La Cele y yo necesitábamos ir al gimnasio, urgente. Yo, porque a los 16 años no podía pesar 100 kilos, y ella, porque vivía con el culo aplastado en la silla. En la compu, con los jueguitos, o dibujando, que es su hobby favorito. A pesar que somos amigas desde que íbamos al jardín, nunca quiso acompañarme al club para hacer algún deporte. Para colmo la boluda se fuma todo, aunque a escondidas de sus padres. ¡Como si no se dieran cuenta!
¡Boluda, tenemos que hacer algo! ¡Pero necesito que me acompañes! ¡Yo estoy hecha una vaca! ¡Y vos, vivís tirada donde sea! ¡Así, no vamos a conseguir ni al más feo de la escuela!, le dije, sabiendo que eso podía motivarla. Claramente, ella con su cola terrible, sus ojitos verdes, sus 50 kilos y lindas tetas, tenía mucho más éxito que yo, que apenas me había chapado con dos de la escuela. Aunque, obvio que ya no era virgen. A los 14 años tuve mi primera vez con un primo, y con él fueron mis próximas 5 veces. Pero solo había garchado con él, y solo por la concha. Ella, bueno, tuvo sexo con distintos chicos, y ya a los 14 era conocida por ser muy buena con la boquita. De hecho, en la intimidad yo le decía pijera en lugar de pajera, y ella me decía gorda chancha. En realidad, me decía así porque sabía que amo masturbarme, y que no dejo pasar dos días sin hacerlo. Además, me calentaba que me lo diga. Aunque no sé si se percataba de eso.
¡Sí gordi, posta que sí! ¡Mirá, si querés, podemos ir al gimnasio de acá a la vuelta! ¡Es medio salado, pero de última, ahí no van los negros cara de cumbia! ¡Ni los hijos del carnicero! ¡Qué horribles que son, please!, me dijo mientras se metía medio alfajor en la boca. Nos reímos, y al toque le dije, apenas se me encendió la lamparita: ¡Che Cele, ¿Por qué no la hacemos más fácil?! ¡Vos tenés la bici fija, un elíptico, la cinta para caminar… todo en tu casa! ¡De última, le pido unas colchonetas a mi vieja! ¡Y, nos conseguimos un profe particular, que nos dé clases en tu casa! ¿No te pinta? ¡Mi hermana conoce a varios! ¡No se lo pido a ella, porque, viste que yo me llevo como el orto! ¡Y a vos tampoco te cae tan bien!
Mi madre daba clases de yoga en casa, y por eso tenía colchonetas. Mi hermana es profe de educación física, y estaba segura que podía recomendarnos a alguien. Solo había que tener el visto bueno de los padres de Cele, y listo.
¡Sos una genia gordi! ¿Te das cuenta por qué sos la número one? ¡Te amo puta!, me dijo ella, revoleándome una de sus ojotas. Ya eran las 12 de la noche, y al otro día por suerte era sábado. Por eso la mamá de Cele nos dejaba boludear en el living. Pero, de golpe sonó el timbre, y llegó su hermano mayor con 5 amigos. Nosotras, tuvimos que vestirnos a las apuradas, (porque andábamos en corpiño y short), agarrar la coca y las cosas que comíamos, y meternos en su pieza. Ahí no había tele, ni llegaba la señal de Wifi. Así que, no podíamos ver pelis. Solo escuchar música en la radio.
¡Bueno gordita, yo me parece que me voy a rajar durmiendo! ¡Tuve un día re heavy! ¡Mañana si querés, hablo con mis viejos, y vos con tu hermana!, me dijo, una vez que nos cansamos de sacarle el cuero a la Maru, quien al parecer había quedado embarazada del ex, de hablar de los bombones de quinto año, y de proyectar nuestra próxima salida al boliche. Yo, que todavía no tenía sueño, pero que aún así debía levantarme temprano para ir al club, agarré mi celular de la mesa de luz, y ella pareció adivinar mis intenciones.
¡Gordi, te lo pido por favor! ¡Si vas a mirar tus chanchadas, tratá de no hacer un chiquero en las sábanas! ¡Y no hagas tanto ruido, que puedo saber hasta cuánto te mojaste y todo, chancha!, me dijo, una vez que terminó de taparse con la sábana, con la misma simpatía de siempre. ¡Ella sabía que tenía videítos porno descargados en el celu, por si alguna emergencia!
¡No seas tonta nena, que no me voy a tocar! ¡Hoy te voy a respetar! ¡Aunque me muero de ganas! ¿A vos no te pasa, eso de sentir que la concha te quema boluda? ¿Algo así como, que la bombacha está re caliente?, le iba diciendo mientras apagaba la luz y me metía en la cama, sin quitarme el short. Ella chasqueó la lengua, me dijo que siempre le pasa, cada vez que ve a mi primo Lucas, y me recomendó ponerme hielitos en la vagina. Después de eso, ella cayó rendida, y yo, no pude cumplirle mi promesa. Me puse a ver un video en el que un tipo cuarentón le entotoraba el culito a una chica de unos 18, con uniforme de colegio privado en una estación de trenes. No pude más que dedearme la chucha, apretarme las tetas por adentro de la musculosa súper estirada que usaba para dormir, frotarme el clítoris, y mojarme como una condenada. Al punto de sentir que mi bombacha y mi short juntos, no podían acumular tantos jugos. Aparte, me imaginé con la Cele, siendo instruidas por un tipo como ese. Que nos manoseaba, nos miraba las tetas, nos acomodaba en las colchonetas, nos retaba por hacer mal los abdominales, y todo eso potenciaba a mi calentura.
Al otro día, hablé con la idiota de mi hermana. De una me pasó el contacto de Juan Cruz, un profe, según ella “Súper preparado para chicas con problemas de obesidad como yo”. Siempre que podía, me atacaba con mi gordura, sabiendo que a mí me chupaba un huevo. La cosa es que, cuando volví a la casa de Celeste, las dos hablamos con sus padres para que nos dé permiso de contactar a ese profe, y que pueda entrar en la casa. Además, había que arreglar el tema de la plata y todo eso. Por suerte, ambos estuvieron de acuerdo en que “La vaga de celeste haga algo de su vida”. Así que, en la siesta, le mandé un mensaje al profe. Lo buscamos en IG, y a Celeste casi se le cae la bombacha de lo hermoso que lo encontró.
