Húmeda por mi papi


Escrito Junto a la Gatita Bostera

 

¡Cintia, por favor! ¿Cuántas veces te lo tengo que pedir? ¡Alcanzame mi botella de agua, y el blíster de pastillas, que tengo que tomar la medicación!, le gritó por enésima vez a su hija. Hacía calor. Las chicharras aturdían al jacarandá que se enaltecía en el pequeño patio de la casa. Él podría haberse levantado por sus propios medios, e ir por su medicación. Pero, le fascinaba hacer de su hija una sirvienta. Lo habían operado de un desprendimiento en la retina, y ya estaba recuperado. Pero le gustaba escuchar que ella le grite con fastidio, que le diga “¡Ya vooooooy, te escuchéeeeee, paráaaaaa!”, y cosas por el estilo.

¡Dale pendeja, y no me grites, que soy tu padre! ¡Mas te vale que me traigas todo! ¡O no hay plata para nada! ¿Me escuchaste?, seguía diciéndole a grito pelado, mientras Cintia aparecía en la habitación, con una remera larga y manchada, descalza y despeinada.

¡Estaba harta! ¿Cómo era posible que desde que me levanté, no había podido ni siquiera lavarme la cara? ¡Y ni hablar de vestirme! Todavía estaba con el remerón de dormir y con la bombacha húmeda. Es que, por la noche me había quedado hasta tarde tocándome, escuchando los suaves gemidos de una chica en un video. Alguien lo filtró de mala leche en el grupo de WhatsApp del cole. La piba era re conocida por su talento de Petera, y los rumores no mentían, de acuerdo a lo que observaban mis ojos. Estaba muy contenta, haciéndole un pete a un ex profesor de matemáticas. Después de acabarme toda me quedé dormida, y al despertar con sus gritos no pude ni cambiarme del malhumor que me contagió. ¿Por qué se le antojaba pedirme boludeces, a cada rato? Primero había sido el control, después alguna pastilla de menta, más tarde un poco de jugo de fruta, y ahora la botella de agua con los antibióticos.

- ¡Basta Pa! ¿Estoy acá, y te traje todo! ¿Dejá de gritarme que me duele la cabeza! ¡Estuve toda la mañana yendo de acá para allá y todavía no pude desayunar! ¡Tengo que hacer mil cosas antes que la vieja vuelva del trabajo! ¡Ya me dejó encargado lo que te tengo que cocinar, aunque tranquilamente lo podrías hacer vos! -, le decía, mirándolo a los ojos, para que no crea que me le iba a achicar. Él estaba echado en la cama, atento a un resumen deportivo que pasaban por la tele, y cuando al fin se dignó a mirarme, empezó a reírse con sarcasmo.

- ¡Escuchame bien! ¡Si a vos te gusta andar hecha una tilinga, no es mi culpa! ¡Además, ya son las 12 del mediodía! ¡Y, por lo que veo, necesitás un baño! ¡Tenés el pelo todo enredado, y esa remera manchada!, le dijo el hombre, olfateando el aire con cierta elegancia, sin la vergüenza de mostrarle el pecho descubierto, ni el bóxer negro ajustado que ocultaba su virilidad a Cintia. Lo extraño fue que, cuando ella estiró su brazo para alcanzarle las pastillas, él le tomó la mano y se la llevó a la nariz.

¿Anduviste fumando vos? ¿Qué es ese olor? ¿Otra vez te convidaron esa mierda de mariguana?, le decía mientras le olía la mano. Ella evidenció su nerviosismo. ¿Cómo podía ser que no se diera cuenta que ese aroma no podía provenir de ninguna hierba?

¿Qué pasó Cintia? ¡Parece olor a pichí, o a concha!, le largó con la insolencia que dos por tres le afloraba, y ella le arrebató la mano con severidad, dándole vuelta la cara. Pero no pudo negarse la sensación de querer algo con una urgencia que le quemaba la piel. No sabía qué, ni cómo, ni por qué. ¿Por qué había incurrido varias veces al bulto de su padre? ¿y a él, por qué se le paraba el pene con tanta determinación?

¡Aaah, y haceme el favor de no subir fotitos tan provocadoras a tu Instagram, porque te prohíbo la computadora, y el celular! ¿Me escuchaste? ¡Tenés 15 años todavía, y no me parece que te hagas la perrita! ¡Mejor, ponete a estudiar, y prestá atención en la escuela, que eso es lo que tenés que hacer!, agregó, cuando el abdomen de Cintia experimentaba un calor extraño, el que poco a poco la sometía a no encontrar las palabras para responderle, como generalmente lo hacía. Pero, de pronto su personalidad resurgió de las cenizas.

