Beba inocente

 

Cuando la señora Ana me contrató para que le dé una manito en limpiar su casa, repasar un poco los muebles y en ordenarle la pieza a su única hija, nos pusimos de acuerdo enseguida con el precio y las formas de pago. Yo tenía 30 años, y no me venían mal unos pesitos por la mañana, ya que por las tardes trabajaba en la despensa que abrimos a puro esfuerzo con mis padres. Por suerte la pandemia aflojaba, y la mujer me dejaba ir sin barbijo. Tampoco me dijo que era imperioso que estuviese vacunada. Lo que para mí era un golazo. La primera semana todo estuvo bien. Conocí a Nicole, y aunque no tuve mucho trato con ella, me pareció una chica dulce, con evidente levante en la escuela. De hecho, tenía la sensación que usaba remeras súper escotadas a propósito cuando atendía al sodero, al pibe que les cortaba el pastito del patio, al chico que traía las viandas, y a cuanto vendedor pasara por la puerta. En ocasiones, andaba por la casa con musculosas anchas, y sin corpiño. Además, se hacía la linda con los chicos que le hablaban por Whatsapp. Nicole tenía 16 años, y su madre la cuidaba bastante, a pesar que no le decía nada de sus escotes, o de sus shortcitos híper apretados. Pero por lo demás, le ponía límites, y hasta la castigaba si desaprobaba exámenes, o le contestaba mal a ella, o a cualquier adulto de la familia. Su cuarto, habitualmente era un desorden. Le encantaba comer en la cama. Eso significaba que sus sábanas estaban llenas de migas de alfajores, galletitas o pan. Había latas de gaseosas vacías por todos lados, vasos sucios, hojas con dibujos, fotocopias desparramadas en su escritorio, y ropa limpia amontonada en las sillas. Era vaga hasta para guardarla, porque yo siempre se la dejaba dobladita una vez que la recogía limpia de los tendederos. Pero, lo que no faltaba jamás, era una parva de bombachitas usadas debajo de su cama. ¡No entendía por qué eran tantas! Casi siempre estaban húmedas, arrugadas, y con olor a pis. Yo, las recogía y las llevaba al lavarropas, y aunque tuviese curiosidad por ese detalle, no estaba autorizada a preguntarle nada. Pero, por todo lo demás, era una chica hermosa, querida y admirada hasta por sus enemigas. Ojos marrones y suspicaces, pelo largo y negro, hasta la mitad de su espalda, unas nalguitas con sabor a poco, como diría mi madrina, pero bien formadas y redondas, y ese par de melones que atentaba con cuanta remera o vestido se pusiera.

Sin embargo, la segunda semana de mi empleo en la casa de Ana, ella misma me abordó mientras lavaba los platos para decirme a modo de secreto: ¡Mirá Maru, tengo que pedirte algo, y necesito que me seas leal en este punto! ¿Yo ahora me voy al estudio porque tengo una reunión con un par de abogados! ¡Voy a venir tarde, y lo más seguro es que toda esta semana sea igual! ¡Pero, es importante que Nicole no se vea con un tal Ramiro! ¡Ese chico vive acá a la vuelta, y está emperrado en ser su novio! ¡Bah, ella también! ¡La cosa es que, el pibe tiene 24 años, y, por rumores que me llegaron, tiene un par de hijos no reconocidos! ¡La verdad, no estoy interesada en que un inmoral se acueste con mi única hija! ¡Además, ella no tiene ni idea de esas cosas! ¡Ya la conocés! ¡Seguro que es virgen todavía! ¡Fijate que, hasta toma la leche como si fuese una nena! ¿Qué adolescente hace eso?

Yo la dejaba hablar, porque sabía que era de mala educación interrumpirla. Pero me moría de ganas por confesarle que en el cajón de la mesita de luz de su “Niqui” había un consolador, y varias cajas de preservativos. Tal vez no significaba gran cosa. Pero, esa chica algo de sexo sabía.

¿Así que, necesito que te quedes en la casa, hasta que venga a buscarla el transporte que la lleva a la escuela! ¡También que le prepares el almuerzo, o le pidas la viandita, que te ocupes de su desayuno, y todo lo que te pida! ¡Y, que ese chico no entre a la casa! ¡Por nada del mundo!, volvió a remarcar, mientras se ponía una camperita de hilo formal encima de la blusa. La tranquilicé diciéndole que todo iba a estar bien, y la vi marcharse, sonriéndome con simpatía. La señora Ana no le sonreía a cualquiera, y eso me hizo dar cuenta que me había ganado su confianza.

Ese lunes, y el martes no hubo novedades. Yo estaba alerta por si ese chico venía a la casa. Ya lo había visto. Era un morocho normal, con un par de tatuajes de Boca en el brazo, unos ojos verdes penetrantes, y una sonrisa amena. Hablaba poco, y se vestía con remeras deportivas. La señora Ana le abrió la puerta con cara de pocas pulgas, las dos veces que había venido a ver a Nicole, y no le perdió el ojo. Es más, antes de hacerlo entrar, le había prohibido a su hija que vayan a su habitación. Ella le rezongó, pero, en definitiva, no se fueron del living. Yo vi que se miraban como si se estuviesen por comer. Al parecer, a la Señora Ana no le importaba, con tal que no desaparezcan de su radar.

