Quiero encularme a tu hermana

 

¿Pobre Martín! Seguro que de adolescente nos odió a todos. Éramos re pesados con el culo de su hermana. Lo cargábamos todo el tiempo con eso. Él nos amenazaba con cagarnos a trompadas si seguíamos hinchándole las pelotas. Decía que el culo de Laura era un culo como cualquier otro, que no tenía nada de espectacular, ni diferente o excéntrico. En definitiva, que no era para tanto.

¡Vos lo decís porque es tu hermana, salame! ¿Sabés qué lindo debe ser perderse ahí adentro? ¿Cómo son los pedos de esa guacha? ¡Seguro que debe ser sublime sentir un buen pedo de ese culo en la Chota!, le decía Marcos, cada vez que Martín lo verdugueaba con lo patético que era su San Lorenzo querido.

¡Lo debe tener re apretadito! ¡Ya me gustaría perderme como las tanguitas que se clava! ¿Boludo, en serio no te diste cuenta que en el bondi todos los turros se la re apoyan?, le reveló Santiago otra tarde, mientras jugábamos a la play en su casa. A esa altura Laurita tenía 15 años, y lo magnífico de su cola cada vez que nos daba la espalda, merecía una guardia de honor en su nombre. Ese día éramos cuatro, sin sumar a Martín, y a los cuatro se nos escaparon suspiros, o soniditos de admiración cuando la vimos entrando a su pieza. Para colmo, tenía una calza negra híper apretada.

¡Paren un poco, pajeros del orto! ¡Ya saben que me saca la cabeza que se pongan así por, por la misma gilada!, nos dijo Martín, que de paso venía perdiendo olímpicamente con la selección que se había armado con el Santi.

¡Pero, Tincho, posta loco! ¡Yo te doy permiso para que le mires las tetas a mi hermana! ¿Qué? ¿Creías que no me doy cuenta que se las re mirás? ¡Igual, a mí no me importa! ¡Yo me clavo bocha de pajas mirándoselas cuando duerme! ¡Encima la muy zorra duerme en tanga! ¡Así que, te conviene darnos permiso para mirarle el culo por lo menos! ¿Ustedes, qué dicen che?, se animó a decir Sebas, que parecía el más decidido a morderle el culo a Laurita a la primera chance que tuviera a solas con ella. Al buscar nuestro apoyo, Marcos y el Santi le palmearon la espalda. Yo, me acuerdo que tenía la verga dura, por lo que escuchaba de la hermana del Sebas, y por la cola de Laura. Yo no tenía hermanas, y habría dado cualquier cosa por tener una con ese culo, o con las tetas de Sofía, la hermana mayor de Sebas.

Al rato, Laura apareció por el living con un shortcito. Sebas me dio un codazo para que la mire mientras se agachaba para sacar una fruta de la heladera.

¡Hey, Lauri, tené cuidado con agacharte así nena! ¡Parece que ese short te queda medio chico! ¿Se te va a romper, y no nos va a quedar otra que mirarte la bombacha!, le dijo Santiago, mientras el Tincho lo miraba como para bajarle los dientes, y a Sebas se le desorbitaban los ojos. Laura se levantó con una manzana en la mano, y sin darse por aludida, le dijo a Martín algo como: ¡Che, no griten mucho que me voy a poner a estudiar, porfi!

Recién a los 20 años, y porque toda recompensa siempre cuesta, vale y se entrega al postor más paciente, se me dio lo que tanto ansiaba mi sangre, y las cosquillas tempranas de mi pija. Con el tiempo, el Tincho y yo seguimos siendo buenos amigos después del secundario. De hecho, ambos cursamos juntos la carrera de Administración de empresas. Yo tenía novia, aunque las cosas con ella iban de mal en peor. Era una tóxica insufrible, celosa por nada, y demasiado calculadora. Él no me envidiaba en absoluto. Incluso, siempre me hablaba de la pelirroja que a veces trabajaba con nosotros para algunas materias grupales de la facu, o me insistía con escribirle a Valeria, mi amor imposible del secundario.

¡Pero Diego, te lo juro que está sola! ¡Le veo siempre las historias en el IG, y parece que el último flaco con el que salió, la dejó media resentida! ¡Por ahí, si la llamás, la invitás a tu casa, y la consolás un ratito, hasta te la chapás y todo! ¡Y de paso, te sacás de encima a la ploma esa!, me dijo una tarde mientras compartíamos un café en el bufet. Yo le dije que ni en pedo, que ya había pasado el tiempo, y que, antes de hacer cualquier cosa, tenía que romper con Yésica. Él no insistió. pero me invitó a su casa a comer unas pizzas. Además, jugaban Boca y San Lorenzo.

¡Seguro que va estar la Lauri! ¡Siempre me pregunta por vos! ¡Aparte, hace bocha que no venís a casa! ¡Mi vieja se va a poner contenta de verte!, me dijo al toque, justo cuando terminaba de pagarle a la chica que nos trajo un tostado. Medio como al pasar, le pregunté si Laurita tenía novio, o si estaba estudiando algo. La expresión de Martín fue bastante indescifrable. Pareció entre alarmado, avergonzado, divertido y abrumado.

