Obsesiones

 

Habría jurado con todo mi ser que fue un sueño. ¿Pero, acaso no había sido eso? ¿Un mero efecto de los somníferos que tomaba para poder dormir en las noches? ¿O, me afectaba tanto la crisis laboral que, me hacía alucinar? ¡No! ¡Nada más alejado de la realidad, o de la fantasía! ¡Pero demasiado más de lo que un hombre corriente, sencillo y con pocas aspiraciones pudiera ambicionar! Bueno, es un poco difícil, por no decir tedioso empezar por el principio. Y, tal vez, ni siquiera sea necesario del todo. Es que, cuando se tienen más de 50, y cerca de 60, el sexo se vuelve un condimento fundamental para encontrarle el sentido a una vida que se carga de frustraciones, cosas realizadas, sentimientos mustios, libertades reprimidas, cigarrillos consumidos porque sí, cafés fríos en mesas de citas que debieron postergarse, y demás cuestiones de archivo para la mente humana.

Mi nombre, podría ser cualquiera, pero es Juan Carlos. Un nombre que no me identifica, ni me ata a nada en particular. Me cacé joven, tuve hijos, algunas empleadas para que mi esposa solo viva para ella, un par de perros, vacaciones casi todos los años, y siempre gocé de un buen pasar económico. Con “Liliana”, nos llevamos siempre bien en prácticamente todo. Incluso, de jóvenes, la parte sexual no era un problema. Garchábamos seguido, y los dos creíamos, o nos convencíamos de no necesitar nada más que a nosotros. Éramos ingenuos, aburridos, adoctrinados por la sociedad. Pero no veíamos esos defectos, porque nos rodeábamos de rutina, obligaciones, hijos, actividades y reuniones con amigos. Pero, después de los 40, todo empezó a volverse casi nulo en esos menesteres. Era cuestión de sacarnos la ropa, meternos bajo las sábanas, colocar mi pija en su concha y bombear, hasta que yo acababa adentro de ella, y nos dormíamos. Era rutina, automaticidad momentánea, y cumplir con el protocolo matrimonial. Éramos egoístas, poco considerados, o inexpertos en eso del diálogo con la pareja; aunque no reparáramos en eso. Y así avanzamos, siempre hacia adelante.

Yo, en la oficina recibía todo tipo de publicidad y oferta sexual. Desde sugerencias para suscripciones a sitios Web de pornografía, hasta mails de mis compañeros con videos de rubias infartantes cabalgando pijas, o de peteras infernales rodeadas de vergas color chocolate, o de lesbianas enfermándose el clítoris con sus lenguas. Eso precisamente, era una de las cosas que más me volaba el marote. Todo eso me hacía estallar la razón, y me transportaba a un mundo absolutamente mío, en el que yo poseía a esas mujeres. En realidad, no podía hacer más que pajearme bajo mi escritorio, hasta llenar mi cesto de basura de servilletas. Pero en esos instantes me sentía bien, libre y a gusto con mis pensamientos. Además, leía relatos eróticos, visitaba chats de encuentros para sexo virtual, y cada vez más me encomendaba a mi trabajo, con la excusa de llegar tarde a mi casa. O, viceversa. Me perdía en los culos de mis secretarias, en las tetas de las chicas de limpieza, y me obsesionaba con pegarle una tremenda cogida en el ascensor a Martina, la rubia imponente que laburaba en el área de recursos humanos. Pero no era capaz de la mitad de las cosas que craneaban mis intenciones. No me desubicaba con las chicas, ni las avergonzaba. No era mi estilo. No podía convertirme en un degenerado machista, y tener problemas legales por eso. A pesar que mis casi 20 años de aburrimiento con mi esposa me conducían a un precipicio del que no conocía sus dimensiones.

De modo que, poco a poco fui intentando abrir el diálogo con Lili. Le fui franco, apuntando directamente a los sentimientos, para que no crea que, por culpa de otra mujer, o de un desinterés repentino, yo le propondría semejantes cosas. Pero, le sinceré que los dos necesitábamos más adrenalina sexual, probar nuevas cosas, jugar como al principio, seducirnos más, buscarnos, celarnos, o, aunque sea discutir para reconciliarnos y revolcarnos como antes. Ella parecía no sintonizar igual que yo. Pero accedió a usar un pequeño vibrador bala que le obsequié para su cumpleaños. Era suave y flexible, de silicona, apto para usar en el agua, liviano y de muy buenas puntuaciones, según mercado libre. Le confesé que me volvería loco verla hacerse una paja, y a pesar que estalló en una carcajada histriónica, lo aceptó. Esa misma noche se quedó en pelotas para mí, sobre la cama, y empezó a jugar con el chiche entre sus labios vaginales. Pero se quejaba todo el tiempo, diciendo que era una ridiculez, que eso no tiene nada que ver con el amor, y cosas por el estilo. Así que, me dispuse a comerle las tetas, mientras ella profundizaba el juguetito entre sus jugos. Eso la animó un poco más. Pero rápidamente se decepcionaba, y me pedía que yo terminara el trabajo por ella. O sea que, yo terminaba de pajearla con mis dedos, “Porque Jamás se animó a que use mi lengua para tocar su sexo”, y en el momento en que su orgasmo se aproximaba, se relajaba a tal punto que le entraba un sueño angustiante que la dejaba hecha un despojo humano. ¡Ni hablar de pedirle ayuda con lo mío! Aún así fui perseverante. Siempre intenté que nuestros juegos sexuales fuesen hacia esos lados. Empezaba a manosearla con cariño y verdaderas ganas, jugaba con mis dedos en los labios de su concha hasta lograr que, muy despacio, ella misma pose sus manos sobre ellos para jugar solita con su clítoris, mientras el tacto de mi lengua y dedos se ocupaba de sus tetas, su boca y del resto de su piel. Notaba que le fascinaba que le chupe las tetas, y en esos momentos, a veces ella misma se las manoseaba, sin dejar de estimular su botón mágico. Pero, siempre sucedía que perdía interés, y finalmente yo debía apagarle el fuego con los dedos. A pesar de ser testigo de los ríos de jugos que brotan de su interior, y del goce que ardía en su mirada. Explotaba como una yegua entre mis dedos, mientras yo le repetía que se perdía la mejor parte. Otras veces me pedía que me suba encima de su cuerpo se la clave. Era siempre lo mismo. Y, si a esto le sumamos que había estado cerca de una hora estimulándola, mi ser y yo nos quedábamos poco a poco sin incentivos.

