Por esas gomas

 

¡No podía ser tan zorra, despiadada e irresponsable! ¿Qué se cree? ¿Acaso los viejos no tenemos sensaciones más que atendibles entre las piernas? Sabía que era cuestión de tiempo. ¡Y eso que me controlé todo lo que pude! Pero, desde que mi hijo me presentó a mi futura nuera, recobré un deseo sexual que, creí haber perdido. Con mi esposa, ya no jugábamos ni a las cartas. Pasó de ser una novia dulce y cariñosa, a la madre de mis hijos, y pronto, una bruja fatigada de la vida, controladora y depresiva. No la culpo. A diario los hombres solemos olvidar cierto romanticismo, detalles, esos pequeños grandes designios que hacen que una pareja sea duradera. Sin embargo, creo que ni a mi hijo Matías le tiene los huevos tan inflados como a mí con eso de que “tienen que casarse”. Los dos le explicaron una y otra vez que los tiempos cambian, que ellos disfrutan de ser novios, y de vivir cada uno en su casa, para respetar su privacidad, sus tiempos y espacios. Pero Graciela no lo entiende, y no se esfuerza por hacerlo.

Ahora, volviendo a mi Nuera: se llama Belén, tiene el pelo castaño caído a los hombros, es de piel morena y se ríe con naturalidad. Tiene ojos negros, una nariz chiquita, una boca perfecta, casi siempre pintadita de rojo, poquita cola, pero unas tetas que no sé cómo no la voltean hacia adelante cuando camina. Es seductora por afano y delicadeza, y cuando usa calzas, se advierte claramente que tiene una concha voluminosa, ya que se le dibuja con precisión en la ropa. Un par de veces, me pareció adivinar que no traía bombacha bajo esas calzas negras, o que, tenía alguna colaless perdida entre las nalgas. Cuando la conocí, de movida nomás me dio un beso demasiado cariñoso en la mejilla. Su perfume dulce me llenó los sentidos, y una de sus tetas me rozó el brazo. Sentí que mi pene reaccionó, pero enseguida le ordené a mi cerebro que no me delate. ¿Qué podría pensar mi futura nuera, o mi esposa si me descubría?

¡Su hijo me habló muy bien de usted! ¡Dice que ceba unos mates espectaculares, que amasa unos fideos riquísimos, que nadie le gana a sus asados, y que sabe mucho de Jazz! ¡A mí me fascina la música! ¡Pero, de Jazz no entiendo nada!, me decía mientras se sentaba a la mesa para compartir un café con Matías, con Graciela y yo. Mi esposa la fulminaba con la mirada. Belén le hizo un cumplido, pero pareció no tener el impacto que ella esperaba.

¡Bueno, ojalá que Mati no se aburra tan rápido de mí, así llego a probar todas esas exquisiteces!, dijo luego la chica, tal vez alagándome por demás. Eso a Graciela la ponía de los pelos. Entonces, Matías nos contó que la conoció en la facultad, y que es un bocho con las ciencias económicas. La charla, poco a poco se fue dando de modo natural. Y, cuando se hizo la hora de la cena, ella le pidió a Mati que le llame un taxi, disculpándose por no quedarse a comer con nosotros. A mi esposa le volvieron los colores a la cara.

¡Mañana tengo un examen importante, y tendría que ponerme a repasar, sí o sí!, decía Belén, poniéndose una delicada campera de hilo sobre los hombros, luego de levantarse.

¡Dale amor! ¡La verdad, no sé qué te preocupa, si después la sacás de taquito! ¡No sé cuántos diez tenés ya en la libreta! ¡Quedate a comer!, le insistió Matías. Pero ella, aunque se puso colorada, no retrocedió. Así que, justo en el momento en que Graciela llevaba las tazas vacías, los platitos de galletitas y el azucarero a la cocina, Belén se apoyó en la silla donde estaba sentado, inhaló y exhaló unas cuántas veces cerca de mi nuca, y al fin dijo: ¡Fue un gusto conocerlo don Alberto! ¡Siempre quise tener un suegro como usted!

Todavía no me había repuesto de la imagen de sus tetas exuberantes al otro lado de la mesa, apretaditas en una remera celeste sin mangas y un corpiño de encajes, cuando, luego de sus palabras, me dio un nuevo beso en la mejilla. De nuevo su perfume le regaló un cosquilleo a mi glande, y esa vez ya no pude evitar empalarme.

La volvía a ver a los días, en una visita medio a las apuradas. Esa vez yo miraba un partido del Rojo, y Mati la trajo porque, después de darse una ducha, saldrían a tomar algo.

¡Yo soy hincha de Independiente! ¡Pero, la verdad, no tengo ni idea de cuándo juega, ni si le va bien o mal!, me dijo después de saludarme desde lejos. Pero luego se sentó en el sillón que tenía frente a mí, sobre el apoyabrazos. De modo que sus piernas quedaron separadas, y el bulto de su conchita, la que veía por primera vez, se le marcaba sin problemas en el short azul que traía. Ese día estaba insoportablemente caluroso, y ella tenía una remera sin mangas, la que tampoco parecía poder con el peso de sus tetas.