¿La Lauri, novio? ¿Estudiando algo esa? ¡Naaah, ni en pedo! ¡Parece que te quedaste en el tiempo chabón! ¡Hoy no la reconocerías! ¿Te acordás que era re traga en el colegio? ¡Mis viejos siempre se ilusionaron con que sea abanderada! ¡Pero, empezó a juntarse con un grupito de pibas que, Bah, según mi vieja, la incitaron a pecar! ¡Viste cómo es mi vieja con eso de la religión! ¡Bue, la cosa es que, repitió cuarto, y terminó la escuela a los ponchazos! ¡Eso sí! ¡El culo lo conserva bastante bien! ¡Es más, creo que le dio un lindo uso! ¡Y se lo sigue dando!, se despachó entonces, como si estuviese aguardando el segundo exacto para descargarse. Era cierto que no fui a la casa de Martín por dos años al menos. Pasaron cosas en casa, y tuvimos que viajar demasiado con mi familia a las afueras de la provincia. Eso hizo que nos distanciemos un poco.

¿En serio? ¿O sea que, ahora anda de vaga la loca? ¡Pero, igual, no seas tan duro con ella! ¡No debe ser para “Taaaaanto”!, le dije, saboreando el café con una pizca de extraña sensación en los labios. El solo hecho de recordar los globitos de Laurita a punto de explotar en sus shortcitos, o en sus calzas, o bajo esas polleritas colegiales, lograba que la punta de mi verga comience a humedecerse con inminente peligro. Para colmo, el Tincho seguía poniéndome al tanto de las “Travesuras de Laura, como si de esa forma consiguiese ahuyentar esa especie de sentimiento confuso que le prodigaba.

¡Mirá, hay veces que le tengo que golpear la pared, para que se calme un poco! ¿Te acordás que mi pieza está pegada a la de ella? ¡Bueno, resulta que, algunas noches, la piba se trae al novio con el que esté saliendo, y se pone a garchar de lo lindo! ¡A mí no me hace gracia escucharla jadear y gemir como una perra alzada! ¡Pero, siempre lo hace cuando mi viejo no está, o en algunas siestas! ¡A mí vieja, la domina como se le antoja, y ella, parece que no quiere renegar más! ¡Así que no le dice nada, siempre que lave los platos, limpie su pieza y ayude con las compras!, me revelaba en exclusiva, aunque sin elevar la voz. De todas formas, nadie nos prestaba la mínima atención. Todos enfrascados en exámenes, apuntes, fotocopias o asuntos de temas generales.

¡Faaaa, no te puedo creer! ¡Pero, supongo que cuando le golpeás la pared, se calma!, aventuré a decir, sintiendo que el jean se me calentaba en el exacto punto en el que mi glande se ensanchaba.

¡Ponele! ¡Naaah, ni en pedo! ¡A veces me grita que la deje de joder! ¡Otras, ni me hace caso! ¡Incluso, por ahí hasta grita el doble! ¡Y, posta que siempre me acuerdo de ustedes! ¡Todos le miraban el orto! ¡Y, ahora, por lo que escucho, parece que le gusta por el culo! ¡Bah, digo, por las cosas que grita, y por la forma en la que se lo cachetean! ¿Te das cuenta? ¡Ustedes son los culpables, por hacer que se la crea con eso de tener un semejante culazo! ¡La re endiosaron al pedo, y ahora no hay quién la pare!, prosiguió en medio de un risueño relax, elevándome al cielo de las impertinencias menos confesables, mientras las nubes de humo de los que fumaban se hamacaban en difusas siluetas, gracias a la humedad que había en el ambiente.

A eso de las 9 de la noche, ya estábamos instalados en la cocina de su casa, sumidos en el aroma de una salsa prometedora, y el calor del horno en el que se cocinaban las pizzas que preparaba la madre de Martín. Nosotros, tomábamos una cerveza, charlando con su madre, recordando algunas diabluras de cuando éramos pendejos, y picoteando una lista de Soda Stereo en Spotify. Sabía que Laura se estaba bañando, porque en un momento se quejó de la ausencia de toallones limpios. También le gritó al Tincho por no dejar el secador de pelo en su lugar. Finalmente, apareció la perfumada y caracúlica de Laura. La señora no tardó en exponerla.

¡Escuchame nena, hay visitas! ¿No se te ocurrió por lo menos, ponerte una bata encima? ¡Ya sos grandecita para salir del baño como se te antoje!, le dijo respirando con dificultad. Es que, Laura estaba con una remera roja con tiritas doradas, sin corpiño, y con un culote negro que amenazaba con desintegrarse en el calor de su piel. Yo percibí su perfume, el vapor de su cuerpo gracias a la ducha, y el roce de su pelo húmedo cuando me saludó. Primero me chocó la mano. Después, mientras le hacía gestos a su madre para que se calme, me encajó un beso en la mejilla, sin omitir el detalle de abrir los labios para ponerme al corriente de la frescura de su saliva.

¡Che boluda, mami tiene razón! ¡No podés aparecerte en calzones a cenar!, le dijo el Tincho, casi sin esforzarse. Era obvio que no se lo decía por primera vez. Laura le sacó la lengua, se robó una aceituna de la mesa, y mientras se dirigía a la heladera me decía, sin olvidar sus risitas irónicas: ¡Che, ¡qué lindo que hayas vuelto Diego! ¡Mi hermano andaba deprimido! ¡Creo que, la pasó peor sin vos que sin su ex novia!

