Una loba suelta

 

Las vacaciones en medio de un año plagado de incertezas, a veces pueden traer recompensas hermosas, únicas, imposibles de resignar o rechazar. Y, exactamente eso fue lo que me pasó. Estaba harta de la rutina, de preparar clases, del café de la mañana, las tostadas quemadas, de vivir apurada por el colectivo, de estar atenta al celular, al mail, a la insufrible de mi madre, al griterío de mis vecinos. Quería tener una semana para mí, en la que levantarme a cualquier hora, bañarme, comer, fumar porro, tomar birra, hacerme pis en la cama si se me antojaba, mirar porno y dejar de darle explicaciones a todo el mundo. Así que, decidí alojarme en un hotel en Buenos Aires, en medio de un octubre que amenazaba con rajar la tierra con un sol cada vez más impiadoso. No me importaba que tuviese aire acondicionado, ni yacusi, ni servicio al cuarto. Solo me bastaba con Wifi, una cama medianamente cómoda, y un baño presentable. Noviembre estaba cerca, y con él los finales, el tedio de pasar las notas, los actos escolares de fin de año, y lo peor para mi salud mental: ¡Las navidades en casa! Le dije a mi mejor amiga que solo me hable o me escriba en caso de ser importantísimo. Le inventé a mi madre que tenía un congreso en Capital, y a mi hermana le prometí traerle muchos regalos a cambio de su silencio. Ella era la única que merecía saber a dónde iba a estar verdaderamente. El lunes me tomé un avión, y en menos de lo que terminé de ordenar mis pensamientos, aterricé en Aeroparque. Ese día lo dediqué a recorrer algunas cosas que me interesaban. Me parecía magnífico andar perdida entre tantos edificios, gente y más gente, ruido, subtes, perfumes exóticos, cafés abiertos, música por todos lados. Y, lo que lo hacía más espectacular para mis sentidos, fue que, ni bien llegué al hotel, me puse un vestido suelto de algodón que tenía unos breteles repletos de lentejuelas, y unas chatitas haciendo juego, y nada más que eso. ¡Me excitaba demasiado andar entre tanta humanidad, sin corpiño ni bombacha! Todas las fantasías me agolpaban el pecho. No podía dejar de imaginarme a los pendejos desnudos, a las rubias bronceadas con una pija en la boca, a los oficinistas arrinconándome en la parte oscura de alguna playa de estacionamiento, a las señoras empilchadas mirándome las gomas con descaro. Por momentos, se me hacía que llegaba a decodificar los pensamientos de los que me miraban. Pero, sabía que era ilusorio, totalmente ridículo. Una pavada más de las mías.

Después de comer una tortilla de verduras y una suculenta ensalada con una cerveza en un pequeño lugar de pasadas, di unas vueltas por una plazoleta plagada de niños, de palomas y adolescentes presos de las pantallas de sus celulares. Había una parejita tranzando, y dos chicas mirándose como para cogerse si alguna de ellas lo proponía. Yo, empecé mi show privado cuando, apenas me levanté del banco, abrí un poco las piernas y no lo pensé dos veces. Hice pichí sobre la tupida mata de césped que decoraba un hermoso cantero, totalmente verde y florecido. Nadie me vio hacerlo. O, por lo menos, nadie me dijo nada, mientras desde mi posición, podía escuchar los chupones que el pibe le inscribía a su rochita, y las chicas se reían como tontas, embobadas de tanto mirarse los ojos y la boca. Entonces me fui al hotel, porque el sol empezaba a desesperarme. Fue la primera bocanada de aire fresco para la locura de mis fantasías. ¡Iba caminando por las calles de Buenos Aires con el vestido meado, y sin ropa interior!

Al llegar al hotel, me quité el vestido, me puse una bombacha azul tipo vedetina, busqué mi carterita en la que guardo todo lo necesario para armarme un fasito, y decidí sentarme en el balcón. Allí había una reposera reclinable, en la que me dispuse a fumar, mirando el cielo, todavía con la imagen fresca de los tortolitos besándose. Luego de la primera pitada, me sentí más sexy. ¿Quién me diría algo si me acariciaba las tetas? ¿O si gemía? De repente me dieron unas ganas incontrolables de masturbarme. ¡Dale nena! ¡Estás sola, en un hotel, lejos de tu casa, con las gomas al aire, oliendo a pis, en bombacha, y cada vez más fumadita! ¿Quién te puede decir algo? La voz interior de mis reflexiones parecía orientarme con más actitud que la calentura que ya sentía en los pezones. De modo que, mientras me esparcía una crema para hidratarme la piel, luego de ponerme bloqueador solar, abrí las piernas, y empecé a frotarme una botellita de agua en la vagina, sobre la bombacha. No estaba tan fría, pero lo suficiente como para estremecerme. Al toque ya abría y cerraba las piernas, pujando el pico de la botella contra la tela húmeda de mi bombacha, y los gemidos se me escapaban, tal vez no tan fuerte como a mí me parecía. Me apretaba las tetas, y hacía todo lo posible por chuparme los pezones. Cosa que nunca me costó tanto trabajo. Me frotaba el clítoris, consciente de la tracción de la reposera contra el suelo de baldosas huecas. Me cacheteaba la cara, me succionaba los dedos para humedecerme aún más la concha, y luego degustaba el sabor de mi intimidad cuando me los llevaba a la boca. Abajo, los autos pasaban y pasaban, las bocinas estallaban, y las sirenas hacían eco entre tanta apatía. Yo, poco a poco me abrazaba a un orgasmo que palpitaba en mi nuca, me llenaba de hormiguitas los dedos de los pies, y me impulsaba a decirme cosas sucias, al mismo tiempo que un squirt delicioso sonaba como una regadera en el piso, ya que mi bombacha ahora se había convertido en un ordinario bozal, para acallar mis gemidos más agudos.

¡Así perra, acabá, acabá de una vez putita sucia, que te estás pajeando en la Capi, y por ahí, alguno te está mirando, así como estás! ¡Mové las tetas mamu, así, y metete los dedos más adentro, y hacete pichí si querés, que te morís de ganas de mearte toda!, me decía en medio de los pellizcos, penetradas, alucinaciones y espasmos que yo me otorgaba, feliz de estar sola, pero ansiando unos labios en mi cuerpo, un perfume aromando mis necesidades, una pija llenándome con su vaivén, o un buen par de tetas para saborear. Finalmente, luego de hamacarme en una acabada que me hizo gruñir como una tigresa desalmada, me puse la bombacha babeada, junté las piernas y le ofrecí el alivio a mi pobre vejiga para que sea tan feliz como yo y mis anhelos más profundos. De modo que, una vez que terminé de hacerme pis, me prendí otro fasito, le avisé a mi hermana que ya había tenido mi primer orgasmo en soledad, y cuando el sol comenzaba a ocultarse en el poniente, entré al hotel para darme un baño.

