Descontroladitos

 

Casi todas las noches pasaba lo mismo. Mis viejos se peleaban por boludeces, y resolvían arreglarlo todo en la cama con reconciliaciones que, poco tenían que ver con lo romántico. Pero desgraciadamente, mis tres hermanos y yo dormíamos casi que en la misma pieza. Es que, en esos momentos, vivíamos en una villa de La Matanza, y lo único que separaba nuestra pieza de la de ellos, era una triste cortina gris. Tatiana y Lucía, que tenían 8 y 10 años respectivamente, dormían juntas en una cama. Pero, mi hermano Juan Cruz, que tenía 16 y yo, que hacía poquito había cumplido los 15, compartíamos otra. En realidad, era una cucheta. Abajo debía dormir yo, y él arriba, o al revés. Pero, pasó que la de arriba se rompió, y mi viejo no era el más ducho con la carpintería. En realidad, no se daba mañas para nada. De modo que, como esa pieza estaba apestada de cosas, no nos quedó otra que dormir juntos, una vez que por lo menos mi viejo cortó la cama, convirtiéndola en una simple cama de una plaza.

Los primeros días, todo fue normal. Diría que hasta me había acostumbrado a despertarme por sus movimientos. Sabía que Juani se pajeaba, y no se lo podía reprochar. ¡Supongo que no debió ser fácil dormir con una guachita tetona, todas las noches, híper pegada a su cuerpo! Yo lo manejaba bastante bien. Hasta que, estoy segura que a los dos nos empezó a afectar por igual el hecho de escuchar a nuestros padres, hacer el amor, o coger. Ellos suponían que ya estábamos dormidos, y no les importaba que las patas de su cama rechinen contra el suelo, o que los suspiros, jadeos o gemidos de sus voces ardientes resuenen en las paredes descascaradas de aquella lamentable casa en la que vivimos durante esos dos años. A eso hay que sumarle nuestro propio contacto. Seguro que las hormonas también hacían su trabajo, y sentirnos tan pegados, rozarnos, sin querer o adrede, patearnos, percibir nuestros olores, aquello colaboraba salvajemente.

¡Tapate los oídos Flor, y no los escuches ¡Son re desubicados!!, me dijo la segunda noche mi hermano, cuando yo ya había advertido que se estaba moviendo.

¡Mejor, vos dejá de moverte, o de hacer lo que estés haciendo! ¡O hay mosquitos? ¡Porque, si es eso, prendo un espiral, y listo!, le retruqué bien bajito, mientras Lucía y Tati se peleaban por una serie de niñas que ni conocíamos. Me acuerdo que me dio vergüenza, y hasta casi una repulsión que se acercaba al desagrado total cuando escuché a mi mami decir: ¡Así, metela toda, dale, y haceme acabar, dame más, más adentro la quiero! Pero tampoco podía disimular que las piernas se me aflojaban, que mis manos buscaban el contacto de alguna parte de mi cuerpo, y que hasta tuve que morderme un dedo para no caer en la tentación de masturbarme. Yo ya lo hacía, aunque bastante mal en ese tiempo. Pero no era tan descarada como Juani para tocarme en la misma cama que compartíamos.

¡Parece que los papis se abuenaron! ¡Yo creo que en el fondo se quieren!, me dijo Juan la tercera noche que nos descubrimos escuchando el mismo concierto de gemidos.

¡Y sí nene, es obvio! ¡Y parece que la están pasando bien!, le dije alarmada, sintiendo que la pierna de mi hermano contra la mía me mareaba un poco.

¿Y, a vos no te gustaría hacer eso con un chico?, me dijo Juani, justo cuando pensaba en darme vuelta. Como no le respondí, me sacudió un brazo, diciéndome: ¡Te estoy hablando enana!

¡No Juani, yo no pienso en esas cosas! ¿Y vos? ¿Ya lo hiciste con alguna chica? ¡Bah, qué sé yo, vos sos más grande!, le pregunté de metida nomás. Pero, enseguida noté que sí me interesaba su respuesta. Empezó a contarme que le gustaba una chica gordita, pero que, al parecer, se había tranzado a la mitad del colegio, y eso lo desmotivó. Aunque, yo sabía que me re chamuyaba.

¡Y bueno, al menos tiene algo de experiencia! ¿Por qué no le decís que gustás de ella? ¡De última, como muy grave te da una cachetada, o algo así! ¡O, te dirá que le pinta otro pibe!, lo alenté, mientras mami gemía, y papi le prometía dársela toda, por donde ella la quisiera.

