"Otros ratones": Mi caramelito por AmoElegante

 


 

 

 

 

 

 

La verdad es que, a mi natural calentura, se le sumaban los ratones que me permitía alimentar el tiempo libre del que disfrutaba en esos días de vacaciones.

No faltó mucho para darme cuenta de que iba cada día a la playa con la esperanza de ver, aunque más no fuera, a mi lolita tomar sol delante de mí, pero ella, sin saberlo (¿o sí?) se encargaba de alimentar mis ratones desde que, en una oportunidad, se cruzaron nuestras miradas y le insinué una disimulada sonrisa que me devolvió medio sonrojándose y agachando la cabeza.

A partir de ahí, mientras tomaba una cerveza bajo la sombrilla o me calzaba los auriculares para escuchar a Maroon 5 desde la playlist que alguno de mis hijos le marcó en el celu a mi mujer, me regalaba espiándola disimuladamente por entre los lentes, a lo que ella, acostada boca abajo sobre el sol, su mentón apoyado sobre sus manos cruzadas delante, me clavaba los ojos y, al tener mi atención, desviaba rápidamente la mirada hacia mi mujer para volverla a clavar en mí, con una sonrisa cómplice, la que yo imaginaba como queriendo decir mil cosas. Lo que me calentaba hasta lo indecible, creando en mi cabeza escenas descabelladas e impracticables.

Aquel grupo, vecino de sombrilla, podría haber sido cualquier grupo de personas. Todo, menos un “grupo” compuesto por una mujer madura y tres “niñas”. Sobre todo, para las elucubraciones de mi mente llena de tentaciones. La pendejita más chica solo conseguía de a ratos, que la supuesta madre le diera algo de bola, haciéndole abandonar la lectura con cierto fastidio, para acompañarla al agua o comprarle un helado. La que parecía la hija mayor, era un “ente”. Llegaba, se quitaba la remera que tapaba un torso en el que se marcaban un buen par de gomas, pálido y apenas cubierto por una malla que no tenía ni mostraba ninguna gracia. Volvía a acomodarse el piluso sobre el cabello medio cortito y desarreglado que tenía, y se sentaba a leer debajo de su sombrilla, de donde no saldría casi hasta el momento en que decidían irse.

Y estaba mi lolita, que parecía de “otro universo”. Se la veía viva, más normal y movediza que el resto, inquieta, fiel reflejo de la edad que aparentaba tener. Aunque, lo suyo era el…glamour! Toda su actividad (ponerse o quitarse los lentes, desvestirse al llegar, guardar o buscar sus cosas, acostarse sobre la esterilla o simplemente el estar sentada, era hecho…glamorosamente. Todo movimiento era absolutamente natural, pero seductor, como estudiado y practicado, como si estuviera actuando, pero no…era natural y eso me subyugaba. La década del 50, sin haberla vivido claro está, es una que se me ocurre que era de alguna manera así. La moda de las mujeres, de cinturas de avispa, amplias polleras acampanadas a lunares, escotes pronunciados y pechos sugerentes, labios rojos, tacos altos y, en ocasiones, sombreros…Los varones de trajes o sacos sport, pantalones amplios, camisas abiertas…cocteles, salones de fiesta, rock naciente mezclado con ritmos de Jazz, y, sin embargo, melodías lentas y sugestivas en las que parejas (parejas de hombres con mujeres, no como se ve ahora), se pegaban uno al otro en sugerentes y lentos pasos que tal vez los llevaran hasta afuera, al jardín, en donde compartiendo un cigarrillo ocurría aquel primer beso que era el preámbulo de un recorrido más profundo de sus cuerpos, según fuera avanzando la noche entre sábanas de raso color negro. ¡Que sugestivas imágenes me transportaban a aquella época!

Ella era, o representaba para mí, en chiquito de aquello que ahora…. toda la sugestión que me provocaban esos años, y que mi lolita evocaba en su ropa, sus modos y hasta en sus sugestivas miradas…Está demás decir que hubiera mandado las sombrillas y los usuarios al carajo y me habría regalado con ella, solo con ella, allí mismo. Hasta la timidez que resonaba en su voz me parecía cautivante. ¡Y eso que apenas le decía dos o tres palabras a su madre, o a la chiquita!

