Por ese pedazo

 

 

Esa vez, la Peque y yo nos animamos, y fuimos a hablarle. Resultó más fácil de lo que creíamos. Germán va a cuarto año, sale con una rubia con cara de pedo, juega al fútbol, y, por lo que sabemos, es un bocho en todas las materias. Tiene 16 años, es alto, “al menos para nosotras que somos dos chichones de piso”, medio gordito, y bastante agradable. Creo que porque, sonríe mucho. No es carilindo, ni tiene ojos penetrantes, ni tampoco unos músculos soñados. Sin embargo, lo que a las dos nos tenía embelesadas, “y por eso decidimos zarparnos a full”, era el bulto que muestra su entrepierna, siempre que habla con sus amigos. La Peque dice que seguro le miran el orto a las de tercero, o las tetas a la profe de matemáticas. También está re convencida que le sacan el cuero a la rubia insípida de su novia, y que planean enfiestarse con la Rebeca, que es la pendeja más puta de tercero B. Yo, le dije mil veces que a la mayoría de los varones se les vive parando la pija, a veces por nada. Incluso, hasta el roce con su propia ropa se las estimulaba. Yo lo sabía por mi hermano mayor. Él mismo me lo dijo cuando una noche le pregunté por qué vivía con el pito parado. Pero, además de eso, nos llamaba la atención el apodo que le habían puesto sus amigos. Siempre que le decían Termo, él se ponía rojo, y les pedía sin sutilezas que dejen de romperle los huevos. Los otros se reían, y habitualmente aparecía la rubia para protegerlo. Eso, avivaba más el fragor de las cargadas, y entonces, le cambiaban el apodo de Termo por el de Conchudo, o Pollerudo. La cosa es que, cada vez que lo veíamos en el patio, se nos desviaban los ojos hacia su paquete. La Peque casi me quiebra una costilla de un codazo la vez que lo vio acomodarse la pija, mientras la novia le decía, vaya a saber que chanchada al oído.

¡Para mí, le re lamía la oreja, y se le hacía la putita!, me dijo con la voz turbada. Al rato, yo lo vi tratando de ocultar su erección con su mochila, y no lo logró del todo.

¡Loli, en serio, tenemos que hacer algo! ¡Tenemos que descubrir que tan grande tiene la pija ese bebé! ¡Posta, yo sueño que me arranca la bombacha y me la entierra de una, casi todas las noches! ¡No sabés cómo me late la concha cuando me despierto!, me dijo una vez en el salón, mientras se hamacaba en la silla. Yo sabía que a ella le fascinaba masturbarse en clase, usando la silla, y frotando sus piernas entre sí. Claro que, al menos hasta que yo supe, nunca alcanzó un orgasmo. Lo que era peor, porque vivía calentita durante todo lo que restaba de las clases.

¡Boluda, pero, ese bebé, tiene novia, por un lado! ¡Y, por otro lado, es más grande que nosotras! ¡Ni en pedo se fijaría en dos nenas! ¿Viste las gomas que tiene su novia?, le dije, tratando de disimular las ganas que yo también le tenía a ese pendejo.

¿Y, vos te viste al espejo las gomas que tenés?, me dijo, rozándome una teta con una lapicera, la que luego se metió en la boca para succionarla. Después, sacó la lengua para lamer el capuchón, y me rozó la otra teta. Yo, me imaginé arrodillada, entre las piernas de Germán, mordisqueándole la pija, con la cara toda babeada y el pelo despeinado, mientras su novia me miraba cómo después se la mamaba. Inmediatamente incluí a la Peque en mi fantasía. A ella la flasheé parada sobre las piernas de Germán, dándole conchazos en la cara para que él se la huela, se la toque con la lengua y le rompa la bombachita con los dientes. ¡Qué pedazo de culito tenía mi amigui! A pesar que nunca se lo envidié, me encanta que los guachos de cursos superiores al nuestro se lo miren. Más de uno le metió mano en el colectivo, mientras volvemos a nuestras casas. Ella, es una experta en hacerse la boluda, y en tirar la colita para atrás, así se lo siguen manoseando, o apoyando. ¿Germán se lo habría mirado tanto como sus amigos? ¿O se habría fijado en mis tetas? En definitiva, para nuestros 14 años, estábamos bastante cogibles. Además, la Peque tenía mucha experiencia con una pija en la boca. A mí, siempre me gustó mucho más coger. Al punto tal que, entregué la cola, no hace mucho, y tuve que volver a hacerlo, porque me encantó. Por ahí, ayudó que ambas veces fueron con el mismo pibe, “el hijo de mi vecino, que anda medio enamorado de mí”. Por suerte, ya le aclaré que conmigo no tiene chance, porque yo no quiero nada serio.

¡Dale Loli, hagamos algo! ¡Creo que, tenemos que histeriquearlo un poco, o, bebotearlo! ¡Bueno, la que sabe de putería sos vos! ¡Así que, pensá nena! ¡Yo al menos, quiero que me empache de leche, ahora que está tan cara! ¿Vos no?, me dijo de pronto su vocecita de perra babosa, trayéndome a la realidad. La de Historia nos ponía tarea extra por hablar en clase, a nosotras, a los dos boludos del fondo, y a la Romi por jugar con su celular. Las únicas que no nos quejamos fuimos nosotras. Y no es que fuésemos tragas, o las más buenitas. ¡Ni en pedo queríamos quedarnos sin recreo como ellos, por protestar!

