La culpa de todo la tuvo la escuela. ¿Por qué mierda teníamos que tener música en tercer año? Todos desafinamos como perros, y, salvo el Nico y la desabrida de su novia Yamila, que al menos tocaban algo de Ukulele y cantaban juntos, los demás ni siquiera podíamos seguir el ritmo de las palmas del profe. Al principio todo iba bien, porque solo nos hacía escuchar canciones. Las analizábamos, y la re flasheábamos con que casi todas las letras hablaban del faso, de sexo, de la merca, la birra, o de perrear toda la noche. el profe también se reía, y nos seguía la joda. Eso, a la Maca le encantaba, porque se re calentaba cuando se le ponía cerquita para corregirle, o cuando le agarraba las manos para enseñarle a repetir el pulso del tema que nos había puesto. Pero más o menos por agosto nos empezó a densear con que teníamos que aprender a tocar un instrumento, sí o sí. Al menos para aprobar los exámenes, y el trimestre. Me acuerdo que yo, la Tati y la Meli nos pusimos rojas cuando el forro del Chechu nos dijo: ¡Ahí va che! ¡Ustedes tres podrían probar con la flauta, o la armónica! ¡Total, a esas boquitas les cabe cualquiera! ¡Pero vos Meli, tené cuidado de no tragarte nada!
El profe lo escuchó, pero no le dio ni bola. Tal vez no le pintaba enterarse que las tres le habíamos chupado la pija a media escuela. Creo que el primer día de clases, cuando con las chicas nos miramos a los ojos, supimos de inmediato que éramos unas peteras incurables, que nos calentaba mal que los pibes nos tilden de putas, y nos escriban chanchadas en las carpetas, o por WhatsApp.
El tema es que, ya en octubre, el profe nos cargó con tareas semanales y algunos trabajos de investigación. Lo malo es que no podíamos hacerlos en grupo. Y, para colmo, yo con la guitarra no cazaba una. No quería pedirle ayuda a mi tío Juan Carlos por nada del mundo, porque es un agrandado, un baboso, y porque se hace el rockerito famoso. Pero, de poco me iba dando cuenta que, si no mejoraba, no me quedaría otra opción. Además, no solo tenía que cumplir en música. La de matemáticas y el forro de biología estaban insufribles. Así que, una tarde, después de pelear con los acordes, la puta cejilla y las escalas mayores, decidí visitar a mi tío. Como siempre, me lo encontré sentado en el patio, fumando su tabaco en pipa, escribiendo cosas en un cuadernito, y con su guitarra al lado. Él siempre fue bastante hippie, y eso a mi tía la había enamorado cuando era pendeja. Pero ahora ya estaba medio podrida del tema. Para ella, ahora se había convertido en un vago que fuma mariguana con sus amigos, juega al truco, se hace el filósofo, trabaja cuando quiere y se las arregla para hacer cada vez menos en su casa. Cuando me vio, apenas me dedicó un tibio: ¡Hola Pipi! ¡Qué bueno verte!
¿Y, no me vas a dar un beso, ni un abrazo? ¿No me vas a ofrecer ni siquiera un mate, o algo para tomar?, le dije, haciéndome la ofendida, con la guitarra que me había comprado mi vieja colgando de mis hombros. Recién ahí me miró bien, y se asombró de ver mi guitarra. Aunque, de paso se aseguró de fotografiarme bien las tetas. Mi tío siempre fue re baboso, conmigo y con mis primas. ¿Y ni hablar con las chicas que no son de la familia! Yo jamás lo juzgué por eso. De hecho, por alguna razón me había re copado que me mire así las tetas. Aparte, no podía prohibirle que lo haga, porque yo misma me aparecí por su casa con mi pollera y camisita blanca de la escuela, sin corpiño. Hacía poquito que me había tatuado una mariposa con ojos rojos en el medio de las tetas. Tenía miedo que lo descubra, porque tal vez le contaría a mi vieja.
¡Perdón che, sí, tenés razón! ¿Querés que tomemos unos mates? ¿O te preparo un juguito? ¡La tía no está! ¡Bueno, en realidad, se tomó unas vacaciones de mí! ¡Y disculpá che! ¡Pasa que me enrosqué con una letra que me anda dando vueltas hace rato, y todavía no la puedo plasmar!, me decía, mientras me abrazaba, me encajaba un beso en la mejilla, y se hacía el tonto para rozarme una teta.
¡No pasa nada tío! ¡Dale, mejor un juguito, porque hace calor para tomar mate! ¡Pero, por las dudas, tené cuidado, porque, sin querer me tocaste una teta! ¡Si se lo hacés a la Nati, o a la Ruth, medio que se te van a enojar!, le dije, luciendo una risita estúpida. Ruth y Natalia son mis primas, y quizás las más puritanas de la familia.
Aquel roce me había calentado un poco. Pero no se lo atribuí a sus manos. Más bien al pete que le había hecho por la mañana al novio de Macarena en el baño del colegio. Yo misma me había quedado re manija, porque era la primera vez que no lograba quedarme con la leche de un guacho. ¡Y el forro ni siquiera quiso mamarme las gomas!
