Contra la pared

 

¡Mi hermana, ni me dijo que venías! ¡Aparte, no creo que salga a ningún lado! ¡No le fue bien en un par de materias! ¡Y, encima, con vos no creo que quiera salir! ¡Por lo que sé, te comiste a su novio!, le dije a Rocío cuando abrí la reja de mi casa. Había tocado el timbre como tres veces. Nadie molestaba por mi barrio después de las 12 de la noche. Por lo que me pareció rara tamaña insistencia. Ella se sonrió, meneó la cabeza como negándolo todo y guardó su celular en su carterita llena de tachas.

¡Dale Lucas, llamala, que ella sabe que la vengo a buscar! ¡Y, yo no le comí nada a nadie! ¡Tu hermana sabe cómo fueron las cosas!, me dijo, fulminándome con la mirada. Yo, no podía evitar fijarme en sus tetas súper escotadas, en el brillo de sus labios, lo destellante de sus ojos de pendejita hambrienta, y en la forma que tenía de pararse. Era como si todo su cuerpo me gritara “Vení conmigo y nos hacemos mierda”.

¡Posta Ro, no creo que mi vieja esté enterada que la viniste a buscar! ¡Y, ella es tan menor de edad como vos! ¡Si vos te mandás sola, ese es tu mambo!, le dije resuelto a no llamar a mi hermana. La verdad, a Luna no la había visto en casi toda la tarde. Por lo que presumía que estaba en su cuarto, estudiando para levantar sus notas. La verdad, ni siquiera sabía si estaba en la casa.

¡Dale che, no te hagas el cuida, que tu hermanita sabe cuidarse sola! ¡Y yo no tengo ningún mambo gil! ¡llamala, porque no me atiende su celular! ¡Creo que se le rompió el cargador!, me dijo, ahora encendiendo un cigarrillo mientras lo sostenía con sus labios. Así se veía más putona, provocadora y sexy. Pero, no podía pensar en eso. Es la amiga de mi hermana, y apenas tenía 16, aunque aparentara más edad. Su cara y sus gestos, todavía me recordaban a la pendejita con voz de corneta que solía gritar en casa cuando jugaba con mi hermana en la pile, o a la que cada dos por tres se meaba encima cuando se ponían a ver películas de terror en la madrugada.

¡Ya fue Rocío! ¡Andate mejor, si no querés que mi vieja se entere que estás acá!, le dije, retrocediendo mis pasos hasta la puerta de entrada, luego de cerrar la reja con llave. Pero ella no iba a conformarse.

¡Dale tarado, o empiezo a llamarla a los gritos! ¡Vos elegís!, me amenazó. Yo, por toda respuesta, entré a la casa y cerré la puerta con pasador. Su reacción no tardó en llegar. De pronto, un golpe sordo y atrevido estalló en la parte de debajo de la puerta, algo que sonó como un piedrazo, o una patada. Acto seguido, la voz de Rocío, pronunciando el nombre de mi hermana a los gritos. Salí hecho una furia, abrí la reja y la hice entrar al pasillo que une el exterior con el living de la casa, donde la luna se vertía sobre los arbolitos y las tejas irregulares que oficiaban de techo.

¡Escuchame Rocío, te abrí porque no quiero bardo! ¡Te dije que Luna está durmiendo, y no te espera! ¡Aparte, no puedo permitir que salga con vos! ¡No tenés códigos, ni decencia nena!, le dije, observando cómo le chispeaban los ojitos verdes de pura impotencia.

¿De qué códigos me hablás vos, idiota? ¿Terminaste el secundario al menos? ¡Digo, porque, que yo sepa te la pasás haciéndole las compras a tu vieja para que te tire unos mangos! ¡Así que, dejá de decir pavadas! ¡De última, si no tengo decencia, o lo que mierda sea, es mi problema!, me dijo, pisoteando lo que le quedaba de cigarrillo con la punta del pie, con los ojos amenazantes y sacudiendo la carterita de la bronca. Así, enojada, me calentaba más. Al punto que no pude contestarle, ni obviar el terrible simbronazo de mi pija bajo mi jean. se cagó de risa de mi silencio, y me sacó la lengua. Pero enseguida retomó su cara de orto para volver a pedirme que llame a Luna.

