La bebé de la casa

 

A mi madre siempre le ponía nerviosa que mi tía comparta tiempo conmigo. Y, a decir verdad, a mí me colmaba de unas ansiedades que no podía explicar con palabras. Tal vez, el calor de mis pezones, la electricidad de mi piel, o las cosquillas de mi vulva puedan hacerlo mejor que yo. En ese, y en cualquier momento. ¡Pero, si en el fondo, eran juegos! ¡Acaso, una manera cariñosa de llevarnos! Yo le decía a mi madre que, el hecho de no tener hijas mujeres, por ahí la llevaba a depositar todas esas ganas en mí. Ella me suplicaba que deje de hablar pavadas.

Mi tía Laura es una mujer alta, que ahora tiene 45 años, y a pesar de haber pasado flor de crisis con su marido, de afrontar una separación y miles de problemas económicos, se mantiene perfecta. Tiene unas curvas bien proporcionadas que le otorgan un culo magnífico, y unas gomas no tan grandes pero llamativas. Tiene la piel trigueña, unos ojos grandes y negros, una voz grave y determinante, y el pelo negro como una enredadera de rulos. Además, le encanta ponerse remeras escotadas. Siempre hace referencias de lo mucho que le gusta que los pendejos se baboseen con sus gomas. A mí, siempre sus comentarios me producían algo extraño. Me atraía más escucharla hablar con mi vieja que los dibujitos de la tele. No sé, su voz parecía mágica, intrigante, melódica. Cuando tenía 12 años, Laura se la pasaba casi todas las tardes en casa, y yo era su consentida, por encima de mis hermanos Mauro y Yanina. Quizás, porque ellos eran más grandes. Generalmente, ni bien llegaba del colegio, Laura me saludaba con un abrazo y un beso ruidoso en el cachete, a milímetros de la boca. Eso ponía furiosa a mi madre, que en oportunidades le recordaba que yo no era Lili, la hija de una amiga que ellas tenían en común, a quien un par de veces, al parecer le dio besos en la boca. Una vez, presa de un mundo de cosquillas que no me dejaba pensar, me revelé y le dije a mi madre, seguro que más fuerte de lo que hubiera querido: ¡Dejala ma… si no tiene nada de malo que me dé un beso en la boca! ¡Es, solo porque, porque me quiere! ¿No cierto tía?

No recuerdo si mi madre cedió, o si la miró como el culo, o si reprobó mis palabras de algún modo. Solo sé que, desde ese día, yo buscaba que Laura me bese cada vez más cerquita de la boca cuando llegaba del cole, o cuando volvía del kiosco de comprarle lo que me hubiese pedido. Habitualmente, cigarrillos, o alguna coca.

¿Dónde anda la bebé de la casa? ¿A dónde se fue esa chiquitina hermosa? ¡No me digas que mi bebota se fue a dormir la siesta, y no le dio un besito baboso a su tía! ¿Qué vamos a hacer si esta bebota sigue creciendo? ¡Ya no va a querer jugar más con la tía, ni sentarse a tomar la leche en mi falda, ni mirar los dibus mientras le peino ese pelito hermoso!, eran algunas de las cosas que mi tía pronunciaba, y le arrancaba suspiros de disgusto a mi madre.

¡Basta Laura! ¡Nada de bebé, ni bebota, ni chiquitina! ¡Al final, la vas a malcriar demasiado a la Noe! ¡No me gustaría que se convierta en una tonta! ¡Mejor, enseñale a lavarse la ropita, a desenredarse el pelo, y a no dejar su pieza hecha un lío! ¡Y dejá de estupidizarla con eso de darle mamaderas! ¡Ya te dije que no me gustan esos jueguitos! ¡Falta que le pongas pañales, un chupete, y cartón lleno!, le retrucaba mi madre, una y otra vez, incansablemente. Mi tía le repetía que nunca tenemos que olvidarnos de cuando fuimos niñas, que si ella no me malcriaba quién lo iba a hacer, y cosas que no recuerdo. Algunas no las oía con tanta precisión. Pero la verdad, era que, cuando mi madre agarró un trabajo en un supermercado como cajera, Laura, mis hermanos y yo almorzábamos sin su presencia. Nuestro padre laburaba de camionero. Lo que significaba que apenas si lo veíamos los fines de semana. Y, el único hijo de Laura, (Gonzalo), había decidido irse a vivir con su padre. Mi tía no iba a buscarme a la escuela porque mis hermanos se ocupaban de mi seguridad. Ella nos esperaba con la mesa servida, y con los platos que mi vieja nunca tenía tiempo de prepararnos. Y, mi recibimiento se hacía cada vez más intenso, peligroso y sugerente. Yo no era ninguna boluda, y supongo que mi tía lo sabía. Por lo tanto, tal vez ambas decidimos adoptar nuestros papeles, y dejar que la magia fluya naturalmente entre nosotras. Así que, una vez que mis hermanos desaparecían de nuestro alcance visual, ella me abrazaba, y empezaba a mordisquearme los cachetes mientras me preguntaba: ¡Cómo le fue a la bebé hoy? ¿Se divirtió con sus amiguitos? ¿Se portó bien? ¿Se lavó las manitos cuando fue al baño? ¿Hizo alguna amiguita nueva? ¿La maestra la retó por algo? ¿Algún nene desubicadito le dijo alguna grosería? ¡Mirá que voy, y los cacheteo!