Al día siguiente, me conformé con pedirle todo al conserje. Desde el desayuno hasta el almuerzo. Durante la mañana, leí unos libros y me entretuve con una peli. La que continué mientras almorzaba unas croquetas de acelga, aceitunas y morrón. En la siesta, me deleité con una porno de peteras, y luego con otra de lesbianas. Me la pasé dedeándome la concha, tirada en la cama, jugando con el único consolador que me acordé de cargar en el bolso. ¡Y para colmo había traído el más berreta! Cuando quise acordar, se me hicieron las 8 de la noche. por lo que, de repente opté por sentarme en la terracita a fumar otro fasito, tomando una latita de cerveza negra. Esta vez estaba en corpiño y bombacha. El cielo amenazaba con lloverse todo. Pero yo, les silbaba a los chicos que veía en la calle, y a unos albañiles que trabajaban en el edificio del frente. Como yo estaba en el cuarto piso, y ellos en el tercero, podían verme perfectamente. De hecho, en un momento, hasta me atreví a bailarles, moviéndoles la cola, haciéndome la que me estaba por bajar la bombacha. En realidad, me la metía un poquito más entre las nalgas, y seguía bailoteando. También aproveché a volcarme el resto de cerveza de la lata en las gomas. Ahora, los que me chiflaban y decían cosas que no llegaba a entender, eran ellos. A uno le alcancé a traducir algo como: ¡Si te veo en la calle, te parto en cuatro mamita! Pensé en bajar a al kiosco y comprar cualquier boludez, solo para cruzármelos. Pero, desde donde estaba, observaba que se iban, lentamente, y yo no llegaba a vestirme para salir. Además, ya me había re meado en la cama.

¡Señorita! ¿Usted, tuvo algún inconveniente? ¡Ya le cambiamos las sábanas, y, bueno, las almohadas!, me dijo una de las chicas de la limpieza al otro día, después del desayuno, que es cuando aprovechan a poner en orden las habitaciones. Era obvio que se refería a mis meadas, acabadas, y restos de sudor que había impregnado hasta en el colchón. Me hice la tonta, y le dije que no se preocupe, que cualquier cosa, si me sentía incómoda por algo, se lo haría saber al conserje. Ese mismo día, por la tarde, le pedí a la misma chica gordita si podía comprarme pañales en la farmacia más cercana. Me miró con ternura, o tal vez con algo de pena. Pero yo disfrutaba todo aquello, sin comprender demasiado el por qué. Cuando la chica me golpeó la puerta con mi pedido, yo subí un poquito más la peli porno que veía en la tele. Esperé unos 30 segundos y le abrí. Ella me dio el vuelto, y me re miró las tetas desnudas, ya que apenas la recibí en culote.

¡Gracias gordi, sos un amor! ¡Te prometo que, esta noche no me hago pis en la cama! ¡Disculpá!, le dije, un segundo antes de cerrarle la puerta. Ella chasqueó la lengua y se fue, pisando los escalones con ciertas ganas de querer comunicarse con alguien. ¡Seguro pensaba que estaba re loquita!

Enseguida hablé por videollamada con mi hermana, y le conté todo. Con ella nos tenemos una confianza ciega. Ella es la única que conoce más de mí que yo misma. Se reía entre escandalizada y divertida cuando le contaba de la reacción de la gordita.

¡Boluda, mañana andate a cualquier mercadito, y dejale el pañal meado en la cama! ¡Cómo no poder estar ahí para grabarla! ¡Me encantaría ver qué hace si se lo encuentra!, me decía, luego de pedirme una vez más que me tape las tetas para hablar con ella.

Pero, la mañana siguiente fue cuando todo me salió de maravillas. Luego de levantarme, sacarme el pañal que usé por la noche, beboteándome y haciéndome mi nena con todo lo que tenía, al resguardo de una tremenda porno interracial, me di un baño, me puse una bombacha turquesa y un corpiño azul, un vestidito veraniego y unas sandalias bajas. Me sequé el pelo, me chanté un poco de perfume y bajé a desayunar. Justo cuando estaba por salir de la pieza, la chica de la limpieza mostró todas sus intenciones de pasar para limpiarla, antes que a las demás.

¡Uy, perdón, casi nos chocamos!, le dije cuando nos vimos a los ojos. Ella me sonrió y me preguntó si podía entrar ahora. Le dije que sí, y enseguida rectifiqué.

¡Uuuy, perdón, es que, bueno, creo que dejé un pañal en la cama! ¡Qué tarada! ¡Anoche volví a hacerme pipí! ¡Perdón por no tirarlo!, empecé a decirle, mientras intentaba entrar para ganarle de mano y tirarlo yo misma.

¡No te preocupes cielo! ¡Andá tranqui a desayunar, que yo lo tiro! ¡No es la primera vez que una chica tan linda como vos se hace pis en la cama! ¡No es nada grave!, me dijo, enternecida y apenada. Yo le agradecí, y no me fui de la puerta hasta que no la vi acercarse al pañal. Al rato, mientras tomaba mi café con leche, la re flasheaba con que esa mujer estuviese oliendo mi pañal, adivinando que me había pajeado toda la noche, y que no tenía ningún problema mental. Solo, perseguía un fetiche distinto. ¿Pensaría en todo eso realmente?

Cuando terminé el desayuno, me dispuse a caminar un rato por alguna plaza, o parquecito. Por las dudas, le di unas pitadas a un fasito que me quedaba para disfrutar un poco más, y me interné entre la multitud de la mañana. Vi unas vidrieras, le compré unas pulseras artesanales a una chica discapacitada, y le tiré unos pesos a un flaquito que cantaba temas de Fito con una guitarra desafinada. Incluso me tironeé el vestidito hacia abajo para que resalten un poco más mis tetas, y sus ojos se bambolearon graciosamente. Pero no lo seguí coqueteando, porque no me atraía casi nada.

Al rato, después de caminar por media hora, me senté en un banco de una plaza, por momentos desolada. Por mí, mejor, porque necesitaba un poco de paz. Estaba medio nubladito, pero hacía calor, y la brisa imprecisa que acariciaba la piel no alcanzaba a refrescar mucho que digamos. Y de pronto, un viejo apareció caminando con una chica que no tendría más de 13 años. Él la reprendía por hacerse la descompuesta en el colegio.