¿Vos te pensás que soy boludo yo? ¡Con esa pinta, seguro que la llevás por mal camino a la otra! ¡No me interesa que llegue toda mamada, chuponeada y falopeada del boliche, solo porque no sabe decirte que no a nada!, le largué, examinando cada uno de sus movimientos. Ahora su cara de culo se convertía en un fósforo llameante, y sus labios representaban a cada una de las puertas del infierno, si es que hubiese más de una.

¡Escuchame, boludo, si no la llamás, entro yo, y la busco! ¡De hecho, ni sé por qué carajo te lo estoy pidiendo!, me decía, al tiempo que empezábamos a forcejear contra la puerta de entrada. Yo haciendo todo lo posible para prohibirle entrar, y ella corriéndome para sacarme del medio. En eso, sus uñas se clavaban en mis manos y brazos, ya que andaba en remera. Uno de mis cabezazos dio en uno de sus hombros, y por un momento retrocedió. Ella también me dio un cabezazo en la boca del estómago. Nos pisábamos los pies, y ahí ella tenía ventajas porque yo solo tenía unas ojotas berretas de entrecasa.

¡Dale, correte nenito de mamá, que no servís ni para hacer fuerza! ¡Correte, que se nos hace tarde! ¡Mirá dónde estás vos, un sábado a esta hora! ¡Aplastado como un hongo, mientras la mayoría de los pibes piensan en cómo levantarse a una minita para cogérsela! ¿Qué onda? ¿Ya no se te para la pija nene? ¡Pensé que eras más chévere, y que esos ojitos verdes, o ese pelito te servía para algo!, me decía, mientras seguíamos forcejeando. Nos corríamos con los hombros, las manos y las piernas. De hecho, en uno de esos momentos le toqué una teta, y ella me mordió la mano. Tuve que taparle la boca, porque al toque empezó a gritarme que era un degenerado, que tenía cara de violador, y vaya a saber qué otras pavadas más hubieran dicho. me pisó, le di una patada en la pantorrilla, le pellizqué un brazo, le revoleé su carterita por ahí, le hice caer el celular con el que en un momento quiso llamar a alguien, y se lo pateé tan fuerte que fue a parar a la vereda de la casa. Ella me escupió la cara, pe clavó el taco de su zapato izquierdo en uno de los pies, me metió un dedo en el ojo, me manoteó la verga, y luego trató de zafarse de mis brazos, cuando empezó a tirarme el pelo, arañándome el cuello con sus uñas híper largas.

¡Seguís siendo la misma pendeja histérica de siempre vos! ¡Dale guachita, apretame la pija, que se me puso así por esas tetas de putita que tenés!, le dije, apoyándole todo el paquete en las piernas, teniéndola totalmente sujeta de la cintura, atrapada entre la puerta y mi cuerpo. Tenía que evitar sus escupitajos, sus intentos por morderme y sus patadas. Pero al menos ya no tenía sus zapatos, porque en el fragor de la lucha, yo había logrado quitárselos. Tampoco me gritaba, ni podía usar sus manos, porque yo me las ingeniaba para tenerlas bien custodiadas. Yo le sacaba una cabeza al menos, y entonces, sus 50 kilos no podían competir con mis 90.

¡Yo no soy ninguna histérica, tarado! ¡Y soltame, que me estás haciendo daño! ¡Aparte, no creo que seas capaz de hacerme nada! ¡Soy la amiga de tu hermana!, me decía, mientras le agarraba una mano para introducirla directamente adentro de mi pantalón.

¡calladita la boca, que, si querés salir a chonguear con mi hermana, vas a tener que arreglar todo lo que hiciste! ¡No me gusta que una pendeja mal educada me pisotee, ni me falte el respeto!, le decía, apretando aún más mi bulto contra sus piernas, cada vez más separadas. De hecho, le hice notar ese detalle.

