"Otros ratones": Milca por Golosa


“¡Decí wisky Solcito!”, dijo mi madre antes de sacarme la foto. Yo, Soledad, empezaba quinto grado. Mamá me besó amorosamente y me dispuse a ingresar al establecimiento. Fue en ese momento cuando crucé miradas por primera vez con Marquitos, un chico nuevo y quien sería mi amigo hasta el final del colegio primario. Con él estaba su mamá, Sandra, una hermosa y joven mujer, de unos treinta años, embarazada de la que iba a ser la hermanita de Marcos, juntos eran la más dulce imagen que me regaló ese mediodía. Corría el año 1990.

     No pasó mucho tiempo, solo un par de semanas, para que entablara confianza con Marquitos y, consecuentemente, con Sandra. Ella siempre me saludaba efusivamente con un abrazo y un beso antes de que entráramos a la escuela, me acariciaba como si fuese su propia hija, eso me reconfortaba. Mamá me dejaba en la puerta del colegio y salía corriendo a su trabajo, del cual llegaba tarde a casa por la noche, por lo que había contratado a Camila, una chica que me iba a buscar, me cuidaba y me hacía algo de cenar hasta que ella llegaba, tipo nueve. 

     Casualmente, resultó que Marcos vivía a una cuadra de mi casa, motivo por el cual, a la salida de clases caminábamos juntos a nuestros hogares, acompañados por Sandra y Camila. Esta era una chica de unos 20 años, media antipática, que se la pasaba sumergida en sus auriculares y solo se aseguraba de que no me pasara nada para justificar su sueldo, siendo Sandra la que atendía a todas nuestras necesidades de camino a casa. Yo notaba que la mamá de mi amigo era muy atenta conmigo, incluso hasta más de lo que lo era con su propio hijo, me compraba chocolate Milka que me daba a escondidas, me hablaba mucho y no perdía ninguna oportunidad de acariciarme la cara, la cabeza y los brazos, como si tuviera una real necesidad de hacerlo. Mi casa era la más cercana a la escuela y ella se quedaba mirándome fijamente hasta que entraba y cerraba la puerta, como si lo disfrutara.

     A pocos meses de empezar las clases, estaba en mi habitación haciendo la tarea, serían las siete de la tarde, cuando oí que el teléfono sonaba. Era normal que la opa de Camila, tirada en el sillón del living con sus auriculares clavados (para variar) no escuchara nada de lo que pasaba a su alrededor, por lo que yo corría a atender. “Hola”, respondí como de costumbre. “Hola mi amor, soy Sandra, la mamá de Marquitos, ¿cómo estás hermosa?”. Me sorprendió escucharla, aunque inmediatamente pensé que mi amigo estaba enfermo o algo por el estilo, me querría avisar que no iba a ir a clases y le guardara la tarea. Pero a medida que pasaban los minutos, me di cuenta de que ella no tenía la intención de anunciarme nada ni de pasarle el teléfono a su hijo. El volumen de su voz era bajo, casi un susurro, como si quisiera que solo yo la escuchara. “¿Qué estás haciendo Sole? ¿Estás solita o tenés a alguien cerca?”. Yo le conté que estaba con Camila, pero que nunca escuchaba nada por el volumen de la música en sus auriculares. “¡Ay, si, esa chica es media tonta!”, me dijo, a lo que esbocé una tímida risita. Durante un rato me preguntó cosas normales, qué iba a comer, si había hecho la tarea, qué programa de televisión me gustaba más; a pesar de mi corta edad, podía notar que su tono de voz era diferente al de siempre, cuando nos acompañaba a casa, se notaba algo balbuceante, como que a veces le costaba pronunciar algunas palabras, con los años comprendí que cuando me llamaba estaba alcoholizada. “Tengo que seguir haciendo la tarea”, le dije inocentemente, a lo que ella me respondió “si dulzura, andá chiquita hermosa; te quiero, ¿sabés?, nos vemos mañana en el cole”. Corté algo desconcertada, ¿por qué me había llamado la mamá de Marquitos y parecía solo querer hablar conmigo? Al rato llegó mamá, comimos y me fui a la cama, olvidando lo que había ocurrido.

