¡Dale pendejo! ¡A ver si te levantás. Ventilás un poco, y ordenás esta mugre! ¡Ya son las 3 de la tarde Germi!, me decía mi madre, de pronto interrumpiendo un sueño pesado que tenía con los pibes… o con mis primos en un bar… o con mis compañeros de fútbol. Me costó abrir los ojos. Casi que no podía percibir el aire atravesando mis fosas nasales. Mi aliento ácido me recordó que había tomado fernet como un hijo de puta, y que también había fumado. Me dolía la cabeza, aunque no tanto como otras veces. Traté de recordar cómo mierda hice para llegar a mi casa. Lo último que venía a mi memoria, era el kilombo que armamos en la casa del Tincho, mi mejor amigo.
¡Ufa, vieja, no me jodas, que ya voy! ¡Aparte, hoy es domingo!, le respondí, con los labios más pesados que el plomo.
¡No me hinches las pelotas con eso de que es domingo! ¡Acordate que tenés que sentar el culo en la silla, y ver si te entra algo en esa cabeza! ¡Diez materias te llevaste! ¿A qué carajos vas a la escuela?, me recriminó, y entonces, los ojos se me encandilaron cuando abrió la ventana. Parecía que había llovido afuera, porque el olor a humedad me despertó otro poco.
¡Ya sé maaaa, pero no seas ortiva! ¡Dejame dormir otro rato, y posta, te juro que me pongo al toque!, le respondí, y me puse boca arriba sobre la cama, tratando de acomodar mi cabeza para que me duela un poco menos. Habría querido pedirle un vaso de agua. Pero cuando estaba de malhumor, era mejor pedírselo al perro.
¡Bien que para salir a joder no tenés ni un problemita! ¡Levantate ya Germán, haceme el favor! ¡Necesito que me vayas a comprar pañales, y fósforos, y leche para tus hermanos!, me dijo elevando la voz, y lastimosamente mis tímpanos me taladraron el cerebro.
¡Ma, dejate de joder, y andá vos! ¡Yo no soy tu empleado! ¿Y, vos, a qué hora viniste ayer? ¡Más tarde que yo, seguro… porque te escuché llegar! ¿Se te rompió un vaso, o algo? ¡Alto despelote armaste! ¡Creo que vos despertaste a la Mica!, le largué reprimiendo un bostezo, el que después naturalicé en libertad. Reparé en que estaba en cueros, y en bóxer. Quise manotear la sábana de arriba, o lo que sea para taparme. Pero el espectro de mi visión no me ayudaba, y el peso muerto de mi cuerpo fusilado, menos.
¡Ya te dije que no te metas en mi vida! ¡Y prestame el cargador, que no encuentro el mío!, resolvió, sin dejar de pasearse por mi pieza, como si pudiese verlo en cualquier parte. ¡Ni yo sabía a dónde lo había guardado!
¡Aaah, ahora necesitás el cargador! ¿Qué pasó? ¿No podés hablar con tus chongos?, le dije, e inmediatamente supe que había puesto el dedo en la llaga. Ella me revoleó un pantalón en la cara mientras me gritaba: ¡Vos, prestame el cargador y punto! ¡No tengo por qué darte explicaciones! ¡como si vos fueses compañero conmigo! ¡Y la próxima vez, tené la decencia de taparte, si vas a dormir en calzones!
¡Que yo sepa, el que duerme acá soy yo! ¡Pero ya me voy a ir a la mierda! ¡Ni bien encuentre una changuita!, le dije, reparando en que tenía la verga enfierrada. Eso, a lo mejor porque me acordaba de la rochita con la que me había chuponeado en lo del Tincho. Era la hermana de su novia, y estaba re mamada. Ahí recordé que todos la habíamos manoseado, apoyado y chuponeado. ¿Era por eso? ¿O porque le había visto las gomas a mi vieja? ¡Es que, la muy atrevida andaba con un vestidito que no le llegaba a las rodillas, y súper escotado! ¡Y encima sin corpiño! ¡Bueno, pero es tu vieja salame!, me dije para calmarme. Y, en medio de todo eso, sentía que la pija se me estiraba un poco más.