¿Che, y cómo te fue en el examen del otro día?, le pregunté, luego de decirle que no era una buena hincha del rojo si no lo seguía mucho, y los dos nos burlamos un rato de lo pésimo que hablan los jugadores de fútbol cuando los entrevistan.

¡Aaaah, se acordó! ¡Por suerte aprobé! ¡El profe de Comercio Internacional es un viejo bastante agreta! ¡Pero, si una alumna estudia realmente, no le queda otra que aprobarla!, dijo con cierta suficiencia, sacudiendo el pelo, y haciendo que su pierna derecha dé saltitos, lo que hacía más evidente la formita de su vulva en el short.

¿Y te queda mucho para recibirte? ¡Creo que al Mati le queda este año de cursado, y después solo se dedicaría a sacar materias, las que regularizó! ¡O, al menos es lo que le entendí!, le dije, intentando no tentarme a seguir mirando su entrepierna. Pero entonces me encontraba con sus tetas enormes, y mi pene se revelaba impetuoso.

¡Yo, digamos que estoy casi igual! ¡Pasa que, por alguna razón, se me hace más fácil rendir con los profes varones! ¡Sólo me quedan dos materias en la que los titulares de cátedra son hombres! ¡No sé bien por qué las profesoras no me quieren! ¡A lo mejor tienen envidia, o miedo que tal vez califique para dar clases a futuro en la facu!, me explicaba, llevando su voz cada vez más a un susurro elegante. Ahora se había bajado del sillón, para sentarse como la gente en el asiento. Pero antes, se frotó la cola, diciendo: ¡Guau, me voy a sentar mejor, porque después me duele la cola, y no sé por qué! ¡Espero que Mati se bañe rápido!

Después de eso suspiró, y miró un ratito la tele. Se indignó con un penal que no le cobraron al rojo, respondió un mensajito con su celu, y se levantó porque Matías la llamó. Ignoraba si desde el baño, o desde su pieza. Graciela estaba horneando unas empanadas. Cuando le pregunté si había comprado pilas para el control remoto, me contestó para el carajo. Así que fui a ver qué bicho le había picado. ¡Si hasta recién tomábamos unos mates sin problemas!

¡Dejá de hacerte el guacho langa con esa chica! ¡Yo no soy ninguna pelotuda Alberto! ¿Qué pasa? ¿Te parecen lindas esas tetas? ¿Tanto como para tutearla, y decirle che? ¡Qué amable lo tuyo!, me dijo en voz baja, pero con la aspereza justa para que me quede claro que no se la bancaba ni un poco.

¡Estás en pedo mujer! ¡Es la novia de tu hijo! ¡Parece que te hacen mal los ansiolíticos! ¡Tendrías que ver a tu viejo psiquiatra!, le rezongué, y volví a mi sillón. Me había perdido el gol de Independiente por intentar razonar con esa infame. Pero, en el fondo, tenía algo de razón. Para colmo, al ratito apareció Belén, hecha un mar de alegrías incontenibles, y se acomodó de nuevo sobre el apoyabrazos del sillón.

¡No se preocupe don Alberto, que no me hice pis encima! ¡Pasa que, el malvado de su hijo, cuando entré al baño para alcanzarle un toallón, me tiró agua por todos lados! ¡Al final, una quiere ser buena, y por ayudar, termina toda empapada!, me explicó señalándose las piernas y la parte de abajo del short, que en efecto, estaba todo mojado.

¿Qué pasó? ¡Escuché un gol! ¿Estamos ganando?, replicó, antes que yo pudiera decirle algo.

¡Parece que sí! ¡Justo tuve que resolver una cosa! ¡Me lo perdí! ¡Pero ya lo van a repetir! ¡Escuchame, imagino que, de acá se van a tu casa, para que puedas cambiarte! ¿No?, le pregunté, a esa altura perturbado por el panorama que tenía ante mí.

¡Síii, obvio! ¡Yo estoy despierta desde las 6 de la mañana, y ni siquiera pude pasar por casa a cambiarme la bombacha! ¡Mínimo, me tengo que bañar! ¡Tengo que ponerme linda para Mati!, me decía, otra vez dando saltitos con las piernas, primero con una y luego con la otra.

¡Bueno, la próxima, por ahí te podés bañar acá! ¡Digo, para que te ahorres un poco de lío!, le dije, medio por compromiso. En ese momento Matías irrumpía en el living, y, ella se le colgó de los hombros para comerle la boca, mientras le decía con la voz acaramelada: ¡Qué bueno mi amor! ¡Tenés un padre re copado! ¡Recién me dijo que, si yo quería, me puedo bañar acá! ¿No te parece hermoso?

Esas palabras llegaron a los oídos de Graciela. Por lo que, después de despedir a mi hijo y a Belén, tuve que soportar sus enroscadas y dramáticas formas de ver la vida.