     El día siguiente transcurrió normalmente, con Sandra acompañándonos camino a casa como si nada hubiese pasado y le hubieran lavado el cerebro totalmente. Sin embargo, al igual que el día anterior, aproximadamente a la misma hora de la noche, volvió a sonar el teléfono. Esta vez Camila, que sorprendentemente no tenía los auriculares puestos, si escuchó el teléfono. “Hola”, dijo con su soso tono de voz, “¡hola!”, repitió ofuscada, y cortó al no obtener respuesta. Inmediatamente se me vino a la cabeza la imagen de Sandra, con el tubo en la mano y discando nuestro número. Diez minutos habían pasado cuando el aparato replicó. Camila se había sumergido en su música, por lo que no me quedó otra opción que atender. “¡Hola Sole, bombón! ¿Cómo estás?”, era ella de nuevo, como me había imaginado, respondí algo temerosa. “Hablame divina, no tengas miedo, soy como tu tía, quiero que me cuentes cosas”, me dijo, a lo que me relajé un poco. Pasamos un rato largo, tal vez media hora o por ahí, nuevamente hablando de cosas habituales, costumbres, tele, el cole, su tono de voz había vuelto a ser el de la noche anterior, como que le costaba un poco ordenar las palabras y las ideas. “Sole, ¿vos sabés que sos muy linda, no?”, no respondí, “¿sabés que cuando seas grande va a haber muchos chicos y chicas que van a querer estar con vos y hacerte cosas?”, me dijo. ¿Hacerme cosas?, ¿Qué me quería decir con eso?  “¿Tu mami ya te explicó lo que es el sexo?”, me preguntó. “Mmmm, no”, le contesté con la misma inocencia de siempre. “¡Ay bebé!, no te preocupes hermosa, yo ahora tengo que ir a hacerle la comida a Marquitos, pero mañana a esta hora te vuelvo a llamar y te explico todo, ¿sabés dulzura? Atendé vos, ¿sí? Pero me tenés que prometer que no le vas a contar nada a nadie de nuestras charlas, ¿me lo prometés hermosa?”. Acepté y finalizamos el contacto, quedando con una sensación de vacío y confusión inexplicables. ¿Por qué esta señora tan linda y buena me tenía que explicar algo tan importante que mi mamá no me había dicho?...  

     Como lo había anticipado, después de todo un día de escuela y de haberla visto normalmente en el trayecto hacia nuestros hogares, a las veinte clavadas volvió a sonar el teléfono. “¡Hola chiquita! ¡Qué lindo que me hayas atendido!”, pude oír a Sandra con su confuso balbuceo de todas las noches. “¿Te acordás de lo que te prometí ayer?”, preguntó. “Si, me ibas a contar lo que era sexo”, respondí entre intrigada y temerosa. A partir de ese día y durante varios llamados nocturnos, la mujer me fue detallando de a poco todo lo que tenía que ver con el tema, que los hombres tenían entre las piernas una “pija” y las mujeres una “concha” (no pito y cachucha, como yo los conocía), que cuando ambos se desnudaban y se daban muchos besos por todo el cuerpo, al hombre esa pija se le paraba y quedaba muy dura y a nosotras, las nenas, nos salía un “juguito” de nuestras conchitas que hacía que ellos nos la pudieran meter ahí, y que eso nos iba producir una sensación muy linda después de un rato, eso se llamaba “coger”. Paso a paso me fue contando como su reciente ex marido la había dejado embarazada cuando le metió la pija en su concha y le salió su lechita dentro de ella, como se podía jugar metiéndose la pija de los nenes en la boca, que ellos también la podían meter en los culos para divertirse, todo de una forma muy explícita. Mi cabecita no daba a abasto con tanta información en tan poco tiempo, pero por alguna razón no podía dejar de escucharla y nunca le corté. A lo largo de los meses que siguieron, me enteré por boca de ella de que si los nenes se tocaban el pito y las nenas la conchita ellos mismos de cierta manera podían llegar a tener una sensación a la que ella llamó “orgasmo” y hasta me dijo que dos nenes se podían coger metiéndose la pija por sus culos y que las nenas podían jugar entre ellas tocándose y chupándose sus conchas. A esa altura, yo podía notar que, mientras esta mujer me contaba estas cosas, de a ratos se perdía, dejaba de hablar y gemía como si algo le estuviera pasando; una vez le pregunté si le dolía algo y me contestó “no nenita, no, espera… ¡ah, ah, aaaah, toma guachita, es toda para vos!” Por supuesto que en el momento no entendía ni medio, pensaba que le hablaba a alguien más que estaba a su lado, pero con los años supe que la sucia se sacudía el clítoris mientras me hablaba de sexo conmigo.  

