Escrito Junto a La Gatita Bostera
Si hubiera sabido que el viejo este nos iba a pedir que nos levantemos tan temprano, no me incorporaba ni en pedo tan rápido a los entrenamientos. ¿Por qué quería contarnos sus nuevas estrategias a las 7 de la mañana? ¡Faltaba como un mes para que empiece la liga! ¡Todavía no se había confirmado ningún amistoso! ¿O sí, y yo era la única que no lo sabía? Bueno, eso tampoco era sorprendente para mí, que vivía colgada de una palmera. Por eso, me caía mejor Mateo, nuestro anterior entrenador. Él nos ponía horarios acordes a nuestras vidas. Aunque, según el director del club, por eso no le ganábamos a nadie, y todo era un caos. Así que, desde que empezaron los primeros entrenamientos, no hice más que quejarme, tirar mala onda y hablar por lo bajo de lo podrida que estaba de levantarme temprano. Mariana parecía harta de escucharme, y de no poder meter bocados en las conversaciones. No le gustaba que hable pestes del nuevo técnico, incluso antes de conocerlo. Me ponía cara de culo cuando decía que con Mateo estábamos mejor. Pero, la verdad es que lo echaron por dejarnos últimas en la tabla, teniendo tremendas jugadoras, según la prensa local, y los directivos. Pasa que era medio vago, y no planificaba bien los partidos. Quizás, por eso me caía bien. Nunca me dijo nada cuando llegué con olor a cerveza, o fumando a entrenar. Ni a mí, ni a las otras chicas. O, tal vez era que me gustaba que nos mire el ojete, o que nos nalguee la cola diciéndonos que, si seguíamos comiendo hamburguesas, íbamos a rodar por la cancha en lugar de correr. A Vicky, la arquera suplente, siempre le manoseaba las tetas, y a Romina le hacía chistes con doble sentido. A la Nati la deliraba cuando llegaba comiendo chicles porque se la pasaba haciendo globitos, y se re colgaba mirándole los labios. La Fercho y la Sol se lo habrían garchado, si se les hubiese dado la posibilidad. Yo, no me lo garchaba ni en pedo. No era mi tipo.
¡Sabés que amo el fútbol, y que daría todo por que nos vaya súper! ¡Pero odio la mañana! ¡Y más cuando anoche, la pasé tan bien!, le contaba a Mari, mientras esperábamos que nos abran las puertas del club. La mayoría bostezaba y se mojaba la cara con agua de sus botellitas para despertarse. Todavía no sabíamos quién sería nuestro técnico, y eso, se palpaba en el aire por la ansiedad de algunas jugadoras. A mí, me daba lo mismo.
¿Qué pasó anoche? ¿Cuál te mandaste Vane?, me preguntó Mari, alarmada de antemano.
¡Anoche, se apareció Valen por casa, re fumado… y quería que le haga un pete! ¡No sabés! ¡Me lo pedía por favor! ¡Por más que el forro me re usó, me cagó con la Mily, y hasta me choreó guita, sabés que me derriten mal esos ojitos verdes que tiene! ¡Así que lo hice pasar! ¡Me contó que la Mily le hace re malos petes! ¿Podés creer? ¡Y nosotras que la hacíamos tan petera! ¡Pero, parece que se la toca con la lengua como con asco, y no se la traga!, le contaba a Mari, que me miraba entre decepcionada y con ganas de pegarme. Mariana sabía que mientras anduve noviando con él, la pasé re mal en lo sentimental. Pero, a mí no me importaba que me cagara con cuanta sucia se le pusiera en frente. ¡Nadie me hacía acabar como él, y eso para mí no tenía precio! Tal vez, a su lado entendí que me calentaba más saber que no era totalmente mío; que mientras estaba entre mis piernas comiéndome el clítoris y revolviéndome la conchita con sus dedos, su celular vibraba o sonaba insistente en la cama. A veces era Mily, otras la gorda Carolina, o la Jenny. Yo, acababa como una cerda cuando lo obligaba a atenderlas, mientras yo le comía el pito, o le mordisqueaba los pezones, o le pedía que me pajee más rápido. En un par de ocasiones, hasta le hice pis en la mano, mientras él le prometía a la gorda Carolina que en 15 minutos la pasaba a buscar para llevarla a comer un pancho, y yo ahogaba mis gemidos, mirando el techo de chapa de mi casa, acabando como una leona salvaje.
¡Vane, la verdad, perdoname, pero no te entiendo! ¡No sé por qué sos tan vaga, renegada, y tan, tan rapidita nena! ¡Deberías estar agradecida con Dios por el maravilloso don que te dio! ¡Sos la mejor jugadora del equipo, y aún así, te desaprovechás amiga!, me decía Mari, sacudiéndome de un brazo como para devolverme a la realidad. Era la primera mañana luego del despido de Mateo.
¡Además, tenés que ser más positiva! ¡Siempre venís de malhumor! ¡Y basta de meter a tu pieza a tu ex! ¡No deberías hacer esas cosas con ese tonto, ni con ningún otro chico Vane! ¿O te gusta que te usen así? ¡Cuidate un poquito amiga! ¡Te lo digo en serio! ¡Aparte, ya te vas a enamorar de un buen chico! ¡No quemes etapas Vane!, me insistía con los ojos desbordados de una impotencia que yo no entendía. Las dos teníamos 16 años cargados de ganas de experimentar. Pero ella parecía una vieja de 70 de tan religiosa y tan recta como una regla. Era pudorosa hasta para cambiarse en el vestuario. Pero yo conocía mejor que nadie su secreto. Así que sabía cómo hacerla callar cuando me hinchaba las pelotas demasiado.