¡Bueno che, fue sin querer! ¡Pasa que hoy, ustedes, parece que comen anabólicos por todos lados! ¿Vos te viste las gomas que tenés? ¡Dale, ahí te traigo! ¿Naranja, o manzana?, me iba diciendo, mientras se metía en la cocina, con su mejor cara de pícaro. En ese momento me saqué la guitarra de los hombros, y me senté en una reposerita, al lado de la silla en la que él escribía. Me resultaba atractivo, a pesar que nunca me gustaron los tipos tan altos. Pero, saber que tenía 34 años, que seguro podría dominar a cualquier guachita como se le dé la gana, y en todas las experiencias que seguro había tenido, me estaba haciendo flashearla mal con él. Mi tío, es alto, con varios tatuajes en ambos brazos, con un poco de barba, flaco, de ojos verde oscuro, el pelo rapado en los costados, y una especie de melena en la parte de atrás. Siempre da la sensación de estar volando, o fumado, o inspirándose para escribir una nueva canción. Canta bastante bien, toca guitarra, bajo y armónica. Se viste con ropa normal, pero casi siempre con alguna remera del Che, o con estampados de bandas de rock de los 70. Esa tarde tenía una de Metallica, y un short con flecos y parches por todos lados.
Cuando volvió con una jarra de jugo y dos vasos, reparó en la guitarra que yo traía, y se me empezó a cagar de risa.
¿En serio, viniste a que te enseñe a tocar? ¿Y, desde cuándo te picó el bichito de la guitarra a vos?, me decía, mientras servía los vasos.
¡Dale tío, enseñame! ¡En la escuela nos piden que aprendamos algo de acordes, unas escalas, y toda esa bosta! ¡Y, ningún bichito! ¡El único bichito que me picó, fue el de la bronca, porque no me pinta tocar esto! ¡Me re embola!, le contesté, antes de calmar la sed con el jugo que él mismo me puso en la mano.
¡Sí, y el bichito del crecimiento también, por lo que veo! ¡Aparte, nena, por dios! ¡Si salís por la calle, al menos clavate un corpiñito!, insistió con sus palabras y sus ojos lacerantes.
¡Hey tío, cortala, que me las vas a enfermar de tanto mirarlas! ¡Aparte, no seas antiguo! ¡Hoy se usa así, la camisita, sin corpiño!, le dije, sabiendo que se me estaba endulzando la saliva de mis instintos de gata en celo. Es que, la concha me ronroneaba entre muchos sentimientos encontrados. Me estaba calentando con mi tío, de solo mirarlo. Ahora me perdía mirándole la boca cuando me hablaba, y me daban ganas de comérmelo a chupones.
¿Y, qué acordes te pidieron en la escuela?, me preguntó, como en automático. Yo, saqué mi celular y busqué en los mensajes.
¡Ni idea! ¡Son todos estos! ¡La mayor, la menor, Do, re mayor y menor, ¡y Creo que sol! ¡Y, las escalas!, le decía mientras le mostraba la pantalla del celu.
¡Opa, opa opa! ¡Bueno, es bastante! ¿Y, vos estuviste practicando algo de esto? ¡Yo te puedo enseñar, pero, soy muy exigente, te aclaro!, me decía, acariciándome la mano con la que le sostenía el teléfono.
¡No importa! ¡Tengo que aprender, porque no quiero llevarme esa garcha de materia a marzo! ¡Aaah, y también, hay algo de una cejilla!, le dije, mientras buscaba otro mensaje del profe, y se lo mostraba. Él parecía disfrutar mi desconocimiento.
¡Ahí está la chetita de mamá! ¡No digas que la música es una garcha! ¡Es una expresión artística, y te puedo asegurar que es mucho más útil que saber otras boludeces con la que les queman la cabecita en la escuela!, me decía, abriendo la funda de mi guitarra, quejándose porque, seguro estaba re contra desafinada.
¡Sí, claro, una expresión artística! ¿Y, por eso vos escribís canciones, con fotos de chicas en bolas?, le largué sin anestesia. Es que, cuando se fue a la cocina en busca de la bebida, yo le mironeé las hojas en las que escribía, y encontré, debajo de un cuaderno espiralado, una hoja plastificada en la que había una foto, evidentemente de una revista, de una guacha más o menos de mi edad, posando en bombacha y corpiño, sacando la lengua y sonriendo bajo unos anteojos re tops. Mi tío, ni siquiera se mostró sorprendido, o intrigado por mi descubrimiento.