Notaba que presionaba mi cuerpo cada vez más fuerte contra el suyo, y que el calor de su piel emanaba un aroma en el que ansiaba quedarme a vivir. Una de esas veces tenía la remera mojada en el pecho, y las tetas a punto de explotarle el corpiño. Esa misma vez, creo, mientras me besaba la cara, me nalgueaba suavecito la cola.

¡Te estás poniendo cada vez más culoncita vos! ¿Te viste desnuda en el espejo? ¿O algún nene te lo dijo ya? ¡Espero que no te la creas, como todas las nenas que empiezan a pelar las tetas, o la cola desde temprano!, me decía, acariciándome la cola con una mano, sin detener sus nalgadas con la otra, las que parecían ir creciendo en intensidad. Yo, no me había dado cuenta de eso. No recuerdo si le respondí. Solo sé que, de repente me había bajado el pantalón, y me acariciaba la cola sobre la bombacha, pegándome cada vez más a su cuerpo, y en particular, mi pubis a una de sus piernas.

¡La verdad, tenés una cola muy mona Noe! ¡Te vas a tener que cuidar mucho, porque los chicos te la van a querer tocar, o, bueno, apoyarte! ¿Sabés de lo que te hablo?, me decía, con la voz un tanto turbada, y unos suspiros que le hacían temblar el pecho. Pero todo se interrumpió cuando Mauro gritó desde algún lugar de la casa: ¿Ya comemos tía? ¿Yo ya me tengo que ir, y la Yani tiene entrenamiento!

El almuerzo se evaporó tan rápido que, no podía saborear los canelones de ricota que tenía en el plato. Quería preguntarle cosas a mi tía. ¿Qué era eso de apoyarme? ¿Por qué los chicos querrían tocarme el culo? ¡Por qué a ella le preocupaba tanto? Pero, ni bien Mauro y Yanina se fueron a sus respectivas actividades, Laura dijo que me tocaba lavar los platos, siempre y cuando no tuviese deberes. Sabía que después de eso se venía la siesta, y que, al despertarme, mi madre estaría con ella, mateando y poniéndose al día de sus cosas.

¡Hola chiquitina! ¡Dale, levantate, que ya te preparé una chocolatada fresquita! ¡Y dejá de dormir boca abajo, que los angelitos se van a poner celosos de esa colita!, me dijo una siesta al despertarme, mientras me daba chirlitos en la cola, ya que yo dormía destapada, y en calzones. Pensé en cubrirme con la sábana. Pero ella se adelantó para quitármela, y empezó a besarme la mejilla. Me sorprendí cuando la escuché murmurarme: ¿Qué pasa Noe? ¿Querés que te coma la boquita?

Entonces, se separó de mi incertidumbre, volvió a apurarme para merendar, y susurró algo que no llegué a descifrar, mientras olía mi sábana. ¿O me había parecido que hizo eso?

La cosa es que, de repente yo estaba sentada sobre su falda, en el living, y ella ponía en mis labios la dulce tetina de una mamadera repleta de chocolatada. Eso, lo hacíamos todas las tardes que ella sabía que estábamos solas. Pero esa tarde, empezó a murmurarme cosas que me encendían, y que me costaba definir.

¡Cómo me gusta verte tomar la leche! ¡Es re tierno ver que una nenita hermosa como vos, toma la mamadera! ¡Aparte, con esas trencitas! ¡Con esta leche que te da la tía, esa cola se te va poner más sexy todavía! *Pero, ojito con los nenes! ¿Me escuchaste?, decía mientras me secaba las gotitas de leche que, accidentalmente me caían por el mentón, me hacía succionar un poquito más, me la sacaba de los labios, y repetía una vez más el procedimiento.

¿Por qué tengo que cuidarme de los chicos, tía?, le pregunté haciéndome la ingenua.

¡Bueno, porque, como te dije antes, los nenes, después se convierten en varones! ¿A ellos les encanta tocar culos, y mirar tetas! ¡También les gusta apoyar a las nenas, cuando el pito se les empieza a poner duro! ¡Cuando ven a nenas culonas como vos, se llenan de cosquillas, y lo quieren para ellos!, me respondió, acariciándome el pelo. Esa vez había ido un poco más lejos en sus explicaciones, y desde ese día, siempre se atrevía un poco más.

