entra a mi pieza, y se queda mirándome las tetas?, le dije, viendo cómo su cuerpo retrocedía, palideciendo de golpe.
¿Qué? ¿Qué decís nena? ¡Mirá, no sé qué carajo estuviste soñando! ¡Yo, solo vengo a cambiarte el foco! ¡Y no te pases de viva conmigo!, me dijo, aunque la voz le temblaba ligeramente. Yo me senté en la cama, le revoleé la almohada acertándole en el pecho, y entonces me regaló una fastidiosa sonrisa. De la nada, empezamos a tirarnos almohadas, a corretearnos por la pieza, y, el que atrapaba al otro, debía pisarle los pies, o hacerle cosquillas. Yo llevaba las de perder en lo primero, porque andaba descalza, y él con unas zapatillas deportivas. Y, con las cosquillas, él era un experto. Conocía que mis puntos débiles eran detrás de las rodillas, las axilas y en la zona de los aductores. Por eso, la última vez que me atrapó, se le hizo re fácil tirarme en la cama, llenarme de cosquillas y aprovecharse un poquito de sus roces para palpar mi vagina.
¿Qué tocás chancho? ¡Ahí no se toca!, le dije, histeriqueándolo un poco, aunque seguro notó el brillo de mis ojos cuando me la sobó, sin dejar de hacerme cosquillas en los pies. De paso, se ligó un par de patadas en la cara, por no saber cuándo detenerse.
¡Por lo visto, acá también tenés cosquillas! ¡Y la chancha sos vos, que seguís sin bombacha, y con olor a pichí! ¡Me mentiste nena! ¡No tenés nada adentro del pantaloncito!, me decía, riéndose con sarcasmo, clavándome sus ojos verdes en las tetas. Entonces, no sé cómo fue que logré bajarme de la cama, y cuando estuve a cierta distancia de él, apenas me corrí el pantalón para decirle: ¡Mirá, para que no me trates de mentirosa! Él se fijó por un eterno segundo en el elástico de mi tanga, y empezó a perseguirme por la casa, mientras yo me subía el pantalón.
¡Vení para acá nena, que andás en tetas! ¡Dale, no te hagas la viva, que si la abuela te ve así, nos mata! ¡Sabés cómo es la vieja! ¡Dale nena, que te la pasaste durmiendo, y ni te lavaste la ropa, sucia! ¡Haceme caso, o le digo a tu madre, que revoleaste todas tus almohadas!, me decía por toda la casa, chocándose con las cosas, porque yo no lo dejaba que me alcance. De hecho, trepaba por las sillas, el sillón, la mesa, la mesada, y hasta me escondía en el baño. Todo eso, mientras le decía: ¡Vení, atrapame si querés! ¡Dale, agarrame! ¿Qué pasa, te dejaron muerto tus amigos? ¿Cuántos goles se comieron hoy? ¡Atrapame, y no le digo a mami que me miraste las tetas! ¡Y, tampoco le digo que ayer vino la Ivi! ¡Se ve que, mucho no se la banca!
Con esa última frase, mi tío bajó la guardia, y casi que se da por vencido. Lo escuchaba agitado y con pocas pulgas, yendo y viniendo de mi pieza a la cocina.
¿Listo? ¿Ya te aburriste? ¡Aaaaah, y dejá de tomar de pico de mis botellitas de agua! ¡Juntate tus propias botellas!, me gritaba, sin saber que yo, poco a poco me acercaba a él, que ya se había echado en el sillón, después de patear los tacos de mi vieja.
¿Me escuchaste pendeja? ¡No quiero volver a repetir lo mismo!, reafirmó con mayor severidad, mientras prendía la tele.
¡Sí, te escuché gruñón!, le dije, asustándolo completamente, ya que me le aparecí de golpe y le apreté el brazo derecho.
¡Boluda, casi me matás del susto! ¡No hagas eso!, me decía, aunque ahora sonriéndome mientras le volvían los colores a la cara. Yo, sin saber por qué, me senté sobre sus piernas.