¡Terminala con eso Eli, porque no siempre voy a estar para ir a buscarte! ¡Y no te rías que no es gracioso! ¡Más vale que no le voy a contar a tus padres! ¡Pero esta es la última vez que te aguanto el caprichito!, le decía el hombre, mientras la guacha se le reía con insolencia y ternura a la vez. Caminaron unos pasos más, y aunque no podía descifrar exactamente lo que la chica le decía, entendí cosas como: ¡Dale Abu, no seas así, que vos sos el mejor del mundo! ¡Nadie me da bola cuando me hago la descompuesta! ¡Además, para hoy no estudié nada! Todo entre risas, las sacudidas de su cabellera rubia y sus saltitos, mientras el hombre poco a poco se ubicaba detrás de ella.

¡Dale, vamos a casa, guachita malcriada! ¡Y dejá de comprarme con eso de que soy el mejor!, le dijo de pronto el señor, mientras le nalgueaba la cola con picardía, haciendo que la nena estalle en carcajadas histéricas. Y, antes que mis ojos se percaten de ello, desaparecieron al doblar una esquina. Pero mi mente empezó a viajar, como de costumbre. Por empezar, el manoseo del viejo a esa cola, sumado a los chirlitos, no era muy normal que digamos. ¿O sí, y la enroscada era yo? ¡Cómo se le debió mojar la bombachita a esa chirusa, vaguita y mentirosa! Me la imaginé a upa del viejo, y los pezones se me alertaron sádicamente. ¡Y con lo desarrolladita que estaba! ¡Al hombre le sacaba media cabeza, y eso es mucho decir, porque él medía cerca del metro setenta!

De pronto, una nena y su madre salieron de la heladería que se ubicaba justo en frente de donde yo estaba. Ella parecía feliz, y la madre, sensiblemente apurada y nerviosa. Le decía algo a su hija. Pero los autos no me dejaban escuchar nada. La mujer tenía un aspecto sombrío, el pelo descuidado, una cicatriz en la cara y un celular de alta gama en la mano. De repente, zamarreó a la nena, que terminaba de comerse un cucurucho, se la acercó al pecho y bajó su rostro a la altura de la boca de la nena. ¡No podía creer que lo haya hecho en plena vereda! La mujer le pasó la lengua por los labios, y en un diminuto momento, hasta cruzó la barrera de su boquita fresca, llena de chocolate y frutillas.

¡Es para limpiarte la boca hija! ¡A ver si de una vez por todas, aprendés a comer helado! ¡Mirá, te manchaste la remera!, le dijo luego, mientras caminaban hasta donde estaba yo, sentada, o flotando sobre ese banco. Mientras le hablaba, le señalaba la mancha en su remerita de princesas, y ella no paraba de reírse, haciéndole burlas a su madre. ¿Cómo podía limpiarle la boca con tanto erotismo, sexualidad y deseo? ¿Realmente, lo hacía todos los días? ¡Cómo me hubiese gustado que mi mami me saque a tomar helados, o que me limpie la conchita con la lengua, después de hacer pichí, en el baño de casas! ¿Pero, qué me estaba pasando? ¿Por qué no paraba de imaginarme a esa mujer desnuda en su cama, con su hija en brazos? ¿O al viejo con su nietita, manducándole la pija hasta ganarse su merienda?

La verdad, empezaba a extrañar el confort del hotel. Especialmente porque el calor prodigaba una humedad cada vez más insoportable. Eran las 11 de la mañana, y todavía no había pensado en el almuerzo. Entonces, justo cuando mi cerebro le había dado la orden a mis piernas para que se levanten y caminen, descubro que, a unos metros, donde se juntaban dos arbolitos delgados pero repletos de ramas y hojas, un chico con mochila al hombro mira para todos lados. Al parecer, o no me vio, o ni le importó que yo estuviese allí, porque, acto seguido sacó su pito de entre su ropa y se puso a hacer pis. No paraba de mirar a uno y otro lado. Casi no controlaba la dirección de su orina. Yo lo miraba extasiada. Era alto, pelo corto y negro, de tez morena y lindas piernas. Además, bastante culoncito. Era evidente que hacía algún tipo de deporte. Pero, por su cara, no llegaba a los 16 años. Así que, sabiendo que faltaba mucho aún para el almuerzo, y ardiendo en ansias de cometer una locura, me acerqué sigilosamente a ese pendejito desprevenido.

¿Te parece bien lo que estás haciendo? ¿Mirá si, por ejemplo, te denuncio al policía que anda por allá?, le dije en voz baja, apenas estuve detrás suyo. Le señalé a un preventor que andaba dando vueltas, que ni se había percatado de nosotros. Él se sorprendió tanto que, guardó el pito adentro de su ropa, sin sacudírselo. Aunque, ya había terminado de regar aquellas sedientas raíces unos segundos atrás. No me habló enseguida, pero me miró con un cierto destello luminoso en sus ojos verdes.

¿Che, esta no es la hora de estar en la escuela? ¿O te rateaste vos?, continué, como para entablar una conversación, mientras él buscaba la forma de desaparecer. Yo le sonreí, y mientras le decía: ¡Tranquilo, que no te voy a retar! ¡No soy tu mamá, ni tu hermana! ¡Y, por lo de recién, tampoco te preocupes! ¡No es el primer pito que veo meando en una plaza!, me pasaba un dedo por los labios, y erguía el pecho para que las tetas sobresalgan un poco más de mi vestidito ajustado.

¿O sea que, me viste? ¡Perdoname! ¡Fue sin querer!, dijo, tratando de parecer calmado.

¡Te dije que no me pidas disculpas! ¡Y, sí, te vi! ¡Igual, no te agrandes, que no tenés nada importante! ¿Cuántos años tenés?, le pregunté, inquieta y radiante por dentro.

¡Tengo 15, y bueno, posta que no quería mear acá! ¡Pero, viste que, para usar un baño en cualquier lado, tenés que comprar algo! ¡Así que, como me gasté la plata en los jueguitos, no me di cuenta!, dijo al fin, con su voz todavía no del todo definida, aunque más grave de lo que podías imaginarte si le veías la cara.

¿Y te rateaste para jugar a los jueguitos? ¿No querés tomar una gaseosa? ¡Yo te invito!, le dije al fin, sin pensar en las consecuencias de mi repentina invitación.

