¡Su mujer me dejó dicho, que le avise que salió con su cuñada y una amiga! ¡Iban a tomar un café, y después, pasarían por la modista, para ver el tema del vestido de quince de su sobrina! ¿Necesita que le traiga las cosas para el mate? ¿O prefiere un café?, me dijo Mariela, nuestra empleada doméstica, una vez que llegué al living, y desparramé mis cosas en el sillón. Ella repasaba una biblioteca, ordenaba adornos y fascículos. De repente, todo su rostro se convirtió en un fósforo llameante, y sus palabras se tropezaban en su boca cuando volvió a dirigirse a mí. Yo le había dicho que siga con lo suyo, que en un rato saldría con un compañero de la oficina a tomar algo.
¿Entonces, no quiere que le traiga nada de la cocina? ¡Su esposa preparó un budín de manzana que tiene terrible pinta! ¡Aaah, y queda fiambre, y pan de miga, y algunas empanadas! ¡Si quiere, termino acá, y me voy para su pieza! ¡Todavía no hice la cama! ¡Hoy ando medio lenteja!, recitó de un tirón, mientras yo la miraba enrojecerse, como si mi presencia la hubiese avergonzado. ¿En qué estaría pensando la muy pícara? Sabía por cosas que me contó mi mujer, y por otras que escuché de pasadas, que el marido no la atiende como ella espera, y que estaba segura de la existencia de otra chica en la vida de aquel hombre. Incluso, le pidió consejos a mi esposa. Cualquier cosa. El contacto de un psicólogo, algún vudú que pueda intentar un amarre, o algún libro de autoayuda, o si conocía un truco sexual con el que pudiera volver a encender la llama entre ellos. Mi esposa le insistía con que es joven, que no joda con esas boludeces, y que, de última, se valore a sí misma. Le mencionó muchas veces el divorcio como una solución.
¡No hinches Maru! ¡Sos joven, re linda, súper trabajadora, tenés un culo precioso, un pelazo por el que cualquier tipo mataría, y unas tetas re bien paradas! ¿Qué más querés? ¡Te aseguro que, apenas se sepa que estás solita, se te van a regalar una bocha de tipos! ¿Qué vudú, ni curandero ni ocho cuartos? ¡En serio che, ponele onda, y respetate vos! ¿O vas a esperar a que te humille, se vaya con ella, o peor, que te levante la mano por alguna boludez?, le dijo un día, un poco harta de escucharla quejarse del marido, cuando ella secaba platos y cubiertos, y mi esposa se pintaba las uñas. Aquella conversación me había quedado grabada.
¡No Maru, dejá, que, de última, yo voy y me sirvo algo!, apuré a decirle, como sin prestar atención. Pero en realidad, no paraba de mirarle el culo mientras se agachaba, volvía a incorporarse y se movía de estante en estante, con agilidad y frescura. En la calza se advertía que el triángulo del elástico de su bombacha era pequeño para el semejante culo que se cargaba. Las nalgas se le bamboleaban como sin gravedad, y a la vez con una tersura que daba ganas de saltarle encima, bajarle la calza y devorárselas a mordiscones.
