No puedo dejar de almacenar tantos recuerdos. Todavía me acompañan, a pesar de no tener a mi padre cerca. Está vivo, sí. Pero, la última vez que lo vi fue cuando tenía 16 años, y eso, porque su relación con mi madre ya no daba para más. Ignoro cuáles fueron las verdaderas causas de tal separación. Mi madre se niega a hablar de él, más que para insultar su memoria, como si estuviera muerto. Los adultos siempre se muestran parcos y reticentes a compartir sus decepciones con los niños, o adolescentes… y más si son de la familia. Cada vez que le insinúo querer saber lo que pasó, argumentándole que el tiempo se encargó de correr a prisa, y que ya nada de lo que me diga podría lastimarme, ella adopta una posición implacable, y ya no se puede seguir dialogando. Y, a mi padre, bueno… a pesar que me envió algunas cartas, en ninguna hace referencia al episodio triste de nuestra adolescencia, que fue la separación con mi madre. Ah, porque además tengo una hermana, Florencia, a la que no le afectó la ausencia de mi padre, ni el malhumor de mi madre durante algún tiempo. Ella, siempre fue una excelente compañera, ama de casa, trabajadora y consejera. Todavía vivo con ella y con Flor. De mi padre, puedo decir muchas cosas. Él era divertido, complaciente, de buen carácter, un hombre que olía siempre bien, que se afeitaba con regularidad, que tenía dotes de buen cocinero, y que sabía mimarme como nadie. Supongo que a mis 8 años, su figura se volvió mi refugio especial, mi mejor barrera contra todo lo que me asustaba o me reprimía. No sé cómo habrá sido para mi hermana. Solo puedo decir que ella es más apegada a mi madre.
No sé bien cuándo fue, ni qué día ocurrió la primera vez. Recuerdo que una tarde, tal vez de diciembre, porque ya había terminado la escuela, mi madre me retó por enésima vez por meterme la mano adentro de la bombacha. Se me acercó sigilosa, me arrancó una oreja y me sacó la mano de mi escondite para pegarme en ella, mientras me reprendía: ¡Basta de hacer eso, cochina! ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo?
Esa vez, mi padre, que miraba una película en el sillón, bebiendo una cerveza, despreocupado por disfrutar de sus vacaciones, intervino.
¡Por favor Luisa! ¡No es para tanto! ¡Aparte, se lo dijiste solo dos veces!, sonó la voz de mi padre, tranquila, pero con decisión.
¡Sí, esas fueron las veces que vos me escuchaste Omar! ¡Aparte, ya no tiene que hacer eso!, dijo mi madre desde la cocina. Entonces mi papi me pidió que le alcance una lapicera de la biblioteca. Cuando estuve cerca de él para dársela, se golpeó la pierna derecha y me dijo: ¡Venga a upita de papi! ¡Y no llores, que no pasa nada! ¡Contale a papi! ¿Por qué mami siempre te reta por lo mismo? ¿Te pica, o te duele ahí?
Yo, que había empezado a lloriquear en silencio, más por el tirón de orejas que otra cosa, dejé que mis lágrimas se liberen de una vez. Entonces mi papi me acomodó sobre sus piernas y me abrazó contra su pecho.
¿Qué Pasa Gabi? ¿Tenés cosquillitas ahí abajo?, me preguntó casi al oído, y yo me estremecí.
¡sí Pa, es como que, tengo cosquillitas, y me gustan!, le dije, o algo así recuerdo haberle dicho. Entonces, él me acarició el pelo, me dio un beso en la frente y me consoló, diciéndome que de igual modo no era bueno que me toque en cualquier momento.
¡Está bien Gabi, pero cuando quieras hacerlo, andate a tu pieza, y te tocás! ¡Ahí adentro, nadie te va a molestar! ¿Y, no es tan malo que te toques! ¿No te sientas mal por eso!, me dijo, antes de bajarme de sus piernas. Yo me sentía como cuando empezaba a dejar los pañales, que fue como a los 4 años. Y, por otro lado, me encantaba que mi papi me trate así. Supongo que por eso, cada vez que mami andaba cerca, dejaba que me atrape con las manos adentro de la bombacha. Aunque, tampoco es que pudiera evitarlo con todas mis fuerzas. En esos tiempos, mi madre insistía con que debía ponerme algo siempre encima de la ropa interior. Pero mi padre decía que hacía mucho calor para andar tan vestida. Incluso, parecía no reparar en que Flopy se la pasaba desnuda en la galería, jugando con sus muñecas. ¿Sería porque ella tenía 5 años, y le parecía mucho más inocente, o menos grave?
En el verano, era habitual que yo no quisiera bañarme, más que con la manguera del patio, o mojarme con bombitas persiguiéndonos con mi hermana. No me gustaba mucho eso del jabón, el shampoo, secarme y ponerme otra ropa limpia. No me atraían los perfumes. Además, amaba andar descalza, y eso también enfurecía a mi madre. Especialmente cuando entraba a la casa con los pies sucios, y ella terminaba de enserar los pisos. Una de esas veces, mi madre no lo soportó, y me dio un par de chirlos en la cola con una ojota, tras pedirme incansablemente que al menos me limpie los pies. No tuvo intenciones de hacerme daño. Pero yo me largué a llorar, y mi padre volvió a rescatarme de esos “Agudos Dolores Infantiles”.
¡Gabi, escuchame, no está bueno que tu primo le diga a la tía que, que su prima favorita, la más linda de todas sus primas, tiene olor a pichí! ¡A mí no me importa! ¡Yo te quiero siempre, como estés! ¡Me encanta cuando andás toda sucia, porque me hacés acordar a mí cuando era chico! ¡Pero, es importante que, al menos, no te metas la mano adentro de la bombacha, cochina!, me dijo mi papi una tarde de mis 9 años, después de tener una charla con mi madre en la cocina. Él entró a mi pieza, porque yo estaba enfurruñada por haberme sentido retada una vez más. Yo, no me acuerdo cómo fue todo. Pero, yo le decía que no tenía olor a pis, y él comenzó un show de cosquillas. Usaba sus manos, su barba un poco larga, y sus bigotes sobre mis piernas. Yo estaba despatarrada en la cama, en short y remera, descalza, y con las manos todas pegoteadas de helado.
¡Sí mi amor, tenés olor a pis en el pantaloncito!, me dijo, cuando se detuvo justo a unos centímetros de mi vagina, hasta donde aún así llegaron sus cosquillas. Al parecer, yo amagué con largarme a llorar, y él me juntó en sus brazos. Ese día me besuqueó toda la cara, y fue la primera vez que nuestros labios estuvieron tan juntos, que sentí una descarga extraña cuando se rozaron. Al punto tal que le dije: ¡Papi, solo los grandes se dan besos en la boca? Él se echó a reír por mi ocurrencia, aunque pareció palidecer un poco.
Otra tarde, en la que huía de las ojotas dolorosas de mi madre, descubrí que mi viejo había llegado de su trabajo. Me miró como diciéndome “otra vez en líos”, y me escondió con su cuerpo. Cuando mi madre entró en la casa, bajó la guardia conmigo, aunque no tuviera esas intenciones.
¡Gabriela, está bien, dale, no te voy a pegar! ¡Pero, te pido que tiendas tu cama, que hagas los deberes, y que dejes, por favor, de meterte la mano en la chochi! ¿Me podés hacer caso? ¡Y vos, no intervengas por ella! ¡Salgo al súper! ¿Necesitás algo Omar?, recitó mi vieja, apurada y enérgica, aunque cansada de lidiar con la casa, y mi conducta. Papi le dijo que, tal vez algunas cervezas importadas. Yo le prometí que haría todo lo que me pidió, y entonces, mi vieja partió.
¿Otra vez tocándote la cosita Gabi? ¡Debés andar con olor a pichí en las manos todo el tiempo! ¿Los nenes en la escuela no te dicen nada?, dijo mi padre tras descubrir mi picardía. Ya estábamos a solas. Él sentado en su sillón con su teléfono en la mano, y yo, sentada en el piso con una mano entre mis piernas. Esa vez andaba con una remera larga, una bombacha azul, y unas alpargatas.
¡No Pa, no me dicen nada, porque en la escuela, no lo hago!, le dije. Él pareció analizar la respuesta. Puso un canal de música en inglés y golpeó su mano contra su pierna, como hacía siempre que quería hablar conmigo. Yo me levanté, y antes que me siente sobre su regazo me agarró la mano que tenía en la entrepierna y me dijo: ¿Querés que me fije si tiene olor a pipí?