¡Mirá cómo se te abren solitas las piernas bebé! ¡Eso, es porque querés pija! ¿Qué pasó? ¿te calentó el jueguito de la luchita? ¿Te gusta que te caguen a palos bebota? ¿Y, que te dejen la colita toda roja, y las tetas llenas de marcas de chupones? ¿Esto querías, pendeja roñosa?, le decía, mientras la aferraba bien de la cintura y la levantaba por el aire, haciendo que el vestidito le flamee por el vientito de la noche. así, fui llevándola hasta la pared que da a mi pieza, que es la única que tiene una ventana hacia la calle, además del living, que estaba del otro lado de la puerta de entrada. Ni bien sus pies tocaron el suelo, le metí una mano por detrás de la espalda, y le desprendí sin inconvenientes el corpiño, ya que apenas se ajustaba con un solo broche. Sus gomas estallaron violentas contra el perfume nocturno, y ella se dio cuenta recién cuando le bajé el vestido, y notó que se le aflojaba todo. No le di tiempo a nada. Al toque me dispuse a manosearle las tetas, a olerlas, lamerlas, pellizcarlas y, poco a poco, a acercarlas a mi boca para chupárselas. Ella empezó a rasguñarme, pellizcarme y a cachetearme la cara. Pero el efecto que generaba era exactamente el contrario al que buscaba. ¡Aquello me empalaba aún más, y ella no podía ignorarlo! ¡No era ninguna inocente!

¡Dejame hijo de puta! ¡Andate a la mierda! ¿Te gusta abusar de una pendeja, porque las minas de tu edad no te dan bola? ¡Dale basura, soltame, y te juro que no le digo nada a tu hermana, ni a nadie! ¡Aunque te debería cagar a trompadas! ¡O contarle a mi primo para que te muela a piñas!, decía Rocío, mientras gemía, soportaba los envistes de mi paquete contra sus piernas, y temblaba involuntariamente por las succiones de mi boca a sus pezones dulces, repletos de perfumito adolescente y tan erectos que parecía que pudieran romperse si mi lengua los movía demasiado.

¡Calladita nena, que vas a despertar a los vecinos, y me parece que eso no te conviene! ¡Te re cabe la pija, y que te chupen las tetas así! ¿O no zorrita? ¿Esto es lo que te dejás hacer delante de mi hermana? ¿Y ella también es tan putona como vos? ¿Le gusta garchar en los reservados, como a vos? ¡Un par de amigos me dijeron que te vieron peteando en el cheboli nena!, le decía, mientras le manoseaba el culo, le deslizaba un par de dedos por la zanjita, le apoyaba el bulto cada vez más en su vulva todavía envuelta en su calza negra, y seguía despedazándole las tetas a puras chupadas.

¿Qué te pensás boludo? ¡Tu hermana no usa la chucha solo para mear! ¿O todavía la flasheás con que es una virgencita estúpida! ¡Obvio que coge, chupa pijas, y hasta se come alguna por el culo!, me decía, sin demasiada convicción. ¡O tal vez yo no quería creer semejantes verdades acerca de mi hermana, y el ejemplo que representa para la familia! Aún así, me calenté con la idea de imaginarla rodeada de pijas, con las tetas chorreando semen, los labios totalmente blancos por la acabada de algún otro hijo de puta, y con una lengua hurgando en su culo tremendo. Pero, me estaba sacando las ganas con su amiguita, quien ahora me sobaba la verga sobre el bóxer, ya que me había bajado el short. Me dio un par de cachetazos en la pija, y me arañó una gamba cuando le mordí una teta, diciéndole que antes de hablar así de mi hermana, se lave la boca con cal hirviendo.