¡Bueno, entonces, me voy a hacer la cama! ¡Pero, cualquier cosa, si necesita algo, usted me grita, que yo vengo corriendo!, concluyó tras ordenar el último libro en el estante más alto de la biblioteca, y se bajó de un banquito para deslizarse por el piso hasta nuestra habitación. No me perdí detalle de su recorrido, hasta que se perdió. Movía las caderas como si necesitara seducirme, aparearse o simplemente juguetear un rato. ¿Acaso me estaba provocando? ¿Por qué se había rozado un cachete de la cola con la mano? ¡Bueno, por ahí, le urgía rascarse, o arreglarse la bombacha! ¿Además, por qué tenía que seducirme? ¡Son imaginaciones tuyas querido! ¡Es tu empleada, la mina que limpia tu inodoro, lava tus calzones y los de tu esposa! ¡Sí, es la que barre, plancha tus camisas, ordena tu estudio! ¡Seguro miroteó la colección de revistas porno vintage que guardás en el fichero del rincón, junto al equipo de música! ¿Y? ¿Eso te gusta? ¡Sí, me vuelve loco imaginarla oliendo nuestra ropa interior antes de meterla al lavarropas! ¡O arrodillada fregando la ducha en la que mi esposa y yo cogemos casi siempre! ¡Seguro huele las sábanas con restos de semen cuando las cambia, habitualmente por las mañanas! ¡Siempre nos desayunamos un polvo mañanero antes del café con leche y tostadas! ¿Pero, qué te pasa idiota? ¿Posta que se te para la japi por esa negrita villera? ¡En el fondo, todas son iguales! ¡Chorras, mal educadas, analfabetas, provocadoras, calentonas al mango, y confianzudas! ¡Pero re putas en la cama, entregadoras y salvajes! ¡Al menos, así fueron todas las empleadas de mis mejores amigos! Lo cierto es que, tuve que apretujarme el ganso un par de veces, porque se me ponía cada vez más duro y enérgico, gracias al recuerdo del culito de esa morocha infernal. ¿Y, qué diría si me le acercaba por detrás y le encajaba un buen pellizco en el orto? ¿O si, la sorprendía para restregarle la chota en las piernas, y empezaba a mordisquearle ese cuello siempre expuesto? ¿Qué linda y fácil que estaba para arrancarle la ropita, revolearla en la mesa y abrirle la concha a lengüetazos! ¿La tendría peludita esa bebé? ¡Bueno, mientras la tenga limpita, no me importaría demasiado que exista una selva entre sus piernas!
Me desperecé, atendí un llamado equivocado, hice un zapping inútil en la tele, y me levanté. Primero pensé en prepararme un café. ¿Y si la guacha se excita cuando te escucha coger con tu esposa?, me preguntó una turbada voz intermitente. Aquello había pasado un par de veces, y eso, porque mi esposa lo quiso así.
¡Dale, cogeme, metela toda, así Maru me escucha gozar como una perra!, clamaba una tarde en el lavadero, mientras yo le penetraba la concha contra la pared, y Maru regaba las plantitas del patio, desde donde era imposible no oír los gemidos y las agitaciones de nuestros cuerpos. Y de repente, noté que mis pasos, absolutamente desconectados de mi cerebro, me conducían a mi cuarto. Me detuve en la puerta, que permanecía entreabierta. Hasta hacía unos segundos, el motor de la aspiradora perforaba los tímpanos de mi insensatez. Me quedé estático, irresoluto y casi sin respirar con tal de no delatarle mi posición, en el momento que la vi agachada, estirando una sábana. ¡La calza se le había corrido bastante, y la blanca piel perlada de sudor de sus nalguitas, necesitaba un buen chirlo para ubicarse en el sitio que le corresponde! Ahora veía con claridad el inicio de su zanjita como una invitación, y un trocito de su tanga negra. Además, ella canturreaba un reggaetón que sonaba en su celular, apoyado vaya a saber dónde. No quería asustarla. Pero la piel me pedía acción. Las manos se me transformaban en garras venenosas, y la boca comenzaba a salivarme, casi tanto como cuando me deslumbro con los culos y tetas de las pibitas del secundario. La vi recoger una funda de almohada de un montón de mantas en el piso, y hasta allí pude controlarme.
¡Quietita nena, y ni se te ocurra gritar!, le dije, ni sé con qué volumen, pero con el corazón en las muñecas, mientras ya le apoyaba todo el paquete en el orto. Ella aún estaba de espaldas a la ventana que da a la calle, medio inclinada, todavía tarareando. Producto de la sorpresa me dio un codazo en las costillas, suspiró fuerte y empequeñeció un poco su cuerpo con un temblor esperable. Per o se quedó quieta, y tal vez a causa del miedo, hasta me paró un poquito más la cola.