¿No le estarás dando demasiadas alas a esa pendeja? ¿Qué mierda te importa a vos si se cambia o no los calzones? ¡Encima, la invitás a bañarse acá! ¿No querés prestarle tu cama también, para que duerma la siestita cuando se canse de estudiar? ¿Nuestra cama? ¿Tanto te babeás con ella? ¿No te alcanzan las porno que ves a escondidas? ¡Debería darte vergüenza, y asco por lo que le hacés a tu hijo! ¡Y encima te boludea con eso del fútbol! ¡Abrí los ojos viejo, o yo misma te los arranco! ¡Y, esa forma de hablarte que tiene!, decía Graciela, sabiendo que yo le había dicho todo lo que tenía a la mano para serenarla. Pero mi mente navegaba en el beso que me dio Belén antes de subirse al auto de Matías. ¿Me lo imaginaba, o me había apoyado las tetas con todas sus ganas en el pecho?

A la semana, me sorprendí cuando entré al baño. La puerta estaba entreabierta, y la luz apagada. Había llegado de la ferretería porque necesitaba un alargue de unos diez metros para el patio. Entonces, la vi. Belén se estaba cambiando la remera. Tan rápido como pude le pedí disculpas, intentando cerrarle la puerta. Pero ella agarraba el picaporte desde adentro, diciéndome: ¡Tranquilo Alberto, que yo soy la intrusa! ¡Perdón, pasa que me manché la remera, y me la estaba cambiando! ¡Igual, estoy en corpiño! ¡Además, por lo que sé, tengo una cuñada que vive en España! ¡Supongo que varias veces habrá tenido accidentes parecidos con ella! ¿Cómo se llama mi cuñadita?

¡Verónica se llama! ¡Y sí, tenés razón! ¡Pero, ella es mi hija!, le dije lleno de incomodidades, aunque con los ojos inyectados en alegría. ¡Le había visto las tetas en ese corpiño blanco con puntillitas!

¡No se escandalice, que en el fondo, solo son tetas! ¡Su esposa, también las habrá tenido al aire algunas veces, cuando amamantaba a Mati, o a Verónica! ¡Yo no me pongo nerviosa por esas cosas! ¡Supongo que las mujeres de hoy en día somos más comprensivas, y tenemos menos tabúes!, me decía, aunque ahora yo había logrado cerrarle la puerta. Entonces, cuando fui a la cocina, Graciela tenía los ojos histéricos y amenazantes.

¿Qué pasó? ¿Te la encontraste en el baño? ¿Y le viste las tetas? ¡La boludita se manchó la remera con café, hace un rato! ¡Yo no me la trago Alberto! ¡Para mí, lo hizo apropósito! ¡No es ninguna santita! ¡Al menos, esta vez no te escuché decirle nada desubicado! ¡Veo que vas aprendiendo!, me largó sin molestarse en bajar la voz, pese a mis intentos por hacérselo notar. Eso desencadenó en una nueva discusión entre nosotros. La que, en un momento fue interrumpida por unas tosecitas en el umbral de la cocina.

¡Don Alberto, perdón que lo joda, pero, ya desocupé el baño! ¡Yo, voy a la pieza de Mati a buscar unos apuntes, y lo espero en el living!, dijo Belén, aunque sin la incomodidad que se hubiese esperado de ella al escuchar las boludeces de Graciela.

Me tomé un par de mates, cambié el foco que se había quemado de la cocina y me fui al patio. Tenía que emprolijar un poco el césped, y reparar la canilla que habitualmente usamos para regar, porque la pérdida de agua ya era significativa. En eso estaba, tarareando un Chamamé, maniobrando la máquina por los bordes del pastito, entrando en calor como un condenado por tener casi todo el sol en la espalda, y pensando en las tetas de Belén. ¿Mi hijo haría gala de ellas ante sus amigos? ¿Sabría chupárselas como se lo merecen? ¿Se las habrá coronado con alguna acabada memorable? ¡No hay forma que con esos melones sus profesores varones no la deseen! ¿Será por eso que sus profesoras la envidian, o la miran con cierto recelo? ¿Por qué me calentaba tanto esa chiquita? ¿Acaso la hija de don Severino no tenía unas tetas infernales? ¡Sí, pero esa gordita no era tan sexy, ni entraba cada dos por tres a mi casa! ¡Además, si me ponía en detallista, las tetas de Belén son más bronceaditas, con pezones más grandes, y te incitan a dejarles los dientes marcados! En todo eso pensaba, cuando reparé que ella y esos magníficos globos me hablaban. Detuve la máquina, porque con semejante zumbido no podía entenderle.

