"Otros ratones": Los lentes de mi vecina por Amoelegante



 

 

 

 

Ella debe tener menos de 30, pero no más de 28. Es Más bien delgada, tiene de esos cuerpos que, vestidos, del modo que lo hace con ropa floja y sin gracia, no te dicen nada, no demuestran gran cosa, y, tal vez ni siquiera seducen.

Ocurre que tal como soy, de imaginarme siempre a todo el mundo en pelotas y cogiendo, al verla desde mi terraza y notar el canal de sus gomas dibujado en el escote de las remeras que usa, siempre me imaginé unas gomas bien formaditas y duritas, muy a pesar de que su apariencia general no me conducía a tales bondades.

De cabello oscuro, y más bajo que los hombros, pero de piel clara, aunque su graciosa tonada la denuncia de alguna zona del norte del país.

Mi casa tiene una terraza que se asoma sobre el patio de un departamento lindero. Este estaba desocupado desde hacía varios meses; por lo que, una mañana, reparando un viejo tender para la ropa en la terraza, me llamó la atención lo que parecía una conversación desenfadada que venían desde allí. Me asomé, sin esperar grandes novedades, y efectivamente había dos jovatas y una jovencita (claro, para mi edad), conversando sobre “mirá esto”, “mirá aquello”. Al estirar un poco el cuello vi que se mostraban distintos conjuntitos de ropa interior. Algunos muy sugerentes. En eso, me escuchan o presienten al asomarme, y las tres miraron para arriba. Sentí que podrían gritarme alguna guarangada, injusticia o improperio exagerado. Y más con lo sensible que está todo en estos días con los temas de género. Sin embargo, las viejas bajaron la vista y siguieron con lo suyo. Aunque la mina joven, me mantuvo la mirada detrás de esos terribles anteojos de grueso marco que le adornaban la cara, dibujando una tímida sonrisa, como de amabilidad o curiosidad.

¿quién será ese?, me la imaginé preguntándose, y me sentí valiente.

Por alguna razón, no podía sacarme a esa pendeja de la mente. Además, verla mover los labios, maravillarse con las diminutas tanguitas que se mostraban entre sí, haciendo gestos con los corpiños, me aceleraba la respiración. Entonces, con el correr de los días, llego una tarde a casa y me encuentro con el acarreo de una mudanza, de la que participaba la señorita en cuestión. Antes de ese momento, solo habíamos cruzado un “hola” y nada más.

Con el tiempo me enteré que vivían allí. Ella con un vago que debía ser su pareja, marido, novio o no sé qué, y un nene de unos 8 o 9 años que, al menos a ella, le solía decir mamá. También supe que tenía relación familiar con una de las jovatas que le mostraba ropita interior, la tarde de mi espionaje. A la otra no la volví a ver.

No tengo oportunidad de hacer mucha vida de vecinos porque, gracias a mi trabajo, no nos cruzamos nunca. Por otro lado, mi mujer tuvo un par de “encontronazos” con ellos por ruidos molestos y esas cosas, de los que preferí mantenerme al margen. Además, a pesar de ser vecinos, no tenemos espacios ni cosas compartidas que nos obliguen a relacionarnos.

La mina no es una hermosura, pero tiene un “buen ver” y se la nota simpática. Aunque, como ya dije antes, nunca tuve ni tuvimos chances de hablarnos ni para preguntarnos la hora. Cuando nos cruzamos unas pocas veces yendo o viniendo, ella no deja de saludarme, siempre con esa sonrisa entre amable y pícara. A veces da la sensación de que se desvive por sonreírme. Yo prefiero que sea pícara porque con eso alimento aún más a mis ratones cada vez más curiosos.

Una mañana, en que estaba solo en casa, tipo 9/9:30 suena el timbre. ¡Y casi me caigo de culo cuando veo que la que tocaba era mi vecina! ¿Qué necesitaría? ¡Menos mal que mi mujer había salido a comprar pescado! ¡La odia, y no se ahorraría palabras de desprecios si ella la hubiese recibido en mi lugar!  Tenía puesto una camisa grande, a modo de vestido todo desalineado. Tal vez fuera de su machirulo-, como quien se puso algo para no salir en bolas. Estaba en ojotas, sin anteojos y con el cabello desordenado. Mi mujer se había quejado de ciertos ruidos llamativos, mientras el sol comenzaba a golpear las cortinas de nuestra habitación.

