Desde chiquita tuve la manía, o la costumbre de sacarme la bombacha para dormir. Una vez que mi cuerpo iba a parar al refugio de mis sábanas, me divertía mucho sacármela. Nunca tuve pudores, según mi madre. La pobre, cada vez que me despertaba para llevarme a la escuela, y me destapaba, se reía al encontrarme desnuda, porque tampoco me atraía eso de usar pijamas, remeras largas o camisetas. Tenía que hacer demasiado frío para eso. Para colmo, a eso de mis 8 años, cuando descubrí que tenía unas cosquillitas hermosas cada vez que me rozaba la vulva, unas cosquillas que me hacían sonreír como una tonta, me divertía mucho más sacarme la bombacha. Esas cosquillas parecían perfumar todo el aire que había a mi alrededor. Me daban ganas de tocarme la vagina con las manos, de acariciármela con los bracitos de mis peluches, o con la sábana. Incluso, hasta con la bombacha que me había sacado circunstancialmente. Me intrigaba notar que se me humedecía, y que no era pipí. ¿O sí? Una vez mi madre me descubrió sentada sobre uno de mis muñecos de peluche favoritos. Un elefante grande de orejas puntiagudas, ojos celestes y carita de bueno que me había regalado mi abuelo para el día del niño.
¿Qué estás haciendo Maru? ¡Imagino que, tendrás una bombacha bajo ese vestidito! ¿O, te la sacaste, y es esa amarilla que está tirada ahí?, me decía mientras la señalaba con un dedo lleno de anillos. Me puse colorada, pero me repuse al toque para decirle que esa, me la había quitado por la mañana. Ella, sin embargo, mientras yo canturreaba algo, saltando sobre el muñeco como si fuese un caballito, se acercó para subirme apenas el vestido. Obviamente se encontró con mi cola desnuda. Me sorprendió cuando me dio un chirlo suave. De inmediato, como si se hubiese arrepentido de pegarme, me acarició la cola, murmurando: ¡No seas tan cochina Maru, y ponete bombacha para jugar con tus muñecos! ¿Mirá si llega alguno de tus primos? ¡Además, le vas a dejar olor a pichí al elefantito, chancha!
Me sentí curiosamente confortable, linda y súper feliz con el tacto de las manos de mi mami en mi cola. Incluso aquel chirlo me había gustado. Además, quizás sin entenderlo demasiado, eso de que mis primos me vean sin bombacha, me seducía. Supongo que a los meses, más o menos, fue que empecé a asistir a la escuela, sin bombacha. Como iba a una escuela estatal, y habitualmente no se permitían las polleras, nadie sabía que andaba en bolas bajo mi jogging deportivo, o mis calcitas. Eso me desesperaba aún más, porque, sentarme al lado de un compañero, sabiéndome vulnerable, con la vagina expuesta, me hacía vibrar de una forma que no sabía controlar. En ocasiones, usaba un pantalón con un pequeño agujerito en la entrepierna, y esas brisas que se atrevían a colarse por allí, me estremecían la vulva con tanta ricura que, a veces tuve que esforzarme por no tocarme, o por no hacerme pis, sentada al lado de mis compañeras. Digamos que, a los 9 años, nadie le presta atención a esos detalles.
Cuando tenía 10, una vuelta me tocó quedarme a dormir en lo de mis abuelos. Ellos atendían una panadería en su propia casa, y a mí me complacía mucho ayudarlos, aprender todo lo que pudiera acerca de amasar el pan y sus derivados, y, por supuesto, comer de todo lo que mi abuelo me daba a escondidas de la abuela. Ella, digamos que se obsesionaba un poco con mi silueta. El tema es que, fueron 5 noches las que pasé allí, porque, mis padres consideraron que, como premio por mis buenas notas en la escuela, me había ganado unas mini vacaciones, lejos de mis hermanos más pequeños. Obviamente, por las noches, fiel a mis costumbres, cuando me quedaba a solas en el cuarto que mi abuela arregló con tanta prolijidad y esmero para mí, me desnudaba entera, y me metía a la cama, repleta de aquellas cosquillitas que, con el tiempo se intensificaban más. Creo que fue allí donde comprendí que, me gustaba oler mi bombacha, una vez que me la saqué y la apoyé sobre la almohada. Ahí, en una cama de dos plazas solo para mí, podía moverme a mis anchas, y disfrutaba de frotarme por toda la sábana. Descubrí que amaba abrazar con las piernas al borde del colchón para frotar mi vagina, o hacer un bollito con la bombacha y fundirla en nuevas frotaciones sobre mi sexo. Todavía no pensaba en chicos. Pero sí me los imaginaba sin calzoncillos, y a mis compañeras sin bombacha. ¿Alguna de ellas se habría animado a ir como yo a la escuela? ¡Qué lindo sería andar con el pito al aire, bajo un jogging, para los varones! ¿Alguno de ellos me habrá mirado la concha cuando iba con el pantalón roto? ¿O, la cola? Tenía uno negro bastante viejito que lucía dos desgarrones en la nalga derecha, y yo lo usé bastante tiempo para hacer gimnasia, pese a las protestas de mi madre que quería jubilarlo.
La cuarta noche de mis vacaciones en lo de mis nonos, cayó mi tío Orlando con mi primo Sergio. Hacía mucho que no nos veíamos. No recuerdo mucho del tema. Pero, al parecer, Sergio andaba con problemas en la escuela, y necesitaba algunas clases particulares de contabilidad.
¡Confío en vos viejo! ¡Creo que con una semana que te lo deje, vamos a andar bien! ¡Lo único que queremos es que apruebe! ¡Avisame si se porta mal, o te desobedece, o si se encula con algo!, le dijo mi tío al abuelo antes de marcharse. Todos daban por sentado que Sergio no tendría inconvenientes para aprobar, ya que mi abuelo había sido contador, y uno de los profesores más prestigiosos de la universidad. Sin embargo, nunca lo vimos tan feliz como el día en que abrió su panadería.
Sergio tenía 14 años, y era bastante antipático conmigo. Me cambiaba el canal que estuviese viendo en la tele, no me miraba a los ojos, ignoraba mis preguntas o mis ganas de entablar charla con él, y me echaba la culpa ante la abuela si se caía algo. Pero, a mí me daba lo mismo. Incluso, ni me importó cuando la abuela determinó que tendríamos que dormir juntos, en la misma cama, porque le había prestado el colchón inflable a no sé cuál de sus amigas. De hecho, una vez que Sergio se acostó y apagó la luz, yo procedí a sacarme la ropa como siempre. Incluso la bombacha. Cuando me metí a la cama y noté el calor de su cuerpo, reparé en que estaba desnuda, al lado de un chico. Para mí Sergio era un chico más, porque ni teníamos relación como primos. Entonces, esperé a que se duerma. Esa noche las cosquillitas que me tintineaban en la panza parecían pececitos con alas. Y, mis dedos no tardaron en comenzar a masajear mi conchita húmeda. Recuerdo que manoteé mi bombacha del montoncito de ropa que dejé en el suelo, y que luego de olerla me froté la concha con ella, y que volví a tirarla. Eso, o en realidad mis bruscos movimientos debieron despertar a mi primo, que de inmediato prendió el velador y me murmuró: ¡Quedate quietita nena, y dormite! ¿O Te pican los mosquitos?