Finalmente, salimos al patio techado, donde por lo general se quedaban las chicas, y los pibes más grandes. El resto, jugaba en el patio, al fulbito, a la lucha, y a otros juegos más violentos. Compramos una botellita de agua mineral y unos chupetines. De repente, las dos nos acercamos a Germán, que tenía unos auriculares, y se lo veía re atento a su celu. Así que, la Peque abrió un chupetín, y se lo metió a la boca. Yo, sin saber por qué, empecé a hacerle un berrinche, pataleando el suelo y haciendo de cuenta que en cualquier momento largaba el llanto.

¡Qué forra que sos nena! ¡Yo quería ese chupetín! ¡A vos no te gustan los de frutilla!, le decía histérica, empujándola con un codo, y tratando de sacarle el chupetín de la boca.

¡Callate nena, que yo lo abrí primero! ¡Aparte, no te lo puedo dar ahora! ¡Ya lo chupé todo!, me decía, mientras me lo mostraba, le pasaba la lengua, y se endulzaba los labios al hacer circulitos con él alrededor. De la nada, se lo saqué, y le pasé la lengua, y se lo devolví.

¿Qué hacés, asquerosa? ¡Ahora tiene tus microbios nena! ¡Tomá, comételo vos!, me decía ella, intentando metérmelo a la boca de nuevo. Pero yo buscaba hacer lo mismo con ella. De modo que forcejeamos, nos tiramos el pelo y nos insultamos de mentirita, delante de Germán, que de pronto nos prestaba atención. Yo lo advertí, y se lo dije a la Peque, cuando lo vi sonreírnos.

¡Basta tarada, comete el chupetín, y dejá de hincharme las pelotas, que el pibe nos está mirando!, dijo ella ni bien recibió mi mensaje, y me lo encajó en la boca. Yo le tiré el pelo, ella chilló, y me prometió decirle a la profesora que la trataba mal. Entonces, de la nada, yo abrí la botellita de agua, tomé un trago, y dejé que varias gotas me chorreen por el mentón.

¡Ahí está la chancha! ¡Ni tomar agua como la gente sabés! ¡Y después, me querés chorear el chupetín!, me dijo ella, lamiendo y saboreándose toda, ya que seguía pintándose los labios con el caramelo para lamérselos. Yo, sacudí mi botellita de agua, y le mojé la cara. Ella reaccionó, y, haciéndose la enojada me zamarreó. Como yo estaba parada en un solo pie, me caí sentada de culo, y ella empezó a reírse.

¡Perdonala a mi amiga che! ¡Es media tonta la pobre!, escuché que le dijo al pibe.

¡Ayudala a levantarse, antes que venga alguien! ¡Y no se peleen, que, son amigas!, dijo como con aburrimiento el chico, y la Peque me extendió una mano, diciéndome: ¡Dale boluda, que quedás re mal adelante del chico! ¿Cómo te llamabas vos?

En ese momento, todo fue rapidísimo. Mientras la Peque me levantaba del suelo, aparecía la novia del pibe, y le decía algo relacionado al culo de mi amiga. Al mismo tiempo, él le decía que se llamaba Germán. Después lo entendí todo, un poco mejor.

¡Claro, y por eso tenés que andar mirándole la bombacha a esta enana! ¡Hace media hora te estoy llamando nene! ¡Ya va a sonar el timbre, y todavía no hicimos nada para Laboratorio!, resumió al final, en voz alta, mientras yo descubría que, a la Peque, “Seguro que intencionalmente” se le había bajado el pantalón hasta un poco más de la mitad del culo.

¡No seas así gorda! ¡Las chicas se estaban peleando, por una pavada! ¡Solo eso! ¡Y, ni te escuché llamarme!, le decía el pibe, caminando lentamente tras sus pasos. Pero, las dos pudimos ver que el pantalón le explotaba de la erección que se cargaba.

¡Lo re calentamos amiga! ¡Lo dejamos re loquito! ¡Posta, somos unas genias peleándonos por una pija! ¡Bueno, mejor dicho, por un chupetín!, me dijo ella mientras entrábamos al aula. Solo que, justo en el momento en que yo le sonreía, sin que ninguno de nuestros compañeros nos vea, ella se me colgó del hombro, y me paseó toda su lengua por los labios. Ahora sí que me costó concentrarme en la clase. Ella estaba extasiada, y yo, flotando en el aire, con el dulzor de su lengua en mi boca, recordando el aroma de su aliento. ¡Qué ganas tenía de morderle las tetas! ¿A ella le pasaría igual?

Al otro día, creo que, llevadas por aquel beso, o acercamiento que tuvimos, regresamos a ponernos cerca de la mirada de Germán. Solo que él tenía a su novia sentada en las piernas, y cada vez que no había preceptores o profesores cerca, se re chapaban. Nosotras, nos mirábamos como para imitarlos, tomábamos agua de otra botellita, y ahora yo le ponía un chupetín en la boca a la Peque. En un momento vi que la rubia nos miraba, y que él le preguntaba algo con cierto disgusto en el rostro. Pero, de repente, ella señaló mis tetas, y el pibe cambió totalmente. Creo que le dijo algo fuerte, porque ella pareció dolida. En ese interín, la Peque empezó a gritarme, como para que ellos la escuchen.