¡No, gracias! ¡Tendría que, bueno, es que, tenía que encontrarme con alguien! ¡Falté a la escuela, porque, me iba a ver con una chica! ¡Pero, ya son más de las 11m y no sé si vendrá!, me confesó, con demasiada sinceridad para recién conocernos. Entretanto, pispeaba su celular con evidentes esperanzas. Por un momento me dio pena.

¡Aaaah, pillín! ¿Así que una chica? ¡Bueno, por ahí, se le complicó! ¿Ella es más chiquita que vos? ¿O más grande? ¿Dale, vamos a tomar una coquita! ¡Hace un calor de locos!, traté de convencerlo una vez más, mientras caminábamos por la plaza. Yo seguía sus pasos, como para no perderle pisada. Él, de pronto se paró en seco.

¡Pero, te dije que no tengo plata! ¡Es más grande, y yo soy un boludo que le re creí! ¡Bueno, ella es la novia de un flaco que juega al futbol en mi club! ¡Es re trolita la mina, y le gustan los pibes más chicos! ¡La onda es, que, hoy nos íbamos a juntar a, bueno, a lo que pinte!, me dijo con naturalidad, sin ponerse triste, pero con cierta molestia en las palabras. Quizás, porque le dolía que lo haya dejado plantado.

¿Y vos, faltaste a la escuela por una trolita? ¡Mirá qué tremendo resultaste! ¡Me llamo Valeria, pero decime Vale! ¿Y, está buena la chica? ¡Aunque, si puedo opinar, tendrías que tener cuidado con salir con la novia de otro chico! ¡Y más si el pibe es más grande que vos! ¡Si se llega enterar, te muele a palos! ¡Y lo peor, es que va a tener razón!, le dije, riéndome como una nena con chiche nuevo.

¡Qué buena onda que sos! ¡Te aviso cuando esté deprimido, así me alegrás el día!, dijo de pronto, sonriendo por primera vez.

¡Sí, ella está re zarpada! ¡Tiene una tremenda burrita! ¡Pero, pocas tetas!, dijo entonces, justo cuando estábamos por cruzar la calle. Al frente, había un kiosquito en el que pensaba comprar dos gaseosas. Al fin le dijo que sí a mi insistente invitación.

¿Cuántas tetas querés que tenga una chica? ¡Me habría impresionado si me decías que tenía más de dos!, le dije, burlándome de sus observaciones, solo para hacerlo reír.

¡Bueno che! ¡Qué quisquillosa que sos! ¡Quiero decir que viene re pobre de tetas! ¡Vos, tenés mansas tetas!, dijo, tratando de sonar indiferente.

¡No te lo voy a permitir, pendejito! ¡Encima que te invito una gaseosa, me decís groserías!, le decía mientras le daba su botellita de Fanta, acercándole las tetas al pecho. Ahí aproveché a bajar la mano para rozarle el bulto, haciéndome la tonta. Ya había notado que lo tenía duro, punzante y dolorosamente hinchado.

¡Uy, perdón! ¡No quise tocarte ahí! ¡Casi me caigo! ¡Es que, con el calor, se me humedecen los pies en estas sandalias! ¡Un bajón!, le dije, fingiendo un arrepentimiento poco creíble. Él dijo que estaba todo bien, y volvimos a cruzar la calle para ir a la plaza.

¡Y vos, tenés novio?, me preguntó, luego de un silencio seductor que nos obligaba solo a beber de nuestras botellitas.

¡No, estoy solita! ¡Solita, con mis mansas tetas!, le dije, riéndome con ganas, y enrojeciendo por el comentario. Él volvió a mirarme las tetas, murmurando algo como: ¡Pobrecitas!, y se acomodó el flequillo.

¿O sea que, estás de vacaciones? ¡No tenés un acento como las porteñas!, me dijo, sin reparar en que le había sacado la lengua. ¿O se hizo el tonto? Entonces, me acerqué a él, una vez que nos habíamos sentado en el mismo banco que antes yo ocupaba, le agarré una mano y la posé sobre mi pierna derecha.

¿Qué, acaso sos adivino? ¡Sí, es cierto, estoy de vacaciones, y no soy de acá! ¡Pero no te voy a decir de dónde soy! ¡A cambio de eso, te prometo discreción! ¡Si lo que yo te pregunte, considerás que no tenés que decírmelo, no hay drama! ¡OK?, le dije, mientras colocaba su mano debajo del pliegue de mi vestido para que me acaricie la pierna desnuda. Él asintió con la cabeza, mientras se terminaba de un trago lo que le quedaba de gaseosa.

¡Bueno, mi primera pregunta! ¿Esa cosita, se te puso dura por la chica a la que esperabas?, le largué, sintiendo que sus dedos comenzaban a trazar imperfectas formas en la piel de mi pierna.

¡Naaah, es re zarpada tu primera pregunta! ¡Posta, te vas al carajo! ¡Aparte, naa que ver! ¡Creo, que, se me puso así por otra cosa!, dijo, lleno de inseguridades, reprimiendo un eructo.

¿Sí? ¡Estás seguro? ¿Y, por casualidad, no habrá sido por esto?, le dije, acercándole las tetas al brazo que me quedaba más a mano. Él se sonrojó ligeramente, aunque su rostro intentó negarlo todo. Entonces, le hice un gesto para que pegue su oído a mi boca, y le susurré: ¡Me encanta que los nenitos como vos me miren las tetas! ¡Siempre fantaseé con que un pendejito se haga pis encima de tanto mirarme, desearme, y querer ponérmela! ¿te gusta mi fantasía? ¡Aparte, vos estás re fuerte bebé! ¡Pero no te la creas!

Él se puso más nervioso todavía. Arrojó su botellita al piso, y lo reté por no esperar a tirarla en el contenedor de basura. Entonces, le manoteé el pito y empecé a subir y bajar con mi mano, por toda la extensión de su tronco súper fornido; y le dije que si quería podía tocarme las tetas.

¡Disimulá nene, pero, tocame las tetas si querés! ¿Alguna vez tocaste unas tetas como las mías?, le dije resuelta, ya sin una pizca de timidez. Él intentó introducir una mano adentro del vestido. Ahí supe que era tiempo de tomar decisiones drásticas.

¡Tranquilo chiquitín, que nos van a ver, y se nos pudre a los dos! ¿A qué hora se supone que tenés que volver a casa? ¿Por qué, vos sos un nene de mamá!, lo ninguneé, más para arrancarle una nueva sonrisa que para fastidiarlo. Él dijo que los miércoles, habitualmente vuelve después de las tres, porque tiene educación física.