Enseguida apagó la luz, pero yo no conseguía serenar los latidos que me invadían la vagina. Frotaba los talones en mi cola, rodeaba el orificio de mi vulva con mis dedos y suspiraba lo más bajito que pudiese. No entendía lo que me estaba pasando. Sentía que me mojaba, pero no era como hacerme pis. Y, justo cuando había reparado en que seguro le di con uno de mis pies en la pierna a Sergio, éste se incorporó tan rápido que me dio miedo. Esta vez no prendió la luz. Creo que se arrodilló en la cama, y me destapó. Supongo que quiso zamarrearme, o alejarme de su cuerpo de alguna forma. Fue entonces que su mano dio directamente con mi vagina, y se paralizó.
¿Qué onda primita? ¿Te acostaste en bolas? ¿La abu sabe que dormís así, en pelotas?, me dijo, sin lograr detener el calor que amenazaba con incinerarme en la cama.
¡Dale Mariana, contestame! ¿Qué te pasó? ¿Andás calentita? ¿Por eso te sacaste la bombacha? ¿Pero, vos, tenés 11, o 12 años! ¿No? ¿Puedo prender la luz?, prosiguió sin dejarme responder, con su mano sobre mi barriga.
¡Sí, prendela y mirame toda!, le susurré, sabiendo que era peligroso, aunque no podía medir la gravedad de nada. Él se estiró para prender la luz, y enseguida me acomodó boca abajo. Sentía sus ojos clavados en mi cola, y cada agitación que se le apretujaba en los labios. Y luego, sus manos empezaron a moldearme las nalgas como si fuesen dos bollos de masa para pan. Por momentos las apretaba, en otros las acariciaba con sus palmas abiertas o sus dedos, y no desaprovechó la oportunidad de darme un par de chirlos, diciendo: ¡Perdón Maru, pasa que, hay una bocha de mosquitos! ¿Viste? ¡Aaah, y quedate tranqui, que, no le voy a decir nada a la abuela, si vos te portás bien! ¿Trato hecho?
Luego, todo fue muy confuso. Sergio apagó la luz, se metió en la cama, y empezó a descender con su cabeza hasta mis nalgas. Noté que se acercaba, y que a su vez luchaba por no tocarme. Lo oía olerme desde lejos, acercándose más y más cada vez. Hasta que al fin, pareció romper sus barreras, y juntó sus labios a una de mis nalgas para besarla, y luego morderla con una especie de dulzura y temor. Se lo notaba nervioso. ¿O acaso era porque se estaba tocando mientras me olía, me besaba y mordisqueaba? Yo no podía saberlo en ese momento. Pero, de pronto se me subió encima, y supe que lo que se frotó un par de veces contra mi culito, no podía ser otra cosa que su pija, envuelta en un bóxer o slip húmedo y caliente. ¿O, tal vez en un retazo de sábana? Me acuerdo de su voz diciéndome en la oscuridad de las mantas, mientras me olía: ¡Qué rica cola nenita, con olor a jaboncito, y a pichí de bebé! Pero, por desgracia para mí, él logró acabar en algún momento que no supe descifrar, y de nuevo se convirtió en el osco desconocido, desagradable y amargo de antes.
¡Ahora dormite Maru, y dejate de hinchar las pelotas! ¡Además, el Maxi y el Toto me habían contado que te gusta andar sin bombacha!, me dijo mientras se separaba de mí, como si yo pudiera contagiarlo de algo. ¡Así que mis otros primos se habían percatado de mi fetiche! ¿Y por qué no me lo habían dicho, o cargado con eso? Pero esa noche, mientras él roncaba, terminé calmando el fuego de mi vulva con el borde del colchón. La noche siguiente, Sergio durmió en el sillón del abuelo. Tal vez, asustado por volver a propasarse conmigo, o por querer llegar a algo más. ¡Seguro yo se lo habría permitido si me lo consultaba!
A Sergio no lo volví a ver, y la verdad, no me preocupa lo que será de su vida. A pesar de eso, me pregunto cómo puede ser que, con 24 años, no me lo haya cruzado siquiera por casualidad, ni en un súper. ¡Y eso que la ciudad de La Plata no es taaaaan chica! Pero lo claro es que, después de aquella noche, amé más que nunca andar sin bombacha. Recuerdo que la abuela, como al mes de mi visita me dijo, cuando nos quedamos solas, horneando unos panetones: ¡Hija, tené cuidadito con acostarte sin calzones, si te toca dormir con un primo, o con algún amiguito! ¡Sí, no pongas esa carita, que Sergio me contó que te vio sin bombacha, la noche que durmieron juntos! ¡No le creí cuando me dijo que no te hizo nada! ¡Por eso lo mandé a la mierda! ¡Bueno, digamos que, más que nada para prevenir!
Entonces, le pedí disculpas a la abuela por mi impertinencia, y le re contra juré que Sergio sólo me había sugerido vestirme, y nada más que eso. No tenía sentido contarle nada. ¡Al fin y al cabo yo lo había disfrutado, al punto que deseaba volver a sentir unos labios en mi cola, y una nariz olfateándome toda! ¿Por qué tendría que acusarlo entonces?
Al año siguiente, la absoluta verdad que solo yo atesoraba, fue más que un absurdo rumor en toda la escuela. ¡Todos supieron de inmediato que yo asistía sin bombacha! Primero, porque, varias veces, en la hora de gimnasia se me caía el pantalón, y mis amigas se horrorizaban al ver mis nalguitas desnudas. Y, para ser sincera, a los 11 ya portaba una cola poco habitual para una nena de esa edad. Así que, en breve todas las chicas de mi curso sabían que yo no usaba bombacha para ir a la escuela. En realidad, muchas veces sí la llevaba. Sólo que, en el primer recreo, iba al baño, me la quitaba y me la guardaba en el bolsillo del pantalón. Luego, ya en el salón, me las ingeniaba para esconderla en mi mochila, cuando estaba segura que nadie me observaba. Es que, algunas veces pasaba por los controles de mi madre, y no podía enterarse así como así de mi secretito.
Más tarde, Diego, uno de los más revoltosos de mi curso, altanero por tener padres de mucha guita y bastante creído, empezó a perseguirme por el patio al visualizar un agujero importante en mi pantalón. Como yo lo traté de mentiroso, y a la vez no lo dejaba que me mire, se puso pesado, y buscó todas las formas de persuadirme para que le dé la razón. Por ende, luego de corretearnos por el patio como un ratón temeroso y un gato empedernido, cuando me aplastó contra un paredón metió su dedo en el bendito agujero de mi pantalón, estirándolo aún más, y rozando mi nalga desnuda con una uña especialmente filosa de alguno de sus odiosos dedos. Todos los que antes me protegían, ahora veían mi pantalón más roto que antes, y la ausencia de ropa interior, mientras Diego se burlaba de mí a todo pulmón, diciendo: ¡Miren che! ¿Vieron que tenía razón? ¡La Maru anda sin bombacha, la muy roñosa! ¿Qué pasa nena? ¿Sos tan pobre que no te alcanza para comprarte una bombacha, ni siquiera en la feria boliviana de tu barrio? ¡Vengan hey, así la ven de cerca!