¿Y, vos ya te besaste con un chico? ¿Te mandaste alguna ya, en la escuela, o en algún lugar? ¡Yo no me trago que todavía estés 0 KM!, me dijo, siempre hablándome cerquita de la cara.

¡No te voy a contar eso nene! ¡Eso, es mi privacidad!, le dije, sin darme cuenta que le hablaba casi pegado a su boca. Sentí, o me pareció, que eso me excitó, y una ráfaga extraña me obligó a separar las piernas.

¡Dale Flopy, contame, que soy tu hermano!, insistió.

¡No nene, no te voy a contar! ¡Bueno, está bien! ¡Pero si te cuento, queda entre nosotros!, le dije, mientras él trataba de hacerme cosquillas en los pies con los suyos.

¡En realidad, me comí a tres chicos, y a la Vani! ¡Bueno, eso fue porque perdí una apuesta, y tuve que besarme en la boca con ella, delante de sus amigas! ¡De ese grupito que tiene, que, creo que se hacen llamar las turquitas!, le confié. En ese momento lo escuché gemir suavecito, y noté que su cuerpo daba un leve respingo, mientras trataba de pronunciar algo como: ¡Guau, A la Vani! ¿Y, te gustó comerle la boca? ¿No, no te animarías a otra cosa con ella?

¿Qué decís? ¿Qué estás insinuando? ¡Tás re loco! ¿A vos te gustaría verme besándome con esa gorda piojosa? ¡Y basta de tocarte ahí cuando hablás conmigo pajero! ¿No te importa que yo sea tu hermana?, le dije, entre histérica y divertida, sorprendiéndolo de pronto, ya que en un impulso que no supe evitar, conduje mi mano hasta su entrepierna. ¡Sí, le toqué la pija parada, prácticamente afuera de su bóxer, y una de sus manos sobre su tronco! Me dijo que era una tarada, y que no me meta en sus cosas. Pero, justo cuando le toqué la pija, quizás por la sorpresa, volví a acercarme a su boca, y esta vez, seguro que muerta de calentura, lo besé, sin dejar de tocarle el pito. No tuve fuerzas para detenerme. El contacto con su lengua hizo que mi saliva se vuelva tan dulce y fresca como una fruta recién cortada, y algo intenso cobraba vida en mi entrepierna. Él buscaba meter su lengua adentro de mi boca, y yo se la abría con las mismas ganas con las que pegaba mi cuerpo al suyo. Noté que su pene se ponía más duro, y más caliente… que su bóxer descendía de a poco, y que sin saber por qué le apretaba el tronco, sintiendo que mis dedos se pegoteaban y entumecían.

¡Qué rica que ssos nena! ¡Me encanta como besás! ¿Así te la comiste a la Vani? ¿Y ella, gime cuando la chuponeás así? ¿Así Flor, apretame más, dale, porfi, que me vuelve loco!, me decía en medio de la torpeza de nuestros dientes entrechocándose por la euforia de los besos, que no nos dejaba soltarnos. Y, encima, con una de las manos le apretaba el pito, totalmente desnudo, caliente, ¡latiendo con ganas y cada vez más tenso!

Y, de pronto, sin que tuviese formas de prevenirlo, o de imaginarlo, mientras su lengua me hacía bailar descalza en una especie de playa llena de aves hermosas, cubierta por una luna magnífica, su voz, y la rudeza de sus dedos se aferraron de mi muñeca para separar mi mano de su pene, mientras me decía: ¡Salí nena, correte, que ya fue! ¡Tengo que ir al baño!

Yo, empecé a reírme, sintiendo que algunas gotas de lo imposible de ocultar me pegoteaban algunos dedos, mientras le decía: ¡Guaaau! ¿Acabaste, asqueroso? ¿Posta? ¿te hice acabar nene?

Él no me daba ni cinco de bola. Se levantó rápido al baño, casi que, sin subirse del todo el bóxer, y yo sentía que se llevaba con él algo de mi felicidad. Entonces, en su ausencia, me llevé la mano que le había apretado el pito a la cara, y la olí, además de lamerme los dedos. Eso forzó a mi otra mano a intentar calmar las cosquillitas que me humedecían la bombacha. De hecho, cuando volvió del baño, con el cuerpo relajado y un evidente malhumor en sus movimientos, yo tenía dos dedos enterrados en la concha, y otro más frotando mi clítoris.

¡Che, cortenlá ustedes, que los viejos están a punto de quedarse dormidos! ¡Saben que papi se pone re pesado si lo despierta cualquier boludez!, les decía a mis hermanas que no paraban de cotorrear, mientras se acostaba casi en el borde de la cama, como si quisiera estar lo más lejos del roce de mi cuerpo. Esa noche no me respondió cuando le dije “Hasta mañana Señorito”, y me dolió un poco en el fondo.