¿Che, y no querés que hablemos de lo cagona que sos? ¿Cuándo te vas a animar a tocarle una goma, aunque sea a la rubia esa? ¡A mí no me Podés engañar! ¡Se re nota que te chifla la concha cuando te habla al oído! ¡Qué casualidad que a las dos les guste burlarse del bigotito de Mateo! ¿Vos qué decís?, le dije esa mañana, un poco más alto de lo habitual, solo para ponerla nerviosa. Las otras chicas no nos prestaban atención. Pero para ella, era terrible que le hable de Georgina, que posta, era una rubia tetona de infarto, con una voz melosa y unos ojos verdes que derriten.
¿Shhh, mejor, enfocate en el futuro que tenés! ¡Ojalá yo pudiera meter tantos goles como vos, y presumir de un poco de tu talento a mis viejos!, me decía su voz, aunque sus ojos no sabían cómo hacer para silenciarme. De repente llegó Georgina, y yo le pellizqué una nalga para que la vea. Ella se puso nerviosa, y casi se vuelca toda la botellita de agua encima. Entonces, mientras pensaba en si el nuevo entrenador se llamaba Santiago o Sebastián, en lo delicioso de la lechita de mi ex, en las tetas de Georgina y en el sueño que me presionaba la cabeza, hubo un concierto de bostezos femeninos. Algunas se saludaban. Ferchu y Luciana se re chaparon, a pesar de las bardeadas de Mariana y de Caro.
¿Chicas, tenemos que entrar! ¡Llegó Sebastián! ¡Parece que quiere hacer una reunión para conocerlas! ¡Sean respetuosas, educadas, y escúchenlo bien! ¡Es un hombre experimentado en el fútbol, y el presidente invirtió mucho dinero en él!, dijo de pronto Sandra, una de las responsables del club, apenas abriendo la puerta, quizás con más cara de dormida que nosotras. Yo pensaba en que le había prometido a mi vieja progresar todo lo que pudiera para mandarme a mudar del barrio de mierda en el que vivíamos, y llevármela, o ayudarla económicamente, ya que ella no quería abandonar el rancho.
¡No me hagas reír Sandrita! Todas murmuraron, y algunas se rieron. Sandra nos chistó para reprobar ese comentario, y acto seguido nos abrió la puerta, con un gesto amenazador. Por suerte, estábamos en un lindo complejo que nos acondicionó la municipalidad con ayuda del club para incentivarnos un poco más. Sea quien sea, ese tipo había pedido ciertas comodidades. Seguimos a Sandra hasta la sala grande, en la que a veces se daban las charlas técnicas. Adentro estaba calentito. Todas, una por una nos fuimos sentando en las sillitas de plástico que colocaron frente a una pizarra blanca con algunas anotaciones, y a una mesa larga repleta de folletos. Pensaba en mi cama, y en las ganas de pajearme que tenía. Al parecer, Georgi, Mari, Ferchu, Leti, la Tere y yo éramos las únicas que faltábamos. No me bancaba las caras de orto de las otras.
Al rato, se abrió la puerta del despacho que colindaba con la sala, y aparecieron dos hombres y tres mujeres. Ellos eran jóvenes. Al menos cuarentones. Me llamó la atención el más alto, que tenía barba, una remera negra y pantalón de gimnasia haciendo juego. No le vi ni una sola cana. Tenía cara de pocos amigos. Algunas chicas se fijaron en él. Pero la posta, es que el otro gordito de ojos claros se llevó casi todos los suspiros. Las mujeres, parecían un poco avejentadas, aunque de semblante algo más amable.
¡Chicas, yo soy Sebastián Pereyra, y desde hoy, vamos a trabajar juntos! ¡Soy su entrenador, y Ramiro Padula es mi preparador físico de confianza! ¡Voy a tener una charla muy seria con ustedes! ¡Quiero que sepan que vengo a trabajar, y no a perder el tiempo! ¡Así que, la que no esté interesada en el proyecto, la que venga a hacer amiguitas, o a noviar, o a joder a las demás, a esa le pido que ahora mismo se replantee su posición en el club! ¡El presidente me dio permiso para deshacerme de las vagas, perezosas y conflictivas! ¡Ya están avisadas! ¿De hoy en adelante, vamos a escribir una nueva página en este club! ¡Pero, para eso, hay que trabajar duro!, decía Sebastián, caminando por la sala, sin mirar a ninguna en particular, luego de presentar a su compañero.