¡Aaah, te gusta parar la colita nena! ¿Sabías que estás perrísima con esa calcita? ¿Y, que se te re ve la bombacha? ¡Pensé que nuestra empleada era una chica decente!, le decía, moviendo el pubis en forma circular para que mi pija no pierda contacto con esos globos deliciosos, a pasos de quedar totalmente expuestos, porque la calza se le seguía deslizando.
¡Perdón señor, es que, yo, no escuché si me llamó! ¿Necesita algo? ¡Creo que tengo la música muy fuerte, pero, si me suelta, la bajo!, dijo atropelladamente, aunque sin resistirse a mis brazos que le inmovilizaban la espalda. De pronto, sin saber cómo, conduje su cuerpo contra la cama, y así como estaba, con los pies en el suelo y las tetas sobre la sábana que acababa de alisar, le bajé la calza y la bombacha. Le di dos chirlos mientras le decía: ¡Cómo puede ser que tengas esta cola tan linda, y andes con esas calcitas apretadas! ¿No te das cuenta que a los tipos se les para el pito cuando te la ven?
Ella, tras el primer chirlo sonrió, y en el segundo soltó un gracioso “Auchi” que me regaló flor de punzada en los huevos.
¡Aaaah, te gusta que te peguen bebota! ¿Tu marido no te nalguea este culito? ¿Eee? ¿No le mostrás cómo se te pierde la tanga ahí adentro? ¿O se queda dormido enseguida cuando cogen? ¡Qué rica que estás bebé! ¡Y, encima, sabés que estás re rica!, le decía, mientras intensificaba los chirlos, eligiendo distintos puntos de esas nalgas para aplicárselos. Ella, a veces decía cosas como ¡Ay, Aaaay, ¡qué malo que es conmigo, aaaauchiiii!, y en otros momentos ahogaba sus palabras sobre la almohada con la funda a medio poner. Pero no respondía a mis preguntas, o insinuaciones.
Entonces fui consciente que la música de su celu ya no sonaba, y que abajo había sonado el timbre. Mi esposa todavía no podía haber llegado.
¿Te dijo mi mujer cuánto tiempo iba a tardar?, le pregunté de pronto, retomando la piel de mi personalidad recatada. Ella me miró a los ojos con un brillo tan distinto al de siempre, que no me importó su respuesta. Me bajé el pantalón junto con el bóxer, le agarré una de sus manos para que me toque la pija, mientras le decía: ¡Mirá cómo me la pusieron, vos y ese culito hermoso que tenés!, y luego de varios apretujes, me dirigí hasta su rostro iluminado por los últimos rayos del sol que se colaban por la ventana, junto con el ruido de la calle.
¡Ahí la tenés bebé, dale, tomame la mamadera! ¡Te juro que me la calentaste re bien! ¡Dale, abrí la boquita, que seguro tenés sed! ¡Trabajaste todo el día, y todavía no tomaste la leche!, le largué, tratando de acercarle la pija a los labios. Al mismo tiempo, introducía una de mis manos debajo de su remerita suelta con la idea de desprenderle el corpiño. Quería verla en bolas, con los pezones duros, la concha mojada y abierta, los ojos desenfocados, y con el culo hinchado, chorreando semen. Maru parecía haber entrado en trance, porque lejos de oponerse, tomó la postura de convertirse en mi juguete. Eso me desconcertaba un poco. Yo quería escucharla suplicar para que la suelte, que me grite, me putee, o me muerda, intente puñetazos o patadas contra mi humanidad.
¡Y, sí! ¡No me sirve para nada tener este culo, si no lo uso! ¿Usted qué piensa? ¡Mi marido, creo que no me coge ni cuando sueña!, me reveló con sinceridad y cierta angustia, casi que usando el glande de mi pija como micrófono. Y, acto seguido se mandó flor de escupida, la que llegó hasta mis testículos. Al fin abrió la boca y le dio unas buenas lamidas a mi tronco, glande y huevos. No parecía disfrutarlo, hasta que le di otro chirlo en la cola, diciéndole: ¡Pienso que tu marido se lo pierde! ¡Hay que ser boludo para no querer llenarte la colita de leche!