¡Voy a subir lo que yo quiera! ¡Y antes de decirme qué subir y qué no, mejor decile al viejo verde de tu amigo que deje de mirarme las fotos! ¡Sí, del gordo Julio te estoy hablando! ¡Se la pasa comentándome los estados del WhatsApp, zarpándose, diciéndome que, si pudiera, me sacaría la tanguita con los dientes! ¡O me pregunta si me mojo mucho cuando me apoyan en el colectivo! ¡También me dijo que una perrita como yo debería ser castigada por portarse mal, y que seguro le pagué con un pete al chabón que me puso el pircing en el pezón!,-

No sabía porque de pronto las palabras se me caían de la boca. Tampoco entendía como con cada frase que le repetía me sentía más húmeda, y sin poder dejar de mirarle el pito re parado. Ya era tarde cuando me di cuenta que lo del pezón, él no lo sabía. casi podría asegurar que me había metido en problemas apropósito, como deseando con todo mi ser que las cosas obscenas que me decía su amigo, se personifiquen en su figura, sus manos y su carácter.

¡Bajá la voz pendeja, y no me hables así, si no querés que te baje los dientes! ¡Que yo sepa, soy tu padre, y vos mi hija! ¿Pero, cómo es eso del arito en el pezón? ¿Andás con olor a pis en las manos, pero te ponés aros en las gomas?, le cuestionó con un hálito de júbilo en la mirada. El mediodía se pronunciaba en la ventana entreabierta, y Cintia parecía incapaz de dar un paso, ya sea para irse, o para sentarse en la cama. Sus ojos buscaban distraídamente hacer contacto con el pene de su padre, y a él no se le había pasado ese detalle. Aunque, prefirió dejarlo pasar.

¿Qué pasó que no hablás ahora, cancherita? ¿Cómo es que el Julio sabe que te pusiste un arito en las tetas? ¡Ya lo voy a agarrar a ese!, le soltó, murmurando la última frase para sus adentros, moviendo involuntariamente las piernas. Eso le generó cosquillas a la chica, porque la erección de su verga se hizo más evidente.

- ¡No papi! ¿No sé de dónde sacó eso, pero te juro que no es verdad! ¡Seguro se lo vio a otra guacha, y se imaginó que era yo! ¿Viste que nos parecemos un poco con la Yami? ¡Además, nunca te mentiría! ¡Sabés que soy buena, y que, si lo hago, de última me castigás y ya fue! –

De pronto me costaba hasta respirar, tropezando con cada palabra, igual que le pasaba a la Yami, (mi mejor amiga), cuando se mojaba en la escuela, hablándole al profe de física. Así me sentía. ¡Me latía la concha a más no poder! Quería irme a mi pieza a tocarme, imaginándome cómo mi papi me pediría que le chupe la cabeza de la pija. Ni me importaba que fuese mi papá. Y, sin pensarlo me senté a los pies de la cama, justo cuando él bajaba las piernas, y le dije, totalmente derrotada y con la cara ardiendo: - ¿Sabés qué pa? ¡SI, tengo un arito en el pezón! ¡Y ese baboso lo sabe porque fue al primero que se lo mostré, y se le re paró la pija! ¡Fue cuando te vino a ver por lo de la mampara del baño! ¿Te acordás? ¡Pero para que no me cagues a pedo, a vos también te lo voy a mostrar! ¡Miralo bien, que seguro nunca viste uno en tu vida! –

Los impulsos de mi cuerpo me descontrolaban, cuando al fin me levanté la remera. No me importó que me viera la bombacha llena de flujos de la noche anterior, y de ahora mismo. Él se quedó pasmado. Apenas lo escuché mover la boca, pero no pudo siquiera basurearme como tanto le apetecía. Podría jurar que se le movió la pija cuando me vio las tetas desnudas. Yo no tenía elementos para evitar hacer presión con mis propias piernas sobre mi concha, por momentos abriéndolas para cerrarlas con todo, y frotándolas. Era todo lo que se me ocurría hacer frente a él. No sabía más, ni me bastaba el aire para calmarme. Me sentía prendida fuego, y no sabía cómo hacer para que toque el arito con forma de estrella que colgaba de mi pezón.