¡Mirá boluda, es un viejito re copado, súper trabado, con lindos ojos! ¡Mirá los labios que tiene! ¡Mmm, me los imagino comiéndome las tetas, y me meo encima boluda! ¡No me podés decir que no es lindo!, me repetía con el celu en la mano, eufórica y feliz. A mí no me gustaban los tipos mayores de 30. Aun así, tuve que reconocerle que tenía lindos ojos. Ella no veía la hora de empezar con las clases. Yo no estaba ansiosa, pero ella me fue contagiando.
¡Hey nena, por las dudas, no vayas a quedarte dormida en la colchoneta con el profe! ¡Mirá si te da por meterte los dedos, y te mojás toda, como me mojaste la sábana anoche!, me dijo Celeste de pronto, colgándose de mis hombros, aprovechándome distraída. Lo que me gustó de esa situación, es que ella tenía las tetas al aire, y yo una musculosa. No entendía qué me pasaba, pero el tacto de su piel en la mía, y el olor de su perfume me encendieron las ganas de tocarme. ¡Y peor cuando la escuché decirme eso!
¡Dale nena, ponete las pilas, que seguro ese profe te va a re querer nalguear esta cola!, me dijo luego, y me dio tres chirlos, mientras yo le pedía disculpas por mojarle la cama. A pesar que ella no la usaba, porque es la que habitualmente ocupan las amigas que se quedan a dormir.
Finalmente, llegó el martes, a las 18. A esa hora habíamos quedado con el profe, y él no se hizo esperar. Ni bien sonó el timbre, Celeste voló a la puerta para abrirle. No pude evitar matarme de risa cuando la vi tropezarse con la mesita ratona. Se saludaron normal con el profe. Aunque ella expelía excitación hasta por los párpados. Cuando él me vio, me pareció que una sonrisa pícara se le dibujó en los labios.
¡Bueno, me parece que vamos a tener que ordenar un poco tu dieta! ¿Vos sos Andrea, ¿no?, me dijo, mientras yo como una pelotuda trataba de esconder la bolsita de papas fritas que me estaba comiendo.
¡Sí, soy Andrea, la que te contactó! ¿Les parece si ya vamos al patio Cele?, le dije, tal vez un poco ofendida. Por suerte Celeste me siguió el apunte, y los tres nos dirigimos al patio, luego de agarrar una botellita de agua cada uno. Allí estaba todo dispuesto. La bici fija, el elíptico, unas barras horizontales en la pared, dos colchonetas, la cinta caminadora, y unas pesas. Esas se las tuve que pedir a mi hermana.
¡Bueno chicas, vamos a empezar con algo tranqui! ¿Sí? ¡Una serie de abdominales! ¡Solo, tres tandas de 8, por ahora! ¡Vamos, a las colchonetas! ¡Vos Andre, tratá de ponerte las manos en la nuca! ¡Celeste, vos, creo que lo mejor sería que te saques las pulseras de las muñecas!, nos decía, mientras nos poníamos en marcha. Él nos miraba, y controlaba nuestros movimientos. A mí, tuvo que sostenerme los pies al suelo, porque se me levantaban cuando toda mi espalda se recostaba. Después, nos pidió que hagamos flexiones de brazos, apenas dos tandas de 7. Ahí tuvo que volver a corregirme la postura, y supongo que me tocó el culo sin querer. Pero, cuando caminó hacia Celeste, tuve la impresión de que no había sido tan sin querer. Ni bien lo descubrí, se lo hice saber a Cele con una guiñadita. ¡Al profe se le había parado la pija! ¡Pero, no parecía tener un pito normal! Para colmo, el shortcito apretado que traía, o tenía el elástico medio vencido, o tal vez se le había roto en el camino. Celeste entendió mi indirecta cuando le dije: ¡Che, esa barra de ahí, está re dura me parece! ¡Y, creo que un poco caliente, porque le dio el sol todo el día! ¿Vos, qué decís?
¡Sí amiga, está re dura! ¡Nos vamos a quemar las manos!, me dijo, sacudiendo su cabellera rubia, paseándose la lengua por los labios abiertos. Recordé el tacto de esos pezones contra mi espalda, y sentí una oleada de calor en el vientre.
El jueves llegó para nosotras como la lluvia para los árboles. ¡A veces me sale la poeta de adentro, jajaja! Juan Cruz llegó con su habitual sonrisa, aunque no tan puntual como el primer día. Y Celeste se lo hizo saber.
¡Che, por las dudas, avisá si te tardás, porque, viste, nosotras somos chicas muuuy ocupadas!, le dijo sonriente, sarcástica y perspicaz. Él se disculpó, contándonos que su mujer le había pedido que la lleve al trabajo, y que se retrasó por lo denso que estaba el tránsito. No sé por qué, pero a mí, lo poco que pudo haberme interesado de nuestro profe, me dejó de interesar. ¡Tenía una esposa, y a lo mejor, hijos! En cambio, Celeste se mostró más provocadora con él desde que lo supo. Y no eran ilusiones mías, porque esa noche, mientras yo hacía pis, y ella se lavaba los dientes, (Fiel a su costumbre de entrar al baño cuando yo estaba), me dijo: ¿Viste gordi? ¡Ese riquín tiene mujer! ¡Posta que, me lo violo a la primera que se me dé!
Entonces, recordé que a ella le excitan a rabiar los tipos maduros, y si son casados, “Mejor”. Al mismo tiempo, mientras pensaba en lo osado que sería sobrepasarnos con el profe, le miraba el culo a mi amiga, y me daban unas ganas infinitas de pedirle que me suba la bombacha y el short. ¡Ni yo entendía del todo mis sensaciones!
Entretanto, llegó el martes de la próxima semana. Ese día el calor llegaba a los 29 grados, y yo no estaba tan entusiasmada en moverme, transpirar y sentir el dolor de mis pobrecitos músculos. Casi no voy a lo de Celeste. Pero, recordé que pactamos suspender nuestras clases, solo si alguna de las dos se enfermaba. De lo contrario, una debía hacerle el aguante a la otra. Cuando llegué, un poco retrasada, vi que el profe y Celeste hablaban en el patio, ella acostada boca abajo en la colchoneta, y él le preguntaba a dónde le dolía. Ella estiraba una mano y se palpaba la pierna derecha, a centímetros del final de su nalga. Yo veía cómo le miraba todo el culo, el que su calza atigrada le partía a la perfección, y cómo le sobaba la pierna con ambas manos, medio inclinado. Después, le estiraba el pie, volvía a masajearle la zona, y ella se quejaba. Entonces, Juan Cruz me vio, y pareció en apuros al saludarme.
¡Hola Andre, bueno… pensé que no llegabas! ¡Vamos, a la colchoneta! ¡Ya sabés, tres series de 10 abdominales! ¡Ahora te miro!, me dijo entre serio y divertido. Yo, acerqué la colchoneta un poco más a la de Celeste, porque a la mía le estaba dando el sol a pleno.