¡Nancy García es la psicóloga, Noelia López la nutricionista, y Elsa Manchado nuestra quinesióloga! ¡Hay muchas otras personas que forman parte de mi equipo! ¡Pero, ellos, son los más importantes! ¡Demás está decirles que, tanto a ellas como a mí, nos deben el mismo respeto!, nos dijo señalando a las mujeres, que sí nos observaban atentamente. De hecho, la psicóloga le pidió a Ferchu que deje de jugar con el celular, y a Cintia que no vuelva a hacer globitos con su chicle. ¿Pero, quién se creía que era éste? ¿Quién carajos se creía que era para venir a ponernos banca como si nosotras fuéramos el problema? Estaba más que claro que el antiguo DT no sabía hacer bien los cambios, ni planificar bien los partidos. Él prefería pasarse el tiempo elogiando los shortcitos o las calzas que nos apretujaban el orto. Aunque, era cierto que había muchas chicas súper vagas, me molestaba que se diera humos de súper macho, menospreciándonos todo el tiempo, como si no quisiera dirigirnos, o mereciera un mejor plantel. Ahora mismo deseaba que el tipo que tenía en frente, parado y de brazos cruzados, con la mirada cargada de fastidio y aburrimiento renunciara. Tal vez, las chicas pensaban igual que yo. Prefería mil veces al viejito inútil de antes, a este soberbio, a pesar de sus múltiples logros deportivos.
La mañana transcurrió tan lenta que, daba la sensación que el día podía volverse peor, si es que eso era posible. Solo pensaba en llegar a mi casa, prepararme un café con leche calentito y tirarme en la cama. Luego de ese discurso híper denso, nos pidió que nos presentemos, de a una, y sin interrumpirnos. Cosa que me pareció al pedo, ya que ni se dignaba a mirarnos cuando hablábamos. Solo escribía cosas en un cuaderno negro, intercambiaba miradas con las mujeres, o respondía mensajes con su celular que vibraba a cada rato. Luego nos hizo completar unas planillas con datos acerca de nuestros hábitos, y nuestra alimentación. Yo no mentí para nada. Si por algo me caracterizaba era por ser directa, y por mi falta de filtros. Cosa que me originó más de un kilombo. Pero yo jamás me arrepentía de mis actos.
El silbato me regresó a la realidad, junto con los gritos del técnico, que me insistía con que estaba estirando mal, abriendo demasiado las piernas, y que de esa forma podía lesionarme los aductores. El viento frío rugía en mis oídos, mientras todas trabajábamos en distintas colchonetas. A la Nati se le había descosido la calza, y se re veía cómo su tremendo culito se devoraba la bombacha rosa que traía.
¡No lo estoy haciendo mal! ¡Creo que sé estirar los aductores! ¡Y tampoco es necesario que me grites así, que no soy sorda! ¡Es más, creo que escucho mejor que vos!, le contesté precipitadamente, sabiendo que era incapaz de atarme la lengua en esos momentos.
¡Señorita Martínez, se va a tener que quedar en el club, después del entrenamiento, para hablar sobre su comportamiento! ¡Pensé que había dejado en claro que no tolero la falta de respeto de nadie! ¡Ni de las estrellas del club! ¡Yo, acá, no vine a hacer amigos! ¡Así que, nada de vos! ¡Por otra parte, si usted se rompe un músculo, es una baja importante para el resto del grupo! ¡Tanto como si le pasa a cualquiera de sus compañeras! ¡Así que, diríjanse a mí de usted, como se debe, y no como si fuese un jugador más que entrena con ustedes! ¡Y esto va para todas! ¿Quedó claro?, me gritó a mí primero, y luego a todas, como si estuviese promocionando algo por la calle. Aunque no paraba de mirarme fijamente. No voy a negar que me excitó desobedecerle. Siempre sentí algo especial cuando desafiaba a mi viejo, o al machirulo de mi tío. Algo que, a medida que iba creciendo, entendí que me mojaba la bombacha como pocas cosas. Esa vez solo le sostuve la mirada, y por primera vez, “ponele”, no le retruqué. Solo se me ocurrió pensar en cuándo habría sido la última vez que este ogro se garchó a una mina. ¿Le habrían hecho un buen pete alguna vez? ¿Se habría comido algún culito con esa pinta de “obse” insoportable? Creo que, me hice la idea de que hacía mucho que no mojaba el bizcocho, y tal vez por eso mostraba esa actitud recia, se imponía ante nosotras como si fuese un dios… y entonces, empecé a imaginarme entre sus piernas, con su pija hinchándose en mi boca, con su glande atrapado entre mis labios, mientras oía su voz pidiéndome que me la trague toda entera si quería ser titular. Yo, entretanto le rogaba por su lechita, mientras muchas lagrimitas me caían por las mejillas, y un río de mi saliva le embadurnaba todo el tronco.
