En 30 años que viví en ese barrio, jamás supe ni imaginé que semejante hembra vivía a tres cuadras de mi casa. Nunca me la había cruzado, hasta que un día como cualquier otro, estaba yo esperando el bondi en la esquina de siempre, con el tremendo y temprano calor de noviembre, y con las mismas preocupaciones en la cabeza. Tenía que ir al puto laburo de siempre, nada más y nada menos que a las 2 de la tarde.
Karla (luego me enteré que se llamaba así) apareció de la nada, vestida con una pollera sugestiva y un top que le marcaban un culo y unas tetas impresionantes, respectivamente. Dueña de unas piernas tremendas, un pelo bien cuidado y un aroma típico de las que no usan perfume, sonreía poco, pero observaba mucho. Quedé impactado como los pocos y pocas que aguardábamos en la parada, y como cada automovilista y motociclista que aturdían en el asfalto caliente, propinándole bocinazos o comentarios obscenos. Karla ni se inmutaba. Solo miraba si venía el bondi, y la hora en su celular. Al fin vino el colectivo, y ya arriba Karla viajó parada, perdida en sus propios pensamientos, a pesar que había varios asientos libres. Miraba por las ventanillas como quien está atento a las calles para no bajarse en un lugar incorrecto. Esto ocurrió varios días a la misma hora. Jamás me miró, ni preguntó nada, ni me dedicó una sonrisa. No tenía por qué hacerlo. Jamás atiné a decirle nada. En el fondo yo sentía que Karla era demasiada mina para mí. Además, mi autoestima estaba muy baja en aquel entonces, por cosas de lo cotidiano. Pero por más que hubiera estado alta, ella era demasiado para alguien como yo, o para cualquier otro tipo normal. Al menos me consolaba con eso. Solo me dediqué a mirarla, como todo el mundo y a regalarle, aunque no lo supiera, varias pajas a la noche.
Pero tristemente, llegó un día en que dejamos de coincidir en la parada del bondi. Y, para colmo, varios meses después, tuve que mudarme a otra ciudad, ya que había conseguido un trabajo mejor. Cosa que no me afectaba en lo más mínimo, porque vivía solo. No llevaba un mes en mi nuevo lugar, acostumbrándome a mi nueva vida, que el destino me hizo un guiño imborrable. Resulta que, una tarde, paveando en las redes me pareció ver un minón en las sugerencias de Facebook. Digo "me pareció" porque las sugerencias aparecen con fotos pequeñas.
Cuando fui efectivamente comprobé que era un minón y que la conocía de algún lado, y que no me daba cuenta de dónde. ¿Era de la escuela? ¡No, a lo mejor, la piba que atendía el kiosco, o algún mini Marquet! Esta mujer tenía no solo miles de amigos sino también miles de seguidores. No sé por qué, pero sentí que no perdía nada si le hablaba. Así que le mandé solicitud de amistad. A la noche me la aceptó, mientras me carcomía el bocho la intriga de saber de dónde la conocía, o si al menos la vi alguna vez, y no se trataba de un sueño. Le mandé un privado sin mucha esperanza de respuesta. Le pregunté si nos conocíamos y, sorpresivamente, me respondió que sí, en medio de corazoncitos y caritas sonrientes. Me dijo que nunca habíamos hablado, pero que casi todos los días coincidíamos en la parada del bondi. Dijo además que siempre notó que yo la re contra miraba, y que, a ella, aquello siempre la hizo sentir bien.
Me quedé totalmente mudo, de la voz y las manos. Por un ratito no pude escribirle nada. no podía creer que ella se acordara de mí, y que encima ya no estábamos a tres cuadras de distancia. ¿Y la guacha siempre supo que la observaba!
Empezamos a entablar un diálogo más o menos diario. Digo más o menos porque Karla me contó que no tenía hijos pero que estaba casada.
Un día me aceptó una llamada por Facebook, con la condición que sea sin cámara, o sea solo audio. Y entonces, nos dijimos todo. Me dijo que en la parada del bondi ella sentía que yo la miraba de una forma distinta, y que más de una vez un lindo y peligroso miedo le hizo cosquillitas en el cuerpo. Paradójicamente, me confió que también sentía seguridad, ya que al saber que yo estaba ahí no tenía tanto miedo de que alguien le quiera hacer algo por cómo estaba vestida. Me dijo también que, pese a lo que yo pensaba por la imagen que daba, era muy insegura. Que se vestía así y salía de esa forma a la calle para ganar algo más de confianza en sí misma, y también dar una imagen de mujer fuerte, como si quisiera demostrarle al mundo que no le temía a nada.
Me dijo además que ella viajaba parada porque subía primero, y que desde entonces esperaba algún roce conmigo cuando yo pasaba cerca de ella. Yo no podía entender que siempre tuve a disposición a esa hembra y no la supe ver. ¡No me tuve confianza! Pensé que nunca me iba a dar bola.
Los diálogos fueron subiendo de tono. Nos confesamos que en la parada del bondi ambos teníamos ganas de cogernos. Yo, me animé a contarle que le dediqué varias pajas en mi habitación, y ella, entre escandalizada y colorada, se reía con la voz cada vez más acaramelada. En esa llamada también teníamos ganas de cogernos, pero no podíamos ni íbamos a poder. Decidimos hacernos una paja. Escucharnos agitándonos, mientras los líquidos de nuestros sexos nos humedecían las manos, nos ponía cada vez más calientes. Se me re contra paró cuando me pidió que la imagine paradita en el bondi, con esa pollera y la bombacha deslizándose por sus piernas, apoyándole bien la pija cuando pasaba por al lado. En un momento le dije: "vos sos mi puta". Pero Karla me respondió, mientras se oía el mete y saca de sus dedos en su conchita: "No, vos sos y vas a ser mi puta".
Tuvo, y tiene razón. No porque me haya feminizado (lo cual si me lo propone ella lo pensaría), sino porque así, a la distancia, me hace y logra lo que quiere, largo la leche cuando ella quiere y donde ella me lo exija. Hoy, Karla sigue estando casada. Pero es mía, y yo soy de cada una de sus fantasías, hasta que duren nuestras ganas de ensuciarnos el uno por el otro, o hasta que ella lo desee. Ojalá un día volvamos a tomar el mismo bondi. Fin
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