No le respondí, porque se me cortó el aliento. Pero él estalló en una carcajada, y me subió sobre sus piernas para empezar a simular una especie de caballito con ellas. Mientras tanto me decía que tengo que portarme bien con mami, que tengo que parar con eso de tocarme en cualquier momento, en la casa, y otras cosas que no puedo recordar. Y, en un momento, mientras tarareábamos canciones, hablábamos de Andrés, el primo que me acusó con mi madre alguna vez, y yo me reía de lo malo que era su inglés, empezó a hacerme cosquillas. Eso me encantaba, porque él no escatimaba rincones de mi cuerpo. Y, en algún momento de nuestras idas y venidas, porque yo aprovechaba a tironearle los pelitos de los brazos, o de la barba, o de marcarle mis uñitas en los hombros, terminé parada arriba de sus piernas. Ya tenía toda la remera enrollada, y la bombacha medio que se me caía.
¡Arreglate la bombacha mi cielo, por favor!, me pidió de pronto, con una voz distinta, poniéndole fin a las cosquillas. Yo no sabía por qué se había detenido.
¡Sí bebé, tenés olor a pis, en la bombacha, y en las piernitas!, me dijo de golpe, y acercó mi pubis a su cara. Yo empecé a temblar. No quería salir corriendo, ni pensaba en gritar, ni se me pasó por la cabeza pedir auxilio. Solo quería sentir el calor de su aliento, y el roce de su respiración. Noté que empezaba a inhalar de mi aroma, y que trataba de no tocarme con ninguna parte de su rostro. Él suspiraba, murmuraba por lo bajo, volvía a olerme, exhalaba con ternura, y me sostenía de la cola para que no me caiga. No podré olvidarme jamás aquel mar de sensaciones. No me daba asco que mi papi huela mi intimidad. Es más, ardía en ganas de pedirle que me arranque la bombacha.
¡Mirá Gabi, creo que, es la bombachita la que huele a pis! ¡Pero, por las dudas, date un bañito después! ¿Sí? ¿Nos bajamos?, me dijo de golpe, haciéndome sentir una extraña angustia en el pecho. Yo me dejé posar sobre el suelo. Pero inmediatamente, él me dio un chirlito en la cola, diciéndome: ¡Subite eso, que se te ve la cola nena!, y estalló en una nueva carcajada. No sabía por qué me había gustado tanto eso. Y no sabía cómo volver a experimentar algo semejante. Por lo tanto, sabía que, si mi papi me veía con la mano entre las piernas, al menos llamaría su atención.
Otra tarde, mi padre volvió a sentarme en sus piernas. Otra vez mi vieja me había retado, y él mismo fue a buscarme al patio, porque yo lloraba como una maricona, y me llevó al living. Me dijo que me iba a comprar algo rico si dejaba de llorar, y me aseguró que, si seguía llorando, la cara se me iba a convertir en una arruga permanente. Ese día, yo tenía un short con un terrible agujero en la entrepierna. Lo recuerdo porque, tuve vergüenza de sentarme así a upa de mi papi. Entonces, mientras me consolaba, me prometía un helado y veíamos la tele, sentí que uno de sus besos fue a parar a la comisura de mis labios. Me sentí más rara todavía. Era como si de repente necesitara el contacto de sus labios en los míos, además de un cosquilleo re intenso en la panza. Para colmo, sentía que una extraña brisa rugía sobre mi bombachita. No supe cómo hablarle, y empecé a temblar. Sé que esa noche mi vieja y él habían discutido por algún asunto de adultos, y que ella decidió irse a la cama sin cenar. Mi viejo, una vez que me supo más tranquila me llevó a la habitación para acostarme, luego de comer unas hamburguesas. Cuando me quitó el short para arroparme entre las sábanas, sentí que no quería despegarme de su calor, su cariño, su protección. Y al mismo tiempo, tenía unas ganas locas de pedirle que me saque la bombacha, o que me pegue en la cola por haber hecho rabiar a mi vieja. ¡Y ni hablar cuando me dijo hasta mañana tras pellizcarme la cola, con un beso en el cachete de la cara!
En esos tiempos ya me sentaba a mirar dibujitos, alguna peli, o simplemente a hablar de cosas de la escuela sobre las piernas de mi papi. Él, se agitaba de formas raras, me acariciaba el pelo, me olía el cuello disimuladamente, y me hacía más cosquillas que antes. También me pellizcaba la cola cada vez que yo salía con algún disparate, o si decía alguna mala palabra. La vez que rompí un florero de un pelotazo, sin querer, mi vieja me persiguió por toda la casa. Es que, yo era re machona de nena. Jugaba a la pelota, a los autitos con mis primos, trepaba árboles, jugaba a la lucha con mis primas, o andaba en bici. Ese día, mientras mi viejo le pedía a mi madre que no sea tan tremendista por un florero de mierda, me consolaba porque, ya me había dado un par de cachetadas, y me había arrancado las orejas. Entonces, mi madre salió a comprar, y mi papi volvió a pararme sobre sus piernas. Ahí empezó con su ritual de cosquillas, mientras me olfateaba y me preguntaba si me había bañado, si estuve jugando a la lucha con los chicos del barrio, o si me había reído mucho, porque, al parecer tenía un olor a pis insoportable. Yo me reía, mientras él frotaba su cara contra mi pubis, y ni siquiera reprobé el hecho que me haya bajado el jogging para olerme la bombacha. Esa vez, sentí como que sus labios atraparon un trocito de la tela, y que sus bigotes tocaron levemente mi sexo. Pero yo necesitaba más.
¡Vos siempre vas a ser la nenita de papi, la nenita más sucia, chancha y limpita para papi!, recuerdo que me dijo, como si otra personalidad se hubiese apoderado de su voz auténtica. Esa noche, estoy segura que me hice pis en la cama de la conmoción, los sentimientos, y las necesidades que tenía de su cuerpo, sus brazos, su boca y nariz. ¡yo le pertenecía, y él a mí también!
Con el tiempo, ya con 10, o con 11 años, disfrutaba de aparecerme por el living, a altas horas de la noche, cuando mi papi miraba la tele, o hacía informes para su trabajo. La mayoría de las veces, fingía tener una pesadilla, o sentirme triste por alguna boludez de la escuela, o por tener sed, o hambre. Él me veía en bombacha, o con vestiditos, y enseguida dejaba lo que estuviese haciendo. A veces para subirme en sus piernas, o para abrazarme. Así fue que de apoco, también empecé a visitarlo en las siestas. Una vez entré a su pieza para contarle que mami me había pegado con una escoba. Él se alarmó. Pero creo que no tanto como yo, al ver por primera vez la desconcertante imagen de su pito tremendamente parado bajo un bóxer negro. Él intentó cubrirse con el cubrecama. Pero sabía que era muy tarde. Esa siesta me pidió que me recueste a su lado, y que no diga nada, que apenas se despierte de su siesta lo íbamos a charlar. Pero a mí se me hizo imposible dormir. Y, luego, empezaron las siestas con cosquillas, besuqueos, algunos retos para que empiece a cuidar de mi higiene, y más besos.
¡Ya tenés 12 Gabi! ¡No podés ser una nena tan chancha! ¡Además, no es sano que huelas a pichí todo el tiempo!, me dijo una de esas siestas, aunque yo estaba sobre sus piernas, y él, echado en el sillón mirando una peli. Esa vez mi vieja nos dijo que necesitaba la habitación para leer un libro importante, y que requería de mucha concentración. Recuerdo que mi papi me olía las manos después de sacarlas del refugio de mis piernas, y que hasta me separaba los dedos para olerlos mejor. También que se metió mis dedos en la boca, al menos unos segundos que me parecieron años. Pero, lo que me quemó el bocho, fue cuando me dijo: ¡Dale Gabi, ahora mami no está! ¡Así que, podés meterte la mano ahí adentro!
Yo me sorprendí, pero le obedecí.
¡No, por adentro del pantaloncito no! ¡Adentro de la bombachita, vamos!, me corrigió, dejándome hacer lo que más amaba en el mundo. Yo ya sabía que me gustaba tocarme la concha, porque un calor abrazador me lo pedía a gritos. No comprendía del todo las razones. Pero ya a los 12, había leído en un libro algo acerca de la masturbación, y aunque a esa edad la palabra no me decía nada en concreto, yo ya lo hacía, digamos que de una forma autodidacta. De eso, quizás sea responsable mi mami. Una vez, cuando yo tenía 8, me encontró en la ducha del baño, sentada en el piso. Por alguna razón yo había empezado a tocarme la vagina, y, tal vez jugando, me hice pis encima, sin sacarme la bombacha ni las medias. Cuando ella entró, me obligó a ponerme de pie, y me gritó: ¡A vos te parece que eso es normal para una señorita?