¡Dejá de hablar boludeces nena, y mejor, aprendé a vestirte!, le refunfuñó el Tincho, sabiendo que aquello era una causa perdida. Laura le rezongó algo que no llegué a entender, y se sentó a mi lado, en la silla en la que unos segundos antes yo apoyaba mi mano, involuntariamente.

¡Menos mal que la sacaste! ¡Aunque, no serías el primero que usa ese truco para pellizcarme el culo!, me dijo, penetrándome con la mirada mientras yo sentía que la cara me ardía. Por suerte la madre no la escuchó. Pero el Tincho le revoleó una miguita de pan para que no se zarpe.

¿Qué hacés tarado? ¿Este no era uno de tus amigos, que me re miraba la cola? ¡Yo era una nena, que, bueno, solo tenía la cola un poquito grande! ¿O no Diego?, decía la atrevida, casi sin mover los labios, mientras posaba una de sus manos en mi pierna derecha.

¡Sí Lauri, es cierto, y te pido perdón! ¡éramos pendejos, boludos, babosos!, empecé diciéndole, pensando cuidadosamente en las palabras. Pero ella me interrumpió encajándome una aceituna en la boca, mientras decía: ¡Pero, vos fuiste el único que no se desubicó! ¡Yo al menos, no me acuerdo si me piropeaste la cola, o me la quisiste manosear, o buscaste la forma de tirarme agua, o la tapita de una botella, como hacía Santiago, o Gastón, o el melenudo ese que embarazó a la preceptora! ¿Se acuerdan? ¿Cómo se llamaba ese pibe?

¡Bueno, en eso tenés razón Lau! ¡Pero, ya fue! ¡Tampoco era un santo! ¡Te la miraba como los demás!, me expuso mi amigo, que seguro no sospechaba que la pija me palpitaba adentro de la ropa, y que los huevos comenzaban a producir altas cantidades de leche para embadurnar a esa guachita juguetona.

¿No se llamaba Leandro? ¿O Exequiel? ¡Nosotros le decíamos Chuli, ni me acuerdo por qué! ¡Yo no me hablaba con él!, dije, intentando cambiar de tema. Pero Laura, parecía que cazaba al vuelo cualquier pedacito de frase para llevarla a su juego. De repente dijo: ¡Naaah, a mí tampoco me importa cómo se llamaba! ¡Lo que sí, me acuerdo patente cómo se le hinchaba el bulto cuando me miraba el culo, y que se ponía colorado!

¿Todavía seguimos hablando de tu culo Laura? ¿La podés cortar, por favor? ¡Al final, qué va a pensar el pobre Diego!, dijo esta vez la señora, que había escuchado la conversación mientras acomodaba las pizzas en el horno. Martín asintió con la cabeza, volvió a señalar a Laura, y acto seguido a la puerta de su habitación, como dándole a entender que tenía que entrar allí para vestirse un poco más. Yo intenté amenizar con lo que había leído de los coreanos del norte y sus pruebas de bombas y misiles. Pero Laura la seguía, insobornable.

¡Bueno Ma, yo me visto, con la condición que, después, me dejes traer a mi novio! ¡Bueno, tampoco es algo así como, Mi Novio! ¡Pero, es el pibe que me da masita, por ahora! ¡La verdad, no nos da para meternos en telos baratos! ¡Prefiero hacer mis cosas acá!, dijo sin inmutarse, mientras el Tincho traía una latita de cerveza, y yo le ayudaba a la señora con el cuchillo para cortar las porciones de la primera pizza.

¿Calmate nena! ¡No le digas esas cosas a mami, que no tiene por qué enterarse de tus cochinadas!, le dijo Martín, mientras la mujer le pedía recato, que recapacite un poco, y otras cosas entre dientes, que sonaban más a “Cuando estemos solas te reviento”.

¡Haaaammmm! ¿Vos te pensás que la Ma no hacía esas, “Cochinadas” cuando era una pendeja? ¿O el viejo? ¿Aparte, de dónde creés que saqué este culo?, decía Laura mientras arreglaba un poco el mantel de la mesa, de pie, y dándose unos chirlitos en la nalga izquierda, la que le revotaba con demoníaca gracilidad.

¡Para que sepas, mocosa, no se habla de estos temas en la mesa! ¡Y dejá de mostrar la bombacha, si no querés que después te traten como a un trapo de pisos, o a una cualquiera!, le dijo la madre, estallando de rabia. En un momento creí que la pobre se había cortado el dedo de lo fuerte que sonó el corte que le hizo a la última porción que quedaba por racionar. Pero, en definitiva, la cena transcurrió sin otra discusión. Laura no fue a vestirse, aunque tuvo la decencia de ponerse un toallón sobre las piernas, y debajo de la cola. De modo que le quedaba como una pollerita. Yo, no podía concentrarme. El aroma de su piel, la visión espléndida que tenía de sus tetitas, de los dos puntitos erectos sobre su remera y de la estela de su perfume, solo me incitaban a imaginarla bajo mi cuerpo, ensartada por mi verga, o toda bañadita de mi leche arriba de la mesa en la que comíamos. ¡Obviamente, con ese culito hermoso bien en pompa!