La siguiente noche, no hubo muchas palabras. Pero nuestros padres encendieron la semilla de la curiosidad en nosotros cuando empezaron a “amarse intensamente”, con un besuqueo que nos taladraba los tímpanos. Juan comenzó haciéndose el tonto, rozándome la cola con una pierna, ya que estábamos acostados los dos hacia la derecha, y él detrás de mí.

¡Perdoname enana! ¡Es que, la cama es media chica! ¡O vos estás engordando! ¡O, bueno, por ahí, te crece el culo muy rápido!, me bardeaba, tal vez esperando que me enoje, me dé vuelta para seguirle el jueguito, o lo putee. Cosa que lo impulsaba a tirarme el pelo, o a pellizcarme. Típica reacción de un hermano machirulo con una hermana que le sigue la corriente.

¡te estoy hablando Flor! ¡Sabés que me re mal pega que no me contesten!, me decía clavándome un dedo en la espalda. Yo lo carajeé, pero sin soltarle una palabra. Los chupones que se daban mis padres eran cada vez más audibles, y el jadeo que los envolvía me enrojecía las mejillas, además de intensificarme el hormigueo en la panza. Juan me rozó la cola con la rodilla, y como seguía sin responderle, me clavó una de sus uñas largas del pie en una de mis piernas. Supongo que luego de escuchar mi fastidio, y las toses de mis hermanas, se calmó un poco. Aunque volvió a la carga con sus rodillas contra mi cola cuando las nenas se callaron, luego de espantarse un mosquito de la cara. Yo, como una boba, ni siquiera me había puesto el pantalón cortito que solía usar para dormir.

¿Qué onda Flopy? ¿Hoy no te dio bola tu amiga, la gordita piojosa? ¿O, te la chuponeaste, y te dejó con las ganas? ¿La extrañás?, insistía para derrumbar el cerco que intentaba sostener. Entonces, arto de mi silencio me zarandeó de un hombro, logrando que su bulto claramente al palo impacte contra los cachetes de mi culo, mientras me decía: ¡No te hagas la dormida tarada, que sabés que te estoy hablando!

¡Sí, pero yo no quiero hablar con vos! ¡Y dejá de decir boludeces, que la gorda no tiene nada que ver! ¡Vos sos el pajero que me hincha las pelotas!, logré decirle al fin, apenas dando vuelta mi cara para demostrarle que estaba ofendida, vaya a saber por qué. Y sin más, sentí algo caliente contra uno de mis cachetes. ¡Por qué carajo la bombacha se me enterraba entre las nalgas? Quise decirle algo. Pero, inmediatamente estiró una mano para tocarme una teta. Yo le di una cachetada que sonó más fuerte de lo que hubiera querido. Pero por suerte nadie se alertó. Los viejos empezaban a sacudirse entre las sábanas, o al menos eso fue lo que me imaginé, y la pija al aire de mi hermano se apretujaba contra mi cola, mientras me decía: ¡Vos quedate quietita nena, que no te va a pasar nada! ¡Y, no te hagas la mano larga conmigo guacha, o le cuento a mami que te andás besuqueando con chicas!