¡Perdón don Alberto! ¡Lo veo al rayo del sol, y me pongo nerviosa! ¡Le traje un vaso de jugo! ¡Espero que no le moleste!, me dejo, con uno de esos vasos de trago largo en la mano, mientras se soltaba el pelo y se mordía levemente el labio inferior. ¿O acaso me lo imaginaba? ¡No, no eran cosas mías! ¡Es que, entonces destacaron sus dientes blanquísimos y perfectos! Me sonrió cuando me dio el vaso, y agarró el mango de la cortadora de césped, diciéndome con alegría: ¿Quiere que lo ayude? ¡Por ahí, entre dos terminamos más rápido!

¡No Belén, por favor! ¡No te preocupes! ¡No me falta casi nada! ¡Aparte, vos estás preciosa, y te vas a ensuciar! ¿Qué diría mi señora aparte? ¡Aaah, y gracias por el juguito!, le dije, más atento a sus tetas que a mis palabras.

¡Su señora dijo que se iba al súper! ¡Me pidió que le avise! ¡Y, no importa si me ensucio, porque de acá me voy a mi casa! ¡Además me encanta ensuciarme! ¡Creo que, más que nada porque me fascina bañarme!, se expresaba libremente, cuando ya estábamos casi pegados, ambos sujetando el mango de la máquina. Ella se empecinaba en ayudarme, y por eso no lo soltaba. Yo le decía que mejor se refugie del sol, porque hacía demasiado calor.

¡Dale piba, aprovechá que la bruja no está, y mirá lo que quieras en la tele, o preparate algo para tomar! ¡Yo ya termino, y entro! ¿Mati todavía no llega?, le pregunté, mientras ella se reía de mí porque, me había tropezado con un montículo de yuyo cortado, y de mi posterior enjambre de puteadas.

¡No sabía que de esa boca podían salir tantas palabrotas don Tito! ¡Nooo, así no se puede! ¡Por las dudas, no putee así delante de su mujer, porque se le va a desenamorar!, me decía, tratando de contener sus risotadas, moviendo las manos y destilando la estela de su perfume dulzón. Las gomas también se le sacudían, y en un momento, cuando empezó a dar saltitos, una casi se le escapa de la remera.

¿Desenamorar dijiste? ¡Hace mucho que ya, entre nosotros no hay nada de eso! ¡Pero no te voy a embolar con esas cosas! ¡Vos todavía sos joven, y estás enamorada! ¡No te voy a andar pinchando el globo!, le dije, con cierta nostalgia, aunque desnudándole las tetas con la mirada. A ella no le pasó desapercibida mi acción. Por eso, en cuanto se serenó un poco me dijo: ¿Y por eso me mira tanto las tetas? ¡Bueno, espero que a Mati, cuando yo sea una mujer madura, no ande mirándole las tetas a las guachitas!

Enseguida me sentí estúpido, un pecador que no merecía siquiera mirarla a la cara, y traté de disculparme. Pero ella rectificó, casi sin dejarme abrir la boca: ¡Uy, perdón don Alberto! ¡No quise decir eso! ¡No sé por qué me hago la rica! ¡Perdón, soy una tarada! ¡Es que, nada, me pareció que ahora me miraba las gomas, y creo que me puse nerviosa! ¡O, en realidad, bueno, disculpe! ¡Mejor, le hago caso, y me voy para adentro! ¿No?

Ese cambio repentino de actitud me hizo dar cuenta que ella me estaba probando. Aún así no debía caer en sus redes. No era yo el destinatario de sus mieles de hembra fértil. Pero sentía que la pija se me endurecía a un ritmo inusual, como si volviese a mi adolescencia, y que los huevos se me cargaban de unas punzadas escalofriantes. Creo que ni llegué a repensar en lo que mis labios pronunciaron, justo cuando empezó a caminar para entrar a la casa.

¡Te hacés la rica, porque estás re rica Nena! ¡Y lo sabés! ¡Y disculpame por mirarte así! ¡Pero esos melones son impresionantes!, le disparé al centro de su conmoción, ya que, por un instante se quedó paralizada.

¡Aaaah bueeeno! ¡Mirá lo que se tenía guardado don Alberto! ¡Así que, tengo unos melones impresionantes! ¿Cómo es eso? ¡Ahora entiendo por qué su mujer no me quiere ni un poquito! ¿Siempre discuten ustedes? ¿O solo cuando vengo a ver a Mati?, empezó a silabar, mientras yo detectaba un cierto peligro en lo que decía. Ahora volvía a caminar hacia mí como si se deslizara por el pastito, justo cuando yo encendía la máquina para terminar con la parte que colinda con unos macetones repletos de jazmines.

¡Dale flaca! ¡Mejor, yo que vos me voy a la casa, y me olvido de todo! ¡Somos grandes, y sabés que tengo razón en lo que te digo!, le dije, sin ningún convencimiento.