Muchas veces yo terminaba pajeándome en el baño, porque la señora no quería que la despierte, o me iba al sillón para ver una porno en el celu, o la tele. Algunas veces, me pajeaba ahí nomás, al lado de ella, y ella, ni se inmutaba. Hoy, el juguete permanece casi intacto en uno de los cajones de la mesa de luz.

Probé con regalarle rosas, bombones, ropa interior provocativa, perfumes exóticos, y algunos afrodisíacos. Hice de su psicólogo, su amigo, su animador oficial cuando andaba bajoneada. Hasta le propuse que podía tener un amante si quería, o que podíamos incluir a un tercero en la relación. Hablamos de viajes, de redecorar la casa, de buscar actividades para hacer juntos, una vez que yo volvía de la oficina; pero nada de nada. El propósito era salvar nuestra vida sexual, y solo ese. Y no es que le faltaran luces, o nafta para convertirse en una mujer fatal. Algunas veces, mojaba mi pija en las copas de champagne que solíamos compartir por las noches, y se la metía en la boca un buen rato. No es buena mamando pijas. Pero, la sola sensación del tacto de su lengua caliente en mi glande me encendía. Un par de veces le maquillé los labios y las mejillas con mi lechazo repentino, tan inesperado para mí como para ella. La primera vez, se escandalizó, al punto que no me habló en todo el día siguiente. La próxima vez, lo tomó con algo más de naturalidad. Aunque no se atrevió a saborear mi semen.

De modo que, me acostumbré a recibir sus evasivas. Una vez le propuse que se haga una paja y se grabe, y que luego me envíe el video a mi teléfono. Le juré que lo vería en mi oficina, en el horario libre que nos queda luego del almuerzo, y le dedicaría un homenaje solo a ella. Yo también podría grabarme en pleno acto, puesto que tengo licencias para encerrarme con llave si así lo quisiera. Pero no aceptó. También le propuse esperarla en un bar, o que ella me espere vestida de forma sugerente. Le di la idea de jugar a los desconocidos que terminan aventurándose a coger en un telo, o que venga a mi oficina para tener sexo allí, o buscar la forma de incluir a otra chica en nuestra cama, solo para que interactúe con ella. Eso me estaba comiendo el bocho. Quería verla chupar otras tetas, y que otros labios femeninos se alimenten de las suyas. No entendía por qué, pero a menudo me la imaginaba abriéndole las piernas a otra mujer, y la pija se me paraba irremediablemente. Le inventaba que tenía sueños con ella, en los que nuestra empleada la espiaba cuando se cambiaba, o que nuestra sobrina Anahí le mostraba las tetas haciéndose la boluda, o que ella le nalgueaba el culo a Anahí, mientras ésta lavaba los platos.

Anahí solía quedarse algunas veces en casa para ayudar a mi mujer con las cuestiones informáticas, ya que vende productos de cosmética y belleza por catálogo a todo el país, a través de su página Web. Anahí, es hermosa. una bombona de mujer con un culito bien puesto, unas tetas chiquitas pero que saben cómo revotar en esos topcitos ajustados que usa, unos ojos verdes que te devoran cuando sonríen, el pelito largo rubio, y una boquita imposible de no imaginarla rodeando el glande de algún pibe de buena posición económica, ya que mi hermano le inculcó esos parámetros. Anahí estuvo la noche en que intentamos un nuevo juego con Lili. La pobre se asustó cuando escuchó a su tía llorar, en medio de una crisis de pánico, o algo similar. Es que, esa noche la até con algunas de mis corbatas en la cama, boca arriba de pies y manos, con su consentimiento, solo para calentarla con besos, roces con una pluma al mejor estilo pincel de un pintor de imponente talento, caricias, pellizcos, lamidas y algún que otro mordisco, exacerbando sus sentidos, obviando sus tetas y su vulva. Pero, cuando le tapé los ojos con un pañuelo de seda, empezó a gritarme cosas incoherentes, a decirme que era un sádico, un psicópata, y a culparse por haber permitido que yo la someta de esas formas. Entonces, cuando logré calmarme para tranquilizarla, una seguidilla de golpes serenos se oyó en la puerta del dormitorio.

¿Tío, la tía está bien? ¿Está con vos? ¡Me pareció escuchar que lloraba!, moduló la voz de Anahí al otro lado. Lili me miró con reprobación, y me obligó a responderle que todo estaba en orden, aunque no hiciera falta. Y entonces, en medio del fracaso de la noche fallida, una vez que Lili comenzó a soñar, yo bajé al living. Pensaba en beber algo fuerte, o en menearme el muñeco frente al televisor con una peli porno de fondo. Ni siquiera me importaba si era buena, o de bajo presupuesto. Pero ahí estaba mi sobrina. Echada en el sillón, con un camisón veraniego, sin corpiño, mirando un programa de moda, aunque más atenta a su celular.

¡Perdón hija! ¡Solo, venía a tomar algo! ¡Ya me voy!, balbuceé, sintiendo que las mejillas se me inundaban de colores que no podía definir.