¡Aaaah, te me entregás así nomás! ¿Arrancamos de nuevo? ¿Querés cosquillas nena? ¿Eeee? ¡Te morís por mis cosquillas!, me decía, poniéndose a la tarea de encontrar mis aductores, mis axilas y la parte de mis piernas más sensibles. Yo me reía, pidiéndome que me suelte con una falsa determinación, mientras sentía que su pija me punzaba el culo ¿Se le habría puesto así de dura por mí? ¡Sí, seguro, si en el fondo es re pajero! ¡Y, se la había pasado mirándome las tetas! ¡Y me había manoseado la concha!
¡Basta tío, Soltame, noooo, paráaaaá, no seas tan brutooooo, que ya me duelen las costillas, y la panza! ¡Y, encima me voy a hacer pis! ¡Paráaaa, en serioooo, cortala tíoooo!, le decía, sin fuerzas para huir de sus dedos traviesos, ni de sus brazos fuertes, ni del aroma de su piel.
¿Me prometés que no vas a dejar tu baba en mis botellitas? ¿Y que no vas a andar medio en bolas por la casa? ¿Y que no le vas a contar a mami lo de Ivi? ¿Y, que te vas a levantar temprano, y con olor a nena limpia? ¿Eeee? ¿Me lo prometés?, me decía, sin detener sus cosquillas, agregándole algunos mordiscos a mi cuello, y ciertos pellizcos a mi cola. Yo le decía que sí como un disco rayado, sintiendo que se me caían las lágrimas, que me dolía todo de tanto reírme, y que el pantalón se me bajaba. Cuando él se percató, de golpe frenó sus intentos de seguir torturándome se puso serio, me miró fijo y murmuró ¡Bueno, dale, ya está, bajate, y subite el pantalón, que se te ve la cola!
¿Y qué? ¡Si ya me viste las tetas! ¡Y, yo te mostré la tanga! ¡Así que, ahora te toca a vos!, le dije, como si estuviese improvisando. En realidad, sabía que mi mente me guiaba, o mi consciencia, o alguna parte de mi alma, y ya no quería dar marcha atrás.
¿Cómo? ¿Se puede saber qué bicho te picó? ¡Yo no te pedí que me muestres la tanga! ¡Vos sos la cochina!, me dijo, adoptando de nuevo aquella expresión de cabrón que tanto me seducía. Me encantaba verlo enojado.
¡Dale Rami, no me boludees más! ¡Mirá cómo se te puso eso! ¿Es porque me miraste las tetas?, le dije, tocándole el pito con dos dedos para señalárselo, sentada sobre una de sus piernas.
¿Qué tocás cochina? ¿Qué hacés? ¡Eso no se hace!, me decía, mientras me pegaba en la mano culpable de ese acto “Tan repudiable”. Entonces, yo le hice un pucherito, y le dije: ¡Dale tío, si ya sabemos que, somos familia y eso! ¿Vos te acordás cuando me dabas la mema, a los 5 años, las veces que mami se iba a laburar? ¡Bueno, a mí me encantaba que lo hagas, porque siempre me cuidaste! ¡Y, también me gustaba que me cuentes cuentos, cuando dormíamos juntos! ¡Y a vos también! ¿Alguna vez me cambiaste los pañales?
¡Sí, bueno, pero, eso ya pasó Isa! ¡Ahora sos grande, y tenés, o sea, bueno, somos distintos! ¡Yo soy tu tío, y vos mi sobrina! ¡Y sí que te cambié nena! ¡Tu madre se burlaba de mí porque lo hacía como el orto!, me decía, aunque mirándome las tetas desnudas otra vez.
¡Sí, obvio, ya sé que vos sos mi tío y todo eso! ¡Pero, yo no doy más! ¡Quiero que me des la mema, como cuando era chiquita! ¿No querés que te deje toda la babita ahí? ¡Si me la das, te prometo que no tomo más de tus botellitas! ¡Dale tío, dame la mema, porfi! ¡Quiero esa mema en la boca!, le dije, usando la mejor voz de putita que me salió, rozándole apenas la pija con mi pulgar, y mordiéndome los labios.
