Tu niñera feliz (Segunda parte)

 

Finalmente, no pude estar el día de su cumpleaños. Alicia, la mamá de Matías me había llamado al cel para avisarme que sus abuelos lo iban a llevar a pasear, y que, a la vuelta, seguramente se reuniría con los tíos. Me dijo que, como era jueves, no daba para organizarle una juntada, ni fiestita, ni nada. Y el viernes, yo no pude ir a cuidarlo porque mi mamá tuvo una recaída con sus cuestiones de salud. Así que, me la pasé todo el finde maquinando en mi cabeza. ¿Esa chiquita, Lucía, le habría regalado algo? ¿se habrá animado mi nene a pedirle un beso? ¡Por ahí, el chancho soñó conmigo, o con su profe de biología! ¡Uuuf, cómo debe haber dejado las sábanas! ¡Qué rica es su lengua, y esa boquita! ¡Me vuelve loca que tenga los labios tan carnosos! Pero tenía que controlarme. Después de todo, justamente, él es un nene, y yo podría verme en problemas si me pasaba de la raya. Aunque, él tampoco se mostraba reticente a mis avances paulatinos, y no tanto.

El lunes me reuní al fin con él. Le preparé sus milanesas favoritas, le regalé un chocolate Águila, le conseguí un MP3 con las mejores cumbias villeras, “Las que su madre no le deja escuchar”, y una remera de Damas gratis que conseguí en una feria boliviana. Él estaba chocho con los regalos. Aunque enseguida percibí que me olfateaba como si quisiera reconocerme. Sabía que le gustaba mi perfume. Pero, lo más lindo fue su amplia sonrisa al escuchar mi voz. No me desobedeció cuando al fin y al cabo lo mandé a dormir la siesta. Tenía muchas cosas que hacer para la escuela, y según su madre, venía medio atrasado. Tuve que retarlo cuando descubrí que estaba escuchando el CD que le regalé. Pero después todo estuvo en calma. Todo, excepto cuando lo fui a despertar. Él se había olvidado de ponerse su alarma, y, supongo que perdió la noción del tiempo. Es que, cuando entré a la pieza, estaba en calzoncillos, boca abajo, y con un despelote incuestionable sobre la cama. Las sábanas destendidas, la almohada por cualquier lado, su ropa hecha un bollo, y, ¿un pañal? ¿Eso había visto? No estaba del todo segura, porque ni bien abrí la puerta vi que se esforzó por ocultarlo entre sus piernas. Empezó a pedirme que me fuera, que todavía no era la hora de levantarse, que no podía entrar sin golpear, y otras cosas que no recuerdo.

¡Escuchame Mati, ya son las 5 de la tarde, y tenés que hacer un montón de cosas para el cole! ¡No sé qué habrás estado haciendo! ¡Pero, ahora levantate, que yo te ordeno la cama!, le dije. Él, inmediatamente cambió su mal genio por algo parecido a una culpa, o un nerviosismo que lo hacía tartamudear. Lo dejé solo para que se levante, y ni bien se sentó en la mesa a merendar, y yo le puse su café con leche con tostadas, se me ocurrió preguntarle: ¿Anduviste soñando con chicas, picarón? ¿O, con una solita? ¿Con tu profe? ¿O con esa nena chancha que va a la escuela con la bombacha sucia? ¿O, con alguna otra que no me contaste?

Por suerte, mis preguntas indiscretas lo hicieron reír. Y cuando estuve a punto de irme para ordenarle la pieza, balbuceó: ¡La verdad, soñé con vos! ¿Pero, no te enojes, ni se lo digas a mi, bueno… mejor dicho, a nadie!

¡Obvio que no le voy a decir a nadie! ¡Yo soy buena con vos nene! ¡Pero, con la condición de que me cuentes todo ese sueño! ¿Tenemos un trato?, le iba diciendo mientras caminaba hacia la silla que había a su lado para sentarme, expectante y curiosa. Matías no parecía decidido a hablar. Hasta que le puse una mano en la pierna prácticamente desnuda, porque tenía puesto un short, y le dije haciéndome la nena buena: ¡Daaale, contame todo, que me interesa mucho saber qué pasó! ¿Seguro que no te quisiste hacer el vivo conmigo en ese sueño?

No se animó a romper el silencio tan rápido. Pero, después de reírse, porque yo no paraba de rozarle la pierna con las uñas como para apurarlo, ni de alejarle las tostadas para que no se distraiga, al fin dijo: ¡Pero, te vas a enojar, o, me vas a decir que estoy loco!