Una tarde, de terrible calor, me fui al agua para despejar mis ratones y enfriarme un poco, porque no podía dejar de mirarla y ratonearme. Me di un buen chapuzón y nadé unos minutos a lo largo de la playa, separándome sin darme cuenta de la línea de sombrillas en que estaba. Cuando me percaté de cuanto me había alejado, me puse de pie para emprender la vuelta, mientras me acomodaba el short de baño que, por la fuerza del agua, se me había subido algo. Al levantar la vista, mientras caminaba distraídamente, me cruzo a mi lolita que iba a meterse al agua, y pasando a mi lado como una exhalación, sin detenerse ni mirarme, me pregunta al paso: “ya te vas?” siguiendo su camino a alguna parte más profunda del mar.

“Necesitás un papi que te cuide mientras jugás en el agua?”, fue mi respuesta, para poner distancia sin rechazar nada, mientras daba unos pasos como siguiéndola, mientras sentía otra vez subirme la calentura. ¿Cómo, o por qué se me habría ocurrido ser tan lanzado? Seguramente se cagó de risa, pensando que era un baboso más del montón, y se zambulló de cabeza, hundiéndose en el agua revuelta. Yo no podía olvidarme que estaba a la vista de mi jermu, y también de la familia de la susodicha. Aunque entre la multitud era indescifrable el confirmar si nos veían o no.

Di media vuelta con los pensamientos perturbados por lo que acababa de decirle, y volví a guarecerme del sol bajo mi sobrilla y mis lentes oscuros, para que no se notara a donde dirigía la vista. Aunque, al hacerlo, crucé miradas con la mayor de las tres vecinas, “la del piluso” insulso, que me mantuvo la mirada con gesto serio unos segundos, y la bajó después para proseguir con su lectura. Por un momento se me hizo que pudo haber escuchado mi insolencia hacia su hermana, o prima, o qué sé yo. Pero enseguida deseché ese fantasma. ¡Estábamos muy lejos!

Veía volver toda mojada a mi lolita, luego de observarla patalear y flotar entre las olas. Ahora sabía que no eran ilusiones mías, o al menos no todas. El hecho de tutearme a pesar de la edad, el preguntarme, la risa por mi respuesta, el brillo de sus ojos llenos de picardía… todo me indicaba que estaba en el camino cierto. La pendejita se mostraba, al menos, dispuesta a jugar, o a seguirme el juego, y, aunque sea hasta ahí, parecía que se animaba. Yo buscaría la forma de ponerle más picante, o de boludearla un ratito. Al fin y al cabo, en estos tiempos las pendejas sueñan con un madurito que las mordisquee, besuquee y nalguee toda la noche. ¡Dios mío! ¿Por qué mi mente viajaba tan lejos de mi consciencia?

El hotel en que me alojaba con mi esposa no era un edificio monolítico; sino pequeños edificios de 2 o 3 departamentos por piso, regados en un amplio predio verde muy arbolado de grandes y altos eucaliptus. Había bastante gente, a pesar del rebrote del puto COVID. Pero, todo el mundo estaba alerta y con todos los cuidados del caso a disposición. Aunque algunos, como mi esposa, ya estaban asqueados del tema.

Tenía en el parque dos piletas, con una de ellas cubierta por un recinto vidriado y de agua tibia. Normalmente no las usaba a ninguna de las dos, pero una tarde que refrescó de repente corriendo a todo el mundo de la arena, como suele suceder en nuestras playas, el viento y la caminata de regreso, me tomaron mojado, malhumorado y desanimado al no ver a mis vecinas. Por lo que llegué al hotel en menos de lo que tarda un suspiro en esfumarse, empapado y muerto de frío. Mi mujer prefirió aprovechar para subir al cuarto, pegarse una ducha y tirarse un rato a descansar con alguna película, ya que era temprano. Yo, opté por probar como era eso del agua tibia en una pileta, y de paso templarme un poco. Además, con mi mujer no coincidimos en lo que se refiere a películas. Claramente, por el desbande que armó el abrupto cambio de clima, tampoco había gente por ahí, excepto un viejito con los pies en el agua de la pileta exterior, pero tapado con un toallón sobre los hombros, y con su sombrero calzado hasta las orejas.