¡Pero, no le cuentes a tu mami que te di la leche en mamadera! ¡Viste cómo se pone! ¡Ella no entiende nuestros jueguitos! ¡Es una aburrida la pobre!, me decía de pronto, como si recuperase la compostura. Yo le prometí mi silencio a mi modo, y ella pareció relajar sus brazos un poco más. Me terminé la leche, y apenas ella se dio cuenta me bajó de sus piernas, me nalgueó la cola y me mandó a ordenar mi pieza. Supongo que, abrumada al escuchar el tintineo de las llaves de mi vieja en la puerta.

A los días, de nuevo mi tía me daba una deliciosa mamadera en su falda, mientras mirábamos un programa de modas en la tele. Recuerdo que criticaba a las flacuchentas que no tenían nada de culo, y a sus frívolas sonrisas de pedo. Esa tarde, su pierna derecha daba saltitos bajo mis nalgas, y a mí me hacía sentir tan libre, a pesar de estar entre sus brazos. Esa vez estaba en medias, short y musculosa, porque la tía me había llevado a upa desde mi cama al sillón. Ella estaba chocha porque me había sacado un Diez en lengua, y un 9 en matemáticas. Esto último era como para festejar, ya que siempre fui un queso con los números.

¡Cuando le contemos a tu mami, seguro te hace un regalito! ¿Te gusta la lechita que te hizo la tía?, me decía mientras me revisaba la cabeza. Ella siempre se cercioraba que no se me suban los piojos, ya que la primavera era el momento crítico en la escuela con ese tema. Pero ocurrió que un poquito de leche se volcó en mi remerita, y la tía empezó a pedirme disculpas, porque estaba caliente, y temía haberme quemado. Yo le decía que no era nada, que no se ponga mal y todo eso. Ella empezó a besarme las mejillas, a dar saltitos cada vez más rápidos con sus piernas que me golpeteaban la cola, y a insistir con las maravillas de mi crecimiento.

¡Qué boluda! ¡Perdón Noe! ¡Cómo te voy a volcar la leche así! ¡Se te van a quemar esas lolas que diosito te dio con tanto amor! ¡Mirá a esas tontas! ¡Más de veinte años, y no les veo los melones que vos tenés! ¿Las chicas no te celan en el cole?, me decía mientras me limpiaba la leche derramada con un pañuelo. Hasta que se paralizó cuando me escuchó gemir al rozarme uno de los pezones.

¡uuuupaaaa! ¿Qué pasó nena? ¿Te gusta que te toquen las tetitas?, murmuró, y me hizo bajarme de sus piernas, como si de repente se hubiese enojado conmigo. Me dio un chirlo en la cola, me revolvió el pelo con una mano, y agregó: ¡Eso no está bien hija! ¡Si ya te gusta que te toquen las tetas, quiere decir, que te excitás! ¿Me entendés lo que te digo?

Creo que después de eso llegó mi mamá, y toda la magia de su voz jadeante, y la de mi cuerpo en llamas, sufrió un sofocón de hielo que me condujo a mi habitación, a enfrascarme con deberes escolares.

Sin embargo, muy cerquita de aquel día, cuando llegué de la escuela me encontré a mi madre y a mi tía discutiendo. Al principio no quise involucrarme. A mi madre no le gustaba que los hijos opinemos sobre los asuntos de los adultos. Pero, de pronto escuché que mi tía estaba dispuesta a irse de casa, que le parecía injusto tanto drama por una mamadera, y que nunca se le reconocía el hecho de estar las 24 horas para sus sobrinos.

¡No te hagas la dramática Laura, por favor! ¡Lo que te quiero decir, y ya te dije infinidades de veces, es lo de Noelia! ¿Cómo puede ser que le sigas dando la leche en mamadera? ¡Y no me dijo nada ella! ¡Yo misma encontré una mamadera debajo de su cama, y otra al lado de la mesita de luz! ¡No creo que ella sola se las prepare! ¡Cortala con eso, que no es más una bebé, ni es la hija que siempre quisiste tener, ni nada de eso! ¿Tanto te cuesta entenderlo?, concluía mi madre, llevando a las palabras de mi tía a una especie de sollozo. Acto seguido el ruido de platos y cubiertos arrojados de mala manera sobre la bacha, y la sentencia de mi madre se oyeron al mismo momento: ¡Tratá de ponerte en mi lugar Laura! ¡Y en el lugar de la Noe! ¿Te imaginás el daño que le podés hacer a su psicología con esas conductas?

