Cogeme las tetas


 

Estaba en tetitas. Recién había llegado del Gym, y no tenía ni puta gana de ir a ducharme. En realidad, ni siquiera había hecho demasiados ejercicios, porque mi profe no fue, y el caracúlico que lo reemplazaba, me caía pesado. Así que, ni bien llegué a mi casa me descalcé, me quité la camperita y la remera que tenía, revoleé mi top y me desplomé sobre mi cama. Estiré una mano hasta el cajón de mi mesa de luz para hacerme de un fasito que ya tenía armado, y de un encendedor. Planeaba clavarme los auris, poner mi lista de reggae favorita, y viajar un ratito con el humo y el sabor de un momento absolutamente mío. Hasta creo que me adormilé un toque después de un par de pitadas. Pero, enseguida la puerta se abrió, y los gritos de mi viejo me sobresaltaron.

¡Agus, por favor, te estoy llamando! ¿Otra vez con esas mierdas en los oídos? ¡Aaaah, y fumando esa porquería!, dijo implacable, adentrándose cada vez más en mi pieza. Pero, mientras yo le respondía que yo fumaba lo que se me antoja, que no lo había escuchado y miles de boludeces más, él se quedó parado al lado de mi cama, con sus ojos fijos en mis tetas.

¡Podrías vestirte un poquito al menos, cuando entro a tu pieza! ¿No? ¡Digo, porque, ese par de tetas, desconcierta a cualquiera mi bebé!, dijo de repente, sonando como un baboso repugnante. Pero, a mí me movilizó por dentro. Sabía que era mi padre, que su panza y sus manos grandes no podían despertarme el mínimo interés. De hecho, no me cabían los tipos grandes. O, al menos no me había percatado de eso hasta ahora.

¡Pa, esta es mi pieza, y el que entró a los gritos fuiste vos! ¡Así que, Sory, pero el desubicado sos vos! ¡Y encima me mirás las tetas!, le decía medio riéndome por la sorpresa, tratando de cubrirme los pechos con la almohada, y desperezándome sin gracia, aunque abriendo las piernas. Ahí percibí que el roce de mi tanga me generó algo que no pude explicar en ese momento, y tal vez por instinto, me palpé la concha.

¡Shhh, calladita nena, que yo soy tu padre! ¿O te olvidás que yo te vi el culo y la concha desde que eras una pendejita meona y cagona?, me decía, con los párpados como un dos de oro, las mejillas perladas de un sudor que lo iluminaba, pese a la penumbra de mi pieza, y sus pies lo hacían tambalear. La voz también se le endulzaba asquerosamente, y a mí me excitaba.

¡Papi, escuchate las boludeces que estás diciendo! ¡Dale, zafá de acá, y andá, que ya veo qué nos cocino! ¡Creo que voy a hacer unos bifes con ensalada! ¿Te pinta? ¿Mami no viene hoy? ¡Y, por las dudas, dejá de birrearla, que te ponés cargoso!, le decía, intentando llegar con una de mis piernas al suelo, pensando en levantarme y alejarme de su extraño comportamiento. ¡Pero, por qué se me mojaba la bombacha como cuando les comía la pija a los pibes del boliche? ¡Es tu padre boluda! ¡No es ningún hombre cualquiera! ¿Y, si lo que me calentaba era justamente eso? ¡Naaah, seguro me había re mal pegado el faso!

¿A dónde vas?, balbuceó de repente, como si tuviese prohibido bajarme de la cama. Yo atrapé el auricular que se me resbaló del oído, busqué mis ojotas con uno de los pies, y le saqué la lengua a mi viejo, sacudiéndome bastante porque, para colmo no encontraba el top, ni la remera. Eso hacía que las tetas se me bamboleen incontrolables, y mi padre no iba a perderse tamaña postal de su hija. Y, encima de todo, el short que tenía puesto me quedaba grande, y medio que se me caía si me movía demasiado. Era lo primero que pensaba en cambiarme una vez levantada.

¿Cómo le vas a sacar la lengua a tu padre así? ¡Sos una desubicada Agustina! ¿No te alcanza con andar en tetas?, me dijo mi viejo luego de patear mis ojotas lejos del alcance de mis pies. Yo me le cagué de risa, pero no pude hablarle. Solo lo carajeé por no dejarme vestir en paz, y él parecía disfrutar de mis berrinches.