Entonces Maru suspiró, como sacándose un gran peso de encima, y me hizo tiritar con la forma que tenía de usar sus dientes, lengua y labios. Cuando arrancaba mi pija del calor de su saliva abrazadora, era para darse latigazos en la cara, el mentón o la nariz, o para respirar una buena bocanada de felicidad, y luego volvía a sorber, mamar, morder, lamer y succionarme hasta el alma. Yo, entretanto le nalgueaba esas redondeces cada vez más enrojecidas, le deslizaba el dedo por la zanjita y le amasaba las gomas, al fin sin la presión de su corpiño, el que apenas había logrado desabrocharle.
¡Bueno, y ustedes, con su mujer, parece que sí la pasan bien! ¡Ella gime re lindo!, aventuró a disparar en uno de los momentos que se sacó mi poronga para volver a lamerla. Yo, instintivamente le pellizqué un pezón, y ella chilló.
¿Cómo sabés eso vos? ¿Cuándo la escuchaste? ¡Aparte, no tenés por qué hablar de ella, perra!, le dije. Ella empezó a reírse con entusiasmo, mientras decía: ¡Pero, no se ponga celoso, que la escuché haciendo el amor con usted! ¡Una vez, creo que estaban en el baño, y otra, en el lavadero! ¡Pero, no se preocupe, que yo me hago la boluda!, dijo después, mientras yo sacudía mi pija entre sus labios entreabiertos, y me pajeaba con el glande bien pegado a su nariz. Todo hasta que terminé por quitarle mi pija para dedicarme a nalguearle la cola con ella, y con el vigor de mis manos. Terminé por quitarle las sandalitas, la calza y la tanga. Quise acercármela a la nariz, pero no tuve tanto tiempo de lucidez.
¿Y te gustó escucharnos coger? ¿podrías jurarme que no te dedeaste la concha escuchándonos? ¿Te calientan los tipos? ¿O las chicas también? ¿Te gustaría oler alguna bombachita de ella? ¿De esas bien sucias? ¿O alguno de mis calzoncillos? ¡Eee, putita? ¡Ella te dijo que tenés unas tetas hermosas, y un culo fatal! ¿Te gustaría que ella también te lo estuviese nalgueando así, como yo ahora, perrita?, le decía cada vez más fuera de mi propio control, castigándole la cola, pellizcándole los pezones, y sacudiendo su bombachita frente a su olfato negado a encontrarse con su aroma original. Ella no respondía a mis preguntas. De hecho, ni protestó cuando yo mismo le acomodé las rodillas arriba de la cama, y ayudé a su cuerpo para que se pose sobre la inexorable imagen que tanto anhelaban mis sentidos.
¡Dale Maru, ponete en cuatro patas nena, que te va a gustar! ¡No creo que tengas este asterisco precioso, virgen todavía! ¡Yo no me chupo el dedo!, le dije, escuchándome como un arrogante machirulo idiota. Pero ella me hizo caso, y después de soltarse el pelo por completo, empezó a menear la cola, arqueando la espalda, y abriéndose las nalgas con una mano. Con la otra, se daba algún que otro pellizco. Estaba todo claro.
¿Posta, querés que te la meta bebé? ¿Vas a gritar? ¡Tratá que no, porque me vas a meter en kilombo! ¡Pero, si la querés, te prometo que la tengo re dura, parada y con muuucha leche, para llenarte el culito nena!, le decía, rozándole los cachetes con la punta de mi pija jugosa, chorreando presemen y oliendo a su saliva inmunda. Entonces, mientras ella respiraba por la piel de las mismas sensaciones que exhalaba la mía, me acomodé detrás de su cuerpo, coloqué mi pija hinchada entre sus piernas, y se la deslicé muy suavemente en la concha. La tenía prendida fuego, empapadísima, cubierta de una luminosidad extrema, apretadita y profunda. Ella gimió apenas, pero empezó a agitarse, contorsionarse y estremecerse a medida que mis arremetidas se pronunciaban. Además, yo le apretaba las tetas con torpeza, como si quisiera ordeñárselas, le mordía la nuca y le tironeaba el pelo. Sus piernas temblaban, se abrían con mayor generosidad, y mi pene rompía cada vez más barreras de su aburrida vida sexual.