¡Ta bien tío, no pasa nada! ¡No es la primera vez que alguien me mira las tetas!, dijo con picardía, dedicándome una sonrisa radiante, acomodándose el pelo como para que el color moreno de sus pechos me atraviese las pupilas con mayor pulcritud.

¿Qué le pasó a la tía? ¡Ya sé, no me digas nada! ¡Quisieron tener sexo, y ella se arrepintió de entregarte algo! ¡No te preocupes tío! ¡En general, a las mujeres nos cuesta entregar la cola así nomás!, me reveló, congelando todo intento de mi boca por responderle. ¿Cómo podía tener el tupé de salirme con semejante disparate, delicioso, y caliente?

¿Cómo? ¡Nooo nena! ¡Estás meando afuera del tarro! ¡No es nada de eso! ¡Ojalá, de última me negara algo así! ¡Solo, es que, bueno, anda medio sensible por algunas cosas! ¡Pero, está todo en paz, creo!, le dije, sintiendo que mis gotas de sudor me delataban más que la torpeza de mis manos mientras me servía una medida de whisky.

¡Tío, yo ya soy grande! ¡Tengo 19 años, y hace rato que dejé de chuparme el dedo! ¡A la edad de ustedes, tendrían que relajarse un poco más! ¡Si querés que ella te entregue la cola, tenés que saber cómo pedírselo, y cómo llevarla a ese clímax! ¡Además de usar buenos lubricantes!, redobló la apuesta, impacientándome un poco.

¡Es que, no entendés! ¿Quién te puso esa idea en la cabeza? ¡No creas que te las sabés todas, porque no es así! ¡Tu tía y yo somos adultos, y lo que hagamos, solo nos compete a nosotros!, le dije, y de repente no pude seguir hablándole, porque el botoncito de arriba del camisón se le desprendió de repente, como si ella lo hubiese hecho a través de sus pensamientos.

¡Tenés razón tío! ¡Yo soy una pendeja que no sabe nada! ¡Pero, es obvio que a tus ojos les gusta perderse en mis gomas! ¿Querés mirar más? ¡Dale, acercate que, te juro que no muerden!, dijo, recuperándose del ataque de mis palabras, mientras se desprendía otros dos botones más, liberando al fin sus pechos morenos. Los dos salieron como dos misiles en plena revolución, con sus dos pezones erectos, de un púrpura vivo, y cómplices de la dureza de mi pene bajo mi short, de la que yo me percaté cuando ella insistió con su irónica forma de contraatacarme: ¡Faaaa, mirá cómo te reaccionó el pito allá abajo! ¿Qué pasó? ¿La tía y vos, discutieron, y se quedaron sin poder hacer cositas?

Yo estuve a punto de darle vuelta la cara de un bife. Pero, ella se levantó como un trozo de oscuridad en la noche, y me encajó sus tetas perfumadas en la cara. Yo no supe hacer otra cosa que degustarlas, lamerlas, chupar sus pezones, mordisqueárselos, metérmelos en la boca y soltarlos con todo, para que mi saliva salpique el resto de la piel de sus tetas. Me escuchaba jadear, y me daba vergüenza. Entretanto, ella fregaba con astucia su pierna contra mi bulto, gemía muy suave, y decía que no lograría nada con ir a trabajar al día siguiente sin haber podido acabar.

¡La tía es mala con vos, porque tendría que haberte ayudado a largar la lechita, por lo menos! ¡Es que, es aburrida, anticuada, y poco práctica! ¡Ahí es cuando tenés que venir a buscarme! ¡Yo siempre duermo en tetas, esperándote!, me confiaba con la voz hecha un panal de mieles prohibidas, mientras yo la sujetaba por la espalda para babosearle las tetas, besuquearle el abdomen y morder los contornos de su cintura. El olor de su sexo emergía de su ropa interior, y las alarmas de mis sentidos me empujaban a revolearla contra el sillón y clavarle la verga hasta hacerle un pibe. Pero, era demasiado regalo como para cagarme en las bondades de un destino que, no estaba del todo seguro si merecía o no. De modo que, dejé que ella siga teniendo las riendas de los caballos de mi lujuria. Y, tal vez fue el mejor acierto de todos los que tuve en la vida. De pronto, yo estaba con el culo apoyado en la mesa del comedor, y ella arrodillada frente a mi pija desnuda. Ella misma me había bajado el short y el bóxer para que sus tetas hagan contacto con la piel tersa de mi pene, y allí supe que esas tetas tenían más experiencia que todo lo que pudiera decir un adulto versado en el sexo. Apretó mi carne entre ellas, me la escupió, mordió mi glande y mi escroto, volvió a juntar mi tronco a sus tetas, y en un momento absolutamente dichoso introdujo uno de sus pezones en el prepucio para pajearme con él. También restregó mis bolas pesadas y cargadas de leche contra sus tetas sudadas y apestadas de saliva, y se golpeó varias veces la carita con mi pija repleta de secreciones seminales. Recuerdo que, cuando tomé noción de mi cuerpo, fui consciente de los temblores que me recorrían las venas, del crujido de mis células al desintegrarse en cada porción de mis músculos, y de mi semen brotando de la cara de mi sobrina, como un verdadero baño facial. Yo jadeaba con la boca cerrada, y ella abría la suya para apropiarse de las gotas del semen que salpicaba cuando me pajeaba el glande. Ella sonreía, se mordía los labios, se frotaba las tetas y la vulva con la misma mano, y se chupaba los dedos pegoteados de mi esencia. Quise pedirle disculpas, resarcirla de algún modo, gritarle algo, prometerle discreción absoluta, comerle la boca de un beso, y meterle la verga en la concha. Todo eso junto, y en el mismo segundo. Pero mis reflejos se llevaban por delante a las aptitudes de mi ser, y me convertí en presa fácil de sus encantos.

