Pecado de madre

 

 

La verdad, ni siquiera tuve el tupé de impedírselo, o de mandarlo al carajo, o de imponernos ese manto de moral que nos mantiene presos de su absurda hipocresía. No supe cómo hacerlo. Yo, estaba lavando platos, a punto de ponerme a preparar el almuerzo para mis hijos. Era viernes, y los viernes mi marido no almorzaba con nosotros porque se quedaba en el negocio. Dante, mi hijo de 14 años me avisó que de la escuela se iría derechito a lo de sus abuelos, que viven a poquitas cuadras. Juliana, trabajaba de corrido en una tienda de ropa, y Marcos, mi hijo del medio, al parecer era el único que venía a comer. Sabía que tenía los horarios apretados entre el colegio, el gimnasio, sus encuentros de ajedrez, su novia, y los fulbitos que hacía con sus amigos. ¡No entendía cómo le daba el cuero para tantas actividades!

Yo escuchaba un concierto de Arjona, mientras picaba verduras para un tuco. Pensaba en lo miserable que es la vida de una vecina que se la pasa chusmeando, en la locura de la suba de precios, en lo que le iba a regalar a Juliana por su cumple número 21, en el accidente que había visto por la mañana en el noticiero, y en que hacía mucho que no hablaba con Mónica, mi mejor amiga. Tuve el acto reflejo de dejar el cuchillo y correr al teléfono para llamarla. Pero, pensé en que Marcos vendría con hambre, y seguí pelando, picando y lavando.

¿Habría reanudado su relación con su marido la Moni? ¡Después de todo, ellos se quieren! ¡En lo único que no se llevaban bien, tenía que ver con el sexo! ¡Es que, ese hombre quería todos los días! ¡Ojalá mi marido me pidiera coger, al menos una vez a la semana! ¿Cuándo fue la última vez que lo hicimos? ¡Bueno Mabel, pero, no podés cuestionarlo! ¡Viene muy cansado del laburo! ¡Está todo el día parado, yendo y viniendo, lidiando con la gente y los proveedores! ¡Vos sabés lo tedioso que resulta eso! ¿Pero, no debería relajarse un poco más, y, pedirme al menos una mamada, o un mañanero, como hace el Tucu con la Moni? ¡No seas tan injusta mujer! ¡él, siempre pensando en progresar, en que no te falte nada, ni a vos ni a tus hijos, y vos, recriminándole! ¡Aún así, no sería mala idea hablar con él! ¡Bueno, a lo sumo, me dirá que no tiene ganas, o que no está pasando por un buen momento! ¿O, estará pensando en otra? ¡Al fin y al cabo, yo estoy todo el día en la casa como una sirvienta, y él, puede ver a las minas que se le antoje! ¡Igual, no puedo creer que me haya sido infiel alguna vez! La cabeza se me había ido al diablo con pensamientos impropios en mí. Una angustia que hacía mucho no sentía empezaba a recorrerme entera, como una brisa desconsiderada, y un nudo cada vez más apretado me estrujaba la garganta. Sentí unas inexplicables ganas de llorar, y le eché la culpa a la cebolla. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué de repente Arjona me sensibilizaba a ese punto? ¿Sería el impacto de la noticia de la mañana, en la que había muerto un niño? ¿Tanto extrañaba a Moni? ¡No podía ser que me hubiese deprimido el hecho de no comprarme facturas por lo caras que las tenía doña Lita!

¡Hola Maaaaa! ¡Llegué! ¡Faaa, qué rico olorcito! ¿Se vienen fideos con tuco?, decía la voz de Marcos en la entrada del living, mientras su pesada mochila caía aparatosa sobre uno de los sillones. Tardé en responderle. Pero, fue como si una mano invisible reacomodara todas las piezas de mi cerebro en un solo movimiento. Me esforcé por sonreír, me limpié las lágrimas con el delantal y seguí lavando ollas y cubiertos, mientras le decía: ¡Hola hijo! ¡Sí, hoy tenía ganas de comer algo con tuco! ¡Hace mucho que no hago fideos! ¡Aaah, y no dejes tu ropa revoleada por cualquier lado! ¿Te vas a bañar? ¡El calefón está prendido!

¡No ma, ya me bañé antes de ir a la escuela!, me dijo de pronto, detrás de mí. Habitualmente Marcos y Juliana me saludaban con un beso. Dante era un poco más amargo. Así que, no me sorprendió que se eche en mi espalda y me dé un cálido beso en la mejilla. Solo que, esta vez sentí algo duro contra mi culo, y más precisamente en el medio de mis nalgas que me hizo estremecer por dentro. Y entonces, fueron más rápidas mis palabras que mi prudencia.