¿Y, no querés ir a comer conmigo, a mi hotel? ¡Tranquilo, que no te voy a morder! ¡Por lo menos, vas a olvidarte un ratito de esa, “Trolita” que te dejó plantado! ¿Tenían planes sexuales con ella? ¡Eee, picarón?, le dije, ahora haciéndole cosquillas en el cuello, mientras estiraba una vez más mi vestido para que mis tetas exploten bajo el corpiño ínfimo que me había puesto. Él sonrió, y no pudo articular palabra, hasta que empezamos a caminar. Me seguía como a una perrita alzada, y de vez en cuando, se frotaba el paquete. Por suerte, el hotel en el que me alojaba, estaba a dos cuadras de la plaza. En el camino, solo pude saber que la trolita se llamaba Lorena, que él se llamaba Lucas, que era hincha de Racing, que no le gustaban las rubias teñidas, y que jugaba al futbol desde los 10 años. Luego, una vez que yo misma se lo pregunté, supe que había tenido sexo solo una vez, con una chica 15 años mayor que él. Más o menos la edad que le llevaba esa tal Lorena.

¡Bueno, vamos a ver cómo te portás! ¡Por ahí, que te hayas rateado del colegio, no sea tan al pedo! ¡eso sí! ¡Cuando entremos, calladito! ¿OK?, le dije, cuando ya estábamos en la puerta del hotel. Le dije sin titubeos al conserje que Lucas es mi sobrino, y que nos encontramos a tomar un café. No me hizo muchas preguntas más. Además, Lucas no parecía ni remotamente asustado. Así que, una vez que me dio las llaves, tomamos el ascensor.

¡Dale nene, ahora, bajate el pantalón!, le dije agitada y nerviosa al pibito, una vez que se cerraron las puertas, y yo presioné el botón con el número 5. Él por suerte no se hizo esperar. Enseguida me agaché, pensando en que, el tiempo que durara nuestro ascenso, yo quería tener su pija en la boca. Sin embargo, o aquel fue el viaje mas corto de mi vida, o los nervios nos jugaron una mala pasada, o vaya a saber qué. No alcancé a rozarle la puntita del pito con los labios, que su cuerpo empezó a contorsionarse, sus gemidos a atravesarle la garganta, y un líquido blanquecino, viscoso y con olor a hierba recién cortada fluyó como un torbellino de esa pija erecta, dura y gruesa, teniendo en cuenta su edad. Él quiso atraerme hacia él de los pelos, y yo se lo permití, para que termine de verter su acabada en mi cara, boca, lengua y cuello. ¡Me salpicó por todos lados! Entonces, malhumorada al principio, pero inmediatamente risueña como antes, me incorporé del suelo para darme cuenta que todavía no habíamos llegado al quinto piso. Me reí, y él me imitó, con mayor sonoridad de la que le conocía. Yo, era un pegote de leche, y a él le costaba subirse pantalón. Yo trataba de chistarlo para que se calme, y él, en un momento me pellizcó el culo. Yo le di una cachetada suave, tratándolo de atrevido calentón. Pero, sin darle tiempo a reaccionar, le succioné la nariz, y se la mordí. Entonces, bajamos del ascensor y entramos a mi pieza, sutilmente perfumada, ordenada, y sin pañales mojados en mi cama. Para mi fortuna, la gordita de la limpieza ya no rondaba por allí, teniendo en cuenta que tal vez me tomaba por chiflada, y podría escapársele algo al frente de mi bebé.

¡Dale, entrá, no seas tímido! ¡Además, ya te rateaste del colegio, y te pusiste a mear en una plaza! ¡Así que, vergüenza no te falta!, le dije, al notar que permanecía inmóvil, pegado a la puerta abierta de la pieza. Yo ya había entrado, y revoleado mis sandalias por ahí. Puse algo de música de la tele, abrí una ventana, coloqué a buen recaudo mi billetera por si las moscas, y lo vi entrar al cuarto, darle una vuelta de llave a la puerta tras mi pedido, y acercarse a la cama, donde yo le había indicado que se siente.

¡Me parece que, en el ascensor, te pusiste nervioso! ¿No? ¿Siempre te pasa eso? ¿Digo, lo de acabar rápido?, le dije, aproximándome a él, ya con el pelo suelto. Él comenzó a temblar, y yo le puse un dedo en la boca.

¿Y cuando te pajeás, también te ensuciás rápido las manitos? ¡Aunque, por lo que vi, te gusta acabarte en el calzoncillo!, le decía, acercándole los labios al cuello, como si el olor de su sangre me incitara a pecar. Él tartamudeó algunas palabras sin sentido, y levantó los brazos para dejarme quitarle el suéter y la remera. Ya había dejado su mochila y guardapolvo en una silla, justo encima de una bombacha mía. entonces, le toqué el cuello con la punta de la lengua, después la oreja, embriagándome de su perfume juvenil, le froté el pitito encima del pantalón, y me quité el vestido por arriba de la cabeza, que era la forma más fácil y rápida de hacerlo. Él me miraba extasiado, totalmente flasheadito y cada vez más tembloroso.

¡Relajate chiquitín, que no te voy a comer! ¡Aunque, te tengo un hambre tremenda! ¡Se nota que tuviste poco sexo! ¿Y, ahora que me viste bien, tengo más teta que la trolita que te dejó colgado?, le decía al oído, mientras le recorría los espirales de su oreja y le daba pequeños mordiscos a su cuello expuesto, a sus hombros y nuca. Él se reía como si sus dientes estuviesen repletos de campanitas felices, y suspiraba excitado. De a poco, con mis manos lo iba conduciendo hasta recostarlo por completo en la cama, y ahí, servidito para mí, le bajé el pantalón de un solo tirón. Le besuqueé las piernas bien tersas y atléticas que tenía, mientras le sobaba el bulto sobre su calzoncillo, y descubrí que, además de tenerlo húmedo, estaba endurecido, como si fuese de un cartón muy fino. Inmediatamente se lo miré en detalle, y descubrí que lo tenía apestado de pajitas nocturnas, o vaya a saber de cuándo.

¡uuuupaaaa, nene! ¡Mirá con lo que me encuentro! ¡Además de tener el pito duro otra vez, parece que, bueno, a la noche no dormís en paz! ¿Hace mucho te pusiste este calzón?, le dije, mientras comenzaba a darle besitos en la panza, sin apartar mi mano de su exuberante pedazo de pija, que latía como una chacarera trunca en medio de la selva.