De repente, la pizza fue reemplazada por un flan con crema. Laura no quiso comer, porque según ella, tenía que cuidarse un poco, con todos los deslices que se mandó el finde. Martín y yo le entramos sin asco, y la mujer, no se quedó atrás. Al mismo tiempo, nosotros íbamos comentando el partido de Boca que emitía la tele, y medio que nos dormíamos de lo mal que jugaban, los dos equipos. En breve la señora se fue a su habitación, quejándose de lo cansada que se sentía, de la poca ayuda que su hija le prestaba, y del pronóstico del tiempo. Laura, de repente se levantó, olvidándose por completo que el toallón le cubría las piernas. Eso no pasó desapercibido por mis ojos, que se encontraron con sus redondeces para que una vez más mi pene se sienta acorralado entre tantas cosquillas.

¡Uh, perdón Diego, se me re vio la bombacha! ¡Bueno, aunque, por ahí empezás a recordar viejos tiempos! ¿Ustedes, en su curso no tenían una compañera culona, como yo?, canturreó la voz de Laura como un presagio divino. Martín le gruño algo que no se llegó a descifrar, porque en ese momento Boca convertía un gol, y obviamente lo festejé, chocando mi vaso de birra con el Tincho, que ya empezaba a resignarse.

¡Boludo! ¿Posta no viste la jugada? ¡Fue tremenda! ¡Ese guacho tiene que ser titular! ¡No sé por qué en Boca ponen al muerto de Benedetto, y no a ese gil! ¡No me digas que le estabas viendo el orto a mi hermana!, dijo desatado mi amigo al notar que no había visto el gol, porque me sorprendía en la repetición de la jugada.

¡Heeey, un poco más de respeto che, que solo se me cayó el toallón nomás!, decía Laura, apoyando sus dos manos en mis hombros. Ahora la tenía detrás de mí, esparciendo su perfume al menear su cabeza, y daba saltitos gritando algo de que somos los mejores, y que era obvio que en algún momento la íbamos a meter. ¡Me había olvidado que ella era fana de Boca también! Pero Laura no se envolvió con el toallón, ni se fue a su pieza como se lo sugirió el Tincho, una vez que terminó el partido. Prefirió echarse en el sillón a pelotudear con su celular. Al parecer, veía historias, respondía mensajes y se reía cada tanto. Por ahí la noche se quebraba con el sonido saturado de algún Reel de Instagram al que le daba Play. Martín y yo fumábamos, hablando de trabajos para entregar en la facu, de la oferta de laburo que le habían hecho para hacer unos manguitos extras, y de su insistencia para que le hable a Valeria. Otra vez pusimos música, aunque ahora de un canal de la tele, y nos bajamos un par de latas más de birra. Y entonces, Martín tuvo que irse al baño.

¡Che Bolu, si te pinta, ordená un poco la mesa! ¡Yo después lavo todo! ¡Me parece que me llama la naturaleza! ¡últimamente, la birra me manda al baño de una! ¡Aparte, creo que me voy a dar un duchazo! ¡Aguantame que vuelvo en un rato!, iba diciendo mi amigo, mientras guardaba las porciones de pizza que quedaban en el horno, caminando con cierta dificultad. En ese momento, en la tranquilidad de la casa, y bajo la complicidad de la noche, no pude limitarme más. Laura, evidentemente se había quedado dormida, revoleada en el sillón, con el culito hacia arriba y la cabeza sobre uno de los apoyabrazos. La bombacha se le había bajado un poco, por lo que se advertía claramente el inicio de aquel tremendo oasis carnal. Sus nalgas me tentaban, pronunciaban mi nombre, y hasta se mecían lentamente con el efecto de su respiración. Me levanté de la silla, luego de mirarla un largo rato, y sin proponérmelo, dejé que mi mano le acaricie ese culo maravilloso, fresco, terso y suave, fragante y soñador. Sabía que podía despertarse. O peor aún… que Martín pudiera descubrirme manoseando a su hermana. Pero la imprudencia, la calentura y las varias latas de birra burbujeando en mi cabeza me dieron todo el valor que necesitaba.

Desde la cocina se oía con claridad el chorro de agua en el baño, y los silbidos de Martín. Sabía que habitualmente no tardaba tanto en bañarse. Sentía las punzadas de mi glande, la humedad de mi calzoncillo, y un terrible deseo de enterrarle hasta los huevos en ese culo burlón, asesino y desprovisto de verdadero cariño. Laura balbuceó algo, en el preciso momento en que me palpaba la pija, pensando en liberarla al fin de su encierro. Se me había pasado por la cabeza, rozarle las nalgas con ella, y dejarle hilitos de mi presemen. De inmediato retrocedí unos pasos. Ella movió una pierna, y la bombacha se le deslizó unos centímetros más. Lo que me condujo a posar una de mis manos en su nalga derecha. Se la sobé suavecito, mientras mi otra mano comprobaba que la erección de mi pija podía comprometerme seriamente. ¡La mamá de la nena duerme, y tu amigo se está bañando!, pensaba una y otra vez, presa de un reloj invisible. Hasta que impulsivamente acerqué mi cara a su culo, y le pasé la lengua a la bombacha primero. Luego, una vez que se la bajé con todo el cuidado y la lentitud que supe encontrar, le lamí las nalgas, y el inicio de su zanjita prometedora. Ella se estremeció y no pudo disimularlo. Pero daba igual. Para mí, lo mejor era que siga en su papel de dormida. O al menos, esa era la película que se hacía mi cabeza. Su olor era apenas más hermoso que el de cualquier flor polinizada. Su piel parecía un talismán hechizado por algún dios desaforado, o algún demonio enamorado. Le di un par de besos sin ruido, y le sobé la otra nalga. La tela de su bombacha al tacto de mis manos parecía calentarse. Ni siquiera repuse en el momento en que mi pantalón se deslizó de mis rodillas, directamente al suelo. Puse una mano en cada una de sus nalgas y se las moví, las abrí y cerré varias veces, pensando en rozarle ese agujerito precioso con la lengua. Y entonces, Laura balbuceó unas palabras un poco más comprensibles para mi oído.

