Escrito en colaboración con Bonzo
¡Basta Gabi! ¡Te dije que no te lo voy a dar! ¡Ya te comiste tres al hilo! ¡Tenés que parar un poco! ¡Yo entiendo que estés embarazada, y todo eso, y que tengas más hambre, y antojos! ¡Pero son alfajores nena! ¡Y encima Óreo! ¡Peor no te pueden hacer! ¡Ni a vos, ni a la bebé! ¡Porque, si fueran de fruta, por lo menos serían más sanos, ponele!, le dije a mi esposa, quitándole de la mano el último alfajor que quedaba en la caja. Ahora me arrepentía de habérselos regalado.
¡Dameló, la concha de tu madre! ¡Dejame comer tranquila, y metete en tu vida nene!, me contestó como una nena caprichosa, pero con la autoridad de quien en cualquier momento pela un chumbo y te agujerea el pecho.
¡Pará un poco gorda! ¿Te escuchás lo que decís? ¡Mirá cómo me tratás por un alfajor! ¡Mejor, charlemos un poco! ¡Sentémonos, y hablemos! ¡El embarazo lo llevás vos, pero es un tema de los dos!, le dije, tratando de limar asperezas, escondiendo el bendito alfajor en uno de los estantes de la biblioteca apestada de libros inservibles que tenemos en el living. Ella estaba despatarrada en el sillón, como si fuese un almohadón más. Al menos hasta que le quité el alfajor de la mano. En ese momento se levantó como para saltarme a la yugular. Pero enseguida se calmó, o aparentó hacerlo.
¡Sí, qué fácil es decirlo! ¡Será de los dos! ¡Pero la que lo carga todo el tiempo soy yo Tomás! ¡Vos no podés entenderlo boludo! ¡Sé que te traté mal! ¡Perdoname! ¡Es que ahora me irrito de la nada! ¡Cada vez es más difícil! ¡Voy por el sexto mes, y me veo horrible! ¡Me imagino cómo voy a quedar una vez que nazca la bebé, y me siento peor!, empezó a justificarse, escondiendo su rostro entre las manos.
¡Pero amor! ¡Yo puedo entender todo eso! ¡Pero, no sé de dónde sacaste esas cosas! ¡Dejame decirte que estás divina, así, con esa pancita! ¡Y más allá de decírtelo como tu pareja, y con todo el amor del mundo, también te lo digo como hombre! ¡Estás re fuerte nena! ¡El embarazo te hace como, no sé, digamos, más deseable! ¡Posta amor! ¡Lo noto cuando vamos caminando por la calle! ¡Los tipos te miran con ganas! ¡Y más de una mina también!, le sinceré, observando el brillo asesino de sus ojos. No era fácil confiar en ellos. Por ahí, si era como siempre, se reía y me buscaba para que nos hagamos mimos. Eso generalmente terminaba en un polvito. Pero, si no acertabas en el blanco, podías bajarle el cielo y las estrellas, que no había chance que te dirija la palabra.
¡Aaah! ¿Sí? ¡Qué raro! ¡porque si los tipos me miraran como vos decís, te pondrías celoso como hace algunos años! ¿Y encima, según vos, las minas también? ¡Dejate de joder Tomás! ¡No me chamuyes nene!, me largó con todo el escepticismo del mundo, aunque las mejillas se le ponían coloradas.
¡Gabi! ¿Qué te está pasando? ¡Cuando estuviste embarazada de Pili, no estuviste así, tan, bueno, digamos, alterada! ¡Pero no te enojes!, me anticipé, sabiendo que se me venía la puteada. Ella sonrió como por compromiso, y suspiró.
¡Tenía 25 años boludo! ¡Era otra mina, otro cuerpo, y tenía otras ganas, más paciencia! ¡Qué sé yo! ¡Aparte, estaba bárbara! ¡Y, si bien, como cualquier embarazo, me dejó sus secuelas, no se compara a esto! ¡Pasaron Diez años de laburo, excesos, Stress, nuestra pareja, los problemas con mis viejos! ¡Y, diez años de criarla a Pili! ¡Eso te avejenta, te pasa factura, y se nota en el cuerpo! ¡Pasa que, para vos, es más sencillo!, se protegió, mientras se revolvía el pelo mal cuidado, largo y enrulado. Todavía miraba el alfajor con cariño.
¿Cómo? ¿Ahora me vas a reprochar que yo no estuve en la crianza de mi hija?, le salí al cruce, herido en mi orgullo de hombre, apoyándome contra un mueble para mirarla firmemente a los ojos. Ella seguía echada en el sillón, con un vestido suelto y hecho mierda que suele usar para estar en la casa, con unas ojotas viejas y las expresiones tristes.
