Hacete el dormido

 

¡Pero, si hacía unos minutos que mi novia se había ido a trabajar! ¿O dos horas? ¿Tan rápido había pasado el tiempo? ¿Por qué no me sonó la alarma del celular? ¡No, seguro estaba soñando! ¡No era cierto lo que mis ojos veían, como si estuviesen en un lugar inalcanzable para mi cuerpo, o mis manos! ¡Pero todo era tan real!

No escuché la puerta de la habitación. ¿Acaso Mayra olvidó cerrarla? ¡Sí, era posible, porque siempre salía con los minutos contados! Por un trocito de cristal de la ventana, el que no llegaba a cubrir la cortina, se filtraba un rayo de sol perezoso. A lo lejos se oía el canto de los pájaros, a veces interrumpido por el motor de los autos que iban y venían. Algo le susurraba a mi cerebro que no articule ningún movimiento. ¡No debía mostrarme atento a ella! ¡Sí, a ella! No podía saber cuánto tiempo había estado allí, parada en el mismo lugar, a unos pasos de mi cama, intentando no hacer ruido. Por momentos daba la sensación que no respiraba. Tenía cara de dormida, y los ojos apacibles, levemente cerrados. Pero la expresión de sus labios era de una astucia mordaz. El pelo le caía despeinado a los costados del cuerpo, y tenía las tetas al aire. No había forma de no reparar en la erección de sus pezones. En un momento la vi pellizcarse uno, y estirarse el otro. ¿Por qué no le preguntaba qué carajos estaba haciendo acá? ¿Por qué no le saltaba encima? ¿Qué me impedía mover un músculo siquiera para hacerle saber que la estaba mirando? ¿Era consciente que andaba en tetas? ¿Ella también estaría soñando? ¡Tal vez, era sonámbula! ¡O yo, quizás yo entré en alguno de sus sueños!

Ella tampoco parecía encontrar palabras, o bien, no quería romper el silencio. En un momento se le escapó un suspiro, y supe que fue porque se apretó un pezón. Su cuerpo empezó a balancearse de una pierna a la otra, y de adelante hacia atrás, pero con una lentitud abrumadora. Era como si una sirena danzara en un colchón de hojas perennes. El olor de su piel recién amanecida me acariciaba las fosas nasales, y mi cuerpo comenzaba a perder la batalla. Moví un pie, involuntariamente. Pero ella no lo notó. Debía permanecer con los ojos cerrados, o al menos, evitar mirarla. Pero, no fue sencillo desde que la oí suspirar con los restos del aire que se le agolpaba en el pecho. La vi rozarse los labios con un dedo, tocarse la cara, sacudir el pelo, y dar unos pasitos en el lugar. Abrió las piernas un poquito más, se acarició las tetas desnudas, y luego introdujo uno de sus dedos en su boca. La vi meterlo y sacarlo con suavidad, sin despegárselo de los labios, y mirar hacia la ventana. Ahí descubrí que, todo lo que la vestía era una bombachita blanca con puntillitas, al parecer no tan nuevita. Sentí que mi pene daba una especie de saltito, el que a mi pubis le significó un estremecimiento mayúsculo. Todo lo que me cubría el cuerpo era una sábana, más una musculosa y el bóxer que traía puesto.

¿Por qué demonios tuve que hacerle caso a Mayra? ¡Si no me hubiese quedado a dormir esa noche, bueno, no sé si algo habría cambiado! Lo cierto es que, la noche anterior a esa mañana idílica, un aguacero azotó a la ciudad, y a mí me dio mucha fiaca volverme a casa en colectivo a la hora que más o menos el tiempo se recompuso. Eran las 2 de la mañana cuando mi novia me pidió que me quede a dormir. Encima, habíamos comido pastas, con dos botellas de vino.

¡Dale gordo, quedate, que no hay problema! ¡La gorda seguro ya se durmió! ¡Aparte, ya hablé con ella! ¡Me dijo que iba a tratar de ser buena con vos! ¡Pasa que, le cuesta un poco! ¿Viste? ¡Supongo que debe tener una mirada equivocada de los hombres, y por culpa de la relación que tiene con su padre, bueno, creerá que son todos iguales!, me explicó Mayra, mientras se me acurrucaba en los brazos. La gorda se llama Noelia, y es la única hija de Mayra. Tiene 16 años, un carácter fuerte, una fascinación inusual en una chica de su edad por el rock internacional de los 70’s, y poca voluntad para ponerse con las tareas escolares. Pero mucho más no sabía de ella, puesto que, en los dos años que llevamos de novios con Mayra, rara vez me habla, si no lo hago yo primero. Generalmente no me contesta si le pregunto cómo está. A veces su madre la regaña porque ni siquiera me saluda cuando llego, o me voy. Pero yo no le daba importancia a esos asuntos familiares. Digamos que, hasta aquel día, todo en lo que pensaba era en ser feliz con Mayra, en chaparnos y cogernos en todas las ocasiones que se nos presentara, y en seguir cogiéndonos. Ella, tampoco es que se preocupaba mucho para amigarme con su hija. Es más, podría decirse que, más allá que le daba todos los gustos, no participaba mucho de sus cosas.