¡Y, además, lo bueno es que ya no tenés que cambiarme! ¡Eso lo hago solita!, proseguí, al notar que no decía nada. ¿Al fin estaría analizando mi propuesta?
¡Dale, agachate, y hagámoslo rápido! ¡Y de esto, ni una palabra a nadie, cochina!, me dijo, sacudiendo sus piernas para que me baje. ¡No lo podía creer! ¿Acaso estaba soñando? Supongo que, al tocar el suelo con los pies, mi cara debió mostrar cierta pasividad, porque enseguida dijo: ¿Qué pasó? ¿Te arrepentiste nena? ¿No era que querías la mema?
¡Obvio que la quiero! ¡Tengo ganas de chuparte la pija, hace una bocha!, le dije, agitada y con la boca seca, mientras él se bajaba el short deportivo.
¡Epa epaaa, ojo con la boquita nena! ¡Ahí la tenés, todita para vos! ¿A ver cómo abre la boquita la bebota de la casa? ¡Mirá cómo me la pusiste!, dijo, presionándose la base para que su roja cabeza parezca más monstruosa y húmeda. Yo me arrodillé, sintiendo la frescura de mi short contra mi vulva, y apenas acerqué mi cara a esa pija parada, repleta de hilos líquidos que nunca había visto, ni probado, él me agarró del pelo para fregar mi rostro contra ese grueso trozo de carne caliente. Creo que recién allí reparé en que no tenía calzoncillo.
¡Pará un poquito, apuradita! ¿Tan rápido la querés en la boca? ¡Despacito! ¡Así, sentila toda en la carita primero! ¡Olela pendeja, dale, así, y no te atrevas a morderme, porque se te acaba todo! ¿Me entendiste?, me decía, apretándome una oreja para que le responda.
¡Sí Tío, sí! ¡Qué linda es tu mamadera! ¿Alguna de las chicas te lo dijo? ¿A ellas les das la mema también?, me animé a preguntarle, quizás sabiendo que eso podía enojarlo.
¡Pará un poquito mocosa! ¡Te dije que no te pases de vivita! ¡Dale, ahora, abrí la boquita, y pasame la lengua por la puntita! ¡Dale, que no tenemos mucho tiempo!, me ordenó, conduciendo poco a poco sus manos hasta mis tetas. Cuando sentí que me pellizcó un pezón, dejé de lamerle la puntita como me había pedido, y abrí la boca para meterme lo que me entrara. Todo su glande ocupó el espacio que había entre mi paladar y mi lengua, y él gimió como lo hizo con la negrita esa, no solo la noche que lo escuché bien de cerquita.
¡Faaaa, cómo te entró toda che! ¡Se ve que la querías de verdad! ¿Te gusta? ¡Abrí más la boquita, así te entra más! ¡Así mi bebé, chupá más, cométela toda, asíiiii, aaaaay, qué rico me la mamás! ¡Y qué gomas te echaste pendejita! ¿Te gusta la pija del tío? ¡No sabía que la andabas buscando nena!, me decía entre suspiros, roncos jadeos, más pellizcos y estiradas a mis pezones, algunas apretaditas a mi nariz, especialmente cuando sentía que en mi boca no cabía ni mi propia voz, y algunos rasguños involuntarios en mi abdomen. Yo, cada vez que me la sacaba de la boca para respirar, aprovechaba a escupírsela, a fregármela con todo en la cara, y me la volvía a meter. En un momento, me sostuvo la cabeza para mover su pubis, como si me estuviese cogiendo la garganta. No sé cuánto tiempo duró ese dulce y desesperado tormento. Pero, creo que nunca me había calentado tanto. Al punto que noté humedecerse mi short como nunca, y temí haberme meado encima.