Tendría que haber sentido vergüenza, o ganas de pegarle, insultarlo sin parar, o de salir corriendo a contárselo a la directora. Sin embargo, dejé que todos se acerquen a mí, mientras él volvía a introducir ahora dos dedos en el agujero de mi pantalón, y los demás, que ni sé cuántos eran, me miraban, murmurando cosas como: ¡Qué cochina! ¡Estás re loca nena! ¡Y sí, es pobre la Maru! ¡Y la madre no le cose ni el pantalón! ¡Bueno, a lo mejor no llegó a ponerse nada, por salir a las apuradas! ¡Dejala Diego, que le vas a romper más el pantalón! ¡Sí, y al final de la clase, va a andar con el culo al aire! ¡Por ahí la expulsan, y todo por tu culpa tarado!
Todas las voces se superponían a mi desconcierto. Las de algunos varones, las de mis amigas, y las de otras chicas que opinaban. A una se le escapó: ¡Y sí, tiene la re pinta de ser re puta! ¡Yo se los dije chicas!
De repente sonó el timbre, y al parecer se acercaba alguna maestra, porque de inmediato Diego se esfumó, y yo volvía al amparo de Natalia y Valeria, mis mejores amigas hasta hoy. Ellas me acomodaron la ropa, y A Vale se le ocurrió tapar el agujero del pantalón con cinta adhesiva. Recuerdo que, ella fue la que se dio cuenta que, a lo mejor por el susto, me había hecho un poco de pis en el pantalón. Sin embargo, no estaba asustada, ni espantada, ni me parecía algo grave. Pero, al cabo de dos horas, antes del último recreo, Diego, que se sentaba a dos bancos del mío con Vale, la escuchó decirme: ¡Dale Maru, no te preocupes, que ni se nota! ¡Aparte, seguro que ya se secó!
Eso le bastó para acercarse despacito, una vez que solo quedábamos nosotras en el aula para decirme con una risa súper hiriente: ¿Qué pasa ahora Maru? ¿Te measte encima? ¡No me digas! ¡Creo que, los pañales salen más caros que una bombacha!
Recuerdo que mami se rió con ganas cuando llegué a casa, y vio el cacho de cinta que me cubría el pantalón. Pero, se puso muy seria cuando notó que la maldita cinta se me había pegado a la cola, y no a la bombacha. Me retó por eso, y también por hacerme pis. Pero, yo me las arreglé para decirle que no me la puse porque estaba re dormida.
Al otro día, y en los siguientes, a Vale empezó a interesarle si me había puesto bombacha. También a otros nenes, quizás más para burlarse que otra cosa. Yo seguía dejando que el pantalón se me caiga solo en educación física, o que, mientras jugábamos a las escondidas o a la mancha, en medio de algunos forcejeos, alguien me lo tironee. Nunca llegaron a verme más que la cola. Y, por las noches, fantaseaba con que ese idiota de Diego me arranque la bombacha de las manos, y que me pellizque la cola como lo hizo en la escuela. Me acuerdo que yo, un par de veces le tiré papelitos, solo para enfurecerlo, con la esperanza que vuelva a increparme en el recreo. Seguí usando algunos pantalones rotos. Hasta yo misma le hice un agujero en la cola a una de mis calzas favoritas. Una de las veces, fui al baño con Vale, y ella se re emocionó cuando le pedí que no abra la puerta, así yo podía sacarme la bombacha que traía bajo mi jogging.
¿Cómo? ¿Ym, por qué lo hacés Maru? ¿Te aprieta? ¿O, te gusta más lo suavecito del pantalón en la cola?, me dijo con dulzura y admiración, mientras yo me ponía el pantalón, y guardaba mi bombacha en el bolsillo. Las dos nos reímos y salimos del baño.
Pero cuando ya tenía 12 años, y gracias a la explosión de mi cola radiante, todos estaban al corriente si llevaba o no bombacha. Según Natalia, los elásticos se marcan en la calza, y eso confirma que uso, o que llevo una tanga. Yo seguía siendo pícara, curiosa y toquetona conmigo por las noches. Sin embargo, no podía explicarme por qué me fascinaba tanto andar sin bombacha. Entonces, en uno de los cumpleaños de Enzo, uno de mis primos más chiquitos, el que se festejó en casa a falta de un lugar más amplio para tantos niños, tuve una tarde más que interesante. Mateo, Lucía y Santiago habían llegado por lo menos una hora temprano, ya que vivían en Campana. Yo, como de costumbre, estaba durmiendo la siesta. Se ve que mi mami supuso que me estaría cambiando, o que ya estaba lista. La cosa es que, los tres entraron a mi pieza. Yo solo recuerdo el despertar. Cuando abrí los ojos, los tres rodeaban la cama, y yo me ofrecía ante ellos, sin bombacha, con una remerita que me quedaba híper corta, descalza y somnolienta, con el culo para arriba. Lucía estaba con cara de pedo a mi derecha, y los otros dos a mi izquierda. Lu era la más chica con 14 años. Creo que ellos, Santi tenía 16 y Mateo 19.
¡Vamos chicos! ¿No ven que está durmiendo?, dijo Lucía tras chasquear la lengua con impaciencia. Y, de repente los tres salieron de la pieza. Yo, ni siquiera atiné a cubrirme. Es más. Sin entender bien por qué me sentía decepcionada, me puse en cuatro patas sobre la cama, y me di un par de nalgadas, con la cabeza apoyada en la almohada. ¿Por qué no me tocaron? ¿Por qué necesitaba que me toquen, y me miren desnuda?
Pero, justo cuando pensaba en levantarme para ir a darle una mano a mi vieja, la puerta volvió a abrirse. ¡Eran Mateo y Santiago, los que ahora me recorrían con los ojos, como si fuese un bebé inmóvil, a punto de echarse a gatear!
¡Hola Maru! ¿Te acordás de nosotros?, Dijo Mateo, acercándose a la cama con las manos separadas del cuerpo. Santiago no fue tan Cortez. Directamente me acarició la cola, y dejó que su mano descienda hasta mis pies. Eso me regaló un escalofría que nunca había sentido, y creo que por eso, permití que mis brazos y piernas me devuelvan a la cama como antes.
¡Mirá cómo se relaja la nena che! ¡Así que, era cierto nomás! ¡Te gusta andar sin bombacha primita! ¡La Luly nos lo dijo, y también la Isa!, dijo por fin Santiago, que no paraba de acariciarme. Yo temblaba, pero ni loca quería soltarme de esos dedos, que por momentos me hacían cosquillas en los pies. De repente, Mateo levantó mi short del suelo, y extrajo de él la bombacha que se ocultaba en su interior. Se sentó a mi lado y me la acercó a la cara, después de olerla, y me dijo: ¿Te la sacaste recién no? ¡Todavía está calentita, y húmeda!