¡Basta ma! ¡No te enojes con la tía! ¡Yo me hago la leche, y la pongo en la mamadera! ¡Ella también me reta por eso! ¿No tía?, dije de golpe, apareciendo como un espectro en la cocina, donde ambas mujeres mostraban una postura defensiva, paradas contra la mesada. Mi mamá se sorprendió, pero se recuperó al instante. Mi tía me sonrió.

¿Ah, ¿sí? ¿Y no querés que te compre un chupete, y te pongamos pañalines también? ¡Hija, por favor! ¡Ya sos grande! ¡Esa etapa, ya pasó! ¡Ya demasiado tengo con las veces que, que te hacés pis en la cama!, explotó mi madre, aunque se le aflojó el cuerpo, y sus ojos bajaron la guardia en cuanto a mi tía. Eso, a veces me pasaba cuando tenía pesadillas, o porque, sin entender el motivo, me daba ganas de hacerlo.

De repente entró Mauro con un amigo, y la normalidad hizo su ronda habitual en la casa. Pero mi madre permaneció indignada. A tal punto que decidió irse a tomar unos mates a la casa de mi abuela, a pesar de ser la siesta. Mi tía intentó retenerla, diciéndole que más tarde podían ir juntas. Pero mi madre, que siempre fue obstinada, agarró su cartera, su celular y las llaves, y se fue, dándole un beso en la mejilla a mi hermano. A nosotras, nos saludó con un decepcionante “Chau mujeres”, y salió. Entonces, un silencio con sabor a victoria pareció humedecerle los ojos a mi tía, que, por un momento evitó las palabras.

¡Tía, después de comer, me voy a bañar!, dije, un poco para romper el hielo.

¿Qué pasó que la Ma se fue? ¿Discutieron por algo tía?, sonó la voz monocorde de mi hermano, que solo estaba preocupado por la comida que aromaba la cocina. Por lo tanto, la tía sirvió tres platos de fideos con tuco, explicándole a Mauro que todo fue por un mal entendido, pero que pronto se resolvería, que no había por qué preocuparse. Comimos mirando un noticiero, al que nadie le prestaba atención. Mauro no dejaba de mensajearse con alguien. La tía miraba cada dos por tres por la ventana. Yo, pensaba en las mamaderas. ¿Cómo pude haber sido tan descuidada? ¡La tía me advirtió que las limpie y las esconda una vez que me haya tomado todo! Ella, algunas noches me llevaba una mamadera a la cama, y me contaba un cuentito corto, porque yo, una vez que apoyo la cabeza en la almohada, me muero para resucitar al día siguiente. ¡Ahora la había metido en un lío con mi vieja! ¡Y no sabía cómo pedirle disculpas!

El almuerzo terminó. Yo me di una ducha silenciosa mientras mi hermano le pegaba un grito a mi tía, a modo de despedida. Pensaba y pensaba. Me había entrado un poquito de enjuague en los ojos, y una nube de vapor espeso me aturdía, mientras los dedos de los pies se me arrugaban en el fondo de la bañera. Estaba confundida, desnuda, con ganas de llorar y gritar al mismo tiempo. Y, cuando creí que nada podría ser peor, la tía entró al baño. Sé que intentó no hacer ruido con la puerta. Pero las bisagras estaban viejas, y ella, tal vez había tomado un poquito más de vino que de costumbre. Pensé que me iba a regañar. En el fondo, necesitaba que me grite, me insulte, y hasta que me dé una cachetada, por desagradecida.

¡Noe, ya te preparé la camita! ¡Cuando termines de bañarte, andá a tu pieza nomás, que, te dejé una mamadera calentita en la mesita de luz! ¡Aaah, y te cambié las sábanas! ¿Tuviste sueñitos feos anoche?, me dijo, con toda la normalidad del mundo. No llegué a responderle, porque, ella desapareció tras cerrar la puerta con un poco más de cuidado que al principio. Pero, no tardó en volver a entrar.

¿Estás bien chiquita?, me dijo, esta vez acercándose a la bañera. Yo le dije que sí, que solo me había entrado enjuague en uno de los ojos, y que me ardía un poco. Ella, en una ráfaga de apuro incontenible, sin darme tiempo a nada, terminó de enjabonarme y enjuagarme, mientras decía cosas como: ¡Vamos a hacerlo más rapidito, así podés dormir una buena siesta! ¡Y no te preocupes, que no me da vergüenza bañar a mi sobrinita preferida! ¡Aparte, como si yo no te hubiese cambiado pañales! ¡No sé si tu mami te habrá contado! ¡Pero, te encantaba andar desnuda cuando eras chiquita! ¡Ella te retaba, te decía chancha y todo eso! ¡Y para colmo, como ahora, le molestaba que yo te lo festeje!