¡Dale viejo, dejá de joder, que así no vas a comer más! ¡Y devolveme las ojotas, ahora!, le dije al fin, cuando logré calmar mi tentación de risa. Él hizo un gesto como que de ninguna manera. Y, de repente, sin entender por qué lo hizo, me quitó los auriculares y el celu de la mano, empujó mi pecho con una de sus manos sin tocarme las tetas contra la cama, y me subió las piernas. Después me agarró las manos, suspiró algo que no llegué a entender, porque en ese momento le estaba gritando en modo histeria que me suelte, y me tapó la boca con una almohada que yo misma le había tirado antes, cuando me pateó las ojotas.

¡No te olvides que soy tu padre, y que, en esta casa, todavía se hace lo que yo digo!, me rezongó como si buscara hacerme creer que me lo decía en serio, y acto seguido me soltó las manos. No estaba del todo segura qué era lo que quería con más urgencia. Pero, necesitaba arrancarme el short y mostrarle la bombacha, o encajarle las tetas en la cara, o pedirle que me nalguee como tanto me excita. Y, como si fuese una casualidad concreta y reveladora, en el segundo en que me distraje, noté una leve brisa bajo mi vientre, y la mirada de mi viejo totalmente perdida en el inicio del elástico de mi short, el que se me había corrido un poquito exhibiendo al fin el rojo de mi culote.

¡Guaaau, qué bárbaro! ¡Mi hija usa bombachitas rojas! ¡A esta creo que la vi colgadita en la canilla del baño un par de veces!, me dijo, torciendo su anterior expresión en una sonrisa más libidinosa que amable. Y entonces, mis ojos se fijaron al fin en lo que ocultaba su jean. Tuve miedo de perder el control, aunque por dentro lo deseaba con todas mis ganas. Sin embargo, él tomó la iniciativa cuando tomó mi pie derecho y lo acercó a su cara para morder mi pulgar, mientras me decía: ¡Chupate un dedo Agus, dale!

Supongo que no esperó que le hiciera caso a la primera. Por lo tanto, insistió.

¡Dale pendeja, metete los dedos en la boca, y babeátelos bien babeados! ¡Y ni se te ocurra correrte el pantaloncito! ¡Me encanta que a mi hija se le vea la bombacha, además de las tetas desnudas!, dijo brevemente, como si estuviese apurado por hacer lo incorrecto, pero a la vez contara con todo el tiempo del universo. Olía mi pie, me miraba las tetas y el pedacito de bombacha que asomaba por mi pantalón, me lamía los dedos y mordía mi pulgar con insistencia. Yo, flotaba en la cama, sintiendo que mi espalda vibraba al compás de los jadeos que intentaba reprimir, y los pezones se me endurecían sin inhibiciones.

¿Estás segura que tus profesores no te miran las gomas? ¿O, vos te hacés la viva, y vas media escotada para que te las miren? ¿Eee? ¡A mí no me engañás!, me dijo de golpe, soltando mi pie para que caiga inerte sobre la cama. Honestamente, tenía ganas de gritarle que me coja, que me viole, que se revuelque conmigo hasta que me llene de leche por todas partes. Fue ahí cuando empecé a flashear con cómo sería su pija, sus huevos, su forma de penetrar a una piba, y en si sabría mamar un buen par de tetas como las mías. Me hizo pensar en mis profesores, y en la mujer encargada de la limpieza del área de Economía, “que es la carrera que curso a duras penas”, y me sentí más alzada que una perra. Esa mujer suele piropear a todas las chicas tetonas de la facu, y yo no fui la excepción. Mi cabeza iba y venía de una especie de tobogán que subía y bajaba por las nubes y el suelo. Estaba confundida, pero cada vez más mojada.

Y de pronto mi garganta tuvo que pronunciarlo. Fue en el momento en que sus manos empezaban a sobarme las piernas, con sus ojos clavados en mis tetas. También me miraba la boca, porque yo, desde que me lo había pedido, no paré de chuparme los dedos, de sacarlos y meterlos, ni de gemir como si fuese un ronroneo imposible de apagar.