¿Y vos pensás que te va a creer? ¿Qué pasa si le digo que me apoyás el orto, que me tocás las gomas, y que andás con el pito al aire? ¿Qué te parece que es más grave para ella?, le dije, dando vuelta la cara para asegurarme que le queden bien claro mis argumentos. Pero entonces, otra vez nuestras bocas se juntaron, y de pronto yo terminé boca abajo, con toda la humanidad de mi hermano sobre mí. Desde luego, su pija se restregaba en mi culo cada vez más enérgica, mientras la saliva se multiplicaba en nuestras bocas sedientas, y mi lengua era absorbida una y otra vez por sus gruesos labios. Sentía que la concha se me prendía fuego pegada al colchón, y que la viscosidad alarmante de su pija me mojaba el inicio de la espalda. En un momento intentó meter sus manos por adentro de mi remera para manosearme las tetas. Pero yo se las saqué, y aproveché a morderle algunos dedos. En alguno de aquellos inspirados mordiscos fue que el ritmo de sus pulmones comenzó a presionarle la garganta, a entumecerle las caderas, y a obligarlo a fundirse más contra mi piel transpirada, caliente y expectante. Había un grillo que se oía apenas más fuerte que los quejidos de mi vieja. Las nenas dormían por fin, y la ligera brisa que hacía flamear las sucias cortinas de nuestra pieza se convertía en un viento algo más temible. Juan Cruz me preguntó algo del culo de Vanina, y tras revelarme que siempre le gustó cómo me quedan las calcitas apretadas, y que se le para el pito cada vez que descubre en ellas el dibujo de mis bombachas, exhaló un estrépito de insolentes sonidos, y un chorro furioso de semen empezó a bañar las costas de mis nalgas, mi espalda y mi pobre bombacha blanca. Permaneció un instante allí, tembloroso, con sus labios pegados a los míos, saboreando mi lengua, respirando cada vez con menores ráfagas de libertades. Entonces, cuando me escuchó decirle: ¡Me ensuciaste toda pendejo!, se apartó del calor sofocante de mi sangre, se subió el bóxer y me pidió que vaya al baño a lavarme, mientras se acomodaba sobre su costado izquierdo sobre la cama, quejándose de que al día siguiente tenía que levantarse temprano, y por no estudiar nada para biología. Yo, lejos de hacerle caso, permanecí así, empapada y muerta de calentura. Todavía resonaba el besuqueo de mis viejos, y el viento no parecía entusiasmado en llevarse el olor a sexo que había en la pieza. Entonces, una vez que Juan dormía, me saqué la bombacha, y mientras la lamía, olía y saboreaba las gotitas de semen que aún la coloreaban, me cogí la concha con mis dedos de la forma más ruidosa y ágil que encontré. Por suerte, no duré más de un minuto en acabarme entera. Pero no me sentía del todo satisfecha. ¿Por qué mi hermano se contentaba con subirse a mi cuerpo, frotar su pija en mi culo hasta enlecharme toda, y listo? ¿Acaso no quería penetrarme? ¿O pedirme que se la chupe? ¿O que le haga la paja con las tetas? ¿Y, por qué no se atrevía a cogerme en cualquier otro lado de la casa? Así maquinaba mi cabeza al día siguiente, mientras analizaba si contarle de mis aventuras a mi mejor amiga. ¡No! ¡Sabés que ella, como mínimo te va a mandar al frente con la psicopedagoga!, me dije, y me dispuse a terminar unos mapas para geografía.

Esa noche mis viejos discutieron después de la cena. Las razones, de nuevo la plata que no alcanzaba para nada, y según mi viejo, mi madre compraba boludeces, o no prestaba atención, o la escondía en algún lugar. Las nenas se habían quedado en la casa de mis abuelos. Juan seguía encajetado con pasar de nivel en algún jueguito de su celular, y yo trataba de aprenderme algunos verbos para inglés. Pero con el mismo éxito con el que mi vieja trataba de convencer a mi viejo que ya era hora de ir a dormir. ¡El pobre se había tomado una botella de vino él solo, y apenas podía pararse! Entonces, mi vieja, como si nosotros no existiésemos en la patética escena, le dijo endulzando la voz: ¡Dale papi, vamos a la cama, y te saco las ganitas! ¡Te ponés así porque te preocupás mucho por boludeces! ¡Y basta de vino, que después, esa cosita no quiere pararse!

Mi viejo hizo un ruido extraño. Algo como una tos, o un gruñido, y enseguida mi vieja se le sentó en las piernas para darle rienda suelta a un besuqueo que, por momentos tapaba a los participantes de La Voz Argentina, un programa que nadie veía en la tele. Yo, presa de una punzada tremenda en el clítoris, cerré mi carpeta, me levanté como suspendida en el aire, y me senté a upa de Juan Cruz. Quiso decirme algo cuando le quité el celular. Pero, apenas empecé a fregarle el culo en la pija, se quedó quieto. Incluso se acomodó mejor en el sillón, separando un poco las piernas, aspirando el perfume de mi cuello, y deleitándose cuando sacudía mi pelo mojado contra su cara, ya que me había bañado antes de cenar.

¿Qué onda Flor? ¿Ya terminaste con inglés?, me preguntó como para disimular. Yo le toqué los labios con un dedo, y él me corrió la cara, entre incómodo y avergonzado. Por lo que enseguida murmuró: ¿Te volviste loca nena?, solo para que yo lo escuche. Al mismo tiempo, mi vieja se reía como tonta mientras el viejo la cargoseaba, le decía que por ahora nunca se había quejado de esa cosita, y le pellizcaba las tetas, a juzgar por las palabras de ella, cada vez menos recatada.