Ya el mediodía le había dado paso a la siesta. Yo me moría de calor, y de hambre. Las chicas se habían ido, algunas burlándose de mi castigo. En especial la Nati, que hasta me insinuó que me zarpé adrede para quedarme a solas con el tipo ese. Las asistentes del DT fueron las últimas en irse, y ninguna me saludó. Es más, la psicóloga me miró como si hubiese visto a una cucaracha. Yo seguía sentada en la amplia sala del principio, esperando a que el entrenador se digne a aparecer y sermonearme como, según él lo necesitaba. Estaba harta. Y no encontraba el control del aire acondicionado por ningún lado. Odié al que se le ocurrió dejarlo en 26 grados mientras nosotras corríamos, practicábamos pases, penales, tiros libres y otras tácticas en la canchita del club. ¡Algo tenía que hacer! Así que, me dispuse a no descansar hasta encontrar el control, o al profesor. Para eso me saqué la camperita y la musculosa. Odiaba que se me pegue la tela a la piel sudada. Tal vez el viejo andaba por las duchas, quizás, pajeándose, pensando en el culo de la Nati, o en las tetas de la Micaela, una uruguaya que juega de cuatro. ¡Bueno che! Después de todo, el viejo no era tan viejo, y no estaba tan mal. Se conservaba joya para sus 45, y según lo que leí en Google, se casó con una ex modelo, y tiene dos hijas. ¡Pobre de esa mujer, que tenía que soportar semejante ego, malhumor, y tal vez hasta malos modos! El tipo había entrenado muchos clubes, y obtuvo varios campeonatos. Entonces, di con una oficina. Busqué en los lugares visibles, y nada. Revisé el escritorio y en sus cajones. Tampoco. ¿Cómo podía desaparecer el puto control? Miré en los estantes, y ni rastros. Hasta que un golpe sordo me asustó, y me hizo tambalear del banquito al que me había subido para buscar arriba de un armario. En el apuro por cubrirme las tetas, pese a mi top, resbalé del banco, y caí al suelo.
¡Señorita Martínez! ¿Qué hace vestida así, en mi oficina? ¡No estoy al tanto de cómo serían las charlas con el anterior entrenador! ¡Pero vaya sabiendo que conmigo, eso se terminó!, me gruñía desaforado, escupiendo gotas de saliva cerca de mi cara, ya que se había agachado solo para gritarme, porque, ni atinó a darme una mano para levantarme.
¡Ay! ¿Callate un poco, que ahora, por tu culpa me voy a ir a mi casa con un moretón en la cola, y eso no es nada divertido! ¡Además, que estupideces decís! ¿Insinuás que yo le chupaba la pija al viejo ese? ¿Así es como creés que se arreglan las cosas? ¡Obvio que eso nunca pasó! ¡Y, estoy en corpiño porque no encontraba el control del aire! ¡Vos nunca apareciste para hablar conmigo, y ya me suena la panza de hambre! ¡Y ni en pedo te voy a tratar de usted! ¡Aparte, al presi no le va a gustar que yo le cuente, que vos me acusás de comerle la pija al tarado ese!, le largué. Las palabras me salían amontonadas, y apresuradas. No estoy segura si logró entenderme bien. Pero sí sé que no paraba de mirarme las tetas, observando cómo me acariciaba el moretón de la cola, de rodillas en el suelo, y cómo me mordía los labios.
¡Me parece que usted no entiende cómo son las cosas! ¡Yo, en primer lugar, no insinúo nada, ni, ni quiero decir nada! ¡No sé qué es lo que busca, en esa postura!, balbuceaba, poniéndose cada vez más colorado. Me desviaba la mirada para que no se le note el hambre que me tenía.
¿por qué mejor, no me ayudás a levantarme? ¿O te parece lindo mirarle las tetas a una chica, menor de edad, que encima tiene la cola moreteada? ¿O, te gusta que saque la lengüita?, le dije, asumiendo el papel de trolita inocente que tantas satisfacciones me había dado. Durante unos segundos vio cómo me paseaba la lengua por los labios entreabiertos, y cómo empezaba a palparme una teta con las yemas de mis dedos. Pero de pronto, me levantó de los brazos, me sentó en una silla giratoria con rueditas que había junto a su escritorio, corrió a la puerta para echarle llave, y apagó un interruptor que, vaya a saber de qué carajo era, porque la luz seguía encendida. Cuando volvió a dirigirse a mí, lo hizo con lentitud, como si arrastrara sus pasos.
¿Así que vos sos la joyita del club? ¡Según tu ficha técnica, fuiste capitana, muchas veces! ¡Y, ganaste algunos premios! ¡No entiendo por qué querés llevarte el mundo por delante con esa falta de respeto hacia los adultos! ¡No es la primera vez que tenés problemas con un técnico! ¿O me equivoco?, me decía, tratando de no mirarme las tetas. Yo no le respondía. En lugar de eso me quejaba por el golpe que me había dado en la cola, colocando mis manos entre la silla y mis nalgas para masajeármelas.
¿No me vas a responder? ¿Preferís que tome otro tipo de decisión? ¡Mirá que, no me gusta ser un ogro, sólo porque vos no querés cooperar conmigo! ¡Hagamos bien las cosas, señorita Martínez!, me decía, acercándose lentamente a la silla, en la que yo me mecía hacia los costados, abriendo las piernas, y mordiéndome el labio inferior.
¡Bueno, bueno, me parece que, entonces, es verdad que te gusta provocar! ¡Eso, no lo dice en ningún informe! ¡Pero, los pasillos hablan! ¿Sabías?, me decía, evidentemente buscando pincharme para hacerme saltar. Yo jamás tuve inconvenientes en el club. Casi no me suspendían en los partidos, y, en general, tenía buena conducta. Pero, de pronto estuvo bien pegado a mi derecha, con su mano posada sobre uno de mis hombros, respirando fuerte. Ahí empecé a temblar, a sentir que el calor de mi vagina presentía lo que tal vez mis ansias buscaban. Estuvo allí, sin pronunciar palabras, ni mover un gesto.