¡No nene, no me lavo la boca con nada, porque vos sabés muy bien, en el fondo, que tu hermana es flor de putita! ¿Nunca la viste llegar a tu casa? ¡Bueno, yo siempre la veo cuando el taxi la deja en tu casa, antes de llevarme a la mía! ¡La cantidad de veces que llegó meada hasta las medias por todo lo que chupó, bailó, fumó y peteó! ¡A ver si empezás a verla como a una mujer, y no como a una nenita mocosa, como solés decirle!, me instruía mientras yo la agarraba del cuello, presionándoselo como para que deje de hablar, mientras le frotaba el bulto en la entrepierna, y le tironeaba la calza para bajársela. Pero ella me rasguñaba las manos, me escupía el pelo y me daba rodillazos. Aunque yo no la dejaba separar el culo de la pared despintada que nos convertía en un patético cuadro viviente.

¡Callate, enserio pendeja, si no querés que te cague violando acá nomás! ¿O querés eso? ¿Irte al boliche toda lecheada? ¡Pedimeló, y te hago veinte guachos, putita de mierda!, le dije al oído, tironeándole la oreja, metiéndole un par de dedos en la boca, y continuando con las fricciones de mi músculo enfierrado contra sus piernas, o lo que pudiera de su cuerpo. Pero eso, más su jugueteo histérico, y las sobadas que empezó a darle a mi pija al fin desnuda por completo, fueron demasiado.

¡Callate vos, taradito, culo roto! ¿Con esto me querés violar? ¿Seguro? ¿Aaah? ¡Esto, no me hace ni cosquillas, idiota! ¡Seguro que a la primera mina que te cojas, la dejás preñada, porque así son los perdedores como vos! ¡Y, este pito, no sirve para nada idiota!, me decía, subiendo y bajando el cuero de mi pija con tanta adrenalina, mientras me chupaba los dedos de la mano y me frotaba los huevos con una de sus rodillas, que no supe hacer otra cosa que irme en leche en esa maldita mano. Tuve que contenerme para no gritar, o emitir los alaridos que mis sentidos me conducían a regalarle. En lugar de eso, le agarré la muñeca con fuerza, y logré que se esparza toda mi leche por la cara, que se chupe los dedos pegoteados, y que se revuelva el pelo con esa misma mano, una vez que la amenacé con pisotearle el celular si no se la escupía entera. Aquello hizo que mi pija, todavía llena de cosquillas y pequeños dolores placenteros, vuelva a renacer de las cenizas.

¡Sos un hijo de puta Pablo! ¡No te merecés siquiera que le cuente a nadie de lo que hiciste! ¡Acabaste enseguida, como un pelotudo cincuentón! ¡Sos un precoz nene, un pijicorto, y un infeliz!, empezó a decirme, tratando de llegar al bolsillo de mi short, donde todavía atesoraba su celular.

¡Ni en pedo te lo doy nena! ¡Ahora, te agachás ahí, y te ponés a mamarme la pija! ¡Hasta que no me saques la lechita, no te vas! ¿Escuchaste?, le grité medio entre dientes, luego de tirar su celular al living de mi casa desde un pedacito de ventana entreabierta, y de sujetarme a sus hombros para obligarla a arrodillarse. Ella se resistía. Al punto que tuve que taparle la boca con una mano, porque al toque empezó a gritar el nombre de mi hermana. Pero, esta vez se reía mientras le tapaba la boca, y le apretaba los cachetes de la cara, los que ella misma inflaba como para hacer un sonido de pedos sobre la censura de mi mano.

De pronto sus rodillas sonaron contra el suelo. Se quejó, y hasta se le escaparon algunas lagrimitas. Claramente me insultó. Pero, ni bien le rocé una teta con mi glande, empecé a frotárselo entre ellas, contra sus pezones y cuello. Ella no quería abrir la boca. Le di chotazos en la cara, se la metí entre los cabellos, y la amenacé con mearla entera si no abría los labios y me la empezaba a escupir. Entonces, la agarré de las tetas para ponerla de pie, y con una sola mano logré bajarle la calza. Ahí estuvo a punto de ganarle a mi equilibrio cuando me empujó, y yo, distraídamente casi la suelto. Pero, me recuperé tan rápido que, no tardó en apoyar el culo contra la pared una vez más, para que mi glande se sirva del fuego de esa conchita empapada al colocarlo entre ella y la costura de su vedetina rosa. Recuerdo que tenía un par de dijes en los costados. Nuestros cuerpos se apretaban con fiereza contra los ladrillos, y mi pubis comenzaba a desarrollar la danza del apareamiento. Se la quería meter hasta los huevos, pero también disfrutaba de tenerla ahí, quietita, regalada, húmeda, con la bombacha apretándome el tronco. Me calentaba sentir que la leche se me calentaba en los testículos, y que un río de líquidos subía por mi tronco para fecundarla toda, apenas mi cerebro decida penetrarla.