     Un mediodía de tantos, mientras mamá me dejaba en la escuela, pudimos ver a Sandra en la puerta, pero esta vez estaba sola. Se nos acercó, nos saludó muy amablemente, como siempre, y nos dijo que Marquitos no se sentía bien y se había quedado en la cama. Le preguntó a mamá si yo podía ir a su casa después de clases para pasarle la tarea a mi amigo, esta aceptó gustosa por ayudar a un compañerito y, de paso, para ahorrarse el pago de Camila por un día. Quedaron en que mamá me pasaría a buscar por la casa de Marcos al salir del trabajo. Así fue entonces, a la salida bajé los escalones del colegio hacia la vereda y pude ver la bella estampa de la futura mamá esperándome. Me tomó de la mano y comenzamos a caminar, haciendo una parada en el kiosco para comprarme el chocolate Milka que tanto me gustaba. Al entrar en su departamento, Sandra anunció desde la puerta: “¡Marqui, ya llegamos con Soleee!”. Mientras yo esperaba de pie en el living, ella fue hasta la habitación de su hijo, de la que volvió rápidamente para decirme: “¡Uy Sole, me vas a matar, Marquitos no está! Se lo debe haber llevado su papá. Bueno, pero no importa, vamos a tener una merienda de nenas solas, ¡¿querés?!”. Algo confundida, asentí con la cabeza. Se me acercó y me susurró al oído: “Y de paso podemos seguir con nuestras charlas de amigas… vení a la cocina que te hago la lechita”. Me saqué el guardapolvo y la seguí. Una vez que le dí los primeros sorbos a la tasa que la señora me sirvió amorosamente acompañada por vainillas, pude ver que ella no me iba a acompañar con Nesquik, descorchó una botella de vino y se sirvió en una copa. Mientras yo merendaba, ella se sentó a mi lado y no dejaba de acariciarme la cabeza y la pierna, todavía hacía calorcito y yo tenía puesta una bermudita de jean. Como me había acostumbrado por teléfono, me empezó hablar de temas íntimos de ella y a preguntarme sobre los míos. Mientras seguía haciéndome mimos en la pierna, me interrogó sobre si le había visto o tocado el pito a algún compañerito, si en el baño me gustaba mirarles las conchitas a mis amiguitas y demás, todo en un ambiente muy relajado; le conté que les había visto la “cachu” a mis compañeritas mientras hacían pis, pero que era lo único. En ese momento, ella bajó un poquito el elástico de su babucha, levantó levemente su solerito y pude ver como metía disimuladamente su mano izquierda adentro del pantalón. “¡Mmmmm, que linda guachita sos Sol! Vas a ser un terrible hembrón en unos añitos…”, dijo, para después besarme en la comisura de los labios.

     Yo no entendía mucho, tenía diez añitos, pero realmente no me sentía del todo incómoda. Sandra me ofreció ver un rato la tele y me senté en el sillón del living a hacer lo propio; ella, mientras tanto, iba y venía con la copa de vino en la mano. Había pasado un ratito cuando de pronto apareció delante del televisor, estaba en bombacha y corpiño, con su enorme panza al aire. “¿Te querés dar un baño calentito Sole, así cuando venga mamá ya estás limpita?”. Al margen de su escaso vestuario no me pareció mala idea, me ofuscaba mucho cuando mamá me mandaba a bañar en casa al llegar del trabajo, eso la ponía de mal humor y se enojaba mucho conmigo a veces. Ya en el baño, vi como la dueña de casa abría la canilla y ponía a llenar la bañadera, me pareció raro, yo ya no era una nenita para tomar bañito de inmersión, pero me dio vergüenza decirle algo en ese momento. Más raro me pareció que Sandra se quedara ahí conmigo en todo momento, con la copa en la mano, como sin intención de darme intimidad. Una vez llena la bañera, ella cerró los grifos, apoyó la copa en el vanitory y comenzó a desnudarme, me sacó la remera, las sandalias, la bermuda, el corpiñito (que usaba para sentir que era más grande porque todavía era una tabla) y por último se arrodilló, con algo de dificultad por su estado, para bajarme la bombachita estampada con animalitos. “Mmmmm, así chiquita, ya te tengo toda desnudita…”, me pareció escucharla murmurar mientras me tendía la mano para que entrara a la bañera. Sandra se sentó en el inodoro mientras yo disfrutaba del agua, tomaba vino y no me sacaba los ojos de encima. “¿Te dijeron que tenés un cuerpito hermoso Solcito? ¿Sabés que en unos añitos todos los chicos te van a querer coger, no? Vos deciles que no, con las nenas te va a gustar más”. Yo no entendía del todo lo que la beoda señora me decía, solo me dedicaba a sonreír y sonrojarme.