¿Uuupa Marquitos! ¡Me parece que viniste de la escuela con el pito duro!, pronuncié, e inmediatamente un calor de otras épocas me hizo arder las mejillas. Él no retrocedió, pero se echó a reír algo nervioso.

¡Y bueno ma, viste cómo andan las guachas hoy! ¡La Mily, fue sin bombacha a la escuela! ¡Lo descubrí porque, la guacha viajó parada en el bondi, al frente mío, y la pollera se le re subía, todo el tiempo!, me confió, tal vez más alterado hormonalmente de lo que solía andar. No podía culparlo. A los 17, todos los varones tienen la cabeza repleta de tetas y culos. Me acuerdo que me hizo reír su comentario, y mientras no se separaba de mi cintura, luego de al fin darme su beso en el cachete, le dije: ¡Bueno hijo, pero, se supone que vos, no deberías andar miroteando a otras chicas! ¿O te peleaste con la Paulita?

¡Dale ma! ¿Cómo querés que haga para no mirarle el culo, si parecía que me aplaudían esos cachetes!, me dijo, con cierto desdén, mientras pegaba su pubis un poco más a mi culo.

¡Bueno, pero, insisto con que, tenés novia, y a ella no le gustaría enterarse que andás mirando debajo de las falditas de otras chicas!, le dije, dándome cuenta que una de mis manos abandonaba sus labores para buscar algo tras de mí. Y, en un momento, empecé a tirar la colita hacia atrás, para sentir aún más la presión del pito de mi hijo, que ya se movía sutilmente hacia un costado y el otro.

¿Además, cómo es eso? ¡Sólo por mirarle la cola a esa chica, se te paró el pito así? ¿No te pasa lo mismo con Paula?, le decía, comprendiendo que el latido de mi corazón guiaba mis instintos hacia un sitio peligroso.

¡ma! ¿Vos la viste bien? ¡No tiene nada de culo, y sus tetas, bua, son medio miserables! ¡De hecho, ella se quiere agregar un poco!, me dijo con seriedad. Pero enseguida añadió, mientras con una mano me acariciaba una nalga, y con la otra me pellizcaba la derecha: ¡Aparte, no todas las mujeres tienen semejante culo, como este!

¡Y, a mí me parece, que no a todos los varones se les pone el pito así de tieso!, le dije de pronto, al fin animándome a tocárselo con una mano. Se lo palpé por encima de su jean, le apreté la cabecita, y conseguí robarle un gemidito, que por un momento lo devolvió al nene dulce y juguetón que reinaba en la casa tiempo atrás. Pero ahora tenía barba, el pelo largo, el perfume de un adolescente atrevido, los músculos y la fuerza como para aparearse con quien quisiese, y una pija cada vez más ancha bajo sus ropas.

¡Guau, parece que, no soy yo nomás, el que anda calentito!, se atrevió a disparar, acertando casi sin mirar al centro de mis emociones. Yo, sin hablarle, le desprendí el jean y dejé que se le deslice por las piernas. Me aferré a la tibieza de su pene más duro por encima de su bóxer húmedo, y comencé a subir y bajar con mi palma, usando mis dedos para presionarle un poquito el tronco, y mi pulgar para rozarle el glande.

¡Así ma, dale, apretame la pija un poquito más! ¡Qué rico que me lo hacés! ¿Te gusta cómo tengo la pija?, me decía, mientras mi mano temblaba cada vez menos, y se deshacía de a poco de su bóxer. Aún así, me acerqué a su oreja, se la tironeé y le dije: ¡Ojito con cómo le hablás a tu madre!

Inmediatamente nos empezamos a reír, y yo volví a acomodarme sobre la mesada repleta de cubiertos y platos secándose. Esta vez arqueé un poco la espalda para ofrecerle mi cola, y en un solo movimiento, me bajé el pantalón palazo que traía.

¡Aaah, bueeeeno! ¡Y eso que vos no vas a la escuela ma!, me dijo entre sorprendido y excitado, mientras yo me sentía totalmente expuesta, idiota y con la dignidad por el suelo. ¿Cómo pude haberme olvidado que andaba sin bombacha?