Como hace unos meses que vive aquí, no conoce bien la oferta del vecindario; y resulta que le saltó la térmica general de electricidad, aparentemente por un corto en la licuadora, y se quedó sin luz en toda la casa. Me preguntaba si no conocía un electricista al que pudiera llamar, mientras yo procuraba generar algo más de saliva para no tartamudear demasiado. Le respondí que no, porque francamente, para esas lides, me daba maña solo y me ofrecí, sin compromiso, a pegarle una mirada para ver al menos si encontraba el problema.

- ¡Uyyyy, sería genial!, me dijo abriendo los brazos, ¡Pero no quiero molestarlo! - (me trataba de Ud. porque claramente podría haberla doblado en edad y no sabía si eso iba a ser una barrera o un incentivo. La mina me gustaba.)

- ¡No es ninguna molestia para mí, y solo me llevará unos minutos, Creo! ¡Si me guiás, te sigo a ver “que podemos hacer!, le dije entre fascinado y perdido en su escote. (ya sentía a los ratones revoloteando mi entrepierna, aunque no sabía con qué paisaje me encontraría en su casa). ¡Ojalá mi mujer tenga que ir a la pescadería más lejana!, pensé, mientras la seguía como un perrito, olfateando la estela de su piel, su pelo no tan cuidado y su ropa usada. Daba la sensación de estar nerviosa, o transpirada.

Su casa es un departamento interno al que se ingresa por un pasillo largo. Ella aminaba delante de mí, moviendo sus caderas con una soltura que más me erotizaba. A su desorden estético, ahora le sumaba cierto aroma a sexo reciente, fresco, que me parecía percibir (¿o eran mis ratones ya haciendo de lo suyo? Lo cierto es que no podía dejar de ver como se bamboleaba su pelo suelto y enmarañado al compás de sus pasos, y de cómo sus nalgas se dibujaban debajo de la camisa.

Entramos al silencio de su hogar, mientras me contaba que la luz se cortó justo cuando encendió la licuadora. Había olor a fritura, a cigarrillo y café apurado. Cierto despelote en la mesa del comedor, y un poco de ropa revuelta en un rincón.

“me estaba por hacer un licuado para desayunar, porque mi marido se fue al trabajo cagando sin siquiera hacerme un café”, se quejó, rebuscando algo en un cajón. No hacían falta velas, porque el sol lo iluminaba todo. Ella cerró la puerta de entrada, detrás nuestro, porque el tablero de energía estaba detrás de ella.

-Bancá que te traigo la licuadora”, me dijo altanera, arrepintiéndose rápidamente de quitarse la camisa, y, otra vez se fue dejándome mirarla irse (y yo me la imaginaba en bolas).

Vuelve al toque, con la licuadora en una mano y sus anteojos en la otra. Cuando me la da, los lentes se le caen y, al agacharse para recogerlos, puedo verle las gomas colgando graciosamente por entre la abertura de la camisa. Por lo que mi amigo confirmó que era hora de despertarse y empezó a empujar mi ropa desde adentro, al ver esas tetitas gorditas y de pezones rosaditos.

Revisé la licuadora y le confirmé que efectivamente, el cable estaba casi cortado y se había tocado con el otro produciendo el corto. Por lo que, estando desenchufada, solo habría que levantar la llave de la térmica y todo debería estar listo.

Se dio vuelta y se fue derecho al tablero, poniéndose en puntas de pie para intentar levantar la llave. Como no alcanzaba por la estatura, yo, que la había seguido, me acerqué sigiloso por detrás, subiendo la térmica y aprovechando para rozar sus nalgas suavemente con mi paquete. Ya estaba a mil revoluciones por minuto y jugado a todo. No pasaron ni 30 segundos en esa posición y se dio vueltas diciendo: - ¡Ay! volvió la luz! - (como si no hubiera pasado nada)

Reculando, me apoyé en una banqueta y le dije: - ¡problema arreglado! ¡Ahora vas a tener que hacer ver esa licuadora! ¡Por las dudas, no la enchufes, hasta no estar segura! -

Ella, apoyando su mano sobre mi pierna, como distraídamente, me dice: ¡Nooo, vení, seguime, que ahora que volvió la luz se me va a armar otro bardo porque dejé cosas a medio hacer!