¡Uuuuy, qué rico me cogés! ¡Movete más, más adentro la quiero, toda adentro, asíii, haceme tu puta!, me decía entrecortadamente, sin elevar la voz, pero gimiendo con una expresión en la cara que nunca le había visto. Ni siquiera me había preocupado por preguntarle si tomaba pastillas, o en cuidarme yo. De modo que, antes que me arrepienta, y sin que ella tuviese tiempo de negármelo, se la saqué de la concha, y la coloqué en la puertita de su culo hermoso, luego de darle tres escupidas furiosas y suculentas. Ella seguía sin prohibirme, gritarme, amenazarme o contradecirme. Así que, después de apretarme el glande entre sus glúteos para liberarlo un poco del fuego de su propio presemen, me la monté para empezar a empujar y empujar. Mi hombría comenzaba a introducirse cada vez más adentro de ese culo firme, honesto y suave como el terciopelo de las nubes del firmamento. Ahora sí que ella gritó un par de veces, y más desde que la mitad de mi tronco ya le había entrado en el culo.
¡Asíiii jefeee, metela todaaaa, asíii, rompeme el culo, abrímelo todoooo, dale, dale que quiero pito en la colaaa! ¡Me vuelve loca culear asíii, que me entre toda, que me duela! ¡Daleee, movete, cogeme el culo, dame pijaaaa!, empezó a decirme sin limitaciones, sin olvidarse de babearse entera, de estrujarse con cada penetrada a fondo de mi verga, ni de buscar alguno de mis dedos para morderlos o succionarlos. Eso me daba mayores elementos para moverme más, para tenerle menos piedad y someterla al ritmo de mis envistes. Se oían los ruidos de nuestros huesos colisionando, y se olía nuestro sudor mezclándose en el aire, contaminando la sábana de mi cama matrimonial. ¡Me estaba culeando a mi empleada en la cama que compartimos con mi mujer!
¡Síiii, asíiii, rompeme el culoooo, que apenas me la largues toda, te prometo que voy a buscar bombachas sucias y usadas de Yésica para olerlas adelante tuyo! ¡Y bóxer suyos también, todos meados, o con leche! ¡Seguro que usted se re pajea mirándome el culo! ¡Asíii, culeame todaaaa, sacame toda la calentura con esa verga dura que tenés!, me envalentonaban sus pedidos, y mis testículos comenzaban a subirme a un volcán que hacía rato no experimentaba. Recuerdo que agarré su bombacha y se la metí en la boca para silenciar un poco el persistente agudo de sus gemidos. Luego, empecé a darle con más velocidad, ferocidad y desprecio, arrancándole el pelo para que sus ojos lagrimeen, y mordiéndole los hombros al descubierto. Llegué a meterle algunos dedos en la concha, y por momentos tuve la fatal idea que se hubiese meado encima de la cantidad de jugos que brotaban de allí. Tal vez eso fue el detonador para que mi semen comience a explotar como fuegos artificiales adentro de ese culo angelado y endiablado al mismo tiempo. Eso, o quizás su voz atragantada en súplicas para que no se la saque, para que siga acabando. O a lo mejor, las chispas que ardían en nuestros cuerpos como abotonados, mis huevos golpeando su frontón y sus pezones cada vez más machucados por la indecencia de mis dedos.