¡Tengo una contractura amiga! ¡No sabés lo que me tira! ¡Por suerte, el profe sabe hacer masajes, y, aunque también me hizo doler, creo que, voy a estar mejor! ¿Qué pasó? ¿Perdiste el bondi nena?, me decía Cele, mientras se levantaba de la colchoneta para extender sus brazos en la barra horizontal de la pared. Le tocaba estirar los brazos, y luego hacer unas sentadillas.
¡Eso debe ser porque te la pasás mal sentada en la compu! ¡Yo te dije que no metas los pies tan adentro de la silla! ¡Y no perdí el bondi! ¡En realidad, me quedé dormida!, le respondí con cierto malhumor. No entendía por qué, pero me había dado celos ver al profe manosear a Celeste, aunque fuese de forma profesional.
¡Séee, seguro te quedaste dormida con un paquete de alfajores, gorda chancha!, me dijo ella, seguro que para hacerme reír. Enseguida el profe dio unas palmadas, pidiéndonos silencio para que no nos desconcentremos, y se puso a mirar mis abdominales. Entonces, otra vez le vi lo abultado que tenía el pantalón.
¡Andre, tratá de no desnucarte! ¡No seas tan violenta cuando te inclinás hacia atrás con todo el peso!, me decía Juan, posando una de sus manos en mi pierna desnuda, ya que tenía un short de Boca.
¿Profe, usted también me va a joder con eso de que estoy gorda? ¡Ya sé que soy pesada!, le dije, prosiguiendo con mi malhumor, aunque ahora me avergonzaba un poco. Él se puso nervioso, y trató de disculparse.
¡Nunca pienses que yo, ni por asomo insinué algo de eso! ¡Además, el chiste que te hizo tu amiga, fue de ella!, aclaró, como si yo se lo hubiese pedido. Pero, el contacto de su mano en mi pierna, la visión de su poronga en apariencia gruesa a punto de salirse de su bermuda, y el panorama de las tetas de Celeste bamboleándose mientras ella estiraba sus brazos, me llenaba de unas cosquillitas que no lograba detener. Quise comunicarme con Cele de alguna forma, para que vea lo mismo que yo. Pero no encontré el momento. Al rato, yo estaba estirando los brazos, y ella haciendo bici. El profe seguía yendo de una a la otra, corrigiéndonos. Entonces, en un momento, yo me arriesgué. Hice de cuentas que me resbalé de la barra por el sudor de mis manos, y me fui hacia adelante, y di con el cuerpo de nuestro profe. Y, de paso, le llegué a tocar la pija. Él, por un instante se quedó congelado. Pero enseguida recobró la compostura y seriedad que nos mostraba, a pesar de sonreírnos siempre.
¡Andre, Ojo con, bueno, con actuar de esa forma! ¡No está bien lo que hiciste!, me dijo, aunque no me miraba a la cara. Yo me disculpé al toque, y él lo aceptó. De hecho, después me hablaba como si nada. Celeste ni se percató del incidente. Sólo me cargó con que la próxima tenga cuidado, o le iba a dejar un cráter en el suelo del patio.
Entonces, en un parate, justo cuando ella se bajó de la bici para hacer pesas, y yo me dirigía a la bici, Juan Cruz pidió permiso para ir al baño. Apenas desapareció, me acerqué al oído de mi amiga para decirle: ¡Boluda, cuando me resbalé, le toqué la pija! ¿Se la viste? ¿Viste el pedazo que tiene?
Ella, para mi sorpresa dejó la pesa en el suelo, buscó mi oído y me susurró: ¡Síiii, se la re vi, y se la toqué mientras me hacía masajes en la colcho! ¡Me retó por hacerlo! ¡Tengo toda la tanga mojada, te juro boluda! ¿Vos, no te mojaste?
Yo le dije que no, y traté de alejarme, un poco más confundida que antes. ¿Por qué tenía tantas ganas de comerle la boca? ¡Pero si sos su amiga idiota! ¡Debe ser que te re calentó manosearle el pito a tu profe! Sin embargo, ella insistía.
¡Dale tarada, decime la posta! ¿Te mojaste la chabomba por el profe? ¡Dale, vení para acá! ¡Dale gorda, dejame tocarte la bombacha nena! ¡No me hagas correr tanto! ¡No te voy a violar, quedate tranquila!, me decía mientras me correteaba por el patio. Cuando me alcanzaba, me enterraba la mano por adentro del pantalón, y me pellizcaba el culo, o me tironeaba la bombacha. Hasta que llegó el profe, y nos preguntó por qué habíamos suspendido la rutina.
¡Chicas, si quieren jugar, háganlo después de los ejercicios! ¡Saben que tenemos poco tiempo! ¡Vamos, vos Cele, a las pesas! ¡Y vos Andre, a la bici!, nos dijo sin elevar la voz, mientras se acomodaba el pito. Esta vez las dos se lo vimos, y estoy segura que nos pareció que la tenía más parada que antes. Pero las dos hicimos lo que nos correspondía.
Al rato, mientras yo pedaleaba, vi que el profe le corregía la postura de los brazos a Cele, y que le cambiaba las pesas por otras de mayor kilaje.
¿Profe, hacer pesas, puede ayudar a que me crezcan más las tetas?, la escuché preguntarle de golpe, como si el silencio que zumbaba en mis oídos me devolviera a la realidad. ¡Naaah, estaba soñando! ¿Cómo podía ser que Celeste le hubiese preguntado eso?
¡Mirá, en realidad, los ejercicios físicos ayudan a fortalecer, a crear masa muscular, y a tratar de que no se fijen las grasas que no son necesarias! ¡Pero, no creo que, digo, o sea… vos ya te desarrollaste me imagino!, le decía con una simpatía en la voz que nada tenía que ver con aquella que nos había mandado a trabajar.
¡Sí, obvio profe! ¡A los 12 me vino, y ya tenía tetas! ¡Aunque no tantas como Andrea!, dijo Celeste, un poco agitada por las pesas. El profe miró la hora, tomó agua y caminó nervioso hacia donde estaba yo.
¡Callate nena, si yo, nada que ver yo! ¡Vos siempre fuiste la más tetona de la escuela!, disparé, tal vez sin meditarlo demasiado. Celeste estalló en una carcajada, y el profe me miró con una bondad que no le conocía, mientras yo me ponía roja como un tomate.