Algunas cosas me hacían reír, y ella parecía más divertida. Además, notaba que buscaba hacerme cosquillas, y que cada vez que llegaba al centro de mis piernas, se detenía. Pero no le escatimaba chirlos a mi cola, o ciertos roces cada vez más precisos a mis tetas, mientras decía: ¡Pero mirá la cola que tiene mi sobri, por favor! ¡Cómo puede ser que esta cola no tenga novio! ¡Para mí, anda necesitando unos mimitos!

Yo no era capaz de decirle nada. Y menos cuando, de repente, apagó los grifos, me envolvió la cabeza con una toalla, y todo mi cuerpo con un toallón. Sus manos empezaron a danzar por toda mi anatomía, secándome hasta de mi propia tristeza. Sus dedos temblaban, hurgaban para secarme minuciosamente, corregían mi cabello, iban de arriba hacia abajo, y volvían a masajearme la espalda. Me abría los brazos para secarme las axilas, y se maravillaba cuando les sacaba toda el agua a mis pies. También aprovechaba a hacerme cosquillas en las plantas, y, a meterse mis deditos gordos en la boca. Ahí, creo que tuve la primera descarga fuerte en la panza. Fue como si algo caliente y húmedo quisiera deslizarse con todas sus ansias por mi vagina, hasta encontrarse con la lengua que, todavía jugueteaba con mis deditos. En un momento, me mordió los talones, y se echó a reír, tal vez por los temblores de mis piernas extasiadas. Yo, ya no sabía si estaba sentada en el inodoro, en una hamaca movediza, repleta de mariposas y jazmines. Pero entonces, la tía dijo: ¡Ahí te dejo las pantuflitas! ¡Dale, colgá los toallones y mandate para la pieza, que total, tu hermano ya se fue!, y acto seguido me dejó sola en el baño, que poco a poco iba menguando su temperatura.

Al rato mis pies me conducían a mi cama, donde me esperaba la ropa que ella me había preparado. Bueno, en realidad, había solo una bombacha blanca y un vestido azul que me quedaba cortito, y que habitualmente usaba para dormir la siesta. Me quité las pantuflas, y eché un vistazo a la mesa de luz. Ahí estaba la mamadera caliente que la tía me había prometido. Y, estuve a punto de agarrarla para meterme adentro de las sábanas, así, desnuda y todo, para empezar a tomarme toda esa lechita, cuando la voz de la tía me hizo pegar un susto, con el que casi me caigo de la cama.

¡No, no, nada de eso mi bebota! ¡Primero, te ponés la bombacha y el vestido! ¡Nada de andar metiéndose desnuda a la cama!, me dijo, acercándose lentamente. Me pareció que se había cambiado de ropa. ¿O es que, en el baño no había podido observarla bien? La cosa es que, ahora tenía un short y una remera demasiado escotada. ¡Y no traía corpiño! ¿Qué lindas eran sus tetas! ¡me seducía mucho verle la piel del inicio, y la protuberancia de sus pezones en la remera! Al punto que, me había empezado a poner la bombacha al revés. La tía se dio cuenta, y mientras se reía, me la sacó de las manos, y aprovechando que estaba sentada en la cama, me dijo: ¡A ver, levantá las piernitas, que yo te la pongo! ¡Tonta! ¡Y, ahora, la cola! ¡Dale Noe, y no tengas vergüenza, que es lo menos que puedo hacer por vos, después de haberme salvado con tu madre!

Había llegado al punto que tanto me angustiaba, el que, parecía haber olvidado. Sentí que, si no me controlaba, los ojos me estallarían en lágrimas. La tía advirtió mi silencio.

¿Qué pasa chiquita? ¿Te pusiste mal? ¡Pero, ya pasó! ¡Ya está todo bien! ¡No importa que tu mami se enoje conmigo! ¡Lo importante es que vos, te alimentes bien! ¡Y que no andes con olorcito a pis, como cuando llegás del cole, o tenés esos sueñitos!, dijo de repente, riéndose con cierta ironía. Me acarició la cara, y me prohibió ponerme a llorar por algo tan tonto.

¡Debe ser que, tu mami cree que si tomás la leche en mamadera, por ahí, te vas a hacer pis y caca en las noches, como una bebé de verdad! ¡Y, obviamente, ya no te entran los pañales! ¡Con ese tremendo culo que tenés!, me dijo luego, y sus manos comenzaron a regalarle unas nuevas cosquillas a mis pies, una vez que yo había logrado acomodarme bien la bombacha. Me hizo reír, y eso la condujo a suavizar aún más su sonrisa.

