Olor a puta

 

Los estaba buscando por toda la casa. Eran las 3 de la madrugada, y el baile familiar se había desatado en el patio de la casona de mis tíos, donde recibíamos el año nuevo. Todos contentos, sin barbijos, vacunados y felices de volver a estar todos juntos otra vez. Pero no veía a mi viejo por ningún lado, y mi hermana, se supone que había ido a buscar unos zapatos más cómodos a la pieza de la tía. No sé por qué siempre se pone esos tacos altos para después quejarse que no puede bailar con ellos. Además, según mi madre, Lucía se había doblado el tobillo.

¡Fijate si necesita algo, o si anda dolorida en la pieza de la tía! ¡Siempre hace lo mismo! ¡Nunca se controla cuando toma!, me había dicho mi vieja mientras me empujaba para ponerme en marcha, sin importarle que yo quisiera un trozo más de budín con chocolate. Sabiendo que, en esas circunstancias es mejor no discutir, entré al sofocante calor de la casa, y empecé a buscarlos. No podía gritar sus nombres, porque había bebés durmiendo, y sus progenitoras no me perdonarían semejante descuido. Abrí la puerta de la pieza de los abuelos, que vivían allí desde que ellos decidieron vender la propiedad que tenían en Comodoro Rivadavia. La cama estaba abarrotada de ropa, paraguas y carteras. Probé con la de mi prima Natalia. Ahí solo había dos cunas con sus respectivos niños, durmiendo increíblemente, a pesar del retumbe de los graves de la música que provenía del patio.

Me fijé en el primero de los baños, y nada. Abrí la pieza de mis tíos, y atisbé los tacazos que Lucía llevaba puestos, antes de verla por última vez. Pero no había nadie allí. En la cocina mi primo Germán llenaba una hielera con latitas de cervezas. Me dijo que no había visto a Lucía, pero que mi viejo le dijo que necesitaba recostarse un rato, porque, al parecer le había subido un poco la presión. Germán no era hermano de Natalia, pero siempre tenía el consentimiento de mis tíos para servirse solo en esa casa. Entonces, apenas me quedé solo, fui al pequeño estudio del tío. Vi un bulto en la oscuridad, sobre uno de los sillones que se situaba junto a la ventana. Encendí la luz con precaución, y mi viejo levantó la cabeza, automáticamente.

¿Viejo, estás bien? ¡Germán me dijo que, que te bajó la presión!, le dije, acercándome para darle una mano si lo necesitaba. Inmediatamente supe que se había refugiado allí por el fresco del aire acondicionado. Era el único cuarto que lo poseía.

¡Estoy bien hijo! ¡No te preocupes! ¡Apenas me sienta un poco mejor, vuelvo a la fiesta! , me dijo con parsimonia, antes de entregarse a un bostezo inevitable.

¿No viste a la Lu? ¡Mami dice que se dobló un tobillo!, le pregunté.

¡No, ni idea! ¡A lo mejor, está en el baño!, sugirió, como sin darle importancia. Le apagué la luz y lo dejé descansar, reiterándole que avise si se sentía mal. Cerré la puerta, miré las escaleras que conducían a otras habitaciones, y me animé a subir. El calor ascendía junto a mis pasos sordos, ya que los escalones estaban alfombrados. La puerta del baño estaba abierta, y con la luz encendida. De modo que, resultó obvio que estaba vacío. Apagué la luz y cerré la puerta. Me fijé en la puerta de Tomás, el hermano de Nati, ¡Y entonces la encontré! ¿Era posible que mi hermana fuese ella? Pensé que el exceso de sidras y cervezas me jugaban una mala pasada. ¿Pero, tanto podía alucinar? Mi hermana estaba sentada arriba de las piernas de mi tío Mario, el papá de Germán; descalza, con una bombacha roja colgándole del tobillo, con una teta afuera del vestidito, el pelo suelto, y con una latita de cerveza en la mano, la que se llevaba a los labios con gestos de una extraña fascinación. Me paralicé, al punto que me costó abrir la boca para decirles algo. Pero cuando logré hacerlo, apenas balbuceé un tímido: ¿Ustedes? ¿Qué hacés Lucía? ¿Y vos, vos sos el tío?