Mayra es una mujer de 39 años, dueña de una sonrisa tan magnífica como sus tetotas, provocadora, cariñosa y muy puta en la cama. Trabaja para una oficina del estado, y gracias a eso no tiene mayores dificultades económicas. Su ex marido cumple con la mensualidad de su hija, y eso también ayuda a sostener los gustos que ambas se dan.

La gorda, Como Mayra suele llamar a Noelia cuando ambas están de buen humor, no tenía nada de gorda. Más bien unas tetas perfectas para su cinturita, y una cola bien parada, aunque chiquita. Recién ahora podía observar que su piel morena contrastaba con lo blanco de sus tetas. La veía moverlas de un lado al otro, y en un pequeño instante, se frotó el pubis con la mano derecha. Pude distinguir una húmeda aureola en su bombachita, en el mismo segundo que su mirada se encontraba con la erección de mi pija desesperada. Aún así, me afirmaba en la convicción de no hablarle, por más que la respiración comenzaba a convertirme el tórax en un acordeón. ¡Por suerte, era como si estuviese tocando una balada de los 80!

De pronto la vi bajarse y subirse la bombacha, tan rápido que no llegué a divisar su vagina. Pero mi pene se sintió sofocado por el elástico de mi bóxer, y una punzada insolente me atravesó los testículos. Mi cara debió de mostrarlo. Pero Noelia ahora caminaba como si reptara por el piso hasta llegar a la cama, donde finalmente se sentó. Su culito también cayó sobre el colchón como si fuese de peluche. Pero, luego, una de sus manos se refugió bajo la sábana que me cubría. Sentí sus dedos temblorosos buscando algo en la oscuridad, aunque todavía no me habían rozado siquiera. Mi pierna notaba que su cuerpito tiritaba sobre la cama, como si tuviera frío. Todavía creía prudente no decirle nada. Pero, cuando su mano saltó encima de mi pija, como una depredadora al acecho, no pude contenerme, y le susurré: ¿Qué hacés, chancha?

¡Shhh!, fue todo lo que me dijo, mientras su mano burlaba con facilidad al elástico de mi bóxer. De inmediato su manito tibia, sudorosa y ágil rodeó una parte de mi tronco, y después se deslizó hasta la base, y luego volvió hacia la punta. Ajustó sus dedos y los aflojó, repitiendo esto varias veces. Presionó mi glande, se humedeció los dedos con el jugo preseminal que también me mojaba el calzoncillo, y volvió a acariciarme la verga. No emitía sonido, más que el de su respiración, acaso ahora más pausada. No se me ocurrió qué decirle. Pero cuando quise retirarme la sábana de encima, ella me lo prohibió con un chistido, y con un apretón violento en el pito. Entonces, disfruté de las caricias que le dio a mis huevos, y del retorno de su mano a mi pene. Esta vez se ocupó de extraer mi glande del prepucio para juntarlo con su palma. Después sentí que formó un orificio en su mano con sus dedos, y empezó a moverlo sobre mi cabecita hinchada, como si fuese una pequeña vagina improvisada, la que de todas formas se colmaba de mis jugos previos. Entretanto, mis ojos se llenaban con sus tetas, las que de vez en cuando se acariciaba con la mano libre. Se mordía el labio inferior, y cuando sus dientes lo soltaban con inminente sensualidad, se lamía un dedo. Su manito ahora me apretaba la pija, la sacudía hacia los costados, volvía a atraparla para pajearme como ni yo era capaz de hacer con tanta calentura, y me la acariciaba con toda la humedad que afloraba de mí. En un momento, me había parecido que escupió algo. Fue un instante de distracción en el que cerré los ojos, justo cuando ella aceleraba sus movimientos sobre mi glande repleto de explosiones por concretar. Así que, abrí los ojos, y entonces la vi escupirse las tetas, tres veces. Hasta ahí pude con mi autocontrol. Ella permanecía apretándome la pija, haciendo ruiditos al masturbarme con una ligereza exasperante, moviéndose en la cama. Ignoro si llegó a tocarse la concha, o si le excitaba la fricción de la cama en el culo. Pero, en cuanto oí su cuarta escupida sobre sus tetas, y me la imaginé rozándose el agujero del culo contra mi pija, en el preciso segundo que un gemidito se le escapó de los labios, y su mano me agarraba y soltaba la pija, empecé a gruñir de una felicidad incalculable, a decirle no sé qué cosas, de las que seguro me arrepentiría si mi mente me las recordara, y a salpicarlo todo con un estallido de semen que, pareció deshidratarme los huevos para siempre. La sábana, mi bóxer y la mano de Noelia se fusionaron con mi descarga abundante, y ella tardó en volver a la realidad, acaso unos segundos más que yo. Cuando lo hizo, me subió el bóxer como estaba, me acarició el pene que latía como un maratonista amateur, y le regaló a mis ojos el arte de una profesional de la pornografía. Empezó a lamerse los dedos, uno a uno, y a saborear los restos de semen que le adornaban hasta el inicio de la muñeca, mientras cerraba los ojos, se apretaba la teta derecha, y se levantaba poco a poco de la cama. Ahora el olor de su piel expresaba todo lo que ardía en la soberanía de su ropa interior. Mi pierna notó de inmediato el vacío de su cuerpo sobre la cama, y el calor que había dejado su presencia. La vi arreglarse la bombacha y sacudir el pelo, una vez que sus pasos la condujeron a la puerta. Tenía la pija al palo de nuevo, el corazón en las sienes y la boca seca. Pero no quería café, ni tostadas, ni facturas.