¡Pará negro, no seas cargoso! ¿No ves que están los pibes allá? ¡Y, si querés tetita, basta de vino! ¡Dale, vamos, parate, antes que me dejes en tetas acá! ¡Dale, dejá de joder y movete papi, que, si la hacemos más larga, te vas a quedar dormido!, le decía ella, mientras yo movía el culo contra el pito de mi hermano, y él me pellizcaba los pezones por encima de la remera. Quería gemir, o darme vuelta para comérmelo a besos, o quedarme en bolas encima del calor de su cuerpo, y sentir la erección de esa poronga en mi concha. Pero no podía llegar tan lejos. “En el fondo somos hermanos, y eso no está bien”, me repetía una y otra vez para serenarme cuando me notaba cada vez más cerca de cometer una locura.

¿Qué andan haciendo ustedes dos? ¿Juan, dejá de tocarle las tetas a tu hermana! ¡No te hagas el vivo, o te vuelo la cabeza de una trompada!, dijo de repente mi viejo, una vez que logró ponerse de pie, alertando a la acalorada de mi vieja, que enseguida agregó: ¿Y vos? ¿Qué hacés sentadita arriba de tu hermano?

¡Tamos jugando ma! ¡No pasa nada! ¡No sabía que tenías la cabeza podrida!, dije levantándome de las piernas de mi hermano.

¡No le tocaba nada Pa! ¡Solo, era que la sostenía para que no se caiga!, dijo Juan, casi encima de mis palabras. Pero, los viejos dejaron de prestarnos atención al toque, en el momento en que a mi vieja le vibró el celular. Ahí empezó una escena de celos de mi viejo, la que prosiguió en una discusión en la cocina, y con otra un poco más silenciosa en la pieza de ellos.

¡Ustedes, vayan a la cama, y déjense de joder! ¿Estamos? ¡Florencia, vos acostate en la cama de las nenas, por hoy!, dijo mi vieja, y automáticamente empezaron a escucharse nuevos besos y corridas entre ellos. Juan se levantó y se metió en la cama que compartimos, entre que yo ordenaba las cosas de la escuela en mi mochila, y me desvestía para acostarme. La cama de las pibas estaba llena de sus ropas, muñecas, bombachas sucias y migas de galletitas. Así que tuve que sacudir, ordenar, guardar juguetes y tender nuevamente la cama antes de acostarme. Una vez que lo hice, consciente que la bombacha me quemaba la piel por lo que ya se escuchaba de la pieza de nuestros viejos, tuve todas las intenciones de pajearme. ¡No salía de mi asombro! ¿Podía ser cierto que, lo que se oía, era a mi vieja haciéndole un petardo al viejo? Pero, además de eso, también escuchaba ruidos que provenían de la cama de Juan. ¡Y sí, ahora que yo no estaba con él, tenía vía libre para pajearse! Así que, en otro arrebato de locura me levanté sin hacer el mínimo ruido. Quería sorprender a mi hermano, y casi lo logro. Es que cuando estuve a medio centímetro de su cama, me sonó la articulación de una rodilla, o vaya a saber qué carajos, y él se interrumpió, diciéndome con cierto susto: ¿Qué hacés acá nena? ¿Casi nos descubren los viejos!

Yo, envalentonada como estaba, me le tiré encima, apartando la sábana que lo cubría, y fui buscando con mis caderas el contacto de su pija dura contra mi vulva, sin sacarme la bombacha. Una vez que lo encontré, empecé a deslizarme lentamente, de un lado hacia al otro, y de arriba hacia abajo, subiéndome la remera para que mi pancita se roce con la suya.

¡Shhh, callate nene, que zafamos porque yo me levanté rápido! ¿Escuchaste eso? ¿Viste? ¡Parece que la Ma le está mamando la pija a papi! ¿Tan rico se siente eso? ¡Tanto les gusta a los varones meter sus pitos en las bocas de las chicas?, le dije al oído, sin parar de deslizarme suavecito, acercándole inconscientemente las tetas a la cara.

Mis palabras le ponían la pija más dura, y sentirla así de caliente entre las piernas me volvía más loca. En un momento, la acomodé entre ellas y me quedé quietita, para que el calor de mi concha lo encienda todavía más.

¡Sí nena, es re rico que te hagan un pete! ¡Pasa que vos sos mujer! ¡No sé si se siente igual que te chupen la concha! ¡Y, la hermana de la Vani, no sabés cómo se la traga toda! ¿Nunca te dijo la Vani, que su hermana me la chupó varias veces?, me confesó, mientras me manoseaba las tetas, tratando de quitarme la remera para alcanzar mis pezones con su lengua larga y carnosa.

¡No, nunca me lo dijo! ¡Yo no me hablo con la hermana de la Vani! ¡Es una tarada!, le dije, guerreando con sus manos para prohibirles que me desnuden por completo.