¡Tío, quedate tranquilo, que nadie se va a enterar de lo que hicimos! ¡No nos conviene! ¡Aparte, no seamos boludos! ¿Para qué los demás tienen que saber? ¡Lo importante es que, mañana, te vas a ir a trabajar con los huevos más livianos, y no te van a doler!, me decía, levantándose del suelo, dejando que le rechinen las rodillas, y que mis ojos se embelesen con el rojo intenso de su bombacha toda perdida entre sus nalguitas. ¿En qué momento se había quitado el camisón? Lo cierto es que, Anahí no se quedaba más de una noche en casa. Por lo que, no tuvimos muchos encuentros como éste. De hecho, solo fueron tres, y en todos, la mecánica fue más o menos la misma. Yo jamás pude hasta entonces penetrar a mi sobrina, aunque ella y las hormonas de su piel en celo me lo pedían. Solo, me apropiaba de sus melones prodigiosos, se los devoraba con todos mis sentidos, y luego ella me los frotaba en la pija, mientras me la mamaba sin demasiados argumentos, y me permitía acabar en su cara, y en la superficie de esas tetas monumentales. Yo ni siquiera sabía que ella andaba caliente conmigo. ¿Pero, acaso era eso lo que sucedía? ¿O, Anahí sencillamente estaba caliente con cualquier tipo que le ofreciera cariño, una pija para jugar, y una boca para mamarle las gomas?

El tiempo fue pasando, y mi situación con Lili no mejoraba, ni empeoraba. Es más. Por momentos, pensaba que debía contarle lo que habíamos hecho con Anahí, aunque tan solo fuera para provocarle celos, o para ver cómo reaccionaba. Creo que fue esa noche que, finalmente tuvimos sexo. Yo estaba exultante por un buen resultado en las finanzas de la empresa para la que trabajo, y porque River había ganado la copa Libertadores. Ella, porque había hecho unas ventas más que suculentas, y porque una vieja amiga suya viajaba de España a la Argentina para venir a visitarla. Recuerdo que empezamos a besuquearnos como de costumbre, y que, casi sin darnos cuenta, yo estaba sobre su cuerpo, bombeando en su vientre con ganas, deseoso de escucharla gemir, orgulloso de verla morderse los labios y de sentir sus uñas lacerando mi espalda. Y entonces, se me inscribió en la cabeza la cinturita de Anahí, y después sus tetas, el olor de su piel, la forma de sus nalguitas, y la visión de su bombachita roja perdiéndose entre ellas. Eso me envalentonó, al punto que empecé a mamarle las tetas a Lili como nunca, y a penetrarla con brío, sintiendo que los huevos querían convertirse en parte de sus entrañas. Al fin, cuando acabamos, casi que, al mismo tiempo, nos separamos, aunque sin dejar de comernos las bocas. Pero ella tenía una mirada de reproche que me intimidó por un momento.

¡Qué rico me cogiste Amor! ¡Me encantó sentirte así, tan hecho un toro! ¿Qué pasó hoy en la oficina? ¿Digo, aparte de los balances y todo eso? ¿Anduviste mirándole el orto a tu secretaria?, me dijo, riéndose despreocupada. Eso no me intrigó tanto, porque solía hacerme chistes como esos. Pero de repente me soltó: ¡Aaaah, ya sé! ¡Es porque mañana viene Anahí a quedarse! ¿Es eso? ¿Te gusta cómo se le bambolean las tetitas? ¡Y no me vas a decir que nunca se las miraste, porque no te creo un cuerno!

¿Pero qué decís mujer? ¡Anahí, es nuestra sobrina! ¿Qué pavada se te cruzó por la cabeza?, le dije, ordenando un poco la sábana, en medio de un calor que olía a culpa en mi interior.

¡Sí, es nuestra sobrina, y la guacha es una coqueta hermosa! ¡no lo niegues Juan! ¡Tiene un culito divino, y unas tetas tremendas! ¡Siempre fue re pechugona! ¡Yo ya vi que se las re contra mirás! ¡Pero no te culpo! ¡A mí también se me van los ojos! ¡Aunque, no te emociones mucho! ¡A la primera que te hagas el vivo con ella, te la corto!, dijo enseguida, volviendo a lucir su sonrisa preferida, cargada de ironías y más misterios.

¡Igual, mañana voy a tener que hablar con ella! ¡No sé qué le pasa! ¡no creo que, a su edad, todavía siga mojando la cama! ¡Pero, en serio, últimamente, todas las veces que cambié las sábanas de su cama, las encuentro mojadas! ¡Por ahí, viste que hoy las pibitas son más abiertas, liberales y toda esa historia! ¡A lo mejor, la chiquita se pajea en nuestra casa, y bueno, no le queda otra que mojarse en la cama!, me soltó, previniendo a mis ratones de algo inesperadamente delicioso. ¿Mi sobrina se pajeaba en casa? ¿Y cómo podía ser que Lili no sospechaba nada de mis encuentros nocturnos con Anahí? ¡Bueno, pero al menos, observó que le miraba las tetas! ¿Y encima no me juzgaba por eso? ¡Definitivamente el mundo se estaba volviendo loco, en mi propia casa! Entonces, le dije que tuviera cuidado en cómo abordar el tema con ella, y Lili me sugirió que no me preocupe.