Mientras tanto, Santiago comenzaba a frotarse mis pies en la cara, y a lamerlos despacito. Seguro se me escaparon suspiros, pero no puedo recordarlo con claridad. Al tiempo Mateo me besaba la espalda, me daba golpecitos en la cola y me decía cosas que no podía entenderle. Y, de golpe, los dos me dieron vuelta.
¡Dale Maru, no seas mala, y abrinos bien las piernitas! ¡Este salame hace mucho que no ve una concha!, decía Mateo, mientras seguía oliendo mi bombachita rosa. El otro se puso colorado, mientras murmuraba: ¡Callate gil, y mirá, mirá lo linda que la tiene!
Yo no les impedí absolutamente nada. Los dos acercaron sus manos y narices a mi vagina, aprovechando que les abría las piernas todo lo que podía. Mateo me pellizcaba la cola, y respiraba cada vez más cerquita de mi conchita. Santiago en un momento se tocó el paquete con uno de mis pies. En ese tiempo no lo había comprendido. Además, a partir de ahí empezó a lamerme ese pie con más ganas. Pero, de pronto, los dos empezaron a besarme las piernas, aproximándose a mi vagina. Mateo llegó primero, y pegó su nariz a mi orificio. Inhaló y exhaló agitándose sin piedad, mientras su hermano me besuqueaba la panza, y buscaba palpar unas tetas inexistentes.
¡Dale boludo, no te pierdas esto! ¡Dejá de chuponearle la panza! ¿Sabías que tenés una cola hermosa gatita? ¡En la escuela, seguro que se las ponés re dura a los pibitos!, decía Mateo, cada vez más nervioso. Enseguida Santiago se hizo un lugar para olerme la vagina, y para mordisquearme las piernas. En un momento, intuitivamente llevé una de mis manos a mi vulva, porque necesitaba tocarme. ¡Algo me estaba pasando, que me lo pedía a gritos! Pero Mateo me pegó en la mano y me lamió los dedos, mientras Santiago pegaba su nariz a mi vagina, diciendo suavecito: ¡Tenés un olorcito a nena re rico primita, y olorcito a pichí también! ¿Por eso te sacaste la bombacha? ¿Te quedás a dormir la siestita para tocarte solita?
¡Ya vas a ver, que si los chicos se enteran que vas a la escuela, sin bombacha, todos van a querer hacerte de todo nena!, dijo Mateo, lamiendo suavemente mi panza, sin dejar de olerme. Pero, de pronto la voz de mi madre nos devolvió al cumple de mi primo, y sus golpes en la puerta fueron más que elocuentes. Los chicos salieron de la pieza diciéndole que habían entrado para despertarme. Yo, llegué a taparme antes que mi mami me descubra, y en medio del apuro, los nervios y las miles de sensaciones que me circundaban, me hice pis en la cama, y no hice nada para evitarlo.
A los días, ya en la escuela, yo misma iba a buscar a Diego para decirle que no me había puesto bombacha. Me gustaba ver cómo se le atontaba la mirada. Pero de inmediato volvía a ponerme cara de asco. Aunque, otros chicos que me escuchaban, me veían con un poco más de interés. Con el tiempo tuve que pedirles disculpas a Nati y a Vale, con quienes siempre compartíamos la mesa, para sentarme con algunos nenes. Al principio, no pasaba nada. Pero de repente, Luciano, en medio de la clase de sociales me dijo: ¿Es cierto que no te gusta usar bombacha Maru? ¡Porque, parece que a mi hermana tampoco! ¡Ella, usa unas muy chiquititas!
Yo le dije que era cierto, y no sé cómo fue que me las ingenié para tomar una de sus manos, y escabullirla adentro de mi pantalón. Inmediatamente me puse colorada, pero no podía evitar que sus dedos arriben a mi vagina. ¡Creo que hasta gemí cuando me tocó!
¡Basta Lu, sacá la mano, que ya te mostré que no tengo nada puesto!, le dije nerviosa, mientras la seño nos hablaba de las capitales de Argentina. Y, de repente, le agarré la mano para darle un beso. No sé cómo se me ocurrió, pero le lamí tres dedos, y después le dije bajito al oído: ¡Olete la mano Lu! ¡Dale, que te va a gustar!
A razón de dos semanas, al menos 5 chicos distintos me habían tocado la vagina, y varios más se atrevieron a tocarme la cola, por adentro del pantalón. En uno de los recreos, creo que cerca de la primavera, Diego volvió a arrinconarme contra la pared, para tantear mi pantalón en busca de algún agujero. En esta ocasión, el diminuto roto que encontró, se ocultaba en mi entrepierna. Y ni dudó en hundir algunos dedos allí, agrandándolo un poquito más.
¡Guau, villerita..., parece que hoy tampoco te pusiste bombachita! ¡Si seguís así, te van a hacer un hijo nena!, me dijo al oído, para que solo pueda oírlo yo. Pero detrás de él, había varios chicos, un par de chicas, y mis dos amigas, que trataban de frenar las cosas. Diego sacó los dedos de mi vagina, y les dijo a todos: ¡Heeeey, ahora tiene un agujerito en la concha la sucia esta! ¡Y, a que no saben! ¡Tampoco se puso bombacha! ¿Tan pobre sos Maru?
Yo permanecía allí, apretada en la pared, sin poder hablar, ni defenderme. ¿Acaso lo quería realmente? Me encantaba que me hable así, que me humille, me diga que era sucia, pobre, indigna, putita, y que me rompa todo el pantalón. Pero, entonces sonó el timbre, y de nuevo todos corrimos a las aulas. Ese mismo día, cuando ya la fila se había desarmado para irnos a nuestras casas, un chico de octavo grado me llamó. Teóricamente me llamaba la señorita de inglés. Pero, apenas entramos al patio desierto, hasta donde lo seguí, él se agachó y me dijo: ¿Me la mostrás?
¿Qué? ¡No te entiendo!, le balbuceé, algo confundida.
¡Dale Maru! ¿Vos sos Maru no? ¡Dale, mostrame la zorrita! ¡Ya sé que andás sin bombacha!, me largó, acercándose poco a poco a mí, que seguía parada. Ni siquiera me moví del lugar. Él mismo me levantó el guardapolvo y se fijó en el agujerito de mi pantalón.
¡Dale, abrite un poquito! ¡Es, solo para mí! ¡Siempre te la quise mirar!, me dijo, apoyando sus manos en mis rodillas. Entonces, pegó su cara a mi vulva, abrió su boca, y dejó que su lengua comience a lamer mi vagina por entre el agujerito de mi pantalón. No pude reprimir suspiros, gemidos y palabras que ni recuerdo. Sé que yo misma pujaba con mi pubis para que su boca pueda comerse mi vagina. Las cosquillas me estaban asesinando la cordura. Sentía como si quisiera mearle la cara, comerle la boca, mirarlo desnudo, arrancarle el pelo para que me lama más rápido, y a la vez, necesitaba que me meta algo más adentro de la concha.
¡Bajate el pantalón, que ya se fueron casi todos!, me pidió. Y yo casi le obedezco. ¡Menos mal que no lo hice! Aunque, ya fue bastante bochornoso que la señora Elena, la portera de la escuela nos haya encontrado en esa situación.