¡Así nena, movete un poquito más! ¡Mimoseame bien el pedazo con ese culito hermoso!, dijo mi tío, ignorándome por completo. Su voz me confirmó que era él, casi tanto como sus posteriores toses a causa de su adicción al tabaco. Pero jamás lo había escuchado con esa voz de viejo verde. Sabía que gritar no era una opción. Lucía no parecía forzada a nada, y eso me desconcertó aún más.

¿Qué hacés ahí boludito? ¡Cerrá la puerta, y callate! ¡A lo mejor, la gauchita de tu hermana te quiere invitar a la fiestita! ¿O no? ¿Vos qué decís chiquita?, dijo mi tío, zarandeándole la teta desnuda a Lucía, la que posteriormente se llevó a la boca. La succión que le dio hizo gemir a mi hermana, y me arrancó un escalofrío que consiguió dominarme por completo. Al punto que cerré la puerta y encendí la luz, decidido a no delatarlos, y tal vez, a mirar con absoluto desparpajo lo que hacían esos descarados.

¡Basta tío, y cogeme de una vez! ¡Sabés que siempre esperé que me cojas toda! ¡Y no me digas chiquita, que no soy ninguna nena!, expresó mi hermana con la voz tan melosa y jadeante que, me costó reconocerla. Mi tío le cruzó las piernas un momento, como si fuese una marioneta, y Lucía empezó a fregar su culo en lo que, mi mente se imaginaba sería una pija al palo, dispuesta a penetrarla toda. Los movimientos eran cada vez más rápidos, y las estiradas de mi tío a los pezones de mi hermana la hacían chillar con más entusiasmo.

¡Para mí siempre vas a ser la chiquita del tío! ¡Y, que yo sepa, tenés 18 añitos bebé! ¡Para un tipo de 55, como yo, vos sos una chiquita revoltosa! ¡Aaah, pero eso sí! ¡Una chiquita a la que le gusta provocar! ¡No sabés Dieguito! ¡Tu hermanita anduvo toda la noche mostrándome el culo, cada vez que pasaba por al lado mío! ¡Me ponía estas gomas en la espalda mientras hacía el asado, y ella me llevaba cervezas! ¡Y, cuando le ofrecí un choricito para que pruebe, después de soplarlo, porque estaba re caliente, la muy zorra empezó a pasarle la lengüita! ¡Lo lamía y lo olía, mientras me decía: ¿Te imaginás que te haga esto tío?! ¡Decí que estábamos solos en ese omento! ¡Bah, igual, no creo que te hubiese importado mucho! ¿Eeee, Lucía? ¡Dale nenita, seguí frotándote así, como una gatita! ¡Ponémela bien dura, que me volvés loco! ¡Me encanta tu perfume chiquita! ¿A vos no te gusta Dieguito? ¿A qué nunca le miraste las tetas, o el culo? ¡Si me decís que no, perdoname, pero no puedo creerte un carajo!, recitó mi tío de un tirón, y luego me exasperó una carcajada casi diabólica, mientras le metía con un dedo en la boca a Lucía, y se apropiaba de la latita de cerveza para dársela de beber él mismo. Ese era el tipo de carcajadas que usaba para ironizar a sus hermanos cuando discutían sobre un tema particularmente polémico.

¿Qué mierda les pasa a ustedes? ¿Y a vos, hijo de puta? ¿Cómo le vas a hacer esto a mi hermana? ¿No te da vergüenza?, le grité a mi tío, acercándome de a poco a la cama. Es que, sentía los pies como de plomo. ¿Sería por la bronca? ¿Por la impotencia que me quemaba la garganta? ¿O, era por la erección que no podía soslayar de ninguna forma? ¿Por qué se me había parado la pija en ese momento, precisamente?