Al otro día era sábado. Yo recibí a Anahí en la puerta, y la ayudé a guardar su bolso con ropa en la habitación que solía ocupar durante su estadía. La que antes ocupaba mi hija Emilia. Obviamente, conservamos las distancias, el trato y los impulsos corporales al frente de mi esposa. Luego, el almuerzo, la sobremesa con café y masas dulces, y la siesta. Bueno, eso habría sido si solo estábamos Lili y yo en la casa. Pero, esa vez, solo yo me recosté un rato, más por costumbre, y para tener un rato de privacidad que otra cosa. O sea que, todo se daba con absoluta normalidad. Cuando me levanté, percibí un silencio poco habitual, dado que, Lili y Anahí solían matear en la cocina o el patio. Algo me dijo que no bebía alertarme, ni llamarlas. Caminé tranquilamente por la casa, y entonces escuché sus voces en el escritorio de Lili, donde tiene sus productos, su compu, catálogos, revistas y todo lo indispensable para su negocio. Había un ventilador de pie rezumbando entre ellas, y la puerta estaba abierta. Por lo que, escuché una charla que tal vez no podría haber presenciado, de no ser por mi cautela.

Lili: ¡Mirá nena, te agradezco lo que me decís! ¡Pero, no son así las cosas!

Anahí: ¡Pero tía, en serio te lo digo! ¡Si esa chica te escribe esas cosas, es porque la calentás! ¡Tendrías que probar alguna vez! ¡El tío no tiene por qué enterarse! ¡Es más, de mi boca, nunca lo va a saber! ¡Aparte, es una cliente bastante fina por lo que parece!

Lili: ¡Dale, seguí haciéndote la vivita vos! ¡Y no me desvíes el tema! ¡Estábamos hablando de vos! ¿Cómo es eso que ahora salís con una chica?

Anahí: ¿Qué tiene de raro tía? ¡No es la primera chica con la que salgo! ¡Hoy, el mundo cambió! ¡Las mujeres y los hombres adultos, deberían entenderlo!

Hubo un silencio, luego de unas risitas y unos movimientos. alguien buscó algo en un cajón, y al parecer, había miradas o gestos cómplices. Escuchaba chasquidos de lenguas, y nuevas risas. Pero no me animaba a mirarlas siquiera por la puerta cada vez más abierta. Sin embargo, los latidos de mi pija parecían imitar a los latidos del núcleo de la tierra, a su fuego incandescente y al oleaje desenfrenado del mar.

Lili: ¡Bueno, esa es la única foto que te voy a mostrar! ¡Y basta! ¿OK? ¡Y, cuidadito con contarle esto a nadie! ¡Ni siquiera a esa chica con la que salís!

Anahí: ¡Guaaaau tía, tiene terribles tetas! ¡Y una linda boca! ¿Sabés cómo debe usar esa lengua ahí abajo? ¡Yo que vos, le digo que sí!

Lili: ¡Basta hija, que me sonrojo, y me pongo nerviosa! ¡Además, yo ya no estoy para esas cosas! ¡Soy grande!

Anahí: ¿Qué grande ni grande? ¡Dejate de joder tía, si la chica con la que salgo, tiene 40! ¡Me encanta que me domine, ser su nenita, y que me compre regalitos!

Anahí se reía cada vez más musical y atrevida, y Lili, parecía al borde de perder el sonido maduro, parco y reservado de su personalidad. Se la oía como a una colegiala a punto de hacer una travesura imposible.

Lili: ¿En serio tiene 40? ¡Pero, esa mujer es una comenenas! ¿Y, ya que estamos, es por ella que te mojás en la cama cuando te quedás en casa, últimamente?

En ese momento hubo un pico de tensión sin respuestas verbales. Solo risas, sonidos de pies contra el suelo, respiraciones agitadas, y otro sonido aún más elocuente. Era obvio que se acercaban para cuchichearse algo. Entonces, Anahí gimió algo como: ¡Aaayaa tía, me dolió! ¡Así tenés que pellizcar a esa pibita que te mueve el piso!

Lili la chistó, le dijo que la corte, aunque sin una pizca de autoridad, y le prometió que a próxima vez que moje la cama así, le volvería a pellizcar la cola, y que, si reincidía, les machucaba las tetas a pellizcos. Y, de repente Lili se levantó para servir dos vasos con coca. En ese pequeño momento de distracción, Anahí me vio parado en la puerta.

¡Tíoooo, qué bueno que te levantaste! ¡Ya vamos a tomar unos mates al patio con vos! ¿Querés tía?, dijo con naturalidad mi sobrina, a la que ahora veía con claridad. Estaba en top, y con un short que le dibujaba perfectamente los labios de la vulva, ya que se paró a guardar una caja de cremas hidratantes en un estante.