¿A dónde mierda te vas a ir vos? ¡No me hagas reír, querés! ¡Si ni te ponés las pilas con la escuela! ¡Y, esta pieza es tuya, pero eso no te da derecho a dormir en bolas, ni a contestarme como el culo! ¡Y levantate, así buscás el cargador, que no lo veo por ningún lado!, me decía, prácticamente al otro lado de la puerta de mi pieza. La verdad, apenas el silencio volvió a inundar mi pieza, palmé otra vez. Pero enseguida el llanterío de mi hermana Micaela me despertó, porque mi vieja le gritó a mi otro hermano, y de paso la ligué yo, por no levantarme todavía. Le grité que me iba a levantar cuando se me diera la gana, y ella volvió a entrar hecha una furia a mi pieza. Recuerdo que me tiró del pelo, rezongándome con los dientes apretados. Cosas como “vago, insolente, guacho de mierda y pelotudo”, fueron algunas de las palabras que me decía, mientras me zarandeaba.
¡Basta, loca de mierda, dejá de hincharme las pelotas! ¡Ya te dije que me voy a levantar, y te voy a comprar todo! ¡Y antes de pegarme otra vez, mejor atendé a los guachos! ¡No se puede respirar del olor a pichí de los nenes, de los gatos, los perros, y todos los bichos de la casa! ¡Y, si no te gusta lo que te digo, no me jodas!, alcancé a hilar, más o menos, mientras ella me tironeaba una oreja, me cacheteaba la cara y hablaba encima de mis palabras.
¿Así que soy una loca de mierda? ¿Una mala madre que no cuida a sus hijos? ¿Y, vos? ¿Qué carajo hacés por la casa? ¡Ni siquiera cuidás a tu perro! ¡19 años al pedo tenés, guacho de mierda!, me gritaba con la voz estrangulada por la bronca, la impotencia y las verdades que yo le vomitaba. Ella, desde que mi viejo se las tomó, se las arregló para laburar de limpieza en distintas casas del barrio. Yo soy el más grande de 77 hermanos, y salvo los dos que me siguen, de 14 y 12 años, los otros son todos de distinto padre. Pero a ella no le importó estar en la boca de todo el mundo. Ni en la cama de varios casados de por acá. Por lo tanto, cuando no trabaja, se dedica a chonguear. Yo no se lo prohíbo, ni me interesa que nadie lo haga. Pero, tampoco me bancaba ser su empleado, ni el niñero de mis hermanitos, ni el que resuelve cualquier cosa que se rompía en la casa. O sea, yo podía ayudar, como cualquier hijo. Pero no me pintaba comerme el abuso como lo venía haciendo desde los 16 por lo menos.
¡Bueno, lo habrías pensado antes! ¿No es que vos apoyás el aborto y todo eso? ¿Qué? ¿Ahora no te alcanzan los planes sociales para bancarte los chongos, y los vicios?, le dije, incorporándome como podía de la cama, ya que ella seguía sopapeándome, arañándome los brazos, o desquitándose de algún modo.
¡Sos un inmaduro de mierda, un pendejo que no entiende nada de la vida! ¡Lo único que te creció, se ve, es esta verga!, me dijo de pronto, apretándome la pija con una mano sobre el bóxer. Yo me quedé paralizado, y ella se re percató de mi repentino cambio corporal.
¡Y dejá de mirarme las tetas, cochino, que soy tu madre, y no una loquita cualquiera! ¿O, creés que no me di cuenta que me las estás mirando? ¿Querés verlas más de cerca? ¿Pendejo asqueroso?, me disparó sin anestesia, acercando su torso a mi cara, sin soltarme la pija.
¿Qué? ¿No ves que estás re loca? ¡Estás re en pedo ma! ¡Dale, zafá, así me levanto, y voy a comprar, antes que cierren todo!, intenté decirle con claridad. Pero una de sus tetas saltó con violencia de su vestidito, ya que le apretaba un poco. Entonces, su pezón estalló sobre mi cara, y toda la furia que me llenaba los pulmones se convirtió en una especie de calma, la que por un rato ninguno fue capaz de romper. Su mano ahora no me apretaba la verga con rabia. Más bien me la sobaba, punzando mi tronco con sus dedos.
¡Volvé a repetir lo que me dijiste! ¡Dale, eso que soy una loca!, me dijo de pronto, al tiempo que otra cachetada me hacía arder la mejilla. Pero, en el momento en que abrí la boca para responderle, ella me encajó su teta y subió una de sus rodillas a la cama, mientras me decía: ¡Chupá, y calladito la boca, guacho de mierda!