¿No escuchaste lo que te conté hijo? ¡Ella me buscó, todo el tiempo! ¡Y no solo hoy! ¡Hace días que me viene tirando el filo de que quiere acostarse conmigo! ¡Hasta me manda fotitos por Whatsapp! ¡Fotos de sus tetas, de su culo entangado, o de su boquita tirándome piquitos! ¿O no bebé? ¡Decile a tu hermano! ¡Contale cómo fueron las cosas! ¡Para que no se crea que sos una chica inocente!, le decía el muy cínico, mientras le derramaba casi todo lo que quedaba de cerveza en la lata sobre su vestido, en el escote.

¡Ups! ¡Me parece que te mojaste toda bebota! ¡Eso, por no tomarte toda la cervecita! ¡Espero que, no te pase lo mismo con la lechita!, le decía mi tío, desabrochándole por completo el vestido, desde atrás, liberándole al fin las dos tetas, tan imponentes como se las conocía. El corpiño ya reposaba en el suelo, a pocos centímetros de ellos. Lucía se reía como tonta de sus ocurrencias, y le juraba que no le pasaría lo mismo, ahora saltando suavecito sobre sus piernas. Su bombacha roja todavía flameaba como una banderita enlazada a su tobillo.

¡No tío, obvio que no! ¡Ya vas a ver, que no se me va a escapar ni una gotita! ¡Uuuy, pero, por acá, me parece que ya la siento durita, y parada! ¡No me hagas desear tanto, malo! ¡Es muy feo que te dejen con las ganas! ¡Fea la actitud tío!, le tintineaba Lucía, mordiéndose los labios, ascendiendo y descendiendo con sus caderas por las piernas del tío, acaso para palpar con ese culo espléndido la virilidad de su verga. Entonces, el tío la dio vueltas. De modo que ahora sus pubis podían rozarse apenas, y las piernas de mi hermana extenderse sobre la cama. En esa posición, Mario empezó a lamerle y olerle las tetas, a succionarle los pezones, y a gruñirle cosas inteligibles, mientras su saliva comenzaba a brillar en la piel morena de mi hermana. Ella le desprendía la camisa, le arrancaba algunos pelos del pecho, cosa que le molestaba al tío, y seguía escogiendo sus dedos para chupárselos. Eso al tío le confería unos suspiros que parecían casi guturales, y lo condenaba a seguir alimentándose de las tetas de Lucía. Se las mordía, y luego se las pasaba por su arruinada cara repleta de barba canosa, repitiéndole: ¡Dame teta nena, dale esas tetitas al tío, asíii, dame, que tengo hambre de estas gomas de pendejita caliente!  Por momentos, parecía que intentaba introducirse esos pezones mordisqueados en la nariz. Para colmo, en un pequeño segundo, justo antes que el tío consiguiera darla vuelta por completo, pude ver, sin llegar a mirarle la vagina, que el interior de sus piernas relucía brillante por los hilos de flujo que seguro se acumulaban en ella. Enseguida Lucía comenzó a hundir el culo hacia adentro de la cama, para calmar el fuego de su conchita con lo que el tío tuviera listo para ella. Pero él le dijo: ¡Esperá pendejita, pará un cachito nena! ¡Primero, bajate, que, al menos me tengo que sacar el pantalón! ¿No te parece?

Lucía se deslizó de las piernas de mi tío, y en breve su espalda se cubrió de su larga y lacia melena castaña. ¡La última vez que la vi desnuda, fue cuando ella tenía 12, y yo 16! Y, aquello fue por un accidente. Pero ahora, no había ni rastros de la nena temerosa y llena de pudores, que no sabía cómo cubrirse de mis ojos, cuando mi madre me envió a despertarla, y para su desilusión, la encontré levantándose de su siesta, apenas con una bombachita azul que no le cubría la cola por completo. Ya en esos tiempos mi hermana era bastante culona para su edad. Entonces, de nuevo en la realidad, mi tío se bajaba una bermuda de marca híper vistosa, y le indicaba mediante señas a mi hermana que se arrodille. Ella, antes de hacerlo casi se resbala al pisar su bombacha roja, y él se le rió.

