Instinto animal

 

Ellos no me atraían, ni ahí. Nunca había fantaseado con ellos, ni hubo situaciones complicadas entre nosotros, ni jugábamos a cosas raras cuando éramos más chicos. Creo que, por eso, jamás pude entender esas historias de hermanos que se tienen ganas, o se calientan entre sí, o se espían, o se insinúan cosas. Siempre le decía a la pesada de Bianca, una de las chicas de mi curso, que la corte con eso de querer mirarle otra vez la pija a su hermano. Lo consideraba repulsivo, desubicado, o asqueroso. Pero ese mediodía, todo se dio para que se arme la cagada, de la forma más boluda e inverosímil que cualquiera pudo imaginarse. Creo que todo pasó, porque el calor, las hormonas, la situación que tal vez yo propicié sin querer, y el sabor de lo prohibido, de lo incorrecto, todo eso empezó a vibrar a nuestro favor.

Yo llegué de la escuela un poco más tarde, porque no conseguí cigarrillos en el kiosco de siempre. Mami, evidentemente se había quedado en el negocio. Cuando eso pasaba, sabíamos que no volvía hasta pasadas las 5 de la tarde. Tenía hambre, sed, calor, y unas ganas de hacer pis que no me dejaban pensar con mucha claridad. Entré a la casa, tiré mi mochila en el sillón, prendí un ventilador de pie que había junto a la ventana, y corrí al baño.

¿Ya salgo Diegote, aguantá!, dijo al otro lado de la puerta la voz de mi hermano Marcos, (El mayor de nosotros tres), ni bien golpeé como una desesperada.

¡Soy yo nene! ¡Y apurate que me meo!, le dije. Ni sé qué fue lo que me respondió. Fui medio saltando hasta la cocina a servirme un vaso de lo que encontrara fresco en la heladera para tomar. Si seguía saltando, podía hacer más soportable el sufrimiento de casi mearme encima. Le grité de nuevo a Marcos para que se apure al terminarme un vaso de jugo de naranja. Me saqué la remera, me senté un segundo en el sillón para revolear mis sandalias por ahí, y me mandé al patio para buscar un short que yo misma había colgado en el tender, para que se seque. Volví al living, me quité la calza, y en ese preciso momento, cuando ya había puesto medio pie en el short para ponérmelo, aparece Diego, mi otro hermano. O sea, el del medio. Ambos nos sorprendimos, porque, se supone que debía estar en fútbol, o en inglés. Se me acercó para saludarme, y por un momento sentí que sus ojos se tatuaron en mis pechos, apenas cubiertos con un corpiño azul, de esos que de pedo si te sostienen las tetas. Para colmo, a los 16 ya tenía más tetas que todas mis primas juntas, que casi todas las de mi curso, (Excepto Natalia y la Belu), y que mi vecina Ana Laura, que en algún tiempo había sido novia de Marcos.

¡Hey, boludo, no me mires así! ¿Qué hacés recién levantado? ¿No fuiste ni a la escuela vos?, le dije intentando cruzar las piernas para que no vea más de lo que ya veía. Estaba despeinado, con una bermuda llena de flecos, una remera ancha y con restos de saliva seca en los labios. Como si verdaderamente recién se hubiese despertado. Él intentó decirme algo después de bostezar. Entonces, lo vi que agarró el paquete de puchos que me había comprado, el que dejé un toque arriba de la mesa, y sabiendo que el muy cretino siempre me chorea puchos, encendedores, cargadores para el celu, y lo que se le cante, me levanté para quitárselos. En ese preciso momento apareció Marcos en la cocina. De la nada empezó a reírse como un descarado de mi casi accidente. Es que, yo aún tenía el short puesto en una sola pierna. Por lo que, cuando me levanté del sillón, me resbalé como si hubiese pisado una cáscara de banana, y de pedo no me hice mierda contra la mesa.

¿Viste boluda? ¡Eso te pasa por hacerte la bailarina! ¿Por qué no te empelotás en tu pieza nena? ¡Casi te hacés percha! ¡Y encima, ese corpiño no te iba a salvar mucho que digamos! ¿Con eso fuiste a la escuela?, dijo Marcos al fin, mientras buscaba controlar los hipidos de su risa desquiciada. Diego había quedado congelado por un instante, con mis puchos en la mano. Pero al toque vi que avanzaba hacia mí, con los ojos buscando algo puntual en mi cuerpo.