Tuvo que arrancarme un mechón de pelos para que abra la boca y al fin su pezón se acomode entre mis labios. Es que, la conmoción me podía, y el cerebro amenazaba con abandonarme para siempre si accedía. Entonces, no pude más que succionárselo, chuparlo, morderlo y mover las piernas como un tarado, ya que ella seguía tocándome la pija. Solo que ahora, apenas le pasaba un dedo por toda la longitud, y se detenía antes de llegar al glande. Su pezón se endurecía más en mi boca, y ya no sabía controlar a los ríos de saliva con los que le bañaba la teta entera.
¡Síii, así bebé, comeme las tetas! ¿No te hace acordar a cuando eras un bebé? ¡Cómo te costó dejar la teta de tu madre, pendejo! ¡Y ahora, me decís que soy una puta de mierda, una chonguera, una viciosa, que no cuido a mis hijos, y que llego a cualquier hora, toda chuponeada! ¡Sos un desagradecido pendejo! ¡Dale, mordé, mordela toda, y jugá con esa lengüita nene! ¡Aaay, asíii, síi, bien loca estoy, así no hablás al pedo!, me decía, clavándome una rodilla en la pierna, bajándome el bóxer con lentitud, y agarrándome de la cabeza para que no me separe de sus tetas. Sí, de pronto, empezó a intercambiarlas, y a pedirme que también le muerda el otro pezón. La verdad, las tetas de mi vieja eran las mejores del barrio. Todos mis amigos se baboseaban con ellas. Y, a mí, me ponía orgulloso, me hacía sentir el macho de mi casa. Aunque, también, y lo reconozco, me calentaba que se pajeen pensando en ellas. El Tincho fue valiente, y una vez me la tiró así, de una.
¡Boludo, perdón, pero, ayer no lo pude evitar! ¡Me cogoteé la nutria pensando en las tetas de tu vieja! ¡Por dios boludo! ¡No sabés cómo me saltó la leche cuando me las imaginé golpeándome la chota!, me había dicho. Yo amagué con cagarlo a trompadas. Pero me calmé en cuanto me hice la película de mi vieja mamándonos la pija. ¡Obvio que eso podía pasar solo en mi imaginación!
¿Y? ¿Qué pasó ahora? ¡Tanto que te hacías el gallito! ¡Parece que sí, te tocan el pito, y te ponen unas tetas en la boca, ya está! ¿Eeeh? ¡Dale guachito, seguí mamando las tetas de tu madre, que son las únicas que vas a mamar! ¡Maricón, pollerudo, cochino, degeneradito de porquería! ¡aparte, mirá la pija que tenés! ¡Ya de chiquito tenías un pito hermoso!, me decía mi vieja, ahora sacudiéndome la pija, refregándome las tetas babeadas en la cara, o pegándome directamente con ellas. Después me las frotó en el pecho, me pellizcó el escroto y me dio una cachetada en cuanto me quejé.
¡Callate pendejo, y aprendé a ser un hombre de verdad, y no un machito pajero! ¿Hace cuánto que no la ponés? ¿Eee? ¡Contestame pendejo! ¿Qué pasó con la Jenny? ¡Alta putita era esa! ¡Le encantaba mostrar el orto! ¡Yo veía que se re dejaba toquetear!, me decía, mientras empezaba a mordisquearme las tetillas, los hombros y los brazos. A esas mordidas y palabras obscenas, le agregaba tetazos a cualquier parte de mi cuerpo, y algún apretón a mi pija. Eso me sorprendía porque, no seguía un patrón, ni orden. Pero, cuando sus tetas hicieron contacto con mi pija, creí que podría estallar en leche como nunca lo había hecho hasta entonces. Yo no podía responderle nada. Apenas alcancé a decirle que la Jenny quedó preñada de un tipo mayor, cuando empezó a frotarme las tetas en el pito con una desesperación que me hacía suspirar. Cosa que a ella le ponía nerviosa.