¿Razón en qué? ¡Aparte, no tengo ganas de entrar! ¡No tengo problemas en quedarme un ratito más, para que me las mires! ¡De paso, te motivás un poco, y terminás más rápido!, me decía, tuteándome repentinamente, acariciándose las tetas primero, y luego juntándolas en el centro de su pecho. Encendí la máquina para no seguir escuchándola. ¡No quería caer en la tentación de abalanzarme contra su cuerpo y poseerla, como un animal salvaje! Entonces, volví a mirarla, luego de recortar el caminito de los macetones, y la muy cínica se estaba chupando un dedo, con la remerita por arriba del ombligo. Con la otra mano se nalgueaba la cola, y entretanto meneaba un poco las caderas, con lo que sus tetas casi que se le escapaban de la remerita fucsia.

¡Así que ahora me tuteás! ¡Cómo cambian las cosas che!, le dije, a falta de un piropo urgente, evitando mirarla con lascivia.

¡Así que, finalmente te ayudó mirarme las gomas, para terminar más rápido! ¡Igual, no te juzgo! ¡Imagino que, no tenés muchas chances de ver unas tetas como estas!, me soltó, mientras masticaba un chicle imaginario, porque no paraba de chasquear la lengua.

¡La vecina, creo que se llama Marisol, ella también tiene unas buenas tetas! ¡El otro día la viste! ¡Compró cigarrillos después de mí, en el kiosquito de acá a la vuelta!, le recordé, mientras rememoraba el único día que fuimos juntos a comprar cigarrillos, incluso para Matías. ¡Cuando Graciela se enteró, casi me corta las pelotas!

¡Naaaaah! ¿Enserio las vas a comparar con esas? ¡Esa gorda, para mí tiene pinta de sucia, de piojosa, y de no cambiarse la bombacha en semanas! ¿Qué te apuesto que se tiñe para que no se le vean los piojos? ¡Y encima, sos un guacho! ¡Esa nena no debe llegar a los 17!, me decía divertida, sonriente y desbocada, moviendo las manos como si las palabras no le bastaran para expresar su felicidad. Yo me reí de sus ocurrencias. No le faltaba razón, porque la hija de don Severino tenía fama de rapidita, y de mugrienta. De repente, de pronto Belén se puso seria y me tiró sin anestesia: ¿Y cuando le ves las tetas a esa bebé, también se te para la pija así?

¿Qué decís mocosa? ¡Me parece que te estás pasando!, le dije cortante y sentencioso, aunque sin convicción, mientras desenchufaba el alargue de la máquina.

¡Yo, no soy una mocosa, como la gorda esa! ¡Y, si me estoy pasando, decíselo también a tu pija, suegrito!, me dijo levantándose la remera, exponiéndole a lo que quedaba de sol la textura de su corpiño con encajes. No pude hacer nada más cuando se me acercó, me puso una mano en el hombro y me susurró: ¿Me ayudás a desprendérmelo? ¡Estos se desabrochan por atrás! ¡Y no acepto un no por respuesta! ¡Quiero que las veas desnudas, y me digas si te gustan!

De inmediato, sin saber cómo llegué a eso, mis manos le habían quitado el corpiño, y luego, cada una de ellas comenzaba a tocarle las tetas con una veneración tan sublime como erótica. Primero por encima de su remerita. Luego, por adentro, sosteniéndolas como si les tomara el peso. Ella respiraba con regocijo, y me miraba a los ojos, intimidándome.

¡Bueno, seguro que huelen mejor que las de la sucia esa de tu, “Vecinita”! ¡Fijate, y no seas tímido, que no muerden!, me dijo, mientras se paseaba la lengua por los labios. Yo acerqué mi cara a sus tetas, y aquel perfume dulzón que solía invadir su cuello fue eclipsado por el olor de esas tetas carnosas, suaves y duritas. Me las empecé a restregar por toda la cara, a olerlas y a estirarle los pezones, ya sin importarme si me lo pedía o no. Aunque, me tranquilizaba el hecho de escucharla gemir cada vez que lo hacía, o que le daba un tierno pellizquito en los costaditos de sus gomas.

¡Guau, qué rico! ¿Así jugabas con las tetas de tu mujer? ¿Te gusta el olor de mis tetas? ¿No te dan ganas de comértelas, de tragártelas y morderlas?, me preguntó de golpe, comenzando a gemir más de prisa, mientras una de mis manos se apoyaba en su cintura. De modo que ahora sentía cómo se estremecía cuando mis labios le sorbían los pezones, uno por uno.

¡Mi mujer, nunca tuvo estas tetas! ¡Y estas gomas, me calentaron desde que llegaste guacha! ¡Sos una pendeja calentona! ¿Con esto provocás a tus profesores?, le rebatí, apretándoselas para que sienta el candor de mis dedos. Empecé a babeárselas como un condenado, a chupárselas con tanto desenfreno que temí hacerle doler. Pero ella no parecía querer apartarse de mí.