¡No nena, ya lo hablamos, y te dije que no! ¡A mí no me pinta compartirte! ¡Si a vos te gusta la Romi, yo me abro, y te dejo ser! ¡Me encanta que me pongas cositas en la boca! ¡Pero yo quiero ser la única! ¡Esas tetas, son mías, y de nadie más!, me expuso, logrando que me ponga de un rojo tan intenso que me ardían las mejillas, como si estuviésemos al sol. Aún así, fingí estar al borde de llorar, o de ponerme furiosa. Abrí los brazos como para mostrarle lo grande que era mi “supuesto error”, y ella volvió a escandalizarse.

¡En serio te lo digo! ¡Para vos, todo es juego! ¡Pero, entendelo nena! ¡No quiero que hagas el amor con esa gorda cara de sapo! ¡Es ella, o yo!, me dijo, y cruzó los brazos sobre su pecho, mirándome con odio. Eso logró la reacción de la novia de Germán.

¡Bueno, bueno chicas! ¡Yo que ustedes, me preocuparía más por estudiar que por esas cosas” ¿No les parece que son demasiado chiquitas para, hablar de, hacer el amor?, iba diciendo la rubia mientras se levantaba sonriente, burlona y evidentemente satisfecha, ridiculizándonos un poco.

¡Amor, no seas así! ¡Después te quejás cuando te dicen que sos un bulldog! ¿Qué tiene de malo que las chicas se quieran?, dijo Germán, sin levantarse del banco que había frente al nuestro, buscando algo en su bolsillo.

¡Gordo, estas no hablan de amor! ¡Hablan de coger, por si no te diste cuenta! ¡Y dudo siquiera que sepan cómo se pone un forro!, decía la rubia, dejando la estela de su perfume, alejándose cada vez más. Las dos nos tentamos en silencio, cuando él no nos miraba, ocupado en calzarse los auriculares. Entonces, le vimos el pito parado, otra vez. La novia se le había estado franeleando todo el tiempo, mientras se comían a besos, y él le sobaba las piernas. Pero, cuando ella no lo notaba, sus ojos se perdían en mis tetas, y en la boquita de la Peque, que no paraba de pasarse el chupetín por los labios. Entonces, a 10 segundos del timbre, ella se levantó y le dijo, simulando tener la voz un poco tomada por la discusión: ¿A vos te parece que esas tetas tengan que ser de otra chica, y no mías? ¡Cómo te envidio, que, al menos, vos tenés novia!

No hacía falta tanto dramatismo, ni que me toque las tetas al hablarles de ellas a Germán. Pero, su cara parecía un parque de diversiones. Además, se quedó mudo. Cuando abrió la boca para decir algo, sonó el timbre. Aunque, al final le oímos decir: ¡Si de verdad, te gustan sus tetas, proponele algo así como, un amigarche, y listo! Y enseguida se levantó para entrar a su aula con sus compañeros. Al ratito, nosotras no podíamos más de la risa, mientras la profe de inglés explicaba un nuevo tema. De igual forma, yo me sentía confundida. ¡No podía gustarme mi amiga! ¿Ella justamente? ¡Con la Peque fuimos juntas al jardín! ¡Le conocía hasta los lunares que tenía en la nalga derecha! Y, entonces, empecé a notar que yo misma, ni siquiera sé cómo, tenía un leve olor a pis. Solía pasarme que, si me calentaba mucho algo, se me escapaban algunas gotas, junto con el flujo. ¡Ojalá la Peque no se dé cuenta!, pensaba distraída, mientras ella dibujaba boludeces en la hoja, sin prestarle atención a la profe. En eso, estábamos iguales.

¡Boluda, te juro que, mañana, ese bombonazo no se nos escapa! ¡Yo estoy re segura que se re creyó que somos lesbis! ¿No viste la carita de pena que puso cuando yo te quería cortar? ¡Es más, yo creo que, vos, estás más calentita que yo con ese pibe! ¡Tenés olor a pipí, como cuando andás caliente!, me dijo danzarina y risueña, acentuando esa última frase en mi oído, casi como un susurro. Yo la chisté para hacerla callar, y en eso, sentí que la bombacha se me humedecía un poco más. Me acuerdo que le di un codazo para que no me siga molestando, y que luego empezamos a dibujar más o menos cómo nos imaginábamos el pito de ese pibe, en una hoja que yo le arranqué de su carpeta. También recuerdo que ese día estuve rara en mi casa. En la siesta soñé con la Peque. ¡Las dos estábamos con las piernas enredadas, frotándonos las conchas, mientras su lengua viboreaba en mi boca, y mi saliva la hacía gemir! ¿Por qué había soñado eso? Después, soñé que las dos le mostrábamos las tetas a Germán, hasta que aparecía su novia, agradeciéndonos por ayudarlo a relajarse un poco. A la noche no lo soporté, y me masturbé pensando en esos sueños, en el perfume de la Peque, en el bulto de ese pendejo, en lo que podríamos hacerle, y en lo que él nos haría si nos viese desnudas.

Al día siguiente, cuando sonó el despertador, sentí que no había dormido nada. El olor de mi sexo en las manos, mi bombacha hecha un bollo bajo mis piernas, y el sudor de mi piel me recordaban que había acabado por lo menos tres veces, y que ahora no servía para nada. No llegaba a bañarme. Si lo hacía, no llegaría a desayunar, y no tenía ganas de que mi vieja me pregunte por qué diablos quería bañarme, si ya lo había hecho la noche anterior. Así que, luego de ordenar mis cosas, cambiarme y tomar un café con tostadas, me fui a la parada del micro, y lo esperé. A las 5 cuadras subió la Peque con su hermano, y dos chicas más que iban con nosotras. Yo me sentía sucia, como si no me hubiese lavado el pelo. Creí que las chicas me mirarían raro. Pero, para ellas, todo estaba igual que siempre. Incluso para la Peque, que recién cuando nos bajamos me murmuró al oído: ¿Y? ¿Pensaste en cómo nos vamos a comer la verga de Germi? ¡Yo, posta, no pude dormir anoche, pensando en él, y en tu carita de babosa!