La seguí por detrás, sin dejar de mirarle ese orto al que me imaginaba por debajo de la camisa.

Se refería a que tenía la plancha enchufada sobre la tabla, y un no sé qué a medio planchar.

- ¡Perdón que te joda! ¡Pero tengo que terminar de planchar esto, porque no tengo nada limpio para ponerme! ¿Viste que hubo problemas con el agua? ¡Eso, me re cagó, porque no pude lavar!, me contaba, mientras yo me sobaba el paquete, como si de esa forma pudiera lograr persuadir sus ladinas intenciones con esa pobre criatura.

¡Che, tu mujer no se va a enojar si sabe que estás acá? ¿Viste que mucho no me traga! ¡Yo le expliqué que tengo un nene, y que es ruidoso!, dijo luego, como si no le importara realmente disculparse. Seguía yendo y viniendo con la plancha, moviéndose rítmicamente, abriendo las piernas un poco más de lo normal, y suspirando con cierto fastidio, un poco harta de la tarea. Yo veía la sombra de sus gomas bambolearse por debajo de la camisa, y no lo soporté más. Me puse detrás de ella apoyándole todo mi paquete sobre su orto, mientras le metía mano por entre la abertura del frente de la camisa y me agarraba a una de sus gomas, apretándole el pezón con desesperación.

¡Tranquila, que mi mujer entiende todo! ¡Aparte, ni sabe que estoy acá!, le dije, más seguro de mí mismo de lo que nunca había estado antes. Ella no solo se dejó hacer, un poco estremecida por mis palabras; sino que, poniéndose en puntas de pie, levantó ese culito respingón, como para apoyarse mejor sobre mi pija, calzándosela en la zanja del culo mientras tiraba la cabeza para atrás, ofreciéndome su cuello para que se lo babee de besos mojados mientras jugaba con sus gomas. Nos comimos la lengua como desesperados, llenándonos de mutuas babas tibias y jadeantes, mientras yo advertía que ella buscaba darse vuelta para sacarse los lentes.

-Ni en pedo!! le dije. ¡Quiero cogerte con esa pinta de nerd que tenés!

Mi exclamación pareció actuar sobre ella como un santo y seña, porque se puso de rodillas de una, y con una velocidad asombrosa, me bajo el short y se prendió a la pija como si fuera una mamadera, y ella un Bebé hambriento. Me la chupó unos minutos, agarrándose del tronco hinchado y tibio con fuerza con una mano mientras me acariciaba los huevos con la otra, y yo más me calentaba, mirándole las gomas por dentro de la camisa, como tantas veces me las había imaginado curioseándola desde mi terraza.

La levanté de los hombros, se colgó de mi cuello con ambos brazos en jarra y pegó un salto envolviendo con sus piernas mi cintura y dejando mis manos libres para agarrarla de las nalgas de ese culito juvenil. ¡La guacha estaba en pelotas! ¡No tenía calza, calzón, ni nada puesto debajo la muy puta! Así fue que, de una, mojados y chorreando un deseo repleto de vanidades, se la apunté a la concha tiernita y resbaladiza que tenía. Solita se le hundió hasta que le entró toda en un solo empujón, con el que yo creí que me desarmaría.

- ¡Así viejito!!   Clavame así!!!  ¡No sabés el tiempo que hace que me tenés caliente! Llename la argolla con tu leche viejito! ¿Vos no me escuchás coger del otro lado? ¿O solo tu mujer me escucha? ¡Yo, gimo y grito para que vos te calientes conmigo!, se confesó al fin, soltando cada una de las perversiones que guardaba bajo su rol de vecina inocente. Lo que tal vez en otra oportunidad hubiera tomado como una ofensa, el que me pusiera en ese otro extremo, respecto de nuestras edades, ¡más me calentó por estar clavándome a una pendeja (casi) que además estaba caliente conmigo! ¿Cómo no me había avivado antes?