Como yo le dije que sí, ella volvió a colocar mis manos entre la vagina y mi bombacha, y me las frotó un largo rato. Desde esa noche, no pude dejar de hacerlo con cierto fanatismo. Incluso, de forma intuitiva, me sacaba la bombacha para olerla. A veces le pasaba la lengua. No sabía por qué me gustaba tanto sus olores y sabores.
Esa siesta, creo que fue la primera vez que sentí, al menos de forma consciente, la erección del pito de mi viejo contra la cola, y también me llené de curiosidades. Para colmo, después de un rato me devolvió al centro de la realidad cuando me tomó ambas muñecas y se pasó mis manos por la cara, diciendo entre suspiros: ¡Olorcito a nena sucia, a pipí de mi hijita chancha!
Pero de repente me bajó de sus piernas, me pellizcó la cola y me mandó a jugar. Muchas veces hacía eso, tal vez para acallar sus propias divergencias, o porque creía que podía lastimarme. Pero yo necesitaba que lo haga, que me huela, que me pida lo que desee, que me mire. Así que, gracias a esos deseos, empezaron mis insinuaciones directas, o al menos lo que yo consideraba como tal. Por ejemplo, como él era el que me llevaba a la escuela, yo, adrede no le daba bola a mi vieja que me llamaba para que me levante. Entonces, él entraba a despertarme con su santa paciencia. Yo, me preparaba antes, para mostrarle a sus ojos mi cuerpo boca abajo, y apenas en bombacha. Como yo simulaba estar dormida, él me sacudía los brazos, y me acariciaba la cola con una suavidad que me encantaba. Como yo seguía sin reaccionar, me daba pequeños chirlos en la cola, haciéndose el malo.
¡Dale Gabita, arriba, mové esa cola, y vestite! ¡No podés dormir así! ¡Dale, que vas a llegar tarde!, me decía, incluso revolviéndome el pelo. Yo, a veces me hacía la tonta y le tocaba los dedos con la lengua.
¡No hagas eso Gabi, que está mal! ¿O, querés que te ponga un chupete también? ¿Digo, porque el olorcito a pipí de bebé, ya lo tenés!, me cargaba con ironía, y seguía tocándome la cara. Seguro que buscaba que mi boca atrape sus dedos, porque cuando lo hacía, tardaba en quitármelos. ¡Me encantaba sentir cómo me mojaba cuando intensificaba sus nalgaditas, cuando me hacía la difícil! Otras veces, empezaba a cambiarme justo cuando sabía que él estaba por entrar a mi pieza. Por lo que, me sorprendía bajándome la bombacha todavía en la cama, o subiéndomela, o en tetas, a punto de ponerme el corpiño. Él se quedaba perplejo, como si no pudiera dirigirse a mí con palabras. Parecía mareado, aturdido, y con ganas de hacer algo con las manos.
¡Y, con esas tetas, todavía olés a pichí Gabi!, me dijo un día, cuando me encontró mirándome al espejo, en bombacha y medias. Eran los tiempos en que, cada vez que llegaba del laburo, yo lo saludaba colgándome de sus hombros, acercándole la boca para que me bese. Como me la pasaba en shortcitos o calzas apretadas, me era imposible no tentarme a buscar la dureza de su pija con alguna pierna, o con el pubis. Una vez, estuvimos un rato largo parados en la puerta, yo refregando mi sexo contra su erección. Hasta que, al parecer se dio cuenta, y me bajó de sus hombros, diciendo: ¡Gabriela, espero que no estés haciendo esto con otros chicos!
Otra tarde, creo que cerca de cumplir los 13, mi viejo me puso en penitencia porque había desaprobado un examen de matemáticas. Pero, sus penitencias eran simples. Me dejaba sentada durante una hora en algún lugar de la casa, sin tele ni compu, pensando en lo que hice mal, y en lo que debería mejorar para revertir la situación que se presentara. En cambio, mi vieja me dejaba sin postre, me obligaba a lavar platos y cubiertos, me pedía que barra el patio completo, que me lave la ropa y que, de paso, complete toda la tarea de la escuela. Todo eso durante un día. La cosa es que, justo cuando estaba por cumplirse el tiempo, él me pidió que le traiga un té de la cocina. Cuando volví, luego de dejárselo sobre la mesita del living, me tomó de la cintura y me sentó sobre sus piernas.
¿Más tranquila Gabi? ¿Pensaste en qué te equivocaste? ¿Y, me prometés que mañana vas a hablar con la seño para que te vuelva a tomar la prueba?, me dijo con tono apaciguador. Yo me largué a llorar, aunque sin sonidos, ni hipidos, ni nada. Mi vieja no tenía que escucharme. Él, por alguna razón me agarró las manos y las ubicó adentro de mi pantalón.
¡Ya está bebé, ya pasó! ¡No llores más! ¡Sé que mañana vas a hacer bien las cosas! ¡Ahora, tocate, así te calmás! ¡Sé que te gusta hacerlo, y mami ahora está en una videollamada con la tía, y no te va a retar! ¡Dale, tocate la chuchita si querés, que estás conmigo!, me dijo, como si supiera las ganas urgentes que tenía de hacerlo. Pero, en sus brazos, me urgían otras cosas. Quería completar los anaqueles de mis curiosidades. Para colmo, sentía que a él se le paraba el pito bajo mi cola, y eso se me tornaba insoportable. Él se tomó el té de un sorbo, como si fuese un jugo fresco de fruta, mirando un resumen deportivo que daban en la tele, y luego puso unos dibujitos que solíamos mirar. Eran de re bajo presupuesto, y se emitían por un canal de cable. Creo que eran argentinos. Ahí empezamos a hacerle burlas al doblaje trucho, a lo pésimo de las cámaras, y a lo ridículo de unas publicidades de pañales. Hasta que él me sacó una de las manos de entre las piernas y se la llevó a la cara.
¡Cómo te gusta andar con ese aroma Gabi! ¡Qué chica rara sos! ¡Y, encima tenés la manito húmeda! ¿La bombacha también?, me preguntaba, mientras olía mi mano casi que con desesperación. Yo le dije que no, y él se empecinaba con que sí. Entonces, empezamos a cosquillearnos. Hasta que una de sus manos entró por el elástico de mi pantalón, y subió la parte de delante de mí bombacha hacia arriba. Ahí comprobó que sí estaba mojada. Cosa que yo, realmente ignoraba. Entonces, casi sin darme cuenta, yo misma me bajé el pantalón. Él, cuando reparé en ese detalle y quise volver a subírmelo, me acomodó un poco mejor contra su pecho, y entonces sentí un pinchazo entre mis nalgas. Claramente era la pija de mi papi, que ya estaba en su punto justo. De impertinente que soy, se la manoteé, y él no me lo prohibió.
¡Bueno Gabi, eso, en realidad, no se hace! ¡Pero, eso que estás tocando, es lo que tienen todos los nenes!, empezó a explicarse, agitadísimo y turbulento.
¡Sí, ya sé Pa! ¡Pero ninguno en mi escuela lo tiene así de grande! ¡A un par de ellos, los espié, en el baño, y tienen pitos chiquitos!, le dije con cierto grado de falsa convicción. Él, se dejó llevar por una carcajada controlada, y me apretó más contra su pecho, al mismo tiempo que mi mano quedaba involuntariamente bajo la presión de mi cola y la dureza de su pene.
¡Basta Gabi, sacá la manito de ahí, chancha! ¡O me vas a hacer enojar!, dijo, recobrando algo de los colores de su cara. No sé por qué se había puesto tan pálido. Sin embargo, de pronto él mismo acompañaba a los movimientos de mi mano con la suya. La deslizaba a lo largo de su tronco, me la apretaba un poquito, y me hacía vibrar con el calor que traspasaba su pantalón. Hasta que, de un impulso frenético me bajó de sus piernas, y tras pellizcarme la cola me dijo: ¡Andá a estudiar nena, y cambiate esa bombachita, antes que venga mami! ¡Hacé el favor!