¿Hija, vos te estás escuchando? ¿Qué hacés así, en tetas? ¡La verdad, no te entiendo! ¡Por lo visto, te gusta provocar, y después hacerte la santita!, le murmuraba el hombre, aunque ya sin el acostumbrado machismo con el que se dirigía a ella. Se acarició involuntariamente el pito, y sintió un escalofrío al llenarse los ojos con las tetas de su hija. Sintió que el glande se le humedecía, y trató de disimularlo todo cuando recordó que debía tomar su medicación. Ella se hamacaba sensual hacia sus costados, aún con las tetas al aire, y se moría de ganas de palparse la vulva. Pero debía controlarse. ¿Debía? Pero, de repente el estruendo de la botellita de agua sobre el suelo pareció sorprenderlos.

¡Dale pendeja, hacé el favor de alcanzarme la botellita, así me tomo la puta pastilla! ¡Menos mal que estaba cerrada! ¡Y tapate esas tetas! ¿Querés?, le gruñó, rozándole sin querer una nalga con uno de sus pies. Cintia se levantó para obedecerle. pero no se cubrió los pechos, ni tuvo pudor alguno por quitarse del todo el remerón para colgarlo en el respaldo de una silla. El hombre le examinó las tetas, la cintura, el dibujo de la vagina en esa bombacha caliente, y hasta el culo cuando se agachó a recoger la botella. Su pene fantaseaba con el calor de esa boca grosera, con el tacto de esas manos recién amanecidas, o con el perfume de sus tetas hermosas, de pezones chiquitos, carnosas y redonditas como dos pomelos estallando de primavera. Saboreó el aire, y navegó por unos segundos en el olor de ese cuerpo semi desnudo en su habitación. Hasta que ella le habló, y lo sacó de ese trance.

¿Qué te pasa papi? ¿Podría jurar que casi se te cae la baba! ¿Hace mucho que la vieja no te muestra las tetas? ¿Tanto se le cayeron ya? ¿O te gustan más las tetas de las pendejas? ¡Aaah, y te cuento que ya sé que te culeaste a la zorra de la Cami! ¡Me lo confesó ella solita, en una noche de joda! ¡Me dijo que te la garchaste en mi cama mientras le pedías que te diga Papi! ¡Por eso dejé de ser amiga de esa zorra! -, le largué envuelta en una adrenalina que jamás había experimentado.  en este punto donde sentía cómo me quemaba la vagina, y que seguramente la bombacha se me estropearía de tanto flujo, no me importaba nada. Quería devolverle esa fantasía, “la que esa idiota me había robado”, pero conmigo. Que me sienta, me toque, me chupe, que lama y muerda lo que quiera de mi cuerpo. Que me garche en mi cama cuando la vieja se iba de una escapada a la verdulería, a modo de un cortito violento, o al súper, que era donde más se tardaba. O que al llegar a mi casa de la escuela me dé la mema calentita. También quería que me haga suya en la cocina mientras le preparaba algo de comer. Quería eso y mucho más. De pronto se levantó de la cama con una agilidad que, por un momento me alertó. ¡Parecía que no lo habían operado de nada! Me tomó bruscamente por los hombros, me dio tres cachetadas en la cola, me revolvió el pelo para olisquearme el cuello, y luego de apretarme contra su cuerpo, mientras me mordía la oreja me decía, cada vez más turbado y desencajado: - ¡Te voy a enseñar cómo se trata a las putitas baratas como vos! ¡Pero antes te voy a comer esa concha, que pide pija a gritos! ¡Y de paso, para que no te pongas celosita de la Cami!

 -  Me subió bien la tanga más a la cintura, con toda la brusquedad que pudo. colándomela en el culo y la vulva, haciendo que sus labios sobresalgan, y que mis nalgas se separen drásticamente.

¡Qué suavecita que tiene la piel esta nena! ¡Y qué hermosas tetas! ¡Y qué rico olor a mujercita! ¿Te gusta que te las manoseen, te las soben, o que te pellizquen los pezoncitos así? ¡A tu amiguita le gustó cuando le metía y sacaba los deditos del culo, o de la conchita!, le decía el hombre, marcándole los dedos en las tetas, estirándole los pezones y jugueteando con ese arito provocador. Comenzaba a frotarle el bulto en las nalgas, ambos parados, envueltos en una enjundia que los asemejaba a dos animales en celo. Ella, con sus rodillas casi pegadas a la cama. Entretanto, le arrancaba los primeros suspiros al rozarle el orificio de la vulva con dos dedos, por sobre la ya empapada bombacha de la chica. Sonó otra nalgada en sus redondos glúteos, y un ardoroso “Aaay” se fugó de sus labios, dándole todos los indicios a ese padre perverso que su presa estaba más que lista.