Cuando llegó el miércoles, entré a la casa con la copia de la llave que Ana me confió. Llamé a Nicole, pero naturalmente, todavía no se había levantado. Eran las 8 de la mañana, y según sus palabras del día anterior, debía despertarla temprano para que termine unos deberes de Historia. Sin embargo, tal vez poniéndome en el lugar de mi propio sueño mal dormido, la dejé una hora más. Entretanto repasé muebles, encargué su vianda saludable, me hice un café en esa súper cafetera automática, lavé platos y vasos, alimenté al insoportable del Caniche, y recibí una parva de boletas de impuestos. Por lo que, la hora que había previsto, se convirtió en 120 minutos. Al rato, no me quedó otra que ir a despertar a la bella durmiente de la casa, esperando que pudiese cumplir con sus tareas escolares. Entonces, cuando iba cruzando el pasillo que une la cocina con un pequeño espacio que se conecta con las habitaciones, descubrí que la puerta del patio estaba abierta. ¡Yo la había cerrado para llevar al caniche para que juegue un rato, y no me estorbe cuando me tocara limpiar los pisos! Bueno, el tema es que no le di importancia. Llegué a la puerta de la pieza de Nicole, y llamé despacito con los nudillos. A ella no le gusta que golpeen fuerte, porque odia despertarse bruscamente. Llamé un par de veces más, y mencioné su nombre por lo bajo. Me pareció raro que no respondiera. Así que me tomé el atrevimiento de abrir. ¡Y ahora sí que ambas estábamos en problemas!

¡Disculpe Nicole… pero… tu mamá me dijo, o, mejor dicho, me prohibió que este chico ingrese a la casa! ¿Cómo entró usted niño? ¡Tengo que comunicar de esto!, empecé a decir, entrando en pánico. La bandeja con la taza de café, las tostadas y la mermelada me temblaban en las manos, mientras veía a Nicole sentada en la cama, con una musculosa viejita toda estirada por la que claramente se le escapaban las tetas, mirando con deseo a la entrepierna del morocho. Él estaba de pie, apoyado en la sedosa cortina que cubría un inmenso ventanal, que permanecía cerrado. ¡Y no podía reprocharle a esa chiquita el ardor de sus ojitos! El pibe tenía un tremendo paquete abultándole el jean. Ella paseaba su lengua por sus labios gruesos, se los mordía o succionaba bien suavecito, y se estiraba la musculosa para abajo. De modo que sus tetas cada vez se veían más afuera de cualquier barrera moral. El pibe la miraba, y daba pasos cortitos. Hasta que al fin sus rodillas se apoyaron en la cama de Nicole. Le tocó los pies descalzos, y ella me miró con urgencia, indicándome que me lleve el desayuno, que me vaya y no abra la boca.

¡Disculpe señorita, pero tengo órdenes de su madre! ¡Este chico, se tiene que ir! ¡Además, se me hizo tarde, y usted, tiene tarea! ¿Se acuerda?, le dije perturbada, observando cómo a ella se le llenaban los ojos de lágrimas, y no se separaban de la magnífica visión de ese bulto prominente.

¿Por qué me tengo que ir? ¿Vos sos la empleada no? ¡Vos tenés que ir a la cocina, y dejar a la nena que se divierta un poquito!, me dijo el irrespetuoso, sacudiéndose el pelo con las manos para luego volver a acariciarle los pies a la chiquita.

¡No Rami, que no se vaya! ¡Dejala que me dé la leche! ¿Podés darme la leche Maru? ¡También, quiero que me hagas unas tostadas con dulce, y me las des en la boca, como si fuese una bebé! ¿Podés? ¡Por lo que me contó mi mami, vos no podés tener hijos! ¿No Querés jugar un ratito conmigo? ¡Te prometo que, Rami después, se va!, me dijo la guacha lamiéndose un dedo, poniéndome cara de pobrecita. No pensé que sería capaz de desentramar algo de mí tan doloroso y profundo. Tampoco que mi jefa le hubiera compartido mi secreto a su hija. Pero, en ese momento no me molestó, ni me generó sensaciones feas. Es más. Creo que, involuntariamente me empecé a reír con ganas, derramando un poco de café con leche sobre la bandeja.

¡Dale Maruuuu, no seas mala! ¡Si sabés que sos la mejor de todas las empleadas que pasaron por mi casa! ¡Sé buenita, y no le digas nada a mi mami!, me decía Nicole, golpeando el costado izquierdo de su cama para que me siente. Enseguida me hizo el gesto de una taza acercándose a su boca, y de inmediato entendí que quería que le acerque su leche. Apenas lo hice, ella tomó unos sorbitos, y le mostró al chico cómo se limpiaba las gotitas que le quedaban en los labios con la lengua.