Una mañana, me despertó para ir a la escuela. Solo que esa vez yo dormí desnuda. Ya en ese tiempo, y con 13 años, mis tetas llamaban bastante la atención. Cuando vino por primera vez, medio que le balbuceé que no me hinche las pelotas, que ya me levantaba. La segunda, me destapé las gomas, colocando la sábana exactamente en el inicio de mi pubis, donde podía encontrarse con facilidad con mi vagina, si llegaba a moverme, o a zarandear la sábana. Pero no me habló con prisa, como lo habría hecho. Se quedó mirándome las tetas. Lo escuché suspirar, y sentí sus ojos penetrándome la piel. Es más, hasta noté su respiración mientras se iba agachando poco a poco para, ¿Olérmelas? ¡Sí, mi papi me olió las tetas, y apenas apoyó una de sus manos en una de ellas! Eso me hizo gemir, y por instante creí que se rompería el hechizo. Pero él se acercó a mi oído y me dijo: ¡No le digas a mami que ya la superaste con esas tetas! ¡Ella nunca las tuvo tan hermosas! ¡Pero, ahora vestite cochina, y tratá de no dormir así! ¡Supongo que, tampoco tenés bombacha! ¡Vamos, arriba dormilona, y nada de peros, ni de chistar! ¿OK?
Esa mañana, él me llevó al colegio en su auto. Allí nuestras insinuaciones tomaron rumbos inesperados, de los que posiblemente ya no había retorno. Y, se desató cuando él estacionó en una esquina para pelar un caramelo. Yo, no sé cómo, ni con qué pretexto, me tiré encima de él y le dije: ¿Y no hay un caramelo para mí?
Él reaccionó de la forma que más necesitaba la sed de mis hormonas alborotadas, cuando sin mediar palabras, me tomó de la cara y me ofreció el caramelo que se había metido en la boca. Apenas su lengua me tocó los labios, y una vez que el caramelo ingresó al fuego de mi boca inocente, le murmuré: ¡Comeme toda Pa, dale, quiero que me des un piquito!
¿Qué decís? ¡De dónde sacaste eso piojita? ¿Cómo yo te voy a dar un piquito?, me dijo, aunque con un brillo renovado en sus ojos negros. Yo le dije que lo había visto en una novela, que un chico se lo pedía a su novio, y él estalló con una carcajada. Arrancó el auto, me acomodó el cinturón de seguridad, y me dijo que no debía ver tanta TV. Sin embargo, cuando llegamos a la escuela, en el momento de saludarnos pegó sus labios a los míos, y la puntita de su lengua se atrevió a separarlos para ponerme loquita de contenta. Enseguida me dijo: ¡Dale, ahora vos sacá la lengua, chanchita!, y me la atrapó con sus labios. Recuerdo que me pellizcó la cola mientras bajaba, intentando no pensar en la humedad de mi bombacha, ni en las cosquillas de mi conchita, ni en los pajaritos que solo yo parecía escuchar en el fondo de mi cerebro. Estuve hecha una tonta todo el día en el colegio. ¡Lo único que quería era llegar a mi casa, y que mi papi me coma la boquita de nuevo!
Aquella tarde no sucedió nada. De hecho, como desaprobé un examen de naturales, los humores conmigo no eran los mejores. Pero, cerca de aquel descubrimiento, mi papi volvió a despertarme, esta vez para llevarme al club. Era sábado, y como necesitaba hacer deportes, mi madre me había inscripto para jugar fútbol femenino, una de mis pasiones de toda la vida. Esa mañana volví a hacerme la boluda, y mi papi, a olerme las tetas. Solo que esta vez me ofrecía ante sus observaciones destapada, y con una bombacha de Garfield, uno de mis personajes favoritos de la infancia.
¿Papi, hoy me vas a dar otro caramelo con la boca? ¡Dale, no seas malo, que a vos te gusta también!, le dije sorprendiéndolo, mientras él se acomodaba algo en los bolsillos. ¿O tal vez se tocaba el pito? es que, yo no lo veía. Solo sentía la proximidad de su respiración en mis tetas.
¡Uy, perdón hija! ¡Yo, solo, venía a despertarte! ¡Dale, que mami ya te hizo el desayuno!, me decía entre asustado y nervioso. Yo, me abrí de piernas, y él me clavó los ojos en el pubis.
¡Y cambiate eso, que parece que Garfield se hizo pis en tu bombacha!, me dijo, tomando uno de mis pies para hacerme cosquillas. Yo empecé a reírme como siempre, hasta que una de sus manos me rozó un pezón. Eso me hizo gemir, y a él, retroceder automáticamente.
¡No pasa nada Pa! ¡Tampoco le voy a contar a mami que me olés las tetas! ¡Te lo prometo!, le dije, riéndome como una pibita. Él puso cara de enojado. Pero su sonrisa reapareció cuando estiré uno de mis pies a centímetros de su cara para que me haga cosquillas.
¿Dale Pa, oleme los pies también! ¡Dale, que sos re cochino! ¡Por poco no me olés la bombacha!, le dije, y sentí una descarga furiosa en mi abdomen, la que lentamente culminaba en mi conchita. Sentí que me humedecía, y tuve cierta vergüenza. Mi papi me hizo cosquillas, y me besuqueó el pie, además de morderme el dedito gordo. Pero yo, poco a poco deslizaba mi cola para que se atreva a besarme la pierna. Al punto tal que, en un momento sentí que su cara estaba cada vez más cerca de mi conchita. Pero entonces mi mami golpeó la puerta, y mi viejo me dijo: ¡Apurate hija, y cambiate esa bombacha! ¿Sabés que andás con olor a pis, no?
Esa mañana, en su auto, volvió a darme un caramelo con su boca, a saborear mi lengua, y a sonrojarse cuando le dije que no me había cambiado la bombacha. Además, antes de bajarme del auto, me sentó en sus piernas, entre su pecho y el volante, y me hizo cosquillas detrás de las rodillas. Pero yo sentía que su pija se frotaba contra mi cola, la que también aprovechó a pellizcarme. Notaba que olía mi cuello, que me sobaba las piernas con urgencia, y que su respiración se acompasaba con los temblores de sus propias sensaciones.
En la tarde, después del almuerzo, nos sentamos con mi papi a ver una peli. Yo estaba a su lado al principio, porque mi hermana hacía sus deberes en la mesa de la cocina, y mi vieja iba y venía con sus quehaceres. Pero cuando ambas se fueron a la plaza, mi papi me hizo upa en sus brazos, y empezó a hacerme cosquillas, mientras me decía: ¡espero que no hayas hablado mucho con ese chico rubiecito! ¡Te vi cómo lo mirabas desde el auto, mientras te esperaba!
La verdad, hoy ni me acuerdo de ese chico. Pero sí sé que había un rubio alto, que jugaba al básquet, y al menos me llevaba 5 años, al que se me hacía imposible no mirar cada vez que iba al club.
¡Naaah Pa, ni ahí! ¡No te pongas celoso de ese chico! ¡Ni siquiera me gusta! ¡Aparte, sale con la hija de la Nora, la flaca del kiosquito!, le dije instintivamente, con mi calor de hembrita desbordada. Él relajó sus músculos, detuvo sus cosquillas y empezó a sobarme las piernas. Mi cola sentía la erección de su pija, y mi vagina la humedad de mi bombacha. ¡Por momentos pensé que hasta me había mojado el vestidito que traía! Y, de repente, quizás por el exceso de abdominales y flexiones que había hecho en el club, más el agotamiento de la escuela, se ve que un sueño repentino empezó a desmoronarme. Lo próximo que recuerdo es a mi papi moviéndose suavecito, como no queriendo despertarme. Aunque, yo lo hice, sin atreverme a abrir los ojos, disimuladamente, para escuchar cómo respiraba, cómo olfateaba mi pelo y cuello, y que algunas palabras se le escapaban de los labios. Cosas como: ¡Mi guachita hermosa, mi bebota, mi chiquita rebelde, y toquetona! ¡cómo creciste nena, qué rico olorcito a bebé tenés mi amor! Entonces, lo dejé hacer, crear, soñar, usarme como se le antoje, olerme, tocarme y acariciarme con esas manos que tanto me calmaban cuando me dolía la panza, o me pelaba las rodillas trepando árboles. Pero, de pronto no pude quedarme callada. Era como si la concha me pidiera que hable por ella. Así que, se me salió del pecho, más rápido de lo que pude pensar: ¡Dale papi, comeme toda, dale que no hay nadie! ¿Querés olerme las tetas?
Él, ni siquiera me regañó, o atinó a bajarme de sus piernas. Por el contrario. Suspiró como si una felicidad enorme le atravesara los pulmones, y me dijo algo como: ¡Ay, chiquita, dale, bajate el vestidito para papi!
Yo, que encima andaba sin corpiño, lo hice, y su barba comenzó a unirse al fragor de mis pechitos recién nacidos, solo para él. Las juntó en sus manos y las olió, mientras me acomodaba con las rodillas sobre el tapizado del sillón, entre las que sus piernas cruzadas temblaban ligeramente. Además, como tenía la colita parada, aprovechaba a pellizcarme y a darme pequeños chirlos. Entonces, cuando bajé la vista, me encontré con la majestuosidad de su pene totalmente erecto bajo un bóxer rojo con pintitas azules. ¡No podría olvidarme de eso, aunque sufra de una conmoción cerebral severa!