¡te dije que no suspires como una mariquita! ¿Te gusta esto? ¿Mucho? ¿este pito quiere más tetita? ¿Querés tetita mi amor? ¿Así? ¡Qué dura la tenés, hijo de puta! ¡Dura, caliente, y con olor a pis! ¿Qué anduviste tomando pendejo? ¿Te re measte el bóxer además! ¿Sabías?, me decía, cuando todo mi cuerpo entraba en shock con todos sus músculos, huesos, tendones y pasiones. Las fricciones de sus tetas contra mi pija se hicieron más ágiles, brutales y asquerosas, porque ella se las escupía para colocar mi pedazo entre ellas, y entonces cada resbalada me punzaba el glande con un hormigueo tan intenso que, ni siquiera pude prevenírselo. Empecé a jadear como un animal salvaje, a boquear como un pez en la orilla de un lago estéril, a sentir cada ráfaga de viento infernal en la cara, y a largar un chorro de leche tras otro en las tetas de mi vieja. Apretaba los puños y golpeaba la cama con ellos. Respiraba mi propio sudor, sentía su pelo desordenado en mis piernas, y su lengua lamiendo restos de semen de la sábana, y de mi abdomen. Luego, mi pija empezaba a convertirse en el pito de un hombre recién realizado, aunque el corazón se me desbocaba en las costillas.
Por un instante supuse que, habiéndose calmado un poco, comenzaría a gritarme de nuevo, totalmente arrepentida, furiosa, histérica y determinante. Pero, la zorra se acercó a mi rostro juntando sus tetas con las manos, y me dijo: ¡Dale, miralas Germi, mirá lo que me hiciste! ¡Mirá la leche que me dejaste en las tetas! ¿Te parece bonito? ¡le enlechaste las tetas a tu madre! ¡Bueno, ahora, voy a tener lechita para tus hermanos!
Acompañó esa última frase con una sonrisa que por primera vez le iluminó la cara, los ojos negros fríos habituales, y hasta el dibujo de sus labios. Yo vi que tenía el vestido a la altura de la cintura, ya que se había librado de sus mangas, y que en el centro de sus tetas reposaba toda la guasca que mi pija le había ofrendado.
¿Y? ¿Ahora quién es el loco, el enfermito? ¿Eee? ¡Acabaste en mis tetas, pendejo!, me decía, volviendo a la carga por mi instinto, frotándome sus tetas en el torso para después comenzar a lamerme todo. Esta vez su lengua salía de su boca como una serpiente húmeda, decidida a quedarse con cada poro de mi piel si fuera posible. Yo sentía que la pija se me volvía a parar, y ella lo constataba a cada rato con una de sus manos. En un momento me pidió que cierre la boca, y empezó a morderme los labios.
¿No querés hacerlo todo pendejito? ¿Querés ser el chonguito de tu madre? ¿Eee? ¡Dale, tomá, volvé a chuparme las tetas, que ya me las limpié en tu cuerpo, y me comí toda tu lechita de tu piel! ¡Dale pajero, abrí la boca, que ya sé que tenés la pija al palo! ¿Qué pasó ayer? ¿No encontraste una conchita para coger? ¿O algún culito?, me decía, desbocada y con el cuerpo vibrando como si algo catastrófico se estuviese gestando en su interior.
¡No maaa, te dije que era juntada de amigos nomás! ¡La única que fue, bueno, fueron dos! ¡La anti de la Belu, y la Anto, la hermana del Tincho!, Alcancé a decirle, antes de volver a chuponearle las tetas. Después, mientras me pasaba la lengua por la boca, y su mano volvía a reunirse con mi pija, me decía: ¿Y qué pasó? ¿La rochita esa les calentó el pito a todos, y no les entregó el pancito, como siempre? ¿Se la apoyaron, la re toquetearon, y se la besuquearon toda? ¡Aaah, pero después se mamó, y no servía ni para desprenderse el corpiñito! ¡Pero, ustedes, también se la pusieron en la pera, y se quedaron sin conchita! ¿No? ¡Bueno, y la Belu, pobrecita! ¡Qué querés con la madre que tiene! ¡Si fuera por ella, la habría encerrado en un convento!
Mi madre sabía muchas cosas, porque en los días que andábamos de buenas, compartíamos nuestras vivencias. Aunque, más que nada yo le contaba de mí. Y, siempre me hacía lo mismo. Usaba esa información en mi contra cuando se presentaba la ocasión. sin embargo, no le respondí nada de eso. Era imposible concentrarse con la punta de su lengua rozando mis labios, mi nariz y mentón. Además, sus dedos me acariciaban los huevos, y mi pija empezaba a humedecerle la palma de la mano con sus jugos.