¡Ay, no nene! ¡Salí un poco de vos mismo! ¡No te estoy cuestionando nada! ¡Me pediste que hablemos, y te estoy contando lo que siento! ¡No sé, por ejemplo, hablando de nosotros, vos, ya no me cogés igual que antes del embarazo!, estalló al fin, irguiéndose un poco en el sillón, y, por efecto de su movimiento, una teta se le empezó a escapar del vestido. Yo la observé, e inmediatamente sentí que la pija se me estiró como un resorte adentro del bóxer, porque advertí que tenía los pezones erectos.
¿Qué? ¡Y a qué viene eso ahora amor?, le pregunté con cierto temor.
¡De todos lados gordo! ¡De eso te hablo! ¡No te digo que me cogés mal, o que no se te para, o no me hacés gozar! ¡Solo digo que no lo hacés con tantas ganas, o que no te provoco lo mismo, o que, algo de mí no te calienta!, se serenó, pero con un cierto hielo en las palabras.
¡Si eso fuera así, no se me mojaría el pito cuando me acerco a vos! ¡O, no se me para cuando me tocás!, largué a la desesperada, comiéndome las uñas.
¡Sí, eso es cierto, y te lo reconocí! ¡Pero, quiero decirte…,
¡Aparte, coger es de a dos gorda! ¡Eso de que, “no me cogés como antes”, no me gusta!, la interrumpí, sabiendo que se pone de los pelos cuando lo hago. Pero, en ese momento me excitó más que nunca verla enojarse.
¡Cómo odio cuando quiero hablarte, y me interrumpís para decir boludeces! ¡Por eso también como alfajores! ¡Me ponés nerviosa, y me cargás de ansiedad! ¿Coger es de a dos decís boludo? ¡Estamos solo nosotros acá! ¡No nos escucha nadie! ¡No tenemos que quedar bien con nadie! ¡Dale!, dijo con tenacidad, fulminándome con la mirada, levantando una pierna para apoyarla en la mesa ratona. Con esa perspectiva, una nueva emoción me sacudió el vientre, porque le vi la bombacha blanca ocultando la entrada de su conchita deliciosa. Por algún motivo se me vino a la cabeza la primera vez que se la comí, a la salida de un boliche.
¡Lo que te quiero decir, es que noto que el sexo que tenemos, es más simple! ¡Como que te siento con miedo a hacer algo que no me guste, o que le pueda hacer daño a la bebé! ¿O me vas a negar que te andás pajoteando en otro lado?, prosiguió, abriendo los brazos y mordiéndose el labio inferior.
¡Aaah, bueeee! ¿Y eso, de dónde lo sacaste?, le retruqué, más temeroso que valiente.
¿De dónde lo saco me preguntás? ¿En serio? ¡De que, por ejemplo, hoy Pili está en la casa de mi vieja! ¡Estamos solos Tomi! ¡Hooolaaaa! ¡Estoy acá! ¡Pero vos, te fuiste a la terraza, y volvés con cara de cansado!, me sorprendió su exhaustivo análisis de mis acciones.
¿Y por qué pensás que fue una paja gorda? ¡Pudo haber sido por el faso que me fumé!, me defendí, sintiéndome pequeño e insignificante.
¡Tomás, dale! ¿Nos vamos a sincerar? ¿O la vamos a caretear como pelotudos?, se sulfuró, mientras el vestido se le seguía estirando, y la otra teta me saludaba con ironía.
¡Amor, tranquilizate, que estamos charlando, nada más!, traté de atajar sus misiles.
¡Fijate cómo se dan las cosas! ¡Empezamos hablando de mí, de los alfajores, y de que soy una gorda comilona! ¡Y, terminamos hablando de que te hacés la paja en otro lado! ¿Ves que todo se conjuga? ¡Si hay un problema, es de ambos! ¿No decías eso hace un ratito?, me acorraló con inteligencia, mientras su enojo se convertía en una sonrisa cada vez más amplia.
¡Sí, eso te decía! ¡El embarazo es de los dos Gabi!, tartamudeé sin demasiadas esperanzas de conseguir calmarla.
¿Ves que no me entendés boludo? ¡no hablo solo del embarazo!, me gritó, golpeando la mesita ratona con su talón.
¡Gabi, es que todos nos hacemos la paja alguna vez! ¡Es un momento muy de uno, y personal! ¡Supongo que vos lo habrás hecho, de chiquita, o ahora, no sé!, le dije, un poco aturdido.