¿Y ahora, te gusta bajarles la bombacha a las nenas? ¿Te parece más sexy mi culito, ahora que crecí? ¿Te calienta que mi hermano se esté bañando, mientras me manoseás el orto nene?, me canturreó su cinismo imperturbable. Yo, instintivamente le di dos chirlos para silenciarla, susurrándole cosas como: ¡Callate nena, o se nos arma la podrida! ¡No seas forra, que nos vas a meter en tremendo lío!

¿Y eso, significa que tengo que callarme, y dejar que me rompas el culo? ¡Eso está difícil, porque me gusta gritar cuando tengo una pija en el culo! ¿Sabías? ¿No te contó mi hermanito?, insistía, elevando un poco el volumen de su voz cargada de malicia, mientras ahora subía su espalda sobre la elasticidad de sus piernas para mover ese culo precioso. Yo seguía dándole chirlos para callarla, la chistaba y le suplicaba menos palabras. Pero ella estiró una de sus manos y me agarró el bulto, como si se tratara de un picaporte.

¡Mirá cómo la tenés, pajero! ¡Y encima, ese bóxer te re aprieta!, decía, mientras me lo tironeaba hacia abajo y me clavaba sus ojos verdes en la pija. De modo que, así estaba yo, en el umbral de una noche que podría haber sido un absoluto fracaso. Parado, con la pija al aire, al lado del sillón en el que una mujer movía su culito con sensualidad, prácticamente desnuda y ardiente. Por supuesto, así me encontró Martín, que se abalanzó sobre mí como para descargar toda su ira en mi humanidad. No lo escuché salir del baño, ni entrar a su pieza en busca de ropas, ni gritarle al perro que ladraba sin parar en el patio. Algo que suele hacer siempre, y cada vez con menos cariño.

¡Hey, boludo! ¿Se puede saber qué estás haciendo? ¿Y vos, putita de mierda? ¿Por qué carajos no te ponés algo?, dijo finalmente, después de mantenerme durante algún tiempo con el hombro atenazado por sus dedos, con los ojos desorbitados y las pulsaciones a mil. Laura no le contestó. Por el contrario, levantó un poco más la cola, y ella misma se otorgó un par de chirlos, mucho más suaves que los que yo le había prodigado cuando estábamos solos.

¡Te hice una pregunta Diego! ¡No te hagas el salame! ¿Qué onda? ¡Encima, andás con el choto al aire! ¿Qué pasó? ¿No te dio el tiempo para ponérsela?, me acusó, sin subirse al caballo de las trompadas, como tal vez yo había previsto. Es más. Ahora que mi cerebro funcionaba como antes, no parecía siquiera nervioso, o dispuesto a fajarme. A ella sí la miraba con cierto asco. ¿O, acaso el brillo de sus ojos también mostraba cierta admiración? ¿Podía ser que la estuviese mirando con deseo?

¡Es culpa mía Tincho! ¡Yo me quedé dormida, y bueno, Diego quiso despertarme para que me vaya a la cama! ¡Pero, supongo que no se resistió a bajarme la bombacha y mirarme la cola!, rompió el silencio la guacha, que disfrutaba de la escena como nadie. Martín relajó algunos músculos de la cara. Yo quise agacharme para acomodarme el bóxer, al menos para cubrirme un poco. Pero mi amigo interrumpió mi descenso con una mano, diciendo con calma: ¿Vos le bajaste la bombachita? ¿O fue esta perra la que empezó a calentarte, moviendo este culo!

Mientras decía esas últimas palabras, le asestaba tres o cuatro chirlos a Laura, que gimió con cierta excitación. Yo, creo que a esa altura ya no pude contener mis ansias de libertad cuando logré articular: ¡No, yo se la bajé! ¡Fui yo el que le bajé la bombacha! ¡No sabés cómo me puse, desde que la vi! ¡Boludo, perdoname, pero no puedo más! ¡Me la quiero culear! ¿Me prestás a tu hermana para culearla? ¡Mirala, cómo está! ¡No aguanta más la pobre! ¡Es más! ¡Si, si vos querés Lau, te pago! ¡Vos te sacás las ganas de culear, y yo también! ¿Qué tul? ¿Se prenden?

Martín reflexionó un momento. Se tronó los dedos, miró por la ventana, dio unos pasos para agarrar una latita de birra que todavía tenía un resto, y mientras se lo empinaba le acariciaba el culo a Laura.

¿Vos querés, reventada?, le dijo medio entre dientes. Laura asintió con la cabeza.

¿Pero nada de guita boludo! ¡Mi hermana no es una puta! ¡Y yo no soy su fiolo! ¡Pero, si te la querés culear, culeatelá, acá, adelante mío!, dijo Martín con decisión, mientras sus pasos descalzos lo conducían al sillón individual que había junto a la ventana.