¿A dónde vas? ¡Noelia, no podés irte así, después de lo que hiciste! ¿Por qué hiciste eso? ¡Decime algo al menos!, le rezongaba, intentando sentarme en la cama, aunque el cuerpo no terminaba de responderme.

¡Shhh, no digas nada! ¡Lo que pasó, nada, solo eso, pasó, y ya! ¡Sé que no le vas a decir a mi vieja, porque no te conviene!, me dijo, y salió de la habitación, envuelta en arrogancia, semi desnuda, y todavía oliéndose la mano con la que me obsequió un pedacito de cielo.

Eran las 10 de la mañana. La alarma del celular estaba desactivada. Pensé en tomar algo e irme a mi casa. De paso aprovecharía a poner a punto la moto de mi hermano. Tenía dos semanas de vacaciones por delante, pero no podía viajar a ningún lado. ¿Y ahora? ¿Cómo me enfrento a esa pendeja? ¿Y si me la cruzo en la cocina? ¿Será cierto que no le va a decir nada a su madre? ¿Cómo le permití que me hiciera la paja? ¿Por qué no supe detener la situación? Oía el traqueteo de los engranajes de mi cerebro mientras me vestía, aguzando el oído para ver si escuchaba su voz en la casa. Pero todo volvía al silencio habitual. Entonces caí en la cuenta que ella, Noelia, debía estar en la escuela. ¿Faltó para esto? ¿Lo habría planeado? ¿Fantaseaba tal vez con pajear a un tipo de casi 40 años? ¿Le habré parecido atractivo? ¡Basta! Me grité de golpe, arrancándome un mechón de pelo para reaccionar. Salí de la pieza, me hice un café, y me lo tomé viendo los anuncios de un noticiero en la tele, que estaba encendida y sin sonido. Llamé a Noelia, en parte para avisarle que ya me iba, y también para saber por dónde andaba. Pero no me respondió. Entonces, me tomé el tiempo para lavarme la cara en el baño, para ordenar un poco la cocina y darle de comer al gato de Mayra. Recién ahí se me dio por ir a la pieza de Noelia para saber si estaba. Pero me dije que era demasiado por ese día, y me dirigí a la puerta. Sin embargo, en el preciso instante en que mi mano se disponía a bajar el picaporte, Noelia aparece como un fantasma a mis espaldas, totalmente vestida como para ir a la escuela.

¡Pensé que estabas durmiendo, o que te habías ido! ¡Te llamé hace un rato! ¡Yo ya me voy!, le dije. Ella me miraba desafiante, y antes de hablarme se mordió el labio inferior.

¡Sí, te escuché! ¡Pero no siempre tengo ganas de contestar! ¡Ah, y yo también me voy! ¡Por suerte, hoy solo tengo historia!, me dijo sin moverse del lugar. A mí me costaba abrir la puerta, como si aquello necesitara de todo mi intelecto.

¡Mi vieja dice que tengo que ser buena con vos! ¡Obvio que no sos mi viejo, ni lo vas a ser! ¡Pero, ahora Correte, que me tengo que ir!, dijo apurando cada palabra, como si las hubiese meditado largamente. Yo me aparté de la puerta, y enseguida le ofrecí acompañarla a la parada del micro. Ella me dijo que no con la cabeza, y antes de perderse de vista se atrevió a soltarme: ¡Espero que te haya gustado lo que te hice!

A la noche de ese mismo día volví a quedarme en la casa de Mayra. Teníamos que aprovechar cuando había tiempo disponible para estar juntos. Además, esa noche nos íbamos a reunir con una pareja amiga.