¡Qué linda bombachita se puso la nena! ¡Pero, esta, no es la bombacha de una putona como vos! ¡las nenas usan bombachitas rosadas, con boludeces colgando, o con pompones, o dibujitos de gatitos y esas mierdas!, le decía al oído mientras con una mano le apretujaba una nalga, y le hacía chupar los dedos de mi otra mano. Mi pene seguía frotándose lentamente, pero bien pegado a su conchita, la que todavía mis dedos y nariz no conocían.

¿Y a vos qué te importa eso? ¿En serio te fijás en las bombachas que se ponen las minas que te vas a coger? ¡Aaah, ahora entiendo! ¡Con razón nadie te pela idiota, gato! ¡Sos un inmaduro, a pesar de tus 26, o 27!, me decía, aunque ya suspirando, con hilitos de baba colgándole del mentón, y con ciertos temblores en el abdomen y las manos. La nalgueé, le enterré un dedo en el culo por encimita de la bombacha, y eso la hizo gemir como jamás lo había hecho hasta ahora. Y de repente, a causa de los jugos que brotaban de su vagina, y de mis propios líquidos, en un movimiento involuntario, finalmente mi pija entró sin limitaciones en esa conchita caliente, abierta para mí, fragante y apretadita. Ni bien fui consciente de eso, empecé a bombearla con todo, como si el mundo no existiese al día siguiente, o como si fuese necesario embarazarla con urgencia. Uno de los dijes de su bombacha saltó por el aire, y tintineó mientras rodaba por el suelo de baldosas, hasta perderse en el césped del jardincito de mi vieja.

¡Dale, meteme un dedo en el orto guacho!, me dijo de pronto, mientras sus piernas se abrían más, y mi pecho ya desnudo se fundía contra sus tetas. Mi pija seguía haciéndose sitio, penetrándola más, colmándola de más flujos y temblores, mientras uno de mis dedos se le enterraba en el culo, y luego salía a la superficie del mundo para ponerse en contacto con su boca.

¡Dale zorrita, abrí la boca, y probá el gustito de ese orto hermoso que tenés! ¿Te gusta chupar culos también? ¿O solo pijas? ¡Aunque, parece que no te gusta mucho la lechita en la boca! ¿Te gusta más la caquita nena? ¿Así de sucia y perversita sos mami?, le repetía incansable, mientras su saliva no daba a vastos de tanto lamer y chupar los dedos que le sacaba del culo.

¡Obvio que me gusta la lechita nene! ¡Y también el sabor de mi culo! ¡Dale, cogeme toda, y enterrame esos dedos en el orto!, me dijo en un momento, justo cuando mi boca se devoraba una de sus tetas, y mi pija se hacía cada vez más ancha en la oscuridad de su vulva toda para mí. Mi cerebro no comprendía una sola de sus palabras a esas alturas. Pero me volaba la cabeza que a la amiguita de mi hermana le calentara tanto su olor a culo, y que su conchita se comiera toda mi verga con tanta pasión.