¡Dale nena, sacate eso, y agachate, que ya tengo la mema calentita para vos! ¡Y, si querés, tirásela a tu hermanito! ¡Seguro se mató a pajas oliendo tus bombachas! ¡Todos lo hicimos alguna vez!, decía mi tío, caminando con lentitud hasta apoyarse en una cómoda apestada de adornos. Lucía pisoteó su bombacha una vez más, y finalmente la atrapó con su mano para arrojarla lejos. Acto seguido se agachó, palpó la tremenda erección que había en la entrepierna de Mario, y le fregó toda la cara en ese bóxer blanco, bastante apretado. El glande, medio que se le escapaba por el borde del elástico. Lo que Lucía aprovechó para darle unos lengüetazos mientras gemía suavecito, articulando frases como: ¿ME la vas a dar Tío? ¿Toda, bien calentita? ¿Toda esa lechita? ¿Y después, me vas a dar un poquito en la chuchi?

¡Sí bebéee, te la voy a dar donde quieras! ¡Así, pasale la lengüita, y empezá a bajarme despacito el bóxer, así, chiquitita del tío! ¿Te encantan los chorizos gruesos no? ¿Te gustan las mamaderas gordas?, le decía mi tío para motivarla, de vez en cuando agarrándola del pelo para que ella frote aún más su cara en su pubis. Yo, de repente, caminé unos pasos para alcanzar la bombacha de mi hermana. Eso, no le pasó desapercibido a mi tío, que no se molestó en exponerme: ¡Aaaah, mirá cómo tu hermanito corrió a buscar tu calzón Luchi! ¿Viste que te dije? ¡Se re pajeaba con tus bombachas nena! ¡Y vos que le tenías miedo!

¿Qué mierda decís pelotudo? ¡Cuando salga de acá, te voy a cagar denunciando! ¡Sos una basura!, le grité a Mario, olvidándome de todo respeto, apretando la bombacha de Lucía en una mano, como si fuese la prueba más irrefutable del delito que presenciaba. Allí noté que conservaba cierta humedad, y eso me excitó todavía más de lo que ya estaba.

¡Mejor, vos cerrá el pico nene, y mirá! ¡Y si querés, acercate, y dale unos chirlos en el culo a la cochina de tu hermana! ¿No ves lo mal que se está portando? ¡Está a punto de chuparle la pija al tío!, decía mi tío en el preciso momento en que su verga salió despedida de su bóxer, cuando Lucía se lo bajó con la boca. Ella misma se apropió de es e garrote de carne tensa con una mano, y empezó a pasarse el glande por la nariz y la boca. En un momento lo rodeó con sus labios, y el tío se estremeció, casi a punto de caerse. Pero, entonces le gritó: ¡Dale bebé, ahí, en la boquita, y chupala, como a esos chupetines que comías cuando eras chiquita!

¿Te gusta Dieguito, lo mal que me estoy portando? ¿No cierto que no le vas a decir nada a nadie, de lo que viste?, me dijo Lucía, por primera vez dirigiéndome la palabra, mientras escupía al suelo, fregándose los huevos del tío en la cara. Yo me acerqué, y le di tremendo chirlo en el culo, que, como estaba media arrodillada, lo tenía casi en pompa, y le dije: ¡Sos una putita nena, una trola, y de esto se van a enterar todos! ¡Te lo prometo!

Lucía pareció no escucharme. De pronto su boca se vio invadida de la pija de Mario, y todo lo que se oyó luego fueron sus chupadas, atracones y escupidas cada vez que él se la quitaba de la boca. Yo le di un chirlo más, y después otro, y luego otro… y ya no pude parar de nalguearla. Ella, para colmo me decía, incluso algunas veces con la boca ocupada de pija: ¡Pegame más fuerte, pegame en la cola Dieguito, asíii, máaaas, dale, mientras me tomo la lechita, vos pegame máaaas, y no seas malo conmigo, que si no decís nada, te hago lo que quieras!