¡Amor, Omar y Valentina me avisaron que no vienen! ¡Así que, vamos a poder hacernos mimitos, toda la noche! ¡No sabés las ganas que tengo que me cojas toda!, me decía mientras me mordía los labios, y yo jugueteaba con sus tetas, totalmente afuera de su corpiño. En ese momento se me vinieron a la cabeza las tetas de Noelia, y la pija me alertó de mi error con una estirada que me obligó a sentarme mejor en la cama. Esa noche ni siquiera cenamos. Sabíamos que Noelia caería de un momento a otro, ya que se había quedado en la casa de una amiga. Pero no nos importaba. Al menos, a Mayra le brotaban los gemidos y las palabras sucias como aguas de un río bravo, mientras yo bombeaba en su interior. Primero en cuatro patas, después contra uno de los roperos, más tarde sobre la silla de su escritorio, y luego ella sobre mí, ofreciéndome la lujuria de su conchita incendiada en una danza bestial. Entretanto, mi mente viajaba a la mañana, a la manito cochina de Noelia, a sus insinuaciones, al olor de su piel adolescente, a la furia rebelde de sus ojos negros y al vaivén de sus tetas cuando se las manoseaba. Al punto que, mientras Mayra me pedía la leche y me asfixiaba con sus tetas como dos planetas comestibles, estuve seguro de oír su voz en la cocina, diciendo que había llegado, y que tenía hambre. Cuando se lo comenté a Mayra, ella me dijo que no había escuchado nada, y seguimos cogiendo, desbocados y llenos de pasiones desgarradoras. Y el tiempo se nos fue de las manos. El silencio de la noche, el cansancio de nuestros músculos, el sudor que se nos acumulaba, el éxtasis de nuestros orgasmos y el eco en los oídos de tantos gemidos y jadeos, nos hizo dar cuenta de todo lo que necesitábamos. Yo tenía sed, hambre, sueño, un calor infernal, y un dolor de cintura que poco a poco fue menguando. Mayra, además de todo eso, unas ganas de fumar tan inmensas como las de hacer pis. Así que, mientras yo ordenaba un poco el caos de la habitación, ella se puso una bombacha para ir a la cocina en busca de algo para comer y beber. Aunque primero pasaría por el baño. Al ratito nomás, empecé a escuchar una discusión de dos voces superpuestas, cada vez más agudas y encolerizadas. No entendía nada de lo que decían. Pero Noelia le insinuó que un día de estos se iría a la mierda de la casa. Cuando Mayra volvió con dos cervezas y unos sándwich, me dijo que prefería no hablarme de sus temas con Noelia, para no aburrirme o agobiarme, y nos metimos en la cama. Comimos, bebimos, ella fumó un cigarrillo, y yo revisé mi Whatsapp. Nos empezamos a tocar y volvimos a coger, aunque esta vez fue más tranqui, y entre las sábanas. Mayra, al otro día tenía que ir al trabajo, y ya eran las 3 de la madrugada.

La mañana siguiente me despertó casi que sin desearlo del todo, y el mismo trocito de cristal en la ventana me indicaba que el calor no tendría piedad de los mortales. Recordé el beso que Mayra me dejó en la mejilla antes de irse. Aunque no pude rememorar lo que me dijo. Miré hacia la puerta, y no tardé en volver a caer en el ensueño más absoluto. ¿O en la locura más retorcida? ¿O acaso, esta vez había llegado el momento de ponerle fin a tantos desatinos?

Noelia estaba parada en el mismo lugar que la mañana anterior. Era como si hubiese contado exactamente las baldosas para no perder sus propias huellas. Estaba descalza, en tetas, con el pelo atado en una cola, y esta vez con una bombacha verde. Ahora parecía que temblaba un poco. La vi lamerse un dedo, y pronto llevar ambas manos hacia atrás. Tal vez se acariciaba las nalgas. Pero, luego empezó a subirse y bajarse la bombacha con suavidad. Ahora estaba de costado a mi panorámica visión, por lo que se me dificultó visualizar su conchita. No sabía si hablarle, si moverme, o si llamarle la atención de algún modo. ¡Debía hacerlo! ¡Lo que se proponía, lo que fuera que sea, estaba mal! Ella me sonrió, aunque yo simulaba dormir. Juntó sus tetas en el medio del pecho y se las frotó, sin importarle que se le escapen algunos suspiros. Esta vez tardó menos en sentarse en la cama. Incluso, hasta me pareció que pesaba menos que el día anterior. Pero, cuando abrí los ojos para verla, solo había apoyado ambos codos en el colchón, a poca distancia de la erección de mi pija que crecía bajo mi sábana. Ahora su cabeza era una luna castaña que dejaba caer su cabellera sobre mi cuerpo. No podía creer lo que se disponía a realizar. Y, sin más, cuando mi lengua hizo contacto con mi paladar para advertirle algo, por estúpido que suene, pero algo para detenerla, sentí cómo su rostro empezaba a frotarse lenta y suavemente contra mi bulto. La sábana se deslizaba por mis piernas, y mi glande sentía la humedad de mi calzoncillo por todos los jugos que emanaban de mis sentidos alterados. De golpe sentí que su boca, a través de la sábana atrapaba la puntita de mi glande, y que sus dientes lo rozaban.

¡Pará nena! ¿No te alcanzó con lo de ayer?, le dije, pensando que había sonado más autoritario.

¡Shhh! ¡Vos dormí, o hacete el dormido!, me dijo, ahogando sus palabras contra la punta de mi pija, la que ya había transgredido a la tela de mi bóxer. Ahora solo la sábana la separaba del fuego de su boca, el que ya podía percibir como un torbellino de llamas doradas, ardientes y cegadoras.