Empecé a temblar. No sabía si la Nati, que caminaba atrás de nosotras la había escuchado. Pero, de algún lugar junté valor, y le dije: ¡tenemos que hacernos las tortas, otra vez! ¡Creo que, si nos llegamos a besar, al frente de él, y después nos peleamos, por ahí, se nos acerca, y podemos hacerle algo! ¡Creo que el guacho, ahí, termina de explotar!

Se lo dije todo lo rápido que pude, mientras sentía un escalofrío en la panza que no me dejó continuar. Cuando quise acordar, estábamos esperando que suene el timbre, mientras la profe de lengua hablaba de un escritor uruguayo. Cuando eso sucedió, el ruido de las sillas, útiles guardados con precipitación, y el griterío de mis compañeros saliendo al patio o a la galería, me ponían más nerviosa. Aunque no tanto como el perfume de la Peque flotando a mi alrededor. De pronto, ella me agarró del hombro, y mientras me decía: ¡Dale, vamos conchu!, me encajaba un chicle en la boca, y me empujaba caminar, como si me hubiese olvidado de cómo hacerlo.

¡Allá está! ¿Lo ves? ¡Besuqueándose con la sucia esa, como siempre! ¡Qué horrible tiene el pelo!, me dijo la Peque, una vez que lo divisó entre una marea de pibes, apoyado contra la pared, medio escondido por el cuerpo de su novia. Pero, de pronto ella lo soltó, hablaron de algo evidentemente aburrido, y nuestras miradas buscaron hacer contacto con su entrepierna. Creo que a las dos se nos cayó la baba al mismo tiempo, porque el grosor del glande se le re marcaba en el pantalón. Así que, ni bien la rubia se puso a charlar con una gordita con cara de sabionda, nosotras empezamos a caminar hacia él. En el momento que se sentó, uno de los pibes le pidió fuego, y él le ofreció un encendedor. Luego, manoteó sus auriculares. Pero no llegó a ponérselos, porque antes de eso, la Peque se sentó a su derecha, y yo a su izquierda. ¡Ni siquiera lo planeamos!

¡Che, bueno, queríamos agradecerte, porque, gracias a vos, nosotras, nos pusimos de novias! ¡Bueno, o algo así!, dijo ella, estirando una de sus manos para rozarme una goma. El pibe palideció de golpe, pero de inmediato se le pusieron los cachetes colorados. Cuando recuperó el sonido de su voz, dijo: ¡Bueno chicas, buenísimo que, ahora sean novias, o algo así! ¡Pero, les sugeriría que no se anden manoseando, porque las pueden ver, y estarían en problemas! ¿Y, qué es eso de, “algo así?

¡Pasa que, no puedo contenerme! ¿Le viste bien las tetas a esta perra?, dijo la Peque, ahora apretándome sin piedad primero una, y después la otra. El pibe suspiró, y no respondió.

¡Ya sabemos que tenés novia, y no queremos incomodarte! ¡Pero, ella sabe que somos lesbianas! ¡Así que, no te vamos a meter en líos por preguntarte cosas! ¿No? ¡Aparte, las tetas de la Loli, son mías! ¡Por más que te guste mirárselas!, continuaba orando la Peque, endulzando cada vez más su vocecita irritante por momentos.

¡Escuchame morocha, la verdad, vos y tu amiga, están re chapas! ¡Yo no le miro las tetas a tu novia!, contestó un poco acobardado, mientras nosotras nos mirábamos con deseo. ¡Encima, ella me sacaba la lengua y se saboreaba, mirándome los labios!

¿Estás seguro? ¡Yo sé que también le miraste la cola a ella! ¡Pero, no te pongas nervioso, que, yo no voy a dejar que le hagas nada, o se la toques!, me animé a decirle, levantándome del banco. Tenía la sensación de que, si seguía ahí sentada, me acabaría encima del fuego que me invadía desde la nuca hasta el dedo gordo del pie.

¿A dónde vas amor?, dijo la Peque, simulando impaciencia.

¡A ningún lado nena! ¡Bueno, solo, a sentarme, un poco más cómoda! ¿No me hacés upita gordi?, le dije, meneándole las tetas, acercándome de a poco a sus piernas para que cumpla mi caprichito, sintiendo que la bombacha vibraba de humedades impertinentes contra mi vulva. Ni bien ella me abrió los brazos, yo me dejé caer literalmente sobre ella, y a pesar de rezongarme por lo bestia que fui, empezó a acariciarme el pelo con una mano, y a sobarme una pierna con la otra. El pibe nos miraba, y nosotras le mirábamos el bulto, totalmente desprotegido, hinchándole el pantalón, estirándole tanto las venas que, hasta su rostro se mostraba contracturado.

¡Fuaaa, Diooos! ¿Por qué no tengo un pene en lugar de una vagina? ¡Me encantaría disfrutar esta cola de otra forma!, dijo la muy insolente, moviendo sus piernas bajo mi cuerpo como si fuese un caballito, sin dejar de acariciarme.