¡Ayer me lo puse! ¿Por? ¡Pasa que, bueno, transpiré un poco!, dijo con simpatía.

¡No te lo digo por eso! ¡Lo tenés lleno de semen, y eso, me parece que es, porque te acabás encima, o te pajeás toda la noche, y no te cambiás, cochino!, le dije, estirándoselo con los dientes, y confirmando con mi olfato la crudeza de ese olor a esperma de machito alzado.

¡Puede ser! ¡Es que, bue, digamos que todas las minas me calientan! ¡Bah, las más grandes que yo! ¡Las de mi escuela no! ¡Son re histéricas!, trataba de explicarse, mientras yo llevaba su calzoncillo hasta sus rodillas, sintiendo que los pezones se me incineraban en los pechos de tanta sed de saliva y lengua.

¡Miralo vos, al agrandadito! ¡Así que, las nenas de tu escuela son histéricas! ¿Será porque no te entregan el pancito? ¿O porque andan con olor a pichí en la bombacha esas roñosas? ¿O, porque no tienen las tetas como yo? ¡Dale nene, mordelas, chupalas, metete los pezones en la boca, y saboreá unas tetas de verdad, de una hembra caliente! ¡Hacé lo que quieras, pero chupame bien las gomas!, le decía, mientras se las restregaba en la cara. Mi corpiño salió disparado con tanta mala suerte que voló por la ventana. Pero no me importaba nada. Ahora, ese nenito me mordía y succionaba los pezones, me pellizcaba el culo sin experiencia, pero lleno de actitud y calentura, me escupía las tetas como se lo pedía, y me dejaba pasarle la lengua por toda la cara. Hasta que, las venas de su pija palpitaban tanto en mi mano, que no paraba de subirle y bajarle el cuero, que tomé la decisión de viajar hasta ese glande gordo y jugoso. Tenía una pija cortita, pero cada vez más gruesa, venosa y colorada. Le di un par de besitos en las bolas, le mordí el escroto, y apenas le rocé el pito con mis pezones, cuando empezó a temblar sin control ni noción del tiempo y el espacio.

¡No me digas que estás por acabar, pajero de mierda! ¡No vale! ¡Me dejaste las tetas re calientes, y la concha toda empapada! ¿No querés verme la concha nenito? ¿No era que te gustaban las minas grandes? ¿Viste una concha en vivo y en directo, alguna vez? ¿O solo las viste en las pelis, o en videítos por Cel?, empecé a gritarle, pegándole en la pierna, clavándole mis uñas por momentos en cualquier parte, y cacheteándome la cara con su pija. Y, entonces, mientras balbuceaba incoherencias como: ¡Síii, quiero verte la concha, putita hermosa, altas tetas tenés perra, quiero largarte la leche en las tetas!, empezó a estremecerse con mayor escándalo. De modo que, pegué mis tetas a su pija, y se las froté como si quisiera arrancármelas del pecho para fundirlas en su piel, hasta quedarme con toda esa leche caliente. Me dio gracia que se le hayan escapado unos pedos en el fragor de vaciar sus testículos en mis tetas. El tarado me pedía disculpas por eso, y yo lo quería matar. ¿A quién le importaba?

Pero claramente, yo no estaba satisfecha, ni mucho menos. Caminé un ratito por los alrededores de la cama, ignorándolo por completo, haciéndome la enojada. Aunque eso no me duró mucho. Apenas vi su cara de pucherito, me acerqué, lo levanté de los hombros, le subí el calzoncillo y lo cacé de los pelos para que su boca se reúna con mis tetas.

¡Dale nene, chupame las tetas, y probá tu propia leche! ¿Qué? ¿Nunca lo hiciste? ¡Te lo merecés, por dejarme más caliente que antes! ¡No tenías que acabar tan rápido bombón!, le decía, sacudiéndole mis tetas desnudas llenas de su semen a centímetros de su cara. Él, sostuvo una expresión de asco, que no le duró mucho, porque, de repente, su boquita se prendió a mis pezones, y su lengua, simulando ser una cucharita rebuscando en un pote de helado, comenzó a nutrirse de todo su semen. ¡Cuando le vi los labios blancos, y los ojitos brillantes, le sonreí por primera vez de nuevo, y me lo empecé a chapar! Él se relajó, y pensó quizás que se me había pasado la bronca. Es que, era una mezcla de ternura y morbo verlo con su propia lechita en los labios. Entonces, supe que era el momento de bajarme la bombacha, muy de a poco, ante sus ojos bañados de incredulidad. ¡Ese nene jamás pudo haber pensado que aquella mañana sería la mejor rateada de su vida! Entonces, mientras mi bombacha se acercaba a mis rodillas, y mi culo a su pubis, ya oculto con su calzoncillo, lo agarré de los hombros y me lo trancé, diciéndole todo el tiempo: ¡Dale nenito, convídame de tu lechita, malo, que es mía! ¿O no? ¿No creés que tu lechita me corresponde? ¡Y me vas a mirar la concha cuando yo te diga!

Y, finalmente, como él quiso meterme una de sus manos entre las piernas, volví a mi papel de dominante molesta, ofuscada y maléfica. Esta vez lo manoteé de los brazos y lo arrinconé contra la porción de pared que había entre un sillón y mis bolsos, y mientras le mordía las tetillas, empecé a ordenarle: ¡Ahora, por tener ese calzoncillo tan sucio, bañado en lechita de pajitas para otras minas, te vas a mear encima! ¿Me escuchaste? ¡Vamos, meate encima ya! ¡No me importa cómo lo hagas! ¡Mentalizate en que no se te pare el pito, y hacete pichí nene, vamos! ¡Ya, o te sigo mordiendo! ¿Te duele? ¿Sí? ¿Y no querés que tu mami te vea todo mordisqueado, y arañado por una loba salvaje como yo? ¡Vamos, portate bien, y hacete pis nenito! ¡Meate ese calzoncillo, que total, ya es un asquete!

Recapacité de inmediato, y supe que, si lo seguía torturando, por ahí se negaba, o se largaba a llorar, o se le daba por salir corriendo del hotel, derechito a acusarme de vaya a saber qué. Por lo que, sin ponerme colorada, terminé de bajarme la bombacha, ayudándome un poco con los pies para no soltar al guachito, y la alcancé para sacudirla a poquita distancia de su cara. Entonces, endulcé la voz, cambié los mordiscos por besitos babosos por su pecho, le subí un poquito más el calzoncillo y me pegué a su oído para decirle: ¿Ahora sí te vas a hacer pichí para mami? ¡Dale, hacete pipí, y yo te dejo que me la metas en la conchita después! ¿Te gusta mii bombacha? ¿Querés olerla? ¡Si te hacés pis, te la regalo! ¡Dale, así, agarrala con los labios, y olela guachito!