¡Mirá Maru, no podés decirme que no tiene una hermosa pija! ¡Y eso que todavía no se bajó el pantalón! ¡Dioooos, no sabés cómo me la pide la conchita! ¿Viste cómo se le marca? ¡Además es divino!, me decía, como si yo fuese su mejor amiga, y ella me compartiera su opinión de una foto, o de un chico cualquiera que pasaba por la calle. Pero el chico en cuestión, Ramiro, estaba de pie, y era tan real como nosotras. Le agarraba los pies a Nicole para acariciarse las piernas, y ella misma intentaba llegar con ellos hasta su erección.

¡Sí, la entiendo niña, pero, recuerde que usted, que su madre no quiere! ¡Yo, le prometí a su madre que este chico no iba a entrar a la casa!, le dije, mientras le daba una tostada con mermelada.

¡Bueno, pero ya lo hice! ¡Así que, de alguna forma, no cumplió su promesa! ¿Cómo entré? ¡Simplemente salté la medianera, y vi la puerta abierta del patio! ¡Un grave descuido por su parte! ¡Después, todo era fácil!, me dijo el pibito, tan resuelto como arrogante, ahora refregando los pies de Nicole contra su bulto cada vez más peligroso bajo su escondite.

¡Basta Rami, no seas malo con Maru, que me está dando la leche! ¿Por qué vos, no me la Querés dar! ¡Y no le hables así! ¿OK? ¡Dale, bajate el pantalón, porfi, que las dos queremos ver ese pito! ¿No Maru? ¡Diooos, se me re ven las tetas! ¡Qué cochina que soy!, decía Nicole, frotando sus pies con mayor frenesí en el paquete del pibe, que le sacaba la lengua y la miraba con ojos de asesino. Ella me sacó la taza de la mano, y después de beber unos traguitos, se volcó un poco en la musculosa. De inmediato simuló ponerse a llorar. ¿O lloraba de verdad? ¡Por momentos parecía que toda su piel estaba en un trance perpetuo, y que su vulva, aún cubierta bajo la sábana no podía resistirlo más! Ramiro se reía como un bobo, mientras yo la ayudaba a quitarse la musculosa. Tuvo que pedírmelo tres veces, y a la tercera, lo hizo lamiéndose un dedo. Eso me terminó de convencer que tal vez, aquel no sería un día más.

¡Maru, dale, pedile que se baje el pantalón, así nos muestra lo parado que tiene el pito! ¿Querés?, me dijo la nena, a esa altura dándole patadas a las piernas del pibe, que ni se inmutaba. Aunque le comía las tetas con la boca entreabierta y se manoseaba el paquete. Yo no tuve el valor de hablar. Pero, en un acto de calentura que ya me gobernaba desde que le vi las tetas a Nicole, me acerqué a sus pechos, y el olor de su piel adolescente me hizo tiritar.

¿Te gustan Maru? ¡A él también le gustan! ¡Dale Rami, mostrame esa pija nene!, dijo Nicole, empezando a suspirar, porque una de mis manos entraba en contacto con sus tetas. Entonces, yo misma tomé la tacita de la mesa de luz, y la obligué a bebérsela toda, mientras ahora el chico le olía, besaba y mordisqueaba los deditos de los pies, y yo le daba besitos babosos en las tetas. Me enloquecía el pequeño lunar que lucía cerquita de su pezón izquierdo. Justamente, los pezones se le ponían más duritos y calientes. Pero lo que verdaderamente terminó de excitar al pibe, fue cuando la escuchó eructar, luego de acabarse todo el café con leche.

¡uuuuh, qué cerda que sos guacha! ¡Y pensar que tu mami te tiene en una cajita de cristal! ¡Vas a ver cómo te voy a romper la telita nena!, se expresó el pibe, quitándose la remera en un solo movimiento. La arrojó sobre mi cabeza. Ni siquiera pidió disculpas. Le agarró los pies a la nena y se los frotó en el pecho, el abdomen y la cara. Luego, se ayudó con ellos a bajarse el jean por completo, una vez que sus manos desabrocharon los botones. De pronto las dos admirábamos cómo el bóxer blanco de marca le estrangulaba los testículos, y parecía empecinado en que ese pene extremadamente grueso no respire ni un segundo más.

¿Guaaaaau, dioooos, qué poronga nene! ¡Mirá Maru, qué lindo esoooo! ¡No me digas que no te tienta!, decía Nicole, dando pequeños saltitos en la cama, mientras yo aún le acariciaba las tetas.

¡Obvio nena! ¡Mirá cómo le brillan los ojitos a la putona de tu empleada! ¡Pero, no se preocupe doña, que la que se va a tomar la mamadera, es esa bebé que tiene ahí!, dijo Ramiro, quitándose el pantalón y las zapatillas. Nicole me pedía que le toque las tetas, y entonces, me atreví a besarle el cuello, los hombros, a morderle el mentón, y a regresar a sus gomas para olerlas, frotarlas en mi cara, y para darle pequeños sorbitos a sus pezones. Luego, se los chupaba como si se los quisiera arrancar, mientras el pibe le hacía palpar su bulto con una sola mano, hasta que lentamente su glande asomó por el elástico de su bóxer. Ahí la nena dio un alarido de placer, mezclado con la alegría de un niño al que le compraron su juguete preferido.