¡Papi, tenés el pito re duro, y te bajaste el pantalón!, llegué a tartamudearle, cuando él se pegaba mis tetas a la nariz, y sus piernas daban unos brinquitos que obligaban a sus pies a percutir el suelo.
¡Shhh, callada Gabi, que ahora estoy, oliéndote las tetas! ¿Te cambiaste la bombacha esta mañana? ¿Te bañaste cuando llegaste del club? ¿Segura que no andás con olor a pis? ¡Eee? ¿Segura no tenés olor a meada en la bombacha Gabriela? ¡Mirá que me puedo enojar, y decirle a mami!, empezó a gritarme de pronto, mientras me subía al sillón, haciendo que mis pies se apoyen en el tapizado, y que mi pubis se encuentre con la magnífica expresión de su rostro desencajado. No le costó subirme el vestido y llegar con su nariz a la tela de mi bombacha. Esta vez, luego de olerme desde lejos, sosteniéndome de la cola, lo que duró unos segundos insoportables para mis recuerdos, empezó a frotar su nariz, boca y mentón en mi conchita. Me subía la bombacha y me la bajaba, lamía los laterales y el elástico, y olía frenéticamente mi conchita, aunque sin desnudarla completamente. De pronto, volvió a hacerse de mi cuerpo petrificado, feliz, ferviente de calentura y flotando en nubes de mariposas de otro mundo para sentarme en sus piernas. Esa vez, no lo dudó. Me dijo que me quede tranquila, y acto seguido colocó su pija entre mi culo y mi bombacha. Me hizo saltar encima de él, agarrándome de la cintura, y mientras me pedía que le ponga mis manos en la cara, las que previamente quiso que me pase por la conchita, me decía: ¡Así bebé, qué rica nena sos, qué rico olés pendejita! ¡Quietita, así nena, quietita, que ya te voy a mear esa bombachita, como a una perrita de la calle!
No sé cuánto duró ese momento lleno de cosquillas en mi interior. Pero, no voy a olvidarme de sus pellizcos, de su forma de olerme las manos y chuparme los dedos, ni del beso en la boca que me dio en el preciso instante en que su semen explotó en mi piel, mi bombacha, y hasta en el suelo. Sé que tuve correr a mi pieza, con el vestido pegoteado, después de alcanzarle un trapo de pisos para que él pueda limpiar el enchastre. ¡Nos salvamos por los pelos, porque mi vieja llegó unos minutos después que yo cerrara la puerta de mi pieza! ¡Si me hubiese visto desnuda en ese momento, seguro sospecharía! Pero, por suerte, la que entró una hora más tarde, y me descubrió masturbándome como una loca, fue mi hermana. Claro que ella no entendía nada de eso todavía.
Pero, mi viejo, ahora sí que venía a despertarme con mayores intenciones. Una mañana me trajo el desayuno a la cama, porque yo estaba súper resfriada. De hecho, esa mañana me retó por no haber tomado la medicación. Pero, enseguida se calmó cuando vio que debajo de las sábanas, mis tetas esperaban por su olfato de ratoncito desquiciado.
¿Por qué tenés olor a pis en las tetas Gabi? ¿Qué anduviste haciendo a la noche, chancha?, me dijo al oído, mientras yo le miraba el pito parado, ya que me había sentado en la cama para tomar mi café con leche. Al notar que mis ojos intrépidos no se apartaban de su bulto, intentó ocultárselo con la campera que ya se había puesto para irse al trabajo. Ese día yo no iría al colegio.
¡Hey Pa, te juro que si vos, me traés un regalo, me curo rápido del resfrío!, le dije, sin pensar demasiado. Él me miró desconcertado.
¿Qué? ¡Bueno, dale, yo te traigo lo que quieras!, me decía acariciándome las tetas desnudas. Yo, me armé de valor, y después de tomar un buen sorbo de mi café le dije: ¡Bah, en realidad, no tenés que traérmelo, porque, vos lo tenés! ¡Pero no te enojes! ¡Aparte, yo te mostré las tetas!
¡Ojo Gabi, con lo que vas a decir! ¡Y, además, bajá la voz, que se nos pudre todo si mami te escucha!, me dijo, abriéndome la puerta para que yo lo entere de mis intenciones. Entonces, al ver que yo gesticulaba sin hablar, se acercó para que se lo diga al oído.
¿Me mostrás el pito papi?, me animé al fin. Él, pareció meditarlo unos segundos. Pero enseguida se bajó el cierre de su pantalón de vestir, y se las ingenió para mostrarme, primero, una pija gorda envuelta en otro calzoncillo rojo. Hasta que al fin apartó el velo insoportable que lo cubría, y apoyó una rodilla en la cama, para que se la mire bien. Pero, mirársela, no me bastaba. No sabía qué hacer, ni cómo, ni si era correcto. Pero, él no fue capaz de prohibirme nada. Ni bien se la toqué con una de mis manos temblorosas y húmedas de la emoción, él me dijo: ¿Le querés dar un besito?, yo acerqué mi cara a ese pito parado, con algunos hilos de jugos desconocidos para mí en la puntita, y le pasé la lengua. Mi papi se estremeció, y susurró algo como: ¡Uuuf, así bebé, qué rica boquita!
Yo le obedecí, y fueron varios besos los que colisionaban en su pija, que al mismo tiempo se esforzaba por crecer y engordar más. No entendía cómo no le dolía la base bajo la presión de su pantalón. Se me escapaba la saliva de la boca, sin que pudiera controlarlo. Me transpiraban las manos, y mi cola se frotaba sin mis directivas contra la cama. Sentía que las nalgas se me separaban, y que la bombacha se me empapaba. El olor de esa pija recién bañada, con ese jabón tan característico que él solía usar, me volvía loca. Y más las cosas que él me decía.
¡Así Gabi, dale, más besitos, que a los nenes les encantan los besos en el pito! ¿Sabías vos? ¡Ya vas a ver que a vos también te van a gustar los besos por todos lados bebé cochina! ¡Dale, llename el pito de besitos, de esa babita de nena!, me envalentonaba, y mi sed aumentaba con la efusividad de la fiebre de mis pezones. Él, de vez en cuando me tocaba las tetas, y eso me enloquecía peor. Hasta que, de repente empecé a notar que su pija latía con fuerza, que sus músculos amenazaban con quebrarle la piel, y que los pies de mi viejo no podían sostenerlo en su equilibrio. Él me quitó la pija de la boca en el preciso momento en que me disponía a atraparla con mis labios. Y entonces noté que me había meado toda. Él, de pronto se convirtió en el padre correcto, apurado y nervioso de siempre, mientras se arreglaba la ropa con cierta torpeza, diciéndome: ¿No escuchás que tu madre te está llamando Gabriela? ¡Y, la verdad, si te measte, no es mi problema! ¡Vamos, terminate el desayuno, y andá a bañarte, que tu madre después tiene razón en cagarte a pedos!
Era cierto. Mi madre había golpeado la puerta para decirle a mi viejo que se le hacía tarde para tomar el colectivo, ya que en esos días andábamos con el auto en el mecánico. Para colmo, no solo que ni siquiera se despidió de mí al marcharse. ¡Le dijo a mi madre con toda claridad, para que yo lo escuche, que me había hecho pis mientras tomaba el desayuno! Ese día me enojé con él, y no se me pasó hasta la noche. claro que, tuvo que recompensarme por mentir de esa manera. Bueno, en realidad, sí me había meado. Pero, ni siquiera yo entendía por qué. ¿Tanto se calentaba una chica con cosas sexuales que, hasta podía mearse encima, y sin darse cuenta? Es que, el sabor del pito de mi papi, me había hecho perder los estribos.
Esa noche, después de lavarme los dientes, fui descalza hasta el living, donde él estaba viendo un programa de economía. Mi madre ya se había acostado, y a cada rato le recordaba que no se cuelgue con la tele, que al otro día teníamos que levantarnos temprano para ir a lo de mis abuelos. Cuando me vio, se levantó con un chocolate en la mano para dármelo, con toda la alegría del mundo. Pero yo se lo rechacé.
¡No quiero hablar con vos, porque, ahora para vos, soy una meona sucia! ¡Y encima, mami me obligó a lavar las sábanas, y a tender la cama de nuevo!, le dije, temblando por dentro y por fuera. Él retrocedió, pero no se sentó en el sillón. Dejó el chocolate en la mesita ratona, subió un poquito el volumen del televisor, y se me acercó para acariciarme el pelo. Noté que me olía con cierta sutileza.