¡Pero podemos probar si querés! ¿si, si yo me tomo tu leche, vos te tomás la mía? ¡Dale nene, no pongas esa carita! ¡Escuchá cómo el papi se la coge a la Ma! ¡Está re emputecida, y él también, y nosotros, estamos re alzados!, le dije, viendo que su cara iba y venía del horror a la incertidumbre, y luego al morbo más absoluto y perverso. Además, ni se había dado cuenta que yo le había ido bajando de a poco el bóxer. De pronto, empezamos a escuchar el típico entrechoque de los cuerpos de nuestros padres, y eso nos condujo a comernos la boca de un modo que, creo que siempre guardaré en mis recuerdos más preciados. Él me mordía los labios, sorbía mi lengua, gemía y se dejaba morder el mentón por mis dientes enloquecidos. Yo trataba al menos de que no sea tan evidente, por si nos escuchaban.

¿Qué? ¡Pero si el viejo se la está culeando de lo lindo a la mami!, dijo el muy idiota, tal vez un poco más fuerte de lo que pensó, en el preciso momento en que yo abandonaba nuestro besuqueo para esconder mi cabeza bajo la apestosa sábana que nos cubría. Lo hice callar con un pellizco en la pierna, y no tardé en juntar mi mejilla con su pija desnuda, toda babosita y caliente. Su bóxer tenía olor a pis, y al propio sudor de sus huevos bastante peludos para su edad, y eso me calentaba peor, si eso era posible.

¡Ojo con lo que vas a hacer pendeja! ¡Mirá que, si lo hacés, te jodés!, me dijo el muy desagradecido, tal vez más nervioso que yo, o lo que quería negarse. Yo lo chisté para que baje la voz, mientras las sacudidas en la cama de nuestros padres se violentaban gravemente. Creo que no lo dejé pensar, y que se sorprendió tanto que, me arrancó el pelo haciéndome lagrimear. Es que, de pronto le toqué el glande con las manos frías por la ansiedad que me recorría todo el cuerpo, y sin anunciárselo, se lo toqué con la punta de la lengua. Su verga se estiró un poco más, se llenó de latidos, y su olor se intensificó. Entonces, supe que no tenía otra cosa que hacer que metérmela toda en la boca. Él volvió a gemir, a estremecerse y a moverse de forma estúpida, sin ritmo ni gracia, mientras mi saliva le bañaba todo el tronco y los huevos. De a ratos me la sacaba de la boca para frotármela en la cara, o para besuquearle la panza, las piernas y el escroto, como si estuviese realmente enamorada de su esencia. Al mismo tiempo, casi sin darme cuenta, iba acomodando mi cuerpo encima del suyo, pero de forma contraria. Esto quiere decir que en breve mis piernas comenzaron a rodearle la cara, y sus manos se atrevieron a manosearme el culo. Sentía la dureza de mis tetas contra su piel, mientras los líquidos de su pija atravesaban mi garganta, sus piernas temblaban cada vez más, y el fuego de mi concha solo se incrementaba, porque el bobo no era capaz de atenderlo, demasiado entretenido con mi culo.

¡Qué rico que te entre así putita, y qué rico que te la comas toda, así, toda en esa boquita! ¡Comeme el pito nena, chupame bien la pija guachona, que te voy a empachar de leche! ¡Así borreguita, chupá, y escupila más si querés! ¿Te gusta el olor a huevos que tengo nenita? ¡Qué bien usás esa lengüita, perra! ¡Se nota que no es la primera vez que te metés un pito en la boca, en esa boquita sucia y babosa que tenés!, oía que me endiosaba, mientras me pellizcaba el culo, me lo nalgueaba sin importarle el volumen de tales azotes, y me mordía las piernas.

¡Shhh, callate imbécil, que nos van a escuchar! ¡Mejor, sacame la bombacha, y meteme los dedos en la concha, o chupala si querés! ¡dale nene, hacete hombrecito con tu hermana! ¡A ver si dejás de mirar chanchadas, y de pajearte mientras dormís conmigo!, le dije, antes de volver a obsequiarle un nuevo bocado a esa pija cada vez más dura, empapada de mi saliva y de sus contracciones. Juani empezó a sobarme la chucha, pero no me sacaba la bombacha. Eso me hacía enojar. Pero no podía dejar de mamarle el pito. de hecho, ni siquiera se lo reproché cuando, de buenas a primeras, empezó a largarme toda su leche en la boca, la cara y el pelo. Fue justo cuando yo se la pajeaba contra mi boca, se la escupía y le hacía cosquillitas en los huevos. Medio que quiso sacarme de encima una vez que su pija y testículos se vaciaban lentamente de aquella estampida seminal que saboreé como nunca. ¡Me encantaba el olor a lechita de mi hermano! Al mismo tiempo, mientras me arreglaba la bombacha para irme a la cama de mis hermanas, como me lo había indicado mami, escuchamos claramente que ella se ahogaba en medio de una histeria y unos sonidos como de arcadas que jamás habíamos presenciado. Papi trataba de silenciarla. Creo que hasta le asestó un cachetazo. Juani no me agradeció de ninguna forma, y recién entonces, cuando ya estaba manoseándome la concha, solita y oliendo el bóxer que había logrado robarle, me sentí una puta barata, sucia y poco querida. Pero no me importaba. Todavía tenía restos de leche de ese pendejo en la cara, los que aproveché a untarme en las tetas, y a degustar de mis propios dedos. Al otro día, volvíamos a llevarnos como el orto, como siempre. Solo que, ahora aquello también me calentaba.