¿Y por qué no me lo preguntás directamente? ¿Querés saber si me pajeo? ¡Obvio que sí, me re pajeaba cuando era guacha! ¡Y, de grande un par de veces! ¡Pero una cosa es pajearse de vez en cuando, y otra que se te haga más costumbre pajearte y no coger con tu pareja! ¡Y ya que estamos, sería bueno aclararlo! ¡Porque hoy empezás con una paja, y mañana te cogés a otra mina! ¿O ya te garchaste a otra? ¡Sabés que, te la corto si me llegás a cagar con otra!, dramatizó entre reproches, pucheritos y confundidas ideas sobre lo placentero del cuerpo, según mi parecer.
¡No amor, no cogí con nadie! ¡De eso, te podés quedar bien tranquila!, le juré, incluso haciendo la cruz contra mis labios.
¡Más te vale! ¿Y entonces?, me retrucó revolviéndose el pelo.
¿Y entonces qué? ¿Qué querés decirme?, le cuestioné con precaución.
¿Por qué te pajeás tanto gordo? ¿De qué estamos hablando al final?, me bardeó, atemorizándome por el tono de su voz.
¡Tampoco taaaanto gorda! ¡Pasa que, bueno, los pibes me mandan videítos, y sin querer los miro!, intenté declarar a mi favor, viendo que no tendría el menor de los efectos para la rabia de Gabriela.
¡Tomás, no me tomes por estúpida! ¡Huelo tus bóxeres! ¡Me doy cuenta! ¡Aparte, ahora la culpa la tienen tus amigos! ¡Si querés ver los videos los ves, y si no, los descartás y ya fue!, me decía mientras abría más las piernas, y las gomas se le bamboleaban. Ahí fue que vislumbré gotitas de leche como hilitos bajo la tela de su vestido.
¿Y, te gusta eso?, le pregunté, solo recordando la primera parte de sus incriminaciones.
¿Cómo decís? ¿Si me gusta qué?, murmuró con la voz acaramelada.
¡Si te gusta oler mis bóxeres!, le fui al hueso, mientras me preparaba para encender un cigarrillo. Pero recordé que eso le provoca mareos y náuseas, y me guardé el paquete en el bolsillo.
¿A qué querés llegar nene? ¡No te entiendo!, me reprendió, lamiéndose uno de los pulgares.
¡Bueno, es que, hay algunas de las cosas que dijiste, que son ciertas! ¡Yo me re pajeo, y no te lo voy a negar! ¡Pero, posta que vos estás en todas mis pajas!, le revelé, quizás emocionándola un poco por dentro, porque los gestos se le ablandaron.
¿Y, si es cierto que estoy en tus pajas, por qué no me lo compartís, y después nos cogemos con todo amor?, me dijo, esta vez como si un resfrío repentino le congestionara la garganta.
¡Porque, por ahí se me ocurren cosas que solo tendrían que quedar en la fantasía, y no sé si estaría bueno llevarlas a la realidad! ¡O si la otra persona, o sea vos, lo vayas a aceptar! ¡Me da cierta cosita!, empecé a equilibrar mis sentidos para no derrumbarme. Por otro lado, no quería exponerme. ¿O sí? ¡Y encima, ya me ardía el pito por frotarse entre esas tetas cada vez más desnudas!
¡Contame gordo! ¿O pensás que me olvidé de la vuelta que te re chupé la pija, mientras le comías las piernitas a besos a Pili?, me recordó Gabi, ahora sin tensiones ni amenazas.
¡Me da vergüenza gordi, ya te lo dije!, le sonreí, y me sentí un nene asustado, incapaz de confesar su absurda travesura.
¡Dale, contame boludo, que no me voy a enojar! ¡Y más si yo estoy en tus pajas! ¡Ahora resulta que no me puedo enterar de lo que te hago, o me hacés, chancho!, me decía cada vez más divertida, relajando el cuerpo y las manos. Ahora había bajado uno de los pies al suelo, y la bombacha se le veía con mayor claridad.
¡Bueno, no es fácil! ¡Pero recién, mientras me decías que olías mis bóxeres, y se me paró la pija de una! ¡Se me hizo la imagen en el bocho, como si estuvieras en el baño, así como estás ahora, con esa pancita y esas tetas cada vez más grandes, adelante del espejo! ¡Y, que de repente agarrás un calzoncillo que yo dejé, y te lo llevás a la nariz y a la boca, y me re calenté!, le confié, totalmente jugado a la aventura de no saber cuál sería su sentencia.
¿Eso te calienta, cochino? ¿Así te excitan mis tetas grandes?, me preguntó misteriosa.
¡Sí gordi, perdón!, balbuceé, transpirando ligeramente.