¡Sí mi amor! ¡La desnudez humana también es arte! ¡Solo, solo uso esas fotos para inspirarme! ¡Aunque, tampoco está en bolas, como decís! ¡Bueno, vamos a ver! ¿Sabés cómo es el nombre de las cuerdas? ¡Digo, porque cada una de estas cuerdas, da una nota al aire, cuando no la pulsás! ¡Por ejemplo, esta, la primera, es mi! ¡Después tenés Si, luego sol, después re, la, y por último mi! ¡Solo que, obviamente, este mi, es mucho más grave que la primera!, iba explicándome mientras tocaba las respectivas cuerdas, una vez que la afinó. Dijo que mi guitarra era de buena madera, que tenía una linda caja, que tímbricamente no sé qué, y que el mástil no sé cuánto.
¿Esto te lo explicaron en la escuela? ¿Lo de las cuerdas, digo?, me preguntó, observando la respuesta en mi cara de desconcierto.
¿Y, por lo menos, sabés la diferencia entre sonidos graves y agudos?, me preguntó. Esta vez le dije que sí, que eso lo habíamos visto a principio de año. Entonces, él me dio mi guitarra y tomó la suya, mientras me sugería que me siente en una silla sin apoyabrazos, como los que tenía la reposera en la que me había echado. Pero no le hice caso. Me dispuse a copiar la posición de sus dedos para hacer el acorde de la mayor, o menor. No había forma. ¡Me sonaba todo como el culo! A él le divertía escucharme rezongar, maldecir y quejarme.
¡Bueno nena, tenés que hacer fuerza con esos deditos! ¡Mucha pinta, mucho colorcito en las uñas, pero poca sopa! ¡Vamos, probá otra vez! ¡Y tratá de no tocar otras cuerdas sin querer!, me alentaba, haciendo sonar su guitarra, mientras yo insistía en hacerlo mal. Después de muchas repeticiones, me sirvió otro vaso de jugo, y yo le tiré, casi sin pensar: ¡Che tío! ¿Y todos los músicos se inspiran viendo fotos de nenas en bombacha?
¡No lo sé Pipina! ¡Cada uno tiene su fuente de inspiración! ¡Aparte, no tiene nada de malo! ¡Dale, probá otra vez, con este! ¡El acorde de Do mayor, que es un poco más fácil!, me convencía, haciendo un ritmo medio folk con ese acorde, mientras mis dedos comenzaban a dolerme cada vez más de la impotencia y el esfuerzo.
¿Nada de malo? ¡Pero, esa chica tiene cara de guacha! ¿Te gustan las chicas con anteojos, y bombacha blanca?, le insistí.
¡Sí, me encantan! ¡Pero, vos no te distraigas!, me respondió, moviendo un poco la silla para acomodarse un poco mejor, para que yo le vea bien las manos.
¡Por ahí, yo tendría que ver a un pibito en bóxer, con el pito parado! ¿No tenés alguna foto de pibes en bolas?, le dije, cada vez más abatida y cansada. Él quiso ponerme una cara seria. Pero de inmediato empezó a reírse con la extravagancia que le fluía naturalmente.
¡Che, eso que decís, son fotos porno casi! ¡Esta foto, solo es artística! ¡A la chica no se le ve nada!, decía mi tío, exhibiendo la foto a la luz del poco sol que le quedaba al atardecer.
¡Naaah, posta tío! ¡Mirá las tetas que tiene! ¡Y, cómo se le dibuja la conchita en la bombacha! ¡Es re gata esa piba! ¡No podés decir que no!, le dije, sabiendo que de a poco empezaba a incomodarlo. Ya no sabía qué hacer con la guitarra, ni cómo lograr que le preste atención. Entonces, optó por volver a la cocina para recargar la jarra de jugo. Yo lo esperé, tratando de sacarle algo decente a mi guitarra. Pero la pobre sufría, pidiéndome clemencia.
Cuando regresó, puso la jarra sobre la mesa, escondió la foto de la chica entre sus hojas, y se sentó para volver a explicarme cómo armar el acorde de Do mayor. Pero, yo no le di tiempo. Me levanté como si una hormiga me hubiese picado el culo, y me senté sobre sus piernas, antes que él alcance a agarrar la guitarra.
¡Tengo una idea! ¡Por ahí, si me hacés upa, vos ponés la guitarra en mis piernas, y me agarrás las manos para acomodarlas como van! ¿Qué te parece?, le decía mientras llevaba a cabo mi peligroso plan. En realidad, solo actuaba por impulso, sin claridad ni un verdadero objetivo. Solo notaba que mi cuerpo necesitaba el contacto del suyo.
¡No Pipi, no va a funcionar así! ¡Vos tenés que mirarme, y tratar de hacerlo sola! ¿Entendés?, me explicaba en vano, porque yo no me bajaba de sus piernas. Y, para colmo, sentía en las nalgas lo inevitable de la erección de su pija, la que ya le había visto abultarle el short cuando me miraba las tetas, o cuando le pregunté por la chica de la foto. Así que, puso la guitarra en mi falda, y me agarró las manos. Las trataba con suavidad, como si se pudieran romper si me las presionaba demasiado.