¿No nene! ¡Bah, en realidad, sí, pero tenía la remera, y un bucito! ¿Aparte, a vos qué te importa? ¡en la escuela nadie te pregunta qué corpiño te pusiste!, dije, mientras sentía una tremenda punzada en la vejiga que, por poco me cortaba el aliento. Di unos saltitos rodeando la mesa, pensando en ir al baño. Pero Marcos se puso entre la heladera y la puerta que conducía a las habitaciones y el baño, murmurando casi sin abrir la boca: ¡Eso es lo que vos creés! ¡Dudo que nadie te mire las gomas!

¿Qué hacés chabón? ¡Dale, correte que tengo que ir al baño! ¿hay algo para comer? ¿Pidieron algo, aunque sea?, dije, sin detener el saltito involuntario de mi cuerpo. Entonces, sentí una mano en mi espalda, y una respiración a centímetros de mi nuca.

¡Che, estás re crecidita Belu! ¡La verdad, hacía rato que no te veía en bombacha y corpiño!, balbuceó sin mesura la voz de Diego cerca de mi oído, palpando mis hombros con sus manos.

¡Sí, posta Belu, estás perrísima nena! ¿Nunca pensaste en modelar, o en sacarte fotitos para OnlyFans? ¡Creo que, la romperías ahí! ¡De paso hacés unos manguitos!, dijo Marcos, cuyos 22 años me inspiraban una sensación que nunca antes había sentido. Era como una brisa que me acariciaba entera, desde mis tímpanos hasta la punta de los dedos de mis pies descalzos. Pero debía poner orden.

¿Y por qué no te sacás fotitos vos, y te vendés nene? ¿Me viste cara de puta acaso? ¡Yo ni en pedo transo con eso!, me justifiqué, sintiendo que las manos de Diego descendían por mi espalda, haciendo algo con los breteles de mi corpiño.

¡Aparte, se perfuma rico la guacha! ¡Y, tiene rico olorcito en el pelo! ¡Pero, esas gomas Belu, seguro que volvés loquitos a todos en la secu! ¡Bueno, y por ahí, a alguna guachita! ¿Nunca se te declaró una mina?, decía Diego, con la voz serena y la respiración relajada, mientras Marcos seguía bloqueándole el paso a mis ganas de hacer pipí, pero estirando una de sus piernas para tocarme la panza con el pie.

¡Basta boludos! ¡No sé qué garcha les pasa! ¡Parece que nunca vieron a una mina en ropa interior! ¡Dale bobo, vos dejame pasar! ¡Y vos, dejá de tocarme!, decía, en el preciso segundo en que sentí la gravedad en mis tetas, ya que Diego había logrado desprenderme el corpiño. Me di vuelta para darle una cachetada, y lo que vi me dejó sin palabras, ni reacciones. ¡Mi hermanito, tenía una mano adentro de su pantalón, y no se esforzaba en disimular que se re pajeaba la chota!

¡Aaah, bueno! ¡Me quedo más tranquila ahora!, dije, como una estúpida, mientras yo sola terminaba de sacar el corpiño que me colgaba de un brazo. Marcos me lo quitó al instante, pegándose un poco a mi cuerpo. Mejor dicho, Diego me empujó suavemente contra la humanidad de Marcos, que ahora, ante mi incredulidad, olía mi corpiño y se lo pasaba por la cara.

¡Posta nena, tenés que quedarte tranquila! ¡Porque somos tus hermanos, y no te vamos a hacer nada malo!, dijo el meloso de Marcos, una vez que le manoteé el corpiño para revolearlo lejos. Pero, ahora sus manos atrapaban mis tetas en el aire, porque yo intentaba zafarme de él, y de la apoyada que Diego intentaba contra mi orto.

¡Che boludos, ya fue! ¡No sé qué onda hoy con ustedes! ¡Pero si me sueltan, posta no me enojo, ni le cuento nada a mami! ¡Aparte, vos dejá de apoyarme zarpado! ¿Y vos, podés cambiar esa cara de baboso pajero nene?, les decía, sintiendo que no tenía fuerzas para escapar, por más que ellos no me sujetaban. Es decir, Marcos me obstruía el paso para correr, aunque más no sea a mi pieza, y Diego me revolvía el pelo, intentaba arrimarme el pito a la cola, y me sobaba un hombro, o la espalda. Pero no me forzaban, ni se ponían de acuerdo en nada. Incluso, ellos parecían tan sorprendidos como yo. Para colmo, le miraba la boca a Marcos, y un calor repentino me ponía a prueba. ¿Por qué tenía tantas ganas de transármelo, de morderle los labios, y que su lengua lama todo mi cuello? Las manos de Diego en mi piel transpirada, y la imagen de su mano en sus genitales, también me ponía de los pelos.