De pronto se había oscurecido el cielo por la tormenta que amenazaba, y parecía que al anochecer le urgía adelantarse. Húmedo y con frío, fue un delirio de placer zambullirme en la pileta de agua tibia. A pesar que la penumbra era disipada en parte por la tenue lámpara del recinto, este espacio estaba tan desolado como el exterior, y la sensación de soledad e impunidad invitaba a cerrar los ojos, recostado contra el borde de la pileta, entregado a disfrutar cómo la corriente de agua tibia recorría cada centímetro de mi humanidad, tratando de relajarme, dejando por momentos a mi mente en blanco. Esa sensación de paz y soledad fue de golpe interrumpida por el ruido de un chapuzón en el agua, el de alguien que acababa de meterse con todas las ganas del mundo, aunque en el otro extremo de la pileta. El/la que interrumpió mis cavilaciones era una mujer, pero la distancia, al otro extremo y la semi penumbra del lugar, no me permitía mayores precisiones.

De repente, y como suele pasar en nuestra costa cuando el viento sopla fuerte, se cortó la energía, y con ello se apagó la luz de la única luminaria del natatorio. El viento se había incrementado furioso, y seguramente algo había saltado en alguna parte dejando toda la zona sin electricidad. Tanto es así que tampoco las luminarias de la calle ayudaban a disipar la penumbra. A duras penas se alcanzaba a ver el brillo de la superficie del agua, gracias a la tenue iluminación que llegaba desde el exterior. Veo el agua alborotarse a mi alrededor y, de pronto, alguien que me toma de la cintura para hacer fuerza, darse envión y salir del agua frente a mí, diciéndome con una vocecita vagamente familiar: “Ahora si quiero un papi que me cuide y espante los monstruos de la pileta. A lo mejor hay tiburones, y yo les tengo miedito”.

¡Era mi lolita! Quien levantando los brazos y empujándose desde el fondo de la pileta, me tomó un poco de un hombro y del brazo, así, apoyado contra el borde de la pile como estaba. Se colgó de mi cuello y me rodeó la cintura con sus piernas, ¡prendiéndose a mí como un coala a un árbol!

¡No podía creerlo! Estaba en el mismo hotel, y seguro me había visto entrar a la pileta en soledad.

La obscuridad y tranquilidad del natatorio hizo el resto en ese momento. Mi único dilema era si tomar la iniciativa y avanzar, o si dejarla hacer, disfrutándola dándose el gusto a su forma, y que las cosas simplemente fluyeran. Me sedujo más esto último, y le di la orden a mi cerebro para que se convierta en el devorador de cada una de sus intenciones. La abracé atrayendo su pecho sobre mí, y empecé a deleitarme con sus aparentemente inexpertos intentos por avanzar para disfrutar del cuerpo de un hombre maduro, a su voluntad. Hundió su cara en mi cuello, chupando y después mordisqueándolo, mientras su cintura se movía en círculos como buscando la forma con la que la zona de su entrepierna encajara conmigo. ¡Qué delicioso era su aroma a mujercita desesperada! Mientras la sujetaba de la espalda con una mano, acompañando levemente sus movimientos, subí la otra para tomar su carita y pegarle mis labios a los suyos para descubrir que, al menos en esto, demostraba cierta experiencia porque su lengua se hundió en mi boca, y sus labios se comieron literalmente los míos, al mismo tiempo que, con sus dos brazos en jarra alrededor de mi cuello, se apretaba contra mí, sin dejar de moverse con cierta sutileza al principio, frotando su vagina sobre mi entrepierna ya despierta y tiesa.

Entreabrí los ojos, sin dejar de besarla, para pispear disimuladamente afuera y percatarme que no había, ni se veía a nadie, por fuera del recinto de vidrios ya empañados. En un instante ínfimo, imaginé que mi esposa se aparecía con su camisón floreado, y me descubría con semejante hembra en los brazos. Pero por suerte, todo se desvaneció en cuanto volví a reunirme con el cálido aliento de esa boquita en llamas. El viento sacudía la sombra que se alcanzaba a ver de los árboles, en la oscuridad. La luz no regresaba, y el agua hacía algunos remolinos a nuestro alrededor. Tal vez producto de nuestros propios movimientos. No me podía creer tener a este bomboncito pegado a mí, moviendo lujuriosamente su cintura contra mi sexo, aferrada a mí como un náufrago, pero ronroneándome como un gato satisfecho que espera su porción de leche diaria. Y la tendría. Justo cuando pensaba en cómo y a dónde se la vertería, sentí un espasmo estremeciéndome los huevos. Expresión ineludible de que mi fábrica seminal le preparaba flor de merienda a esa nenita confianzuda y radiante.