¡Octavio, levantate inmediatamente de ahí! ¿Se puede saber qué estás haciendo? ¡Y vos Mariana, vamos, que ya tendrías que haberte ido a tu casa! ¡Dios santo!, rezongaba la mujer, apurando el paso para acercarse a nosotros.
¡Nada doña! ¡Le estaba diciendo a Maru que, se le rompió el pantalón!, dijo el chico, tratando de secarse el sudor de la frente con las manos, incorporándose con todo del suelo.
¿Ah sí? ¡No me hagas reír! ¡Y más te vale que de esto no se enteren tus padres, mocoso!, le gritaba Elena, mientras Octavio corría desesperadamente a la puerta de calle. Yo seguía allí, parada, con las piernas abiertas, a punto de desmoronarme de algo desconocido, que hoy comprendo que se llama calentura.
¡Escuchame gordita, yo no soy ninguna tonta! ¡Sé lo que estaba haciéndote ese chico, y no es bueno que suceda! ¡Vos sos Maru! ¿Verdad? ¡Vos sos la que viene a la escuela sin bombacha! ¡Sí, creo que ya, a esta altura lo saben todos! ¿A ver? ¿Qué le pasó a tu pantalón?, me decía la señora, examinándome, con una mano en mi espalda, y con la otra arreglándome el guardapolvo. Cuando descubrió el cráter de mi pantalón, también se encontró con mi sexo expuesto.
¿Ese chico, te estaba lamiendo la vulva? ¿Te estaba pasando la lengua por ahí corazón? ¿Y vos lo dejaste?, me decía entre preocupada y perpleja. En un momento pareció que iba a reprenderme, o a decirme que mañana a primera hora tendríamos una reunión con la directora, mi madre y otros integrantes de la escuela.
¡Mirá, que yo no vuelva a verte con el pantaloncito roto, y mucho menos haciendo chanchadas con un chico! ¿Estamos? ¡Por hoy te dejo ir! ¡Pero que no se repita!, me dijo Elena, y me abrió los brazos señalándome la puerta de la galería, para que me marche.
Al día siguiente, tres chicos me pidieron que les muestre la zorra, o la burrita en el baño. Vale y Nati supieron todo lo que pasó con Octavio, y reprobaban un poco mis actitudes. Pero yo no podía defenderme. Digamos que pronto, empecé a sentarme con los chicos para dejarlos que me toquen la vagina, y yo también me las cobraba, acariciándoles los pitos por encima de sus pantalones. Y, una de esas veces, justamente me animé a transgredir lo que hasta aquí jamás me había planteado. ¡Le metí la mano adentro del pantalón al más desagradable de mis compañeros, y le agarré el pito con dos dedos! Diego se puso eufórico. Me decía cosas que no entendía, y me prohibía sacar mi mano de allí. Empecé a sentir que se le ponía cada vez más durito, que se le paraba y calentaba.
¿Te gusta tocarme el pito, sucia, cochina? ¿Viste cómo se me pone? ¡Vas a ver, que dentro de poquito, te va a encantar el pito, más que el chocolate!, me dijo, y trató de meter una de sus manos adentro de mi calza. Solo que esta vez sí me había puesto bombacha. La señorita de naturales nos llamó la atención, pero todo quedó como que nos estábamos haciendo cosquillas. Sin embargo, mi mano no había salido tan impune que digamos de aquel encierro. De repente, su pito empezó a latir fuerte, a estremecerse en mi mano, mientras me decía algo como: ¡Uuuuuy, así nena chancha, sacame la leche!
Yo todavía no entendía a qué se refería. Pero mi mano salió toda pegoteada de una sustancia que no conocía. Rapidísimo me la limpié en el interior del bolsillo de mi guardapolvo, creyendo que ese tarado me había hecho pis. Eso, no se lo conté a Vale, ni a Nati. Pero cuando llegué a mi casa, busqué un montón de cosas en Internet. No sé cuánto tardé en comprender, asimilar y procesar tanta información sexual que fui descubriendo. Pero, a la semana siguiente, mi madre se hartó un poco de mi comportamiento. Encontró tres bombachas adentro de mi mochila. ¡Y una de ellas, todavía un poco húmeda, porque me había meado en la clase de matemática, tocándole el pito a Tobías! ¡Ese gordito lo tenía más grande que Diego!
¡Escuchame bien Maru! ¿Cómo puede ser que haya tres bombachas en tu mochila? ¿Qué hacés? ¿Te las sacás en la escuela? ¿Es porque, no te gustan las bombachas que te compra mami? ¡Espero que tengas alguna explicación señorita! ¡Además, debería darte vergüenza! ¡Esta, está meada hija! ¿Qué pasa con vos?, me rezongaba mi madre, sentándome en la cama tras despertarme de la siesta a los sacudones.
¡Mirá, olé esto! ¿Por qué la guardaste con olor a pis? ¿Esto te pasó en la escuela?, me pinchaba, restregando la bombacha celeste en cuestión contra mi nariz. Yo, para variar, estaba desnuda, sentada a te mi madre, a quien ya no le parecía gracioso encontrarme así.
¡Sí, el otro día me estaba riendo con las chicas, y se me escapó ma! ¡Y, las otras, una de ellas me aprieta, y la otra, me hace picar la vagina! ¡Por eso me las saqué!, traté de explicarle, viendo cómo la tensión de su rostro se aflojaba.
¡Bueno, ta bien! ¡Pero, no es bueno que andes con las bombachas en la mochila, llevándolas a la escuela todo el tiempo! ¡Y, ya va siendo hora que te pongas al menos un camisón para dormir! ¡Ya tenés pechitos, y pronto vas a seguir desarrollándote, como corresponde! ¡Ya no sos tan nena Maru!, me dijo, echándome la sábana encima. Luego, salió de la pieza porque alguien había llamado al teléfono fijo. Yo, en ese momento agarré las bombachas que mi mami dejó sobre mi cama, y empecé a olerlas, excitándome cada vez más. Ni siquiera sé cómo llegué a eso, pero, de repente me estaba metiendo la puntita de la celeste entre los labios de la vagina, mientras me rozaba el pequeño clítoris con mi pulgar.
Creo que fue una suerte que tuviese puesta una bombacha el día que me vino por primera vez. Fue en noviembre de ese año, y también para mi fortuna me pasó en mi casa. Ahora, sabía que al menos una vez al mes debía usar bombacha para poder pegar la toallita. Pero, lo peor de todo, era que entonces mis cosquillitas de nena se habían transformado en truenos sonoros en mi interior. Ir sin bombacha a la escuela, me representaba sentirme excitada todo el tiempo. Quería comerles la boca a todos los chicos, mostrarles las tetas que, empezaban a renacer en mi pecho a una velocidad alarmante, y pedirles que me muerdan la cola, la que tampoco detenía su criminal desarrollo. Algunos ya me apodaban la burrita de séptimo B. el responsable de eso, obviamente fue el odioso de Diego. Aunque, lo terrible de todo, era que me re gustaba. Incluso disfrutaba de los celos de ciertas chicas.