¡Mirá, esos deditos, tienen que estar más flojitos! ¡No te pongas tensa! ¡Relax, que todo va a salir mejor! ¡Acá, en los espacios, es donde tenés que poner la puntita de los dedos! ¿Se entiende? ¡Y, con esta mano, bueno, vas a rasguear, o a tocar melodías, o lo que se necesite!, me explicaba. Ahora yo escuchaba el motor de su voz grave en la espalda, mientras me hacía laboluda para fregarle la cola cada vez más contra la pija.
¡No te muevas así Pipina, que, sabés que eso no se hace!, me dijo cuando ya era muy evidente que buscaba el tacto de su poronga. Me la imaginaba desnuda, y sentía que se me evaporaba la bombacha. Las brisitas que se colaban por mi pollera no alcanzaban a refrescar la temperatura de mi sexo.
¿Qué es lo que no se hace? ¡Tampoco se le mira las tetas a la sobrina, y vos me las comiste con los ojos!, le largué, ya sin importarme nada.
¡Bueno, Paola, me parece que estás yendo demasiado lejos! ¡Después de todo, soy tu tío!, me dijo, tratando de disimular que el pito se le paraba cada vez más, acomodándose sin querer en el hueco de mis glúteos. Yo, traté de tocar otro acorde, y entonces, como me salió peor que peor, él volvió a corregirme la posición de los dedos.
¡Tenés que digitarlo más al centro de los espacios Pipi, para que no trastee! ¿Me entendés?, me aleccionaba, cada vez más lejos de mis deseos de aprender.
¡Me encanta cómo se te marcan las venas en las manos tío! ¡Y los tatuajes que tenés en los brazos! ¡Más que nada, este colibrí medio fumado!, le decía, mientras le tocaba el tatuaje en cuestión. Ahí, volví a sentir otro nuevo latido de su pija, y me pareció que mi cola se elevó un poco más de sus piernas.
¡Y, a mí me gusta la mariposita que tenés entre las tetas! ¿Tu papi sabe que te hiciste ese tatú?, me dijo, esta vez bastante cerquita del oído. Noté que empezaba a olerme la nuca, a rozarme el cuello con su nariz, y a presionar mi cuerpo contra el suyo, apretándome la panza con la guitarra. ¡No me había dado ni cuenta que se me había desprendido un botón de la camisa, y que entonces, el tatuaje vio la luz de sus ojos con enorme facilidad!
¡Obvio que no! ¿No se lo vas a decir? ¿No cierto tío? ¡Dale, porfi, no le digas! ¡Te prometo que yo, me pongo a estudiar!, le dije, mientras sentía que su pito palpitaba cada vez más rápido bajo el peso de mi cuerpo.
¡A mí no me importa si aprendés a tocar o no! ¿No le voy a decir nada a mi hermanito, siempre y cuando, me muestres esas tetas! ¡Tan santita para sus papis, y con este olor a porrito en el pelo! ¿No me habrás choreado un fasito vos? ¿Aaah? ¿Me vas a mostrar las tetitas Pipi? ¡Lo único que te falta, es andar con olor a semen en la bombacha!, me decía, haciéndome cosquillas con su nariz y su barba en el cuello, oliéndome con lentitud y desesperación al mismo tiempo, y amasándome una teta con la mano que no sostenía la guitarra. Yo, tenía olor a cigarrillo y a porro, porque a la salida de la escuela siempre fumábamos con las pibas.
¡Obvio que no te choreé nada tío! ¡Fumé con las chicas! ¡Pero, mi viejo tampoco sabe que fumo!, le decía, tratando de soportar las cosquillas, mientras él ahora lograba que mi culito se deslice a lo largo de su bulto hinchado.
¡Eeepaaa! ¡Parece que cada vez son más las cosas ilícitas que hace mi sobrina! ¿Vos, no acabás de cumplir los 15? ¿No te parece que estás ocultando demasiadas cositas?, me decía, levantándose con el peso de mi cuerpo encima, aprovechándome a nalguearme un par de veces.
¡Aaaay, síii, puede ser! ¡Pero, yo no me porto tan mal! ¡Todavía, por ejemplo, tengo la concha sin estrenar!, le confié, cada vez más alzada, liberada de temores, sabiendo que todo se nos iba de las manos, poco a poco.
¿Qué querés decirme con eso? ¡Dale, andá, sentate en la reposera, y abrite toda la camisita, así te veo bien esas tetas! ¡Te voy a sacar unas fotitos! ¡Y, más vale que no te hagas la difícil, porque sabés bien que tu viejo, es capaz de mandarte al hospital por todas las cagadas que hiciste!, me chantajeó con absoluto control de la situación. Tenía razón en el fondo. Mi viejo es un tipo difícil, violento, que no escucha ni atiende excusas, ni explicaciones. Para él, un porro es una droga letal. Las perforaciones y tatuajes, son solo para las putas, los maricones y los drogadictos. Y el alcohol, es el peor de los enemigos para los adolescentes.