¡No me pidas perdón, tonto! ¡A mí me calienta mucho oler tus bóxeres Tomi, y desde hace rato! ¡Y me re calienta saber que tienen restos de leche! ¡Pero al mismo tiempo me da una angustia terrible, porque son solo pajas, y yo no estoy para ayudarte, y que me ayudes!, se liberó auténtica, moviendo los piecitos y volviendo a chuparse uno de los pulgares, el que luego, distraídamente se pasaba por las tetas.
¡Estás en mi cabeza Gabi! ¡Nunca pienso en otras chicas!, le aseguré, sabiendo que aquella no era una verdad absoluta.
¡Pero, eso no me alcanza gordo! Aunque… ¿Ves? ¡Si compartíamos eso, a lo mejor nos re calentábamos, y teníamos tremenda noche de sexo! ¡Es una linda chanchada gordi! ¡No te olvides que somos una pareja, a pesar de todo lo que hacemos individualmente! ¡Podemos hacer las chanchadas que se nos canten! ¡Antes hacíamos cosas zarpadas! ¡Por ahí fuertes para nuestra edad del momento! ¿Te acordás cuando cogíamos en el baño de la casa de tus tíos? ¿O cuando te la chupaba en el living, mientras mirabas un partido, y tu viejo se quedaba dormido en el sillón de al lado? ¡Lo que quiero decirte, es que no somos monjes amor! ¡Podemos hacer lo que queramos! ¿En serio te gustan mis tetas?, se expresó en libertad, sin dejarme responderle nada. Además, se movía como una nena comiendo el mejor helado del mundo, y eso me enternecía.
¡Y, es que, ya empezás a tener leche, y eso me come la cabeza!, le dije, evidenciándome como un baboso incurable. Ella sonrió complaciente.
¿Qué te come la cabeza? ¿Mis tetas con leche? ¿Tu pija entre ellas? ¿Verme darle de mamar a la bebé con tu pija en la boca? ¿Verme oliendo tus bóxeres con la nena a upa? ¿Tu leche bañándome las tetas? ¿saber que se me chorrea la leche por el corpiño y el vestido? ¡Abrite Tomi, todo lo que quieras! ¡Yo también tengo fantasías chanchas! ¡Pero necesito que vos saques todo lo que tenés adentro! ¡Así empezamos a compartirlo! ¡O esto, puede terminar mal! ¡Yo también, te prometo que me voy a abrir más con vos! ¡Aparte de abrirte las piernas para que me des masita!, me decía, poniendo un especial énfasis gatuno en la última frase, liberando al fin por completo a sus tetas del vestido chingado que se había puesto.
¡Bueno, es cierto! ¡Hoy, me tiraste que yo no me ponía celoso si te miran en la calle!, empecé, algo más confiado.
¡Y, eso es porque no me miran gordo!, suspiró con picardía.
¡Sí que te miran gorda! ¡Y vos sabés que te miran! ¡Pero no me pone celoso! ¡El tema es que me re calienta!, le explicaba mientras ella ampliaba su sonrisa, ahora un poco más erótica, ya que se paseaba la lengua por los labios.
¿Te calienta que alguien me mire?, me apuró.
¡Sí, mal! ¡Y más si me imagino que alguno de ellos te coje! ¡Verte así en mi mente, embarazada, mostrando la bombacha, chupándole la pija a otro tipo!, me explayé sintiendo que el amigo empezaba a reclamarme atenciones, o el calor de una concha jugosa y resbaladiza.
¡Qué lindo amor! ¡Me gusta eso, y me calienta lo que decís!, respondió, sin ocultar un suspiro de excitación. Para variar, se frotó distraídamente la concha sobre el vestido.
¿Qué te gusta? ¿Chuparle la pija a otro tipo? ¿O mostrar la bombacha en la calle? ¿O que te la metan, por ejemplo, en la cola de un super mercado?, le cuestioné, mucho más con el razonamiento de mi glande que con el de mi cerebro.
¡Bueee, no sé si todo eso! ¡Pero, imaginármelo no es poco! ¡Y que, algún otro tipo me haga el orto, y que vos mires, sobándote la pija! ¡Y, que, por ahí, agarres a una loquita cualquiera, y le digas que la que está chupando y cogiendo es tu mujer, y que encima está embarazada!, dijo al fin, bajando ambos pies al suelo para echarse mejor en el sillón, subiéndose el vestido para exhibirle a mis ojos el bollo de su conchita bajo esa bombacha visiblemente húmeda.
¡Hey, hey, Pará! ¡Yo nunca dije nada del orto!, le largué, haciéndome el ofendido.
¡Es verdad! ¡Por ahí me excedí un toque!, decía, cagándose de risa de mi cara incrédula.
¡Bueno, pero al menos te reíste! ¿Te diste cuenta que arrancamos todo esto a las puteadas?, observé, mirándola a los ojos para reconocernos igual de felices.