Me clavaba las uñas en los hombros, pero su sube y baja frenético, apoyada su espalda contra la pared, me ponía loco. Su camisa, casi desprendida, dejaba que sus gomas se frotaran y apretaran contra mi pecho, y mi calentura aumentaba llevándome al séptimo cielo.

Llevábamos unos minutos en ese frenesí de locos, comiéndonos la lengua, amasando de a ratos sus gomas, tironeando de sus pezones, jugando con el índice de mi mano en el hoyo de su culo, cuando explotamos juntos, yo vaciándome dentro de su concha ya encharcada mientras mis jugos le chorreaban por la entrepierna. Pero ella no me soltaba, gimiendo cada vez más fervorosa, y más se apretaba contra mí, diciéndome palabras sucias al oído, como descansando sobre mi hombro. Sentía mi leche resbalando por mi pija, en el momento en que con mis manos le apretaba los cachetes del culo y seguía con mi dedo jugando en el agujero de su orto resbaloso y dilatado.

Hice un ademán de bajarla; pero más se apretó contra mí, como un coala colgado, lo que me hizo llevarla, en esa posición y siempre ensartada buscando, donde depositarla para seguir penetrándola como se lo merecía. Pero me tropecé con la mesa del comedor. así que, sin sacársela siquiera, la bajé para que apoye su espalda sobre el mantel manchado y ordinario que cubría la mesa, arrancándole la camisa y dejando a mis anchas aquellas gomas que tanto había imaginado, para chuparle y mordisquearle entre mis labios y dientes esos pezones rosados y duritos que apuntaban para arriba, subiendo y bajando al compás de su agitada respiración.

Pocas veces en mi vida me pasó que, sin sacarla y después de haber acabado como un caballo, sintiera que se volvía a despertar casi sin haberse dormido antes siquiera. Me incliné sobre ella y, después de morderle la lengua, jurándole que mi mujer sabe perfectamente que esos ruidos no son los de un nene jugando, sino los de una chica apareándose con su amante, bajé a jugar con sus lolas mientras ella empezaba de nuevo un leve movimiento de su pelvis, como haciendo circulitos, jugando con mi pija clavada dentro.

Yo seguía enloquecido, chupando y mordisqueando esos pezones duritos, arrancándole gemidos de gata en celo, o como los de una bebé inquieta, juguetona y mañosa. La muy puta ya estaba a punto de nuevo, y yo seguía chupando y jugando al mete y saca, esta vez y ya descargado, y más lento y suavecito. Pero ella no aguantó y de pronto se apretó más contra mí, como queriendo que le metiera también los huevos dentro, y sin dejar de moverse, mordiéndose el labio inferior volvió a acabar como una real puta ya embadurnada de sus jugos y mi leche, diciéndome imperativa: - ¡Cogeme, rompeme toda, llename viejo de mierda!!! ¡Me encanta que me cojas y sentir como se mesclan nuestros jugos! ¡Haceme sentir esa pija, daleeee, que nadie me coge asíiii, tan rico!

Se separó un poco de mi cuerpo, dándose cuenta que yo y mi estado hormonal seguíamos al palo. Parecía sorprendida, tan fascinada como yo. Hasta que al fin me largó como en un susurro: - ¿Todavía no llegaste de nuevo? ¡Algo vamos a tener que hacer con mi electricista preferido! ¡Qué rico la debe pasar tu mujer, con una verga que dura mucho tiempo así de rica, y parada!

 mientras se salía de mí, se bajaba de la mesa y me tomaba de la mano. Era claro que buscaba llevarme a otro sitio de su Depto. Me enloqueció la imagen de ella casi en bolas, transpirada, con nuestros jugos chorreándola, sus lentes medios caídos y tomándome de la mano. Entonces se lleva el dedo índice a la boca, en señal de silencio, y me dice: - ¡No hagas ruido, que el nene sigue durmiendo! -

Me llevó hasta su cuarto, al lado del hijo. La cama de sábanas revueltas y un forro usado en el piso eran la confirmación de que mi intuición y olfato no se habían equivocado. Ese olor a sexo que le sentí, existía realmente, y era el resultado de una batalla tempranera. Hasta era probable que la muy guacha tuviera parte de la acabada dentro. ¡Tal vez por eso mi pija se deslizaba con tanta facilidad entre sus paredes vaginales! Me siguió la mirada, seguro que advirtiendo los cabos que comenzaban a atarse en mi cerebro, y se atrevió a decir, sin que mis preguntas irrumpieran: - ¡Si, el guacho terminó antes de irse y me dejó re manija, caliente, y con hambre! ¡Así que vos, ahora, me tenés que alimentar! ¡Y dale, antes que se despierte el pendejo!