¿Ah, sí? ¿Sabés lo que vamos a hacer ahora bebé? ¡Te vas a dar vuelta, así le presento mi amiguito a tu culito! ¿Querés?, le dije, sin darle la opción ni la oportunidad de que se arrepienta. Yo mismo la tomé de la cintura y la puse contra la pared, pero ahora con ese pedazo de culo apuntando a mis ojos, mi tacto y mi pija más dura que nunca. Volví a nalguearla, le bajé la bombacha y me aferré a sus caderas. Ya tenía el culo súper mojado por sus propios jugos, por lo que supuse que no necesitaría nada más. ¿O en realidad, lo había sopesado siquiera? La cosa es que, en un abrir y cerrar de ojos, después de pegarle con la pija en las nalgas, de deslizársela varias veces por la rajita y de buscar su clítoris con una de mis manos, coloqué la cabecita de mi chota en la entrada de su culo precioso, y empujé dos veces. Fue inmediato. Ni bien mi glande se ocultó entre esas paredes oscuras, le pegué en el mentón en el afán de taparle la boca para ahogar su gritito. Eso hizo que se muerda la lengua. Pero yo ya no pude detener el mete y saque de mi pija en ese culo magnífico, por más que lagrimeara, moqueara y patalease. Empecé a moverme con fuerza, rítmicamente, como poseído. Sentía que mi tronco entraba cada vez más, y que me sería imposible poder sacarla después. Era como estar abotonado a una perra callejera. El olor que despedía su piel, era una mezcla de frutas frescas y bombachitas sucias. El aroma de su saliva me excitaba al punto que, si hubiese podido ensartarle un puño adentro de la concha, lo habría hecho. Todavía su boca se atrevía a probar los dedos que retiraba pegoteados de su vagina, y su saliva era apenas un manto de llovizna para el fuego que me quemaba hasta los sentimientos. ¡Qué apretadito tenía el culo esa beba! ¡No podía más que bombear, bombear y bombear! ¡Si hubiese tenido ganas de hacer pis, con gusto le habría llenado los intestinos de meo! ¿Por qué mi hermana no salía? ¿Le habría gustado ver cómo su hermano se enculaba a su amiguita? ¡Después de todo, según Rocío, ella también comía pitos por la cola! ¿También le hacía asquito a la lechita a la hora de tragarla? ¿O se portaría como una petera cochina? Pero ahora las palabras entre nosotros se habían convertido en respiraciones apuradas, gemidos, sílabas entrecortadas, sonidos de choques de sus nalgas y mi pubis, y en insultos incompletos. Su voz ya no me agredía, y yo no le gruñía boludeces. Todo lo que importaba era mi pija perforándole el culo, sus tetas machucándose contra la pared, mis dedos revolviéndole la almeja, y sus labios sorbiendo aquellos dedos enchastrados.

¡Así, cogé, metela, reventame nene, haceme el orto, así, más fuerte, dale perro, cogeme, sacate las ganas con mi culo pajero, dale guacho, haceme sentir una puta! ¡Dale, que yo soy más puta que la Luni, aunque a ella no hay quién le gane con una verga en la boca! ¡No sabés lo perrita que se pone cuando anda con sed de lechita la pobre!, empezó a decirme de pronto para incitarme. Seguro que sabía la muy turra que mi lechazo estaba próximo a estallar en sus entrañas. Entonces, justo cuando ya era imposible sostenerla un segundo más, y mientras la luna se volvía una mancha apenas uniforme, tomé la decisión de volver a darla vuelta para arrodillarla a la fuerza sobre uno de los canteritos repleto de plantitas con espinas. De hecho, en un momento se clavó una en su mano derecha. Yo le quité la calza y la bombacha, casi que, sin querer al pisárselas, y antes que pudiera pensar en algo más, le encajé la pija en la boca, en el preciso instante en que ella empezaba a decirme vaya a saber qué pavada. Fue demasiado para mi glande colorado por las envestidas que le di a ese culazo de perra en celo.                                          Ahí fue que mi semen explotó como disparado por un misil de las fuerzas británicas. Ella tosió, tuvo unas arcadas deliciosas, tragó y escupió. Después, eructó a lo grande cuando se la saqué de la boca, mientras me pajeaba contra sus tetas.

¡Al final, sos re lechero nene! ¡Mirá cómo me ensuciaste! ¡Ahora, me voy a tener que maquillar de nuevo!, me decía, abriendo la boca para mostrarme cómo se le había hecho bosta el maquillaje de los ojos, la boca y las mejillas. Al mismo tiempo, se había apropiado de mi pija para pajearle y sacarle hasta la última gota. La muy zorra sacaba la lengua, y cada vez que salpicaba una gotita, la atrapaba con ella y se saboreaba. Así estuvo, hasta que supo que no había más que comer de mi generosidad. Pero, antes de saberse absolutamente satisfecha, hasta se la pasó por el pelo, la nariz y las orejas. No me decía nada en concreto. Solo suspiraba, jadeaba con los labios apretados, o sonreía luminosa, cada vez más sucia de mí.