Esa noche yo me quedé en la Casa de Georgina, nuestra prima. Por un momento, estuve tentada de contarle las cosas que hacía con Juan. En realidad, me sentí en confianza cuando ella me contó que había tenido sexo por la vagina con Ramiro, otro primo. Esas habían sido sus palabras. Y es que, Georgi no iba a decir malas palabras, o términos guarangos. Su religiosidad no se lo permitía. Pero, por suerte reflexioné a tiempo, me mordí la lengua, y no se lo conté. Aunque, me clavé tremenda paja mientras me contaba cómo llegó a sentir toda la leche de mi primo adentro de su concha. Me los imaginaba garchando, a ella gimiendo como una virgencita inocente, y a él apretándose más a su cuerpo, envalentonado con la idea de dejarla embarazadita. Ella también se tocaba. Pero cada una en su cama, bajo la tenue luz de su lámpara de noche.

Pero al otro día, no lo soporté más. Esa noche los papis no se reconciliaban, ni se amaban, ni discutían. Tal vez ese fue el peor error de todos para nosotros. La cosa es que, una vez acostados bajo la sábana, y mientras mis hermanas se quedaban dormidas de tanto hablar de vestiditos, princesas y golosinas, Juan empezó a frotarme el pito en la cola.

¡Quedate quieto nene, que hoy no podemos hacer nada! ¡Los papis están tranquilos, por si no te diste cuenta!, le dije con malhumor, aunque ardía de ganas por sentir esa poronga hinchada en mi zanjita. Él, estiró una mano para tocarme una teta. Esa noche había decidido dormir en musculosa, por lo que las gomas me re sobresalían incontrolables.

¡Sacá la mano, asqueroso, y dormite!, le dije, rasguñándole la muñeca al intentar apartarle las manos. Pero él aferró más su cadera contra mis nalgas, me manoseó las tetas con mayor vigor, y buscó mi oreja para murmurar: ¿Yo soy el asqueroso? ¿Quién se metió mi pija en la boca la otra noche? ¿Ahora me vas a decir que no tenés ganas que pruebe tu conchita?

Eso me descolocó. Me di vuelta, busqué su boca y empecé a tranzármelo con todas mis fuerzas, frotándole las tetas en el pecho desnudo, y buscando manotearle la verga. La encontré enseguida, dura y cabezona bajo su bóxer húmedo.

¿Vos ya te pajeaste no? ¿O te measte cochino?, le dije, en medio de los chupones que le daba en el cuello. Él me dijo que se había acabado en el calzón mientras esperaba que me acueste.

¡Me encanta que quede tu perfume en la almohada, y tu bombacha usada en la cama!, me dijo al fin, mientras extraía una bombacha mía de debajo de su cuerpo. Era una blanca con pintitas rosas, la que me había sacado en la mañana antes de ir a la escuela. Entonces, producto de la calentura que hervía en mis venas, fui llevando su pija hasta la entrada de mi concha, ambos de costado, mirándonos como para devorarnos. La coloqué entre mi bombacha y la vagina, y sentía cómo se agrandaba, latía y se humedecía abundante y generosa. Él se sirvió de mis tetas desnudas al fin, y empezó a mamármelas. Me las chupeteaba haciendo demasiado ruido, y me escupía los pezones para después soplarlos, estremeciéndome con un frío espectral, que no conseguía calmar el incendio de mi argolla.

¿Sacate eso nene, y sentime! ¡ese calzón ya es un asco! ¿Viste que caliente la tengo? ¡Te gusta tocarme la concha con el pito? ¿Y, cómo es eso que te gusta mi perfume? ¿No te gusta más el olor que tiene mi bombacha, pendejo pajero?, le decía mientras le mordisqueaba una oreja, lo aferraba con una mano del culo para pegar más su pija a mi concha, y le gemía bajito, gracias a la chupada de tetas que me estaba pegando.