¡Sí gordo, y por eso nos amamos! ¡Porque siempre somos capaces de buscarle la vuelta a todo! ¡Espero que siempre sea así! ¡Esperame un toque, que voy al baño y la seguimos! ¿Dale? ¿No querés poner el agua para unos mates?, empezó a decir mientras se levantaba trabajosamente del sillón.
¡Sí, dale, ahora pongo la pava! ¡Vamos, que te acompaño!, le dije, sintiendo una punzada tremenda en los testículos, tan incomprensible como verdadera. Ella me miró sorprendida.
¿A dónde me vas a acompañar? ¡Hago pis y salgo! ¿O querés ir vos primero? ¡Yo no estoy tan apurada!, me preguntó, algo desenfocada.
¡No gordi, no necesito ir yo! ¡Te acompaño a vos, a hacer pis!, le dije, poniéndole una mano en la cintura.
¡Pero Tomi, te juro que puedo ir solita! ¡Ya crecí me parece!, me decía, con los ojos centellantes del fulgor que solía mostrar cuando quería jugar en la cama.
¡Es que, se trata de otra de las cosas que fantaseo!, le dije, nalgueándole el culo, ya camino al baño como un trencito por el living, a paso lento.
¡Aaaah! ¡Es otra de tus chanchadas, pendejo cochino!, me decía, mordiéndome el dedo índice con el que le rozaba los labios.
¡te la cuento, pero si no te enojás! ¡Y aparte, vos también andás oliendo cosas sucias nena! ¡Así que yo no soy el único chancho!, le dije, apoyándole el paquete en las nalgas. Eso la hizo suspirar, y decir algo respecto de la dureza de mi pija.
¡Me voy a enojar si no me lo contás!, me sentenció, manoteándome el bulto con una mano para apretármelo. Ahí pensé que la leche me iba a empapar los huevos con violencia.
¡Una noche te levantaste al baño! ¡Eran tus primeros meses de embarazo! ¡Tenías puesto ese shortcito celeste, que siempre te digo que te marca re bien la conchita, y estabas en tetas! ¡Fuiste al baño! ¿Y, viste que desde la pieza se escucha hasta cuando te tirás un pedo? ¡Bueno, yo te escuché haciendo pis, y me re excité!, le confesé con franqueza, mientras le zigzagueaba el paquete contra las nalgas, sin detener nuestros pasos cansinos hasta el baño.
¿Y qué hiciste, puerquito de mi vida? ¿Se puede saber?, me cuestionó, decidida a enterarse de todo.
¡Bueno, esa vez, empecé a pajearme como loco, oliendo un corpiño tuyo! ¡Bueno, y una bombachita de Pili que andaba por ahí! ¡Creo que la noche anterior había dormido con nosotros, por lo de sus pesadillas! ¿Te acordás? ¡Y, a partir de ese día, me vengo haciendo varias pajas, imaginándote haciendo pis, o que me meás a mí!, le dije al fin, mientras su cuerpo se tensaba por la libertad con la que le hablaba.
¿Y también te calentó oler la bombacha de tu hija?, me preguntó, esta vez con algo de peligro en la voz.
¡Sí gorda, no te voy a mentir!, le confié, e inmediatamente la cara se le volvió a iluminar.
¡A mí también me gusta escuchar a Pili cuando hace pis! ¡Muchas veces la sigo hasta el baño, y me quedo para escucharla! ¡Bueno, y cuando era más chiquita, me calentaba verla bajarse la bombacha, hacer pis y caca, y después subírsela otra vez! ¡Incluso, antes de lavarle las bombachitas, me las paso por la nariz, y me empiezo a mojar mal! ¡Pero, bueno, supongo que eso, siempre que lo controlemos, está bien! ¿Ahora, vos te animarías a cumplir tu fantasía? ¿O sea, eso de que yo te mee? ¡Yo supongo que debe ser lindo, porque hacer pis es placentero! ¡No sé cómo se sentirá eso de mear a otra persona!, decía, al principio seria, y poco a poco más divertida, conectada con el fuego que ardía desde mis orejas a mis tobillos. ¡No podía creer lo que me ofrecía! ¡Y encima, ella se calentaba escuchando a nuestra hija haciendo pis! ¡Y oliendo sus bombachas! ¡Definitivamente me estaba volviendo loco!
¡Sí gorda, yo me animo! ¡De última probamos! ¡Si no nos gusta, nos reímos y ya fue!, pude articular, con la mandíbula tan conmocionada como mis huesos.
