"Otros ratones": Una mujer cuando se excita... por Sammy

 

 

 

 

 

 

(Consejo: para hacer más amena la lectura, escuchar la siguiente lista à https://open.spotify.com/playlist/582DJmd0ot1ayqJePPSGtA?si=c0d0b2a924ac43ef)

Hola… me gustaría contarles qué siente una mujer cuando se excita…

Todos los días tomo el colectivo para ir a trabajar, lamentablemente para mí, vivo a hora y media de la capital. Así que tengo tiempo de sobra para escuchar música, u oír las conversaciones de otros pasajeros (pero, no lo hago por chismosa, sólo es que hablan muy fuerte…)

Al salir de casa controlé “barbijo? Sí; alcohol? acá está; llaves? Sí; celular? En mí bolsillo; perfumito? … tss tss, listo!” caminé hasta la parada y todo se presentaba como un rutinario y normal día. Pero quizás, no lo era así.

Llegó el ómnibus, subí y me senté en la parte del medio del colectivo. Busqué en mí mochila los auriculares que había dejado la noche anterior en el bolsillo delantero. Los amo, son negros, in ear, re prácticos y Sony. Agarré el celular, entré en Spotify y puse una playlist sencilla de Relaxing Jazz Night. Moviendo delicadamente la cabeza de lado a lado, fui disfrutando de la vista matutina con atisbos de garúa. De pronto, en la playlist, sonó un tema que elevó mis sensaciones de euforia, cerré los ojos, me sumergí en los sonidos por un momento (noté que el colectivo había frenado). Fiel a lo que sucedía, mantuve la misma postura. Después de unos minutos mi nariz captó un olor que raptó su atención. Quise seguir con los ojos cerrados y saboreé ese aroma. Era dulce, su humedad creaba cosquillas en mí nariz, era frutal, expelía juventud, se notaba que se había bañado “qué hermosor por favor”. Ese olor a recién bañado hizo florecer todas mis hormonas.

Abrí los ojos de inmediato. Necesitaba saber quién, QUIÉN había reactivado la electricidad en este cavernoso y oscuro interior.

Su espalda se apoyaba en el vidrio de la ventana, en el espacio libre para sillas de ruedas, del lado izquierdo del colectivo. Llevaba una remera azul con minis puntos negros, marca Nike; pantalón para hacer ejercicio negro con línea azul al costado, chupín en los talones y el logo de la AFA, marca Adidas. Zapatillas, tipo Adidas, blancas. De pelo castaño, corto detrás, con degradé y más largo por arriba. Ojos redondos cafés y pestañas largas. Barbijo negro de Callejeros. (“Qué ganas de ver sus labios”).

Pensarán que es un alto nivel de detalle, pero no habría logrado observarlo tanto si él hubiera despegado sus ojos del celular. Su contextura era ordinaria, mediría quizás 1.72? 65 kilos? Algo así. Mis ojos continuaron mirándolo, hasta que intuyo que se sintió observado y levantó la cabeza. Miré inmediatamente hacia delante, me latía rápidamente el corazón, casi podía escucharlo. Quería volver a mirar pero… pero qué? Es que… No quería ser descubierta nuevamente.

La impaciencia empezó desde mi bajo vientre como una pequeña incomodidad que, aunque bajaba de manera sutil y paulatina, era placentera. La tentación emergía lentamente e iba tomando temperatura.

Decidí mirarlo de nuevo, con tan buen acierto, que lo encontré distraído. Cada nueva parte de su cuerpo que miraba me aferraba más al deseo de acortar la distancia. En su mano derecha tenía un anillo en el dedo mayor, un cordón blanco en la muñeca y abundantes pelos en los brazos. Por acto reflejo miré su cuello para asegurarme de si por allí salían muchos pelos o no, de esta forma sabría si también era de torso peludo, entonces me sorprendió una cadena que brillaba con un dije escondido dentro de su ropa. Ansiaba olerlo de cerca… me atacó una pulsión de calor y más humedad.