A esa altura el nene sostenía mi calzón con la boca, y yo se la acomodaba bajo sus fosas nasales para que la huela intensamente, mientras mis pies se humedecían desde que empezó a mearse encima. Pronto, su calzoncillo pesaba y se le resbalaba de las piernas, y la pija se le erectaba nuevamente, gracias a mi aroma, mis chupones por su piel, y el atrevimiento de mis manos que le rozaban el pito, y le retorcían el calzoncillo para llenarse de su líquido abundante y caliente.

¿Ya está bebé? ¿Ya te hiciste pichí? ¿No hay más?, le iba diciendo mientras le quitaba el calzoncillo, lo pateaba para ocultarlo bajo el sillón, y me lo volvía a llevar a la cama. Esta vez no dudé en tirarlo como a un muñeco, en abrirle las piernas y en frotar toda mi cara desde su pecho hasta sus bolas empapadas. Le lamí y sequé toda la piel de las piernas, el escroto y hasta las nalgas, saboreando cada gota de su meada maravillosa, y deleitándome con sus gemidos. Cuando me metí su pija en la boca, creí que volvería a pasar. ¡No quería que acabe tan rápido! Pero, para mi sorpresa, estuve peteándolo largo rato. Tal vez unos 20 minutos. Se la mordía y escupía, y eso parecía que se la paraba más, si eso era posible. Cuando le prohibía el calor de mi boca, el mismo me pedía: ¡Sí putita, cacheteate la cara con mi pija! ¿Te gusta que te meen, mamita pervertida?

Le chupé los huevos, le mordí y pellizqué el culo, le dejé tremendos rasguños en las piernas y la panza, y a él, todo lo que le interesaba era cogerme la garganta. ¡Lo enloquecía el sonido de mi atragantamiento, mis arcadas, los globos de saliva que se me escapaban de la boca, y hasta que le diga que, si me volvía a desobedecer, le iba a enterrar un dedo en el culito! Me pasé esa pija pegoteada por toda la cara y el pelo, y me atreví a meterme sus bolas en la boca. Ahí, aproveché a pajearlo con todo. Incluso, en un momento de lucidez le ahorqué el tronco con los elásticos de mi bombacha. Eso sí que lo hizo delirar. Pero, de repente su cuerpo empezó a anunciar que su lechita subía por sus venas generosas, que sus testículos se incendiaban adentro de su humanidad, y entonces, supe que debía acelerar la mamada.

¡Dale bebito, dame la lechita, la quiero toda en la boca! ¡Así, dale, dale nenito cagón! ¡Así, quiero que me la largues toda, como cuando te measte pendejo!, le decía, aunque sus jadeos y gruñidos irresolutos se superponían a mis deseos. De igual forma, no hubo mucho más que exigirle o solicitarle. En menos de lo que tardé en sacar la lengua, un lechazo furioso, hirviendo y burbujeante salió a borbotones de esa cabecita hinchada. Yo, lo ayudé con las manos para que termine de subir lo que quedaba en el fondo de su pija, una vez que sus articulaciones y sus temblores se calmaban, y él seguía estremeciéndose como al principio. Una vez que tuve una buena cantidad de leche en la boca, me acerqué a su nariz, y con los dientes apretados le susurré: ¡Oleme la boquita nene, dale! ¿Tengo olor a pis en la cara? ¡Eso es por tu culpa!

Él me olía, mientras me tocaba la cara y las tetas. Se volvió más loco todavía cuando hice unas pequeñas gárgaras, y luego, cuando empecé a dejar que se me derramen gotitas de semen por los labios. Después, le eructé en la cara, y volví a chapármelo, como si fuese su novia más fiel.

Alguien golpeó la puerta. Pero yo elegí no responder. Que piensen que estoy durmiendo, o que me estoy duchando, me dije. Y, en el momento que los golpes se sucedieron una vez más en la puerta, aprovechando que ese nene seguía cara al cielo, tal vez buscando explicaciones para la mañana tan imperfecta, quizás gloriosa, pero seguramente excitante que estaba viviendo, me subí a la cama, y abriendo las piernas fui acomodándome sobre él, hasta sentarme en su pecho, apuntando con mi vulva a su boca.

¡Mirala nene! ¡Ahí tenés una concha de mujer caliente! ¿Te gusta? ¿Habías visto una como esta? ¡Dame tu mano, así te enseño cómo se abren los labios!, le dije, y él me dio sus manos torpes. No llegué a enseñarle un carajo. Ni bien alguno de sus dedos traspuso la barrera de mi vagina y se embebió de mis jugos, le agarré la muñeca para p por poco enterrarme su mano en la concha. El pecho se le empapaba de mis líquidos, y mi culo se frotaba contra su tórax, mientras sus gemidos volvían a la carga. Estaba segura que si estiraba una mano, me iba a encontrar con su pito duro una vez más. Y, en efecto, fue así.

¿Tanto te gusta mi olor a concha guacho? ¡Dale, acerca la boquita, y la nariz! ¡Chupala si querés? ¡Dale pendejo, comeme la concha, que estoy así de putita por tu culpa!, le dije entonces, prácticamente frotándole la concha en el mentón. Él, con cierta dificultad logró pasarles la lengua a mis labios, y en breve, mi vagina estaba cernida sobre su boca, como dos amantes vertiginosos. Su lengua entraba y salía de mis jugos, y sin saberlo, se rozaba algunas veces con mi clítoris.

¡Cuando te cojas a la novia de ese chico, acordate todo lo que hicimos acá! ¡Chupale bien la concha, asíiii, así nene, y mordele las tetas, que se va a poner re putita! ¡Dale nene, agarrame del culo, y meteme más lengua, y dedeame toda, asíii, otro dedo pendejoooo, comete mi conchaaaa! ¡Debería mearte la carita, esa carita de nene bueno que tenés! ¡Por portarte mal! ¡Por andar con el calzoncillo lleno de leche! ¡Y por chupar la concha como el culo!, le gritaba, cada vez más desquiciada. Hasta que, reconocí que, si seguía mucho tiempo más, no lograría contener mi terrible acabada sobre su rostro. Además, la puerta volvió a sonar, y esta vez con mayores intenciones.