¡Y, si tanto te jode que ande mostrando las tetas en la facu… ¿Por qué no me lo decís antes que salga?! ¿O, será que a vos te calienta que vaya así, y los tipos se babeen con tu hija? ¿Por eso tampoco le decís nada a mami cuando sale re escotada al súper? ¡Y dejá de mirarme las tetas así, que me da por las bolas! ¡De última, manosealas y listo!, le dije cuando logré serenar algo de todo el fuego que me recorría por dentro como un río milenario de lava. Mi viejo no se hizo rogar ni un minuto. Sus manos se encontraron con la piel ardiente de mis tetas, y me las empezó a acariciar, a sobar con delicadeza, respirando como si se consumiera en sus propias ansiedades, destilando el alcohol de las cervezas que se había tomado por la tarde, probablemente en su taller mecánico. Después, jugueteó con mis pezones como dos trocitos de carbón encendido, y en algún momento que no supe definir cuándo fue, su cara colisionó con mi entrepierna. Pensé que estaba lista, que todo lo que faltaba era que su lengua atraviese las barreras de tela de mi culote para reunirse con la urgencia de mi concha en llamas. Pero el desgraciado empezó a olerme, a frotar su cara en mi vulva, sin correr un centímetro mi short, ni usar sus manos, que continuaban adheridas a mis gomas. Me olía con desesperación. Sabía que mi bombacha debía ser un manantial de flujos revolucionados, y que posiblemente, hasta se me hayan escapado unas gotas de pis. No me daba vergüenza. De hecho, yo misma deslizaba mi cuerpo en el colchón para pegar mi pubis todo lo que pudiera a su cara poblada de una barba poco cuidada, larga y abundante. Sus dedos apretaban mis pezones, y eso me hacía gemir todavía más.

¿Pasate los dedos babeados por las tetas! ¡Dale chancha, que quiero ver cómo te babeás las tetas! ¡Y a ver si nos cambiamos la bombachita más seguido! ¿Siempre vas con este olor a meada a la facu vos? ¿O al gimnasio?, me dijo despectivamente, aunque con toda la carga sexual que jamás le había oído a un hombre. En ese momento me estremecí por el roce de su nariz en mi rodilla desnuda, e involuntariamente abrí las piernas. Pero él me las cerró a lo bruto, acomodándome un poco el pantalón, mientras decía incorporándose de tanto estar en cuclillas: ¡A mí no me abras las piernas, atorranta! ¡No quiero verte toda la bombacha, ni la concha! ¡Con que se te vea ese pedacito, me basta para saber que no tenés límites, pendeja atrevida! ¡Ya veo cómo te comportás con los tipos! ¡Te hacés la zorrita por ahí, abriendo las piernas, y mostrando estos melones hermosos!

En ese exacto momento, en que sus palabras me humillaban, sus manos me apretaban las tetas, y las juntaban en el centro de mi pecho, como si necesitara el resto del equilibrio para ponerse al fin de pie. Entonces, apenas me privó del tacto de sus manos pesadas y llenas de cayos, volví a provocarlo. Esta vez, junté una buena cantidad de saliva en los labios, y me escupí las tetas con fuerza, hendiendo el aire con un estrépito por demás sonoro. Y luego de aquel escupitajo, me regalé algunos más. Mi padre, que tal vez pensaba en marcharse, me contempló un ratito con las tetas goteando saliva, la panza al aire, las rodillas flexionadas y el elástico de mi pantalón sobre el inicio de mi sexo. Era evidente que podía vislumbrar la humedad en el trozo de bombacha que asomaba por la superficie de mi pubis. Lo vi acomodarse el bulto. Quise hacer algo más, pero no se me ocurrió qué.

¿Pa, se te puso así por mis tetas? ¿O por mi olor a meada? ¡Bah, digo, porque, no sé si es normal que, a los cincuentones como vos, se les pare así, de la nada!, le largué muerta de curiosidad, necesitando hacer algo más que mover las tetas lentamente. Él suspiró, como si recordara repentinamente que estaba parado frente a mi cama. Se puso colorado. Pero de inmediato arremetió a mi ofensa con un tirón de pelo, mientras me decía: ¡Callate la boca pendeja, que no tenés la más remota idea de lo que estás hablando!