¡Shhh, callate nene, que todavía sigo siendo tu madre! ¡Es que, me bañé, y tuve que ponerme algo rápido, porque tocaban el timbre! ¡Viste cómo es el sodero! ¡Si no lo atendés enseguida, se va, y nos deja sin soda!, le explicaba, tratando de levantarme el pantalón. Pero sus manos me lo hacían difícil. Así que, dejé de ofrecerle resistencias, y en ese momento sentí algo viscoso, caliente y duro restregándose contra mis nalgas. Luego, me dio un chirlo suave con una de sus manos, y enseguida sentía sus dedos estimularse la pija, bien pegadita a mi culo. Además, oía la cantidad de juguitos que la colmaban, y se me llenaba la boca de saliva.

¡Ojito con lo que vas a hacer! ¡Ni se te ocurra Marcos! ¿Me estás escuchando?, le decía, sintiendo unas terribles punzadas en el clítoris, mientras él ahora me daba pequeños chotazos en las nalgas, cada vez más continuados y cortitos. Él se reía, me pedía que me quede tranquila, y que no tenía por qué tenerle miedo.

¡Es que, tenés una cola hermosa mami! ¿Vos no te dabas cuenta cómo te la miraba el Juani? ¿O el Lucas? ¡O el boludo del hijo del vecino?, me decía con serenidad, sin dejar de pajearse contra la piel de mis glúteos. Su voz expresaba una urgencia por apagar un incendio voraz que ninguno de los dos esperaba, pero que ahora nos unía y nos convertía en cómplices desalmados.

¿Qué decís? ¿Cómo que tus amigos me miraban el culo? ¿Y vos se los permitías?, le dije en una mezcla de regocijo y vergüenza. Él volvió a reírse amable, y entonces se dio a la tarea de frotar su pija contra mi culo una vez más. Hasta que entonces, producto de un resbaladizo movimiento, tal vez sin intención, esa verga pegoteada rozó el agujero de mi culo, y eso me obligó a levantarme con la furia de un tornado en celo.

¿Así que te hacés el vivo pendejo? ¡Ahora me vas a conocer enojada!, le decía, mientras le manoteaba el pito y se lo apretaba. En un momento le clavé las uñas, y el gimió como si no hubiese conocido ese placer. Dudé en si tomar el siguiente paso. Pero, cuando quise acordar, Marcos estaba sentado en el sillón, y yo arrodillada entre sus piernas, oliendo y lamiéndole el pito, dándole calor a sus huevos peludos con mis manos, a punto de meterme todo ese trozo de músculo aguerrido en la boca.

¡Me supongo que, al menos, a la Paulita no le da asquito darte besito en la pija! ¿O me equivoco?, le dije, segundos antes de rodearle el glande con los labios. Nunca pensé que algún día me convertiría en una madre incestuosa, o perversa, inmoral y deshonrosa. Pero, apenas comencé a subir y bajar con mis labios por esa piel tersa, húmeda, cubriendo unas venas gruesas y vigorosas, supe que no había un regalo mejor para nosotros dos.

¡Sí ma, te equivocás! ¡La Pauli me la chupa re bien! ¡Pero, lo mejor que hace, es cabalgarme con la concha! ¡No sé cómo lo logra, pero siempre tiene la concha re caliente!, me dijo, antes que sus cuerdas vocales se suman en el frenesí de los suspiros que le arrancaban mis chupones, escupidas y besos ruidosos a sus bolas. Después, volvía a jadear extasiado cuando volvía a meterme su pija en la boca.

¿Acabo maaaa, voy a acabaaaar, no sé cuánto más puedo aguantaaaar!, me decía de pronto, cuando él mismo se esforzaba por rozar la faz de mi garganta. Me hubiese gustado que me agarre de las tetas y me siente en sus piernas para ensartármela sin tapujos en la concha. Hubiese dado cualquier cosa por que su semen caliente explote adentro de mi garganta en ese momento, o me inunde la concha luego de unas envestidas feroces. Pero de repente, me levanté del suelo, y él se incorporó del sillón, con las fuerzas que aún podía reunir. Los dos respirábamos con dificultad. La casa estaba en silencio, o al menos para mí. Tenía la boca seca, la mandíbula exhausta por el pete salvaje que le regalé a mi nene, y el pelo despeinado. Sentía que mi vulva no podía sostener el mar de flujos que la invadían, y que el agujero del culo me quemaba, como si tuviese un remolino de avispas subyugándolo. Él pareció adivinarlo, o leerme el pensamiento, porque de pronto, justo cuando pensaba en dar por terminado el asunto de otra forma, me tomó de la cintura y me arrodilló encima del sillón. Me nalgueó el culo dos veces, y entonces supe que debía parárselo, apoyando mis manos en el respaldo. Todo lo que pasó después, no puede explicarse con palabras.