Una vez que ya no había botones por desprender, mi tío empezó a disparar una foto tras otra. También descubrió que tenía un arito en el ombligo, y eso pareció fascinarle por completo. Entonces, empezó a pedirme que menee las tetas, que me las agarre con las manos, las junte y las separe, y que me chupe los dedos.
¡Dale Pipi, pasate salivita por las tetas, y volvé a chuparte los dedos, que te ves re sexy!, me pidió de pronto, sin dejar de sacarme fotos. Después, me acercó la guitarra y quiso que me siente, colocando las tetas encima de las curvas del instrumento, y que me hamaque hacia los costados, haciendo que tocaba. Después. La colocó de forma vertical en el medio de mis piernas, y quiso que me la acerque todo lo que pueda a la concha. Lo que no era tan sencillo por mi pollera. Para eso tuve que subírmela un poco. Quería que le tire besos haciendo piquitos, que me muerda los labios, que los lama, que me chupe los dedos y que acaricie su guitarra con los dedos húmedos. A esa altura, en todo en lo que pensaba era en sacarme la bombacha y mostrarle mi conchita, para que al fin descubra que lo que le había insinuado, era verdaderamente cierto.
¡Che, Pipi! ¿Y la colita también la tenés sin uso?, me susurró cuando se me acercó para ayudarme a incorporarme de la reposera. Entonces, se le antojó sacarme unas fotos, yo parada sobre la funda de su guitarra, con la camisa desprendida y la jarrita de jugo en la mano. Yo no le respondí, pero estaba más que claro. Todo lo que había hecho sexualmente hablando hasta ese momento, fue petear y petear en la escuela. Y, de repente, la respuesta se supo leer por cualquiera que hubiese estado allí, entre nosotros, cuando mi tío manoteó mi bolsito personal, y murmuró: ¡Vamos a ver qué otras mentiritas guarda la nena en su carterita!, y acto seguido volcó su contenido sobre la mesa, encima de sus hojas, lapiceras y cigarrillos. Entonces, un cargador, un paquete vacío de pucho, un encendedor, mi tarjeta del colectivo, un bloqueador solar, un esmalte, una cajita de forros, y un montón de caramelos y chicles estallaron en la tarde inquieta. Algunos cayeron al suelo.
¡Guaaau, cuántas golosinas! ¡Pero, no es cualquier golosina! ¡En mi tiempo no había tanta variedad de caramelos! ¿Puedo adivinar lo que significa esto? ¿De verdad Pipi? ¿En serio te gusta hacer eso?, me desconcertaba mi tío poco a poco.
¡No entiendo qué me querés insinuar!, le previne con suficiencia, haciéndome la superada.
¡Sí, claro, me imagino! ¡Vos, a lo mejor no seas tan buena con la guitarra! ¡Pero, por ahí, con la flauta te das mañas! ¿No? ¡Especialmente, con la flauta de los varones! ¿Te gusta, por ejemplo, el pico dulce? ¿O te gusta más saladito?, me dijo, levantándome la pollera, juntando su barba media desprolija a mis tetas, suspirando con cierta agitación.
¡Dale, sentate ahí, y abrime las piernas! ¡Y, subite la pollera! ¡Quiero mirarte la bombacha, y sacarte fotitos!, me dijo. yo le hice caso, pero no lo dejé sacarme más de una foto, y eso pareció fastidiarlo.
¡Dale Pipi, mostrame la bombachita otra vez! ¡Te juro que es para un momento de inspiración, y nada más! ¡Nadie se va a enterar!, me suplicó.
¡Primero, decime qué quisiste decirme con eso de la flauta! ¡Yo nunca toqué la flauta! ¡Soy re mala con la música! ¡Y, con la boca, bueno, por ahí con la lengua no tanto! ¡Y sí, me gusta el pico dulce! ¡Pero nunca probé el salado!, le dije con el cartel de boluda total en la frente, para provocarlo. Además, mientras le hablaba, me metía un dedo en la boca y lo sacaba con un hilo de baba que parecía deslizarse en el aire, pero que me goteaba en las tetas y la cara con insolencia.
¡A ver Pipi! ¡No te hagas la boludita con el tío! ¡Es obvio que, las nenas que tienen muchos caramelos en la cartera, es porque, les encanta meterse los pitos de los varones en la boca! ¿A vos te gusta eso? ¿Andar con pitos en la boquita? ¿Eee? ¡Dale, contestame bebé! ¿Te gusta sacarles la leche a los nenes con la lengüita? ¿A dónde lo hacés? ¿en la escuela, después que los pibes hacen pis? ¿O antes? ¿O te los llevás a tu casa, a escondidas de tu mami?, empezó a cuestionarme, mientras me agarraba del pelo, me chupaba una teta, me olía el cuello y se daba tetazos en la cara con la goma que no me chuponeaba. Yo no sabía qué contestarle.
¡Dale nena, dame la manito!, me dijo de repente, tomándola él mismo para posarla en el instrumento que más deseaban mis ansias encarnadas en el celo de mis hormonas.