¡Muy bien, Martínez! ¡Desde mañana, vas a entrenar diferenciada, sin tus compañeras, y bajo las órdenes de la profesora Sonia! ¿Sabés quién es? ¡Bueno, por las dudas, te cuento que es la que entrena a los nenes y nenas, hasta 10 años! ¡Y, si ella lo determina, vas a tener que ayudarle en todo lo que necesite para la organización de la merienda de los chicos! ¿Qué te parece?, concluyó sin moverse del lugar, ni quitar su pesada mano de mi hombro. Yo me reí, como si me burlara en silencio, aunque apenas se me escapó un sonido. Sabía que intentaba humillarme, desvalorizarme, quebrarme hasta que se me salte la térmica. Seguro buscaba que lo mande a la concha de su madre. Pero no lo hice, y eso lo desencajó por completo. De repente, me clavó los dedos en la mandíbula, y levantando mi rostro empezó a decirme, juntando un poco su cara crispada de furia a mis ojos: ¡Te estoy hablando pendeja! ¡Contestame cuando te hablo, insolente, pedacito de basura! ¡No podés hacerte la viva conmigo! ¿Quién te creés que sos? ¿A quién te comiste, guachita de mierda? ¡Me apuesto cualquier cosa que el director, no debe saber lo desubicada y maleducada que sos!
Yo, no me puse a gritar, ni le di el gusto para que vea ni una sola lágrima de mis ojos. Solo le di una patada, y le dije algo como: ¡Soltame, que el agrandado y sorete, acá sos vos!
Él no retrocedió. En un momento pareció prepararse para darme una cachetada. Yo me aproveché de mi suposición, y lo apuré: ¿Qué? ¿Me vas a pegar también? ¿Aparte de mirarme las tetas, y de mostrarme cómo se te para la pija de mirarme? ¿Hasta eso va a llegar el Técnico que acaba de contratar nuestro Dire? ¡Si tanto te gustan mis tetas, por qué no me las chupás, y te sacás las ganas conmigo?
Era cierto que tenía el paquete a punto de reventarle el pantalón. Se lo había estado relojeando desde que se paró a mi lado. Él, se quedó mudo tras mi discurso, pero no dejaba de clavarme los dedos en la mandíbula. Entonces, utilicé esa pequeña distracción para levantarme de la silla. Pero él me atrapó en el aire, y de un empujón me devolvió al asiento.
¡Dale, dejame ir a mi casa, que al final, ni siquiera me dijiste nada serio, ni importante! ¡Me cago de hambre!, le dije, mientras sentía la humedad de mi bombacha contra mi conchita. Él había puesto sus manos sobre mis piernas, y su cara estaba a la altura de mis ojos enardecidos por el fuego que ya me recorría por todos lados.
¡Todavía no hablamos de tu castigo!, dijo sin mucha convicción, transpirando un poco más que antes. Yo forcejeé un poco para tratar de vencer al cerco de sus brazos. Pero él se imponía con facilidad.
¿A ver? ¿Qué me vas a hacer? ¡Ustedes, no tienen mucha imaginación que digamos! ¡Todo lo resuelven rompiéndole la ropa a las chicas, o encajándoles la pija en la boca!, dije, sabiendo que me había ido al carajo. Él, inmediatamente oyó la última sílaba de mi boca, me levantó con todo y me apretujó contra su cuerpo, con una mano sujetándome de la mandíbula, presionando un poco. Ahí sí que sentí la dureza de su pija contra una de mis piernas, y en un impulso, llegué a tocarle la cabecita.
¿Qué tocás, pendeja chancha? ¿Tanto te gusta la verga?, me dijo al oído, apretando aún más su pija contra mi pierna, ahora frotándose un poco. Sin esperar mi respuesta, me aplicó un chirlo en el culo para después sobármelo, y entonces, otra vez chirlearme un par de veces, mientras me decía: ¡Se ve que acá, las culonas se hacen las vivas! ¡Y son re toquetonas! ¿Querés tocarme la pija, atorranta?
Yo le balbuceé que sí. Pero él ahora me zamarreaba para pegarse en la pija con mis muslos, y al ratito, digamos que me tenía aferrada de la cintura para fregar toda su masculinidad en mi culo. Me agarró un ratito de las tetas para golpearme la cola con su pubis, y creo que ahí fue donde le dije que la única que alguna vez se acostó con un entrenador, se retiró del fútbol. Él se me re cagó de risa con toda la estridencia que encontró en su alma, y siguió martillándome la cola con su bulto, cada vez más rapidito y fuerte, diciendo: ¡No sabés cómo me gusta hacerle esto a las nenas maleducadas como vos! ¡Imagino que le hacés esto a tu novio! ¿No? ¿Sos de coger mucho vos, guachita? ¡Vas a ver, cómo en un ratito te saco el hambre de esa pancita que tenés!
De repente tomé consciencia que me pellizcaba la panza, que me frotaba la vulva sobre el short, y que me amasaba las tetas por encima del top. Reconocí que tenía los pezones duros, y que empezaban a dolerme como cuando me viene, o cuando estoy muy alzada. Yo, aún así me mantenía sin hablarle, aunque no pudiera evitar gemidos o suspiros de placer. Y al cabo de unos segundos, estaba sentada sobre su escritorio, con su boca rodando por mi cuello, y sus dedos tratando de abrirme los labios.