¡Bueno, habría que ver! ¡Yo no di clases en su escuela, creo! ¡No creo que vos, Andre, con todo respeto digo, no te hayas destacado!, me dijo, observándome pedalear, mientras yo quería que me trague la tierra.
¡Aaaaaah! ¿Vio profe? ¡Y usted, porque no sabe cómo la miran los otros profes!, agregó Celeste, todavía tentada, antes que se le resbalara una pesa de las manos. El profe se giró inmediatamente para saber si estaba bien, o si se había hecho daño. Y, entonces, la vi levantándose del suelo, tratando de cubrirse la cola.
¡Sí profe, estoy, bien, creo! ¡Al menos, al piso no le pasó nada! ¡Pero, bueno, se me rompió la calza!, dijo, usando aquella vocecita bebotera que ya le conocía cuando quería seducir en el boliche.
¡Bueno, si querés, andá y cambiate! ¡Lo bueno es que vos jugás de local! ¿No? ¡Por suerte no te pasó en la escuela, o en el club, o la casa de alguna amiga!, le dijo un poco inclinado. ¡Me juego la cabeza que le re estaba mirando el culo!
¡Mire profe, se me re partió!, le dijo, y yo aproveché a devolvérsela, mientras me bajaba de la bici para disponerme a subirme al elíptico: ¡Y sí nena, si seguís aplastando el culo en la silla, te re va a crecer, y vas a reventar todas las calzas, pantalones, y lo que te pongas!
¡Bueno che, pero, por lo menos esa pesa no se te cayó en un pie! ¡No pasa nada! ¡Supongo que, una calza se puede arreglar! ¡Así que, tranqui!, le decía él, tratando de mirar al cielo, abriendo una botellita de agua con una mano. Yo, ya estaba subida al elíptico, pero no podía darle la orden a mis piernas para que comiencen con el movimiento. Sin embargo, el profe se me acercó, como no queriendo desviar los ojos de Celeste.
¡Vamos Andre, metele, que si te quedás parada mucho tiempo, te enfriás!, me dijo, dándome un sutil chirlito en una pierna, bastante cerca de la cola. Y, como agaché la mirada, volví a encontrarme con las dimensiones de su paquete, y con el espectáculo de la cola de mi amiga, comiéndose una tanguita roja con devoción. ¡Era cierto! ¡Se había hecho terrible tajo en la calza!
¡Vamos Cele, andá a cambiarte! ¡Vos también te vas a enfriar! ¡Además, te va a dar frío si estás con la cola al aire!, le dijo, en realidad, medio que, por lo bajo, y sin dejar de sonar divertido, más que zarpado. Pero ella lo re escuchó, y yo casi me desmayo por la forma en la que se lo dijo.
¡Eee, profe, me re miró la cola! ¡Eso no se hace! ¿Mire si no me ponía bombacha? ¡Ta bien, me puse una tanga! ¡Pero, usted no tiene que andar mirando a las alumnas!, le largó Celeste, en una especie de ataque de risa, mientras dejaba que los últimos rayos de sol le iluminen esa cola maravillosamente desnuda, y el trocito de tanguita blanca que se le perdía. Juan Cruz se puso algo más nervioso, y cuando le habló como para bajarle la intensidad, tartamudeaba con un pequeño tic en la nariz. Medio que la fruncía, y se la rascaba.
¡Bueno, Cele, perdón, en realidad, no te estaba mirando, ni me baboseo con las alumnas… es que, bueno, es como, imposible no mirarte!, trató de concluir. Aunque Celeste le interrumpió, sin olvidarse de ponerse un dedo en la boca para decirle: ¡Sí profe, como usted diga! ¡Pero, tampoco me puede decir que no le mira las tetas a la Andre! ¡Las tiene hermosas la gordi! ¡Aparte, yo no me ofendo si me mira la cola, aunque sea un poquito, y se babosea con ella!
El profe trató de no mirarnos a la cara. Pero se distrajo cuando escuchó que yo casi me caigo del elíptico por la conmoción de la charla, y los gestos de Celeste, que no paraba de señalarle el paquete a Juan, mientras él ni se rescataba de eso. Solo acudió a darme una mano para volver a reacomodar mis pies en la base del aparato. En ese momento, en su afán por acomodarme los brazos en el manubrio, me re apoyó la verga en el culo, y esa vez no pude quedarme callada.
¡Profe, me parece que la Cele tiene razón, y le está haciendo mal mirarle la cola! ¡Digo, porque, sentí algo duro en el culo recién, y fue usted!, le dije. Celeste ya no me escuchaba, porque había ido a buscar algo para ponerse. O, al menos eso pareció al principio. Él me chistó para silenciarme, o para no quedar tan expuesto, y movió mis pies para que me ponga en marcha. La cosa es que, permaneció agachado, para corregir el movimiento de mis tobillos. Ahí tuvo que tocarme las piernas para que reconozca los músculos que estábamos trabajando, y en un momento, pareció apoyarse sobre mi culo un poco más de la cuenta.
¡Hey profe, ahora anda manoseando a la Andre! ¿Vio que yo tenía razón?, se entrometió Celeste, que tenía las llaves de la puerta del patio en la mano. No sé qué maldad pergeñaba su cabecita de petera incurable. Pero, yo sentía que me ardían hasta las mejillas.
¡Escuchen bien las dos! ¡Yo no soy ningún degenerado, ni baboso, ni aprovechador! ¡Ustedes, bueno, son las tienen que aprender a comportarse!, dijo Juan, separándose totalmente de mí, aunque ya le costaba ponerse serio del todo. Dio unas palmas para pedirme que siga moviendo las piernas, y a Cele, le pidió que por favor se vaya a cambiar, o que se siente en un banco, si prefería dar por terminados sus ejercicios.
¿Qué pasa profe? ¿Tiene miedo de seguir mirándome la cola? ¿Y, por qué no le pide a Andre que haga otra cosa? ¡Ahí arriba, creo que las gomas se le bambolean para todos lados! ¡Salvo que, a usted le guste cómo se le mueven!, le contestó con naturalidad, como si estuviese relajada, segura de sí misma, revolviéndose el pelo con una mano. La vi tomar agua de su botellita, y tirarse unas gotitas en la cola, murmurando algo que no llegué a entenderle. Para colmo, caminaba lentamente hacia el banco que se situaba a unos pasos de donde yo seguía subiendo y bajando. ¡No me había dado cuenta que las tetas se me sacudían tanto! ¿Cómo pude ser tan boluda de ponerme un top tan viejito?