¡Ya vooooy, por favoooor! ¡Estoy en pelotas! ¡Recién acabo de salir de la ducha! ¡Si es por la comida, ya salgo! ¡Graaaaciaaas!, grité a la defensiva, para disipar cualquier peligro que estuviese rondando, mientras mi pubis se deslizaba sin inhibiciones al pene del pendejo. Ni siquiera la sentí cuando entró. Pero él se mordió los labios, y acto seguido me escupió una teta, diciéndome: ¡Uuuuy, ¡cómo te entró putita de mierda! ¡así, cogeme, cabalgame todo mamita, perra, zorrita!

Empecé a moverme, a dar saltitos, sentones y algunos deslices hacia los costados para moverle la pija adentro de mi concha. Y entonces, empecé a disfrutarlo, porque su grosor seguía aumentando, llenando mis rincones vaginales, abriéndome un poco más, y rozándose con mi clítoris, como hacía mucho tiempo no me pasaba con una pija. Yo también lo escupía, le daba tetazos en la cara, y cada vez que le agarraba un dedo, se lo succionaba con una sed de petera terrible. Nuestro sudor más el pegote de su pija, mis jugos y las sábanas repletas de saliva por la mamada que le había hecho minutos antes, parecían querer arrojarnos de la cama. Yo quise cogérmelo en el piso y hacerlo mierda ahí. Pero, la idea se me fue de la cabeza cuando sus manos se dedicaron a manipular mis movimientos, bien aferradas a mis nalgas. Por momentos me chirleaba con todo, y en otros, me recorría la zanja con un dedo. Me mordía los pezones, me arrancaba del pelo para acercarme a su cara y así poder morderme los labios, y me seguía perforando la concha con rudeza. El aire no nos alcanzaba para más palabras, y el oxígeno que había se contaminaba con el aroma a sexo que nos golpeaba los pulmones, su olor a pichí, y el perfume juvenil que flotaba de su ropa tirada en el suelo.

¡Dale guachaaaa, sacame la leche, si tanto te gusta la pijaaaaa, la puta madreee, sacame toda la leche guachona!, me dijo, en un intento por recobrar la consciencia, mientras yo sentía que se me acalambraba un gemelo, que su pubis me sostenía en suspenso a unos centímetros de la cama, y que su leche empezaba a invadirme por completa. ¡No paraba de salir y salir semen de esa pija! ¿Cómo podía ser que tuviera tanta leche ese pendejo mal educado?

De pronto, nos dimos vuelta, así como estábamos, él sin dejar de ensartarme la pija en la concha. Lo quise así para que toda su leche me fecunde, me bañe toda por dentro, y que no quede ni una sola gotita en la cama. Él, bombeó un par de veces más, y cuando la naturaleza le indicó que su pene volvía a convertirse en el de un nene cualquiera, lentamente, con un gesto de angustia extraño en los ojos, fue separando su cuerpo agitado y transpirado del mío.

¡Bueno bebé, la verdad, fue muy lindo! ¡Espero haberte enseñado algo!, le decía mientras trataba de luchar con mis propios mareos, levantándome de la cama. Él no me hablaba. ¿Era cierto lo que veían mis ojos? ¿El nene estaba a punto de llorar? ¡Qué papelón!

¡No te voy a ver de nuevo, no?, dijo al fin, con la voz quebrada.

¡No, no creo! ¡Basta, dejate de joder! ¡Por eso, a veces, las mujeres grandes no queremos comprometernos con nenes! ¡Porque se enamoran muy fácil! ¡En serio, mirá, ahora, te vas a vestir, tranquilito, y después, salimos a la calle! ¡Vos, te vas a tu casa, y yo, a comer algo! ¡La verdad, coger siempre me da hambre! ¿A vos no? ¡Aaah, perdón, cierto que no lo hiciste muchas veces!, le decía, poniéndome el corpiño y el vestidito. No tenía ganas de ponerme otra bombacha. Él me miraba, como sin poder reaccionar. Pero al fin sonrió, y me dijo: ¡El tema es, que ahora no puedo, ponerme calzoncillo!

¡Bueno, eso, se arregla! ¿No tenés problemas en ponerte una bombacha? ¡Te regalo una, aparte de la que te prometí! ¡O sea, la que tenía puesta! ¿Te parece? ¡Total, nadie te va a mirar! ¡Y, con la chica, hoy no te vas a juntar!, lo tranquilicé. Busqué en mi bolso un culote negro y se lo di. Vi cómo se lo ponía, y empecé a calentarme de nuevo. Pero ya eran más de las 2 de la tarde, y tal vez, su madre estaría preocupada por ese nene. Esperé a que se termine de vestir, y entonces, salimos de la habitación. Afuera, nadie me recriminó que no salí a recibir al que sea que me golpeaba la puerta.

Cuando pisamos la vereda del hotel, él me sonrió por última vez, me manoseó una teta al acercarse para saludarme, y nos dimos un beso de lengua tremendo.

¡Sos flor de loba guacha! ¡Ojalá sigas cogiendo en tus vacaciones!, fueron sus últimas palabras. Yo entré a un café, pensando en comerme un tostado con una gaseosa, mientras lo veía alejarse por la vidriera. Esa siesta, creo que fue la única que destiné para dormir. Durante la tarde, puse la habitación en orden, me armé un fasito y volví a la terraza. No me dio para fumar en bolas, o ligerita de ropa. Estaba satisfecha. Pero, a la noche volví a pajearme como una endiablada. Mojé la cama varias veces, y recibí dos llamados al teléfono del conserje, en los que me solicitaba que baje el volumen del televisor. ¡Es que las negras gritaban demasiado cuando se las enculaban! ¡Por suerte, al día siguiente tomé la precaución de tirar a la basura el calzoncillo meado del nene! ¡Ahí sí que la gordita de la limpieza se habría preocupado de verdad!      Fin

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Comentarios

  1. Ambar, te superas día a día, relato a relato

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    1. Anónimo27/11/22

      Gracias Marceeeee! Es un placer escribir para ustedes, y tratar de superarme!

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    2. Gracias Marceeeee! Es un placer escribir para ustedes, y tratar de superarme! (te contesto por la pc, lamentablemente de otras plataformas, me cambia el usuario, perdón jeje)

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  2. Si no creyera conocerte, te diría que es un muy caliente relato pero, como ocurre lo contrario, se que estuviste ahí y con todas esas ganas. Si fue cierto o no, no importa. Dio lugar a esto que te desnuda...para mostrarte tal cual sos.

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