¡Así nenita, usá bien esa lengüita larga y contestadora que tenés! ¡Cómo te gustaba pedirme la mema, cuando eras guachita! ¡A mí, se me ponía al palo la verga, cuando te escuchaba decirme: ¿Tío, me das la mema en la cama?! ¡Síiii, asíii bebé, comé, dale, tragate todo nenita! ¡Y seguro que ni te acordás que te hacía cosquillas con la mamadera vacía! ¿No? ¡A vos te encantaba que te la pase por la conchita, y que te saque la bombacha! ¡A veces, también te la pasaba por el culito! ¡Uuuuf, cómo te entra bebota! ¡Me encantaría cogerte esas tetas algún día! ¡Y la de veces que te me habrás sentado en la pija, en bombacha, y te me habrás meado encima, chanchita! ¡Pero, de eso ni te acordás!, me decía cada vez más enérgico, encendido y sacado, confesándome cosas que me hacían hervir por dentro. Le besuqueé los huevos, y me ahogué un poco cuando uno de sus vellos se metió en mi garganta. Eso lo hizo reír, pero no paraba de acercarme la pija a la cara. Y, entonces, justo cuando un tremendo sonido de sopapa que surgió de mi boca al soltar su pija, le daba paso a una furiosa refregada de mis tetas contra ese pito híper babeado: ¿Se puede saber qué pasa acá? ¡Aaaah, bue, ya está! ¡Veo que no hay mucho que explicar!
Era mi madre, que adoptaba un tono entre temerario y cómplice. ¿Estaba verdaderamente enojada? Casi que sin preguntármelo me separé de las piernas de Ramiro, y vi cómo mi vieja guardaba bolsas de carne en la heladera.
¡Ramiro, al menos, la próxima cerrá la puerta con llave! ¡Sabés que si los viejos los llegan a ver, se arma! ¡Así que le estás dando la mema a la Isa! ¿Cómo era? ¿No era que ella te provocaba? ¡Dale, quiero ver cómo le enseñás a tu sobrinita!, decía mi madre, acercándose a nosotros. Yo me quedé helada. Pero un impulso más fuerte que mi consciencia, incluso que la vergüenza que sentí al ser descubierta, me abracé a las piernas de Ramiro, y volví a lamerle la pija.
¡Uuuuy, uy uuuy! ¡Parece que aprende rápido mi chiquita! ¡Ojo nena, no te atragantes, ni te quedes sin respirar!, me decía mi mami, acariciándome el pelo, mientras la pija de Ramiro parecía crecer un poco más en mi boca.
¿Hace cuánto que te la está mamando? ¿Todavía no te viene la leche?, le preguntaba a mi tío, que no tenía palabras para responderle. Aunque, claramente le contestó con la mirada.
¡Dale entonces, dásela toda! ¡SI ella te la pidió, dale toda esa lechita! ¿No mi amor? ¿Vos querés la mema? ¡Pedile la mema a tu tío! ¡Pedile que te acabe en la boca!, decía mi madre, ahora acariciándome la espalda, y bajándome el pantalón. Entonces, yo misma empecé a excitarme aún más con el sonido de mis chupadas, mis besos, mis olidas furiosas a esa pija, mis lengüetazos a sus bolas y algunas arcadas. Seguro que a mi mami también le excitaba verme. De pronto, un chirlo terrible estalló en una de mis nalgas, y mientras mi mami me decía: ¡Y que sea la última vez que te ponés un pantalón sin bombacha! ¿Me escuchaste Isa? ¡Salvo, cuando estés en casa! ¡Ahora zafaste, porque tenés esta tanga mugrienta! ¡Pero, tu tío ya me dijo que muchas veces no te ponés nada!
En ese preciso instante, el cuerpo de mi tío comenzó a retorcerse peligrosamente, a mutar entre huesos que quisieran abandonarlo y restos de piel perlada en sudor. Su pija parecía a punto de quebrarse, su glande latía incontrolable, y algo blanco comenzaba a fluir a chorros de su interior.
¡Tragala hija, dale, vamos, tragate todo eso, que es leche!, empezó a decir mi madre, mientras Ramiro jadeaba, me tocaba las tetas y murmuraba cosas que nadie entendía. Yo abrí la boca, y tragué todo lo que pude de ese semen caliente, súper espeso y ácido por momentos. Su pene comenzaba a perder forma, pero otros gotones de leche emergían de esa cabeza impresionante, cayendo sobre mi cuello, mis pechitos y mi abdomen. Ahora que la veía mejor, no entendía cómo pude haberme metido todo eso en la boca. Seguro tendría unos 17 centímetros de largo, y, el tronco era bastante grueso.