¡Dale nena, abrí esa boca, que me vuelve loco sentir la lengüita de las nenas groseras, culonas, y brabuconas como vos! ¡Qué rico olor a pendejita caliente tenés! ¿Te lo dijeron alguna vez? ¡A las guachas, cuando quieren pija, se les nota en el olor de la piel!, me decía entre jadeante y sereno, mordisqueándome el cuello, el lóbulo de las orejas y los costaditos de mi top. De pronto me abrió las piernas con las suyas, me agarró una mano y la metió de prepo adentro de su pantalón, ordenándome imperiosamente: ¡Dale guacha, tocame la chota, y apretala, así, toda, apretame la cabecita de la chota, que ya la tengo toda preparadita para esa boca! ¿Le vas a tomar la leche a tu profe, putita? ¡Vamos, y ahora, nada de hacerte la linda, que te lo buscaste!
Ni bien el calor de su intimidad me impregnó los dedos con su humedad, empecé a pajearlo como podía, ya que el pantalón le apretaba un poco. Tenía el bóxer empapado, la pija suave y ancha, el glande caliente y más gordo que el resto del tronco, y unos huevos peludos, no muy grandes, pero casi tan tensos como su respiración. Él, entretanto gruñía cosas que no podía comprender con su boca mordiendo mis tetas sobre el top, con una de sus manos entre el escritorio y mi culo para pellizcármelo, y con su otra mano sobándome la vagina. Hasta que, sin previo aviso me arrancó el top, y su boca se apropió de mis pezones para estirarlos, babearlos, chuparlos y olerlos con una desesperación que, me contagiaba a chuparle los dedos que ponía en mi boca, como una verdadera sedienta de pija.
¡Así chiquita sucia, chupame así los dedos mamu, que te la estás buscando! ¡Se ve que chupás re bien la pija vos, puerca! ¡Tenés la boquita caliente, y mucha saliva bebé! ¡Me juego la cabeza que debés ser la peterita del colegio!, me decía, ahora chuponeándome las gomas con todo, mientras yo misma lograba bajarle pantalón y bóxer para pajearle la pija totalmente al aire. Cuando él reparó en ese detalle, me mordió un pezón y me hizo agachar la cabeza, casi que, a la fuerza, para acercarla a su pija. Yo sabía que tenía la lechita en la punta, o que al menos no le faltaba mucho. Así que, ni bien le di una escupida, mi boca se abrió solita a la tarea de hacer contacto con su glande, y lo dejé pasar, sin hacerme la difícil. Su sabor me embriagó al toque, y no pude más que chupar, lamer, chupar, tragar, escupir y volver a chupar. Le mordisqueé los costaditos del tronco, y lo hice gemir, reemplazando aquellos gruñidos por suspiros más agudos y persuasivos. También tuve tiempo de agarrarle la pija y pegarme varias veces en la cara con ella. Pero, en un instante de locura, me dio una cachetada que hasta me hizo saltar algunas lagrimitas, me refregó los huevos y todo el tronco en la nariz, y se atrevió a meterme una mano directamente adentro del pantalón para introducir un dedo en mi concha. Pero, no llegué a disfrutar, ni a saber qué habría pasado, porque, de golpe me manoteó del pelo, y al grito de: “¡Abrí esa boca putitaaaaa, dale, abrí, que te la doy todaaaaa!”, me encajó el pito en la boca para comenzar a derramarme todo su semen adentro. Yo sentía que su glande tocaba mi campanilla, y eso me hacía toser y ahogarme con lo emergente de su semen, casi tan caliente como los jugos que notaba descendiendo por mis piernas. En un momento, hasta me apretujaba la nariz mientras su leche se me escapaba por todos lados. Yo tragué todo lo que pude, y lo demás, se fundió en mi cara, y cayó sobre mis tetas desnudas. Y, al poquito rato, todos sus jadeos y palabras sucias, mis pulsaciones y el roce de sus dedos en mi piel parecían esfumarse, como un sueño, o una película lejana que solo se recreaba en mi cabeza.
¡Imagino que todavía te queda un poquito de hambre! ¡Conozco muy bien a las nenas como vos! ¿Sabés? ¡Esas que andan con la boquita caliente, las piernitas separadas, y la tanguita encajada en el orto! ¿Vos también sos media tortillera? ¿Hay muchas lesbis por acá?, me decía Sebastián, ahora acariciándome las piernas, mientras me miraba la boca y las tetas enlechadas. Yo me reía, y le respondía lo que se me antojaba. Por ejemplo, que no era torta, y que era cierto lo del hambre. Le pregunté si ahora podía vestirme, juntar mis cosas y rajar a mi casa.
¿A dónde te querés ir, pendejita? ¡Todavía, que yo sepa, tu castigo no terminó!, me dijo entonces, empujándome de la espalda para que vuelva a estar de pie frente a su cuerpo. Esta vez me abrazó, colocando su pija entre mis piernas, la que volvía a endurecerse con una rapidez asombrosa, y empezó a nalguearme a medida que me bajaba el short, muy de a poquito, como disfrutando cada centímetro de la aparición de mi culo ante sus manos. En cuestión de segundos, me tenía apretada contra la pared, con una de mis manos apretándole la pija, con su boca mordiéndome las tetas, devorándoselas con unos chupones que me hacían gemir aún más, y con sus dedos rozándome el agujero del culo por adentro de la bombacha. Todo el tiempo me decía: ¡Quiero este culito, pendeja! ¿Me lo vas a dar? ¿Me vas a dejar que te lo abra con esta pija? ¿Te gusta pajearme la verga mamu? ¿Ya te rompieron el culito a vos, bebota? ¡Seguro te comiste varias, por el culito, y por la conchita! ¿Te gusta cabalgar? ¿O que te monten, como a las perras?