¡Aaaaay, te toqué el pito ramiiii! ¡Soy una sucia, una asquerosa! ¡Ayudame Maru, quiero que vos me ayudes! ¡Agarrale el pito, y ponémelo en la cara, dale, que yo no tengo idea de cómo se hace!, dijo, sin dejar de saltar, mientras mi besuqueo por sus tetas lograba empalar aún más al pendejo.

¿En serio no sabés hacer un pete guacha? ¡No te creo! ¡Es re fácil! ¡Bue, entonces, tu amiga me re chamuyó!, se quejaba Ramiro, mientras yo pensaba en cuál sería mi paso siguiente. ¡No podía separarme de la tersura de esas gomas calientes! Pero me debía a las órdenes de mis empleadores. Por lo tanto, me levanté de la cama y me acerqué al pibe. Sin embargo, en ese momento, el guacho se dio vuelta, y le puso el culo sobre la cara de Nicole.

¿Dale nena, Mordeme! ¿No es que a todas les gusta mi culo? ¡Todas tus compañeritas andan alzadas mirándome el culo, los tatuajes, los brazos!, decía el atrevido, mientras Nicole ahogaba besos, suspiros y tal vez alguna que otra mordida en sus atléticas nalgas. Eso lo supuse por los quejidos del mocoso. De todas formas, a él no le pasó desapercibida mi presencia.

¿Así que vos me vas a manotear el pito para ponérselo en la boquita a tu jefecita? ¡Igual, te digo, vos no te quedás atrás! ¡Tenés una hermosa burrita! ¡Pero que no me escuche Niqui, porque se pone celosa al toque! ¡Viste cómo son las nenas de mamá!, me dijo en voz baja, estirando una mano primero para tocarme una teta, y luego para darme un chirlo en el culo. Lo miré re mal, y algo adentro de mis sentidos quiso putearlo. Pero, en lugar de eso le tanteé el bulto, y se lo apreté. Acto seguido me le colgué de un hombro para llegar a su oído, “Cosa que me costaba hasta en puntas de pie”, y le dije: ¡Dale, vamos a darle esa mamadera a Niqui, que no puede más de lo calentita que está!

¡Uuuupaaa, así que, ahora te preocupás de la sed de la Niqui! ¿Es cierto que no podés tener bebés? ¡Porque, yo, no sabés cómo te embarazaría!, me largó, justo cuando nuestros labios se acercaron, y su lengua abrió los míos para apropiarse de mi aliento en shock. Mi mano le presionó un poquito más la base de esa monstruosidad de pene que tenía, y Nicole empezaba a asfixiarse de tanto soportar las frotadas del pibe sobre su hermoso rostro.

¿Y yo le pregunto, es cierto que usted, a todas con las que se acuesta, les deja un bebé? ¿Qué le atrae de dejarlas embarazadas? ¿Y, por qué sólo embaraza a las nenas? ¿Qué le calienta de ellas? ¿Pretende embarazar a Niqui también?, le decía, al tiempo que sus labios atrapaban mi lengua, y después mi labio inferior.

¡Me vuelve loco preñar a las pendejas!, me dijo, y automáticamente separó sus glúteos de Nicole. Entonces, advertí que ella se estiraba los pezones con una mano, y con la otra, intentaba sacarse la bombacha bajo sus sábanas. Al parecer, no había escuchado nada de mi conversación con el flaco.

¡Ramiiii, qué malo que sos conmigo! ¡Me encanta tu culo! ¡Pero, quiero que me des la leche! ¡La que me trajo Maru, estaba fría, y encima se me volcó!, le reprochó Nicole, después de tomar aire como un pececito atontado. Ramiro la quiso destapar, pero ella se lo impidió. Yo, me acerqué nuevamente al pibe, y luego de bajarle el calzoncillo con la boca, tomé en mis manos su gruesa y brillante pija. Le ordené a Nicole que se siente con mi mejor cara de mala, y empecé a juntar ese músculo endiablado a su carita ruborizada.

¿Por qué no te destapás pendeja? ¡Dale, que quiero verte la concha! ¡Así bebé, oleme la garcha, putita viciosa, que te va a poner loquita cuando te la ponga toda! ¿A ver? ¡Abrí la boquita, como cuando vas al dentista! ¡Decí Aaaaaah, así bebota, mirá cómo te rompe la boquita mi pija!, le decía Ramiro, mientras le pegaba con su instrumento en la boca, se lo pasaba por la nariz y los ojos, se lo enredaba en el pelo, y cuando ella abría la boca como un buzón, le rozaba los labios con el glande, y se pajeaba para salpicarla toda con sus juguitos preseminales.