¡Aparte, vos no tenés que ponerte mal por discusiones de grandes! ¡Y, para la próxima, tené cuidado de no dejar mamaderas sucias! ¡Y, por las dudas, tampoco dejes bombachas usadas debajo de tu cama!, continuó, mientras se agachaba para darme besitos en los pies. A mí se me escapó un gemidito cuando sentí su boca en mi empeine.

¿Te gusta que te dé besitos en los pies bebé? ¿Y eso que, todavía no te los di en otros lados, más ricos!, dijo, como sin darle mucha importancia, lamiendo mis deditos, rozándome las piernas con sus palmas húmedas. Entonces, yo, sin saber cómo llegué a ese acto, me dejé caer en la cama, como si mi columna no pudiera sostener mis emociones.

¡Aaah, bueno, parece que la nena quiere besitos por todos lados!, me dijo la tía, sumida en una especie de domo impenetrable, con sus tetas casi apoyadas en mis piernas, y su boca comenzando a tomar contacto con mi pancita al aire.

¡Uuuum, qué rica la pancita de la nena! ¡Ahora que está enjabonadita, bañadita, y con ganas de tomarse una mamadera!, me decía, mientras me la devoraba a besos, me la sobaba y soplaba juntando sus labios todo lo que podía a mi piel, haciendo un sonido similar al de pedos prolongados. Me rodeaba el ombligo con la punta de su lengua, y dejaba charquitos de saliva para seguir besuqueándome, y me hacía vibrar con el contacto de sus tetas en las piernas, ya que, evidentemente la remera no se las sostenía. En un momento, sabiendo lo que le pasaba dijo: ¡Qué remera de mierda esta che! ¡No le compro más a los bolivianos! ¿Cómo puede ser que no me sostenga las tetas?

De pronto sus manos empezaron a rozar mis pezones chiquitos, que se me hacían gigantes por la fiebre que los envolvía. Sus pechos se frotaban con mi abdomen lubricado por su saliva, y su boca ahora saboreaba el centro de los míos, mientras me acariciaba el pelo con una mano, y trataba de abrirme la boca con un dedo de la otra.

¡Dale bebé, chupale el dedito a la tía! ¡Así, como hacés con la mamadera, abrí la boca, que la tía te va a llenar de besos ricos!, me dijo de golpe, y mis labios cedieron cargados de algo que no entendía, pero que me hacía flotar. Cuando le di el primer chupón, ella me mordió el cuello como tratando de contenerse. Creo que temió perder el sentido. Por lo que prefirió seguir besándome, ahora desde el inicio del mentón hasta el hueco de mis tetas, haciendo círculos con sus dedos en mi cabello, y sin dejarme olvidar que tenía que lamerle ese dedo pulgar, que tanto amaría más tarde. También me mordió el mentón, el cachete derecho, y la puntita de la nariz. Por alguna razón los escalofríos que detonaban en mis músculos, no me permitían hablarle. Pero me ponía más nerviosa a medida que su boca se acercaba a la mía. Su aliento a vino había disminuido considerablemente, y su perfume natural me tiraba por tierra cada cosa que pensaba en decirle.

De repente me sacó el dedo de la boca, y mientras me lo pasaba por las tetas me decía: ¿Qué pasa bebé? ¡Ya querés la mamadera? ¿Querés tomarte la lechita? ¡Vas a tener que esperar me parece!

Entonces, sentí el primer sorbo de su boca a mi pezón derecho, al que claramente le siguieron varios más, cada vez más profundos y ruidosos. Además, enseguida le tocó el turno a mi otro pezón, y ese, tal vez lo tenía más sensible porque me hacía gemir al solo contacto con su lengua.

¡Te va a encantar cuando te chupen las tetas de verdad mi amor!, balbuceó pronto, con uno de mis pezones atrapado en sus labios carnosos. Yo quería que me lo muerda, y ella pareció adivinarlo, porque lo hizo, justo cuando una de sus manos comenzaba a palpar mi vulva.

¡Síii, también te va a gustar que te las muerdan! ¡Te lo aseguro!, dijo sin más, mostrándome la lengua, antes de volver a lamerme las tetas, suspirando con cierto peligro, y dejando que su melena al fin rompa el hechizo que la sostenía atada detrás de su espalda. Su cabellera de pronto me nubló la vista, pero no lo suficiente como para ver lo erecto que tenía los pezones desnudos. ¡No sé en qué momento fue que se quitó la remera! Pero de pronto, sus tetas y las mías comenzaron a frotarse dulcemente al principio, mientras ella me daba besitos inocentes en la frente o las mejillas, y me pedía una vez más que le chupe el dedo. Solo que ahora, cada vez que mis labios querían apresarlo, ella lo alejaba de mi alcance. Y, sin más, nuestras tetas empezaban a fundirse, a hamacarse apretadas y sudando, bien pegaditas, mientras ella cantaba una canción improvisada que no puedo recordar, pero que decía cosas como: ¡” Arrorró mi nena, ¡arrorró mi chancha, que tiene lindas tetas, y un culo de gata!”