¿Ya tá bebé? ¿Te comiste todo? ¿Te gustó la lechita del tío Rami? ¡A ver, abrí la boca, y mostrale a mami!, me decía mi vieja, agachándose hasta arrodillarse junto a mí. Ella se sirvió de mi cabeza, me abrió la boca con dos dedos y la inspeccionó. También me olió las tetas, y me desconcertó cuando pasó su lengua por las gotitas de leche que decoraban mi piel.
¡Vamos, levantate, y prepará las cosas para darte un baño! ¡Apestás a pichí Hija, y a leche de este tarado! ¡Pero, antes de irte, quiero que sepas algunas cosas! ¡Ramiro, o sea, tu tío, siempre te quiso mucho! ¡Él te cuidó más que yo! ¡Es lógico que quizás, bueno, los dos se confundan un poco! ¡Sin embargo, creo que es bueno que puedan tener este tipo de acercamientos! ¡Sólo que, siempre que yo esté, y siempre que no lo sepa nadie! ¿Estamos?, Me expuso mi madre mientras me ayudaba a levantarme del piso. Cuando le vi la cara a mi tío, descubrí que estaba tan desconcertado como yo.
¡Gorda, escuchame! ¡No está bien esto que pasó! ¡Ya lo hablamos! ¡Te pido perdón! ¡Pero, hoy, no sé qué me pasó!, empezó a decir Ramiro, levantándose del sillón, sin arreglarse el pantalón.
¡Primero, vestite nene! ¡Y, segundo, no hay nada que explicar! ¡Sabía que en cualquier momento iba a pasar algo entre ustedes! ¡La mejor forma de que Isa tenga un sexo seguro, es que lo haga con vos! ¡Imagino que nunca le contaste que cuando ella era chiquita, vos, digamos que, jugabas con ella!, le dijo mi madre, mirándome de soslayo. Yo no podía moverme de donde estaba, consciente de que me chorreaban hilitos de semen de la cara, y una cantidad de flujos por las piernas.
¡Sí Isa! ¡Muchas veces me encontré a tu tío, haciéndote cariñitos! ¡Una vez lo vi oliéndote los pies, y me pareció tierno! ¡Otra vez, lo descubrí lamiéndote la vagina, y eso, bueno, me gustó! ¡Así que, si a ustedes no les parece mal, pueden decidir si, ir un poco más allá! ¡Quiero decir que, si tienen ganas, pueden coger esta noche, en mi cama, y frente a mí! ¡Pero, repito, vos Isa te bañás, porque no me gustan las nenas con olor a pichí! ¡Y vos Ramiro, también! ¡No me banco el olor a chivo de nadie!, dijo mi madre, antes de ponerse a cocinar. Pero, la cruda realidad, fue que a la hora, mientras yo me bañaba, con una felicidad que no me cabía en el pecho, escuché una nueva discusión. Pero no podía captar las palabras por el chorro del agua. Sin embargo, cuando salí envuelta en un toallón, con el pelo mojado y descalza, me encontré a mi madre que lucía una cara de decepción tremenda.
¡Tu tío se fue Isa! ¡Nos abandonó! ¡Bueno, supongo que tiene que aclarar su mente el muy idiota! ¡Pero, bueno, si querés, para que no te pongas triste, esta noche podés venir a dormir conmigo! ¿Qué te parece? ¡A lo mejor, yo puedo sacarte un poquito esa calentura que tenés acá!, decía mi mami mientras me envolvía en un abrazo ligero, metiendo una de sus manos por debajo de mi toallón para encenderme al rozarme la vagina, una y otra vez. De pronto, notaba que empezaba a humedecerme, y que un sinfín de cosquillas volvía a endulzarme los labios. Solo que, ahora eran los dedos de mi mami los que entraban y salían de mi boca, repletos del sabor de mi conchita. ¡Esa noche, no nos hicieron falta las palabras! Fin
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