¡Igual, no te hagas mucho el graciosito! ¡Yo escucho que algunas noches, vos y la Pauli hacen chanchadas, y no se privan ruidos! ¡Así que, dejá de mirarle el culo a las otras! ¡O yo me quedo sin nuera, y vos, sin sexo!, le dije, más para jugar que pensando en su relación con su novia. Él me chistó para que me calle, se aferró a mi cintura, puso sus manos sobre mis hombros, y de un solo empujón acompañado de una especie de gruñido, su verga hinchada perforó los umbrales de mi concha, y comenzó a penetrarla lentamente al principio. Seguro que tenía miedo de acabar y arruinarlo todo tan rápido. O, al menos eso me hizo sentir. De pronto, noté que su mano exprimía mi hombro derecho, que su otra mano buscaba el contacto de una de mis tetas bajo mi blusa, y que el ritmo de su pelvis me transportaba a un columpio que no parecía tenerme piedad.

¿Así se la metés a la Pauli? ¡A veces, me quedo escuchándola! ¡Cómo le gusta gritar a la cochina esa! ¿La conchita de ella te aprieta bien la pija? ¿Eso te gusta? ¿Y, también va a la escuela sin bombacha? ¿Nunca le preguntaste a los chicos si la vieron mostrando la cola?, le dije, entre celosa y sorprendida por la forma en que su pija entraba cada vez más en mis adentros. Él gimoteaba cosas sin sentido. O tal vez, sería que mis oídos no podían decodificar sus emociones, gracias a mis propias ansias de necesitarlo cada vez más clavado en mí.

Y, sin que reinara un solo minuto de certezas en mi interior, ni en sus movimientos por demás incontrolables, optó por comenzar algo parecido a un torbellino de martillazos con su pubis contra mis nalgas, para que su pija caliente como un sol de enero se funda entre mis paredes vaginales, y me precipite a cada paso al vacío de mi cerebro, mi alma y mi esencia. Me bombeaba fuerte, con salvajismo, como un animal que se sabe en peligro de extinción, y necesita engendrar su semilla. Sentía su cálido aliento, sus gotas de saliva salpicándome el cuello, el sudor de sus manos resbalando por mis hombros, y el roce de mis tetas prácticamente desnudas contra el cuero del sillón. Su voz eran puros bramidos, espasmos y palabras sueltas. Cosas como: ¡Síiii, Coge re rico la Pauli! ¡Pero, tu concha, mami, la tenés re caliente! ¡Y jugosa! ¡Así, cómo te la estoy enterrando toda! ¡Y, la Juli, esa seguro que muestra la burra en el laburo! ¡No creo que sea inocente esa pendeja! ¿Vos, viste el orto que tiene? ¿Y cómo se le entierra las calzas?

Yo no razonaba, ni encontraba elementos para regañarlos. Algo en mi piel me lo impedía, aún reconociendo que se estaba pasando de la raya. ¡Pero, después de todo, su pija me garchaba con la decisión más verdadera y profana que se podía encontrar, incluso en las historias incestuosas más depravadas! ¿De qué debía preocuparme? ¿Acaso yo no me daba cuenta que Marcos le miró el culo toda la vida a su hermana? Y, de repente, su pija salió de mi cueva prendida fuego como un cañón repleto de mis jugos, para comenzar a restregarse contra mis nalgas. Yo, así como estaba, solo necesitaba alcanzar ese orgasmo del que tanto había leído. Tenía miedo que el clítoris se me desintegrara entre los labios vaginales de tanto tiritar, latir y endurecerse! Así que, enfrenté todo tipo de barreras cuando le dije, con una voz que no parecía proceder de mi garganta: ¡Dale pendejo, meteme ese pito en el orto! ¡Hacelo ya, y olvidate que soy tu madre! ¡Culeame toda, abrime el culo con esa pija!