¡Hey, tarado! ¿Me pellizcaste el culo?, dije de golpe, cuando sentí que la mano de Diego había decidido no resistirse más. No me contestó, pero me dio un par de chirlos, y hasta me chicoteó con el elástico de la bombacha. A esa altura, mi cuerpo empezaba a pegarse al de Marcos, que me zarandeaba una teta, sin poder emitir sonidos.

¡Y encima, se pone esta bombachita con dibujitos! ¡Ya no sos más una nena Belu!, dijo Diego, haciendo reír a Marcos, y retroceder un poco a mi autoestima.

¡La verdad, el Diegote tiene razón Bel! ¿No te pinta usar tanguitas, o colaless? ¡No creo que tus amiguis se pongan bombachas de gatitos, ni para ir a la escuela!, me decía Marcos, ahora revolviéndome el pelo, sintiendo el roce de mis tetas desnudas contra su pecho, también expuesto. No recuerdo cuándo fue que se quitó la musculosa de Callejeros que tenía.

¡Y mucho menos la Mily! ¡Esa sí que tiene pinta de haberse comido todas las vergas de la secu!, dijo Diego con total liviandad, sabiendo que odio escucharlo hablar así de mi mejor amiga. Pero, en ese momento no tuve el coraje siquiera para defenderla.

¡Posta, no sabía que teníamos a semejante bebota en Casa! ¡A pesar que tengas esta pancita hermosa! ¡Aflojale a los postres nena!, empezó a cargosearme Marcos, mientras me hacía cosquillas debajo de la panza, me sobaba la cintura y juntaba una de sus piernas al centro de las mías. Pero yo no le hacía tan fácil el trabajo. Diego, por su parte, ahora me masajeaba el culo, me lo nalgueaba suavecito, y amagaba con bajarme la bombacha.

¡Boludo, posta que, hacía rato no me dolían tanto! ¡No sé vos, pero, los siento re pesados! ¡Es como si no hubiera descargado leche hace semanas!, se confesó Diego, pegando cada vez más su bulto a mi culo, haciéndome cosquillas en el cuello y estirando una mano para tocarme una teta.

¡Y sí boludo, es entendible! ¡Los huevos se te llenan de leche cuando ves a esta nena, desfilando por la casa con esas gomas! ¡Yo, al menos, hace rato que no la pongo! ¿Y vos Belu? ¿Hace cuánto que no te la ponen bebé? ¡Porque, es obvio que ya te voltearon!, dijo Marcos, agudizando sus cosquillas por cualquier parte de mi cuerpo. Yo, hasta ahí pude conservar la calma. No sé cómo fue, ni qué hice primero. Solo recuerdo que le empecé a frotar la pija a Marcos con una mano, y que estiré mi cabeza para chaparme a Diego. Él fue el primero en bajarse hasta el calzoncillo y mostrarme su pija. Se prendió a chuparme las tetas, y yo se la agarré para sobársela, apretarle el glande y jugar con sus huevos calientes. Cada vez que podía, me escupía la mano para volver a pajearlo. Y, luego, dos bocas como de fuego se disputaban mis tetas, mis pezones y mi cuello. Marcos tenía mucha más experiencia en meterse pezones en la boca y en jugar con su lengua. Cada vez que me los succionaba y mordisqueaba, una electricidad me recorría toda, como si mis huesos pudieran desintegrarse adentro de mis tejidos. Diego me chirleaba cada vez más fuerte. Pero los suavizaba con sobadas, pellizcos y caricias que me hacían desear una buena pija entre mis cachetes. Y, de repente, los dos empezaron a meterme los dedos en la concha. Diego por arriba de la bombacha, y marcos por adentro. Creo que hasta ahí fue que mi vejiga lo soportó, porque, en cuanto sacaron sus manos y entre los dos optaron por refregarse contra mi cuerpo, empecé a sentir que las piernas se me humedecían de un calor insoportablemente interminable, incesante y lleno de un alivio más que necesario. Marcos y Diego se alejaron apenas unos centímetros de mí, y empezaron a reírse como dos diablos crueles. Aunque Diego no dejaba de tocarse la pija.

¡Te measte boluda! ¡Daaaleee! ¿En serio? ¿No estás grandecita para hacerte pichí así? ¡Sos una cochina nena!, decía Marcos, tratando de no perderse ni un detalle de mi cara de frustración.