Ella, llevaba puesta la misma maya, de corte antiguo, que a la tarde. La que me volvió loco. El corpiño sin breteles y las copas que apretaban sus pequeñas, pero bien formadas gomas. Entonces, sin dejar de comerle la lengua, y al sonido de sus gemidos “Mmm… Mmm…” chiquitos y agudos, como si estuviera disfrutando un postre, se lo bajé presuroso con una mano y, mientras le apretaba un pezón entre dos dedos, la hice subirse más arriba de mi pierna para que su teta me llegara a la altura de la boca y así poder lanzarme a mordisquear y baboseársela toda con facilidad, ya que el agua aligeraba su peso sobre mí. ¡Qué mezcla de sensaciones hermosas! Su piel tibia y suave como el agua, su pezón pequeño infantil, rosado y durito pidiendo ser mordisqueado entre mis labios, el olor de su pelo, su voz cantarina, ¡Y todo eso para mí! Con una mano la sujetaba de la cola, empujándola hacia arriba y abajo, y con la otra jugaba con su otra teta, arrancándole gemidos que más me calentaban aún. Para colmo, mi pija endiablada se apretujaba más bajo sus roces y fricciones. Ella estaba como desenfrenada, desaforada, como si estuviera dando rienda suelta a ganas contenidas, no sé si de mí, o de un varón cualquiera, o de una pija mundana y corriente entre sus piernas. Pero esa calentura que la dominaba, me enloquecía hasta los demonios, tentándome a manosearla sin límites, mientras ella se agitaba y retorcía descontrolada contra mí, en un claro signo que ya estaba alcanzando un orgasmo contenido y divino que terminó con su cuerpo tiritando contra el mío, y mis labios mordidos controladamente por los suyos.

Mi verga, ya dura como un palo, quería también participar de aquel juego que se avecinaba. Por lo que aflojé un poco la presión de mis brazos, para que ella baje con precipitación hasta ubicarse en aquella posición, sobre mí, con su concha frotándose contra mi verga ya dura. En eso estaba cuando, de pronto, veo dos manos que, apareciendo desde atrás de ella, se prenden a sus gomas, como adueñándoselas lentamente y, por detrás de su cuello, surge del agua la cara de “la del piluso” quien, apretándose contra la espalda de mi lolita y dejándola en sándwich entre nosotros me susurra, sin bajar la mirada con la que me clavaba: “¿a vos también te gusta mi caramelito?”

No sé qué mierda tenían que ver una con otra, si eran primas, hermanas o no sé qué, pero por la tranquilidad con que la lolita, apoyándose y moviendo el pubis lentamente sobre mi pija, sacaba la colita hacia atrás para que la otra se la frote con su concha mientras se movía con las gomas al aire manoseadas por la otra y sobre mí, seguro se amasijaban una con la otra desde hacía tiempo.

¡La situación me voló la cabeza! La piluso, como si yo no estuviese, y prendida a las gomas del caramelito que, compartíamos en apariencia, se la “cogía” frotándose la concha contra su cola y ella, disfrutando de eso le seguía el compás sin soltarme y aprovechando las sacudidas de atrás para refregarse contra mí. A la Piluso se le caían hilitos de baba, y la otra daba vuelta su rostro para atraparlos en el aire. En un momento vi que la chiquita le mordió los labios, y que ella le respondió: ¿Qué calentura tenés bebé! ¿Y no me pudiste esperar?

Yo estaba por explotar, y no me entraba una sola paciencia más. Así que, como ella se sostenía solita de mi cuello, descendí ambas manos al agua, y bajándome el short como pude, logré extraer mi verga de su encierro mientras le metía mano a su entrepierna. Mis dos dedos resbalaron en su interior y, a pesar de estar sumergida en el agua tibia, ese juguito resbaloso venía de su propia calentura, y no del calor de la pileta. Tenía la vulva apretadita, redondita como un damasco, con algunos vellos, y bastante sensible a mis dedos, a juzgar por sus gemiditos urgentes.