¡Sí, dale, probemos en la ducha! ¡De paso nos bañamos juntos, que hace rato no lo hacemos! ¡Dale, ahora no arrugues!, me dijo, tironeándome de la mano al notarme irresoluto. Es que, me parecía un sueño a dónde habíamos llegado con una simple charla. Al punto que no podía mover los pies. Entonces, me di cuenta que estábamos frente a la puerta del baño. Ella se puso detrás de mí, abrió la puerta y me empujó para que entre de una vez, mientras prendía la luz. Le ayudé a quitarse el vestido, y ella revoleó sus ojotas. Quise sacarle la bombacha. Pero ella primero me desprendió el pantalón, y mientras éste caía al suelo en cámara lenta, acercó su boca para morderme la cabecita de la chota por arribita del bóxer. Eso me sacudió por completo.
¡Aaah, ahora te hacés el calentón! ¡Bien que te gusta imaginarme chupando pitos ajenos, o mostrando la bombacha por ahí, o, pajearte mientras yo hago pis! ¡Ahora, te vas a meter en la ducha, y te vas a sentar en el piso! ¡Y sacate el calzón, que no soy tu sirvienta!, me decía, tironeándome el calzoncillo con los dientes. Yo me saqué la remera, y cuando quise levantar el paquete de puchos que se me había caído al suelo, ella los pateó hacia abajo del lavatorio.
¡Nada de puchos acá! ¡Vamos, sacate eso, que está todo húmedo! ¿Y eso sabés por qué es? ¡Porque sos un pajero, que te calentaste mirándome las tetas! ¿O también pensabas en esto? ¿La querés? ¿Era esta? ¡O la rosadita con pintitas? ¿O la que tiene los dos gatitos abrazados en la parte de la cola?, me decía, mientras me deslizaba sus uñas por la espalda y me mordisqueaba los hombros, las tetillas y el lóbulo de las orejas, alternativamente. No sabía a qué objeto se refería, hasta que me dio vuelta la cara con una cachetada suave. Entonces me mostró una bombachita azul, que claramente no era de ella. Era una verde, de tela suave, un poco estirada y con manchitas de pis en el centro. Inmediatamente lo comprendí, y sin poder hacer otra cosa, hice lo que Gabriela me exigía, mientras me cacheteaba el pito con una mano.
¡Olela gordo, dale, olela, que es de nuestra Pili! ¡Dale, que quiero saber si tiene olorcito a pichí, o a caquita! ¡Ya está grande para ensuciarse la bombachita así! ¿No creés lo mismo? ¿Olela nene, dale, pasátela por la carita, y por la boquita! ¿A ver cómo lame la bombachita de la nena?, me pervertía con una rabia contenida que parecía no encontrar el techo.
¡Sí mami, tiene olor a meada la bombacha de esa sucia! ¡Seguro salió igual a la madre! ¡Hay que enseñarle a no mearse, o a limpiarse bien la conchita gordi! ¿Vos no le enseñás? ¡Se la vas a tener que limpiar con la lengua, cuando venga de lo de tus viejos!, le decía, mientras ella me pajeaba muuuy lentamente, sin privarme de los aromas de mi hija.
¡Callate mejor, o te arranco las bolas! ¡Ella es así, porque vos tampoco la cuidás! ¡tenés que olerla, para saber si se mea, o si se lava bien amor! ¡Dale, mejor, sentate ahí, que ahora vamos a ver si yo tengo la bombacha meada, como Pilar!, me dijo, mientras me empujaba sin cuidados ni reparos en lo resbaladizo y húmedo que estaba el suelo. Entonces, mi cuerpo se acomodó a los tumbos adentro de la ducha, en la posición contraria a la de los grifos. Ella entró, me agarró del pelo y encalló mi rostro entre sus piernas, sin bajarse la bombacha. Claramente los olores eran distintos. La de Gabi olía a transpiración, a pis maduro, a jugos y a necesidad. Ella parecía ponerse cada vez más nerviosa, exultante e imponente.
¡Dale guacho, ahora me toca a mí! ¡Oleme la bombacha puerco! ¡Dale, y mordela, bajámela con los dientes si te la bancás! ¡Dale turrito, que ya estoy que me meo! ¿Querés mi pipí, cochino? ¿Estás listo para que te mee entero? ¡Así, arrancame los pendejos con los dientes nene!, me pedía, mientras frotaba su pubis en mi boca, o me golpeaba con él, sin reparar en que mi cabeza se chocaba con fiereza contra los azulejos. Yo, entretanto, le lamía y olía la bombacha, un poco asfixiado y sin aliento, le tiraba los pelos de la concha, porque siempre le gustó que se lo haga, le mordisqueaba los labios de la concha y le pegaba en el culo.