¡Uuuf, Qué putita que te ponés! ¡Escuchame bien? ¿Vos la querés? ¡Querés la pija de papi? ¡Porque, si lo hacemos, tenés que callarte la boca! ¿Ta claro?, le decía entonces, consciente que el calzoncillo se le deslizaba poco a poco por los muslos, haciendo que su húmedo glande comience a hundirse entre sus nalgas. Siempre su padre le estiraba la bombacha, le sacudía las tetas, le golpeteaba la vagina, le mordía el lóbulo de la oreja o se lo succionaba, y temblaba casi tanto como ella, que apenas balbuceaba. El mediodía se llenaba de los ruidos de la calle, del silbido del viento entre los árboles, y de los olores a comidas varias que emanaba de las ventanas de las casas. Aquel cuarto, olía a pecado, a sexo no resuelto, a las ansias de una nena que, tal vez no era tan pura como se catalogaba, y de un hombre con experiencia, mucho más compenetrada en coger con jovencitas que lo que se pudiera presuponer.

¡Sí, está bien Pa, me callo! ¡Pero por favor cogeme que no doy más! ¡Meteme la pija y dame leche, como seguro se la querés meter a la borreguita de la verdulería, la Hija de la Emilce! ¡Te vi cómo se te van los ojos a sus tetas, y a su boca! ¿Te gustaría que te haga un pete esa zorra? ¡La verdad, yo te la re mamaría mientras me metés una bananita por la concha! -

No sabía de dónde sacaba el aire que me faltaba para seguir estimulándolo. estaba ansiosa por esa pija que se paseaba y apoyaba en la entrada de mi culo, con la tanga a un lado, y con una de sus manos apretándome los pezones. Incluso se me cayeron algunas lágrimas cuando se atrevió a retorcérmelos. Su otra mano se aferraba a mi cadera, como esperando el momento preciso para atacar. Entonces, cuando terminé de balbucearle un eufórico "Papi, haceme mierda", me la ensartó de una, intentando de todas las formas posibles que le chupe los dedos para amortiguar mis gemidos, que se parecían a los de una gatita alzada. Así me sentía. Toda una gata en celo, maullando para que la fiera que me dominaba no se prive insultos, ni rasguños, ni fricciones violentas. Mientras más duro me daba, más me cacheteaba el orto con su pubis, haciendo que su pija ancha conquiste todo el fuego de mi vulva. Ahora me zarandeaba las gomas como con desprecio. Sus gotas de saliva me salpicaban la cara cuando me chistaba para serenarme un poco. Me arrancaba el pelo sin importarle mis protestas, y se aseguraba de rozar varias veces mi clítoris con su glande caliente.  Me derretía por dentro cuando me decía "Shhh, callate taradita". Hasta que me acomodó más al centro de la cama, me apretó fuerte una teta como para que lo escuche bien, y mientras me mordía la oreja, me terminaba de bajar la bombacha y me nalgueaba sin reprimirse impulsos, me dijo: ¡Trolita de mierda, dejá de gemir que la chusma de la vecina le va a contar a tu madre, si te llega a escuchar! ¡Y ahí sí que te voy a tener que coger más fuerte!

La verdad es que, mucho caso no le hice. Por lo que no le quedó más remedio que abandonar los jugos de mi conchita, escuchando un odioso "no papi". Me dio la vuelta como si fuese un trompo, dejándome boca arriba, tomó mi tanga del suelo y me la metió adentro de la boca, luego de frotársela rápidamente en la punta de esa verga brillante de mis jugos, y los suyos. Me dio una cachetada cuando le insinué que era un cagón, porque, finalmente no se atrevería a cogerme… y de repente, mientras me golpeaba la concha con su pija y tres dedos de su mano extendida, le dijo al hueco de mis tetas, sin dejar de olerme y babearse sobre mi piel: ¡A ver si así aprendés putita, que se hace lo que papi pide! ¡Y si no me creés, preguntale a tu madre!

Tuve dudas. Quise averiguar lo que me había querido decir. Pero, de pronto mi padre estaba en cuatro patas sobre mí. Aunque en la dirección opuesta a mis ojos. Su enorme pija babosa empezaba a restregarse en mi cara, contra mi nariz y mis labios entrecerrados. Los suyos, se apoderaron de los temblores de mis muslos, mi abdomen y rodillas desde que se dedicó a besuquearme toda. Su lengua sedienta de mis beneficios estaba cada vez más cerca del punto, y sus huevos se aplastaban contra mi rostro. Pero no podía usar las manos para encajarme su pito en la boca, como tanto quería. Él no pensaba en hacérmelo fácil.