¿Cuánto tomaste pendeja de mierda? ¡Sos una borracha! ¿O, también anduviste metiéndote boludeces por la nariz?, le decía, sin detener el concierto de azotes en su cola, mientras me atrevía a oler su bombacha. Ella no me respondió, porque seguía mamando, y además, porque seguro no se le antojó. El tío jadeaba, le pedía que se la meta más adentro, y le enredaba el pelo aún más. Pero de todas formas se percató de lo que hice.

¿Te gusta a qué huele la chuchita de tu hermana? ¿No me digas que tiene olor a pis, o a culito esa bombacha? ¡Dale, pegale más, que yo le voy a embarazar la panza, cuando se trague toda mi leche!, me dijo Mario, sudando a rabiar, apenas sostenido de un pedacito de la cómoda, ya que se iban corriendo cada vez más hacia la ventana.

¡Tiene olor a puta, a trola, a pendeja alzada! ¡Dale tío, empachala de leche, que, si te anduvo buscando, se lo merece! ¡Lo mismo hizo con uno de mis amigos, y terminé peleándome con él, por su putería!, le confirmaba a mi tío, recordando un confuso episodio en el que mi hermana le fue infiel a uno de mis ex amigos, y al parecer, con varios pibes en una sola noche. Yo no lo quería creer, hasta que vi las fotos y un par de videítos que alguien logró filtrar a un sitio Web. De igual forma, siempre justifiqué a mi hermana. Quería pensar que fue producto de sus excesos con el alcohol, o que tal vez alguien le ofreció merca, o ácido… lo que sea… pero que ella no había actuado por propia voluntad. Pero evidentemente me engañaba como el más estúpido de los mortales.

¿Así que tengo olor a puta? ¿Cómo es eso? ¡Y no hables pavadas guacho, que ese idiota de tu amiguito, se lo tenía merecido! ¡Él me cagó primero, y con una rubia que no vale ni dos pesos!, decía Lucía, antes de volver a meterse la pija del tío en la boca. Esta vez la vi cabecear más rápido, como si quisiera cogerse la garganta con ella. Se escuchaban los escapes de aire de sus labios, su respiración nerviosa, sus arcadas y un cierto sonido parecido al de un estrangulamiento en la tráquea. Eso era porque el tío la había agarrado del pelo para darle y darle con todo, mientras yo no cesaba con mis chirlos, cada vez más sonoros. A ella se le calentaba la cola como a mí las palmas de las manos. Pero no podía parar de pegarle, ni de oler su bombacha. Sin embargo, tuvimos que detenernos cuando escuchamos la voz de mi tía llamando a mi hermana. Me sorprendió la sobriedad con la que actuó en una situación así.

¡Estoy acá tía! ¡Me acosté un ratito, porque me re duele el tobillo! ¡Apenas se me pase, bajo, y, me quedo con ustedes!, gritó mi hermana, sabiendo que la puerta tenía cerrojo, y que la tía no insistiría si se enteraba que Lucía estaba con dolores. Escuchamos que la tía dijo algo, y que luego hablaba con mi padre. Luego, de nuevo el silencio. Pero todo aquello, parecía haber roto por un momento el cerco de adrenalina que nos envolvía. Hasta que el tío, levantó a mi hermana del piso con demasiadas facilidades, y se la sentó nuevamente sobre las piernas, una vez que se sentó en la cama. Se miraban y jugaban con sus lenguas, sin introducírselas en las bocas, ya que estaban frente a frente. Y de repente, el tío le dijo: ¿Estás lista para comértela toda por ahí abajo, chiquitita?