¡Chicas, me parece que se están zarpando mucho ya! ¡Esto es una escuela!, dijo el pibe, intentando mirar al techo, a su disperso grupo de amigos, o a la gordita que antes hablaba con su novia.

¿Ah, ¿sí? ¿Entonces, por qué a vos se te pone tan dura la pija cuando nos ves?, dijo la Peque, estirando una de sus manos para tocársela. En el momento no me había percatado. ¡Pero, junto a su mano, también iba la mía! en ese preciso segundo, creí que el aire no me alcanzaba para respirar. Quise salir corriendo, gritar, saltar, sacarme la ropa, morderme las manos, apretarme los pezones, o arrancarle el pantalón a Germán para que me encaje toda esa ilusión de verga en la boca. Era aún más impresionante reconocerla con mi tacto. Tenía la tela del jean caliente, y, además, todo su cuerpo se paralizó al recibir la descarga de nuestras manos. Enseguida empezamos a presionar su tronco, su cabecita, el centro, y todo lo que podíamos. Ella hacía que le clavaba las uñas, y a mí se me caía sola la baba de los labios.

¡Mirá cómo le chorrea la babita! ¡No podés tenerla taaan dura! ¡Mirá cómo la pusiste a mi novia nene! ¡Imaginate cómo tendrá de babosita la concha, adentro de la bombacha! ¡Bah, si es que se puso!, le dijo al oído, aunque no tan bajito como ella quizás pretendía.

¡Ustedes saben que esto, puede terminar mal! ¡YO no me como que sean novias!, dijo algo turbado, como si estuviese híper ventilando. Entonces, la Peque fue más atrevida de lo que nunca pensé. Le agarró la mano, eligió su pulgar, y se lo metió en la boca. La escuché succionárselo, y luego el sonidito de una sopapa que, a él tuvo que haberlo motivado de sobremanera. En eso, pensé en que la única que sabía que a veces iba sin bombacha a la escuela, era la Peque. Pero, inmediatamente el pibe me encajó un beso en la mano, cuando yo la retiré de su bulto en llamas, supongo que algo avergonzada.

¡Chicas, basta, que ahí viene mi novia!, dijo el pibe, y era cierto. Aunque ni lo miraba, ni a nosotras. Hasta que la gordita le habló para decirle que tenía los cordones desatados. Así que aprovechó a dedicarle miraditas sensuales a su novio desde el suelo, y a nosotras nos hacía caras de pura desconfianza. En ese momento, me levanté de las piernas de la Peque, y la empecé a histeriquear.

¡Hasta él te dice la posta nena! ¡Yo te dije que quiero estar con vos, y vos, seguís boludeando con el pibe ese!, le grité, tal vez desconcertándola por unos segundos. Pero, de repente, ella me siguió el juego. Primero me miró como el orto, y después, mientras le apretaba la pija a Germán cuando su novia se hubo levantado, amagaba con revolearme una botellita de agua mineral, diciéndome: ¡Cortala Loli! ¡Ya te dije cómo son las cosas! ¡él me busca, me hincha las pelotas con que le gusta mi culo y todo eso! ¡Yo no le doy cabida! ¡Pero vos, te hacés la linda con el Juani! ¡Ya vi cómo te hacés la gata para mostrarle las tetas, acercándoselas a la cara!

Por suerte, la gordita y otra chica se pusieron a hablar con la novia de Germi en el momento que él me re manoseó el culo. La Peque se hizo la ofendida cuando yo le grité que era una estúpida, que no entendía nada de sentimientos, y a la primera de cambio destapó la botellita de agua y me la volcó toda en el pantalón de gimnasia que traía, gritándome que la puta era yo, la que se burlaba de ella y de todos, porque solo quería que me toquen las tetas.

¡Basta chicas, dejen de pelearse! ¡Además, no sé si sabían, pero yo soy el delegado! ¡Así que, puedo llevarlas a la dirección!, dijo Germán, yendo y viniendo con sus ojos de miss piernas empapadas a mis gomas, y a la cola de la Peque, que simulaba estar triste. Hasta que al fin me hizo una especie de zancadilla y me tiró al suelo, diciéndome traidora, mala amiga, puta, y otras cosas que no recuerdo. Poco a poco, Germán fue entrando en nuestro juego, porque, de repente su novia apareció, y él zanjó la situación de inmediato, viendo que tal vez ella podría intervenir.

¡Vamos chicas, se terminó! ¡Vos, ayudala a levantarse! ¡Yo se los advertí! ¡Ahora, me van a tener que acompañar a la dirección! ¡Y, en cuanto a vos, bueno, si te hiciste pis, tus padres te van a tener que venir a buscar! ¡Esto no es la escuela primaria!, dijo en voz alta, mientras la rubia se nos acercaba.

¿Qué pasó amor? ¿Otra vez estas chicas peleándose? ¿Quién se hizo pis?, decía la muy idiota con una risita de suficiencia. Imaginé que, en el terrible circo que armamos, yo me había meado encima, aunque no estaba tan lejos de hacerlo realmente. Por eso, apenas me incorporé del suelo acusé a la Peque y a su botellita de agua. La piba se me cagó más de risa, murmurando un leve: “No te cree nadie bebé”.

¡Dale gordo, llevá a esa cochina y a su, “noviecita”, que hoy vino la dire! ¡Por ahí, hasta las expulsan por todo el lío que hicieron!, sentenció la rubia, y acto seguido, sonó el timbre. Germán ya le había agarrado la mano a la Peque, y no tardó en dar vuelta mi cuerpo hacia el pasillo que conducía a la dirección.