¡Basta Celeste! ¡Un poquito de chiste, está bien! ¡Pero, ya te estás pasando de la raya! ¿No te parece?, dijo, una vez más golpeando las palmas, mirando hacia el cielo. Entonces, levantó ambos brazos, como interpretando que quedaba poco tiempo para terminar con nosotras, quizás pensando en volver a su casa, y en ese sencillo acto, la remera se le subió bastante, y tanto Cele como yo exclamamos por el mismo espectáculo. ¡al profe se le veía casi todo el glande hinchado, sobresaliendo de su pantalón, apenas cubierta por la tela de su bóxer blanco, el que parecía híper ajustado! ¡Guau, qué hermoso eso!, dijimos casi a la vez, y el profe salió inmediatamente de sus pensamientos para volver a pedirme que me ponga las pilas, y que me mueva con más ritmo.
¿Qué se andan cuchicheando ustedes? ¿Se puede saber? ¡Dale Andre, movete, que ya falta poco para terminar! ¡Y de paso, le demostrás a tu amiga que sos más perseverante que ella!, me dijo, golpeando el fierro del elíptico con su anillo, haciendo sonar el metal. Celeste no se iba a quedar callada.
¡Nada profe, hablábamos de lo que tiene usted! ¿Por qué será que los chicos de nuestra edad no tienen una como la suya? ¿Eso se arregla con ejercicio físico profe?, disparó casi sin ponerse colorada. Yo, creo que recién ahí fui consciente de la humedad que había en mi bombacha, y entré en pánico. ¿Cuánto me había mojado? Sabía que tenía serios problemas para controlar a los caprichos de mis flujos cuando algo me calentaba demasiado. Y esa tarde, con todos los estímulos que oía, veía y captaba a través de la piel, no sería la excepción. Pero no quería ni palparme, por si acaso el profe, o la Cele me descubrían.
¡No sé de qué hablás Celeste! ¿Podrías ser más específica?, le solicitó él, tal vez haciéndose el tonto. Yo estuve a punto de decirle: ¡No le haga caso profe, que está re loca! Pero jamás me habría perdonado semejante idiotez, teniendo en cuenta lo que pasó después.
¡Obvio profe! ¡Le hablo de su pene, o de su pija… como más le guste! ¡La tiene re grande… tanto que se le escapa del pantalón!, decía Celeste, mientras se deslizaba lentamente hasta las piernas del profe, como si gateara por el suelo. ¡No sé en qué momento se bajó del banco! Pero, cuando quise acordar, ella le rodeaba las piernas, y movía una de sus manos a milímetros de su bulto hinchado, el que él había logrado acomodarse adentro del pantalón. Yo, ya no podía concentrarme en el elíptico, ni en las pulsaciones, ni en los minutos que debía cumplir.
¿Qué hacés nena?, le dijo el profe, tratando de quitársela de encima como a una mosca.
¡Dale profe, mostranos tu pija, para compararla con la de nuestros novios! ¡Ella se hace la boluda, pero también se la miró profe, y seguro que se la quiere ver así, toda paradita, y al aire! ¿No amigui?, nos decía Celeste, sacando la lengua involuntariamente, todavía con la mano a nada de rozarle la verga.
¡Chicas, esto, no es correcto! ¡Aparte, sus novios, si se enteran, o sus madres! ¡Se me arma la podrida! ¡Pónganse en mi lugar chicas!, decía Juan, atormentado por sus propias sensaciones. A mí, no me salía ni una puta palabra. De hecho, cuando abrí la boca para decir algo, se me cayó un hilo de baba. Celeste se me burló por eso, y por el temor que más trataba de ocultar.
¡Séee, mire profe, se re babea mi amiga por ese pedazo que tiene! ¡Y encima, se le re mojó el pantalón! ¡Mírela bien profe! ¿O te hiciste pis Andre? ¿Posta? ¿te measte nena? ¡Naaah, te mojaste por el profe, zorrita!, decía la muy sádica, mientras le apoyaba la cabeza en las piernas al profe, que no encontraba la forma de dar un paso, y yo al fin me palpaba la zona del aductor, hasta donde llegaba la humedad de mis propios jugos, para comprobar si eran ciertas las pavadas de Celeste. Así que me bajé del elíptico, agarré mi botellita de agua, y luego de darle un trago, como si así lograra abstraerme de todo, me acerqué a Celeste para decirle que el profe tenía razón. Debíamos tener cuidado, portarnos bien, y no hacer boludeces con un desconocido. Pero, apenas terminé mi discurso de puritana sin convicciones, Celeste me puso un dedo en los labios, ya que yo me arrodillé para hablarle, y me dijo: ¡Tranqui gorda, que el profe no va a decirle nada a nadie, porque no le conviene! ¿No cierto profe?
A esa altura, ella le apretujaba la pija encima del pantalón. A él, de nuevo el glande le sobresalía, y su bóxer blanco se estiraba aún más, humedeciéndose con mayor peligro que antes.
¡Sí, Obvio que me conviene! ¡Aparte, ustedes, están perrísimas! ¡Vos pendeja, tenés un culazo hermoso! ¡Y vos gordita, a pesar de lo que diga tu amiga, bueno, esas tetas explotan! ¡Por más que te hayas meado, o lo que sea!, dijo Juan, esta vez con la voz como en una congestión de vanidades que ni él llegaba a procesar.
¡Profe, yo no me hice pis, se lo juro! ¡Es esta idiota que inventa cosas!, dije, como una nenita asustada, arrodillándome casi sin darme cuenta.
¡No, no te measte, pero te re mojaste, gorda putona!, me dijo Cele, mientras el profe le acariciaba el pelo, la cara con un dedo, y los labios. Ella seguía palpándole el tronco de la pija, y una de mis manos temblorosas se había sumado, sin consultárselo a mi cerebro. Ella me quitó la mano y me pegó, diciéndome: ¡Salí nena, que esta pija es mía! yo le tiré del pelo, y ella se quejó. Volví a tocarle la pija, y esta vez comprobé el calor de ese short que se empecinaba en no dejar respirar a sus huevos. Entonces, el profe, tal vez previniendo alguna pelea entre nosotras, dijo mientras golpeaba las palmas: ¡Bueno, bueno chicas! ¡Hagamos una cosa! ¡Yo les muestro la verga! ¡Pero con dos condiciones! ¡Primero, que quieran compartir y jugar juntas, y sin pelearse! ¡Y la segunda, que ustedes me muestren primero! ¿Qué dicen?
Hubo un minúsculo segundo de silencio, hasta que Celeste me mandó al muere de una, cuando me decía mientras me ayudaba a ponerme de pie: ¡Te toca gordi, pelá las tetas para el profe! ¡Si te las ve desnudas, se va a poner loquito!