¡Eso sí Lauri, controlá tus grititos, o te cago a palos!, le advirtió, una vez que su cuerpo cayó pesadamente sobre el sillón. Yo, me quedé parado en el lugar, incapaz de moverme, observando que Laura se levantaba lentamente del sillón, como si tuviese un calambre en alguna de sus piernas, y al Tincho, que escudriñaba misterios en cada movimiento de su hermana. Estaba en bóxer, con el pelo mojado y la mirada tan extraordinariamente perdida como su sentido de orientación.

¡Sacate la bombacha Laura, o te vas a dar un porrazo! ¡Si no tiene olor a pis, tiramelá! ¡Y no te hagas la que no me escuchaste, o ahora mismo despierto a la vieja!, dijo en voz baja pero muy clara mi amigo, abriendo otra lata de birra. Aplaudió dos veces, estiró las piernas para apoyar sus pies en la mesa ratona, y recibió la bombacha de Laura con una mano, apenas ella se la quitó y se la arrojó después de olerla.

¡No tiene olor a pichí, degenerado! ¡Ahí la tenés!, le había dicho, mientras yo guardaba en mi retina cada movimiento de su culo mientras se la quitaba, la olía y cumplía con las órdenes de Martín, bailando alguna música que solo vibraba en su mente. ¿Cuántas veces como estas mi amigo se habría animado a pedirle la bombacha? ¿Sería la primera vez que lo hacía? ¿o, acaso quería verla en acción? ¡Martín, no podía estar tramando algo peligrosa en mi contra, o de Laura! ¡Sin embargo, me estaba entregando a su hermana! ¡Y él le había pedido la bombacha! ¿Era posible que yo estuviera soñando?

¿Y nena? ¿Qué esperás? ¡Agachate, y hacele un pete a mi amigo! ¿No ves cómo tiene la verga? ¡Imagino que tenés que prepararla para ese culo! ¡Y vos no te hagas el inocente, o el tímido!, dijo Martín, devolviéndome a la realidad de la forma más ruda y sincera. Entonces, las manos de Laura contra mi pecho me impulsaron a sentarme en el sillón, y luego ella se ubicó entre mis piernas. Su boca no tardó en rodar por mi panza, mis piernas y mis huevos con besos húmedos, calientes y ruidosos. Entretanto me pajeaba la verga con sus manitos, las que se escupía previamente.

¡Dale nena, metete eso en la boca de una vez! ¿Qué te hacés la romántica? ¡Dale, que ya te escuché atragantarte de verga, varias noches!, dijo Martín desde su privilegiado sitio, jugueteando con el culote de Laura, mirándonos intrépidamente. Ella, después de fulminarlo con la mirada, se pegó un par de veces en la cara con mi pija, le echó algunas escupidas, me mordió la puntita, y casi sin prevenirme, se la metió en la boca. Me hizo sentir el filo de sus dientes amortiguados en el tronco, y el calor de su lengua casi me impulsa a empacharle la garganta de un solo envión. Pero la guacha sabía cómo hacerlo. Parecía presentir que me subía la leche, y entonces se la sacaba de la boca para lamerme los huevos, o para escupirme, o para agarrarme una mano y ponerla sobre sus tetas.

¿Te gustan más ellas? ¿O mi culito? ¿Me querés abrir la cola nene? ¿O querés que te saque la leche con las tetas? ¿O, preferís oler mi bombacha, como el pajero hipócrita de mi hermano? ¿Fantaseabas conmigo cuando era chiquita? ¡Seguro me dedicaste alguna paja! ¿Por qué nunca me rozaste el culo siquiera? ¡No sabés cómo esperaba que me toques, o me digas alguna guarangada!, me decía Laura entre chupadas, escupidas y besitos obscenos a mi pija. Y al fin, mientras Martín exclamaba con cierto repudio en las venas: ¡Ojo con lo que decís pendeja, porque no te autoricé a incluirme en tus porquerías!, y sus labios me rodeaban el glande para subir y bajar, mi semen no llegó a formular una bienvenida formal. En menos de lo que preví le vacié mis testículos en la boca, la cara y las tetas, ya que salpicó para todos lados gracias a sus toses, arcadas y palabras repletas de gargarismos. Ella, sin esperar resurrecciones ni otros particulares, se subió a mis piernas para frotar su impresionante par de nalgas en mi pija. Además, iba trepándose con ellas por mi cuerpo. De modo que me frotaba la panza, el pecho, y finalmente arribó a mi cara, donde me pidió con un susurro casi de otro mundo: ¡Meteme la lengua en la zanjita chancho!

Martín, entonces exclamó algo parecido a un júbilo de éxtasis que, al menos yo no le conocía. Cuando lo vi, olía desencajado la bombacha de su hermana, y se acogotaba la pija tan dura como el termo que reposaba sobre la mesada, el que a diario llevaba a la facu para tomarse unos mates en los ratos libres.