A ella le gustaba escucharme reír, y eso la impulsaba a inventarse más canciones. Hasta que, en un momento dijo: ¿Vos te acordás cuando tomabas la teta? ¿Te acordás el sabor de la leche de tu mami?

Le dije que no me acordaba, en el mismo momento en que ella colocaba uno de sus pezones en mi boca, y me decía con la voz pendiendo de un hilo: ¡Chupala nena, dale, abrí esa boquita, y babeame la teta!

Apenas mi boca atrapó su pezón, el cuerpo de mi tía se sacudió como si le hubiese dado electricidad, y se me separó de inmediato. Pero, volvió a la carga una vez más, luego de manotear la mamadera. Se vertió unas gotas de leche en una de sus tetas, y volvió a juntarla a mi boca.

¡Ahora sí, tengo lechita para la bebé! ¿No? ¡Dale Noe, comeme la teta, y tomate la lechita de la tía!, dijo entonces, con los ojos extraviados y unos temblores que no lograba encarrilar. Yo le limpié todas las gotitas de leche de la teta, y empecé a succionarle el pezón. Ella se me echaba encima, buscando palpar nuevamente mi vulva con su mano. Solo que ahora yo le abría las piernas, sintiendo que el culo se me frotaba sin mi autorización en la cama. Pero la tía, una vez más me privó del sabor de su piel.

¡Vamos, date vuelta nena!, me ordenó, casi sin dejarme procesar nada. Como me quedé perpleja, ella misma me tomó de la cintura y me puso boca abajo, subiendo mis pies a la cama, y arrojando mi vestidito al suelo. Primero sentí que su boca empezaba a rodar por detrás de mis rodillas, que llegaba a mis talones y volvía a subir, cada vez más arriba, con unos besos y lengüetazos que, no quería limitar. Jadeaba con dificultades, y me agarraba las nalgas con las manos como si quisiera amasarlas, o untarlas en aceite. Y de pronto, empezó a nalguearme, subiendo el tenor de los azotes con el correr del tiempo, y sus palabras.

¡Pero, mirá qué culo hijita! ¡Cómo puede ser, que tengas esta cola, a tu edad! ¡Cómo se deben pajear tus amiguitos con vos! ¡Si yo hubiese tenido, este culo! ¡Qué hermosa culona es mi bebé!, decía, acentuando cada frase con un nuevo chirlo, para después calmar esa especie de ardor con unos chuponcitos suaves. Aunque, en un momento, también me mordió la cola. No me dolió tanto, porque fue sobre la bombacha.

¡Y, seguro, que algunas nenas también, te miran la cola! ¡Como, seguro, otras miran tetas! ¿A vos te gustan las tetas de la tía?, me decía luego, apoyando sus tetas en mi cola. A esa altura me había bajado un poco la bombacha, por lo que podía sentir el calor de sus pezones, y cierta humedad que los protegía. Quizás, se vertió otras gotas de leche. Pero, lo cierto es que, de pronto, una de sus manos comenzó a hacerse sitio entre mis piernas.

¡Abrilas Noelia, y no tengas miedo! ¡Tengo que comprobar cómo tenés la bombacha! ¡Por ahí, te measte encima, y después tu mami nos reta!, me dijo, luego de aplicarme otro chirlo. Entonces, apenas lo hice, vencida y confinada solo a dejarme llevar, ella se levantó de la cama y estiró una mano para tomar la mamadera.

¿Querés un poquito?, me preguntó, acercándomela a la boca. Yo tenía la cara hacia el costado, y, casi que involuntariamente me estaba pellizcando un pezón. Le dije que sí, y mi voz sonó como si no fuese la mía.

¡Bueno, dale, abrí la boquita, y tragá bebé! ¿Qué te pasa? ¿Te duele la tetita? ¿O, tenés ganas de pellizcarte?, me preguntaba, mientras posaba la tetina en mis labios, y yo le daba unos traguitos. En un momento me hizo lamer la almohada, porque se me había derramado un poquito de leche. Pero, entonces, volvió a la parte trasera de mi cuerpo para arrancarme la bombacha, casi sin proponérselo. Cuando volvió a mi lado, me puso boca arriba, y me la mostró.

¡Mirá cómo dejaste la bombacha Noe! ¿Sabés por qué te pasa esto?, me dijo, acercándola a mis ojos. Me la pasó por los labios y por las tetas. Supongo que sabía que no podía hablarle, por lo que optó por juntar su cara a mis tetas para besuqueármelas otro ratito. Desde allí, comenzó a subir lentamente hasta mi boca, donde se detuvo. Volvió a tomar la mamadera, me pidió que sorba unas gotitas, y luego, posó sus labios en los míos para besarme tiernamente.