¡te prometo que no me enojo! ¡Y no te voy a juzgar! ¡Así que, contame!, le dije entonces, apoyándole mi cabeza en el hombro, sabiendo que mi perfume lo tranquilizaba, “o lo excitaba”. Entonces, después de tragar con cierta dificultad una tostada, empezó a hablar.

¡Bueno, O sea… Vos, eras vos, ¡pero no en realidad! ¡Yo, estaba en mi pieza, y vos aparecías! ¡Era raro, porque, yo estaba en mi cama, sentado y tapado! ¡Vos me insistías con que me levante a hacer la tarea! ¡tenías menos edad, y, me decías que, si no me levantaba, me ibas a poner las tetas en la cara! ¡Yo, encima, estaba, bueno… digamos que, estaba en pañales! ¡Pero, era un sueño!, decía con precipitación, como si aquello le hubiese costado un triunfo.

¿Y qué pasó después? ¿Cómo es eso que, “estabas en pañales?, le pregunté, tan sorprendida como intrigada. Recordé entonces que, una siesta, mientras le ordenaba un poco la pieza, vi unos 4 o 5 pañales en su ropero, justo donde guardaba sus remeras y camisetas. Me pareció raro, pero, supuse que “OBVIAMENTE” no serían de él, y preferí no preguntarle, ni tampoco a su madre. “Realmente, no te concierne”, me dije, y lo olvidé. ¡Pero, ahora mismo, si la vista no me engañaba, vi un pañal en su cama!

¡No sé, la verdad! ¡Como digo, era un sueño! ¡Pero, la cosa es que, de repente me destapaste, y empezaste a reírte de mí, porque me viste!, continuó con cierta timidez, luego de beberse un trago de su café con leche.

¿Ah, sí? ¿Me reí porque te vi en pañales?, le dije, acercándome un poco a su cuerpo, corriendo un poquito más la silla. Él se rio, pero no respondió.

¡Dale Mati, no tengas vergüenza! ¡A tu mami no le voy a contar nada!, le dije, acariciándole la pierna, sacudiendo el pelo para que las brisas de mi perfume lo emboben un poco más. Él puso su mano sobre la mía, y yo percibí que algunos temblores se le contraían en la garganta.

¡Bueno, digamos que, de la nada, vos te acercaste a mí, y me empezaste a lamer, un poco la cara, y la pera! ¡Pero no te rías!, se apuró a solicitarme, justo cuando yo me impulsaba para reírme, más de un nerviosismo incontrolable que otra cosa. Entonces, le agarré las manos, vaya a saber por qué, y corrí la silla un poquito más.

¡Ta bien, si querés, te podés reír! ¡Porque, encima, en un momento, apareció Lucía! ¿te acordás que te conté de ella? ¡Bueno, cuando vos la viste, le dijiste que se acerque, y que me coma la boca! ¡Yo estaba, digamos, con todas las ganas de darle un beso! ¡Pero, eso no pasaba! ¡Y, encima, vos la retaste, por andar con olor a pis, y te reíste de ella!, concluyó al fin, llevando a su voz a un susurro casi imperceptible. Entonces, yo decidí que lo mejor era apurarlo. Fundamentalmente, porque a medida que me acercaba más a él, descubría que un leve olorcito a pipí surgía de su ropa, o tal vez de su piel.

¡Escuchame Mati! ¿Y yo la retaba a ella? ¿O también te retaba a vos? ¡Digo, porque, esta tarde, me pareció ver un pañal en tu cama! ¿Usás pañales vos? ¿Y, tu mami no lo sabe?, le dije, acercándole la boca al cuello. Ahora sí que empezó a temblar, y a retroceder involuntariamente con su cuerpo.

¿Qué? ¡Naaah! ¿Pañales, yo? ¡Para mí que viste mal! ¡Ya soy grande! ¡Y, vos sabés que no uso!, intentó defenderse, mientras una de mis manos le acariciaba la parte interna de la pierna, y mis labios hacían contacto directo con la parte expuesta de su cuello.

¡A mí no me mientas, pendejito! ¡Sí usás pañales! ¿Te divierte eso? ¡Decime la verdad, o te empiezo a morder el cuello!, le decía, rodando con mis labios y rozándoselo un poquito con los dientes. Él se reía de una forma incontrolable, intentando tumbarse hacia atrás, corriendo el riesgo de caerse de la silla.

¡Te descubrí, nenito chancho! ¡A vos te gusta eso de los pañales! ¡Y decime! ¿Ahora estabas haciendo chanchadas con el pito en tu cama?, le dije, decidida a derrumbarlo por completo. Sabía que no me delataría con su madre, porque tal vez le estaba haciendo vivir el momento más feliz de su vida. Pero aún así, seguía dispuesto a no revelarme nada.