¡Me encanta olerte y chuparte las tetas nena! ¡Y quiero que me hagas un pete, otra vez, con esa boquita de zorra que tenés! ¡Me encanta tu perfume, y oler tus bombachas, tus corpiños, todo nena!, me decía entre suspiros, toses nerviosas y gotas de sudor flotando sobre nosotros. Ya no éramos conscientes del silencio que había en la casa, ni de mis hermanas, ni del peligro de ser descubiertos por nuestros padres. Para colmo, yo tenía ganas de hacer pis, y eso les sumaba una tremenda excitación a las cosquillas que ya me invadían el vientre, el cerebro y los labios.

¿Ah sí? ¿Y ahora, querés culearte a tu hermana? ¿Querés meterla ahí, toda? ¡Eee? ¿Querés cogerme nene? ¡dale, cogeme, meteme esa pija en la concha, y garchate a tu hermana! ¿Querés que te coma el pito con esta conchita pendejo?, empecé a decirle, ya sin calcular el frenesí de mis cuerdas vocales, y enseguida, luego de acomodarme encima de su cuerpo, sentí que su glande atravesó mi vagina con un resbaladizo impacto. Desde entonces, empecé a moverme despacito al principio. Pero eso no pudo durar mucho tiempo. El calor de mi concha era demasiado para la poca experiencia de Juani. Así que, supe de inmediato que debíamos terminar rápido, o de lo contrario, una vez más yo me quedaría sin acabar.

¡Así putita, cogé así bebé! ¡Qué conchita caliente pendeja! ¡Y estás re jugosa nena!, me decía al oído, mientras yo impactaba una y otra vez mi pubis contra el suyo, procurando que me entre cada centímetro de su tronco. Sentía el tope de su glande contra el tope de mi canal, la forma que tenía de ensancharse, de humedecerse más y más. Él me apretaba el culo, me mordía las tetas, o se dejaba asfixiar por ellas cuando yo intentaba que no hable fuerte. Las piernas se nos empapaban de sudor, y la sangre se nos contaminaba en cada envestida de su pija. Por momentos, yo me quedaba unos segundos suspendida en el aire, y él se movía para penetrarme toda, y eso generaba más ruidos, entrechoques húmedos y crujidos de cama.

Finalmente, justo cuando yo le prometía que, si llegaba a verlo oliendo una bombacha, lo iba a obligar a chuparme la concha hasta que le mee toda la cara, una electricidad nos recorrió todo el cuerpo. El aire se calentaba y enfriaba al mismo tiempo. Parecía que no nos alcanzaban los pulmones para oxigenarnos. Su saliva ardía en mis pezones, y la mía le decoraba el cuello en profundos surcos serpenteantes.

¡Dale nene, acabame adentro, largala toda adentro pendejo de mierda!, le dije, o al menos eso creo. Sé que él no paraba de decirme putita cochina. Y de pronto, justo cuando creímos que nos caeríamos de la cama, sucedió. Permanecimos apretados, pegoteados y temblorosos, mientras una tensión imposible de explicar empezaba a robarle todo su semen para mí. El primer disparo fue como un shock de luz. Violento, repleto de cosquillas y suculento. Los otros, se mezclaron con mi propia acabada, y tal vez con algunas gotas de pis. Él me mordió una teta, y supuse que el gritito que se me escapó alertó a mis viejos.

¡¿Qué pasa ahí? ¿Qué mierda están haciendo?, decía la voz de mi padre, mientras se levantaba. Al parecer, no dio rápidamente con sus chancletas. Lo que hizo que su aparición junto a nuestra cama no fuera tan de prisa como hubiera querido. Pero, lo cierto es que ninguno de los dos se movió. A los dos se nos aflojaban las piernas. A él se le achicaba poco a poco el pito adentro de mi concha, y mis tetas seguían pegadas a su rostro transpirado, deshecho y feliz. Así nos encontró mi viejo. Transpirados, felices, húmedos, apestando a sexo. A mí, encima del cuerpo de mi hermano, con mi bombacha colgando de uno de mis tobillos. A él, desnudo, repleto de mis marcas, relajado, y consciente de que todo su semen había polinizado a mi vagina sedienta. Los dos todavía conservamos los moretones, cicatrices y cortes en la piel, porque, la rabia de mi viejo, aquel día no se limitó, y estalló con todas sus demoníacas expresiones sobre nosotros. Pero no nos importó, y sigue sin importarnos. ¡Al menos, esa vez mi hermano no me dejó embarazada!     Fin

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