¡Sí, obvio! ¡Cuando ven que no sé mucho, enseguida pelo las tetas, y me aprueban! ¡A uno de ellos, le hice una paja con las tetas! ¡Yo me re di cuenta que me las mirabas, y que te ponías nervioso! ¡La primera vez, me re pispiaste la entrepierna! ¡Me acuerdo bien! ¡Asíii, chupame más las tetas, dale que son tuyas, y te calientan el pito! ¡Quiero que se te caliente bien la pija con mis tetas! ¡Comelas, mordelas fuerte, y escupime toda, sacate las ganas de comerme las tetas! ¡Así, mordeme máaaas, así, comete mis pezones, sacame la lechita de las tetas papiiiiii! ¡Uuuuf, no sabés cómo me mojo la bombacha cuando me chupan las tetas así! ¡Woooooooow, qué ricoooo, asíii, más, escupime más, llename las tetas con tu babita de perro alzado! ¿Te gusta que te dé tetazos en la cara? ¿Síiii? ¡Porque te portás mal, y le andás mirando las tetas a tu nuera, por eso te pego! ¡Y, encima te calentás con las tetas de una nena piojosa y sucia!, me decía mientras desataba fuertes tetazos contra mi cara, me las refregaba en el pecho, me rozaba la nariz con sus pezones erectos, volvía a pedirme que se las escupa, y luego insistía para que se las mame con furia, sin guardarme nada. Yo casi no podía hablarle, porque tanto mi boca y mis manos se llenaban con esos globos calientes, tersos, gigantes y a punto de explotar de adrenalina.

¿No te da curiosidad saber cómo se me moja la bombacha? ¡Dale, chupame las tetas, y pegame en el culo!, me ordenó, mientras tomaba una de mis manos para internarla bajo su pollerita. Enseguida noté que tenía las piernas mojadas y resbaladizas. Pero eso no era nada comparado con la humedad caliente que le empapaba la bombacha. De hecho, hasta parecía que le goteaba cuando al fin separó las piernas para hacerle lugar a mi mano deshonesta.

¡Dale papi, Colame los dedos, y no pares de comerme las tetas! ¿Te gusta cómo se moja tu nuera? ¡Ni Mati me chupa las tetas así!, me decía, mientras me manoteaba la pija con una mano, me refregaba las tetas en la cara para que mis labios atrapen sus pezones y así continuar succionándoselos, y caminábamos hacia una de las paredes del patio. Ella hacia atrás, y yo dirigiéndonos como podía. Es que, estábamos parados en el medio de la nada, y el equilibrio no nos auxiliaba a esas alturas.

¡Sí, te re mojás pendeja! ¡Estás muy calentita me parece!, llegué a balbucearle cuando al fin llegamos a la pared. Ella, casi que sin proponérselo, me bajó el pantalón y el bóxer, apropiándose de la erección de mi pija, a la que le dio unas escupidas sin agacharse, mientras la miraba y decía: ¡Uuuuuuyaaaaa, qué rica pija se van a comer mis tetitas! ¡Síiii, quiero esto! ¡Quiero pajearte con mis tetas! ¿Me dejás? ¡Mirá cómo se te paró! ¡Creo que, si me la llegás a meter, me va a re doler, porque, todavía soy virgen! ¡No sé si se me nota!

Mientras bromeaba y se reía, me la escupía, me convidaba otros bocados de sus tetas, y me pedía que le nalguee la cola bien fuerte.

¡Síiii, pegame más, por portarme mal! ¡Estoy metiéndole los cuernos a mi novio! ¡Pobrecito! ¡Y vos a tu mujer! ¡A esa bruja que piensa que soy una pendejita alzada! ¡Sólo porque me gustan los papis chanchos, como vos!, me decía mientras recibía mis chirlos, me pajeaba la pija con dos dedos y me la seguía lubricando con su saliva impiadosa. Y de pronto, más rápido de lo que tardó en comenzar a soplar un vientito sonoro entre las copas de los árboles, Belén se arrodilló tras subirse la pollera a la cintura, y comenzó a castigarse las tetas con mi pito. Se pegaba primero en una, luego en la otra, y después, para mi sorpresa, en su carita con los labios y los ojos cerrados. Jadeaba y se mecía hacia los costados. Me olía la pija y expulsaba más saliva, pero ahora también contra sus tetas. En un momento se levantó, se bajó un poco la bombacha hasta quitársela por completo, y me la mostró, diciendo: ¡Mirá cómo me hacés mojar, malo!

No llegué a verle la conchita porque, en ese momento la pollera volvió a cubrirle las rodillas. Pero, sin embargo me acercó la bombacha y me pidió: ¡Tocala, dale, fijate cómo está! ¡No pienses que me hice pis! ¡Es que, cuando me chupan las tetas taaaan bien, me mojo como una loquita!