En eso estábamos, yo germinándole todo el culo con mis últimos chorros de semen, jadeando y babeando de alegría, rugiendo como un motor alcanzando el punto máximo de su velocidad. Ella, con la cara desencajada, transpirada, recibiendo mis chirlos, pulsiones y arrebatos por todo el cuerpo, temblando, con lágrimas en los ojos, la remera empapada y el corpiño por cualquier lado. Tal vez, la peor bienvenida para la voz que nos devolvía a la realidad, parada en el umbral de la puerta de su propia habitación.
¡Aaah, bueno chicos! ¿La pasaron bien? ¡Espero que sí! ¡Vos, Maru, lo necesitabas hace tiempo! ¡Lo hablamos esta mañana! ¿Te acordás? ¡De hecho, te traía noticias!, decía la gélida voz de Yésica, que no parecía disgustada, ni alarmada, ni propensa a desatar una tormenta sobre nosotros. ¿O eran sensaciones mías? Recuerdo que me separé inmediatamente de Maru, como si de repente me hubiese dado un asco incontrolable, y me arreglé la ropa.
¡Pero, de vos gordo, no sabía nada! ¡No me habías contado que te calentaba el Culito de Maru! ¿Por qué no me lo contaste?, dijo, esta vez mirándome a los ojos, aunque yo buscaba evitar su mirada. Por otro lado, me daba curiosidad el tono de su inminente peligro, o de su soltura inexpresiva. ¿Qué le estaba pasando?
¿Te gustó la pija de mi macho zorrita? ¡Dale, levantate de ahí, y arréglate un poco la ropa! ¡Si necesitás una bombacha, porque veo que la que tenías, está ahí tirada, hecha un bollo, yo te presto una!, le dijo a la empleada, que parecía haberse olvidado cómo se movían las extremidades. Apenas pudo mirarla a los ojos, y luego ocultó el rostro entre sus manos.
¡No seas tímida nena! ¡En serio te lo digo! ¡No estoy enojada! ¡Te cogiste a mi marido, porque, tenías ganas, y porque, bueno, entiendo que una chica hermosa, perra y culona como vos, no puede estar sin coger! ¡Y él, bueno, te lo ofreció! ¿No es así?, nos preguntó al fin, luego de ayudar a Maru a sentarse en la cama. En la sábana ya se vislumbraban restos de semen que habían caído de su culito, y de mi propia pija al retirarla presurosamente de aquel paraíso femenino.
¡Andá gordo, y poné la pava! ¡Preparame unos mates, y, ya que estás, sacá las pechugas de pollo del frízer, así me pongo a cocinar en un rato! ¡Voy a charlar un ratito con Maru!, me dijo Yésica, que ya no mostraba que su calma fuese aparente, o producto de un somnífero. Yo, no lo pensé dos veces.
¡Dale gordo, andá, que yo tengo que sacarme la ropa, así le doy mi bombacha usada a Maru, para que la huela! ¡te prometo que, si se porta bien conmigo, le voy a dar permiso para que las huela al frente tuyo! ¿Sí, escuché todo chicos! ¡Pero, en serio, no quiero que piensen que estoy enojada, ni mucho menos! ¡Me calentó mucho verte entregarle el culo a mi marido!, dijo Yésica, decidida a confundirnos por igual. Aunque, yo sabía que tenía que alejarme. Seguro, ellas harían las paces con algo más que palabras. ¡Al menos, Yésica la iba a obligar a oler su bombacha!
Al otro día, Maru presentó la renuncia. Yésica la convenció de no denunciarla por lo que pasó, si ella no volvía a proponerme tener sexo. Para Yésica, Maru fue quien promovió todo. Pero, ninguno de los dos se la aceptamos. Por lo tanto, Maru sigue trabajando para nosotros. Tuvimos que acordar que, si Yésica o yo queríamos cogernos a Maru, debíamos comunicárselo al otro. Hasta ahora, nunca estuvimos los tres juntos. Imagino que eso, lo reservamos para un momento especial. Pero, por si acaso, siempre voy a dejarlo en manos de Yésica. Fin
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