¡Asíiii bebéeee, no sabés cómo me ratoneaba con olerte la conchita, y esas piernas hermosas, y en apretarte esa carita de atorranta que tenés con la verga!, le dijo el hombre, mientras su saliva surcaba la piel de su hija, evaporándose de a poco, y dos dedos inquietos entraban audaces de su vulva. Con otro le presionó el hoyito del culo, y Cintia se estremeció sensiblemente.

¡Dale Pa, meteme todo el pito en la boca, así me das la lechita!, le rezongó, al borde de una angustia que no la dejaba pensar, ni proyectar. El hombre le abrió las piernas, todo lo que pudo, y se dignó a frotar su mentón y barba tupida por su sexo. Luego, le escupió el orificio de la vagina humeante y elástica, jugó con la punta de su lengua en la celdita, y se la introdujo sin prevenírselo, al mismo tiempo que ella lograba abrir su boca para que el glande al fin la premie con el sabor que tanto anhelaba en su paladar. Ahora el concierto de lamidas, chupones, besos profundos, quejidos y respiraciones apuradas lo teñían todo de peligro. Ellos no eran conscientes de cuánto. La chica se atragantaba, tosía y lagrimeaba un poco cuando su padre empujaba su pubis para acomodar mejor su pene en aquella garganta del diablo. Él, no daba crédito a su suerte. Saboreaba una y otra vez los jugos de su hija, perpetuándose en su aroma, abriéndole aún más los labios para enterrarle todos los dedos, hacerla gemir todavía con mayores ganas, y para decirle a cada rato cosas como: ¡Más te vale que te tragues toda la lechita, si me llega a venir! ¿Me escuchaste pendejita?

¡Sí Paaaa, dame la lechitaaa, yaaa!, mariconeaba ella, tan sorprendida como en llamas, ahora lamiéndole los huevos a su padre, y apretujándole el glande con dos dedos. Hasta que el hombre, enérgico y de aspecto feroz, se separó de la chica. Le frotó la pija en las tetas, la obligó a lamerle todos los dedos que le había hundido en la conchita, y al fin la sentó sobre la cama, medio que, agarrándole del pelo, y sin importarle en lo más mínimo que le había pisado un pie.

¿A ver cómo abre la boquita mi nena? ¿Querés la merienda, antes del almuerzo chiquita? ¡Dale, agarrala, y pasátela toda por la carita, pendeja chancha!, le decía el tipo, desencajado y vanidoso con su erección meneándose a unos centímetros de la boca de su hija. Ella la tomó, y, antes que cualquier cosa, la instaló en el hueco de sus tetas. La apretó contra ellas, se la escupió y continuó rodando con esos globos a lo largo y ancho de su tronco. Se oía con claridad la mezcla de su saliva con el presemen de su padre, y él deliraba al sentir el revote de tamañas tersuras junto a su virilidad. Una vez que se sintió complacido, el hombre empezó a darle pijazos en la cara y en las tetas. Hasta que ella la atrapó en el aire con su boca, y se dispuso a succionarla, besarla y mimarla con su lengua, mientras le pellizcaba las nalgas a su padre. Él había caído en la cuenta que jamás, ninguna mujer le había hecho eso mientras se la mamaban, y se sintió conmovido. Tuvo ganas de comerle la boca a su hija. Pero se contuvo. Sabía que, eso podía confundir a la chiquita. ¿Y qué había de él?

¡Qué rico me la chupás bebota! ¿Dónde aprendiste a mamar así vos? ¿Tu mamá sabe que te gusta el pito en la boca? ¿Se lo contaste a ella?, le decía, sintiendo que un río seminal le subía por los testículos, inflamándole la razón y los pensamientos, cuando Cintia sorbía los hilos de saliva que le bañaban el pene, hacía una sopapa con sus cachetes y el glande de su padre, y trataba de traer aquel río fecundo con sus uñas, destrizándoselas por la base hasta la puntita.