¿Dormiste bien gordo? ¡Prepará el termo y las cosas, que ya vamos!, acentuó Lili, clickeando productos con el Mouse, luego de beberse de un trago el vaso de coca. Estaba roja como un tomate, como cada vez que me ocultaba alguna cosita. Generalmente para sorprenderme después con algún regalo, o noticia rimbombante. Lo consiguiente, fue la mencionada mateada en el patio, bajo la sombra de un sauce añejo que tenemos. Ellas actuaban como si aquella charla no hubiese existido. Anahí, de todas formas, a cada rato se sacudía las miguitas de factura que le caían en el top. La piel radiante de la superficie de sus gomas me incitaba a fotografiárselas una y otra vez. Pero no podía ser tan evidente delante de mi esposa. Lili, hablaba de trivialidades, de las vacaciones que pensábamos hacer, y de cambiar el televisor del living. Yo, necesitaba silencio para procesar toda la información que se me brindó voluntaria, y para frenar las cosquillas que me rodeaban la verga, como si fuese un pendejo inexperto ante la posibilidad de garcharse a una mina por primera vez. Pero, en lo mejor de la mateada, mi celular me cacheteó la cara con un shock de realidad. Un amigo quería saber si asistiría al asado de su cumpleaños. ¿Cómo pude haberme olvidado? No vivía lejos, pero ni siquiera había proyectado mi noche entre mis amigos, jugando al truco, y soportando el humo del cigarro de la mayoría de ellos. Le dije que sí, no del todo convencido, y me dispuse a prepararme para partir en una hora. De modo que fui, brindé con ellos, comí algo, jugué unas partidas de truco, hablamos de política, de la mujer de uno de ellos que se estaba separando, y de fútbol. Escuchamos un disco de la banda de uno de ellos, opinamos respecto a su música, y volvimos a brindar. Hasta que, a eso de las 2 de la mañana, decidí que era la hora de marchar. Había dos o tres que ya estaban hasta las manos de whisky, y otros dos que discutían por los problemas financieros del país. De modo que, me despedí de mi amigo, y me excusé diciéndole que mi esposa no se sentía muy bien. Entonces, a eso de las 3 de la mañana, entré al silencio d mi casa, apestando a cigarrillo ajeno, aturdido por los desaforados que creen que no se escuchan, y, con un poco de hambre. La carne estaba tan dura que costaba comerla con gusto. Pasé por el baño, me lavé la cara y las manos, me lavé los dientes, y fui a la cocina en busca de un vaso de soda. Todavía vibraban los resabios de las voces de mi mujer y mi sobrina en mi cabeza. ¡Así que la nena salía con una mujer de 40 años! ¡Y que, por lo que entendí, una cliente quería seducir a mi esposa! ¿Y Lili, le había pellizcado la cola? ¿Pero, cómo le pudo decir que, le machucaría las gomas si se vuelve a mojar en la cama? ¡Era evidente que ya habían hablado de las teóricas pajas de Anahí! ¿Acaso, mi esposa conmigo tenía miedo? ¿Por eso no se atrevía a confiarme lo de esa otra mujer? ¿Sería alguna cliente que yo conocía? Todas esas preguntas, y otras miles, me embarullaban el bocho mientras iba camino a mi habitación. Y, de repente, al encender la luz, descubrí que la cama estaba vacía, prolijamente tendida, y sin una vestimenta de Lili sobre ella. Aquel no podía ser, sino otro presagio inexplicable. Abandoné la habitación, y me dirigí raudamente al viejo cuarto de Emilia. Ya había pasado por el escritorio, y las luces estaban apagadas en su interior.

El corazón me exigía prudencia, pero el cerebro me flotaba en las paredes del cráneo. Para colmo, mientras me iba acercando al cuarto, escuché la voz de Anahí que dijo con extrema ternura: ¡Vos quedate ahí, y no hables por nada del mundo! Acto seguido la escuché salir del cuarto. Digo escuché, porque yo preferí esconderme tras una biblioteca para no asustarla. No tenía la menor idea de lo que sucedía, ni por qué tomé la decisión de hacer lo que hice. Pero no me detuve a pensarlo. ¿A quién había entrado a mi casa esa mocosa? ¿Y dónde estaba mi esposa? ¡Ella, no me dijo que tenía reuniones con ninguna amiga!

Finalmente, presa de una ansiedad que me hacía sudar hasta la conciencia, entré a la pieza de Anahí. Había un aroma especial, más que conocido para mi olfato. No hice el más mínimo ruido. Y menos mal que había una silla a unos pasos de la cama, porque podría haberme dado un infarto. Allí, tendida sobre la cama, boca arriba, bajo una semi penumbra, con el cuerpo desnudo, atada y con los ojos vendados con un pañuelo de seda, estaba mi esposa. Pero no temerosa, suplicante y llorona como en la noche fallida de mis intentos. Estaba totalmente entregada al juego, expectante, radiante de felicidad, aunque no podía ver sus ojos. No tenía formas de saber si advirtió mi presencia, porque sus labios no inmutaron el gesto. Y, justo cuando estuve a punto de cagarla bien cagada, acaso pensando en preguntarle algo, Anahí entró por la misma puerta, con un paso lento y una sonrisa divertida en los labios. Fue determinante con su gesto. Se puso un dedo en la boca, y con la otra mano se hizo una especie de broche, con lo que entendí que no debía decir una palabra. Acto seguido me señaló la puerta si, y movió la lengua en el círculo de sus labios pintados. Onda, si hablás, te vas de acá.

Anahí hizo su ingreso mortal en lencería de encaje negro, con portaligas, al mejor estilo de cabaretera fina. Tenía una especie de antifaz, y el cabello renegrido bien recogido en una trenza, cayendo sobre su espalda. Entonces, sin saber cómo, mis ojos se encontraron con los de ella, en el justo momento en que sus rodillas tocaban la cama, y una de sus manos señaló el bulto de mi pantalón. Se movía con una seguridad impresionante. Era claro que tenía experiencia con las chicas.

¿Vos, qué querés que sea tía? ¿Una nenita? ¿O una hembra con vos?, le murmuró Anahí a mi esposa, acercándose levemente a su oído. Lili suspiró, y entredijo algo como: ¡Una hembrita hija, una mujer caliente, como yo!

Los sentidos de Lili estaban perdidos en la experiencia que acababa de comenzar a vivir con Anahí. Imagino que por eso no detectó mi perfume, ni el olor a cigarrillo que tenía mi ropa. Las manos de Anahí empezaron a subir muuuy despacito por el interior de las piernas tersas de mi esposa, hasta llegar a su vagina. Aunque, no tenía intenciones de tocársela. Eso parecía irritar a Lili, que un par de veces le gruñó: ¡Dale mocosa, tocame la concha por favor, te lo ruego!