¡Sí tíooo, dale, cogeme toda, rompeme la concha ya! ¡Cogeme delante de mi hermanito, que anda oliendo mi bombachita! ¿Viste que pajerito es? ¡Dale, clavala toda!, le retribuyó Lucía, mientras claramente Mario jugaba con la puntita de su pija en la entrada de su vulva. Quise replicar. Pero, solo conseguí darle un chirlo más en el culo a mi hermana, y de paso, me atreví a tocarle las tetas. El tío contó hasta 3, con la voz gangosa y tomada por la emoción, y de pronto se oyó como una especie de violenta succión jugosa, que comenzó a repetirse como en ecos de un entrechoque delicioso. Lucía debía estar híper empapada, y eso a mi tío le fascinaba.

¡Qué rica concha tenés bebé! ¡Toda apretadita! ¡Se ve que no cogés con tipos que tienen la pija así de gruesa, como la mía! ¡Abrí más las piernitas putona! ¡Dale, que te vuelve loca la pija! ¡Te encanta sentirla toda adentro de esa conchita de puta que tenés!, le decía el tío, más pendiente de los saltitos que ella le hacía a su pija que de sus propios movimientos. Ella parecía una bailarina atlética, y él un ex jugador de fútbol retirado hace por lo menos 20 años. Ella le restregaba las tetas en el pecho, y me pedía más chirlos en la cola. Hasta que el tío se atrevió a decir: ¡Che nene, arrodillate en la cama, y que te la chupe, vamos! ¡Dejá de olerle la bombacha como un perro!

Yo ni lo dudé. Me subí a la cama sin descalzarme. Pero me bajé el pantalón y el calzoncillo para arrodillarme bien pegado a mi tío. Yo mismo le agarré el pelo a mi hermana, le hice oler mi pija y mis huevos, y mientras ella seguía comiéndose la pija del tío por la boca, yo le encajé la mía en esos labios carnosos, gemidores y calientes.

¿T bebé? ¿Te gusta más la mamaderita tierna de tu hermano? ¿O la del tío? Le preguntó Mario, que cada vez tenía mayores problemas para armar una oración, presa de la danza del vientre de mi hermana sobre su pene. ella se sacó mi pija de la boca, y tras escupírmela abundantemente dijo: ¡Y, mi hermano la tiene re rica, durita, y, se ve que le gustó mucho mi olor a puta !¿No Dieguito? ¿Te calienta el olor a puta que dejé en la bombacha?

Eso, no pareció satisfacer a mi tío. Pero a mí no me importaba nada. La boca de mi hermana lustraba con su saliva, su lengua y sus dientes todo mi tronco, y de vez en cuando mi glande colisionaba con la faz de su garganta, haciéndome volar de calentura.

¡Qué petera hermosa resultaste guacha!, le dije, mientras el tío comenzaba a gruñir algo en vaya a saber qué idioma. La cara de Lucía parecía atesorar un placer distinto. Pero, mientras seguía moviéndose, tratando de llenarse la concha con la carne de mi tío, éste empezó a balbucear cada vez más, a salivar como si le saliera espuma por la boca, y al fin, a presumir con una mezcla de irritación y fastidio: ¡Ahí la tenés putita de mierdaaaa, ahí te va la lechitaaaa, por puta, sucia y cochinaaaaa!

¡No tío, pará, no acabes todavía! ¡No seas turro! ¿Qué? ¿Ya acabaste? ¡Nooooooo! ¿Por quéeeeeee? ¡Seguí cogiéndome toda!, se quejaba Mi hermana, olvidándose de mi pija por momentos.

¡Sí nena, ya está! ¡Dale, bajate que, ya hicimos lo que teníamos que hacer! ¡Dale que seguro la tía me debe andar buscando, y no tengo ganas de comerme una puteada!, le decía el tío, levantándose, sin importarle que Lucía pudiera caerse al suelo. Mi hermana lo fulminó con la mirada, y lo puteó por lo bajo. Tampoco se iba a hacer la picante con él, porque, en circunstancias, Mario era un hombre violento que no toleraba que lo contradigan, y no sabíamos cómo reaccionaría en este contexto. Pero, apenas terminó de subirse el pantalón y de encender una luz, Lucía le recriminó: ¡Sos horrible cogiendo tío! ¡Sabelo! ¡Nunca más con vos!