¡Así sí me gusta la leche! ¡En tu boca es más rica, mi chiquita!, me decía, mientras su lengua entraba y salía de mi boca, y el cuello se me pegoteaba de la leche que se volcaba de la mamadera. Para colmo, uno de sus dedos jugaba en la entrada de mi vagina, la que sentía tan empapada como el interior de mis piernas. Algo me impulsaba el cuerpo hacia la mano de mi tía, y ella conocía aquello a la perfección. No sé en qué momento fue que uno de sus dedos entró en mi conchita. Pero desde entonces, no quise que me abandone nunca más.

¡Así chiquita, besame así nena, dale, que tu tía te va a sacar estas cosquillitas!, me decía, yendo de mi boca a mis tetas, dejándome ríos de saliva a su paso, con sus dedos frotando y hundiéndose en mi sexo. Sí, ahora eran más de dos por lo menos, y, mi ansiedad por sentir esos roces en un punto exacto, comenzaban a desesperarme. Gemía, balbuceaba cosas que no recuerdo, le comía la boca a mi tía, y buscaba el contacto con sus tetas. Ella, en un momento volvió a ponérmelas en la boca, y yo le mordí los pezones, mientras su mano continuaba regalándome un espasmo tras otro, cada vez más intensos. Y, de pronto, voces en alguna parte de la casa.

¡Dale Noe, levantate ya!, me decía la tía, mientras ella misma me acomodaba en su falda. Había tomado la mamadera con una mano, y me había dejado la bombacha en las rodillas.

¡Sí Mauro, estoy acá, en la pieza de tu hermana!, Gritó la tía, entre desesperada y llena de valor. Mi hermano, que quizás llegó antes, le pidió que le prepare una muda de ropa, y otras cosas que ni la tía entendió. ¿O acaso, era que ya eran las 5 de la tarde? Lo claro es que, la tía, empezó a darme la mamadera, con uno de sus dedos encallado en mi vulva. Ahora me frotaba más fuerte, y me pedía que no gima, que controle mis agudos. Todavía tenía las tetas al aire, y el contacto de sus pezones en mi espalda me ponían más ansiosa. Y, de pronto, como si se hubiese dado por accidente, uno de los roces de los dedos de mi tía dio en el momento preciso de mi clítoris, y todo mi ser parecía disolverse en sus brazos. La tía me sacó la mamadera de la boca, porque casi me ahogaba, y empezó a deslizarla en el orificio de mi vagina, mientras sentía que me hacía pis encima de la cantidad de flujos que se clonaban en mi interior. Pero, al mismo tiempo, algunas gotas de leche de la mamadera también se fundían en mis piernas, y la boca se me secaba de tantas palabras de gratitud acumuladas. No recuerdo si la tía logró introducirme la mamadera en la vagina. Pero, sí recuerdo que temblaba, que ella me lamía el lóbulo de la oreja, que probaba los dedos que antes había enviado a darme placer, y que parecía tan conmovida como yo.

¡Dale nena, metete en la cama, así como estás, que voy a ver qué quiere tu hermano!, me dijo luego, una vez que deshizo el refugio de sus brazos con el que me protegía. Pero, no tuvimos mucho tiempo. Mauro entró, y me vio desnuda, con la mamadera en la mano, tratando de decidir si meterme en la cama o salir corriendo. No recuerdo bien qué fue lo que pasó desde entonces. Sé que mi hermano se burló de mí hasta mucho tiempo después, y que, definitivamente mi madre volvió a casa esa noche. A mi tía Laura no la volví a ver, hasta que cumplí los 18. Ahí, luego de una interminable discusión con mis viejos, decidí que lo mejor, era irme a vivir con ella, para seguir siendo siempre yo. ¡Lo necesitábamos las dos, y nos extrañábamos tanto!     Fin

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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

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Comentarios

  1. Es el relato de inscesto lesbico mas exitante que lei hasta ahora haces que con tus relatos me caliente demasiado sigue asi te felicito

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    1. Hooooliiiis! Gracias por alentarme a seguir escribiendo! A mí, es uno de los que más me gustó, y disfruté. Un beso, y te invito a seguir leyendo!gracias por tu valoración a mi relato! Es uno de los que más disfruté escribiendo. Un beso, y te invito a pedirme el que quieras!

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  2. Sin duda alguna sos la persona unicamente indicada para escribir relatos de bebes 🥵🤤

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    1. Me encanta escribir sobre nenas que se hacen las bebés, o sobre todo lo que incluya fantasías de todo tipo. Gracias por estimular mis escrituras!

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