Yo no tuve que hacer nada. Ella misma me subió la remera, y hasta me rasguñó una teta sin querer cuando me corrió el top hacia arriba. El profe me clavó los ojos, y dio unos pasos torpes hacia la barra horizontal de la pared. Le hizo un gesto a Celeste, y eso significó que ella debía llevarme hasta allí para que yo extienda mis manos y las coloque en la barra. Entonces, mis tetas terminaron de exhibirse, dejando mi remera y top como un montoncito de trapo rodeándome el cuello. Yo me reía como una tonta, y la Cele daba saltitos a mi alrededor como si estuviese pisando un hormiguero. Entonces, escuché un chaschas, y al profe diciendo: ¡Qué cola que tenés bebé!
¡Vos seguí estirando los brazos Andre, que el profe igual te está re mirando las gomas!, dijo ella, luego de gemir suavecito por los chirlos del profe. Y sin más, me solté para estirar un brazo y alcanzar a rozarle el paquete al profe. Él me agarró la mano, me pegó con sus dedos extendidos mientras me decía: ¡Eso no se hace, gorda chancha!, y acto seguido me lamió los dedos. La cele aulló de la excitación, y se me acercó para darme un chupón en una teta.
¿Y profe? ¡Usted ya le vio las tetas a la Andre, y a mí, el culo! ¿O quiere que me baje toda la calza?, dijo Celeste, sin dejar de saltar, mover su pelo perfumado, ni de morderse los labios cada vez que le relojeaba el pedazo.
¡Sí profe, ella tiene razón! ¡Además, nuestros novios no tienen el pito como el suyo, y, ni cerca! ¡Queremos ver una pija de verdad!, dije al fin, saliendo del sopor que me encarcelaba los sentidos. ¿Por qué Celeste me chupó una teta? ¿Y el profe, la preferiría a ella? ¡Por momentos, sentía que le respondía mejor a ella que a mí! ¡Y, pero, si vos no te animás a nada nena!
¡Hey profe, no se zarpe! ¡Yo nada más puedo decirle Gorda Chancha a mi amiga!, le dijo Celeste en un arrebato de seriedad, que no duró mucho tiempo, porque él, enseguida le dio otra nalgada, y le tironeó la calza para que se le caiga. Al fin Celeste quedó en tanga ante nuestros ojos, y el profe suspiró entre dientes, con los ojos luminosos de tanta felicidad.
¡Bueno chicas, ahora, las dos se arrodillan en la colchoneta! ¿Vamos? ¡Ya está Andre, basta de estirar por hoy!, dijo Juan con la voz exultante, haciendo el ademán de buscar un silbato que no llevaba en el cuello. Nosotras, fuimos a los saltitos hacia la colchoneta más gruesa, y nos arrodillamos.
¡Bueno chicas, ahora me toca a mí! ¡Pero, estén bien atentas, porque, esto no va a volver a pasar! ¿OK?, nos dijo, una vez que las dos nos tomamos de la mano.
¿Están listas para ver una pija de verdad?, nos preguntó en un susurro.
¡Séeee, obvio profe!, dije yo.
¡Síiii, dale guacho, mostranos tooodooo ese pedazoooo!, dijo la Cele, apretándome la mano.
¡Están seguras? ¿Pero, muuuy seguras?, insistió, meneando la pelvis a un lado y al otro.
¡Síiiiii, daleee, pelá la verga papi!, le dijimos, mezclando suspiros y ruiditos de succiones. El profe empezó a bajarse el short con una lentitud exasperante. La cele se atrevió a escupirle la mano, y él le pidió que se comporte, o se terminaban los jueguitos. Finalmente, se quedó en bóxer, y claramente el primer tramo de su glande le quedaba afuera.
¡Profe, tiene que comprarse bóxers que le entren mejor, porque si no, esa verga, queda medio desprotegida, pobrecita!, dijo Celeste en medio de otro espasmo de risas incontrolables.
¡Pasa que yo soy pobre! ¿Vieron?, decía, mientras empezaba a acercarse a nuestros rostros. A mí se me hacía agua la boca, y Celeste ya se chupaba los dedos como para demostrarle de lo que era capaz de hacer con su boquita. En un momento, me tocó las tetas, y le dijo al profe: ¡Dale papi, mirá cómo tiene las tetas mi amiguita! ¡Necesitan leche para que se pongan más grandes!
¡Sí, dale profe, mostranos ese pito, que la cola de mi amiga también la quiere conocer!, me animé a decirle, justo cuando él llegó al borde de la colchoneta, y se bajó un poquito el bóxer, dejando todo su glande expuesto. Aunque, por lo menos había como 20 centímetros de pija bajo la tela. O, al menos eso es lo que calculamos después con la Cele.
¡Vamos chicas, junten las caritas, asíii, así me gusta, eeesooo!, decía el profe mientras las dos palpitábamos acaloradas. Ella me lamió una mejilla, y entonces, sin entender cómo pasó, las dos empezamos a restregar nuestros labios, nariz y mentón contra su dureza caliente. Tenía el calzoncillo húmedo, con un perfume extraño, mezcla de jabón y algo un poco más conocido para Celeste.
¿Les gusta, cochinas? ¡así, vamos, huelan mi pija, así nenitas sucias, quiero que me huelan las bolas, la verga, el bóxer! ¡Vos gordita, no se te ocurra morderme, que ya te veo las intenciones! ¡Me parece, que vos, todo te lo llevás a la boquita! ¿No? ¡Dale, gordita chancha, oleme la pija, que ya te voy a oler a vos, a ver si te measte, como dice tu amiguita! ¡Y vos, nenita provocadora, escupime el calzoncillo!, nos decía, arengándonos para llevarnos a su juego. Las dos olíamos y babeábamos su pija todavía envuelta, y le lamíamos apenas el glande, porque él todavía no quería que eso suceda. Pero, de repente, creo que después de sentir la lengüita de Celeste tratando de tocarle el escroto, o los huevos, el profe la apartó de un empujón. ¡Pensé que se la había mandado, y finalmente lo había mordido! Pero, en cuanto ella cayó sentada en la colchoneta, el profe me manoteó de la espalda para juntar mi torso a su pija.
¡Uuuuy, no aguantaba máaaa’as, gorda tetona hermosaaaa! ¡Te la largo toda en las tetas! ¡Querés? ¿Te lecheo todas las tetas, gordita comilona?, me decía suspirando, jadeando con precipitación, mientras me apretaba a su pubis. Su glande entró en contacto con el hueco de mis tetas, y al toque empezó a volcar su semen como si fuese un chorro de aceite hirviendo. La Cele aplaudía con cierto disgusto, pero se frotaba la chocha con los ojos clavados en el profe, que al ratito nomás, sacudía su pija totalmente desnuda contra mis tetas, para que no le quede ni una sola gotita.