¡Pero mami va a ser buena con vos! ¿Querés mirar un poco más? ¿Pendejo alzado? ¡Dale, mirame bien ahora, que, por ahí, hace rato que no ves una!, me dijo de pronto, separándose por completo de mi cuerpo para arrodillarse a centímetros de mi cara. Entonces, apenas se subió el vestido, y abrió las piernas para exhibirle a mis ojos el realismo de su concha peludita, brillante de flujos, gordita y de labios sensiblemente separados.
¿Te gusta? ¿Hace cuánto no ves una concha? ¡Porque, pijas, debés mirar todos los días, cuando se bañan tus amigos acá, y me dejan el baño hecho un chancho!, me decía, como si caminara lentamente con sus rodillas un poco más hacia mi cara. Temblé, y tuve ganas de salir corriendo, y de meterle los dedos y la lengua al mismo tiempo.
¿te sorprende que ande sin bombacha? ¿Viste que ahora se usa? ¡Me encanta andar en conchita por la casa, para que el primero que venga, pueda cogerme más fácil! ¿Qué te parece? ¿Eso también es de loca, de puta, y de mala madre?, me dijo, poniéndome más al palo, subiéndome la temperatura y los temores de hacer cualquier cosa imprudente.
¡Dale pendejo! ¿Te vas a quedar ahí, mirándome la concha? ¡te la estoy mostrando, porque quiero que me cojas! ¿Se entiende ahora? ¡Cogeme hijo, dale, que no aguanto más!, me dijo ella, o el balbuceo de su voz, o el aroma que desprendía su sexo. Yo me levanté de la cama, casi que de un salto abrupto. Pero en cuanto estuve de pie, ella se arrodilló, me manoteó la pija y empezó a pegarse con ella en la cara.
¿Ves? ¡Esto tenés que hacerle a esa rochita, si es que te la querés garchar! ¡Contale a tus amigos! ¡Y después de cachetearle esa carita de nena buena que tiene, le pedís que te la escupa!, continuó, mientras comenzaba a bañarme la pija con su saliva, escupiendo con fiereza, humedeciéndome los pelos del pubis y los huevos. La saliva que me chorreaba por las piernas me daba un poquito de fresquete. Pero, se apagó de inmediato cuando dijo: ¡Y, una vez que está bien mojada, le decís que abra la boca, o se la abrís vos, y se la metés así! ¡Haaaammmm!
A partir de allí, el calor de su boca me estremecía más con cada succión, lametazo, mordida o chupón ruidoso. Cuando se la sacaba, volvía a escupirla, se daba unos chotazos en las gomas, y regresaba a devorarla, haciéndome sentir el rigor de sus dientes tramo a tramo, a medida que entraba. Una vez que arribaba al fondo de su garganta, ella sola me agarraba del culo para que le traspase todo, y entonces sus arcadas inundaban mi pieza, mis impulsos y emociones.
¿Te gusta cómo esta puta reventada y chonguera se come tu pito, pajero de mierda? ¡Estás muy calentito papi, y yo no te puedo dejar así! ¿Mirá cómo se te pone! ¡No vas a poder hacer pis, y después, te van a doler los huevitos! ¡Y todo por tratarme de puta, y no ser capaz siquiera de encontrar a una putita que te tire la goma!, me decía, ahora pegándose nuevamente con mi pija en la cara. Yo le decía cosas que no puedo recordar. Pero evidentemente ya no lastimaba su orgullo, ni su dignidad, porque seguía compenetrada en lo suyo. Por momentos me pajeaba la pija adentro de su boca, pasándome la lengua por todo el derredor del glande, y en otros me lamía los huevos presionándome la cabecita. También me chuponeó el escroto y las bolas, y volvió a refunfuñar por mis olores genitales. Me nalgueó el culo cuando le dije que alguna de las nenas la estaba llamando, y se esforzó por conducir una vez más mi pija al interior de su garganta. Antes de eso había murmurado: ¡Callate, y cogeme la boca, dame pito nene!