¿Y vos? ¿Hace mucho que no te la cogés? ¡Digo, porque la tenés re contra dura Pa!, le dijo con insolencia, con los labios ocupados y las manos pegoteadas. Él le correspondió a ese comentario con una cachetada, y optó por recostarla una vez más sobre la cama, boca abajo, y con sus pies extendidos, fuera del confort del colchón. Sabía que, si lo pensaba un segundo más, el arrepentimiento lo alcanzaría. Así que, se derrumbó sobre su cuerpo, colocó su verga entre las piernas de su hija, y dejó que ella sola encuentre el camino correcto hasta la abertura de su sexo. Le atenazó el cuerpo con sus brazos gruesos y piernas fuertes, y apenas notó el calor de esa vulva húmeda, empujó dos veces con una potencia que se vio reflejada en el traqueteo de la cama, y entonces, supo que ya estaba cerca. Cintia estalló entre gemidos más agudos, puteadas indescifrables, pedidos de más, lágrimas silenciosas y sensaciones que no llegaba a corregir. Él la penetraba, se movía encima de ella y se la clavaba más y más, hasta el fondo, hasta el renacer de sus entrañas, mientras las yemas de sus dedos se fuñían con los pezones hinchados de la joven.

¡Esto te pasa por andar provocando, pendeja de mierda! ¡Y, por subir fotitos en tanga, o en corpiño! ¿Vos te pensás que soy boludo? ¿O, también le querés calentar la pija al Julio? ¡Yo también te observo, guacha! ¡Veo cómo viajás paradita en el micro, dejando que cualquiera te manosee el orto, o te mire las gomas!, le confesaba su padre, bombeándola con todo su repertorio, presionándole el cuello y la nariz por momentos, como si con eso quisiera dominarla más. Cintia sentía los martillazos de su pubis casi en el orificio de su ano, de tanto que se le abrían las nalgas. Y eso, la hacía desear frotarse, o meterse un dedo, como algunas noches lo hacía en su cama, mientras se masturbaba.

¡Acabame Pa, porfi, dejame toda la lechita adentro!, se le escapó, justo cuando él notaba que sus extremidades empezaban a entumecerse, que sus testículos le pulsaban más a prisa los pulmones, y que un ardor conocido le borboteaba en el abdomen, multiplicándose en su columna vertebral. De modo que, sin proponérselo, o sin intentar renunciar a lo que su hija le solicitaba, la presionó fuerte contra su pecho, le clavó la pija más adentro de la concha, y empezó a emitir una serie de sonidos de otro mundo, a medida que le descargaba una tormenta de semen, tan abundante que, hasta él mismo creía que ella se había hecho pis. Ahora sí, podía hacerlo. ¿Por qué no le como la boca? Se lo dijo un par de veces más a su ser interior, mientras sentía que la pija seguía eliminando trozos de sí, y que la piel de su hija florecía en renovadas hormonas de seducción.

¿Qué pasa guachita? ¿Querés más?, le dijo, cuando todavía no se hubo separado de aquel cuerpito transpirado, tembloroso y en shock. Ella, habría querido tragársela toda, o que se la meta en el culo. Pero, no podía dejar de brillar, de sonreír y de maquinarse aún más con ese hombre, sintiendo su generosidad convertida en semen navegando dentro de ella. La sábana también había recibido una buena ración, y, al mismo tiempo, el mediodía se había desplazado un poco en el cielo altivo.

¿Qué hora es? ¡La puta madre! ¡Tomá, ponete esa remera sucia que traías, y haceme la comida nena! ¡Me Muero de hambre! ¡Y, nada de lavarte la conchita! ¡Al menos, hasta que venga tu madre! ¿Está claro?, le gritó, una vez que se enzoquetó la infame pastilla, que más o menos recobró los colores de la cara, y su bóxer para cubrirse u poco. es que, ya se oían las llaves de su esposa, el ladrido del perro que siempre la recibía, y los tacos tamborileando en el living. No tardaría mucho en ir a ver a su marido, o en preguntarle a su hija qué demonios había pasado con la comida, ya que nada en la cocina olía a almuerzo.

¡Dale, llevate las sábanas, y metelas así como están al lavarropas! ¡Por suerte, había que cambiarlas! ¡Supongo que no le parecerá raro que te las lleves!, fue la última orden que le dio su padre, antes de que la puerta se abra de par en par, y Elena se encuentre con su hija recién regadita por su marido, apenas con un remerón ancho flameando en su semi desnudez, con un par de sábanas manchadas de su inocencia, de la voracidad de su hombre, y de la infidelidad que comenzaba a reinar en la casa. ¿Cómo podía ser posible que no se haya fijado en los chupones que lucía en el cuello?    Fin

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