¿Vos pensás que no? ¡Bueno, es verdad que no estuve con cincuentones! ¡Pero imagino que a mami le debe costar trabajo hacer que se te ponga así! ¿No querés que me saque una foto de las tetas, y te la mande al celu?, le decía, mientras él me tironeaba el pelo con mayor decisión, me tapaba la boca con la otra mano, y luchaba con sus instintos para no abalanzarse sobre mí. Yo lo veía en sus ojos, su expresión corporal, y en la erección de su pija.

¡Dale Pa, no te calentés! ¡Si te la pasás mirando tetas! ¿Te calientan las tetas de la tía Sofi? ¡Ahora tienen lechita, porque está a punto de parir! ¿Te gustaría ver cómo la Sofi se las escupe? ¿O que se las escupa yo?, continuaba, sabiendo que lo llevaba poco a poco al terreno que yo quería. Pero, yo siempre había sido dominante, dueña de la situación y experta en el DirtyTalk con los pendejos. ¡No sabía cómo podía reaccionar un hombre maduro ante mi putería! ¡Y, mucho menos mi padre!

¡Haceme el favor de callarte, pendeja de mierda! ¡O, te la vas a tener que aguantar! ¿Qué carajo te pensás? ¿Que con esas tetas te vas a comer al mundo?, me decía, ahora repartiendo un par de cachetadas por mi cara, retorciendo uno de mis pezones. Nada de todo eso me dolía. Ni siquiera las lágrimas que se me escaparon con el quinto cachetazo. Me arrancó el pelo un par de veces más, y me zamarreó de un brazo para que me calme, porque yo seguía diciéndole incoherencias, obscenidades y todo lo que se me viniera a la mente referido a las tetas de mi tía Sofía, que es la más joven de todas, o a las de la verdulera del barrio.

¡Uuuuy, qué violento se pone mi papi! ¿Así te portás con las tetonas? ¿Tanto te violenta un par de tetas? ¡Dale Pa, dejá de joder, y mamame las tetas! ¿O querés que se las dé a tus amigos? ¿Aaah? ¿Te gustaría ver al Roberto chupándome las tetas?, le dije. Sus cachetadas, tirones de pelo, insultos, pellizcos y gritos continuaban. Pero ahora le había agregado algunas refregadas de su bulto a mi rodilla, ya que tal vez sin darse cuenta se subió a la cama, como en cuatro patas. Y, de pronto su boca se acercó a mi oído para dejarme bien en claro: ¡Callate bien la boca guacha, porque te voy a terminar garchando acá nomás!

Yo seguía provocándolo, ya sin recordar las cosas que le decía, y él intentaba silenciarme. Hasta que de pronto me dijo: ¿De verdad querés que te mame las tetas, zorrita?

¡Sí Pa, mamame las tetas, y cogelas, quiero que me cojas las tetas! ¡Dale, te juro que jamás le voy a contar esto a nadie! ¡Dale Papi, pelá la pija y garchame las tetas! ¡Cogeme bien las gomas Pa, que quiero sentir esa leche caliente en las tetas!, le dije al fin, entre angustiada, harta de la calentura que me gobernaba, agitada y repleta de gemidos. Entonces, mi viejo se bajó el pantalón casi sin reusarse o arrepentirse. Caminó con sus rodillas con mi cuerpo entre ellas, hasta situarse a centímetros de mi cara, y me maravillé cuando sentí el calor de su bóxer negro, y de esa serpiente babeante que anidaba en él. ¡Cómo podía tener semejante verga el hijo de puta!

¡Dale zorra, sacala de ahí adentro, y tocala! ¡Tocame la verga nena sucia! ¿Esto querías vos? ¿Eee? ¡Sos tan putona como tu tía Sofía, y como la vecinita amiga tuy, la Angie esa! ¡Vamos, apurate nena, y manoseame bien la chota! ¡Vos te lo buscaste!, me gritoneaba, ahora encajándome el bulto en la cara. Pero yo logré apropiarme de su pija, y en cuanto me salpicó las mejillas con sus líquidos, tuve toda la tentación de devorársela con los labios y la piel. Pero él me pidió que se la escupa toda, que la agarre con una mano y que me cachetee la cara con ella, y que entonces le hable como una nena.