¡Uuuuy, qué hermoso pito tenés pendejooooooo! ¡Me ponés re loquita! ¡Y vos, pegale en el culo Maru, dale… y no te hagas la tonta, que ya escuché que te lo re tranzaste! ¡Dale, nalgueale esa cola!, me decía, cuando yo seguía apretándole la pija al pibe. De modo que, sin revisar el contenido de las palabras de Nicole, desaté una, después otra, y luego decenas de nalgadas sobre el culo terso y musculoso de ese pendejo. Él, por su parte, se masturbaba más rápido contra la boca de Niqui. Le revolvía el pelo y seguía tironeando de la sábana para destaparla. Pero ella no se lo permitía. De pronto, empecé a escuchar besitos babosos, y un sonido como de una nariz siendo estrujada para liberarse de sus moquitos. Cuando miré mejor, sin detener los chirlos que le regalaba al pendejo, vi que Nicole le chuponeaba las bolas, que se aferraba a esa pija cada vez más parada, y que se pellizcaba los pezones, al punto de convertirlos en dos cerecitas moradas. Entonces fui consciente de las palabras de Niqui.

¡No nene, no quiero que me destapes! ¡Me da vergüenza! ¡Decile Maru… decile que, bueno… vos sos la que limpiás mi pieza! ¿Cierto que, siempre hay ropa mía, mojada?, me decía con los ojitos suplicantes. Las manos le temblaban de la emoción al rodear esa pija durísima, y la boquita le babeaba sin hacer el mínimo esfuerzo. Estaba claro que se la quería tragar toda, pero que no sabía cómo hacer. Aunque, me quedé sin respuesta ante las palabras de mi jefecita.

¡No te hagas la tonta Maru! ¡Si vos siempre te encontrás con mis bombachas mojadas! ¡Creo que, cuando estoy muy caliente, me meo, y no lo puedo controlar! ¡Por eso, no quiero que me destapes!, se expresó al fin, lagrimeando débilmente. Acaso, para enternecer al pibe, o a mis ansias desbordadas.

¡Dale Maru, seguí dándole chirlos a esas cola, y sacate la remera, Subite el corpiño, y hacé que te coma las tetas! ¡Dale negrita sucia! ¡Vos sos mi empleada, y tenés que hacer lo que te pida! ¡Pelá las tetas, y encajáselas en la boca!, me pidió, mientras el pibe le tocaba los labios con la puntita de la chota, a medida que ella me hablaba, penetrándome con sus ojitos. El hoyuelo que siempre se le hacía en la mejilla derecha al reírse, me resultaba cada vez más sexy.

¡Aaaah, así que, no te Querés destapar, por andar con la bombachita meada! ¡Sos una puerca, una cerdita, una guachita sucia! ¡Pero, gracias a mí, vas a pasar de tener olor a pichí en la bombacha, a tener olor a lechita de macho! ¡Dale guacha, abrí bien la boca!, le decía, cuando Niqui ya se había metido todo el glande adentro. Lo saboreaba y lamía, al tiempo que se le aflautaba la voz y se le llenaban los ojitos de felicidad.

¿Y vos? ¿No escuchás a tu jefa? ¡Mostrame las tetas! ¡Te las quiero mamar perrita!, me dijo, pellizcándome el culo con descaro, en el momento que mis chirlos se detuvieron. Es que mi atención se centró en la forma que tenía esa nena de lamer esa poronga impactante. ¡Era cierto que no tenía idea! Pero, me habían dado una orden, y yo estaba para eso. De modo que, me saqué la camperita negra de hilo que llevaba, también la remera turquesa, y me desabroché el corpiño celeste. Por suerte se prendía de adelante. En cuanto Ramiro me acarició las tetas, me manoteó de una de ellas y me indicó que me arrodille sobre la cama, al lado de las piernas de Niqui, que seguía sorbiéndole las gotitas de presemen de la pija. Ni bien me subí, su boca empezó a despedazarme las tetas con unos chupones de otro mundo que jamás había recibido. En parte, porque sus labios eran grandes y gruesos. Pero su lengua estaba más que caliente.

¡Qué rico el olor de estas tetas putita!, me decía el pendejo, presionando mis pezones con sus labios, oliéndome toda y mordisqueando los costados de mis senos.

¡Dale nena, que eso no es una mamadera, ni un chupete! ¡Es una pija! ¡Cométela toda, abrí más esa boquita, así te llega a la garganta!, le dije a Nicole, que me miraba con una lujuria desconocida en ella. Él aprobaba mis intervenciones. Ella se animó a meterse algunos centímetros más, y empezó a fregar el culo en las sábanas, abriendo las piernas y atragantándose cada vez que esa cabecita le rozaba la garganta.

¡Uuuy, ahora sí la veo en bombachita a mi peterita hermosa! ¡Fijate Maru, olé la sábana de tu nena! ¿Tiene olor a pichí, como las gatas? ¡No sabés las ganas que tengo de mandársela a guardar por el orto!, me decía Ramiro mientras me comía las tetas. Con una mano buscaba sobarme la concha sobre la ropa, y con la otra me ponía la sábana en la nariz, una vez que logró destapar a una distraída Nicole.