¡Dale pajero, devolveme la bombacha!, me dijo una vez que le di la calza, y la ayudé a ponerse el corpiño. Ya había resuelto dejar a mi hermana en paz, e irse sola al boliche. Dijo que la esperaba alguien, que tenía tragos gratis, y otras cosas que no puedo recordar.

¡No guachona, tenés que elegir! ¡O tu bombacha, o el tubo! ¿Qué es más importante para vos?, le decía chasqueando la lengua, sacudiendo su bombacha humedísima ante su cara mientras ella trataba de calzarse sus zapatos altos, agachadita y con todo el culo a mi disposición. Del que claramente me aproveché para darle otros chirlos que restallaban en la noche. no podía entender cómo nadie escuchó nada, o se alertó siquiera por los grititos de la pendeja. ¿Mi hermana estaba realmente en casa? ¿O se habría clavado los auriculares para librarse hasta de los reproches de mi madre?

¡Dale boludo, no te hagas el fetichista ahora, que me tengo que ir! ¡Ya fue lo de tu hermana, pero no puedo irme sin bombacha!, me dijo mientras intentaba levantarse. Buscaba su carterita, un anillito, su atado de puchos, el encendedor y el dije de su bombacha. Me re puteó cuando dio con el brillo de las tachas de su cartera colgada del árbol, y me exigió que se la alcance de inmediato. Le dije que, si se animaba a agarrarla, así, con el culo al aire, le devolvería su bombacha, y el celular. Pero claramente la engañé, porque, cuando regresó con su cartera, seguí en mi postura de hacerla elegir entre ambos objetos.

¡Bueno, dale pelotudo, quedate con mi bombacha, pero devolveme mi teléfono, que lo re necesito!, me dijo al fin, terminando de subirse la calza. ¡Yo no podía sacarle los ojos de encima! ¡tenía la cara sucia, el pelo todo despeinado, las gomas y el cuello plagado de chupones y rasguños, y varios moretones en las piernas! Y, entonces, una vez que se puso esa especie de remera vestido encima, me pidió que vaya a buscar su celular, que no tenía tiempo para seguir perdiendo. Aunque, en realidad, no sabía la hora que era. ¡Hasta yo me sorprendí cuando entré y vi en la pantalla de su teléfono que apenas habían transcurrido 42 minutos! Recuerdo que se lo alcancé por la ventana, y que ella apenas me agradeció por haberlo hecho. La vi cruzar la reja con un apuro mayor al que sus pasos podían proporcionarle. De hecho, casi se cae al bajar los dos escalones que había en la acera. Pero su culo apretadito en esa calza, todo nalgueado y moreteado por mis manos, el bamboleo de sus tetas chuponeadas hasta el hartazgo y el brillo furioso de sus ojos, todo eso fue la mejor postal que la vida me pudo haber regalado en una noche como esta.

¡Pablo, boludo, decile a la sacada de tu ex que no venga a joderte a estas horas! ¿Qué onda? ¿Todavía te jode la pesada esa? ¡Naaaah! ¡No me digas que ahora se le dio por traerte su bombacha! ¿Te quiere engualichar la bandida ridícula esa?, me dijo de repente mi hermana al encontrarme sentado en el sillón del living, con la bombacha de su mejor amiga en la mano, a punto de acercármela a la nariz por enésima vez. Claro que, al ver a mi hermana en remerita azul de dormir y bombachita verde onda vedetina, portando ese terrible culo de nenita hambrienta, la pija se me paró mucho más que con el olor a conchita de Rocío. ¿Entonces, podría regalarme otro ratito de sexo con esta pendeja, a pesar que sea mi hermanita?    Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊

 

 

Comentarios