¡Ahora entiendo por qué usás bombachas con dibujitos! ¿Te gusta hacerte la nena con los vagos? ¿Te calienta hacerte pis cuando te están por coger? ¡Yo tenía una novia media perversita, como vos!, me decía Diego, acercándome otra vez su pija para que mi mano vuelva a masturbársela con todo mi repertorio.

¡Callate nene, que el perverso sos vos! ¿No será que a vos te calienta ver a las guachas mearse encima? ¡Qué linda pija tenés pendejo!, le dije subiendo y bajando la piel de esa verga impactante, sintiendo que sus líquidos se mezclaban con la saliva que yo misma le proveía a mis manos.

¡Bueno nena, pero, si querés guerrita con nosotros, al menos sacate la bombacha!, decía Marcos, apropiándose de mis tetas con sus manos y boca.

¿Quién de ustedes me va a sacar la bombacha?, pregunté. Diego fue el más decidido en llevarme a los empujones hasta el sillón, y apenas estuve revoleada boca arriba, me levantó las piernas y me la sacó. Pero esta vez no pude levantarme. De inmediato sentí el calor de una pija más gorda y cabezona que la de Diego tocando mis mejillas, labios y mentón.

¡Dale nena, abrí la boquita, y sacale la lechita a tu hermano! ¡Ahora no tenés excusas, porque ya te measte, pendejita sucia!, me dijo Marcos, que no podía saber que me vuelve loca que me castiguen la cara a pijazos. Lo hizo varias veces, y hasta tuvo que abrirme los labios con sus propios dedos para que al fin su glande los atraviese, y mi saliva comience a brotar de mis instintos como un manantial. Enseguida mis oídos se llenaron con mis atracones, arcadas y escupidas, con mis chupadas a fondos, eructos y toses. Es que la pija de Marcos me llegaba hasta la garganta, y no estaba dispuesta a dejar de mamársela. Diego, entretanto me nalgueaba con todo, con sus manos y con mi bombacha meada. Hasta que sentí que su cuerpo trabajado, fibroso y cargado de deseo se subía sobre mí. Sentí su pija jugueteando en la zanjita de mi culo, y el movimiento de sus manos que se la pajeaban. De pronto, de mis labios entumecidos por el sabor y la tracción de la poronga de Marcos, surgió una frase con un destino imposible de obviar.

¡Abrime la concha nene, dale, dejá de jugar y garchame!, le dije a Diego, y él me separó las piernas como si las tuviese de plastilina. Me nalgueó la cola un par de veces más, con las manos y con la pija, y mientras Marcos me hacía pajearle la pija y lamerle los huevos, sentía que los dedos de mi hermano comprobaban la humedad y el calor del interior de mi vagina.

¡Mientras no me mees la pija, te la meto toda guachita!, lo escuché decirme, segundos antes de deslizarla suavemente entre mis labios vaginales, donde poco a poco desató un rítmico y deliberado meta y ponga, el que resonaba como latigazos en la casa. Me ardían las manos y las rodillas contra el tapizado del sillón. Se me caían lágrimas y mocos cuando Marcos me agarraba de la colita que tenía hecha en el pelo para profundizar sus envestidas en mi boca, y tosía como una condenada cuando me dejaba respirar un ratito.

¿Y? ¿La tiene calentita la guacha? ¿Todavía no te meó? ¡Asíiii bebé, abrí esa boquita, asíii, mamala toda, que te vuelve loca la verga! ¡Ya sé que te calienta que te peguen así en la boca con la verga! ¡Son muy chanchas las cositas que escribís en tu diario íntimo! ¿Sabías? ¡Demasiado para una pendeja de 16 años!, me decía Marcos, revelando al fin la razón de su sabiduría. No pude rebatirle nada. Tampoco estaba en situación de defenderme, porque el bombeo incesante de la pija de Diego en mi concha impulsaba mi cuerpo aún más hacia el bulto de Marcos, y su pija me extorsionaba la garganta con todo su poder milenario.

¡Aaah, no vale mono! ¡Yo quiero leer esas chanchadas! ¿Me lo prestás después? ¡Quiero saber qué más le gusta a la chancha de mi hermanita!, me decía Diego, aferrándose a mis tetas con una mano y al respaldo del sillón con la otra, moviéndose cada vez más urgido y furioso. Y, justo cuando empezaba a sugerir hacerme una doble penetración, Marcos, que casi no lo escuchaba, me apretó la nariz, me dio un par de cachetadas y me gritó: ¡Abrí la boca putona, daleeeee, y te doy la lechitaaaa!