Mientras hablaba, se ponía en cuatro sobre la cama, dándome la espalda, ofreciéndome su culito a medio cubrir. Sabía lo que tenía que hacer. ¿Cómo iba a dejar a esa bebota sin su desayuno? Me arrodillé ante esas nalgas mugrientas y mal olientes, y me di al deber de hundir mi cara entre ellas para lamer los jugos de esa concha mientras mi nariz jugaba con su ojete. El olor y la mezcla de sabores asquerosos chorreaban de su concha y orto. Lo que en otro momento me hubiera provocado arcadas, me enloquecía como nunca. Solo pensaba en extraviar mi lengua en ese culo mientras, estirando los brazos, me prendía de sus gomas, arrancándole grititos de placer y calentura. Me puse de pie, y en un brevísimo instante, sin importarme un cuerno, y sin darle tiempo para otra cosa, apunté la cabeza de mi pija en el hoyo de su culo, y de un empellón violento, casi criminal, se la clavé hasta los huevos, entrando sin problemas rápidamente y resbalando, de tanta “crema” que había. Ella se tensó, lagrimeó un poco, me pellizcó una tetilla y lanzó un gritito, estirando las manos para atrás, como queriendo contenerme. Pero ya era lamentablemente tarde. Me quedé prendido de sus gomas y con la tranca clavada en su orto, esperando que todo se dilate y acomode, pero, en pocos segundos, solita empezó rápidamente a mover afuera y adentro el orto clavándosela y sacándola casi entera en cada ida y vuelta.

- ¡Asiiiiiii, sí, culeame viejo puto! ¡Dale, dale, metémela toda adentro! ¿Te calienta cogerte a una mina toda lecheada por su macho? ¿Sabías que el guacho me la largó toda, y se fue a la mierda? ¡Vos no te vas a ir, sin darme toda la leche!, me decía histérica, salvaje y prendida fuego, entretanto yo no sabía si mi corazón podría resistir tanta magia sexual. Ella me incitaba mientras hacía fuerza con mis piernas para no dejar de empalarla y disfrutarla. Contrario a lo que me ocurre siempre, que me preocupa el placer de la mina, estaba en un punto en que me importaba un carajo ella. Solo quería llenarle ese orto con mi nueva leche recién ordeñada que pujaba por reventarle dentro.

No podía dejar de empujar y encularla con fuerza. Ya me venía la acabada: la tenía agarrada de los renegridos pelos, al tiempo que las lágrimas le corrían por la cara casi desfigurada. Ignoro si de placer o dolor. ¡Pero no importaba! Solo me importó el momento que sentí que llegaba el fin del mundo, cuando todo explotó en luces de colores y fuegos artificiales. Sentí que todo mi ser se volcaba desde mi pija por dentro de su orto y sus tripas, y quise fundirme con ese cuerpo que tantas veces imaginé arriba mío.

Finalmente, exhaustos, caímos casi uno sobre el otro, encima de la cama hasta que nuestras respiraciones calmaron su ritmo. Otra vez mi mirada se cruza con el forro usado en el piso

- ¡Cuando lo sacó, el boludo se dio cuenta que se había roto y me dijo: “si es cagada, ya está hecha mami! -, me dijo (poniendo carita como de inocente).

- ¿Bueno, (le dije), supongo que, si no pasa nada, seguirán cogiendo con forro la próxima!

- ¡O tal vez tengamos que empezar a usar pastillas! ¿No? ¿Qué te gusta más a vos viejito?, (dijo de pronto, chupándose un dedo, como invitándome a que la siguiéramos).

Solo de morboso, voy a dejar de pasar unas semanas para ver si quedó preñada. Si eso pasa, ¡ojalá que sea mío!!      Fin

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