¡Dale papi, frotame toda esta pija en las tetitas, que quiero andar con toda tu lechita en el corpiño, en la ropita, y en las lolas!, me pedía que le diga, mientras dejaba que mi propia saliva me chorree por la cara. Entonces, una vez que su pija enorme, gorda como una morcilla y de olor fuerte a sudor estuvo todo lo empapada que pude lograr, su cuerpo retrocedió unos largos centímetros, y enseguida comenzó a moverme las tetas con la punta. Ahora decía cosas como: ¡Uuuuf, qué tetas bebéee, ¡qué tetona hermosa tengo en casa, qué pedazo de tetas guachona, ¡cómo te las voy a penetrar, por atrevida!, mientras apenas me rozaba los pezones con el glande, y suspiraba cuando yo, desde mi incómoda postura debía seguir escupiéndomelas. Claramente, mi saliva también alcanzaba a su pija y huevos, por lo que él también se beneficiaba de mi generosidad, y me lo agradecía con nuevos jadeos. Y de pronto, empezó a meterme dedos en la boca, a presionarme la nariz, a revolverme el pelo y a fundir mi cuerpo en la sábana. Es que, la furia de su pija absolutamente ensalivada se dignó al fin a frotarse con fuerza entre mis tetas. Él mismo las juntaba para rodear el glande o el tronco de su pija. Cuando le tocaba a su parte más sensible, era cuando se le enardecían los sentidos. Ahí era cuando me decía: ¡Así Agus, te cojo las tetas, asíii, como si fuera una conchita de nena, asíii, bien apretaditaaa, putita de mierda! ¿Te gusta la pija de papi en las tetas? ¿Querés que el papi te las encreme todas, y que te las mee, y te las escupa? ¡Así, cómo te cojo las tetitas bebé!

Cuando era el turno de su tronco súper venoso y caliente, me pedía que le escupa el glande, y se quedaba quietito para disfrutar del calor de mis tetas. También me refregaba las bolas, y no paraba de meterme sus dedos en la boca. Además, se pajeaba y me salpicaba de sus jugos espesos en la cara. A él le gustaba ver los esfuerzos de mi lengua por saborearlos. Y encima de todo, uno de sus pies se rozaba a cada rato con mi vagina. A esa altura no sabía si me había meado, o si la cantidad de jugos que eliminaban mis hormonas era inaudita para una pendeja de 19 años como yo. Me pedía que le chupe y muerda los dedos, haciendo de cuenta que eran las pijas de mis profesores, o la del compañerito que me calentara la concha; mientras la piel de mi pecho empezaba a arder por el contacto animal de sus envestidas, nuestro sudor y la adrenalina que no nos dejaba pensar con claridad.

Al fin, cuando tal vez su pesado cuerpo, o algún dolor de sus articulaciones lo hicieron levantarse de la cama, me manoteó de un brazo y me sentó casi que, sin esfuerzo en la cama, diciéndome, ¡Sentate ahí pendejita cochina, y escupite las etas, y las manitos! ¡Me encanta verte toda babeada! ¡Aaah, y al Roberto, si querés darle el culo, o la concha, no me enojo! ¡Es más, creo que ni me importa! ¡Que te embarace si quiere! ¡Pero, pobre de vos si me entero que te chupó estas gomas!

Una vez terminado su discurso, y yo mi tanda de escupidas, apretó sus rodillas a la cama y me obligó a inclinar el torso hacia adelante, para fundir su poronga entre mis tetas, una vez más. Ahora él se movía de arriba hacia abajo, con mis globos bien apretados al derredor de su músculo palpitante, repleto de cosquillas y con más jugo que antes. Ahora resonaban en el cuarto sus respiraciones, mis gemidos, y el chapoteo de fluidos mezclados. Saliva y presemen, sudor y emociones sexuales que, al menos yo, nunca había vivido. En ese momento noté que ya no tenía el short. Fue justo cuando una de sus manos rebuscó en mi entrepierna y me sobó la chucha.

¿Cómo te vas a sacar el pantalón, perra? ¿Qué te dije yo? ¡Si te veía en bombacha, te iba a violar! ¿No te entra en esa cabecita hueca que tenés?, me decía mi viejo, cogiéndome las tetas con mayor desenfreno, golpeando mi mentón y mejillas con su pija cada vez que se zafaba del hueco de mi refugio, o cuando la misma lubricación no podía evitar tantos deslices violentos.

