¡Sí! Obvio que durante, y después de todo esto, tuve asistencia psicológica. Aunque yo sabía que no me ayudaba un cuerno. Era más fuerte que yo, que mi sentido de la realidad, que lo que pudiera decirme mi mejor amiga Paula para convencerme, y que todos los libros que leí. Mi cuerpo y alma, estaban más de acuerdo con querer entregarse a ese hombre. ¿Era así? ¿O acaso, era un deseo sexual más parecido a la locura el que me gobernaba? ¿Qué me impulsaba a sentirme tan vulnerable?
No puedo precisar cuándo fue que empecé a sentirme atraída, hechizada o caliente con mi papi. Según mi psicóloga, el haber reinado durante 13 años como hija única de dos padres que me consentían en todo, tenía sus conflictos internos. Cuando me enteré que mi madre estaba embarazada, mi primera sensación fue de felicidad. Incluso, ver las lágrimas de mi madre me conmovieron tanto que, me levanté del puf en el que estaba echada y la abracé. Algo que habitualmente no hacemos entre nosotras. Eso también me lo había puntualizado mi terapeuta, aquello de fortalecer los lazos con mi madre, y no solo con palabras de afecto. En cambio, cuando mi viejo dijo: ¡Sí hija, y, además, va a ser una nena! ¡Recién nos dieron los resultados de la ecografía! ¿Estás contenta? ¿Te parece que elijamos el nombre entre los tres? ¿O se lo querés poner vos?, me sentí una tarada. Después, tuve ganas de no mirarlo nunca más a los ojos. Y enseguida me enchinché para la mierda. Ni siquiera me salió contestarle. Finalmente, él, que sabía cómo sacarme las mañas, me levantó del suelo y me sentó sobre su hombro derecho para pasearme por toda la casa, mientras me hacía cosquillas en los pies.
¡Vamos Neri, si sabés que nunca te vamos a dejar de comprar lo que quieras, ni de acompañarte a donde nos digas! ¡No me vas a decir que te pusiste celosa, tonta! ¡Más te vale que no, porque, en vez de contratar a una niñera, te vamos a pagar a vos para que le cambies los pañales a la beba! ¿Qué me decís?, se me burlaba mi papi, sin detener sus cosquillas, ni un besuqueo ruidoso en mis mejillas, una vez que yacía en sus brazos sobre el sillón. Mi madre no parecía reparar en nada. Ella seguía contándole a sus amigas de su felicidad a través de WhatsApp, hablando con la abuela por teléfono, y ordenando la cocina.
Los días fueron pasando. La barriga de mi madre se abultaba cada vez más, y mi papá, casi no me prestaba atención. A diario se iban al médico para controles, o por los dolores de mi mami. Yo, había bajado considerablemente las notas en el colegio, y no le encontraba explicación al hecho de que me costara tanto ponerme a estudiar. Además, arrasaba con todo lo que veía en la heladera, y eso también comenzó a llenarme de complejos. ¡Me sentía sola, y para colmo gorda como una ballena!
Pronto nació Romina, y la casa se llenó de silencios porque dormía la bebé, de gente que le traía regalitos a la bebé, de los primeros controles para la bebé, y de olor a sonajeros, peluches, talco, y a pañales de la bebé. Yo me la pasaba en mi habitación, con los auriculares de a ratos, o mirando cosas en la compu. Ya ni siquiera podía escuchar música en el living, ni usar la licuadora para hacerme un jugo, ni invitar a mis amigas, “porque hablaban muy fuerte, se reían todo el tiempo, y podían despertar a Romi”, según mi madre.
Los meses para mí transcurrían con una letanía insoportable. Los abuelos también habían dejado de regalarme golosinas, y la tía Eli, ya no me ponía al tanto de los nuevos productos de maquillaje. Todos estaban embobados con Romina, con sus babas, sus llantitos, sus gases, sus primeras gracias y con la forma que tenía de soltar el pecho de mi madre cuando ya no quería más. Y, cuando Romina dormía, todos compadecían los esfuerzos de mi madre, que a sus 36 años cargaba con la responsabilidad de criar a una nueva hija. Yo no culpaba a mi hermana, ni a la pobre de mi madre, ni a mis parientes. Más bien me sentía contrariada conmigo misma. De hecho, yo la cargaba, la hacía dormir, le cantaba y me quedaba con ella a mirar dibujitos, cuando ya había cumplido los 4 meses. Pero, lo que más me dolía, era la distancia de mi padre. Él ya no me hacía upa, ni me abrazaba con la alegría de siempre cuando llegaba de la oficina, ni me preguntaba cómo me iba en la escuela, o si algún chico me había propuesto ser mi novio. Apenas si me daba un beso en la frente, y siempre después de cargosear a la beba, de hablar con mi madre, y de ponerse estúpido con las novedades de su crecimiento.