¿Qué pasa Pa? ¿Querés saber si tengo olor a pichí? ¡Oleme donde me tenés que oler!, le dije, levantándome de la silla en la que me había sentado. Él me dio una cachetada, un pellizco en la cola, y me dijo que no sea mal educada, que ya demasiado se me habían subido los humos, o algo así. El cachetazo me hizo caer algunas lágrimas, y eso, tal vez lo conmovió por un segundo. Pero enseguida me pidió, una vez que se sentó en su sillón: ¡Vení Gabi, sentate acá conmigo, así comemos el chocolate! ¿Querés? ¡Yo estuve mal esta mañana! ¡Pero, vos, no podés hacerte pichí en la cama! ¿Por qué lo hiciste?
Yo me senté a su lado, y él empezó a acariciarme el pelo, mientras acercaba su rostro a mis tetas. Tenía una remera azul, sin corpiño, y un pantalón cortito, porque ya pensaba en acostarme, le dije que no entendía por qué me había asado, pero, que no podía dejar de pensar en su… bueno, en realidad, no llegué a mencionárselo. Por lo que preferí tocarle el pito con un dedo. Él empezó a reírse, y a subirme poco a poco sobre sus piernas, mientras que con la otra mano abría el chocolate. Recuerdo que mordió un pedazo, y me ofreció morder de ese mismo trozo, sin quitárselo de la boca. Entonces, fue inevitable que nuestros labios vuelvan a encontrarse. Pero esa vez, él me mordía los labios despacito, respiraba ansioso y hacía que mi cola se restriegue contra su bulto, el que renacía cada vez más enérgico y activo.
¡Así papi, comeme toda, me encanta que me muerdas la boca! ¡Oleme las tetas si querés!, le decía, totalmente convencida que podía morirme de amor y deseo en sus brazos, sintiendo cómo le latía el pene bajo mis nalguitas, y cómo el pantalón se me empezaba a caer.
¡Calladita nena, que te voy a oler la bombachita, si seguís portándose así! ¡Y encima, te gustó darme besitos en el pito! ¡Sos una chancha Gabi! ¡Pero, me encanta que seas así!, me decía luego, mientras seguía besando mis labios, oliendo mi aliento a chocolate y pasta dentífrica, y metiendo sus manos bajo mi remerita para tocarme las tetas. Al punto tal que, yo colaboré sin proponérmelo para ponerle las tetas en la cara, y él, por primera vez chupó mis pezones. Fueron dos succiones violentas, decididas y electrizantes para mis sentidos. Pero no se entretuvo todo lo que yo hubiese querido con ellos.
¡Dale Gabi, parate, y bajate el pantalón! ¡Y más te vale que tengas la bombachita limpia mi cielo!, me dijo, más perturbado y refulgente que nunca. Yo lo hice con su ayuda, y en cuanto mi pantalón llegó a cubrirme las rodillas, acercó su cara a la tela de mi bombacha, y la atrapó con la boca. Me olió, suspiró y volvió a olerme. Para mí todo se daba en cámara lenta. Sentía sus manos en las nalgas, para que mi equilibrio no me estrelle contra el suelo, y una necesidad de frotar mi vagina en la cara de mi padre se apoderaba de mis pensamientos. Por eso no pude evitar decirle, en el momento que su lengua tocó un trocito de mi vulva: ¡Dale Pa, chupame toda, comeme la cosita, ahora! ¡Y yo, te vuelvo a dar besitos en el pito! ¿O tengo olor a pichí?
Entonces, mi viejo, que ya me había dejado la bombacha toda babeada, me bajó del sillón con un solo movimiento de su brazo, me dio un chirlo en el culo y vociferó con todas sus fuerzas: ¡Te vas ya a tu pieza Gabriela! ¡Y te cambiás ese pantalón, y esa bombacha! ¡Al final tu madre tiene razón! ¡Sos una cochina! ¡Vamos, a tu pieza a cambiarse! ¡En un ratito voy, y más te vale que estés acostada, limpia, y cambiada!
Enseguida la voz de mi madre se sumó a gritarme cosas desde su habitación. Pero yo no la escuchaba. Otra vez me sentía traicionada, herida, súper dolida. ¿Por qué mi papi me hacía eso? ¿Acaso no estábamos comiendo chocolate, y nos divertíamos besándonos?
Cuando entré a mi pieza, me saqué el pantalón y me acosté, enfurruñada y llena de cosquillas. Por un lado, me urgían unas tremendas ganas de tocarme. Pero por otro, estaba despechada. Me sentía una boluda. Sin embargo, una vez que las luces de la casa se apagaron, la puerta de mi pieza se abrió. Yo me hacía la dormida. No quería hablarle a mi papi.
¡Gabi, soy yo! ¡No te enojes bebé! ¡Sabés que, bueno… es difícil de explicar! ¡Tu olor es como un hechizo! ¡Creo que, si te seguía oliendo ahí abajo, bueno, digamos que ya lo vas a entender!, decía mientras se aproximaba a mi cama para sentarse. Se quedó allí unos minutos. Yo pensaba en si romper el silencio, y juro que el corazón me golpeaba el pecho con todas sus fuerzas. Tal vez, él pudiera oírlo. Y, justo cuando se me ocurrió decirle que ya no estaba enojada, sentí su mano levantar la sábana para que su nariz vuelva a saciarse con el aroma de mis tetas, cada vez más voluptuosas. Entonces, yo reaccioné más rápido para intentar llevarlo al terreno que me proponía.
¡Salí Pa, no quiero que me huelas las tetas! ¡O sea, ahora no! ¡Quiero que me pongas el pito en la boca, para darle besitos!, le largué, tironeando la sábana para volver a cubrirme. Él pareció congelarse en el tiempo. No supo cómo defenderse, o si mandarme al carajo.
¡Gabi, eso que decís, no está bien! ¡Y lo sabés!, dijo al fin, sin creerse demasiado el discurso.
¡Dale papi, mostrame el pito, que ya sé lo que pasa si, te lo chupo!, le sinceré. Cosa que era cierto, porque ya había leído cosas, visto videos, y hablado de la leche de los varones con mis amigas del colegio.
¡Bueno, pero sentate, que papi quiere esos besitos dulces en la verga, mi bebé! ¡Pero nada de hacerse pis! ¿Estamos?, me decía, mientras él mismo me ayudaba a incorporarme. Y, sin más, su pija hermosa comenzó a rozarse con toda mi cara. Yo se la soplaba, le daba mordisquitos en la punta, y le pasaba la lengua como si fuese un heladito. Mi viejo gemía con los labios apretados. O al menos eso parecía, porque la luz estaba apagada, y no podía ver sus expresiones.
¡Qué cochina es mi nena! ¡Cómo vas a comer pitos, guachita! ¡Así, abrí la boquita bebé! ¿Te gusta la mamadera del papi? ¿Viste cómo se me pone? ¡Eso, es por tu olor a nenita en celo!, me decía, y sus palabras me alentaban a lamerlo más, a llenarle el tronco de saliva, y a metérmela por fin en la boca. Ahí fue cuando mi viejo me manoteó del pelo, y casi como sin querer hacerlo, forzó un poco a mis labios para que ese músculo caliente pueda profundizar un poquito más en el incendio de mi paladar. De inmediato, empezó a jadear como un lunático, a retorcerse como si le estuviese dando un cólico, y a expulsar una sustancia blanca, espumosa, agria pero medio dulzona, caliente y de un olor fuerte en mi boca. Aquella crema, como él le decía empezó a mojarme el cuello, las puntitas del pelo, las tetas, la sábana y el abdomen, porque, cuando sacó su pito de mi boca, todavía seguía salpicando semen, y más semen. Yo tenía unas cosquillas que me moría. Pero, al fin había probado la leche de mi papi. Quería que ese momento no se escurra para siempre de mi habitación, de mi cama, ni de mi cuerpo. Él no parecía querer regresar al lado de mi mami. Pero, su humor les devolvía poco a poco la realidad a sus sentidos, aunque luchara contra eso, y, tal vez por aquello mismo me pegó en la mano cuando quise volver a tocarle el pito.
¡Perdoname Gabi, pero, esto, lo que hiciste, y yo te hice está muy mal!, me dijo, ahora sí con ganas de salir corriendo.
¡Hey Pa, yo ya te prometí que no se lo voy a contar a mami! ¡Este, es nuestro secreto! ¡Aparte, tenés que fijarte si me hice pichí!, le dije, sin saber que esas palabras volverían a encender un nuevo jueguito entre nosotros.