¡Tomá putona, dale, así, cogeme con esas tetas de pendeja provocadora! ¿te gusta tener pijas en las tetas? ¿Cuántas te comiste ya? ¿Eee? ¡Contestame carajo!, me decía, mientras me daba algunas cachetadas, me pegaba con la pija en la cara y me pellizcaba los costados de la cintura. Ahora sí que podía palpar la humedad de mi concha, porque de repente yo misma me extralimité para abrazarle una pierna con las mías, y de esa forma rozarme contra su rodilla, o lo que fuera. Pero él se dio cuenta, y automáticamente les quitó su pija a mis tetas. Entonces, se acostó en la cama con el pito re parado, y me pidió con la voz pendiendo de un soplido de viento huracanado: ¡Vení con esas tetas pendeja, y mimoseame la verga, vamos, que te las voy a reventar de leche! ¡Quiero que todas tus amiguitas te las chupen, y prueben mi leche caliente!

No iba a resistirme. A pesar que ya no quería otra cosa que comerle esa pija con la concha, me subí a su cuerpo, me recosté sobre su pecho, y lo dejé que él manipule mis hombros hasta colocar su pija en el centro de mis tetas.

¡Movete nena, dale, que quiero sentir que esas tetas son tu concha, esa conchita que seguro ya te re contra cogieron! ¡Dale beba, pegame con las tetas, que me revoten en la pinga, que me la pongan colorada! ¡Cagame a palos con esas tetas de perra que te dio tu madre, y tu padre! ¡No seas desagradecida, vamos!, me envalentonaba, y me pedía que lo mire a los ojos. Yo, por momentos le apretujaba el pito con las tetas. En otros, las movía cerquita de su erección, cada vez más pegadita. Luego, le daba tremendos tetazos una vez que me las volvía a regar con mi saliva. También juntaba su glande a mi pezón. Y hasta me animé a escupirle la verga. Pero, en ese instante me apretó un dedo con fuerza, para recordarme que el que daba las órdenes y las consignas del juego, era él. Sin embargo, su pie rozaba peligrosamente mi vulva, mientras el ruido pegajoso, como de una succión insoportable de mis tetas contra su pija, lo hacía jadear cada vez más. Noté que su pie estaba cada vez más adentro de mi culote, y entonces, mi humedad fue todavía más preocupante.

¡Vamos, bajate la bombacha Agustina, ahora! ¡Total, si te meto el dedo del pie en la concha, no te voy a dejar preñada! ¡Dale putita, haceme caso! ¡Y no pares de darme tetita!, me pidió. Y rápidamente lo comprendí. No tuve tiempo de razonarlo, ni de cuestionármelo. Al tiempo mi bombacha era prisionera de las manos de mi papi, y el dedo pulgar de su pie estimulaba mi clítoris, en la misma sincronía de mis tetas ordeñándole la verga. Él olía mi bombacha empapada como si fuese la flor más afrodisíaca del mundo. La noté pesada cuando al fin me la saqué. No recuerdo si él me la pidió, o si se la apropió cuando intenté dejarla en alguna parte. Lo cierto es que, ahora yo daba pequeños saltitos para enterrarme aún más aquel dedo que no lograba llenarme en la concha, mientras él me pegaba con la bombacha en la cara, me pedía que le escupa el pecho, que le muerda las tetillas, que le jure que siempre iba a ser su tetoncita disponible para su pija, y me cacheteaba cada vez que intentaba hablarle.

¡Las tetonas no tienen permiso de hablar! ¡Así bebé, te estoy cogiendo con la pata! ¿Te gusta? ¿O necesitás una verga que te la rebalse de carne? ¡Dale guachita, preparate, que te voy a regar esas tetas de leche, para que se las des de probar a tus amiguitas, o para que vos la pruebes, por cochina, inmunda, asquerosa, peterita y suciaaaaaa!, empezó a divagar mi padre, mientras un escalofrío se adueñaba casi sin proponérselo de mi ser. Una opresión terrible me convulsionó el vientre, y un hormigueo me hizo contener la respiración cuando al fin mi viejo se quedó suspendido un momento, con su pija rodeada de mis mamas. Pero entonces, estalló en un agudo y persistente: ¡Tomáaaaaaa la lecheeeeee, cerda cochinaaaaaaa, tetona, asíiii, toda en las tetas te la dooooy, roñosaaaaa!