     De pronto, para mi absoluta sorpresa, la mujer se incorporó, volvió a apoyar la copa, se desprendió el corpiño y se bajó la bombacha, quedando totalmente desnuda. Yo bajé la mirada hacia el agua, ni a mi mamá la había visto sin nada de ropa, no sabía cómo reaccionar. “¿Te da vergüenza hermosura? ¡Nooo, tontita! Acordate que somos nenas y amigas, y las nenas y amigas entre ellas se pueden ver desnudas. Correte un poquito para adelante que me quiero bañar con vos linda”. Mientras me decía esto, me tomó con el dedo índice de la pera y me elevó la mirada, estaba muy panzona, sus tetas y pezones eran enormes y su concha muy peluda, era la primera vez que yo veía vello púbico, porque claro, nunca había visto a una mujer adulta desnuda. Con dificultad por el embarazo y la borrachera, Sandra se metió al agua, sentada por detrás de mí y ubicándome entre sus piernas, tomó el jabón y me lo empezó a pasar delicadamente por mis hombros, recogiéndome el pelo con la mano contraria. “¿Te gusta cómo te baña la tía Sandra, bebé?”, me susurraba al oído, podía sentir su etílico aliento mientras lo hacía. Pasados unos minutos empezó a darme besos en el cuello, mientras apretaba mi cuerpito con ambos brazos entrelazados contra su abombado vientre, casi podía sentir los latidos del corazón de la bebé en mi espalda. Cuando retomó la tarea de enjabonarme lo hizo por debajo del agua, lo cuál podía no tener sentido para mí pero mucho para ella; me lo pasó por las insipientes tetitas y por la cola un rato largo. Como el que deja lo más rico de un plato para el final, la cochina madura deslizo su mano que sostenía el jabón hasta mi entrepierna, a mi pequeña e impoluta conchita, fue en ese momento en el que creo que dejé de resistirme y aprendí a entregarme, aunque todavía no lo sabía. No fui consciente de cuánto tiempo me la enjabonó, yo solo me dejé, era lo más placentero que había sentido en mi corta vida. “¿Te acordás cuando te conté lo que era un orgasmo y lo que tenían que hacer las nenas para sentirlo, bebé? Bueno, poné los deditos acá”, y así fue como la mamá de Marquitos, acompañando mi manito con la suya, me enseñó a hacerme la paja. Ya totalmente borracha y jugada, tocaba mi pequeño clítoris con su mano izquierda mientras me dejaba sentir como se sacudía rápidamente el suyo con la derecha. “¡¡¡Aaaaah, tomá pendejita puta!!! ¡Algún día te voy a coger toda!”, me dijo al oído entre ahogados murmullos.

     No había pasado mucho tiempo, ya estábamos vestidas y esperando el ascensor, yo miraba hacia el suelo cuando Sandra me volvió a levantar la cabeza con el índice. “Ya sabés hermosa, esto es nuestro secreto”, dijo para luego besarme en la boca. Bajamos, Sandra y mamá se saludaron como si nada y nos fuimos a casa. No hubo más llamados, ni caminatas después de la escuela, ni chocolates Milka, ahí terminó mi “amistad” con la mamá de Marquitos, aunque con él seguimos siendo compinches en el aula y el recreo.

     Nunca le conté a nadie sobre el tema, ni a mamá, ni a papá, solo a mi terapeuta ya de grande. Desde mi adolescencia hasta hoy tuve todo tipo de experiencias sexuales con ambos sexos y soy mamá soltera de una hermosa nena que hoy empieza quinto grado en la misma escuela en la que yo hice la primaria

     “¡Mami, mami, la abuela de mi compañerito me regaló un chocolate Milka!”, me dijo Juanita entusiasmada. Miré hacia donde mi hija me señalaba, perturbada. La inocente abuelita se llamaba Sandra.               Fin

 

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