¡Avisale a Ramírez que ya entro! ¡Y, cualquier cosa, dale mi trabajo! ¡Está en mi mochila!, le dijo el pibe a la rubia que ya se metía en el aula, mientras nosotras, ya caminábamos a su lado. De repente, todo fue silencio. Todos estaban en sus aulas, a excepción de la profesora de gimnasia y una secretaria. Nosotras, caminábamos al lado de ese bombón, que nos miraba como para comernos, o para ladrarnos. En un momento nos dijo: ¡Y no se olviden que no puede haber besos de lengua, o cosas así en los pasillos! ¡Vamos, apuren, que yo tengo que ir a mi clase! Pero su voz no mostraba tal convencimiento. Es más, cuando llegamos a la puerta de la dirección, él nos agarró de los hombros, y nos hizo torcer a la derecha, hacia otro pasillo que conducía a los baños. Nos chistó para que ni se nos ocurra preguntarle nada, y cuando supo que nadie nos veía, ya lejos de puertas y ojos indiscretos, primero me acomodó mirando a la pared, y me apoyó su bulto en el culo. Cuando empezaba a flotar descalza en un panal de abejas, me soltó y me pidió: ¡Agachate un poquito bebé, que no quiero perderme eso!

Cuando lo hice, me tomó de los hombros para pegar su músculo erecto a mi torso, y de esa manera refregarlo unos segundos contra mis tetas. Después me dejó sola, y medio agitado llegó a balbucear: ¡Dale vos, vení para acá, y ponete contra la pared, y sacame el culito para atrás!

La Peque, que se nos había alejado un poco, tal vez presagiando que algo saldría mal, me tocó los labios con dos dedos, y se paró exactamente como él se lo pidió, a mi lado, moviendo la cintura. Germán le chuponeó el cuello, o el cachete, y empezó a fregonearle el paquete en el orto. Hasta que esas frotadas tomaban poco a poco el ritmo de unos pequeños golpes. Es que, ella movía las caderas, y él la aferraba de la cintura para moverse contra ella, y su pubis ahora se entrechocaba ruidoso contra su culazo. Yo empezaba a tener frío en las piernas gracias a mi pantalón mojado. Pero, la concha se me prendía fuego. La Peque jadeaba suavecito, y al parecer le chupaba los dedos al pibe, mientras yo estiraba mis manos para llegar a tocarle la pija. Cuando lo logré, el atrevido me pidió que se la apriete con los dedos. No conforme con eso, eligió una de mis manos y la colocó adentro de su jean, por encima de su calzoncillo ardiendo. ¡Lo tenía húmedo, acalorado, súper estirado, y con la cabecita del pito saliéndose de la soberanía de su elástico ancho! Sin embargo, aquella delicia no duró mucho tiempo. No sé si él o ella fue el que me levantó de los pelos, haciéndome lagrimear. Él decía: ¡Vamos, métanse ahí, que está desocupado! Y la Peque se reía, tratando de levantarse el pantalón, porque ya se le re veía la bombacha. Entonces, de pronto nos vimos inmersas en una oscuridad a medias, adentro de un baño individual que no tenía vidrios en los tragaluces, ni lavatorio, ni otra cosa que un inodoro, y un matafuego colgado. Era el baño de profesores, hasta que construyeron uno más grande, cerca de la sala de informática. La cosa es que, la Peque y yo nos arrodillamos a tocarle con las manos y nuestras caras en llamas, ese pedazo de dureza escondida. Primero sobre el pantalón. Luego, cuando ella se atrevió a bajárselo, lo hicimos sobre su bóxer blanco. El olor a pija que irradiaba, la humedad y el calorcito que emanaba de sus huevos, todo nos hacía gemir como tontas. Pero él no nos dejaba liberarle la pija. No hasta que las dos le lamimos, mordisqueamos y olimos el bóxer, hasta que no le rozamos el pito a través de los huecos de su ropa interior, y hasta que las dos no terminamos de devorarnos su lengua al mismo tiempo. Ese fue un momento glorioso. Ella le mordía los labios, y yo el mentón o la nariz. Nos comíamos como nunca lo habíamos hecho. Yo sentía que jamás había chapado con un pibe así. ¡Y, para colmo, mi lengua entraba en contacto con la de la Peque, y eso me calentaba el triple! En medio de la salvaje tranzada que los labios de Germán nos clavaba en las entrañas, la Peque logró dejarme prácticamente en corpiño, y yo conseguí bajarle el pantalón.

¿Así que las nenitas son novias? ¿Y ya se cogieron entre ustedes? ¿O se garcharon a otra piba? ¡vos te llamabas Loli! ¿No? ¿A vos, te acabaron varias veces en la boquita? ¡Digo, porque tenés mansa cara de petera! ¡Y vos, Peque, seguro que tu amiga tiene razón! ¡Te encanta que te manoseen, y te pellizquen el culo!, decía Germán, atrapando nuestros labios con los suyos, manoseándome las tetas, nalgueándole el culo a la Peque, apretándonos contra su cuerpo, y haciéndonos sentir la dureza de su pija en las piernas, o en el culo, siempre presa en ese calzoncillo blanco. El calor empezaba a multiplicarse en los azulejos sucios del baño, y nuestras pieles necesitaban desvestirse para ese animal en celo que nos sometía. En un momento, escuché un ruidito como de líquidos revueltos en un recipiente apretado, y a continuación un ¡Aaaay guachitooo!, que provenía de la boca de la Peque.