Ni bien terminé de palpar esa bombachita blanca entre mis manos, como si se tratara de un ave exótica, me la quitó, y la arrojó al otro lado de la ligustrina que divide nuestro patio del vecino. Y entonces, volvió a concentrarse en mi pija. La juntó a sus tetas calientes, las refregó contra ella, y luego la ubicó en el centro para comenzar a friccionar mi carne con su calor, con el fragor de esos globos perfectos, rabiosos y fragantes. Lo hizo suave al principio. Pero poco a poco fue presionando más, fregándose con mayor intensidad, escupiendo con abundancia y gimiendo con una dulzura que, se parecía más a una nena virgen que a una zorrita, como realmente es ella. Un par de veces me rozó el glande con la lengua, y yo estuve al borde de bañarle la cara con mi leche. Pero de pronto volvía a refugiarla entre sus tetas, y la fricción regresaba a chispearnos la piel.

¿Te gusta que una pendeja como yo, te saque la lechita con las tetas? ¡Qué rico chupete me estoy comiendo! ¿Me dejás regalarte una chupadita? ¡Quiero mamarte la pija papi! ¡Y, cuando estés por acabar, quiero que me lo digas, así me bañás las gomas con tu lechita caliente!, me decía, mientras restregaba mis bolas cargadas de cosquillas contra sus tetas, y me pajeaba la verga con algunos dedos.

¡Haceme lo que quieras pendeja! ¡Ya sabés que no puedo prohibirle nada a esas gomas!, le dije, y ella, luego de sonreírme como una tonta, me besuqueó las bolas, y luego rodeó la cabecita de mi pija con sus labios, acaso más ardientes que sus tetas, si eso era posible. Sentía sus temblores y jadeos cuando saboreó por fin los jugos preseminales que colmaban mi prepucio, y al rato la mitad de mi verga se anidaba en su boquita, mientras me pedía que le apriete las tetas, que le pellizque los pezones, y que le diga que es una putita come viejos. Me encantaba que me hable con la boca llena, y que dé pequeños grititos atragantados cuando le retorcía un pezón, o le agarraba las gomas para sobárselas conforme sus chupadas se hacían más intensas.

¿ME vas a dar la lechita papi? ¿Me vas a mirar las tetas, siempre que te venga a visitar? ¡Ay! ¡Así! ¡Pellizcame más malo! ¿Y le vas a decir a tu mujer que soy una nena buena, que todavía toma la leche, y se moja la bombacha? ¡Auch! ¡Daleeeeee! ¡Así, más fuerte, sobame las tetas! ¿Y, un día de estos, voy a poder dormir en tu cama? ¡Prometo no dormir en tetas! ¡Asíiii, dame más! ¡Quiero la lechita papiiiiii!, me decía, sin detener las succiones ni las lamidas por todo mi tronco. Su garganta parecía cada vez más profunda, y mi pene más ancho, señorial y dispuesto a embarazarla por la boca, si se pudiera.

¡Sí nenita, vas a poder hacer todo eso! ¡Quiero que duermas en tetas, y en conchita, en mi cama, y que le cuentes a mi hijo que te cogí las tetas, y la boquita! ¡Esa boquita sucia que tenés! ¡Seguro que también le mamaste la verga al profe que no te quiso aprobar, atorranta! ¡Dale que no puedo máaaas, y te la voy a dar en la boquitaaaaaa!, empecé a advertirle, apenas consciente de mi cuerpo, del aire que entraba a mis pulmones y de los ruidos de la casa. Ella, con la velocidad de una exhalación, sacó mi pija de su boca y empezó a refregársela con todo contra sus tetas, mientras me decía, gimiendo como una desquiciada, con un leve gargarismo en la voz: ¡Dale papi, enlechame las gomas, así, quiero que me acabes en las tetas, y que tu mujer vea que tengo la remera manchada, como hace un ratito! ¡Quiero escucharla decir que soy tu puta, tu pendeja, una cualquiera, una guacha que se encama con todos! ¡Largame la lechita papiitooooo! ¡Dale, embarazame las tetitas, y no dejes nunca de mirarlas! ¡Quiero que siempre se te pare esta mamadera hermosa que tenés cuando me las mires!

No sé cuánto tiempo transcurrió mientras ella hablaba, me escupía la pija, me la restregaba contra sus tetas y me pajeaba rapidito el glande. Solo sé que cuando empecé a acabar, pensé que no me detendría nunca. ¡Hasta ella se impresionó por la cantidad que fui capaz de ofrendarle! Pero era un paraíso sentir esa piel contra mi pija, cada vez más embebida de mí. Trataba de no gemir, de ser lo más silencioso y sereno que me saliera. Pero no podía controlarlo. Cada gota de semen que bañaba sus montañas exquisitas, parecía arrancarme algo de vitalidad. Era una especie de regadera seminal que no encontraba el fondo, y ella, una sirena cantarina con sus gemidos, sus exclamaciones y sus palabritas sucias, las que ahora no tenía la amabilidad de recordar. Al tiempito nomás se levantó, me miró a los ojos con una profundidad que hasta ahora no le había conocido, se mordió los labios y me dijo casi en un susurro: ¡Mirá el enchastre que me hiciste! ¡Me maquillaste la cara, y, bue, las tetas ni hablar! ¡Pero, posta, te felicito! ¡Tenés mucha leche para dar todavía, don Alberto!