Entonces, se desató una batalla de lenguas en nuestras bocas, y otra más de mordidas a nuestros labios. Me volvía loca que me muerda el mentón y la boca, que me succione la lengua con fuerza, y que me pida que le ensalive el dedo para luego metérmelo en el culo.
¡Dale guacho, asíiiiií, enterrame el dedo en el orto, si te la aguantás! ¡Quiero que me cojas el culo, con esta mamadera, y que me lo llenes de leche!, le dije, ya sin privarme nada, y sin importarme si quedaba como una putita, y si eso me valía la expulsión del club. Le estrangulaba la pija con una calentura que no me cabía en el pecho, se la sacudía y me pegaba con ella en la concha mientras él me marcaba unos tremendos chupones en el cuello, y me nalgueaba cada vez que sacaba el dedo de mi zanjita. Hasta que empezó a nalguearme más fuerte, fregándome la pija en las piernas y la panza. Incluso me pedía que me agache para frotarla con todo en mis tetas.
¡Dale, escupite bebé, babeate bien las tetitas, así me pajeás bien la chota!, me gritaba, mientras intentaba introducirme una falange en el culo. Y, justo cuando ya su pija se incineraba en el hueco de mis tetas súper lubricadas por mi saliva y sus jugos, uno de sus dedos se clavó de lleno en mi culo con una brutalidad que me obligó a putearlo, a pedirle que me coja de una vez, y a mearme encima de la impaciencia y el poco control que podía ejercer sobre mis sentidos.
¡Aaaaah, pero mirá qué chancha resultó la picudita de la Martínez! ¿También te hacés pis encima cuando no das más de las ganas de pija? ¿Tantas ganitas de pija tenías bebé? ¿Eee? ¿Te gusta mucho el pito en el culo ¿Al punto de mearte? ¿Te gusta hacerte pichí cuando te rompen la colita, nena??, me gritaba mientras me bajaba la bombacha pesada de mi propio pis, me nalgueaba, me mordía la nuca y me tapaba la boca para ahogar lo que sea que mis ansias quisieran gritarle. Y de repente, estaba sentada sobre sus piernas, totalmente desnuda, con la punta de su pija rozándose contra mi culo. Él me besuqueaba toda, me olía la boca, me pegaba en las tetas con mi bombacha meada, y me hacía chuparle los dedos con los que me masturbaba el clítoris. A esa altura no sabía si flotaba, volaba, levitaba sobre un cielo plagado de estrellas multicolores, o corría sobre un colchón de agua transparente. Solo recuerdo que, luego de escucharlo decirme: ¡Ahora, te la vas a comer toda bebé, toda por la cola!, sentí un arrebato de lujuria que se apoderó de mí, y no pude dejar de saltar. Su pija había entrado en mi culo con suma facilidad, y los martillazos de mi culo contra su pubis golpeaban los tímpanos del techo de la oficina con la misma claridad con la que sus dedos entraban y salían de mi conchita.
¡Tenés la concha caliente nena, y el culo apretadito! ¡Así, saltá bebé, saltame así, así chiquita, que me vuelve loco el olor a culo de las nenas como vos! ¡Además, me chupaste re bien la pija! ¿Sos una cerda, una putita! ¡Desde que te vi, supe que te gusta la verga!, me decía, al tiempo que mi cuerpo se contraía y retorcía de placer en sus brazos, con su pija endureciéndose en mi culo. Sus dedos me pellizcaban y arañaban las tetas, y los que seguían penetrándome la concha se humedecían tanto que, por momentos temía haberme hecho pis otra vez, sin darme cuenta.
¡Profesoooor! ¿Está ahí? ¡Soy yo, Sandra! ¡Por las dudas, le cuento que está la mamá de la señorita Vanesa Martínez! ¡La vino a buscar, porque, al parecer no contesta su celular! ¿Ella está con usted? ¡Tengo entendido que, usted debía tener unas palabras con ella, debido a su comportamiento!, se oyó de golpe el relato de una mujer al otro lado de la puerta. Al menos yo, no podía asegurar si Sandra había golpeado previamente. ¿Mi mami? ¿Qué hora era para que me haya venido a buscar? ¿habría pasado algo en casa?
¡Sí Sandrita, está acá! ¡Decile a la señora que ya terminamos la reunión, y puede irse con ella! ¡Sucede que, hubo un problemita! ¡Pero ya lo vamos a solucionar!, dijo enérgico y decidido Sebastián, quedándose en suspenso por un momento. Pero apenas pronunció la última sílaba, empezó a darme duro nuevamente, haciéndome saltar un poco más alto, y sin reparar en los sonidos que, afuera debían escucharse, al menos un poco.