¡Apretala nena, dale, fijate cómo tengo la flauta bebé! ¿Viste cómo me la pusiste? ¿No tenés ganas de mirarla, para ver si podés hacer algo con esa boquita?, me decía, mientras yo palpaba, le sobaba y presionaba la cabecita de la pija encima de su short, haciéndome la boluda para bajarle el cierre. Mientras tanto, mi tío empezaba a mordisquearme los pezones, y a meter mano por adentro de mi pollera. Me tironeó la bombacha como para bajármela. Pero yo, con la mano que tenía libre, la agarraba de la parte de atrás para que no lo consiga. Hasta que, en un movimiento veloz que no llegué a leer en su cuerpo, me dejó sentadita nuevamente en la reposera. ahí agarró un par de caramelos, los peló y me los metió en la boca, pero, sin alejar sus dedos de mis labios, con la clara intención de que se los chupe.
¡Así bonita, qué rico me chupás los deditos! ¡No quiero imaginarme esa boquita en las cositas de los nenes! ¿Te gusta meterte cosas chiquitas en la boca? ¡Esos pilines, deben ser como gomitas, o chicles! ¿No? ¿Cómo era el pito más grande que te metiste en la boca nena?, me decía, mientras mi saliva le chorreaba por la palma de su mano, y sus otros dedos estiraban mis pezones, o me los pellizcaba medio a lo bruto para que le responda.
¡No sé tío, más o menos, no son muy grandes! ¡Por lo general, casi todos me entran! ¡Y, el más grande, fue el de un chico de cuarto año!, le decía, mientras le abría las manos como para graficarle las medidas de aquella pija más o menos respetable. Ahora lo digo, después de conocer las vergas de los tipos adultos. ¡Y, ni hablar la de mi tío! Una vez que terminé de decirle eso, él se bajó la bermuda y se agachó al frente de mí, con una flor de carpa en el bóxer, en el que ya se veía una humedad imposible de ocultar. Se puso en cuclillas sobre el césped, me abrió las piernas con sus dedos índice y meñique, como para que la amplitud de su mano estirada sea la apertura por la que sus ojos se encuentren con mi bombacha, me pidió que escupa los caramelos que tenía en la boca sobre mis tetas, y luego, sentí el aire de su nariz contra mis muslos, mientras se acercaba respirando como un animal asustado.
¡Qué rico olorcito tienen las adolescentes! ¡Siempre imaginé que sus bombachitas huelen a jaboncito, y a restos de pis, porque se la pasan mojándose en la escuela, o viendo chanchadas en los celulares! ¿O no?, me decía, abanicándose la cara con mi pollera, para que los aromas de mi sexo lleguen hasta su rostro. Yo no le respondía porque estaba hipnotizada. Pero abría y cerraba las piernas, frotaba la cola en la reposera, y me mordía los labios como si estuviese sorbiendo el aire. Además, su perfume me hechizaba. Hasta que, se bajó apenitas el bóxer, dejando su glande bajo la presión del ancho elástico, y comenzó a ponerse de pie. Vi que le brotaba una cantidad de líquidos que me sacudieron el alma y las papilas gustativas. Supongo que mi carita de hembra alzada debió tentarlo entonces, porque mientras se levantaba, veía que sus ojos buscaban traspasarme las tetas y la boca.
¡Ya me parecía que no eras tan santita como tu papi cree! ¡Te gusta esto que ves, nenita? ¡Querés ver si se parece a los pititos que te comés en el cole bebé? ¿Viste cómo se me puso de gorda? ¿Vos, pensás que te puede entrar en la boquita? ¡Este, va a ser mi pago por enseñarte, burrita! ¡Sos una descerebrada con la música, porque no te importa un carajo! ¡Pero, si te portás bien con esa boquita, a lo mejor, podés aprender bien!, decía, mientras poco a poco se bajaba el bóxer, haciendo que renazca ante mis ojos un músculo repleto de venas, hinchado, grueso, de unos 20 centímetros de largo, que resplandecía con los rayitos de sol y los hilos de juguito que seguían acumulándose en su glande.
¡Sí tío, quiero! ¡Quiero tomar la lechita! ¡Ya tengo hambre!, le dije, casi sin pensarlo, sintiendo que por poco me meaba encima de la calentura que ya no podía disimularle de ninguna forma.
¡Aunque, por ahí, ustedes, los grandulones, se la dan como que se las saben todas! ¡A lo mejor, solo lo tenés grande, y no sale nada de leche!, agregué antes que tome alguna decisión, sacando la lengua para que gire alrededor del redondel de mis labios abiertos y babosos. Entonces, cuando parecía que iba a ponerse violento, me agarró una mano para que con ella termine de bajarle el bóxer, y al fin dijo, con la voz mucho más melosa que antes: ¡Arrodillate en la reposera bebé, así ponés a calentar un ratito la mamadera entre tus tetas! ¿Querés? ¡La leche, se toma calentita! ¡Así que, ahora, tenés que sobarme la pija con esas tetas hermosas que tenés, perrita, vamos!