¡Pero, Noe, esto, tenemos que parar!, insistí, tratando de separarle la cabeza de mi cuerpo, aunque eso me costaba toda la sinceridad del mundo.

¡Dormite, que yo me ocupo de prepararme la lechita sola! ¿O ayer se la diste toda a mi mami? ¿No te quedó nada para mí? ¡Yo, todavía no tomé la leche!, dijo adoptando una vocecita infantil poco convincente. Y, de repente se apartó de mi cuerpo para hundir ambas manos adentro de la sábana. Me corrió el bóxer con apremio hacia las rodillas, y empezó a manipular mi pija con ambas manos, acelerando el ritmo, presionando, subiendo y bajando el cuero, o sacudiéndola con una para pegarse en la otra. En un momento se escupió la mano derecha y se la frotó con la otra para volver a la tarea de pajearme. No sabía si podría resistirlo tanto tiempo como la mañana anterior. Quería arrebatarme y meterle mano a sus tetas, tirarla en la cama luego de levantarme y llenarle la conchita de verga, hasta que me pida por favor que pare, o que la rompa toda, que la parta al medio y la deje así, toda rota en la cama de su mami. Pero su cuerpo me quedaba a años luz de distancia. Mi pene seguía ladrando, hinchándose y vertiendo jugos seminales entre sus manos babeadas, cuando sentí un pinchazo en los huevos que me advertía lo que se me avecinaba. Pero entonces, ella me arrancó el tacto de sus manos, se las limpió en la sábana y se acurrucó en el suelo. ¡Nunca imaginé que haría eso! De golpe saltó encima de la cama, con todo el cuidado de no triturarme las piernas. Su pelo electrizado por su propia calentura la asemejaba a una gata salvaje. Me pidió que abra las piernas, y entonces perdí la visión de sus tetas, porque decidió sentarse sobre mi pija, dándome la espalda. Empezó a moverse suavecito, a suspirar y decir cosas que no podía comprender. Luego arqueó un poco la columna, y su culito empezó a deslizarse a lo largo de mi verga, y a moverse hacia los costados. Percibí algunos golpecitos, los que supuse que ella misma se daba en la concha por la forma en la que se le estremecía la piel. Ahora su olor me inundaba la sangre, penetraba mis neuronas y me desordenaba la consciencia. Yo también gemía, aunque no se me ocurría qué decirle. Y mucho menos cuando, poco a poco su espalda se enderezaba, y sus caderas colaboraron para que empiece a dar saltitos contra mi pija. Su culito era firme y carnoso, pese a ser pequeño, y a juzgar por el sonido de su boca, ya no podía controlar la cantidad de saliva que producían sus glándulas.

¡Basta nena, bajate!, le dije en un intento de recobrar la compostura.

¿Bajate? ¡Si no querés que me baje! ¡Dale, haceme gritar! ¡Dame así, que me gusta! ¡Haceme gritar como a mi vieja! ¿Te la re cogiste anoche? ¡Aaaay, la tenés re dura! ¡Seguro a ella la pone re puta saber que se te pone así! ¿Y te la chupa bien? ¡Cómo me gustaría gritar como ella!, empezó a decir mientras saltaba más rapidito, ganando mayor altura y precisión, y fregándose entera, desde la espalda hasta un poquito más del inicio de sus muslos, cada vez que se tomaba un descanso de sus sentadillas.

¿Así que nos escuchaste? ¡Perdón, fue sin querer! ¡Pero, esto, nena, estás re chapa vos!, le dije, sintiendo que la leche en cualquier momento me desangraría los testículos. Ahora sus saltitos eran más veloces, y los golpecitos de sus manos a su sexo, más urgentes. Para colmo, de a ratos se abría los cachetes del culo, y la bombacha se le perdía entre ellos, liberando la fragancia de sus hormonas endemoniadas.

¡No me pidas perdón! ¡La próxima, cojan cuando yo no estoy de última! ¡O esperen a que me duerma! ¡Igual, me re cabe escuchar gemir a mi vieja! ¡Se pone re putita cuando te la cogés! ¡Síiii, asíii, haceme gritaaaaaarrrrr! ¡Además, te vi cómo me miraste las tetas! ¿Te gustan las tetas de mi mami? ¡Ah, y yo no soy ninguna nena! ¿Sabés? ¡Tengo 16 años, pero no uso pañales! ¡Yo también soy una, una nena tetona!, me decía, entre otras cosas que a mí, ya me resultaban inconexas. Es que, la euforia con la que me ponía al tanto de todo, me acusaba, manipulaba mi moral, o me seducía con esa forma tan sarcástica, me habían llevado a la gloria, y mi semen empezaba a dispararse a borbotones de lava de mi pija enfierrada como nunca. Ella seguía saltando, y mi verga expulsaba más balas, más emociones y vanidades. Entonces noté que la sábana se había caído al suelo hecha un fardo inservible, que mi pija estaba totalmente al descubierto, y que Noelia había recibido mis ofrendas seminales, tal vez sin pronosticarlo. Apenas se apartó de mi cuerpo impregnado de su ferocidad, la vi con semen en las piernas, la espalda, en los cachetitos de su cola y en la bombacha.