¡Sí boluda, ya sé que no es una mamadera! ¡Pero, tiene leche calentita!, dijo entonces la beba cuando Ramiro se la sacó de la boca al verla un poco pálida. Seguro que por la falta de aire. Es que, durante casi un minuto la tuvo adentro de la boca, rozándole la garganta. Por eso no era extraño que, antes de hablar, haya eructado con una fascinación que, me obligó a frotarle las tetas en la cara a ese guacho. Ramiro le dio unos buenos pijazos en la cara, antes de volver a prepotearle la boquita. La escuché mamar, eructar y escupir un par de veces más, mientras mis tetas seguían siendo devoradas por esos labios impiadosos. Sentía la humedad de mi ropa interior contra mis labios vaginales, y temía haberme hecho pis. Pero, de pronto, Ramiro, en medio de un concierto de jadeos, suspiros y gruñidos guturales, le sacó la pija de la boca a la nena, me manoteó del culo para alzarme en sus manos y me arrodilló contra cama de Nicole, a la altura de la cabecera.

¡Perdoname pendejita, pero, me parece que tu empleadita, o mejor dicho, sus tetas, se merecen que se las bañe de leche! ¡Vos mirá, y aprendé, que mal no te va a venir!, le dijo de repente a Nicole, que no ocultó su desconcierto, ni se olvidó de reprocharle.

¡Y vos, oleme la pija, que tiene la babita de tu nena! ¡Eso, así mami, escupila un poquito más! ¡Dale, así, bien entre las tetas metete mi garcha, así te las cojo bien! ¡Pajeame con esas gomas de perra, apretala más, asíii, arrancame la pija con las tetas putita, así te las encremo todas con mi chele! ¿Te gusta mi pija? ¿Viste cómo me la para esa nenita? ¡ME voy a ir, y te la voy a dejar preñadita, vas a ver! ¡Dale mamuuuu, apretame bien la verga, dale tetazos, uuuuuf, asíiii, pásame los pezones por la cabecitaaaaa, que te las voy a regar todaaaas!, decía exultante, perpetuo y sin privarse bocanadas de aire para llenar sus pulmones, y para que sus testículos se hagan más grandes y generosos. Su pija se frotaba con todo contra mis tetas. Él mismo me las agarraba para pajearse con ellas, para escupirlas y volver a la carga con más frotadas. Antes de ponerla en contacto con mis tetas, los hilitos de saliva de Nicole fueron devorados por mi boca. El olor y la textura de esa pija lechera, no se parecía a ninguna de las que había probado. Nicole doblaba el cuello para mirarnos, mientras murmuraba cosas que ninguno de los dos podía apreciar. Pero, lo claro es que se estaba colando deditos en la vagina, por los ruiditos que provenían de su entrepierna. Además, sus gemiditos ya no se limitaban. Y de pronto, Ramiro empezó a retorcerse, a apretarme todo lo que su fuerza masculina le permitía contra la cama, y a friccionar su malicioso pedazo de carne contra mis tetas, las que no tardaron en inundarse de una viscosidad espesa, blanca, caliente y abundante. ¡Parecía que no se iba a detener jamás! Y, cuando su cuerpo comenzó a mostrar señales de abatimiento, sus frotadas cesaban y sus jadeos se distendían, empezó a darme chotazos en las tetas, con los que lograba eliminar otros chorros de semen que terminaron por ensuciarme hasta el pantalón.

¿Y Niqui? ¿Viste cómo le di toda la lechita en las tetas a tu empleada? ¡Bueno, pero no me hagas pucherito, ni te pongas mal, que ella, ahora te va a convidar! ¿No cierto Maru? ¡Dale, acercate y dale lechita en la boca!, me pidió Ramiro, mientras empezaba a acariciarle los piecitos desnudos a una desconsolada Nicole. Ella lloriqueaba en silencio, y a pesar que tenía unas terribles tetas al aire, su mirada parecía la de una nena engañada. Así que, me acomodé a su lado, y en cuanto mis tetas estuvieron a unos pocos centímetros de su cara, ella misma se sirvió de cada gotita de semen que Ramiro me había obsequiado. Me mordió un pezón con un tímido “Putita de mierda” entre los labios, y me pellizcó el otro, gruñendo como enojada. Pero, por lo demás, me lamió, chupó, succionó y saboreó las tetas con un amor y un hambre voraz por igual.

Cuando al fin me las dejó sequitas, frescas y más calientes que antes, descubrí que Ramiro se frotaba los pies de la nena en el pito, y que su nariz se acercaba sigilosamente a su entrepierna.