¡Tenés la concha empapada, y súper mojada bebé! ¿Tanto te calienta mi pija? ¿Nunca habías visto una así? ¡Dale, agachate perra! ¡Y vos también, y demuéstrenme si saben hacer algo con esas boquitas! ¡Esto, no es como las golosinas que comparten! ¿Les gusta el sabor de sus babitas en los chupetines, golosas?, nos dijo mientras nos empujaba de los hombros hacia abajo, y comenzaba a restregar su bulto contra nuestras caras. Ni bien se bajó el calzoncillo, empezamos a darle besitos y escupidas a esa pija de ensueño. Para mí, medía más de 24 centímetros, y era menos ancha de lo que me imaginaba. Pero, tenía el glande impregnado en juguitos, y unos huevos grandes cubiertos de un velo negro que lo volvía más primitivo, gigante y majestuoso para nosotras. No podíamos hablar casi, porque no nos entraba en la boca. En un momento, las dos nos compartíamos su glande, y él se alteraba por no poder penetrarnos la garganta, como seguro lo deseaba con fervor. Gemía apretando la mandíbula cuando nuestros dientes le rozaban el tronco, o cuando lo pajeábamos luego de escupirnos las manos, o si le agarrábamos la verga para pegarnos en la cara. Es más, le gustaba que la Peque me castigue las tetas con ese fierro como si se tratara de un palo de escoba, o que me las agarre para frotarlas con violencia contra sus bolas. Entretanto, empezaba a reverberar en el ambiente las nalgadas que él le propinaba a la Peque, “Algo amortiguadas por su bombacha”, quien con cada una de ellas daba un saltito y se quejaba con un leve “Aaaay”, o “Aaaauchi, maloooo”, o un “Pegame así pendejo”. Además, nos maravillaba la forma en la que sus juguitos nos salpicaba desde el pelo a las tetas cuando nos cacheteábamos las bocas entreabiertas con su pija, o cuando se la pajeábamos con furia al mismo tiempo que le besuqueábamos las piernas, los huevos o la panza. ¡Parecía que la piel se le iba a resquebrajar de tanto que se le tensaba! ¡Esa pija no paraba de crecer, de endurecerse y calentarse!

¡La verdad, mucho chupetín en la boquita, pero, son malísimas peteando! ¡Así que, me parece que me las voy a tener que garchar! ¿Quién quiere ser la primera en sentirla adentro de la concha? ¡Pero, apuren, porque no tenemos mucho tiempo!, dijo con arrogancia, mientras yo casi vomitaba con su pija cerquita de traspasarme la garganta, mientras la boca de la Peque se alimentaba de su tronco. Claramente jamás nos entró entera en la boca. Él nos agarraba del pelo para fregarnos todo ese músculo ensalivado por la cara, y especialmente contra mis tetas. Le gustaba tocarme los pezones con el glande, y separarlas para frotarla en el centro con vehemencia. En un momento, casi logra que la Peque lo mande al carajo, porque empezó a cogerle la boca mientras le apretaba la nariz, le tironeaba el pelo y le sacudía las tetas. Ahí fue cuando me pedía que le pegue en el culo, y que le baje la bombacha. Una vez que lo hice, el flaco se las ingenió para tomarla de los brazos y arrodillarla sobre el inodoro.

¡Vos, quedate ahí abajo bebé, y seguí comiéndome la pija!  Me dijo entre jadeos y nalgadas a la cola de la Peque.

¿Vos, abrí bien las piernitas, y tratá de no caerte! ¿Alguna vez te chuparon la concha?, le dijo a ella, y acto seguido no pude oír más que los gemidos de mi amiga, y las sorbidas, chupadas y olidas profundas que él le ofrecía a su vagina. Yo seguía luchando con su tremendo trozo de carne en mi boca, ahogándome y llenando mis ojos de lágrimas, casi tanto como mi bombacha de jugos insoportablemente calientes.

¡Qué rica conchita tenés, pendeja! ¡Gordita, cerradita, toda chorreada, y sin pelitos! ¡Qué linda conchudita que sos bebé! ¿Ella te la come así? ¿Te muerde los labios así, como yo?, decía Germán, entre más ruiditos de saliva, lengüetazos, succiones, y los grititos ahogados de la Peque, que apenas podía decir: ¡Sí, chupame así, comeme toda, lameme toda, mordeme la concha!

Yo sentía la mandíbula acalambrada, los dientes a punto de salir despedidos de sus encías, y un concierto de brisas hirviendo en toda mi piel, con su tremenda pija yendo de mi boca a mis tetas. Por ahí me daba una cachetada, o me encajaba sus dedos en la boca. Una de esas veces, fueron los mismos dedos que le introducía a mi amigui, y lo percibí con una emoción distinta. Pensaba en que, lo primero que haría apenas nos quedemos solas en mi casa, sería llevarla a mi pieza, bajarle la bombacha y someterme al fuego de su sexo. ¡Quería probarla, olerla, lamerla toda, y que ella me muerda las tetas! ¿Pero, por qué recién ahora me pasaba esto con ella? ¿O, era que realmente me pasaba? ¿No sería que, sentía todo esto gracias a la calentura?

¡Dale, bajate, que ahora le toca a tu amiguita!, le dijo de repente, y la bajó del inodoro como si fuese una bolsa de muñecas. Ella se quejó, pero rápidamente tomó la iniciativa una vez más.