¡Mejor, me voy, me voy a cambiar! ¿Sabés? ¡Porque, digo, si, cuando llegue mi vieja, porque, bue, hoy viene más temprano! ¿Te dijo? ¡Me cambio, para que no, así no tenga olor a lechita cuando llegue! ¡Me ensuciaste toda! ¡No sé si lo notaste!, me dijo tartamudeando, agitada, con la piel tan brillante como el fulgor de su mirada, con el pelo enredado y las piernas vencidas. Tenía la cola colorada de tantos impactos contra mi pubis, y los hilos de semen ya le llegaban a la parte trasera de las rodillas. Se fue sin prevenírselo a mi cerebro, mientras su perfume, la estela de su aliento juvenil y sus roces flotaban en el techo de la habitación. Esa mañana me costó un poco más de esfuerzo levantarme, ordenarlo todo y desayunar en la cocina. Esta vez Noelia había faltado al colegio porque su madre la necesitaba en casa. Suponía que yo no iba a estar durante la mañana. Había que recibir un cargamento de materiales, ya que estaba construyendo un baño nuevo, un lavadero y otra habitación.

El mediodía llegó tan pronto que, cuando pensaba en irme a lo de mis viejos, Mayra irrumpió en la cocina. Le dije que me había quedado dormido, que Noelia se hizo cargo del pedido en el corralón, que pedí unas pizzas, y le entregué todas las facturas de los servicios por pagar que llegaron al buzón. Mayra estaba de malhumor con su jefa, y con un dolor de cabeza terrible. Así que, luego de comer, de intentar resolver con Noelia de una forma pacífica el tema del orden de su habitación, y de jugar un ratito con su gato, decidió recostarse. Yo la acompañé, y fui testigo de su ingesta de una pastilla para dormir. Me dijo que me quede tranquilo, que no las consume siempre. Pero que necesita dormir, desconectar la mente y no soñar con nada. Solo dormir. ¡Ni siquiera se dio cuenta de lo ordenado que había dejado la pieza!

Apenas se sumergió en un sueño que la hacía roncar sin mesura ni compasión de mis oídos, empecé a sentirme extraño. Tenía la pija parada. Quería cogérmela, así como estaba, en tanga y con el culito para arriba. ¿Pero, quería coger con ella? ¿O necesitaba chupar esas tetitas de nena que me habían atormentado por la mañana? ¿Quería treparme al cuerpo de mi novia? ¿O sentir el contacto de esas manitos de uñas largas en mi pija? ¿O el jueguito de sus dientes a través de la sábana? ¡No! Solo debía calmarme un poco, y tratar de dormir a su lado. Tenía que acompañarla. Ella, mi novia era quien no se sentía bien. Y de repente, mi lengua experimentó una sed incomprensible. A eso se le sumó la erección de mi pene, y una sensación de humedad en la tela de mi bóxer. ¿O sería que no paraba de pensar en esa pendeja? ¿Qué estaría haciendo ahora? ¡Ordenando su cuarto, desde luego que no! ¿Por qué justo hoy le haría caso a su madre?

Entonces, cuando el cuerpo de Mayra yacía inerte en la cama, sus células no advertían mi compañía, su perfume se desvanecía entre ronquidos imperfectos, y su mano ya no apretaba la mía, decidí ir a la cocina por un vaso de agua fresca, o lo que hubiese en la heladera. Todo estaba en silencio, salvo por algún auto que pasaba por la calle. El gato miraba por uno de los ventanales del living. Mis pies apenas sostenían el peso de mi cuerpo, todavía confuso por el recuerdo del aroma de esa nena atrevida. Me serví un vaso de jugo de manzana, y me lo liquidé en un par de sorbos. Pensé en buscar alguna peli en la tele, o en ordenar un poco la cocina. Sin emparvo, opté por ir al baño a lavarme un poco la cara, como si de esa manera pudiese ahuyentar los pensamientos de Noelia. Pero, cuando estuve a unos pasos de la puerta del baño, comprobé que la del cuarto de la pibita estaba tan abierta como un amanecer, y, casi sin esforzarme, pude ver que ella, la nena de las manos cochinas, dormía plácidamente en su cama, destapada, culito para arriba, con la cara hacia su lado izquierdo, el pelo suelto y una bombacha azul de marca. No me permití dudar. El fuego de mi rostro podía esperar. Valía la pena correr el riesgo, entrar en su cuarto, solo para verla dormir. ¿Pero, estaría dormida? ¡Bueno, de última, ella había empezado! ¿Empezado? ¡Pero es la hija de tu novia! ¡Es verdad, pero, ella, andaba buscando su desayuno! ¿Y si Mayra se despertaba? ¡No, eso, descartado! ¡Con la pepa que se clavó, seguro no se despierta ni con un terremoto! ¿Y si ella se ponía a gritar? ¿Si se escandalizaba, y me ponía en ridículo? ¿Y si, me pedía que le rompa la conchita? ¡Bueno, de última, podía decirle que su madre me mandó a ver si había ordenado su cuarto! ¡Qué excusa pelotuda!