¡Callate pendeja, que vos ni siquiera sabés chupar bien la pija!, le espetó Mario, y luego, lo vimos quitarle el cerrojo a la puerta para bajar las escaleras. En ese preciso momento, mientras yo trataba de asimilar algo de todo lo que había vivido, mi hermana se tiró boca arriba sobre la cama, y me hizo señas para que me acerque.

¿Tenés ganas de coger Dieguito? ¡Dale, no me mires así, que no estoy jugando! ¡ME dejó re caliente este tarado! ¡No pasa nada! ¡Te juro que es nuestro secreto!, me dijo, como si su voz me acariciara desde la punta del choto hasta el lugar más recóndito del corazón.

¡No Lu, no puedo! ¡No tengo forros!, le sinceré, sin creer que hubiera sido yo el que articulé semejantes palabras, dando por sentado que, sí me la cogería.

¡Puta madre! ¡Y yo no tomo pastillas! ¡Bueno, entonces, ya que tanto te gustó mi olor a puta, vení, y chupame la concha!, me pidió, endulzando aún más su voz manipuladora.

¿Qué? ¡Te volviste loca Nena! ¡Una cosa es, tu bombacha! Y, otra… ¡Aparte, yo nunca lo hice!, le dije, mientras atisbaba que se reía de mí.

¡Nene, el olor que había en mi bombacha, es el mismo de mi concha! ¡Aparte, no te preocupes, que ningún tipo sabe chupar conchas! ¡Acercate, oleme, y pasame la lengua por toda la concha, y cuando quieras acordar, me la vas a terminar enterrando!, me decía, hundiéndose ella misma algunos dedos en la concha, seguramente buscando su clítoris para empezar a friccionarlo. Yo, perdido por perdido, y con la pija al palo, me acerqué unos pasos.

¡Dale nene, que yo después, te hago flor de pete, y te saco la lechita! ¿Querés? ¿Te gustó cómo te la chupé?, me intercambió. Yo no pude evitar sonreírle, y decirle que me había encantado el calor de su boquita. Entonces, cuando menos me lo esperaba, uno de sus dedos se frotaba el clítoris, y mi lengua escarbaba en el orificio de su vagina, junto con un par de mis dedos. Ella se retorcía los pezones con la otra mano, o me empujaba la cabeza contra su pubis para que no me separe de ella, mientras jadeaba cosas como: ¡Ay, así, más, dame más lengua, abrime la concha con esa lengua forro, asíii, dame besitos, amame la concha, mamala toda, oleme, dale que tengo olor a puta, igual que mi bombacha!

Mis pulmones parecían ensancharse al máximo cuando mi nariz rozó su orificio, y entonces me froté toda su concha por la cara. Incluso le levanté un poco las nalgas para olerle el culo, y para deslizarle la lengua por la rayita. Eso la hizo temblar. Pero, justo cuando estaba por hacerle caso cuando me solicitó: ¡meteme un dedo en el orto nene!, escuchamos la voz de nuestro padre llamarnos a muy pocos pasos de la puerta abierta. ¡La luz todavía seguía encendida!

Enseguida mi cara y torso renacieron del agobio excitante de sus piernas, y casi que instintivamente me puse a masajearle el tobillo, uno de ellos. Lucía, tan rápido como pudo se echó el vestido encima, simulando que lo tenía abrochado. Yo, tuve que guardar con urgencia mi pija en los adentros de mis ropas. Mi viejo iba a entrar, inevitablemente, y lo hizo.

¿Qué hacen acá? ¡Me dijo el tío Mario que, andaban haciendo cosas raras!, dijo mi padre, sin entrar del todo en el cuarto. Aunque, claramente podía ver a mi hermana descalza, despeinada, transpirada y, a mí, no mucho mejor que a ella. Para colmo, su bombacha estaba tirada en el piso.