¡No, a ella no le vas a comer la conchita! ¿Primero me vas a coger a mí!, lo encaró. Él se le cagó de risa, y se sentó en el inodoro destartalado, ignorándola por completo. Me cazó de las piernas y me sentó encima de las suyas, corriéndome el pantalón y la bombacha. Ahí fui consciente de toda la humedad que se acumulaba en mi sexo radiante. Pero, lejos de hacer lo que yo me imaginaba, me arrodilló sobre sus piernas, y descendió su cara hasta hundirla entre mis muslos. Entonces, mientras su lengua amagaba con penetrar mi vagina, la Peque empezó a nalguearme tan fuerte que, parecía que ni un milagro alejaría en breve a cualquier personal de la escuela de la puerta de aquel baño olvidado. De pronto empezó a lamer mis labios vaginales, a saborear mis jugos, a olerme con pasión, a rodear el circulito de la entrada con la puntita, y a pedirme que le apriete la pija. Ahí me encontré con una mano de la Peque, ya que la otra seguía azotándome el culo a su antojo. Y, una vez que al fin su lengua me penetró, y comenzó a rozarse una y otra vez con mi clítoris, creo que ya no pude sostener mis aullidos. La Peque tenía que procurar taparme la boca para tranquilizarme un poco.

¡Vos, tenés olor a pichí guacha, y eso me vuelve loco! ¿Sabías? ¡Seguro te measte por esta culona! ¿O por esta verga?, dijo de golpe, separándose de mi concha para sentarme de prepo contra su pija. Y de pronto, fue la sensación de un violento desgarro el que amenazó con separarme el alma del cuerpo. Ahí sí que la Peque no pudo silenciarme. Fue demasiado el empujón de esa verga cargada en la entrada de mi concha, y el delirio que le iluminó los ojos a descubrirme estrechita y empapada. Creo que, si no hubiese estado súper lubricada, me partía al medio, literalmente.

La Peque empezó a morderme las tetas, a escupirme la cara y a decirme chanchadas al oído. La mayoría de esas palabras se me borraron de la mente, porque todo mi cuerpo había entrado en una especie de pánico placentero, o de revolución volcánica. Él no me sostenía más que de las piernas para bombearme suavecito. Pero con lo gruesa y larga que la tenía, a mí se me hacía que nos revolcábamos en medio de un descampado cubierto de pastizales, como dos animales en celo. Sí recuerdo que la Peque me decía: ¡Dale bebé, sacale la lechita, y meale la pija después! Ardía en ganas de obedecerle. Creo que recién allí me enteré que me estaba meando de verdad. Pero, Germán seguía penetrándome con dulzura. Hasta que la Peque le mordió los labios, y le dijo: ¿Te gustaría que tu novia te vea acá adentro, cogiéndote a esta nena, con olor a pichí, y con la bombachita de la gata Kitty?

Ahí, nuestro chico secuestrado empezó a presionarme las piernas, a contraer la mandíbula, los ojos y el ceño, a decir cosas sin sentido, y a babear como si estuviese por darle una convulsión. Y entonces, sentí que el culo se me elevaba varios centímetros de las piernas de Germán, a pesar que mi concha seguía envolviéndole la pija. Al mismo tiempo, una sensación casi imposible de explicar me llevó a un orgasmo que me ahogó la realidad, la fantasía y los recuerdos más horribles. Su semen comenzó a explotar como en una oleada de agua caliente, como un enjambre de abejas cubiertas de miel adentro de mi vulva, y el sudor que me bañaba entera me sofocaba la garganta. La Peque decía cosas que no podía descifrar, y él me pedía algo que mi cerebro no procesaba, mientras sentía que su lechita caliente seguía entrando con rebeldía en mi conchita. Hasta que de repente, me vi parada al lado de la Peque, apoyada en la pared, y descubrí que me estaba haciendo pis encima. Ella se me reía incontrolable, mientras se ponía la bombacha.

¡Boluda, creo que, de esto, no nos vamos a olvidar ni en pedo! ¡Y vos menos! ¡Te lo cogiste tarada! ¿Te diste cuenta? ¡Sos una forra, porque no me lo prestaste ni un ratito! ¿Te gustó cómo te cogió? ¡Pará de mearte nenaaaaa! ¡Ahora tenemos que volver a la clase! ¡Bueno, igual, yo le explico a la preceptora que estabas descompuesta, y que, bueno, por eso te measte! ¡Pero dale, ponete la bombacha, y esto tarada, que ya viene la directora!, monologó mi amiga, tratando de darme la bombacha y el pantalón, mientras yo apenas podía respirar de la vergüenza, la excitación y la calentura que todavía reinaba en mis ojos.

¿Y Germi?, llegué a preguntarle, mientras intentaba vestirme, ignorando sus reproches y acusaciones, las que, en el fondo no sonaban así.

¿Sos tonta vos? ¿No escuchaste que nos golpearon la puerta? ¡él tuvo que salir para explicarle a la portera que nosotras estábamos llorando, y que por eso entró, y ahí se enteró que vos estás descompuesta porque tus viejos se pelearon anoche! ¡Bueno, en teoría, yo te estaba consolando! ¿Entendés? ¡Ahora, fue a buscar a la preceptora! ¡Vestite conchuda, dale, metele!, me apuró, mientras abría la puerta para distraer al que pasara por afuera, y para descubrir a la preceptora antes que se nos anuncie.      Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊

Comentarios