Entonces, sus piernas temblequearon súbditamente, como si un apocalipsis arremetiera contra sus sentidos. Su pija se quedó quietita una milésima de segundo en mi boca, y luego sus manos volvieron a aferrarse de mi pelo. Su glande pareció aumentar de tamaño, y una estampida seminal de pronto invadió completamente mi boca. Al punto que no pude sostenerlo todo, y unas cuantas gotas rodaron por mis mejillas y cuello. Era agrio, espeso y entre salado, rebelde y nervioso. Olía a repasadores usados, y ardía con severidad cada vez que lo sentía traspasar el portal de mi garganta.

¡No te lo tragues todo guacha! ¡Mirame a la cara, así, toda sucia, dale bebé! ¡Mordete los labios, y sacá la lengüita! ¡Quiero ver cómo saboreás mi lechita!, me decía Marcos, sin soltarme el pelo, ofreciéndole su pija a mi mano para que se la acaricie, y se la pajee muuuy despacito, y así apoderarme de las últimas gotitas de semen. Yo, saboreaba, sorbía mis labios, sacudía las tetas y acercaba mi boca a sus huevos para besuqueárselos, luego de tragar la última porción de semen que me quedaba. Y, de repente, el galope de Diego volvió a tomar ritmo, vigor y prisa. Hasta ese momento me había dejado la pija cada vez más dura adentro de la concha. Había decidido mirarme desde su posición, casi sin moverse. De modo que, cuando retomó sus penetradas, se olvidó que soy su hermana, y hasta que soy una persona. Me clavó los dedos Enel cuello, me pellizcó las tetas y me encajó sus dedos en la boca para que se los muerda, mientras su pija se encarnaba en mi interior, sacudiéndome, impactando su pubis contra el mío con vehemencia, y totalmente poseído por la fragancia de mi boca enlechada.

¡Dale pendeja, tirame ese alientito a leche, asíiii bebéee! ¡Cómo te gusta la pija nena! ¡Vamos, mordeme los dedos, nenita sucia! ¿Te gusta cómo te cojo? ¡Eee? ¿Te cabe la pija de tu hermanito? ¡Qué puta sos guacha! ¡Así, abrite más, así nenita!, me gritaba, mientras Marcos intentaba arreglarse la ropa. Y de golpe, sentí que todo en mi interior se desmoronaba, y que al mismo tiempo podía volar, flotar o recorrer distancias infinitas con mi cuerpo, mis sentidos y mis gemidos. No podía hablarle, y, si lo hice, no sé qué cosas le dije. Solo sé que, apenas empecé a sentir que su semen se calentaba en mis entrañas, que burbujeaba y me inundaba toda la concha, le mordí un brazo con fuerza, y le dije que la próxima vez, si me lo pedía, le hacía pichí en la pija. Él parecía una máquina de acabar. Se apretaba a mi cuerpo, se movía hacia los costados, y seguía derramándome su lechita caliente. Y, de pronto, todo fue tan audible, palpable y problemático que, todavía no sé cómo zafamos.

¡Vooooy Maaaaa! ¡Ya te abro!, grité apenas recobré la consciencia. Mi madre tocaba el timbre con desesperación. Nosotros, lo resolvimos casi sin hablarnos. Diego me miró como si estuviese pensando en culearme por la noche, y Marcos, acercó toda mi ropa y mi bombacha meada al sillón, mientras yo me levantaba tambaleándome, buscando las llaves para abrirle a mi madre.

¡Perdón Ma, pasá rápido, que, no puedo salir!, dije, ni bien abrí la puerta solo unos centímetros, para que solo me vea las tetas. Ella supo de inmediato que estaba desnuda, y yo no tuve otra que explicarle que, recién había llegado de la escuela, y que me hice pichí en el camino. Cuando me preguntó por mis hermanos, le dije que ni siquiera los había visto. Y, a pesar que olía el aire como buscando respuestas imposibles de confirmar, no llegó a demostrar al menos la mínima sospecha. Hasta ahora, mis hermanos y yo no volvimos a buscarnos. Pero vivimos mucho más en guardia, atentos y alzados. Yo, por ahora, sigo escribiendo chanchadas en mi diario íntimo, el que siempre procuro dejar al alcance de Marcos, o de Diego. A veces, le adjunto alguna bombachita con dibujitos, o corazones, y me aseguro que tenga el perfume de mi concha llameante por esas pijas hermosas.    Fin

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