¡Dale nene, quiero escuchar cómo te pajeás! ¡Te voy a mear mientras te hacés la paja! ¿Dale? ¡Quiero que me imagines como quieras, peteando en la plaza, o culeando en la parada del micro! ¿Querés? ¡Por ahí, la Pili entra justo ahora, y se pone a hacer pis, y nos ve! ¿Te gustaría?, me decía con la garganta convertida en alaridos desbocados, cada vez más decidida a tatuarme el clítoris en la boca. Yo le decía que sí a todo, respirando con dificultad, pero con la chota prendida fuego. Me la empecé a pajear con todo el ruido que fui capaz, para que ella suelte su meada de una vez. Creo que temí perder la razón por la falta de oxígeno que ya me oprimía el cerebro.
¡Sí perra, dale, meame de una vez! ¡Quiero que me mees putita, y si entra la Pili, quiero que te mee las tetas!, le dije, o recuerdo haber pensado en decirle, mientras ella me pedía más chirlos, se fregaba contra lo que quedaba de mi rostro abollado, y me clavaba las uñas cada vez que intentaba bajarle la bombacha. Y entonces, en el momento de mayor vigor de mi pija estirada al tope, mientras una de mis manos la zarandeaba como si quisiera arrancármela, ella se quedó quieta, e inmediatamente sucedió. Su bombacha empezó a calentarse, a mojarse en abundancia, y de pronto mi pecho fue bendecido por su sabia más deseada por todos mis anhelos. Su vagina sonaba como una canilla de goma cuando su pis inundaba cada pliegue de mi piel, mi ombligo, y me empapaba toda la cabecita de la pija. Yo debía seguir pajeándome, nalgueándola y tratando de morderle la concha. No puedo precisar cuánto duró esa lluvia sagrada en todo mi cuerpo. Pero se volvía más caliente, espumosa y perversa, a medida que mi pene se moría de felicidades incompletas, porque se moría por penetrarla toda. Ya casi no había palabras entre nosotros. Por lo que, ni bien terminó de mearme, se sacó la bombacha y me pidió que le meta los dedos en la cola y la concha, y que por nada del mundo me levante del suelo. Además, estrujó su calzón empapado en mi cara, y después me envolvió la pija con ella para pajeármela con un frenesí, que tuve miedo de quedarme sin testículos.
¡Dale gordo, dame la mano, así te ayudo a levantarte!, sonó su voz en el eco del baño cada vez más borroso para mis ojos. Le extendí una mano, y medio que como pude terminé de ponerme en pie. Pero, otra vez no tuve tiempo de pensar en nada. Ella entró a la ducha, me arrinconó contra la pared, hizo revotar sus tetas en mi cara, salpicándome con las primeras gotas de leche que le empezaban a brotar, y manoteó mi pija con urgencia para colocarla en la entrada de su conchita. De modo que, así como estábamos, yo todo meado por ella, y Gabi con una calentura que se le evaporaba por la piel, empezamos a envestirnos, a mordernos labios, orejas y cuello, a frotarnos, arañarnos, surcarnos las nalgas con pellizcos y azotes, a ensalivarnos la cara, a lamernos como perros salvajes, y a gemir de lujuria. Mi pija entraba cada vez más en esa conchita incendiada de jugos, y ella me pedía que le meta un dedo en el culo, entre algunas de las cosas que logré entenderle, mientras nuestras bocas no cesaban de saborearnos.
¿Y? ¿Te gustó que tu perra te mee todo? ¿Te calentó que te haga pis, como una perra, para que ninguna guachita culo sucio se te acerque? ¿Dale forro, cogeme, y acabame adentro, así la bebé se toma la merienda! ¡Dale guacho, dame más, quiero esa pija siempre adentro mío! ¡Cogeme, partime la concha, y meteme los dedos en el culo!, decía, mientras nuestros pubis se entrechocaban con toda la potencia que se les permitía, y ella abría los grifos, perfectamente equilibrados para que el agua no esté ni muy fría, ni muy caliente. Yo, trataba de responderle algo, pero todo lo que me salía hacer, era cogerla y cogerla, enterrarle el dedo en el culo todo lo que pudiera, chuparle las tetas para saborear ese principio de leche materna, y decirle que era mi perra, y que, obviamente quería que vuelva a mearme. Y, de repente, justo cuando mis huevos amenazaban con explotar, y mis dientes con herirle gravemente los pezones, una descarga simbiótica nos hizo alargar vocales, exclamar gemidos de animales de leyenda, y temblar como dos grandes montañas con sendos volcanes internos. Su clítoris se frotaba seriamente contra la base de mi pija, cuando mi semen comenzó a fluir con la intensidad más perpetua y exasperante. Sentía la viscosidad de sus paredes vaginales en la pija, los latidos de su botoncito milagroso, los músculos de mi glande abriéndose para embarazarla aún más si fuera posible, y sus tetas asfixiarme una vez más, mientras ella se aferraba de mis glúteos, me prometía mearme en la cama, y pedirle a Pili que me haga lo mismo, todas las mañanas, antes de irse a la escuela.