¡Hola pa! ¡Yo le estoy masajeando un poco el tobillo a Lu! ¡Se lo torció re mal! ¡Ya le puse crema, y se tomó un Ibuprofeno!, improvisé con los huevos en la garganta, tratando de cerrarle los caminos a sus indagaciones.

¿Ah sí? ¿Y por qué al tío lo vi preocupado? ¡Según él, Lucía, nunca te torciste el tobillo!, dijo mi padre, aunque sin utilizar un tono acusador.

¡No sé qué te habrá dicho el tío pa! ¡Pero me lo re doblé mal! ¡Fue mientras bailaba con Germán! ¡Preguntale a él si no me creés!, se defendió mi hermana, quejándose de vez en cuando por el masaje. Mientras tanto, yo cavilaba en la mentira terrible de mi hermana. ¿Lo había planeado todo? ¿Había sido capaz de chantajear a Germán para usarlo de señuelo? ¿Y todo para garcharle a mi tío? ¿Y para que encima, éste no termine de satisfacerla, y se atreva a inventar vaya a saber qué cosas de nosotros?

¡Yo te creo hija! ¡No te pongas así, que te creo! ¡Y tu madre también! ¡Lo único, una pregunta! ¿Por qué hay una bombacha ahí en el suelo? ¿Es tuya?, averiguó el viejo, esta vez atrapándola definitivamente. Pero Lucía le dijo, luego de otro quejido y de pedirme que no le apriete demasiado: ¡Sí pa es mía! ¡Pasa que, cuando me torcí, del susto me hice pis encima! ¡Cuando vine para acá, me la saqué! ¡No tenía ganas de pasparme, o de estar incómoda! ¡Ya bastante tengo con el pie!

Mi padre pareció satisfecho. Al punto que, en un momento pensamos que bajaría las escaleras, tras decirnos que nos esperaba en la fiesta, o algo por el estilo. Sin embargo, de repente me miró con suspicacia, y dijo a los dos, para que no queden dudas de su decisión: ¡Diego, vos bajá con la familia! ¡Ya hiciste mucho por tu hermana! ¡Dejá que yo me encargo! ¡Por suerte, ahora me siento bien para ocuparme de mi bebé! ¡Aparte, imagino que para vos, debe ser un embole estar encerrado con ella, habiendo tantas cervezas allá afuera!

Dicho esto, intenté replicar que no me molestaba acompañarla, sintiendo que mi pija no me perdonaría tamaño ultraje.

¡Andá Diego, haceme el favor, que yo me ocupo!, zanjó mi viejo, y entonces, me levanté del suelo con cierto mareo, y empecé a descender lentamente las escaleras. ¿Por qué demonios no habré cerrado la puerta? Pero, no podía bajar del todo del limbo al que Lucía me había trasladado, como tampoco era capaz de dar un paso más en la escalera. Supongo que, la curiosidad me devolvió al umbral de la puerta donde, mi viejo se había tragado el cuento de los masajes. Solo que ahora la puerta estaba cerrada, y, la luz apagada. No obstante, ni bien me apoyé en la descascarada y frágil puerta, escuché algunas poquitas frases.

¿Así que te dejás hacer masajes sin bombacha?, decía mi padre.

¡Sí pa! ¡Pasa que, Según Diego, tenía olor a puta! ¡Yo le dije que era porque me asusté! ¡Pero él me olía, y se tocaba el pito!, decía la mentirosa de Lucía.

¡Bueno bueno, ahora, mi bebé se relaja un poquito, que el papi está con ella, y él le va a decir si tiene olorcito a puta, o no! ¿Estamos de acuerdo?, dijo mi padre, y de repente, las voces de la tía llegaron hasta mis oídos para advertirme con cierta angustia: ¿Dieguito, no sabía a dónde te habías metido! ¡Por fin te encuentro! ¡Tu novia llegó hace diez minutos! ¡Yo que vos, bajo a recibirla! ¡Parece que vino un poquito alegre! ¿Por qué tomarán tanto los adolescentes?      Fin

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