¿Qué pasa Rami? ¿Tiene olor a pichí la princesa? ¿Por eso no le vas a hacer un bebito?, le dije, mientras me incorporaba de la cama. Entonces, todo fue tan rápido que no sé cómo es que se dio. La cosa es que, Nicole se nos ofrecía boca abajo. Ramiro seguía masturbándose con sus pies, y yo se los chupaba y escupía. De paso aprovechaba a lamerle la pija a ese macho, que volvía a empalarse nuevamente, y con creces. Al mismo tiempo, los dos le dábamos chirlos en la cola a Niqui, y le estirábamos la bombachita hacia arriba para que se le pierda en la zanjita. De pronto, Ramiro se levantó del suelo para someter a esa colita de nena suave y perfumada a un concierto de pijazos. Entonces, yo me ocupé de lamerle los pies, de besuquearle las piernas, y de colocar un almohadón de peluche bajo su vientre. Era uno de sus ositos preferidos. A partir de allí, me hice cargo de tomarla por las caderas para hacer que su vulva se frote en el muñeco, mientras Ramiro le mordisqueaba la espalda, le metía un dedito en la cola, le abría la boquita para que le lama otro dedo, y seguía nalgueándola a gusto. Ella gemía, o lloriqueaba, o jadeaba, entre suspiros. Pero ya no podía articular palabras claras. Su piel se calentaba, y de ella se evaporaba cada emoción juvenil. Por eso aproveché a fregarle mis tetas desnudas en la cara, la espalda y la cola. Cuando llegué a esas manzanitas coloradas por los azotes del caballero, se las froté con tantas ganas que, sentí unos pinchazos súper intensos en la vagina. Y eso me llevó a buscar entre las piernas de esa chiquita para descubrir al fin su estado de apareamiento. El peluche ya estaba empapado, y su bombacha no podía retener una brisa más de su intimidad. Ramiro, a todo esto, volvía a fregarle el pito en la cara, y ella intentaba atraparlo con su boca.

¡Uy, chicos, la bocina! ¿No escucharon? ¡Llegó el transporte! ¿Qué hora es, la puta madre? ¡Señorita! ¡Ramiro! ¡Poor favor! ¡Esta nena tiene que irse a la escuela! ¡Y encima no terminó la tarea!, empecé a decirles, nuevamente inmersa en un pánico que no me dejaba pensar.

¡Hey, hey, tranquila Maru! ¡Andá, y deciles que ya va!, decía Ramiro, mientras le sacaba la bombacha y la tiraba al suelo. Nicole se sentó en la cama con los ojos desorbitados, y calmaba las ansias de sus manos cuando volvían a encontrarse con ese ejemplar de pija parada. Yo corrí a la puerta de calle, y le hice señas al chofer para explicarle que Nicole ya venía, que tuvimos un percance. Entonces, me apresuré a meterle la viandita en la mochila, y volví a su pieza. ¡No tenía tiempo ni para vestirse!

Cuando entré, la nena estaba arrodillada sobre la cama, chupándole la pija a Ramiro, que la sostenía del pelo.

¡Dale Maru, ponele las medias, la bombacha y la pollerita! ¡Dale que llega tarde!, me dijo Ramiro con su arrogancia natural, como si vestirla en esa situación fuese lo más normal del mundo. Sin embargo, me las ingenié para ponerle las medias azules del colegio, para ponerle la bombacha, al menos hasta sus rodillas, y para hacer lo mismo con la pollera. Tuve que interrumpir la mamada que le estaba dando al pibe para ponerle el corpiño, y luego la dejé seguir haciendo mientras le ponía la blusa. Se la abroché con bastantes dificultades, soportando el manoseo de Ramiro a mis tetas, y, finalmente le puse los zapatos. Ni bien terminé con eso, le hice una colita en el pelo, y volví a persuadirla para que se apure.

¡El transporte te está esperando Niqui!, le dije, sonando más a una madre preocupada que a una empleada. Ella, luego de levantarse de la cama, se puso una camperita con el logo de su escuela, se subió la pollera y la bombacha, y empezó a chaparse con el pibe contra la pared. De inmediato percibí que él le apoyaba la pija parada en la entrepierna, y que la pollera se le empezaba a mojar con sus líquidos preseminales.

¿Qué pasa ahora? ¡Vamos, que se me va a armar la podrida a mí después! ¡Ya demasiado con todo lo que pasó!, les dije entre avergonzada y temerosa. Ella se dio vuelta, apoyó las manos en la pared y empezó a tirar la colita para atrás. Yo me acerqué a ella para ponerle perfume en el cuello, y él le subió la pollera para pegar su pito a la fina tela de su bombacha. En menos de lo que esperé, la puntita de esa pija ya pugnaba por entrar toda en la conchita de Nicole. Lo supe por los gemiditos que salían de su garganta embelesada. Y de pronto, los dos empezaron a moverse rápido, a pegotearse más, a sacudirse y juntarse a la pared. Ella babeaba, estiraba las manos para tocar alguna parte del cuerpo del pibe, y gemía. De a ratos me miraba a los ojos con una calentura que no podía explicarse con palabras.

 