Cuando inevitablemente su garganta la impulsó de sus volcanes perpetuos, por causas naturales de su falta de aire, ya que por lo menos me la anidó un largo minuto entre movimientos, arcadas y jugos atorados, mi madre se despachó con un eructo intenso, tormentoso y sostenido que a los dos nos hizo reír.
¡Dale, ahora decime que soy una cerda, y listo! ¡Vení para acá pendejo de mierda! ¡Y más te vale que lo hagas bien, porque me voy a poner de peor humor! ¿Escuchaste?, me dijo sonriente y divertida, como si no hubiese pasado nada extraordinario. Y acto seguido se quitó el vestido por completo, cerró la ventana y se tiró sobre la cama boca arriba, con las piernas abiertas. Se frotaba las tetas con una mano, y se golpeteaba la concha con la otra como incitándome, ya que me había quedado inmóvil, perdido y con el pito súper babeado, parado junto a la cama.
¡Dale bebé, que tengo que ir a cuidar a tus hermanos! ¿No me pediste eso? ¡Vení, subite, y dame esa pija, que no aguanto más!, insistió, ahora con algo más de dulzura, suspirando suavecito al frotarse la concha. Yo di unos pasos, y ella me revoleó mi propio bóxer en la cara, en señal de clara amenaza.
¡O venís, o se te pudre todo!, me dijo, cuando ya mis pies estaban sobre la cama. Si bien ya había cogido con un par de novias boludas que tuve, con la prima de mi amigo Gabriel, y con dos villeras, esto era distinto. Me sentía un idiota, un gil que no sabía cómo hacer para meterla. Pero, en cuanto mi cuerpo estuvo encima del de mi madre, mi pija tocó la puerta de su vulva húmeda, y ella misma volvió a manotearme del culo para impulsarme hacia arriba. Entonces, mi pija entró, ella gimió, y una de sus tetas silenció mis primeros jadeos. Tenía la concha caliente, resbaladiza, llena de jugos y latidos. Yo empecé a moverme con torpeza al principio, hasta que el propio ritmo sexual que nos envolvía hizo su trabajo por nosotros. Ella gemía cada vez más, y me pedía que no pare de morderle las tetas, que se las escupa, que le diga que es una loquita, una mami putona, una mala madre que prefiere comprarse vino y puchos, que ni siquiera sabe lavarles el culo a sus hijos, y un sinfín de incoherencias que no vale la pena recordar.
¡Dale bebé, así, cogete a tu mami, y ayudala a ser una buena madre! ¡Quiero que me digas si la Mica tiene olor a pichí, así la cambio, y no anda toda meada! ¡Y que me hagas oler las bombachas de tus hermanas, y los calzones de tus hermanos, y los tuyos! ¡Y también los lugares donde meen los gatos! ¡Síiiii bebé, vos tenés razón! ¡Yo me la paso putoneando, cogiendo, chupando pitos, tomando vino, fumando como una yegua, y no me hago cargo de nada! ¡Vos sabés que tu papá se fue porque yo me acosté con su mejor amigo! ¡Cogeme más, asíiii, dame más verga hijo de puta! ¡Mordeme las tetas, dame pito, metela más adentro, asíii, y no pares hasta acabarme toda! ¡Quiero tu leche adentro de mi concha, asíiiiií pendejo de mami! ¡Haceme tu puta, haceme tu rochita, tu trola, y te juro que no te mando ni a comprar pañales! ¡Dame más basura, asíiiii, cogemeeee, dame pijaaaa, quiero esa pija dura toda para míiii! ¡Y pobre de vos si llego a ver chupones de otras mamis en tu cuello!, me decía, cuando la ferocidad de nuestros cuerpos nos envolvía en sudor, pecado, perplejidades y deseos. Yo, en lo único que pensaba era en acabar. Me dolían los huevos, la pija se me estremecía cada vez más, y todavía peor cuando se me salía por lo empapado que estaba todo allí abajo. De golpe volvía a entrar, y un nuevo subidón de adrenalina me impulsaba a bombearla con todo. Además, sus gemidos y jadeos me indicaban que estaba disfrutando tanto como yo. No podía dejar de mamarle las tetas con violencia, por más que a veces me pedía que me tranquilice.