¡No tía, esperá, aprendé a esperar, que esta mocosa sabe lo que hace! ¡Además de mojarte la cama cuando me masturbo, te aclaro que no sos la primera mujer que va a disfrutar de mis masajitos!, le decía Anahí, resuelta y provocadora, moviendo con sus manos por su vientre, rodeándole el ombligo con sus dedos para rozarle el contorno con la lengua, casi sin tocarle la piel, que se le erizaba a medida que las caricias crecían, que las sobaditas se intensificaban, y que algunas gotas de saliva de mi sobrina le llovían en cualquier parte del cuerpo. Sus manos y rostro progresaban camino a sus tetas, y yo la escuchaba olérselas, ronronear y decirle cosas que no puedo recordar. Aunque, lo que más conservo es: ¡Qué rica son las tetas de mi tía! ¡Me hubiese encantado chupártelas cuando era más chiquitita!

Me volvía loco ver a mi mujer retorciéndose de placer, gimiendo, boqueando como buscando explicaciones para lo que habitaba en sus entrañas, tal vez imaginándose que era yo el que la poseía, o cualquier otro hombre. ¿Pero cómo podía pensar eso? ¡Ella era súper consciente que mi sobrina la acariciaba, le revolvía el pelo y le manoseaba las tetas! ¡Para mí era demasiado! Pensé en levantarme y buscar con desespero alguna de las pastillas para la presión arterial. Es que, era mi mujer, entregada a los jueguitos de mi sobrina. Y era mi sobrina, quien ya me había sacado un par de lechazos con esas tetas imponentes, las que también le acercó a la boca a mi esposa, y le privaba de poder saborear. Yo, definitivamente extraje mi pene de los adentros de mi ropa, y no fui capaz de pajearme. Sabía que, al mínimo contacto, me iría en semen por toda la eternidad de mi existencia.

Pronto mi sobrina se subió a la cama, ubicándose en cuatro patas entre las piernas de Lili, con el culito en pompa, apenas cubierto por la lencería negra. Posición desde la que, con la punta de uno de sus dedos humedecido con sus propias babitas, le hacía círculos perversos en los pezones a mi esposa, poniéndoselos duritos y erizándole aún más la piel. Lili, solo tenía fuerzas para disfrutar, sentir, y decirle a su amante: ¡Así guacha, así, mojame las tetas con esa salivita de cochina, así, que se me ponen re duros los pezones, para vos, guachita tetona! ¡Nunca te dije que me encantan tus tetas! ¡Y, al cerdo de tu tío, también!, mientras una amplísima sonrisa le renovaba la autenticidad de su rostro, mientras se mordía el labio inferior. No tenía visión ni tacto que pudiera utilizar para hacerle absolutamente nada a mi sobrina. ¡Y, seguro que se moría de ganas por pellizcarla, o por comprobar la humedad de su vulvita! Sin embargo, sus sentidos se habían convertido en un sometimiento verdadero, y un disfrute del que yo era el único testigo. ¿Pero, cómo pudo haberle dicho que a mí me gustaban sus tetitas?

Luego, las manos de Anahí bajaron por los costados de las tetas de Lili, apretándoselas suavemente, mientras su lengüita ya se hundía despacito, en medio de unos pequeños besitos en las profundidades de su ombligo, tras dejarle un rastro húmedo en el vientre. Mi mujer, quizás recuperando algo de sus temores, abría un poco más las piernas, aunque tuviese los pies atados. Se le escapó un determinante: ¡Dale pendeja, ahí tenés mi concha!, sabiendo que no había marcha atrás. Anahí me miró, después de mucho tiempo, y acto seguido le pasó la lengua por todo el orificio de la vagina a mi esposa. Anahí suspiró, y se bebió todos sus aromas de un solo impulso, mientras Lili gemía, arqueaba el cuerpo tratando de burlar las ataduras que la inmovilizaban, y sus pechos se bamboleaban, brillantes por la saliva de Anahí. Entonces, Mi sobrina me hizo señas para pedirme ayuda. Necesitaba que le sostenga la trenza de su largo pelo, porque se le podía caer con demasiada violencia sobre su tía, y podría provocarle una reacción negativa ante ese estímulo. O, al menos por eso pensé que me lo pidió. Me levanté de la silla con la verga más dura que una piedra milenaria, sin hacer ruidos. Ahora, desde detrás de mi sobri, el espectáculo no podía ser más exclusivo. Le agarré la cola de caballo de su pelo para mantenerlo suavemente tirante hacia atrás, mientras su lengua hacía contacto con el clítoris duro y palpitante de Lili, para lamerlo, succionarlo y hacerlo delirar entre sus labios. Mi esposa se retorcía, gemía descontrolada, temblaba y se dejaba llevar con las barbaridades que le decía, en claro mensaje de todo lo que ardía en su interior.

¿Así le comés la concha a tu novia? ¿A la madurita esa? ¿Y, ella también te mira las tetas? ¿Sabe que te pajeás en mi casa, pensando en ella? ¿Le contás, perrita, que te encanta masturbarte, y dejarme las sábanas hechas una porquería? ¡Así, así así pendejita, chupame toda, comeme toda la conchita, así bebé, me encanta lo que hacés con la lengua!, se expresaba mi esposa, en medio de una libertad que por momentos parecía aterrarla.