¡Asíiii, lecheame toda turro, dame lecheeee, daleeee, asíii, que seguramente a tu hija le va a encantar que le acaben adentro, cuando sea adolescente, y tan putita como la madre!, me decía, en consonancia con su orgasmo, mientras mi leche no paraba de brotar de mi falo. El olor a pis de mi esposa que todavía me humedecía las piernas se intensificaba, porque el agua todavía no nos daba directamente. Apenas nos salpicaba, porque la regadera estaba apuntando hacia otro rincón de la ducha. Y eso, creo que nos excitaba por igual. Hasta que, luego de un minuto, o tal vez dos, de quedarnos quietos, abotonados y temblando, ella se arrodilló en el suelo con toda la agilidad que le permitió su estado, y me agarró el pito con la boca.
¿Qué pensabas? ¡Obvio que quiero saborear las gotitas de leche que te quedan en el pito! ¡Además, nunca probé tu pija cuando me la sacás de la concha!, dijo, y acto seguido empezó a besarme, lamer y succionarme el glande, haciendo algunos ruiditos exagerados. Pero, claramente me rompió los esquemas cuando me dijo: ¡Ahora te toca a vos! ¡Y no te hagas el difícil, porque yo me porté bien! ¡Y más vale que no arrugues!
¡No te entiendo gorda! ¿Querés que te alcance algo?, le dije, escuchándome como un estúpido.
¡No, no! ¡Quiero que me hagas pis en las tetas! ¡Y no me digas que no tenés ganas, porque sé que siempre, después de garchar te vas al baño! ¡Dale, no tengas vergüenza! ¡Meame las tetas Tomi! ¡Quiero que me mees como un perro a su perra, cuando están alzados!, me dijo, modulando su voz con la tonalidad precisa como para encenderme la pija y las hormonas. Así que, coloqué la punta de mi verga en el hueco que ella misma hacía con sus tetas, agarrándoselas con las manos, y empecé a mearlas, como si no existiera un mañana. Ella, de a ratos tosía. Pero, una vez que terminé, sacudió las tetas y empezó a chuparse los dedos meados, uno por uno, mientras se pellizcaba los pezones. Incluso se pasó las manos mojadas por la cara, y sacaba la lengua, haciéndose la sexy, murmurando cosas como: ¡Qué rico me measte perrito! ¡Y encima, siento cómo me chorrea tu lechita de la concha! ¡Hacía rato que no me pasaba, de calentarme tanto!
Y, de pronto, pareció reaccionar, o salir del estado de shock en el que estábamos inmersos.
¡Gordo, dale, ayudame a levantarme, así nos bañamos! ¡Tenemos que ir a buscar a Pili! ¡Mañana tiene que ir al colegio, y no hizo los deberes!, dijo precipitadamente, aunque no le quitaba los ojos a mi verga, irracionalmente erecta otra vez. Mientras nos bañábamos juntos como dos enamorados en la primera etapa, nos prometimos seguir incluyendo a la nena en nuestras fantasías, pero jamás hacerla partícipe, ni testigo, ni nada. Aunque sí nos juramos oler sus bombachitas, cada vez que se nos presentara la oportunidad. Además de mearnos en la cama, el suelo, la ducha, la terraza, o donde el destino nos deje un resquicio para aprovechar. ¡Y, claramente le prometí que, podía comer alfajores, siempre y cuando me deje chuparle las tetas cuando nazca la bebé! Fin
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Ya no se que mas poner, te superas relato a relato, ojala haya un segunda parte, con la Pili
ResponderEliminarHola Marceeee! Gracias por estar siempre. Y, vamos a ver si Bonzo quiere que la pili se sume a las chanchadas de sus papi! Jejeje!
Eliminarsiempre estos relaros son re calientes; ojala otro con la bebe ya nacida. Que se deje mear las tetas con la bebe en brazos
ResponderEliminarHola Aquiles! Bueno, veremos si podemos seguir la historia. desde luego, Gabriela es una chica muy abierta, como su pareja! Jeje!
EliminarQué lindo cuando meten a una pendejita en el morbo aunque ella no se entere. Nadie sale perjudicado y es muy caliente y morboso, me encanta.
ResponderEliminarSi fuera amigo de bonzo le diría que aproveche cuando está dormida, ella la beba o una amiguita o prima que se queda a dormir.
Saludos, Ciro
Ambar me exito mucho tu relato por favor continualo pero con la hija y la bebe ya nacida para que se una tambien
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