¡Pero, yo te estaba contando mi sueño!, deslizó en un arrebato desesperado de retomar la charla, nervioso porque ya mi lengua le humedecía el cuello, y poco a poco mi boca subía por su mentón.

¡Bueno, pero, esto no es un sueño chiquitín! ¿No querés que, en vez de la piojosa de Lucía, te coma la boca yo? ¿Acaso no estás buscando eso?, le decía tocándole los labios con la lengua, tratando de tocarle también la punta de la nariz. Él se desesperaba, tiritaba y comenzaba a transpirar. Además, pude mirar cómo se le iba parando la pija, y eso me impulsaba a tener menos recatos cada vez. Tartamudeaba cuando le reiteré la pregunta, y todavía más cuando le atrapé un labio con los míos para succionárselo.

¡Dale, contestame nene! ¿Te gusta esa nena? ¿O preferís que yo te coma la boca? ¿Ella sabe que usás pañales?, le insistía, esta vez introduciéndole de a poco mi lengua en su boca. Pero, de pronto, me sorprendió con una respuesta muy poco creíble.

¡No nena, vos no me gustás! ¡Sos re agrandada! ¡Te creés que sos la mejor!, me dijo, ni bien lo privé del sabor de mi lengua, y del aroma de mi aliento.

¡A mí me parece que tu pito no dice lo mismo! ¿Sabías que lo tenés paradito?, le dije, rozándoselo apenas con dos dedos, sintiendo el calor de su short, acaso por la humedad que emergía de su pene. Entonces, por la textura tan sublime que tuve de ese glande hinchado, supe que no se había puesto calzoncillo, porque la tela de su short era liviana y finita. Él volvió a llamarse a silencio. Pero respondía con torpeza a los besitos que le daba en los labios. Hasta que la sed de mis sentidos no pudo contenerse más, y mi cerebro lo condujo a llevarme el apunte.

¡Dale, bajate el pantalón, y mostrame ese pito! ¡Si me lo mostrás, te prometo que vamos a tu pieza, y te pongo un pañal! ¿Querés? ¿No querés eso vos, chanchito?, le propuse, sabiendo que me jugaba el laburo, la dignidad, la cabeza, y todo lo que ni siquiera podía procesar en ese instante. Él titubeó, pero ni bien le pellizqué una tetilla para jurarle que se lo decía en serio, puso sus manos sobre el elástico del pantalón, y se lo bajó apenas unos centímetros. De esa manera asomó apenas la puntita de su pene baboso, jugoso y gordito. Yo no esperé a que él termine el trabajo. Me agaché, me acomodé entre sus piernas y se lo bajé lentamente, pero cargada de ansiedades. Él se quedó helado, inmóvil, o asombrado cuando al fin su pene estuvo desnudo y erguido ante mis ojos. Me acerqué y lo tomé en mis manos. Estaba pegajoso, hinchado, tembloroso, lleno de latido s y cosquillitas. El calor que emanaba de su intimidad hacía aún más intenso aquel olor a pis que ya le había notado.

¡Mmm, Mati, me parece, que no es Lucía la que va al cole con olor a pichí! ¡Creo, que sos vos, el que no se baña, o el que hace cositas chanchas a la hora de la siesta! ¿Te hacés pis en los pañales? ¡Y acordate que no vale mentirme! ¡Yo vi muchos pañales en tu ropero!, le decía mientras me pasaba el pito por el mentón y las mejillas. Se lo olí, y él se puso un poco más incómodo. Resultado de eso, le costaba cada vez más hilar una palabra.

¿Qué pasó nene? ¿Al final tenía razón? ¡Contame, dale! ¿Qué hacés con los pañalines?, le dije mientras le sacudía el pito hacia los costados con delicadeza. Le di un chuponcito en el escroto, y casi se desmaya del placer que experimentó. Enseguida pensé en la posibilidad de que alguien pudiese tocar el timbre, o llamar por teléfono, o simplemente llegar de improviso. Así que, pese a todas las ganas que tenía de hacerle un pete, me levanté del suelo, le tomé una mano, le chupé dos dedos, y le dije, sin quitármelos de la boca: ¡Mati, mejor vamos a tu pieza, y jugamos ahí! ¿Querés? ¿Y me mostrás cómo te quedan los pañales? ¿Te gusta jugar a ser un bebé cochino? ¿Sí, nenito chancho? ¡A mí me gusta chuparles los dedos a los bebitos atrevidos, pajeros y soñadores, como vos!