¡Dale, así métela guacho, rompeme la conchita, dame pijaaaaa, abrime todaaaa, cogeme, cogeme más, sacudime toda, dame la leche, quiero la leche nene, como se la das a todas las que se revuelcan con vos!, decía Nicole, totalmente indiferente a los peligros que corría. Y, cuando pensaba en sermonearlos otra vez, Ramiro la puso con la cola contra la pared, y volvió a ensartarle la verga en la concha. Solo que esta vez le sostenía las piernas a la altura de su cintura para agilizar sus movimientos, y profundizar sus envestidas. Se oía con claridad el chapoteo de esa verga en los jugos no tan inocentes de mi jefecita, y los chupones que él le marcaba con tenacidad en el cuello. Un bocinazo sonó en la calle, y mi temor se acrecentó. Los miré como para apurarlos. Él ya la había despegado de la pared, y ahora se la garchaba teniéndola a upa, como un verdadero equilibrista, mientras a ella se le empezaba a deslizar la bombacha. Ramiro caminaba con ella alzada, sin dejar de pujar con su pubis. Le arañaba las nalguitas y le mordisqueaba las lolas por encima de la blusita. Nicole me pedía que me toque las tetas, que me acerque para ponérselas en la cara a su par tener, y me hacía culpable de que se le haya caído un zapato. Al ratito, Ramiro la puso de pie sobre la cama, solo para olerle la cola y la vagina. Le subió la bombacha y se la sentó encima, donde con una gran habilidad le incrustó nuevamente la chota en la chuchi. Ahí la nena empezó a saltar como si estuviese en un sube y baja, a la vista de sus compañeritas en la plaza. Entonces, Niqui gemía más agudo, mezclándose con el tercer bocinazo impaciente que aturdía en la calle. Hasta que finalmente, el semental de la piel morena se levantó, aprisionó bien a la nena contra su pecho, y sin sacarle la pija de la concha se dio a la tarea de largarle toda su energía convertida en semen. Sus jadeos eran aullidos ásperos de motivación, conquista y un sincero regocijo. Ella gemía con lágrimas en los ojos, mientras se le rasgaba una media producto de la adrenalina sexual que los envolvía. La tuvo abotonadita un buen rato, como si fuese su perrita callejera, y ella ni se atrevió a moverse hasta que no se supo llena, colmada y rebosante de leche. Hasta yo podía sentir las convulsiones que ese pene fabuloso experimentaba adentro de esa celdita apretada, con las que seguro liberaba más y más semen. Además, él le olía la boca y le chuponeaba el cuello, tatuándole las ráfagas de su aliento animal en toda la ropa.

Al fin ella se fue deslizando de sus piernas, una vez que él se sentó en la cama para que sus ojos lo devuelvan a la realidad. Vi que Nicole tenía la pollera húmeda, una media rota, el pelo agitado y despeinado, y que varios chupones profundos le adornaban el cuello. También le vi aureolas de saliva en la blusa, y algunas marcas de pellizcos en los brazos. La bombacha, una vez que terminó de acomodársela, no tardó en gotear pequeñas gotas de semen, y sus piernas pronto se vieron rodeadas de varios hilitos blancos. Pero en sus ojos había unas llamas de triunfo que le coloreaban la piel, los ojitos y hasta la sonrisa. ¿Cómo podía retarla por haber tenido un polvo delicioso? Pero entonces, una vez que Ramiro terminó de vestirse y que toda su humanidad parecía querer dirigirse a la puerta para escaparse lo más rápido posible, caí en la cuenta de todo. En especial cuando le dijo, con su cara de astucia insolente: ¡Escuchame nenita, si por esas casualidades, llegás a quedar embarazada, encajale el guacho al Mirko! ¡Sabés quién es! ¡El hijo de la gorda que tiene la mercería! ¡Ese pibito está muerto con vos! ¡De última, andá arrimándote a él, calentalo, seducilo, y por ahí, a lo mejor, hasta te pega una cogida y todo! ¡Aaah, y agradeceme, que ahora, gracias a mí, vas a ir al colegio con olor a leche, y no a pichí! ¡Chau bebé! ¡Y gracias Maru, por dejarme garcharme a esta cosita hermosa!

Cuando vi a Nicole subirse a la combi que la llevaría al colegio, solo tenía motivos para pensar que, seguro sus amigas se darían cuenta que acababa de tener sexo. Sus compañeros también lo sabrían. ¡La habría embarazado? ¡Cómo podía explicarle a la señora Ana lo ocurrido? ¡Sería cierto que ese tal Mirko gustaba de Nicole? En fin… todo eso quedó inconcluso para mí. Eso, y la paja que me hacía en la pieza de Niqui, muerta de calentura, una vez que la combi partió. Estaba sentada en la cama, oliendo el almohadón de peluche, la bombachita de Niqui, sus sábanas, y las gotas de leche que habían caído sobre la almohada cuando el muy turro jugaba a darle la mamadera a esa bebota… cuando la señora Ana llegó, y se anunció desde la cocina. Ese mismo día me confirmó que mañana, es decir, el jueves siguiente, sería mi último día de trabajo allí, ya que, gracias a una firma importante de una empresa automotriz, su marido y toda la familia debían viajar a Uruguay para instalarse allí. Desde esa tarde, Monte Grande no fue lo mismo para mí. En especial, porque a Nicole no la volví a ver.      Fin

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Comentarios

  1. Ambar, como siempre esta historia es espectacular. Está cargada de un morvo que la hace tan rica que mientras la leía me imaginaba todo lo que estaba pasando en ese cuarto y sentí que me transportaba a la escena, de una forma tan real que me hacía pensar que yo era Ramiro. Leerte siempre es una delicia imaginativa, alimentás mis fantasías como solamente tu literatura puede hacerlo. Gracias por esto.

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  2. Sos una genia Ambar, logras hacer volar la imaginación y sentir q lo se lee es real.
    te adoro. lo sabes
    ahora va un os cafecitos de regalo

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