¡Uuuuf, cuánta leche me sacaste gordita! ¿Tu novio te riega las tetas así?, me decía, mientras intentaba recobrar su respiración. Nosotras, obviamente no teníamos novio. Pero, nos servía esa carta para manipularlo como queríamos.
¡No, y a mí tampoco! ¡Yo quiero lechita también profe!, dijo Celeste, levantándose de la colchoneta.
¿Y quién te dijo que podías levantarte? ¡Vamos, arrodillate ahí, como antes, pero, date la vuelta, y parame bien la colita!, ordenó nuestro profe, indicándome que yo también lo haga a su lado, pero, mostrándole las tetas. Antes de eso, me pidió que le baje el calzoncillo por completo, pero usando las manos y la boca. Yo, todavía chorreando leche por mis tetas, lo hice con todos los nervios del mundo. Cuando terminé, su pija apareció en toda su magnitud. Cele, que aún permanecía mirando, exclamó como una loca, y las dos tratamos de persuadirlo para que nos deje petearlo juntas.
¡Esperen un poquito chicas, todo a su tiempo! ¡Vamos, que necesito que se me vuelva a parar para ustedes! ¡Además, por lo que noté, bueno, Celeste te quiere dar masita Andre! ¡O, por ahí le calientan tus tetas! ¡Así que, vamos, pónganse como les dije, y vos Cele, parame bien ese culito hermoso, que quiero ver cómo te comés esa tanguita!, dijo al fin, aplaudiendo y golpeándose el pecho. así que, nos acomodamos como nos indicó, y casi sin perder tiempo, el profe empezó a darle chirlos en el culo a la Cele, y a mí, me re manoseaba las tetas.
¡Qué lindas son las tetas de una nena, cuando se las llenan de leche! ¿No chicas? ¿Y vos, querés que te encreme el culito nena? ¿A ver? ¡Abrí y cerrá los cachetitos guacha!, le decía a Celeste, sin detener sus nalgadas, y estirándole la tanga para que se le entierre un poquito más. Y de repente, sucedió.
¡Vamos chicas, quiero ver cómo se comen la boca! ¡Aprovechate Cele, vos que querías comerle la boca a tu amiguita!, nos pidió, justo cuando todo el pelo de Celeste me cubría la cara, gracias al vientito que la tarde comenzaba a regalarnos. Yo pensé que eso quedaría solo en la fantasía, o en una solicitud absurda, producto de la excitación del momento. Pero Cele me agarró la cara de la mandíbula y me enterró la lengua en la boca. Enseguida nos mordíamos los labios, nos saboreábamos las lenguas y sorbíamos la mezcla de nuestra saliva en un besuqueo obsceno, mientras ella me decía: ¡Tenés olor a pito, gorda chancha, a la pija del profe! ¡Y encima, tenés lechita en las gomas, putita!
¡Sí, así, cómanse todas, putitas calentonas, que les encanta la leche!, decía el profe, mientras seguía nalgueando a la Cele, apretándome los pezones, y de vez en cuando, se atrevía a palparme la vulva sobre el short. Incluso, en un momento se me acercó al oído para decirme: ¡Gordita, estás re mojada! ¿Vos decís que, no te measte?
¡No profe, no me meé, pero si usted quiere, y me lo pide, yo me re meo por usted!, dije, sin reparar en que él me lo confió en modo secreto.
¡No profe, pasa que mi amiga es re calentona, y le encanta masturbarse! ¡Siempre se moja mucho, pero no se mea!, dijo Celeste, en ese instante lamiéndome el cuello. Yo ya no tenía más espacio para más sensaciones. Y menos, cuando el profe le pidió a Cele que se dé vuelta, y nos ofreció su pija para que se la chupemos. Ahora la tenía más dura, tensa, fibrosa y explotada de jugos preseminales. Los huevos le colgaban como dos pesas de 5 kilos, y el poco vello que le rodeaba el tronco, hacía más magnífica aún la erección de ese pedazo de carne. Su olor era más fuerte, y el sudor que le goteaba de las bolas también fue parte de nuestra degustación. Las dos nos prendimos a su pija. Al principio, ella le pajeaba el glande, y yo le mordía y besuqueaba el tronco. Era imposible que esa pija nos entrara entera en la boca. Después, yo empecé a comerle, escupirle y oler sus huevos, mientras ella lo pajeaba.
¡Síii, por eso me gustan las boquitas de las nenas! ¡Porque siempre la tienen caliente! ¡Igual que la conchita! ¡Amo las conchitas apretadas, con olor a nenita caliente, a pis, a flujito, y a transpiración! ¡Y vos perra, tenés el culito re transpirado, como para ensartártelo de una!, decía el profe mientras nuestra saliva estallaba una y otra vez contra su pubis, su pija y bolas. Cuando fue mi turno de metérmela en la boca, yo misma propicié algo muy similar a una cogidita rápida, en medio de unas arcadas y toses que a él lo enloquecían. También lo re calentó cuando le agarré la pija y le empecé a pegar en la cara a la Cele. Ella la atrapaba con la boca, y yo se la sacaba para volver a pegarle.
¡Así, cagala a pijazos a esta culona entangadita! ¡dale, que se lo merece, por hacerse la vaga en toda la clase! ¡Y, vos, chupala nenita!, pedía y pedía Juan, mientras yo seguía castigándole la cara a mi amiga, lamiéndole los huevos al profe, y pellizcándole el culo a la Cele, que se ponía más y más perra. También continuamos comiéndonos las bocas cada vez que teníamos la chance. De hecho, en un momento el profe nos pidió: ¡Andre, pasale la pija a tu amiguita con la boca! Y eso, nos enloquecía todavía peor.
¡Ahora vos, pasásela a la gordita sucia, que la muerde re rico, y me la babea como una diosa!, le pedía luego, mientras yo la ayudaba a la Cele a sacarse la tanga. Apenas el profe nos vio, rompió el hechizo de nuestra mamada feroz. Alzó a Celeste como si no pesara más que un osito de peluche, y la tumbó en el largo banco de madera. Le abrió las piernas, le re manoseó las tetas, y luego se sumergió para que su boca y olfato se reúnan con su sexo. Yo me quedé ahí, congelada, viendo cómo ella empezaba a gimotear, a pedirle que de una vez por todas se la chupe, o le haga algo. No podía ver lo que pasaba. Pero sí lo escuché decirle: ¡Al final, la que anda con olor a pichí, sos vos, mala amiga, y no la gordita! ¡Así que, ahora te vas a dar vuelta! ¡Vamos, date vuelta pendeja! ¡Acá, el profesor soy yo! ¡No te olvides!