A tres días del acto de fin de curso, y de nuestra fiesta de egresados, viví lo que tal vez mi cuerpo ansiaba en silencio, y no se animaba a confesarle a mi mente. Esa mañana, ya en el primer recreo me vi rodeada por dos chicos de Noveno que empezaron a cargosearme.
¡Dale burrita, dame un beso, solo uno te pido nomás! ¡No te hagas la linda conmigo!, me decía el más alto y rubio, haciéndose el interesante con un paquete de cigarrillos en la mano. Se llamaba Hernán. Y hasta el día de hoy juega al Rugbie. Ya en ese momento tenía a todas las guachitas a sus pies por sus músculos arrogantes, su aspecto rudo y su cara de “yo tengo toda la papota del mundo”. Para mí, lo peor de todo, es que era el hermano de Diego.
¡Sí, dale guacha, no te pongas la gorra con nosotros, que somos buena onda! ¡Bah, digo, si querés, no te pongas nada, o sacate todo! ¡O si te pinta, dejanos, y te sacamos lo que quieras! ¡Pero regalanos unos chuponcitos!, me decía Marcos acariciándome el pelo, o más bien revolviéndomelo para que mi perfume se acentúe en el aire viciado del patio. Valeria y Natalia miraban todo, sin atreverse a intervenir, y la verdad, yo ni siquiera les pedí ayuda. Marcos era un gordito con mirada de atrevido, con granos en la cara y manos grandes, torpes y suaves. Cuando me acarició los labios con los dedos, sentí que quería mordérselos.
¡Dale Maru, invitanos a tu casa, así nos sacás la leche, como se la sacaste a mi hermano! ¡Ya me contó que le apretaste el ganso en la clase!, me decía Hernán con suficiencia, casi al oído, con una de sus manos sobre mi culo.
¡Che, cómo te explota la burrita nena! ¿Gordo, sabías que a esta bebota le gusta andar sin bombacha? ¡Pobrecita! ¡Parece que la plata no le alcanza, ni para ir a la Salada!, se me burló Hernán, sin reprimirle un pellizco a mi cola, buscando, al parecer algún agujerito en mi pantalón. Y, de repente, mientras yo les pedía que me dejen en paz, sin el menor de los convencimientos, Marcos me abrazó por detrás para punzarme el culo con algo extremadamente duro, que se deslizó desde arriba hacia abajo entre la unión de mis nalgas.
¡Faaaa boludo, posta, tiene una hermosa cola la perrita! ¡Tenías razón! ¡Parece que tuviera 15, o más!, decía Marcos, más para sí que a Hernán, mientras me apretaba bien contra su cuerpo, y metía sus manos adentro de mi guardapolvo. Parecía que la pija se le iba a reventar de tanto refregarse en mi culo. Hernán, entretanto, se pegaba a la parte de delante de mi cuerpo, y trataba a toda costa de encajarme un beso, con una de sus manos queriendo abrirme las piernas. Pero, como yo no le ofrecí muchas resistencias, enseguida dio con el agujerito que había en mi pantalón negro, que, para colmo tenía los elásticos vencidos. Así que, medio se me caía si corría, o me hacía la canchera saltando, o bailando con las chicas.
¡Dale bebé, mostrame la lengüita! ¿Sabías que tenés una boquita hermosa? ¿Sabés las mamaderas que te van a dar los pibes? ¡Y esos ojitos, hablan solitos nena! ¡Vos querés que te cojan Maru!, me decía el muy sádico, acercándome los labios y pidiéndole con gestos a su amigo que ni se le ocurra soltarme.
¡Uuuuuh, mirá, acá está! ¡Tiene el pantaloncito roto la nena! ¡Dame una mano gordo!, dijo de pronto, exultante, como si nada pudiera hacerlo más feliz. Cuando Marcos le extendió su mano, la colocó de prepo en mi entrepierna, diciéndole: ¡Fijate, mirá, tocala bien! ¡Ahí la tenés boludo! ¡Vos, que todavía no tocaste una concha! ¡Metele los dedos, que seguro le encanta! ¿Viste que no se pone bombacha? ¡Esta quiere culear! ¿O no amigo?
Yo no entendía del todo el lenguaje que empleaban. Pero me gustaba que me aprieten, me digan esas cosas, y en particular, que Marcos le obedeciera Hernán. Ni bien sentí sus dedos abrirme un poco más el agujero del pantalón y encontrarse con mi vagina, suspiré, y de la misma conmoción no me di cuenta que Hernán ya pegaba sus labios a los míos.
¡Dale nenita, abrí la boca, y chupame la lengua, que sos hermosa, aunque no uses bombachita!, me decía el muy forro, sosteniéndome la cabeza para que no le retire mis labios, aunque no hacía ninguna falta. Los dedos de Marcos rodeaban mi orificio, tratando de penetrarlo, y el ruidito de la ruptura de mi pantalón me alarmó de repente.
¡Paren chicos, que me van a romper el pantalón, y después, voy a tener problemas!, les dije, con cierta dificultad, porque no podía dejar de ofrecerle mis labios a Hernán que, me los mordía, succionaba y lamía.
¡Shhh, callate nena, y seguí gimiendo bajito!, me dijo Hernán, y Marcos deslizó uno de sus dedos hasta el inicio de mi ano. Eso me regaló un nuevo escalofrío. Por un segundo, quise que me lo entierre hasta el fondo.
¡Che gordo, vamos! ¡La guacha tiene razón! ¡Aparte, todavía queda otro recreo!, dijo Hernán de golpe, casi sin percatarse del momento mágico que me estaba haciendo vivir. Se separó de mí, y su amigo lo imitó. No vi para dónde se fueron, pero, inmediatamente sonó el timbre, mis amigas se me acercaron. Yo sentía la parte de atrás del pantalón tan caliente, que por un segundo creí que había apoyado el culo en una estufa.
¿Qué onda Maru? ¿Qué te hicieron esos chicos? ¿Te gusta Hernán? ¡Es re lindo! ¡A mí me encantaría pedirle que sea mi novio! ¡Pero el otro, es re feo, pobrecito! ¡No le entra un grano más en la cara! ¡Sí, ni hablar! ¡Pero, Hernán te re comió la boca amiga!, me decían las chicas, superponiéndose mientras caminábamos hacia el aula. Yo me separé de ellas, diciéndoles que necesitaba ir al baño, y las perdí de vista. Era cierto. Pero, también necesitaba un ratito para pensar en lo que me habían hecho. Tenía el agujerito de mi pantalón más agrandado que antes, unas cosquillas re intensas en los pezones, un sabor delicioso en los labios, la cara roja como una estrella ardiente, y la vagina empapada. Al punto que, sentía el pantalón húmedo, incluso hasta un poquito antes de las rodillas. ¿Me habría meado encima? Sin embargo, volví al aula para buscar una bombacha en mi mochila. Me hice la tonta y me la guardé en el bolsillo del guardapolvo. Esperé cerca de media hora, justo cuando la seño de naturales hablaba de sacar unas copias, de un recuperatorio para los que habían desaprobado, y de los temas que se iban a tomar en él, le pedí permiso para ir al baño. Una vez allí, a solas, un poco menos agitada que antes, pero igual de confundida, excitada y flotando en una nube, me quité el pantalón, me puse la bombacha y volví a vestirme. El agujero del jogging ya era preocupante. ¡Tenía casi toda la conchita al aire! Aún así, no pude evitar tocarme, apoyarme contra la pared y frotar la cola en ella mientras me abría los labios. Aparte, antes de ponerme la bombacha, la olí y le di dos escupiditas. Algo que solía hacer cuando estaba sola en mi cama.