Mientras le hablaba, yo misma lo ayudaba a ponerse en pie, y a seguirme los pasos hasta su pieza. No sé cómo hicimos para no tropezarnos con nada, ni para no tirar las tazas que había en la mesa, donde él se había afirmado para levantarse. Además, nunca le subí el shortcito. Por lo que le costaba un poco caminar cómodamente. ¡Me encantaba llevarlo con el pito al aire, apoyándole las tetas en la espalda!

Una vez en su pieza, le permití que se siente en su cama, y, fue allí que encontré la prueba que lo incriminaba. Justo debajo de un bultito que hacía su acolchado, encontré un pañal abierto, arrugado y algo húmedo, con las cintas pegadas a la sábana.

¡Mirá lo que encontré Mati! ¿Esto es tuyo? ¡Tomá, tocalo, y decime qué hacías en la siesta! ¿Viste que no había visto mal?, le decía, poniéndole el pañal en las piernas. Él lo tocó a regañadientes, y medio que trató de explicarme algo. Yo, antes que decida cualquier cosa, se lo quité de las manos y lo abrí. El interior todavía conservaba un hermoso montoncito de semen, y el mismo olor a pichí que se acumulaba en sus genitales. Se lo acerqué a la nariz, al mismo tiempo que le agarraba el pilín, y él se reía poniendo carita de asco.

¡Bueno, bueno bueno Mati! ¡por lo que veo acá, estuviste haciéndote la paja! ¡Hay semen en el pañal! ¡Así que, no te hiciste pis!, le decía, empezando a darle besitos en el pecho, bien chiquitos y húmedos. Los que descendían hasta su abdomen y volvían a subir hasta sus tetillas. A veces se las mordisqueaba suavecito. Todo eso, siempre con su pito duro en mi mano. El que pronto comenzó a estremecerse, a latir más de prisa, y a ponerse más caliente, fibroso y expectante. Así que, como ya sabía el desenlace, me lo puse en los labios, le di unas chupaditas, se lo escupí un poquito, volví a lamerle el tronco y los huevos, me lo metí otro ratito, y antes que termine de contar hasta tres, el pendejito empezó a retorcerse para los costados, a fregar el culo en el colchón, a gemir suavecito, a suspirar nervioso, y a eliminar un buen chorro de lechita caliente, espesa y de sabor dulce, aunque no tan blanca como yo la reconocía. No decía otra cosa que: ¡Guaaau, asíii, ¡qué rico lo hacés, me gusta cómo me chupás el pito! Y yo lo chistaba para que controle el sonido de su voz, por las dudas. Le encantó cuando le sacudía el pito entre mis labios abiertos, todavía pegoteado con sus últimas gotitas de leche, y que le lamiera los huevitos, tan lampiños como gorditos y acalorados.

Entonces, se me ocurrió que podía seguir jugando un ratito más con ese nene. Al menos, todavía su mami no llegaba, y el fuego de mi conchita necesitaba algo urgente que pudiera apagarlo. No le tenía mucha fe a ese pito, porque, para mi boca estaba más que bien. Pero seguía siendo un pito de nene, parado y todo. Y, de pronto, el muy turro estiró una mano, tal vez pensando en levantarse, y me tocó una teta. Eso terminó de encenderme. Así que, le puse una mano en el pecho para empujarlo contra la cama, y mientras le decía: ¿Usted ahora se queda acá, acostadito, que la niñera le va a poner un pañalín? ¿Querés?, le iba bajando de a poquito el calzoncillo. Le subí las piernas a la cama, le di un chuponcito en las tetillas, y me dirigí a su ropero, donde casi sin esforzarme, encontré 5 pañales.

¿Así que te gusta jugar al bebito? ¡Bueno, ahora, levantame la colita, que te pongo el pañal, así podés dormirte, hasta que venga tu mami! ¿Dale chancho, abrí las piernitas, y portate bien conmigo!, le decía, mientras le hacía cosquillas en los pies, abría el pañal, le tocaba el pito, y luego, empezaba a ponérselo con toda la tranquilidad del mundo. Él suspiraba, me decía que era la mejor niñera que había tenido, y que nunca se animó a pedirle a las otras que le ponga un pañal.