Ella lo hizo, evidentemente decepcionada porque, él no le hizo nada en la chucha. Entonces, empezó a darle nalgadas, mientras le ponía la pija en la boca, y con la otra mano trataba de hacer contacto con su vagina.
¡Dale nena, vení, no te pierdas la fiestita! ¿O ya no querés más lechita?, me dijo de golpe, arrastrándome como si mis pies no pudieran llevarme hasta ellos. Así que, me sumé a mamarle la pija, ya que a Celeste se le hacía difícil estando boca abajo, con la cabeza medio de costado. Ella lloriqueaba, le pedía al profe que se la meta más adentro de la boca, y que la pajee más rápido. Yo, sentía que la piel me quemaba, y que el sabor de la saliva de Celeste con los líquidos de mi profe, era sencillamente exquisito. Y de pronto, el profe detuvo sus nalgadas, porque Celeste empezó a temblar.
¡Date vuelta nena, vamos, y abrí las piernitas! ¡Vos, arrodillate entre las piernas de tu amiga, y olele la concha! ¡Vamos, hacela acabar, que no da más la pobre! ¡Y, bajate el pantalón!, me dijo, al mismo tiempo que Celeste le obedecía lo más urgente que le daban sus sentidos. Yo ya no me cuestionaba nada. Me hinqué pegadita al banco, entre las piernas de Celeste, y empecé a olerla, con el pantalón en los tobillos. Juan me manoseaba el culo, primero con las manos. Luego me la tocaba con esa tremenda pija, la que aprovechaba a introducir por entre los costados de la bombacha. ¡Era cierto! ¡Celeste tenía un olor a pichí hermoso! ¿Cómo podía ser?
¡Dale Nena, comeme la concha, meteme la lengua, y chupame el clítoris!, me pidió Celeste, muerta de ansiedad, mientras la pija del profe comenzaba a rozarse con mi vagina. Como yo tenía el culito parado, eso lo tentaba a pellizcarme, nalguearme y tratar de calzar su pija en mi concha, que ya se desesperaba por sentirla toda adentro.
¡Dale profe, arrancame la bombacha, y cogeme, largame toda la leche adentro, no pares hasta acabarme todo adentro!, le dije, en un acto de apurar las cosas, porque yo tampoco podía soportarlo más. Al mismo tiempo, el aroma de la concha de mi amiga me animaba a tirarle más el culo hacia atrás. Hasta que de repente, sentí algo así como un fuerte desgarro, y luego la calma. Pero no tardó en comenzar un aguerrido mete y saque, un fuerte y alocado vaivén de su pija cada vez más clavada en mi concha, mientras mi boca le succionaba el clítoris a Celeste, que empezaba a mojarse cada vez más.
¡Es cierto que tenés olor a pis, pendeja puta! ¡Dale taradita, largá la lechita en mi boca, dale putita, dame tu leche!, le decía para ayudarla a llegar a su orgasmo, el que amenazaba con aturdirla largamente.
¡Tomá, gorda puta, gordita comilona, me encantó cómo me babeaste las bolas, y cómo me mordiste la verga! ¡Vos sos una gorda puta, y muy cochina!, me decía el profe, entrando y saliendo de mi sexo, arremetiendo con todo. Y, sin más, justo cuando la voz de la mamá de Celeste se oía desde el garaje de la casa, el profe empezó a dar unos alaridos de otro mundo, mientras sus manos recias apretaban mi cintura contra su cuerpo, y su leche empezaba a borbotear en mi interior. La verdad, pensé que se estaba meando adentro de mí, por la cantidad, lo caliente y la duración de esa tremenda acabada. Al mismo tiempo Celeste empezaba a dejarse fluir en una oleada de cataclismos. Se mojaba como nunca me la había imaginado, mientras yo me llenaba toda de la lechita de nuestro profe. ¿Pero, realmente me llenaba?
¡Dale guacha, sentate bien, que tengo un poquito más para tu boquita! ¡Dale perrita, dale que ya acabaste! ¿Te hizo acabar la boquita de tu amiga? ¿Viste? ¿Y la pasaste bien?, le decía el profe, mientras yo trataba de alertarlos de la llegada de la mamá de Celeste. El profe, sin embargo, una vez que me dejó sin la protección del calor de su cuerpo, vacía de la electricidad de su pija, le arrancó los pelos a Celeste para que baje la cabeza, y le encajó el pito en la boca, donde pudo verter un chorro de leche, luego que ella se lo mamara un ratito.
¿Te gusta el gustito de la concha de tu amiga? ¡Dale cerda, chupá, que para vos también hay lechita!, le decía, justo antes de empezar a retorcerse una vez más, disfrutando de un orgasmo soñado, quizás imposible de vivir otra vez. Celeste eructaba, se babeaba, se apretaba las tetas y dejaba que su garganta resuene por la forma que tenía de apresarla, hasta con su campanilla.
Entonces, el profe vislumbró luces en el interior de la casa, y entró en pánico.
¡Chicas, por favor, pónganse la ropa, y límpiense un poco! ¡Andre, vos, estás súper mojada! ¡Bueno, yo, ya, digamos que hace rato que me tenía que ir! ¡Disculpen, pero, bueno, ya quedamos para la semana que viene! ¿Les parece?, decía Juan, buscando sus pertenencias, mientras se acomodaba la ropa, miraba la hora y respondía un mensaje.
¿Alguna de las dos tiene la llave de acá?, nos preguntó, con la mano en el picaporte de la puerta que comunica el patio con la casa. Celeste, así como estaba, con la chuchi caliente, desnuda y con la leche del profe en la cara, se acercó para darle las llaves, y volvió al banco para abrazarme. Yo seguía en tetas, con unas ganas de hacer pis que no podía más, y con una sed tremenda. Pero, al fin, cuando el profe y su poronga inolvidable cruzaron la puerta de la casa, y lo escuchamos hablando con la mamá de Celeste, con toda la normalidad, supimos que estábamos solas, alzadas, mirándonos como dos desconocidas, pero amándonos como nunca. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Te leo siempre, Ambar. Me recalientan tus relatos de putitos. Son los mejores de la web. Espero que hagas algunbo pronto. Beso!
ResponderEliminarHooooliiiiis! Bueno, no he escrito mucho de putitos, pero si me lo sugerís, a través del mail, por ahí poremos armar la historia juntos. Te espero por allí. Besote!
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