Ni bien mis rodillas se acomodaron sobre los hilos de junco prensado de la sillita, la carne caliente de su pija se anidó entre mis tetas, y la alfombra de su vello púbico me erizó la piel, tanto como el olor que despedía su cabecita hinchada. En menos de unos segundos, ya tenía las gomas todas pegoteadas de sus jugos y mi saliva, ya que él me pedía incesantemente que le escupa el glande, y que me babee las manos para acariciarle las bolas. También las tenía grandes, acaloradas y pesadas. Parecía que en cualquier momento podían estallar en mis manos. Pero todavía no debía metérmela en la boca, porque faltaba que la leche esté bien caliente, me repetía una y otra vez. Así que, estuve un rato delirando con las frotadas de su pija en las tetas, con algunos latigazos, y con sus intentos de pajearse contra la puntita de mis pezones. Hasta que me dijo: ¡Dale Pipi, sacate la bombachita, y dásela al tío, así se le pone la leche bien calentita, espumosa, como les gusta a las nenas como vos, y te la tomás toda! ¡Vamos bebé, dame tu bombachita, que seguro tiene un olor a culito y a pichí deliciosos! ¡Volame la cabeza nena, vamos, quiero esa bombachita!
Tuve que hacer un equilibrio terrible para no caerme de geta al suelo, y complacer a mi tío, porque él no dejaba de pegarme con el pito en las tetas, ni de sostenerme de las mechas. Pero la reposera no tenía tanto espacio para maniobrar mis piernas. Sin embargo, una vez que la bombacha me colgaba de un tobillo, él mismo me la terminó de sacar, y se la frotó por toda la cara, aullando por poco de placer. Después se la enredó en el tronco de la pija, y me agarró del pelo para que mi boca apenas le rodee el glande.
¡Despacito bebé, todavía no te la metas! ¿Estamos? ¡Vamos, bien suavecito, rodeala así con la boca, y apretala un poquito con los labios! ¡Qué rico olor a pis que tenías en la bombacha pendeja! ¡Te re meás cuando te acaban en la boca seguro! ¿O te pinta más la acabadita en las tetas?, me decía, tratando que yo no me envicie. De hecho, cuando le dejaba un poquito más de espacio entre los labios para que su pene se deslice entre ellos, él me retorcía un pezón. Pero, en definitiva, ya era inevitable retrasar al momento en que el calor de mi garganta haga sus honores. Así que, después de lagrimear con el último pellizco a mi pezón derecho, él mismo me sujetó del pelo para meterme la pija hasta la garganta, donde comenzó a resonar un concierto de arcadas, toses, eructos forzados, gargarismos y cachetadas. Para colmo, mi bombacha había quedado casi que tatuada en el inicio de su pubis, y algunos destellos de mis propios olores me llegaban al cerebro.
¡Uuuuf, cómo te gusta la mamaderita nena! ¡Qué rico te entra la pija guachita! ¡Así, comete todo, así bebota del tío, abra más esa boquita sucia, bien mamadora, lechera! ¿Te gusta más el pito de los nenes? ¡O la mamadera del tío Juan? ¿Eee? ¡Esos nenes seguro tienen olor a pichí, y a culo! ¡Tomá nenita, así, limpiate los moquitos con tu calzón meado! ¡Así guachita, toda esa naricita limpiate! ¿Qué pasa? ¿Tiene mucho olor a meada?, me decía el tío mientras me sonaba los mocos con un trozo de mi bombacha, me garchaba la garganta con fuerzas, me enredaba el pelo y me cacheteaba las mejillas cada vez que me encastraba la pija entre las muelas y la parte interior de los pómulos. Cuando me la quitaba un ratito de la boca, era para que les babee los huevos a escupitajos, o para fregármela con todo en las tetas. Después, volvía a la carga por el calor de mi lengua. En un momento me encajó otros caramelos en la boca, y me pidió que trate de masticarlos mientras le daba piquitos en la cabecita de la chota. Yo no entendía por qué tardaba tanto en darme la leche. ¡Los guachos del colegio, algunos me rebalsaban la boca con un par de chupadas, o después de morderles un ratito la puntita! Me acordé de la Tati, que era la única de nosotras que le había comido la poronga a un pibe más grande, a su primo de unos 24 años. Ella nos había contado que no se le hizo tan fácil hacerlo acabar, y que terminó con un calambre en la mandíbula que le duró días.