Pero en el segundo recreo, me sentí la nena más feliz, más libre y putita del mundo. Apenas salí al patio, vi que Hernán se me acercaba con un vaso de gaseosa.
¡Tomá nena, para que te hidrates un poco! ¿Querés un chicle?, me preguntó, tras obligarme a beberme el vaso de coca. Le dije que no. Y de repente, Marcos me tocaba el culo. No supe cómo decirle qué. Hernán volvió a buscar entre mis piernas, y cuando introdujo uno de sus dedos en el agujero de mi pantalón, me miró con cierta decepción, y me dijo: ¿Qué? ¿Cómo ahora tenés bombacha? ¿Vos te pusiste una? ¿En el salón? ¿Cómo hiciste, chancha?
¡No, me la puse en el baño! ¡Siempre me las saco ahí!, le confesé, muerta de una intriga que me secaba la boca.
¿Y, por qué te pusiste una ahora? ¿Es porque, te dejamos con la conchita toda babosa? ¡Dale gordo, apretale el culo, como hoy!, me dijo primero al oído, y después le instruyó a su amigo, que no se animó a retroceder. De pronto, sentía el pito de Marcos frotándose contra mi cola, y al mismo tiempo, Hernán me apoyaba por delante, pegando la erección de su pija en mi conchita. Yo sentía que me faltaba el aire, que me sobraban los latidos y que los oídos me zumbaban. Sabía que Vale y Nati estaban mirándome, y eso también me motivaba.
¿Te gusta esto no? ¿Te gusta que te apoyemos las pijas? ¿O te gusta más el pitito de mi hermano? ¿A cuántos pajeaste en el salón bebé? ¿Y, a todos les mostraste la zorra?, me decía Hernán, metiendo sus manos adentro de mi remera. No usaba corpiño, a pesar que mis tetas ya empezaban a mostrarse desafiantes.
¡Uuupaaaa, aparte de ser bien culoncita, también tenés unas lindas tetas! ¡Ya quiero verlas en vivo, desnuditas! ¡Lástima que, esta mañana me dejaste olor a pis en la mano! ¡Y al gordo también! ¿No cabezón? ¡Eso está mal, y me parece, que tenemos que castigarte por eso!, decía Hernán, sin procurar bajar la voz, como si no le importara si alguien nos escuchaba.
De repente, estaba sola con ellos, en un galpón repleto de cachivaches, bolsas de verduras, cajas de leche y bancos apilados. Se situaba al fondo del patio, y los alumnos teníamos prohibido visitarlo, o escondernos allí. Más que nada porque estaban los diyuntores eléctricos. No supe cómo llegué a ese lugar. Solo que, pronto los dos me mordían la cola por encima del pantalón, y que Marcos me sobaba la vagina, tironeándome la bombacha hacia abajo.
¡Dale Maru, bajate el pantalón, que no te vas a escapar! ¡Hace rato que quiero echarte un polvito! ¡Pero, bajátelo despacito, moviendo la colita! ¡Qué culo tenés nena!, me decía Hernán, azotándome el culo con un ruidoso chirlo en la última frase.
¿Cómo un polvito? ¿Qué es eso?, le pregunté, más o menos intuyendo algo tal vez.
¡Dale, no te hagas la que no sabés! ¡Por algo andás mostrando la zorrita esa que tenés, y moviendo la cola! ¡Dale, bajate el pantalón, y te vas a enterar!, me dijo Hernán, mientras Marcos me desprendía el guardapolvo. No llegó a sacármelo, pero ni bien terminó de desabrocharme todos los botones, Hernán me subió la remera y pegó su nariz a mis tetas. Me las olió, y recuerdo que me las chupó como si fuesen dos duraznos con cáscara.
¡Mirá guacho, son re lindas las tetas de la Maru! ¡Dale, dale unas chupaditas!, le pidió a su amigo, que enseguida me mordió un pezón, y empezó a pasarme la lengua por las dos tetas como si fuese un perro. Pero a mí me estaba gustando demasiado. Al punto que, ni me había dado cuenta que me bajé el pantalón, y que movía la colita, donde Hernán me daba otros chirlos, algo más suaves que el primero. Y de repente, no sé de dónde ni cómo Hernán encontró una tijera. Cuando me clavó la punta sin querer en la espalda me pidió disculpas.
¡No te muevas pendeja, que lo único que quiero, es cortarte la bombacha!, dijo mientras cortaba el costado derecho del elástico, para al fin quitármela por completo.
¡Ahora sí, mirá gordo, se la saqué! ¡Ahora tenemos su culito para nosotros solos!, decía Hernán, dándome un chirlo tras otro, mientras le pasaba mi bombacha rota a su amigo, que enseguida la olió, y al parecer puso cara de asco.
¡Dale boludo, es olor a concha, nada más! ¿O se meó la boludita esta? ¿O tiene olor a caca? ¡Dale, chupale otro ratito las tetas!, le pidió, y el pibe volvió a lamerme sin gracia, pero excitándome todavía más. Después, sin previo aviso, alguno de los dos me arrodilló a lo bruto sobre el suelo, y los vi bajarse los pantalones.
¡Vení bebé, dale un besito a esta mamadera! ¿Te gusta? ¡Saludame al muñequito nena!, decía Hernán, que pese a su arrogancia tenía un pito bastante pequeño. ¡Y eso que lo tenía parado! Yo no supe qué hacer. Pero, como había visto algunos videos, me dejé llevar, y me lo acerqué a la boca.
¡Uuuupaaaa, mirá que rapidita y cochina resultó ser la Maru! ¡Síiii bebé, así, oleme el pito, y metételo en la boca, así te doy la lechita! ¿Querés?, me decía mientras yo ya le pasaba la lengua, llena de inexperiencia, pero con la vagina prendida fuego. Pero, de pronto el gordo me agarró con sus manos de la mandíbula, sin ningún cuidado, y me puso la cara en su pubis. Él sí tenía un pito interesante. De hecho, casi no pude metérmelo en la boca como al de Hernán, que parecía un chupetín.
¿Qué hacemos gordo? ¿Se la damos en la boca? ¿O la cogemos?, le preguntó Hernán a Marcos, que transpiraba nervioso con mis labios dándole besitos a su pito. Su olor era fuerte y violento. En cambio, Hernán tenía olor a jabón. Los dos tenían un tupido cúmulo de vello púbico, y Marcos unos huevos bien redonditos, aunque bastante transpirados.
¡Yo quiero su cola!, aventuró Marcos, sacándome el pito de la boca. Yo, quería más. No sabía en qué terminaría todo, pero no podía parar de suspirar y gemir.