Para cuando pude silenciar a las voces de mi aturdimiento, ya tenía las piernas pegadas a su cama de sábanas mal puestas, y una de mis manos luchaba para no amasarle el culo. La oía respirar, y por un momento me pareció verla sonreír. Me toqué la pija, y reparé en que no eran solo sensaciones mías. La tenía tan  dura y agarrotada que, cuando me rozaba el tronco percibía un pequeño dolor que se mezclaba con un intenso placer. Estiré una mano, y le toqué el culo. Fue una caricia que comenzó en una de sus nalgas, siguió por la otra y llegó a sus muslos, para luego regresar a esa tersura suave, tibia y carnosa. La bombacha que tenía era tan suave como su piel, y el elástico estaba un poquito vencido, por lo que, en medio de mis caricias cada vez más arraigadas a su contorno, se le iba bajando poco a poco. Me agaché con todo el temor zumbando en mis ansiedades, y estuve a un palmo de morderle la cola. Pero en lugar de eso, atrapé el elástico de su bombacha con los dientes, y tironeé de él hacia arriba, para que esa tela pulcra se pierda en el canal que atesoraban sus nalgas. En el mismo momento, casi sin proponérmelo me bajé el short y el calzoncillo, perplejo y asustado, pero sin poder pensar en otra cosa que en darle mi leche a esa beba inconsciente, semi desnuda y mal educada. Entonces, junté mi nariz al inicio de su zanjita sin un rastro de vello, y olisqueé como un desesperado, ya sin importarme si la despertaba. Pero, los huevos empezaban a reclamarme un guiño de piedad, del que mi pija también se hacía eco. Me incorporé, y le toqué el culo con la punta de la chota. Incluso me pajeé unos segundos contra esa piel deliciosa, mojándosela con los líquidos que me brotaban del glande. Ahí percibí que Noelia movía los pies, y que sus deditos se retorcían con un estremecimiento que ya no podía controlar. Quise preguntarle si verdaderamente estaba dormida. Pero, en lugar de eso caminé en silencio hasta donde reposaba su cabeza. Le toqué los labios con un dedo, y le acaricié el pelo. Le toqué la nariz con la otra mano, con la que ya me había acogotado un par de veces la verga, y le abrí la boca. Ella no se resistía. Pero eso no era prueba de que estuviese durmiendo. Bien podría estar fingiendo. Y, de pronto, sin pensarlo, acerqué la punta de mi pija a su boca. Quise agarrarla del pelo y encajársela de prepo, cogerle la garganta hasta que me la babee toda. ¡Tenía que arrancarme esta calentura del corazón, antes de sucumbir a un infarto seminal! Así que, primero se la deslicé por la mejilla que tenía expuesta, y luego por el mentón. Le rocé la frente, se la enredé en un trocito de su melena castaña deshecha, y ya sin poder soportarlo más, se la apoyé en los labios, murmurándole con mi voz auténtica: ¡Tomá la lechita bebé, tomala toda, que está calentita, como sé que a las nenitas como vos les gusta!

Ella me escuchó, y abrió la boca. ¡Sí, me escuchó, y empezó a darle lengüetazos a mi pija! Yo, comencé a temblar, a sentir que el suelo vibraba bajo las plantas de mis pies, a mover las manos sin saber para qué, y a transpirar inconsciencia, testosterona y felicidad.

¿Te gustó el olor de mi culito? ¿Por qué no me mordiste la cola? ¡ME vuelve loca que me muerdan la cola, y las tetas! ¿Sabías? ¡Y, que me arranquen la bombacha con los dientes! ¡Y, también cuando me dan pijazos en la cola! ¡Y en la boca! ¡Y, cuando me pasan la pija por toda la carita, eso, me re calienta!, dijo cuando yo le quité mi pija de la boca para permitirle respirar un sorbo de aire fresco. El sonido de sus palabras tan despiertas y despiadadas como siempre, me dieron a entender que la Bella Durmiente no era más que una actriz de bajo presupuesto.

¡Shhh, callate la boca bebé, y seguí mamando, que te encanta tragar lechita! ¡Hacete la dormida pendejita, que si me la mamás bien, te vas a ahogar con mi lechita! ¿La querés? ¿Querés leche pendeja? ¿Así que te gusta hacerte la dormida, para que te manoseen? ¡Así, abrí la boquita nena!, le decía, tomando nuevamente posición del fuego de su boca, del calor de su saliva que ya le empapaba la almohada, y del tacto sedoso de su lengua. Pronto, todo lo que se oía en el cuarto eran sus chupadas, sus arcadas y succiones, mis jadeos reprimidos, “Por si las dudas”, algunos eructos que se le escapaban cuando le privaba por un ratito la fiereza de mi pija guerrera, y los latidos de mi corazón. También, en otros momentos, el sonido hueco de mi pija contra su boca abierta, ya que, ella me pedía con su misma voz de nena rebelde: ¡Pegame en la boca con esta pija, cacheteame la cara, y rompeme la boca a pijazos!