¡Obvio tía, le cuento todo! ¡Incluso, que me mojo la bombachita por mi tía! ¡Me encanta tu olor a conchita tíaaaa!, decía Anahí, sin detener las furibundas lamidas que repartía entre la vagina, el clítoris y el ombligo de mi esposa. Entonces, sin soltar el cabello de mi sobri, me agaché con toda la intención de participar. ¡Ya no podía ser un mero espectador! ¡Además, todo lo que veía, escuchaba, olía y me invadía, estaba alcanzando un punto de inconmensurable retorno! Con la mano libre le aparté la tanguita negra a un costado, y me dediqué a lamer y mordisquear su vagina húmeda y burbujeante de jugos espesos y tibios. De pronto, todo pareció ser un entendimiento telepático. Yo le mordía las nalguitas, pero ella no podía responder de ninguna forma. No debía moverse sospechosamente, ni gemir, ni gritar por mis mordidas, o por las frotadas que mi pulgar le otorgaba con cierto trabajo a su clítoris, porque mi mujer no tenía que distraerse. De modo que, Anahí solo tenía licencias para descargar todos esos placeres en la vehemencia con la que le succionaba el clítoris a mi mujer, como si quisiera arrancárselo, mientras la hacía delirar y jadear por la fuerza con la que le amasaba las gomas. En ese momento, me encomendé a los planetas, al destino, a la reencarnación y a sus perdones, y a la puta que lo parió. Me erguí como impulsado por un fuego sagrado, me pegué a las caderas de Anahí, y sin soltarle el pelo empecé a meter y sacar despacito mi pija hinchada en esa conchita toda encharcada, calentita y refulgente. Allí arranqué un delicioso y suave mete y saca, al principio solo con mi glande. Cuando le entró toda la verga, tuve que ser todo lo sutil y minucioso que pudiera mi autocontrol, copiando exactamente el movimiento de las lamidas de su lengua al sexo de mi esposa.

¡Dale mamita, así chiquita de la tía, dame más lengüita, y apretame más las tetas pendeja, dale bebota! ¡Contale lo que quieras a esa chica! ¡Decile que tu tía adora tus tetas, y el olor de tu conchita, y de las sábanas cuando te acabás! ¡Ayaaa, asíii, dalee, dame más nenita, asíiiii, qué perritaaaaaa!, empezó a desvariar Lili, con la voz tomada, un vaivén casi tan violento como los arañazos que las uñas de Anahí me hacían en la muñeca para que me aleje. Entonces, me separé del fuego de su sexo, aún con la pija en llamas, y entonces, supe que mi esposa comenzaba a obsequiarle una acabada apoteótica al apetito insaciable de Anahí. Ella, se bebió todos los jugos de Lili, y acto seguido tuvo que proceder a desatarla, devolverle la visión, abrir una ventana, taparla con algo, alcanzarle al menos la bombacha, y tratar de buscar a ciegas el tensiómetro. Anahí trató por todos los medios calmarla. Pero Liliana había sucumbido a una nueva crisis. De modo que, mientras yo me alejaba de la habitación en penumbras, escuchaba que Anahí le decía: ¡Tía, tranquila, que está todo bien! ¡No te subió la presión! ¡Es solo que, tuviste un orgasmo! ¡Solo eso! ¡Y tampoco measte la cama! ¡Acabaste como una reina!

Sé que, instintivamente fui al baño, pensando en terminarlo todo con una paja. ¿Por qué no había sido más vivo? ¿Por qué le seguí el juego a mi sobrina? ¡Tal vez, si Liliana hubiera sabido que yo estaba, me daba permiso para cogerme a Ani, o a las dos! ¡Qué calentita tenía la concha esa nena! ¡Y lo rico que le debe haber comido la concha a la tía! Mis pensamientos no se detenían, mientras ya estaba de pie, con la pija en la mano, procurando explotar el inodoro de semen. Pero, inmediatamente mi sobrina entró apurada, chocándose la puerta.

¡Dale tío, que me hago pichí! ¡Correte, y meteme esa pija en la boca!, me dijo, mientras se bajaba la tanguita, con toda la cara bañada en sudor, oliendo a los jugos de mi esposa. Yo no me hice rogar. Apenas empecé a escuchar que su vagina desataba un diluvio de orina, mi glande se llenó de su saliva, de sus mordiditas y succiones. Le apreté las tetas, y le dije que la felicitaba por comerle así la conchita a su tía.

¡Pero vos, no sabés nada! ¿Escuchaste? ¡Ella no quiere que nadie sepa lo que le hice! ¡Igual, ella, tiene fantasías con chicas! ¡Ahora, podés intentar preguntarle si, quiere hacer algo así con vos!, me dijo, mientras agarraba mi pija para cachetearse la carita. Y, en un breve instante, en el que casi me derrumbo encima del lavatorio, mi semen comenzó a brotar con violencia de mi pija, directamente al centro de su garganta. Ella, sorprendida por la cantidad, escupió y tosió, manchándose todo el corpiñito que traía, la cara y la pancita. ¡Ahora, los dos le habíamos manchado la reputación y la dignidad a nuestra sobrina! Y, entonces, la realidad, la voz de Lili preguntando: ¿Aniiii, dónde estás amor?, y los grillos con su concierto insistente, nos hizo dar cuenta de lo peligroso que podía ser si nos encontraba.

¡Estoy saliendo del baño Tía! ¡El tío ya llegó! ¡Ahora entró él al baño! ¿Necesitás algo?, se adelantó Anahí, saliendo del baño con la tanguita en la mano. Aunque, mientras Lili le hablaba, vaya a saber de qué, me dijo: ¡Ahora me voy a dormir con el sabor de tu lechita, y el de la conchita de la tía! ¿Viste que soy una buena sobrina?

Todo lo que sucedió después, lo dejo a la imaginación de quien lea esta historia, la versión normal de un hombre simple, la experiencia mortal para cualquier corazón noble, vivo y entero. Aunque, mucho más para imaginar no hay. Estas son cosas que en la vida suceden, siempre y cuando las casualidades, o las divinidades del inframundo, o los designios de un Dios prohibitivo permite que sucedan. Hoy, mi mujer sigue exactamente igual, y mi sobrina, hace meses que no viene a casa. ¡Bienvenidos a la realidad humana!    Fin

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