Nada pudo haber sido tan doloroso, inolvidable, placentero, glorioso y gratificante al mismo tiempo como el primer arrebato de furia de ese glande atravesando mi culo. Grité, me mordí los dedos para silenciarme, aunque sea un poco, y creo que hasta meé el sillón cuando sentí que el grosor de ese pene comenzaba a separarme las nalgas, a abrirse paso en mi túnel oscuro, y a deslizarse con violencia. Cada penetrada era una descarga de adrenalina que me obligaba a putearlo, a decirle cosas sin sentido, a manotearle las manos para que me pellizque y rasguñe las tetas, para que meta algún dedo en la concha, o para morderle los brazos. Cuando podía, giraba la cara para lamerle la oreja que le encontrara, o le olía el cuello, o le rozaba los labios con mi lengua jadeante. Nunca había vibrado tanto en mis 52 años, ni me había percatado de la cantidad de músculos que existen en mi cuerpo. Su pija se volvía más impetuosa, guerrera, penetrante y bestial cada vez, y mi culo no quería dejar de sentir su rigor. Y, justo en el momento en que al fin llegué a tocarme el clítoris con uno de mis dedos, creo que le dije: ¡Dale guachito hermoso, llename toda la cola con esa lechita!, todo su cuerpo empezó a implosionar una especie de sudor de otro planeta, mientras una oleada de flujos comenzó a inundar todo el sillón. Mi pulgar estimuló mi clítoris tan rápido que, poco a poco se convertía en un dolor insufrible, pero incapaz de retroceder ante el jugueteo de mis otros dedos adentro de mi vagina. Al mismo tiempo, un torrente de semen espeso, denso, hirviente y tan fiero como una noche cerrada explotaba en mi culo sensible, agradecido y seguro que tan abierto como un amanecer en las montañas. Casi que no me di cuenta cuándo fue el momento exacto en que su pija abandonó su posición. Solo sé que, de pronto un chorro de leche estalló contra mis nalgas, y que unos suspiros cada vez más sordos y alucinados le brotaron de los labios. Cuando lo miré, descubrí que no sabía si sentarse al lado de mi cuerpo en llamas, candoroso y con la ropa hecha un incordio, o si prefería correr a su pieza para acomodarse el pantalón. El olor del tuco quemado, el ruido del borboteo de una olla en la cocina, y la caída de una cuchara de la mesada parecía devolvernos a la realidad. ¡Y lo peor de todo, era que ninguno encontraba las palabras para hablarle al otro!

¡Che, ma… Bueno, qué sé yo… una cagada esto, pero… espero que, nada, ¡quede acá! ¿No le vas a decir al viejo? ¡Yo, te prometo que hago todo lo que vos me digas!, empezó a defenderse, poniendo los ojos en blanco, lejos de mi mirada. Yo, mientras me arreglaba las tetas adentro del corpiño, me prendía la blusa y me subía el pantalón, intentaba elegir qué hacer con su incertidumbre. Hasta que no lo soporté más, y lo abracé, riéndome como una adolescente. Lo abracé bien fuerte contra mi pecho, y mientras me dejaba llevar por su perfume de machito salvaje, le dije: ¿Vos te pensás que yo voy a abrir la boca? ¡Si hablo con tu padre, también le tendría que contar que le mirás el culo a tu hermana!

Ambos emprendimos unas carcajadas que ayudaron a descomprimir la angustia que parecía crisparle el rostro. Entonces, sonó el timbre, y la voz de Juli afuera.

¡Dale, andá a abrirle a tu hermana, que se olvidó las llaves, como siempre! ¡Ya pido comida, porque el tuco, la verdad, creo que va a estar incomible!, le dije, separándome de su abrazo, y el atrevido me dio un chirlo en el culo, como sellando un pacto de complicidad que solo podíamos romper nosotros.

¡No te hagas el vivo, y guardale un poquito de leche a la Pauli, que seguro hoy te viene a visitar! ¡Y ojo con contarle algo a esa gritona! ¿Estamos? ¡Y, preguntale si le gusta viajar en colectivo, sin bombachita!, le dije yo, mientras le apretaba el pito por encima de la ropa, sintiendo que sus mares de semen empezaban a desbordarse del interior de mi culo a mi pantalón, convirtiendo a mis piernas en dos avenidas por donde, al menos ese viernes, solo había lugar para el pecado más dulce, el lazo más fraterno, y la cogida más linda que tuve en toda mi vida.           Fin

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Comentarios

  1. Excelente, Exquisito, realmente muy realista, ojala haya continuación con la mama, el Marcos y la Juliana o la Paulita

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    1. Hola Marceeeee! Tarde pero seguro! Jejeje! Bueno, por ahí, en algún futuro, los gritos de la Paulita, o las distracciones de Juliana, terminan en algún encuentro Hot. Jejejeje! Gracias por tus comentarios!

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