De repente, mi tío hizo sonar una terrible sopapa al quitarme la mamadera de la boca, y yo fingí ofenderme. Pero, solo había sido para abrirme las piernas, y pedirme que yo misma restriegue mi bombacha en mi vagina, y que luego se la devuelva. ¡Hasta yo me sorprendí de lo empapada que la retiré del calor de mi vulva! Él, pareció al borde de un ataque de nervios. Esa vez me manoteó de la cintura y me puso en cuatro patas arriba de la mesa, donde ya no había cuadernos, ni lápices, ni guitarras. Empezó a nalguearme el culo subiéndome la pollera, oliendo mi bombacha, la que mantenía suspendida en el aire con sus dientes, mientras me decía: ¡Escuchame bien lo que te voy a decir, borreguita! ¡Mañana, a la misma hora, te quiero acá! ¡Me entendés? ¡Yo te voy a sacar buena, vas a ver! ¡A partir de mañana, vas a tomar clases conmigo, pero desnuda! ¡Quiero que me dejes tu olor a concha en la guitarra, peterita hermosa! ¡Y, no quiero excusas! ¡Mañana, acá, y con la ropita del colegio! ¡Nada de olor a pito de nenes en la boca! ¡Ahora, te voy a dar la lechita, porque, las nenas gorditas como vos, necesitan alimentarse, putita sucia!
Y de pronto, hizo caer la mesa de una patada, en la que yo estaba precariamente ubicada. Yo, aterricé sobre el pasto. Él ni se apiadó de mí, ni yo lo necesitaba. En un solo impulso, me cazó del pelo, me castigó la cara con tres o cuatro pijazos violentos, y me la engrampó en la boca. Ni bien le hice un anillito con la lengua, ya en el interior de mi boca, empecé a toser, a hipar, moquear, lagrimear, a dar arcadas, y a tratar de esforzarme por respirar algo más que no sea semen. Es que, mi tío explotó adentro de mi boca, sin medir consecuencias. Varios chorros de leche me hicieron arder las fosas nasales al inmiscuirse por allí, y la garganta me escocía de lo ácida y caliente que era su lechita. Pero una vez recuperada del impacto y la sorpresa, empecé a saborear cada gotita, cada resto de semen de mis labios, mi mentón, mis tetas y en los mechones de pelo que me había salpicado. Parecía una desquiciada lamiendo mi propio pelo, oliendo el bóxer que él había dejado tirado a mi lado, moviéndole las tetas como para volver a seducirlo. Él jadeaba, temblaba y se recuperaba al mismo tiempo de un estremecimiento que le había vuelto los ojos de un color demoníaco. Pero me miraba con ternura, obsesión y deseo.
¿Te gustó la lechita Pipi? ¡Parece que sí, porque no parás de chuparte los labios! ¡Aunque, no creo que sea la primera vez que se te vuelca lechita en las gomas!, me decía mientras me ayudaba a levantarme, y yo recobraba el sentido al notar los raspones que me había hecho en las rodillas, producto de la caída. Cuando quise empezar a vestirme, él se negó rotundamente a devolverme la bombacha.
¡Si te ponés esto, te vas a paspar toda nena! ¡Además, tiene manchitas de caca!, me dijo, y se echó a reír, olfateando la parte de mi bombacha que le coincide a la concha.
¡La verdad, para tener 15 añitos, y mearte así la tanguita, la chupás re rico Pipina! ¿Vamos, a tomar una lechita de verdad? ¡tengo jugos, gaseosa, o cerveza! ¡Pero vos no tomás alcohol, me imagino! ¡Aaah, si querés, para mañana me como varios chocolates, así te preparo una chocolatada, y te la tomás toda! ¿Querés?, me dijo, sin desviar sus ojos de mis tetas. Claro, yo tampoco podía separar mi visión de su pija semi dormida, ahora hecha un despojo, pero que, cada vez que le meneaba las tetas, parecía dar un nuevo saltito.
¡Tío! ¿Y, si para mañana hago bien las cosas, le vamos a convidar lechita a ella?, le dije, señalándome la conchita por la abertura de mi pollera.
¡Vamos Pipi, que, si llega a venir alguien, o algún vecino nos ve, se nos arma la podrida! ¡Adentro vamos a estar más cómodos!, me decía, aunque yo no pude seguirlo, porque, ya había atisbado a lo lejos el sonido del motor del auto de mi viejo. Por suerte tenía una camioneta del año del jopo, que humeaba como loco, chirreaba y hacía que el ruido de su carrocería despintada suene por las calles como un corso.
¡Es mi viejo boludo! ¡Mejor, guardo todo, y nada, obvio que, él sabía que venía a que me enseñes guitarra!, empecé a decirle apurada, mientras él me pellizcaba la cola.
¡Si mañana venís con la bombachita limpia, por ahí te la ensucio un poquito! ¿Sí bebé? ¡Dale, preparate que le voy a abrir al gruñón de mi hermano!, me dijo antes de comerme la boca, de olerme las tetas por última vez, y de separarse de mí, acercándose cada vez más al pesado portón que nos separaba de la realidad. Fin
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Parte 2 quiero leer cuando se la coje
ResponderEliminarJajaja! Perdón, pero, no sé si será posible saber esa parte de la historia. Todo dependerá de la Pipi! Jejeje! ¡Besoteee!
EliminarJajaja! Perdón, pero, no sé si será posible saber esa parte de la historia. Todo dependerá de la Pipi! Jejeje! ¡Besoteee!
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