¡Tenés razón, me había olvidado que sos una cochina!, me decía, mientras me destapaba y me abría las piernas con su mano libre. Sentí sus dedos en mis piernas, como haciendo un caminito presuroso en busca del tacto de mi sexo. Cuando al fin llegó, palpó mi bombacha, mi pancita, la sábana de abajo y mis nalgas por debajo de mi cuerpo. Después, se hincó para juntar su rostro a mi pubis, y me olió largamente.
¡No te hiciste pis, pero tenés la bombachita mojada de otra cosa! ¿Sabés de qué? ¡Imagino que sabrás que, las nenas cuando se excitan, se mojan!, me explicó brevemente, mientras estiraba mi bombacha y la tocaba con su lengua.
¡Chupame Pa, porfi, que no aguanto más! ¡Comeme toda la conchita!, le dije, y entonces, su lengua edificó un verdadero sube y baja, un torbellino de sensaciones, un tobogán en el que yo me deslizaba, pero jamás caía sobre la arena. Su nariz rozaba mis labios vaginales, y sus dedos me los abrían para que su respiración me robe cada partícula de mis aromas más perpetuos y prohibidos. Su lengua empezaba a entrar de a poquito, y uno de sus dedos se encontraba con mi clítoris, el que yo me había descubierto hacía tanto tiempo atrás. Me pellizcaba la cola, y por momentos me pedía que me siente para darle unos chupones a mis tetas. Después me recostaba, y volvía a saborear mi conchita, a olerme y a regarme con su saliva. También llegó a los inicios del agujerito de mi culo con esa lengua furiosa.
¡Así Gabi, abrite más nena, toda, abrite toda! ¡Dame toda esa mielcita, mojame toda la barba con tus juguitos de nena chancha, dale Gabi, asíii, abrite bebé, así, como cuando te pajeás en la camita!, me decía, cuando yo sentía un zumbido de abejas en los oídos, un hormigueo incesante en los pies, y unas ganas como de hacerme pis. Pero sabía que no se trataba de eso. Y fue cuando la lengua de mi viejo tocó mi clítoris, y uno de sus dedos empezó a frotarme el culo que me estremecí, temblé, gemí con unos agudos que no me conocía, y empecé a acabarle todo en la boca a mi papi. No recuerdo cómo terminó esa noche. solo sé que nos dimos un beso en la boca, antes que él se ponga en contacto con su personalidad, y retorne a su habitación.
Después de aquellas maravillas, de esas cumbres interminables entre lo prohibido, el amor de una hija a su padre y viceversa, de caprichitos, secretos y aventuras, recuerdo que no mas de tres veces mi papi me sentó en sus piernas para besarme en la boca, y ubicar su pija entre mi cola y mi bombacha. Las tres veces yo recibí su semen allí, luego de frotarnos, hacernos el amor con las lenguas, tocarnos y decirnos cosas sucias. Pero, por alguna razón del destino, empezó a inscribirse una distancia entre nosotros. Yo lo provocaba. Pero ya no recibía sus halagos, ni regalitos, ni contenciones. A veces, él intentaba tocarme el culo, o mirarme cuando me estaba cambiando en la pieza. Pero yo me retraía con él, como si estuviese enojada por algo que ninguno de los dos comprendía. A eso se le sumó el cambio de laburo de mi viejo, y los problemas que él tenía con mi vieja. Discutían todo el tiempo. Mi hermana prefería que se separen. Pero yo, no quería que mi viejo se vaya de casa.
Recién a mis 16, exactamente el día de mi cumpleaños, la decisión estuvo tomada, y no había vuelta atrás. Mis viejos, al fin se divorciaban. En la casa reinaba una atmósfera indescifrable. Felicidad, alivio, angustia, incertidumbre y reproches se mezclaban en la cocina, mientras ellos tomaban el último café, Flopy jugaba con su celular, y yo los re puteaba por dentro por haberme cagado el cumpleaños. Entonces, cuando supe que ya estaba demás entre ellos, que no tenía nada que objetar, ni opinar, me levanté y corrí a mi pieza. Recuerdo que tenía ganas de llorar, y que al mismo tiempo me sentía súper alzada. ¿Por qué mi papi se va de casa? ¡Se lleva para siempre todas las cosas que me hacían bien! ¡Su boca, sus juegos, su lengua, su pija, sus pellizcos! ¿Quién me defendería ahora de mi madre? ¡Bueno boluda, pero ahora, ya no sos una nena, ni te meás en la cama, ni andás con la mano en la chocha, como antes!, me decía una cruda voz impiadosa en medio del aturdimiento que me perforaba los tímpanos. ¡Dale maricona, ponete linda, que te van a pasar a buscar tus amiguis, después del mediodía, y la van a pasar bomba!, me recordaba la voz del presente. Esa que no deja que olvidemos el día que vamos transitando. ¡Qué feliz que era cuando mi papi me daba caramelos con su boca, o chocolates, o pedacitos de queso! Permanecía derrumbada en la cama, sin ganas de sonreír, ni de atender el teléfono, ni de mirar por la ventana. Solo pensaba en que las horas debían llevarse este día, y arrastrarme hasta algún sitio donde nadie pueda verme llorar. Tampoco quería despedir a mi padre. En definitiva, yo no tenía la culpa de sus peleas con mi madre. ¿Por qué no nos preguntaban a nosotras con quién queríamos quedarnos? ¿Y por qué mi papi no me llevaba con él, a donde quiera que fuese?
Y, en el peor momento de mis pesares, justo cuando las lágrimas no sabían si convertirse en lágrimas, o en lamentos reprimidos para siempre, oí el picaporte de mi puerta, y tras unos pasos que no pisaban con determinación, la voz de mi padre.
¡Gabi, bueno, tenemos que hablar! ¡No tengo mucho tiempo! ¡Dale, sentate un ratito, que ya no te voy a aburrir más con mis cosas! ¡Pero, me tengo que ir!, dijo con melancolía, una vez que sus piernas se chocaron con mi cama. Yo no di el brazo a torcer.
¡Gabita, vamos, porfi! ¡No me la hagas más difícil!, me decía mientras me acariciaba la cola, ya que me le ofrecía boca abajo, descalza, en short y con la espalda al descubierto por la remerita turquesa que traía. Antes de acostarme, me había sacado el corpiño, porque no tenía intenciones de levantarme, al menos en las próximas dos horas.
¡Andate si te vas a ir! ¡Total, yo no te importo! ¡A mí tampoco me importa si te vas! ¡A vos, lo único que te interesa de mí, es que me vaya bien en la escuela!, le dije, sin poder evitar un llanto cada vez más incontrolable. Mi padre, al dominarme con su fuerza, logró sentarme en la cama, apartarme las manos de la cara, y luego, acurrucarme entre sus brazos, de parado, y sin dejar de sobarme la espalda.
¡No digas eso Gabi, que sabés que no es cierto! ¡A mí me encanta estar con vos!, dijo con la voz tomada, como si estuviese resfriado.
¡Sí, claro, te gusta olerme las tetas, que te pase la lengua por el pito, y olerme la bombacha! ¡Pero nunca te importé de verdad! ¡Nunca me hiciste otra cosa! ¿Por qué, nunca me cogiste por ejemplo? ¡Estuvimos solos un montón de veces, y yo me moría por pedírtelo!, estallé mientras todo a mi alrededor era un fuego incontenible, desde la piel hasta la ropa que me cubría. Incluso sus brazos me quemaban.
¿Qué pavadas decís? ¡Sos mi hija Gabriela! ¿Cómo te voy a hacer eso?, me dijo con cautela, como intentando no elevar la voz, y a la vez silenciar mis sollozos.
¿Qué? ¿Lo de cogerme? ¿Eso? ¡Siempre quise que me cojas, sentir tu pija adentro de mi concha, sentirte adentro, que me acabes adentro, o en las tetas que tanto te gustan!, le decía, mientras él me tapaba la boca con su antebrazo, aunque se me entendía perfectamente.
¡Callate, pendejita de mierda! ¡Estás hablando con tu padre! ¡Al final, yo solo venía a que charlemos civilizadamente, y vos…
¡Sí, un padre que me sentaba en sus piernas para apoyarme la pija en el orto! ¡O un padre que me olía las tetas, la concha, y me decía que mi olor era como un hechizo! ¿Te acordás? ¿Te gustaba mi olor a pichí también?, le decía, empezando a sentir un relax que no me era del todo propio. En respuesta de mis ataques, mi papi me acarició el pelo, me rozó los labios con un dedo y se acercó para besarme la frente.