Ya no podía simular verlo, esta adrenalina me hacía observarlo de forma fija y sin temor. También con ansiedad y reacciones corporales instantáneas, no lograba controlarme.

De repente, la persona a mi lado pide mi permiso para bajarse. La distracción calma, apenas, mi acalorado cuerpo. Me quedo sola, la música se presenta en mis oídos por primera vez en minutos, estaba tan absorta en él que había dejado de escuchar. Siento el saxo del jazz resonar en mis tímpanos, la saliva tibia en mi boca y la punta de mi lengua fría, acababa de mojar mis carnosos labios.

Todas mis extremidades pedían intimidad, el candor que todas ellas advertían se expandía desde las plantas de mis pies, pasando por mis muslos y piernas, acariciando mi vulva completa (al tacto, húmedo), luego lo sorprendí subiendo por mi vientre como una leve brisa fresca, y finalmente culminó en mis pechos. El dolor de la erección de mis pezones fue inmediato, y su relieve en mi blusa, también.

“Mis manos estaban desesperadas por recorrerte, por lamerte, por dominarte, por escuchar tus gemidos de excitación, por descubrir más…” Me cegaban estos pensamientos al punto de que todo lo que podía experimentar por dentro quería salir hacia fuera. Mi voz se volvió cada vez más “gemidosa”, es como si se empezaran a escuchar, levemente, ínfimos gemidos que salían de mi boca. Aprovechando que el asiento contiguo estaba desocupado mi pubis tomo acción con un vaivén hacia delante y atrás, casi imperceptible. Sin embargo, la represión de mi super yo no tardó en hacerse presente… mi cerebro me decía: contrólate, estás en un lugar público, no podés estar haciendo estas escenas, la gente te puede mirar, oír, incluso él se puede dar cuenta de tu existencia. ¿Queres eso? ¿Quiero eso? (me auto preguntaba), ¿quiero que repare en mi mirada, en mi presencia? ¿Quiero que este abismo, de 4 pasos de distancia, disminuya? ¿quiero tocarlo, olerlo, saborearlo, escucharlo, sentirlo? Todavía tengo 30 minutos de viaje, ¿qué quiero hacer con ellos? Los ratones me consumían cada vez más y este proceso de pregunta retórica expandía la ansiedad por él, más allá de las fronteras conocidas. Cruzamos las miradas por dos segundos y empezó a caminar hacia mí. Las pulsaciones me subieron a 120 sin aviso previo. El asiento vacío a mi lado fue ocupado, delicadamente, por su sustancioso aroma.

Cerré los ojos un momento, intenté controlarme, no creí que se sentaría junto a mí. Me puse muy nerviosa y empecé a transpirar. Mi propio olor se hizo presente, era uno cítrico sutil de mandarina, que empezó a flotar como burbujas incoloras por todo el colectivo y su reacción a mi perfume hizo que mis órganos sexuales se contrajeran y dilataran. Inspiró profundamente, como saboreando. Quería ver su expresión, pero no me animaba, así que solo hice de cuenta que miraba a la ventana de su lado y me atacó un fuego que abrazó todas mis extremidades. Subió desde mis piernas hasta mis muslos, muslos que compartían tacto con los suyos. Pensaba en la delicia de esta sensación. Mordía leventemente el lado derecho de mis labios, reacción que él no podría ver porque estaba a mi izquierda. Y luego, ese mismo calor, subía desde mis brazos hasta mi pecho alcanzando mi clavícula. Retraté en mi mente la vista de cerca de una cerveza con sus finas pompas de gas… eso mismo sentía, como un efervescer de mi sangre.

En lo febril de la situación caí en la cuenta de que me acercaba a mi destino, pero también tomé consciencia de que debía hablarle para pedirle permiso para bajar. Mi voz salió dulce, melosa y cantarina cuando me dirigí hacia él. Me miró, me sonrojé, asintió con un leve: sí, discúlpame, y yo le dije: no, está bien, gracias.

Apreté el botón y la puerta se abrió. Me sentí lejos de él, no pude evitarlo, pero me tuve que bajar. Quizás mañana lo vuelva a ver. ¿Quién sabe?...

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