Al mismo tiempo, mi sexo empezaba a derramar sus gotas de felicidad al devorarse al fin su dedo insuficiente. Pero, la electricidad que ardía en mis pezones, el incipiente estallido de su semen en toda la extensión de mis tetas, la fricción aún más ruda que antes de su pija endiablada, su voz aullando como un lobo de placer, los espasmos de su cuerpo al liberarse de la carga sexual que mis tetas le habían propiciado, y la humedad que nos rodeaba, me regalaron un orgasmo irrepetible, furioso, escandalosamente necesario. Yo gemí y grité con todas mis fuerzas. No es posible recordar las palabras. Pero sí sé que le grité: ¡Así hijo de puta, embarazame las tetas, dale que soy tu perrita, y estas tetas son tuyas para siempre, para cuando quieras entrar a mi pieza, y garchármelas!

Sé que hubo un largo silencio en el que ninguno supo cómo mirar a la cara al otro. Sé que su corazón galopaba ferviente en sus venas, que le gustaba la humedad de mi acabada en su pie, y que no quería que mis tetas enlechadas se separen de su pija cada vez más parecida a la realidad de su rutina. Pero entonces, su mano hizo restallar un chirlo en mi nalga derecha, tan desnuda y pegoteada como nuestra dignidad, y su voz pronunció un cálido: ¡Bueno Agus, vamos, a ponernos en marcha, que tengo que cocinar para los dos! ¡Te lo ganaste guacha! ¡O, mejor dicho, esas tetas se lo ganaron!

Yo tuve ganas de ponerme a llorar. Quería que me las coja una vez más, que se embriague del aroma de mi sexo, y que vuelva a pedirme que me escupa toda. Pero algo adentro de mí no me condujo por el lado de la desesperanza. ¡Pobre mami!, pensé. ¡Si se entera de algo, o sospecha, nos asesina! ¡O se mata ella! ¡O nos denuncia y se las toma!

¡Dale Agus, que ya se hizo tarde! ¿Sabés si quedan bifes de esta mañana?, me devolvía mi padre al día a día, como si él lo hubiese asimilado súper bien. En definitiva, me levanté, y me admiré en el espejo de la pieza. Él lo hizo enseguida, ni bien yo pisé el suelo firme, “lo que me parecía imposible con todos los temblores que goteaban de mi piel”. Se puso el pantalón, miró a uno y otro lado de la pieza, suspiró presa de un alivio que encerraba siglos de incertezas, y me dijo, mientras yo me veía con las tetas moreteadas frente al espejo, llenas de semen, saliva y sudor compartido: ¡Hicimos una promesa! ¿No? ¡Por ahí, mañana, te vengo a visitar! ¡Pero, nada de fasitos, ni de contestarme como el culo, o de tener la bombacha tan empapada como la tenías! ¿Me escuchaste?

¡Sí Pa, está bien!, balbuceé, todavía inmóvil, con algo de frío y unas terribles ganas de mear.

¡Porque, si hay alguien que tiene que hacer que se te empape la bombacha, ese es tu padre, tetoncita hermosa!, me dijo al fin, mientras me sobaba una nalga, y me pellizcaba una teta.

¡Aaah, y no te las laves! ¡Quiero que te pasees enlechada por la casa!, dijo señalándome las gomas, sin mudar un ápice de su expresión seria y aburrida, la que poco a poco volvía a su personalidad, y luego se fue a la cocina. El espectáculo era siniestro. Mi bombacha colgada del velador, ya que el impulso de su orgasmo la mandó allí. Mi ropa, hecha un bollo debajo de mi cama. Mis ojotas, dispersas, una cerca de la ventana, y la otra arriba de una silla con libros. Mis tetas ardiendo de celo y semen, frente a un espejo que también me revelaba unas ojeras de anciana, y mis dedos una vez más buscaban saciar el fuego de mi vagina. Esa vez, ni siquiera me importó hacerme pichí parada contra la cama, mientras me dedeaba la concha, saboreando el semen de mi papi de mis propias tetas. ¡Y bueno! ¡Si se enteraba que me había meado por él, a lo mejor, esa noche me cogía algo más que las tetas!      Fin

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Comentarios

  1. Me exite tanto que quisiera parte 2

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    1. Gracias por leer! Me encanta que te haya gustado! ¡Besos!

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