¡Dale Pa, porfi, llevame con vos! ¡Te prometo que, si me quedo acá, mami va a renegar mucho conmigo!, le dije, y él ablandó su cuerpo en señal de una risa auténtica que le curvó los labios.
¡No puedo llevarte bebé! ¡Me voy a quedar en la casa de un amigo, que encima vive con su esposa y su hijo!, dijo, separándose un poco de las llamas de mi cuerpo.
¡Sí, decime bebé Pa! ¡Decime que te gusto, que soy tu nena chancha! ¡O, mejor decime que soy tu puta, que te calientan mis tetas!, empecé a decirle con desenfreno, tironeando mi remera hacia abajo para que mis gomas atraviesen el escote y renazcan a la luz de la ventana de sus ojos.
¿Qué te pasa nena? ¿Te volviste loca? Dijo mi papi. Pero enseguida empezó a tocarlas con sus dedos, y luego a sobármelas con sus manos suaves.
¡Chupalas papi, que me encanta cómo lo hacés!, le susurré, y él no se atrevió a desafiar a los deseos de sus labios. Atrapó mis pezones varias veces con ellos, los sorbió y mordisqueó, y los juntó en su boca para decirme: ¡Estás re loquita hija! ¡Pero, me encanta el olor de tus tetas, y el de tu bombachita, y hasta el de tus piecitos! ¡Y, ahora, estás hecha una bombona!
¡Dale papi, decime puta, cerda, zorra, decime que soy tu zorra, y chupame bien las tetas!, le decía, mientras con una de mis manos le palpaba el bulto que él mismo me acercaba al cuerpo. Lo tenía duro, caliente y más gordo de como mi tacto lo recordaba. Y de repente, terminé a upa de mi papi.
¿En serio querés que te coja, guachita de mierda? ¿Y, me prometés que te vas a aguantar toda mi verga ahí adentro?, me decía, quitándome el pantaloncito con ciertos problemas, me palpaba y olía las tetas, me pedía que le chupe alguno de sus dedos y me pellizcaba la cola. Yo creo que, porque le calentaba escuchar mis gemiditos.
¡Sí Pa, obvio que quiero! ¡Dale, cogeme toda! ¡Quiero guardar tu semen adentro de mi concha, para no extrañarte!, me salió decirle, con el nudo de mi garganta cada vez más flojito, y mis piernas cada vez más alborotadas sobre las suyas.
¿Y, me prometés que, una vez que te coja, no te vas a hacer pichí como una nenita? ¡Ya sos una flor de putita Gabi, con terribles tetas, y una linda cola! ¿Vamos, sacate la bombacha, y saltame con ese culo arriba de la pija, dale!, me ordenó, presuroso y autoritario, cuando su pantalón de vestir ya no cubría su regazo, y su calzoncillo era todo lo que separaba a nuestros sexos. Yo, entretanto me sacaba la bombacha, y él seguía amamantándome las tetas, tratando de colocarme frente a él, para que mi vagina se roce con su pene. Ahí me hizo dar saltitos, mientras me pellizcaba la cola, o me pegaba con mi bombacha húmeda en la espalda, o me la hacía oler. También me hacía frotar la chuchi en su pija hacia los costados, y de arriba hacia abajo, mientras me decía: ¡Qué rica putita es mi bebé! ¡Ya sos toda una señorita, tetona, que se calienta, se moja la bombacha, se alza como las perritas! ¡Mirate, hasta te salieron pelitos en la concha mi bebé!
De pronto, me apretó con fuerza contra su pecho, y su pene se frotó sin sutilezas contra mi conchita, que se abría sin tener el control de lo que era correcto, preciso, moralmente aceptable.
¡Separate un poquito de mí bebota, así te la acomodo bien! ¡Vamos? ¡Me encanta verte con pelitos en la concha!, me dijo, segundos antes de que su glande se tope con la abertura de mi vagina. Yodo lo que sucedió después, solo mi alma, nuestros cuerpos, su sangre y mis células podrán atesorarlo. Su pija entró sin calma, con determinación, caliente y húmeda adentro de mi sexo, y mi cuerpo comenzó a hamacarse sobre el suyo, a despedir gotas de sudor, a saltar, moverse como si miles de terremotos lo dominaran, a embeberse de sus manos que me arañaban las tetas y el culo. Mi boca se encontraba con la suya, y nuestras lenguas se enroscaban, especialmente adentro de la suya. Mis tetas impactaban contra su camisa desprendida, y algunas veces se agachaba para mamarme un pezón, o para mordérmelo. Me decía que era una putita sucia, una nena golosa, y una excelente besadora de pitos. Yo, solo le pedía que me coja, que me la meta más adentro, que ni se le ocurra acabarme afuera de la concha. No sé si nos escuchábamos, o si nos teníamos compasión en ese momento. Sus chirlos en mis nalgas, no pudieron pasar desapercibidos por mi madre, o mi hermana. Cuando me la sacó de la concha, fue para pararme arriba de sus piernas, darle la vuelta a mi cintura y encontrarse cara a cara con mi culo. Me abrió las nalgas y deslizó su lengua entre ellas, oliéndome como enloquecido. Pero después, me zamarreó para acomodarme como antes, para volver a entrar en mi sexo, y esta vez sí moverse como un toro salvaje. Yo también le rasguñaba los hombros, le mordía los labios cada vez que su pija se frotaba con mi clítoris, y le pedía que me lleve a donde quiera, para seguir cogiéndonos.
¡Dale papi, me vas a necesitar! ¡Vas a querer cogerme siempre, porque te calientan mis tetas, y te gusta cogerte a tu hija! ¿No? ¡Dame pija papi!, le gritaba yo, aunque tal vez sus propios jadeos no lograban que sus oídos decodifiquen mis anhelos. Sin embargo, en un segundo que me pareció glorioso, su pija me hizo saltar unas dos o tres veces, y se oyó con toda claridad la estampida de su lechita caliente invadiendo mi concha de nena en celo. Yo ya no era virgen, pero, estaba más que convencida que me había consagrado sexualmente con mi papi. ¡Cómo me cogió el hijo de puta! No queríamos despegarnos, ni decirnos algo, o mirarnos a la cara. Él, olió un par de veces mi bombacha y mi pantaloncito, sin quitarme del temblequeo de sus piernas. Su respiración era la mejor música que podíamos pedir, y los latidos de nuestros corazones, el pecado más oculto que habríamos querido gritarle al mundo.
¡Gabi, me tengo que ir mi cielo! ¡Me encantó llenarte de mí así! ¡Pero, esto no puede volver a pasar! ¿Lo sabés, no? ¿Sabés que esto no puede volver a pasar?, empezó a decirme, mientras sus brazos me liberaban de a poco, y yo me sentía más desnuda que mi piel. Podía flotar en el olor de su semen que comenzaba a chorrear por mis piernas, y otra vez sentía ganas de llorar. Pero me levanté de su cuerpo bendecido por mis aromas, me puse el short, le moví las tetas a centímetros de su cara, y le ofrecí la boca para besarnos. Lo hicimos, y aún así, yo seguí conservando la calma. Lo dejé levantarse de la cama, arreglarse la ropa, oler mi bombacha por última vez, mirar la hora en su celular, y buscar las palabras para despedirse de mí.
¡Tomá Pa, llevala, así no te olvidás de mi olor a nenita! ¿Querés que le haga pichí?, le decía, metiéndole mi bombacha en el bolsillo de su pantalón. Él me sonrió con una tristeza que me conmovió, y al fin la puerta de mi habitación se abrió. Por ella se marcharon todas mis esperanzas de sentirme protegida, amada, bien cogidita, respetada, valorada y consentida. Claro que, a nuestro modo. No hubo palabras, ni disculpas, ni promesas, llantos o sonrisas, ni la posibilidad de otro encuentro. Yo, permanecí desnuda, con mis dedos yendo y viniendo de mi vagina a mi boca para saborear los restos de su leche. Al menos, hasta que sonó el timbre, y mi vieja me avisó que mis amigas me esperaban en la puerta para salir a festejar mi cumple.
Hoy, a mis 33 años, no puedo dejar de mirar a los tipos grandes. Los imagino oliendo mis tetas, pellizcándome la cola, nalgueándome, mordiendo mis pezones, saciándose con los aromas de mi conchita, y al fin, acabando en el refugio exacto que se crea entre mi bombacha y mi culo. Creo que ya no extraño a mi papi. Pero, daría cualquier cosa por volver el tiempo atrás, y sentarme frente a él con la mano metida entre mi vagina y la bombacha. Fin
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No puedo mas , cada vez te superas, no me quedan palabraas
ResponderEliminarGraciaaaaaas!
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