¡Al final, vos, tanto que me criticás, me golpeás la pared para pedirme que me calle, y te hacés el puritano con mami, resulta que, te estás pajeando nene! ¡Mirándome! ¡Y oliendo mi bombacha! ¡Dale puerco, olé toda esa bombacha, y lamela si querés! ¡Y llenala de leche cuando acabes! ¡Posta que no me voy a enojar!, le dijo Laura, endulzando su voz gracias a el contacto de mi lengua en los alrededores de su agujerito. Todavía no había logrado tocarlo siquiera. Pero su olor, el calor y la humedad que se multiplicaba entre esas nalgas redondas, carnosas y gigantes, ya se cernían imaginariamente sobre la nueva erección de mi pija. Ella me la pajeaba con sus pies, mientras uno de sus dedos entraba y salía de su conchita peluda, jugosa y gordita. Al cabo de un rato, sus nalgas me golpeaban la cara, me la colmaban de sus roces, apretujes y fragancias, y mis dedos se empapaban con sus jugos. Laura gemía suave, y no olvidaba su labor en mi pija con esos piecitos pequeños. Hasta que de un salto que pudo haber sido terrible, con la destreza de un gato en plena oscuridad, y se despegó de mi piel para rodear la mesa. Cuando encontró el lugar que quería, “el pedacito en el que habitualmente suele sentarse a comer”, se pegó en la cola murmurando un tenue: ¡Vení nene, y enterrala!

¡Dale boludo, no la hagas esperar! ¡Dale murrita a esa perra!, dijo el Tincho, tan desencajado como ausente, al borde de arrancarse el pito del cuerpo de tanto zarandeárselo. Apenas estuve detrás de Laura, me pidió que le pegue varios chirlos, y que me agache para escupirle todo el culo.

¿Babeame la cola nene, lubricame bien, y meame como a una perra! ¡Cagame a palos, que me encanta que me dejen la colita colorada!, decía mientras yo obedecía iluminado de fidelidad, a los pies de esa fortaleza de piel y carne. Incluso le di un par de pijazos, y le refregué los huevos cuando varios hilos de mi saliva le colgaban de esas montañas en miniatura. Ella erguía la espalda, quebraba la cintura y me refregaba el culo contra la pija, abriéndose ella misma los glúteos. Hasta que, uno de mis dedos empezó a entrar y salir con facilidad de su agujerito. Eso, más la rebeldía de otros de mis dedos frotándole el clítoris, la hicieron estallar al fin.

¡Dale guacho, rompeme el culo de una vez! ¡Haceme el orto, que el pajero de mi hermanito te dejó! ¡Quiero que me hagas gritar con esa pija adentro del culo!, se expresó, con una especie de sollozo contenido, o de lujuria interminable en las entrañas. Yo, ni bien mi glande se instaló en el incendio de su esfínter, me aferré a su cintura, y ni bien le manoteé el pelo con una mano, se la mandé a guardar, en un solo empujón. Desde entonces, empecé a bombearla con todo, haciendo que las patas de la mesa resbalen por el piso. Mis huevos chocaban contra sus partes, algunos de mis dedos eran mordidos o succionados por su boca, y mi mano se cubría con algunas lagrimitas que se le escapaban.

¡Asíiii, cogeme toda, rompeme toda! ¡Quiero más pija en el orto, quiero comerte la pija, y tomarte toda la lechita con el culo mi amor! ¡Así, movete, abrime más, haceme gozar, decime que soy tu puta culeadora, y que te calentaba mi colita de nena!, deliraba, gemía y vociferaba Laurita, mientras sus tetas sudaban y se mecían, sus piernas se colmaban de los jugos que fluían de su conchita, y mi pija aumentaba más y más su grosor entre sus paredes sucias como el infierno.

¡Así amiguito, rompele el culo, culeala toda, llenala de guasca, y cuando le acabes todo, meala, que seguro la emputece más!, decía el Tincho, sacudiéndose en el sillón como prisionero de unas terribles convulsiones.

¡callate vos, pajero del orto, que al final sos tan cerdo como tus amiguitos! ¿Por qué no venís, y me das la verga en la boca nene? ¡Nooo, porque el señorito prefiere llenarle la bombachita de semen a la hermana!, le dijo con dureza Laura, mientras mi pija seguía ganando terreno, arrancándole gemidos y temblores. En realidad, los dos temblábamos como abotonados, desbocados y en llamas. Yo sentía sus uñas en las muñecas, o en el cuello, y ella me pedía que le muerda la oreja, y le recorra cada recoveco con la punta de mi lengua.

¡Dale nene, Culeame, dame pito, quiero más verga en el orto, quiero que me la largues toda adentro, y que después me chupes la conchaaaaa, asíiii, dame pijaaaa!, gritaba Laura, al parecer abstraída de todo lo que nos rodeaba, al igual que yo. Y, entonces, oímos un gruñido parecido al de un animal salvaje, seguido de unas salpicaduras extrañas. Luego, unas toses, carrasperas, respiraciones apuradas, y un revelador: ¡Ahí la tenés putitaaaaa, toda la lechita en la bombachaaaaaa!

Entonces, de pronto vimos que Martín se estrujaba toda la chota envuelta en la bombacha de Laura, y que se ponía aparatosamente en pie, mientras yo seguía percutiendo en ese culo hermoso, penetrándolo y perforándolo como me lo imploraba su dueña. Laura no le dijo nada, y yo, por más que se me ocurrían mil boludeces para descomprimir un poco el momento, me dediqué a seguir en lo mío, cada vez más profundo. Se oían ruidos de sopapa, de pedos y golpes, entrechoques, chupones y gemidos por toda la cocina. Además, la mesa seguía lacerando el piso con sus patas.

¡Dale guacho, largala yaaa, dame lecheeee, toda en el culo la quieroooo, ahoraaaa, acabame en el orto neneeeee!, me gritaba al oído Laurita, cuando yo creía que iba a desintegrarme de tanto penetrarla. Y entonces, otra mano que no era la mía le agarró las mechas a Laura, para dirigirle la cabeza hacia donde el destino lo solicitaba. ¡Martín ahora le ponía la bombacha toda bañada de semen en la boca, la cara y el pelo, y le manoteaba las tetas para retorcerle los pezones!