¡Tomá mamiiii, mami putonaaaa, comete toda la pija de tu hijooo! ¡Vos te la ganaste, por esas tetas de perra que tenés!, fui capaz de decirle. Lo demás, no sé si llegué a pronunciarlo. Solo sé que, en el momento en que sus uñas empezaron a clavarse en mis nalgas, sus dientes me mordían el mentón y sus tetas se consumían bajo el calor de mi pecho, todo mi cuerpo se sacudió como nunca, como si algo en mi interior no resistiera un segundo más tanta alegría compartida. Sus piernas también temblaron, y en menos de lo que supuse, sentí que algo caliente ardía en la punta de mi pija, y que sus venas se hinchaban febriles. Enseguida mi glande experimentó la misma emoción que mis sentidos, mientras todo mi semen lloraba de felicidad adentro de la vagina de mi madre. Después del primer disparo vino otro, y otro más furioso luego. Sentía que mientras mi pene volvía a ser “normal”, más chorros de semen fluían de sus quimeras. Y de pronto, el silencio, o aturdimiento, o las ganas de más, pero también las de tomarme el palo a donde sea. La vergüenza, lo que no sabíamos que el otro pudiera decirnos, el temor al rechazo, o al retorno de nuestras rutinas.
Tardamos en separarnos. De hecho, si ella no hubiese hablado, tal vez todavía mi cuerpo descansaría sobre sus tetas, y mi pija adentro de su vulva.
¡Bueno bebé, vamos, levantate que hace calor, y estamos todos pegoteados! ¡Y, aparte, hay que conseguir leche, y pañales!, empezó diciendo, mientras una ligera decepción se apoderaba de mi felicidad. Así que, como pude, lleno de temblores, mareos y de las marcas de sus chupones, mordiscos, arañazos, fluidos y lengüetazos, me puse en pie para ofrecerle una de mis manos y ayudarla a incorporarse. Ella me dedicó una sonrisa, y mientras se sentaba en la cama, recogía su vestido del suelo y se acomodaba el rodete del pelo, me dijo: ¡Vamos a ir juntos a comprar! ¿Querés?
Yo asentí con la cabeza.
¿Qué pasó que no me hablás? ¿No te gustó lo que hicimos? ¡Si, si vos querés, no lo hacemos más!, dijo, sin borrar la sonrisa de sus labios. Yo tartamudeé que me había encantado, que es tremenda en cosas del sexo, y que no era cierto que es una mala madre. Su sonrisa se convirtió en carcajada. Me estiró los brazos, y yo me acerqué para transformar todo aquello en un abrazo que pudo durar horas, tal vez años.
¡Tranquilo Ger, que soy tu madre, y yo jamás voy a hablar de esto con nadie! ¡Pero sí, soy una mala madre! ¡Y no creo que lo pueda cambiar! ¡Pero, puedo ayudarte cuando quieras! ¡Y vos ayudarme a mí! ¡Es más, gracias a esto que pasó, ahora ni me interesa el cargador!, me decía ella, amortiguando sus palabras en mis brazos que la sujetaban. Sus tetas desnudas se rozaban con mi piel, y mi pija recobraba una de las erecciones más felices. Quise pedirle disculpas, prometerle que iba a cambiar, que intentaría ser mejor en la escuela. Y todo eso se me tradujo en unas lágrimas silenciosas, a las que ella no les prestó atención.
¡Si vos y yo, cogemos, por ahí, no tengo que buscar chongos! ¡Además, en serio, tenés una pija que vuelve loca a cualquiera! ¡Es más, tampoco tendrías que ser mi empleado, o niñero! ¡Dale, vamos a bañarnos, así vamos a comprar! ¡Si querés, andá vos, así atiendo a los pibes! ¡Y, esta noche, por ahí tenés una visita! ¡Tengo que enseñarte a comer bien una concha! ¡Eso, seguro que todavía no lo hiciste! ¡Por mí, la verdad, mejor! ¡Son todas unas roñosas las guachas de hoy! ¿Querés que me ponga bombacha? ¿O que ande mostrando el orto como la Jenny?, me decía luego, acomodándose el vestido, desapareciendo poco a poco tras la puerta de mi pieza, dejándome en llamas, con su olor en el cuerpo, y miles de sensaciones en la pija, en la mente y en la piel. Fin
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EXCELENTEEEEEEEEEEEEEEEE
ResponderEliminarGracias Marceeeeeee! Me alegro que te haya gustado esa mami! Jejeje!
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