¡Pero yo soy distinta! ¡Y, ahora, que ya tenés el pañal puesto, tu niñera te va a dar la teta! ¡Dale, comeme las gomas nene!, le decía, mientras le acercaba las tetas desnudas a la boca, subida a la cama como en cuatro patas, con su cuerpo bajo mi soberanía, con la clara intención de frotar mi vulva en su pañal. El pito ya se le había puesto duro de nuevo, y más se le paraba a medida que me mordía, chupaba y baboseaba las tetas. Yo le puse una mano debajo de la cabeza para dominar la profundidad de sus chupadas, y con la otra, le arañaba la espalda, o le metía dedos en la boca para que me los muerda, o le sobaba el culito, un poco para que su pubis se pegue más a mi sexo. Ya tenía la pollera en la cintura, y la bombacha era todo lo que cubría el agujerito de mi culo, que ya me palpitaba con un fuego indescriptible. Por eso, yo misma me enterraba algunos dedos mientras la humedad de mi bombacha permitía que mis refregadas contra el plástico de su pañal me acerquen cada vez más al orgasmo. Sabía que tenía el clítoris hinchado, y que cuando eso me sucede, me sobresale y se me vuelve súper sensible, aunque rudo, exigente y demandante. De pronto, Matías empezó a gemir, a morderme las tetas con menos escrúpulos, a decirme que quería metérmela en la concha, y a balbucear otras cosas que no recuerdo. Yo me bajé la bombacha, di unos cuantos saltitos con mi concha sobre su bulto, lo que lo ponía más ansioso y loquito, a juzgar por la forma en la que me pellizcaba lo que encontrara de mi piel, y cuando imaginé que estaba cerca de acabar, le desprendí el pañal todo lo rápido que pude. Pero, ni bien su pija entró en contacto con la superficie de mi vagina, el pendejo empezó a decirme: ¡Aaay, ay vaaaa, acaaaaboooo, daleee, dame tetita, y conchitaaaaa!

Seguramente el calor de mi sexo fue demasiado para las aspiraciones de ese nene, y no pudo controlarse, al menos hasta que el glande hubiese traspasado mi vagina. Y, entonces, mientras él suspiraba, se contraía y sudaba, yo me acomodé exactamente al revés sobre la cama, me arreglé la bombacha y me senté prácticamente en su carita, para fregarle la concha por donde fuese.

¡Dale, oleme nene, chupame, hacé lo que quieras… meteme los dedos, pegame en la cola, dale guachooo, bebote degenerado! ¡Comele la conchita a tu niñera, así aprendés, y después se la comés a la sucia de Lucía!, le repetía entre gemidos, una agitación que no podía soportar y los presagios de un orgasmo que me acorralaba. Yo le había abrochado el pañal una vez más, y después de eso le agarraba una manito para que me pellizque las tetas. Él, más o menos se las ingeniaba para hacer todo lo que le pedía con urgencia. Me pegaba en la cola, me olía como un condenado, trataba de tocarme la concha con la lengua, me mordisqueaba la bombacha, y metía con cierta torpeza sus dedos en mi vagina. Pero yo me servía solita de las frotadas de mi clítoris contra su pecho, su mentón, y deliraba cuando me retorcía algún pezón. No le entendía lo que intentaba decirme, y eso también me excitaba. Pensé en mearle la cara una vez que haya alcanzado mi orgasmo. Pero, cuando eso sucedió, fue en el momento en que empecé a escuchar voces en la cocina. Mati me había frotado el clítoris cuando hacía que me cogía por encima de la bombacha. Ahí fue que mi visión se nubló, que un mareo imperfecto me hizo sentir una luciérnaga, y que un inmenso mar de flujos comenzara a estallar desde el fondo de mis perversiones más absolutas.

¡Matiiii, soy mamá! ¡Llegué! ¡Traje alfajores!, decía la voz de Alicia, mientras sus pasos caminaban por el patio. Yo tomé las riendas del caso, gritándole: ¡Está conmigo Ali, no te preocupes! ¡Se está cambiando!

Entonces, una vez que me arreglé la ropa lo mejor que pude, me le tiré encima, le di un piquito, y después me pegué al oído para decirle: ¡Hacete pichí nene, dale, ahora, meate todo, así te cambio el pañal! ¿Querés? ¿Te gustaría que te cambie tu niñera? ¿O tu mami? ¡Dale, meate todo ese pañal, bebito!

Supe que lo hizo, porque, inmediatamente Alicia me llamó a la cocina, y tuve que correr a obedecerle. al rato, ella entró a la pieza de Matías, y lo descubrió en pañales. Lo supe por sus gritos, su extrañeza, y la furia de su voz. Matías, en medio de tanto griterío llegó a decirle: ¿Y por qué no viene mi niñera a cambiarme?       Fin

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