Inmediatamente los dos nos empezamos a reír, como si estuviésemos en un espectáculo humorístico particularmente ordinario. Pero no por eso menos disfrutable y tentador.

¡La verdad, te pasaste pendeja! ¡Y, creo que, eso fue posible por, bueno, por la forma en la que hacés las cosas!, le dije, escuchándome con una timidez alarmante.

¡Ah bueno, gracias! ¿Querrás decir, con la forma que tengo de hacerte la turquita, y de comerte la pija? ¡No es nada! ¡Tu pija es deliciosa! ¡Aaah, lo único, te voy a tener que pedir ayuda para ponerme el corpiño! ¿Podrás?, me dijo, ahora observándome con ojos de asesina. Yo todavía no dominaba los latidos de mi corazón, y empezaba a pensar en los riesgos a los que nos enfrentábamos.

¡Sí, dale, te ayudo! ¿Pero, no te vas a lavar? ¡Como dijiste, estás hecha un enchastre!, le largué, mientras ella se quitaba la remera y ponía entre mis manos su corpiño.

¡Como te dije, me voy a quedar así, toda sucia y pegoteada! ¡Es una de las cosas que más me calienta! ¡Andar con la leche de los hombres desparramada en las gomas! ¡La cara, sí, eso sí, tranquilo!, me decía, adivinando el estado de nerviosismo de mi rostro, mientras yo iba por el segundo broche de su corpiño.

¡Sos tremenda vos che! ¿Qué hora será? ¿Y Mati? ¿No estará adentro, y nosotros acá? ¿Te das cuenta de lo que pudimos haber generado?, reparé en decirle, ansioso por lo que desconocía, pues, no llevaba reloj, y empezaba a sospechar que mi esposa podría haber llegado del súper.

¡Mati no va a venir, hasta la noche! ¡De acá, me voy a mi casa! ¡Solo tenía que venir a buscar unos apuntes, y un cargador para mi Notebook! ¡Y, Sí, por ahí, Graciela está por llegar! ¡Pero, no te preocupes, que ya me voy! ¡Aunque, si querés, puedo quedarme hasta que venga, y me vea la remera sucia! ¿Querés? ¡Aaaah, mirá cómo te brillan los ojitos! ¿Te gusta que tu esposa te cele de mí? ¿Y que yo te cele de la bombachita sucia de tu “Vecinita?” ¡Aaah, y que no me entere que le anduviste mirando las tetitas a esa nena! ¡Vos tenés que serle fiel a mis tetas! ¿ME escuchó, don Alberto?, me decía, siempre con gracia poniéndose la remera. Después se agachó para acomodarse las sandalitas que llevaba en los pies, y me ayudó a subirme el pantalón, apoyándome su tremendo par de tetas en el pecho.

¡Cómo se nota que querés más eh! ¡YO también quiero más! ¡Pero, me tengo que ir! ¡Aaah, lo único, la bombacha, andá a saber a dónde fue a parar! ¡Así que, aparte de irme con las tetas enlechadas, me voy con la concha peladita! ¡No le cuentes a Mati, porfi! ¡Y, te prometo que, cuando podamos, volvemos a jugar!, me dijo, ahora rozándose el labio inferior con un dedo, antes de meterse a la casa. Enseguida la escuché hablar con mi mujer, en el instante en que yo guardaba la cortadora de césped en el galpón.

¡Traje facturas nena! ¡Si querés, quedate a tomar unos mates con nosotros! ¿Y Alberto? ¿Todavía está con el pasto? ¿Viste que yo te dije? ¡Está cada vez más viejo, más haragán y quejoso!, decía Graciela, llamativamente un poco más contenta que de costumbre. Siempre la rejuvenecía salir un rato al Súper.

¡No Graciela, no se preocupe, que ya me voy! ¡Tengo que irme a cambiar la remera! ¡No sé con qué me la habré ensuciado! ¡Y sí, don Alberto está en el patio! ¡Pero no sea tan mala con él, que, al menos desde que yo estuve estudiando, él no paró de trabajar! ¡Debe estar fundido el pobre!, le retrucaba la “Santa” de Belén, evidentemente caminando por el living.

¡Sí, el pobre seguro! ¡Ya me dijo doña Lita que le anda mirando las tetas a la hija de don Severino! ¡Es una nena esa pibita! ¡Ya le voy a dar cuando entre! ¡Bueno, yo voy a poner la pava! ¡Si querés, sumate nena!, sentenció Graciela, y entonces oí el chispero de la cocina, riéndome entre dientes para no ponerme a gritar de alegría.     Fin

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Comentarios

  1. ¡Pero que personaje Don Alberto y su nuerita!, como le gusta a esa nena hacer trabezuras con sus gomas!, este relato está espectacular, tiene mucho morvo, eso me gusta, por esto mismo es que digo que me hacés volar con la imaginación, solo vos lográs transportarme al mundo de ellos con solo leerte. Gracias Ambar.

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