En otros instantes, se oía el estrépito de mis chirlos nerviosos contra su cola, los que ella también me reclamó. Y, cuando acomodó todo su cuerpo de costado, se oyó durante unos minutos gloriosos la fricción de mi pija contra sus tetas. Ella misma se sirvió de ella una vez que me la ensalivó toda. Se recostó bien pegada a la orilla de su cama y la ubicó en el centro de sus tetas para pajearme bien, presionando mi tronco y jugando con mi glande como si se tratara de un cargamento de dinamita. Ahí fue cuando escuché algunos gemiditos de sus cuerdas vocales, ya que, generalmente no emitía sonidos. Pero, luego su boca se apropiaba de mis testículos para besuquearlos y morderlos; y de nuevo se introducía toda mi pija para comérsela con una voracidad de otro mundo. En alguno de esos momentos, Noelia separó las piernas y empezó a darse golpecitos para nada amables en la vagina. Ahí descubrí que mis piernas recibían gotitas de todo lo que salpicaba de su interior, y se me ocurrió brindarle mis dedos. Pero solo pude rozarle la faz de su vagina por encima de la bombacha. En ese preciso momento, su boca me regalaba un torbellino de lamidas y euforias, su lengua recorría la parte interior del cuero de mi pija, y su manito sucia presionaba la base de mi tronco. Seguro que sus dedos sensibles adivinaban que mi leche pugnaba por estallar, y ya nada podría retenerla. Ella cerró las piernas con mi mano fundida contra su conchita, y al mismo tiempo que un jadeo animal me estrangulaba la garganta, a la misma vez que sus piernas me trituraban la mano y sus ojos chispeaban de regocijo, una catarata de semen abandonaba mi cuerpo para siempre, bañándole la cara, manchando su sábana y haciéndole un pegote despiadado en el flequillo. Su garganta sonó como el canto de un gargarismo de sirenas, y de pronto su voz susurró: ¡Síii, lechita para míiii, qué ricoooo, síiii, y encima me re mojéeeeeeé!

Mi pene seguía coloreándole las mejillas y los labios, y su lengua se esforzaba por reunir todas las gotitas que pudiera para saborearla. Y de pronto fui consciente del dolor de mi mano apresada entre sus piernas, las que ya no presionaba. También de la humedad que unía mis dedos. ¡Esa chiquita se había acabado encima, solo chupándome la pija! ¿O se habría meado encima? ¿Cómo era posible que sea tan puta? ¿Estaría esperando este momento?

Su mano todavía subía y bajaba el cuero de mi pija para sacarme hasta el último aliento de semen, mientras se volvía flácido, sin fuerzas y tan frágil como un gorrión. En sus ojos ardía un incendio renovado, y en su mente, un enigma que no era capaz de descifrar. Los ruidos de la casa volvían poco a poco en sí, y el olor a sexo de esa nena me cacheteaba la cara. Ahora la veía boca arriba, con las tetas transpiradas, la bombacha mojada y la cara bañada en semen. Su boca tenía una mueca difícil de diagnosticar. Pero sonreía, me miraba la boca, y me indicaba la puerta.

¿No escuchás que mi vieja te llama? ¡Dale, subite la ropa, y limpiate la mano! ¡O lavate en el baño! ¡Así no se entera, o descubre que tenés mi olor en la mano! ¡Dale, andate papi!, me dijo al fin, mucho más atenta que yo al llamado de mi novia.

¡Vení gordo, que tu mamá te llama al celu! ¿Dónde estás? ¡Dale gordo, que, parece que es urgente!, me decía Mayra, con la voz adormilada por los efectos de las pastillas, pero decidida a no renunciar a tenerme cerca. ¿Habría sospechado algo? Y, entonces, como yo no me moví del lugar, más que nada por la parálisis y el shock de todo lo que había vivido, Noelia se sacó la bombacha y me la tiró, diciéndome: ¡Dale che, andá, que mi mami te llama! ¡A lo mejor, ella quiere la leche también! ¡O, por ahí, ella quiere tirarte la bombacha!       Fin

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Comentarios

  1. Rara y descontrolada la trolita pero una experiencia envidiable la que vivió el fulano este, muy detalladamente contada. Gracias por alimentar mi libido, una vez más (mientras disfruto del covid!!)

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  2. Una experiencia rara, pero una nena juguetona y con ganas de pasarlo rico como se nota que le gusta. Ambar, tu literatura me pone la mente a viajar y solo vos podés lograr esas cosas. seguí así que es hermoso todo lo que escribís.

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