¡Dale putita, olé tu bombacha, y dejala limpita, comete toda la leche del pajero de tu hermano! ¡Dale perrita culeadora, comele toda la pija al Diego, dejalo sequito, alimentá bien a ese culito, dale zorrita, comete toda esa verga!, le decía Martín, por momentos asfixiándola con la bombacha, metiéndole dedos en la boca, y dándole alguna que otra cachetada. Y, casi sin poder soportarlo un segundo más, Sentí que el cuerpo se me subía encima del de Laura, y que pronto mi piel flotaba por los techos, se despegaba de mi alma y me hacía gritar cosas que no puedo recordar. La leche comenzó a brotarme de la pija, a quemarme desde el tronco hasta el glande para derramarse copiosa y valerosa adentro de ese culo experimentado, hermoso, pulido por la lengua de una diosa tan perversa como la misma inteligencia. Parecía que nunca podría dejar de inseminar ese culo. Las bolas me dolían y agradecían al mismo tiempo. La transpiración me surcaba la frente, salaba mis labios y me pegoteaba a su piel en celo como el mejor de los adhesivos. Martín estaba desprejuiciado, atento a que la lengua de Laura lama cada gota de su semen de cada trocito de esa bombacha. Ella, apenas podía con todo. Temblaba y se estremecía con mi pija arremetiendo en sus últimos esfuerzos, y dejaba que se le aflojen las piernas, que su vulva elimine tremendas cantidades de flujo, y que su hermano le apriete la nariz, la insulte, y le prometa que nunca más le iba a golpear la puerta cuando la escuchase garchar. ¿No sería que se había meado la muy zorra? En eso pensaba, mientras mi pija babosa, impregnada de una fauna desconocida hasta ese momento para mí, emergía lentamente del culo de Laura.

Separarnos fue lo más rápido del mundo, y a la vez, lo más peligroso. ¡Ninguno sabía cómo reaccionaría el otro! Aunque, tal vez yo era el único que temía tales resultados. Sin embargo, como si fuese lo más natural del mundo, Martín apartó una silla de la mesa y se sentó, luego de subirse el bóxer. Nos dirigió miradas sombrías. Pero por lo demás, parecía satisfecho. Hasta feliz podría decirse. Laura, una vez que yo caminé lentamente hasta la silla en la que antes estaba sentado, se chirloteó la cola, suspiró, y ante nuestros ojos encendidos, se deslizó un dedo por la rayita del culo. Lo retiró embadurnado de semen, y se lo metió en la boca. Lo saboreó en silencio, mientras que con la otra mano se acariciaba la argolla.

¡Boludo, me dejaste las tetas doliendo! ¡Sos re bruto! ¡Nunca más me tocás las tetas! ¡OK?, le dijo al Tincho, que se reía con alevosía y le sacaba la lengua.

¡No, en serio nene! ¡Me re duele ahora!, se quejó Laura, empezando a dar los primeros pasos por la cocina. Creímos que iría a buscar su toallón para envolverse. Pero la descarada abrió la heladera, sacó una lata de birra y la hizo chillar en el silencio de la noche de un barrio cada vez más a oscuras.

¡Bueno Lau, pero, ahora la posta! ¿Te gustó la leche del Diego? ¿O, te gustó más la mía? ¡Bueno, estaba en tu calzón, pero era mi leche!, dijo el Tincho, tratando de aparentar una calma que su rostro no evidenciaba. Laura le sonrió, le dijo que era un estúpido, y se tomó media lata de birra, casi sin respirar.

¡La tuya nene, tengo que probarla de verdad! ¡No es lo mismo, probarla de mi bombacha! ¿Entendés? ¡Y, en cuanto a tu amiguito, es un genio abriendo culos! ¡Bah, por lo menos, a mí me encantó tenerla adentro!, decía Laura, mordiéndose un labio, quizás pensando en calentarnos de nuevo. Conmigo lo estaba logrando. Es más. Estuve a punto de proponer que la sigamos en la pieza del Tincho, o en la de Laura.

¡Boluda, decí que la vieja se empastilla casi todas las noches! ¡Imaginate si nos escuchara, por casualidad! ¡A mí me la corta, a vos Diego, por ahí también! ¡Y a vos nena, te apedrea en el patio!, dijo el Tincho, mientras Laura eructaba, y yo notaba que la pija volvía a estimularse con la grosera visión de Laura. Entonces, ella, con la arrogancia de siempre se acercó a mí, me apoyó las gomas en el hombro y me comió la boca con un beso tibio, pero cargado de una sexualidad que jamás había sentido en una mina, mientras me decía: ¡Nos vemos, guacho pijón! ¡Y, esperamos que vengas más seguido! ¡Yo, el Tincho, y mi culo!

Después de eso, los tres nos cagamos de risa. Ella rodeó la mesa, agarró su bombacha que colgaba de una de las sillas, y mientras se la ponía meneaba su pelo, se nalgueaba la cola, y nos decía: ¡Bueno chicos, nos vemos! ¡Duerman bien! ¡Yo, al menos, voy a dormir con el culo encremadito, y la bombachita babeada! ¿Qué más podría pedir para una noche de miércoles?     Fin

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