¡No boludo, es muy chiquita me parece! ¡Por el culo, creo que no sé si me pinta! ¡Bueno, de última, hagamos esto! ¡A ver Maru! ¡Parate, y abrite de piernas!, me ordenó Hernán, que de paso me re manoseó las tetas. Cuando lo hice, los dos se agacharon. Evidentemente lo acordaron con gestos, porque ambos obraron de igual forma.
¡Te vamos a oler toda perrita! ¡Si tenés olor a pichí, te vamos a dar la lechita en la concha! ¡Y, si tenés olor a caquita te la damos en el culito! ¿Te parece? ¿Querés la leche nena?, decía Hernán, ya con su cara entre mis piernas. Marcos me mordió la cola, y me dejó los dientes marcados. Hernán hasta olió mi pantalón. Sentía sus lenguas y dedos, Humedeciéndome el culo, las nalgas, las piernas, la concha y hasta la panza. Marcos me abrió muchas veces el culo para clavarme su nariz en el ano. Hasta que al fin se levantaron, y Marcos, mientras me subía el pantalón decía: ¿Y, qué le hacemos? ¡Olor a caca no tiene!
¡Mirá vos! ¡Se ve que te limpiás re bien el culo guacha! ¡Pero, se carga un olor a pichí que no se puede más! ¡Te dije que es una cochina!, dijo Hernán, mientras me hacía oler los dedos con los que me había tocado la conchita. ¡Lo peor de todo es que tenía razón!
Y de pronto, Hernán me llevó contra una pared desprovista de cosas, y mientras me subía el pantalón con las manos, como si quisiera encarnarlo en mi piel, empezó a comerme la boca, juntando su pito contra mi sexo. Empezó a moverse, a gemir y a decirme que era una putita sucia, una pobretona que olía a pichí de gata, y que seguro mi mamá era re trola, como yo. No entendía qué pasaba, pero no sentía nada en la concha, más que la frotación de su pene contra ella, aunque estuviese adentro del agujero de mi pantalón, que ya era más grande cada vez. Seguía sacudiéndose, mientras mi vagina palpitaba por sentir algo que apague el inmenso calor que me quemaba por dentro. Me apretaba contra la pared, me olía y escupía las tetas y me machucaba la cola con una de sus manos. Hasta que casi sin un destello de nada, como si mi cuerpo le hubiese dado una descarga eléctrica, me apretujó con todo frotando su pubis, y se separó de mí, al instante, como con fastidio.
¡Ahí la tenés gordo, toda tuya! ¡Espero que no te deje preñada mi leche!, decía Hernán, mostrándome su pito que chorreaba una cosa viscosa, blanca y espesa. Enseguida se vistió, y se fue sin decir una palabra. Entonces, descubrí que Hernán me había bañado el pantalón con su semen, y, para colmo, el agujero de mi pantalón era un tajo que me llegaba hasta el culo. Quise gritar, pedir ayuda, o salir corriendo. Pero, Marcos ya me había alzado en sus brazos. Era mucho más fuerte que su pedante amigo. Me sentó arriba de unas bolsas de verdura y me encajó su pija en la boca.
¡Chupá zorrita, tomame la mamadera! ¡No sabés cómo me calentó tu olor, y tu culito!, me dijo, y luego, no volvió a hablar. Solo suspiraba cuando le lamía el pito, cuando se lo succionaba con torpeza, o le daba besitos. Encima, se puso como loco cuando estornudé contra su glande hinchado. Supongo que eso lo condujo a levantarme de nuevo, a llevarme contra la pared, y a sostenerme con sus manos de las piernas. De modo que yo lo abrazaba de la cintura, mientras su pija sí que pugnaba por entrar en mi vagina, a través del agujero de mi pantalón enlechado. Y, cuando menos lo esperé, un dolor intenso, desgarrador y agudo me llenó los pulmones, el cerebro y la boca de súplicas, al menos por unos segundos. Le dije que me dolía, lo insulté, y le pedí que me suelte. Pero enseguida no podía parar de abrirme, de pedirle que me muerda el cuello, que me chupe las tetas y que siga, que la quería más adentro, que quería ser su novia, y andá a saber cuántas pelotudeces más.
¿Por qué no tenías olor a caca nena? ¡Me hubiese gustado romperte el culo! ¡Pero, esa conchita, es re rica, y la tenés re calentita!, me decía, perforándome cada vez más, haciéndome sentir cómo se le ensanchaba, tomaba forma y energía, y me separaba más las piernas.
¡Callate loca, que nos van a escuchar! ¡Se van a enterar que te encanta la pija, y que por eso andás sin bombacha, por putita! ¿Te gusta que te apriete así? ¿Te calienta villerita sucia? ¡Ahora te la largo todaaaa, tomáaaaa, suciaaaaa, perritaaaaa!, empezó a decirme, cegado y ansioso, separándome las nalgas con las manos que me sostenían en lo alto, contra la pared. Es que, yo ya no podía controlar mis grititos de nena asustada, caliente y, se ve que re alzada. Y en ese momento, sentí como que la concha se me llenaba de algo caliente, que nadaba en mi interior. Me quemaba y me ardía, pero me encantaba sentir su pito adentro de mi concha.
¡Uuuuf, bueno, qué lindo guacha! ¡Ya está! ¡Espero que te vuelva a encontrar, así de putita nena! ¡Suerte!, me dijo mientras se arreglaba la ropa, y de repente, desapareció. Un silencio extraño me cubrió del pelo a los pies, y un olor a semen se mezclaba con el de mi perfume, mi transpiración y mis hormonas. El agujero de mi pantalón era todavía más ancho. Empezaba en el inicio de la raya de mi culo, y terminaba unos centímetros después del principio de mi vagina, donde enseguida advertí que, además del semen que me recorría poco a poco las piernas, había gotitas de sangre. ¡Ya no era virgen! Estaba feliz, pero al mismo tiempo triste. ¿Por qué se fueron así? ¿Todos los chicos hacían eso con las chicas? Y, en el fondo: ¿Me importaba eso verdaderamente? En el salón, me sentía más sabia que todas, mientras mi silla se empapaba de los hilitos de semen que me caían de la chuchi.
Claramente, después de ese año fatídico para mi madre, porque la directora le informó de una larga lista de faltas por mi parte, ella decidió cambiarme de colegio. Se enteró que les mostraba la cola a los chicos, que los tocaba, y que yo dejaba que me toquen, y que andaba a los besos con todos. Además de saber que toda la escuela tenía en claro que yo asistía sin ropa interior, y con los pantalones rajados, totalmente a propósito. Así que, muerta de vergüenza y escándalo, me envió a un secundario privado, en el que usé toda mi astucia para seducir a los chicos que quise. Ahí, era más lindo ir sin bombachita, porque usaba faldas, o jumpers. La pobre nunca supo que en infinidades de veces volví a casa con semen hasta en las tetas, y no solo de mis compañeros. Incluso hoy, que tengo novio, no me resisto a rodar por la vida sin bombacha. Me encanta estar disponible, abierta, sexy, dispuesta a que me vean tal cual soy. ¡Y, lo mejor de todo, es que él lo aprueba! Fin
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