¡Meteselá papi, metéselá, que te lo está pidiendo!  Me sugirió la piluso asomada por sobre el hombro de mi lolita, quien, sin esperar una reacción de mi parte, soltó una de las tetas que le amasaba con fervor y metió esa mano por entre sus piernas. Se agarró de mi tronco, sin esforzarse por buscar demasiado, mientras me decía insuperable: “dejame que se la meto yo”, y le refregó mi glande hinchado entre los labios a la lolita, hasta que logró introducírselo. Yo quería disfrutar cada segundo, cada milímetro que mi verga le ensartaba. Sentía el fuego de esa concha jugosa y apretada, y los roces del pubis de la otra en las nalgas de mi presa. “¡Te gusta calentar a los maduritos bebé! ¡Qué putita te ponen! ¡Pero, acordate que no podés mandarte sola, y no convidarme!”, le decía la otra, chuponeándole el cuello con unos ruidos que reverberaban en la estancia con cada vez menos vapores. Yo quería que fuera suave, a mi ritmo, cadencioso y profundo. Pero no pude. Yo no era el que decidía nada en absoluto. La situación de estas 2 frotándose sobre mí, dentro de una pileta tibia, en la penumbra y con una menor de edad ensartada en mi pija más el peligro de ser descubiertos si volvía la luz, pudo más que todos mis deseos… y de un golpe, mi pija se enterró hasta las pelotas en su concha, que la recibió como un premio. De repente, unos deslices, su gemidito insolente, unos chupones con la otra, y tal vez las dos o tres nalgadas que se ganó por contestarle algo que no recuerdo, la estimuló a comenzar un sube y baja frenético, esperado, urgente que comenzó mientras clavaba sus uñas en mi espalda. La otra le mordía la oreja desde atrás sin dejar de sobarle las gomas.

La pendeja me mordía los labios sin dejar de gemir. Sentía a su amiguita frotándole el orto y manoseándole las gomas, mientras cabalgaba sobre mi pija metiéndosela y sacándola casi completa en cada embestida. Por lo que, a los minutos, y no mucho más que eso, empezó como a convulsionar en una acabada apoteótica que me hizo explotar a mí también, sintiendo cómo mi sabia caliente le llenaba el interior.

¡Eeeesooo, asíii, largala toda papi, dejala toda llena! ¿Te gustó mirarla en bolas en la playa? ¿Viste cómo se le para la colita, y cómo le quedan las mayitas que se pone? ¡Es una zorrita! ¡Dale, llenala toda, dale la lechita, que se la merece, por andar troleando con los maduritos!, me decía la extraña mentora de uno de los mejores polvos de mi vida, mientras mi semen me ardía en la punta de la pija de tanto fluir y fluir en los adentros de esa florcita silvestre, juvenil y prohibida. No pude dejar de abrazarlas, con todas mis fuerzas contra mí, como queriendo no terminar nunca de llenarla, y hubiera querido que mi leche fuera eterna para que le rebalsara la concha y me dejara prolongar el placer que sentía, aquel que tanto había imaginado bajo mi sombrilla, mientras mateaba con mi mujer, y que ahora se me hacía realidad.

De repente volvió la energía eléctrica, que milagrosamente se había cortado, y con eso, aunque siempre pálida, se iluminó el natatorio, sin privaciones. Por lo que, instintivamente los tres nos sumergimos bajo el agua para salir por extremos opuestos de la pileta, ya con las mallas medianamente acomodadas y disparados fuera del natatorio sin siquiera mirarnos, como si ni nos conociéramos. La otra le decía a mi lolita que, más le valía no haberse meado en la pileta, y entonces, la vi sonreír con esa magia que lo iluminaba todo, mientras el viento ya no rugía, y se oía desde algún lugar una canción electrónica.

Me temblaban las piernas del esfuerzo prolongado (de piernas y de pene) pero me abrigué envolviéndome en la bata de toalla. En la barra de la pileta pedí un whisky, el que me senté a saborear, sorbo a sorbo, mientras revivía cada segundo de los minutos que acababa de vivir. ¿O es que siempre estuve sentado acá, y aquello solo fue un sueño?     Fin

Comentarios

  1. Muchas gracias mi musa!

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  2. Anónimo26/7/22

    Y si loco, no pueden tirar un relato así sin que un pobre iluso espere una saga de al menos 45 capítulos!!! Bueno, no, ya sé, pero una continuación a este no sería mucho pedir.
    Ya de un tiempo a esta parte cuesta encontrar relatos que atrapen, es como mas de lo mismo siempre, pero si son escritos así, con la palabra justa para la ocasión, uno no puede solo desear seguir leyendo, es que es el oro de los árabes. Gracias por las letras.

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