¿A dónde quiere la chechita la bebé? ¡En la conchita? ¿En la colita? ¿O en la boquita? ¡Eee? ¿A dónde quiere que su mami le huela la lechita del profe? ¿En la bombachita? ¿O en estas tetas?, me decía, lengüeteándome la oreja, haciéndome oler los dedos con los que ya me cogía la concha, y bombeando un poquito más en mi culo, sin olvidarse de pedirme que yo misma me pegue con la bombacha en las tetas. Además, él me las zamarreaba y pellizcaba para hacerme chillar.
¡Donde quieras guacho, pero dame la lechita!, pude decirle, mientras Sandra le explicaba algo que se perdió en medio de nuestro polvo interminable. Entonces, empezó a jadear como un loco, al mismo tiempo que me daba vueltas para aferrarme bien a su pecho, y calzaba la cabecita de su pija hinchada en la entrada de mi vagina. Cuando estuvo seguro que no había más nada que nos pudiera detener, me la clavó con todo, mientras decía: ¡asíiiiii bebéeee, putita suciaaaaa, tortillera de mierdaaaaa, pendejita chancha, te doy toda la lechita, por putaaaa! ¡Asíiii, te vas a ir preñadita de acá, y le vas a decir a tu madre que te measte, y que por eso te castiguéeeee! Su cuerpo empezó a tensarse, a estremecerse, a dar corcovos como los de un caballo furioso, mientras su pija gruesa tocaba el tope de mi concha, se frotaba contra mi clítoris y soportaba algunos saltitos de mi entrega feroz. En un momento se olvidó de sujetarme, y entonces, yo misma me serví del tremendo chorro de leche que empezó a colmarme hasta el alma, luego de cabalgarlo cortito, bien pegada a su pubis, con mis tetas en su boca, y mi bombacha contra su nariz, humedeciéndole la barba y la dignidad, sus logros deportivos, su status y todo lo que nadie conocía de nuestro entrenador.
¡Ojalá, las otras nenas sean un poquito menos putitas que vos! ¡Al menos, espero que no se meen encima cuando anden alzadas! ¿Esa chica, Ferchu, tiene novio? ¡Creo que re contra da para manosearle el culo, así como te lo manoseo a vos! ¿Qué pensás bebé?, me decía entonces, mientras su pija terminaba de verter sus últimos chorros de leche adentro de mi conchita. Yo también había alcanzado flor de orgasmo, y había tenido que soportar que me tape la boca una vez más, porque ya no sabía si estaba gritando, aullando o dando alaridos de emergencia.
Luego, se oyeron unos golpes en la puerta, el tono de un celular, y el escape de una moto rugiendo en la calle. ¿Cómo podía ser que estuviese tan aturdida, mareada y sedienta de repente? Sebastián parecía no tener ganas de bajarme de su cuerpo, y mi olor le enternecía la mirada. Le gustaba olerme la boca. De hecho, antes de pedirme por favor que me vista, me dijo: ¡Me encanta el olor de las boquitas como la tuya, porque, tienen olor a peterita contestadora!
Una vez que me puse la bombacha, el top y la camperita, él activó una vez más un dispositivo, mientras me encendía su computadora y relojeaba algún mensaje en su IPhone. Ahora su rostro adoptaba el matiz de seriedad con el que lo conocí. Me miró a los ojos mientras terminaba de ponerme el short, y cuando al fin terminé de calzarme, me señaló una silla.
¡Ahora voy a buscar a tu mami! ¡Ya sabés que, esta oficina tiene cámaras! ¡Por esta vez, no hay registros de todo lo que hicimos! ¡Lo cual, supone una ventaja para los dos! ¡Te pido que no le cuentes a nadie de esto, y yo te aseguro, que vas a jugar en las grandes ligas! ¡Eso sí! ¡Siempre y cuando guardes el secreto, le digas a tu mami que te measte encima, y, bueno, te esfuerces por contarme un poquito más de la Ferchu! ¡O de la Nati! ¡Qué linda cola tiene esa guacha! ¡Encima, se le rompió la calcita, pobre nena!, recitó de un tirón, antes de levantarse y quitarle la llave a la puerta, luciendo una sonrisa tan irónica como triunfal. Yo estaba despeinada, toda transpirada, con olor a pichí, sintiendo un ardor insoportable en mi culo, y la humedad de toda su lechita burbujeando en mi vagina. Cuando me vi en el vidrio de su ventanal, no alcancé a contar todos los chupones que me había dejado en el cuello. Supuse que tenía las tetas igual de chuponeadas, y me sentí más especial que ninguna. Pero, la que me vino a buscar no era mi madre.
¿Qué hiciste Vane? ¿En serio hiciste la cochinada con el DT? ¡Nena, no aprendés más vos! ¡Yo creo que, hasta acá llegué! ¡Voy a tener que hablar con tu mamá!, me decía Mariana, aferrándose a un crucifijo con la mano derecha, mientras me miraba como a un fantasma salido de una tumba antigua. ¿Qué mierda tenía que meterse en mi vida esta pelotuda? Ni siquiera discutí con ella. Me levanté, la ignoré por completo, y salí a la calle, toda regadita de mi nuevo entrenador preferido. ¡Al fin podría comerme un panchito, pensando en la pija que me había morfado por el culo! Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Comentarios
Publicar un comentario