¡Basta Nerea! ¡Sabés perfectamente que, con vos, fuimos igual de cargosos, y que no te dejábamos en paz! ¡Dale, poné la mesa, que ya comemos!, me dijo mami una noche, luego de que le hiciera mi primera escena de celos a mi papi.
¡Parecés un mono idiota haciendo esas morisquetas! ¿No ves que ella ni te entiende? ¡Aparte, todo el tiempo la alzás a ella, y le hacés cosquillas a ella! ¡Parece que ahora tenés una hija sola!, le había dicho, cada vez más furiosa, porque él se reía de mi berrinche, con mi hermanita en brazos. Mi madre no parecía tan divertida como mi viejo. Incluso, deslizó algo como: ¡Si querés que te alce como antes, dejá de comerte todo lo que hay en la casa!, y aquello fue un nuevo puñal para mi autoestima.
¡Dejala Silvi, que está creciendo! ¡Es normal que tenga más hambre que nosotros! ¡Yo, a los catorce, si podía comerme una vaca, lo hacía!, me defendió mi padre, tal vez sin que hiciera falta. Pero de nuevo volvió a enfrascarse con las ridículas vocecitas que le hacía a mi hermana, que se chupaba el dedo, y a todos les parecía gracioso.
¡Nerea, por favor! ¡Te dije que no te puedo llevar a lo de Pauli! ¡Vamos a pasear con Romi al parque! ¡Necesita oxigenarse un poco! ¡Hace tres días que no para de llover! ¡Tenemos que aprovechar que hoy salió el sol! ¡Si querés, te doy plata para que te tomes un taxi, y asunto arreglado!, me dijo mi padre, después que le pregunté por quinta vez si me podía acercar.
¡Se ve que te olvidaste de todas las promesas! ¿Cómo era eso que me ibas a acompañar, a entender, y todo eso? ¡Hace una bocha que no te pido nada!, le recriminé eufórica, mientras mami se terminaba de arreglar, y él acunaba a mi hermana en los brazos.
¡Shhh, bajá la voz que la nena está a punto de quedarse dormida! ¡Y preparale la mamadera! ¡La leche ya está caliente! ¡Y, a ver si la cortamos con esos celitos! ¡Cuando volvamos, si querés, y no te quedás en lo de Paulita, vamos a tomar un helado! ¿Querés?, trató de negociarme con su carita de bueno.
¡No, no quiero! ¡Mejor, me voy a tomar una mamadera, y me voy a babear toda la remera, y me la voy a chorrear con leche, a ver si así me das bola!, le dije impertinente y molesta. Ni siquiera sé por qué se me ocurrió.
¡Cortala Nerea, no seas ridícula! ¡Ya estás grandecita para ponerte a la altura de tu hermanita! ¡Además, no sé, parece que le tenés alergia!, venía diciendo mi madre por la cocina, hasta encontrarse con mi padre, llevando el cochecito. Preferí no decirle nada. Ni los saludé cuando ellos me desearon una linda tarde. Corrí a mi habitación, me tiré en la cama, y me puse a llorar. Al punto tal que me sentía chiquita, inofensiva, inocente. Tanto que, ni le presté atención a mis ganas de hacer pis. No me importaba nada. Estaba tan enojada, rebelde y orgullosa de sentirme tan poco importante que, yo misma presioné la panza para hacer fuerzas, hasta hacerme pis encima, mientras me decía: ¡Así papi, ahí la tenés a tu bebé! ¡Mirá cómo me meo en la cama, como la babosa de tu otra hijita, tu nueva preferida!
Inmediatamente, cuando todo cesó, un nuevo sentimiento me rodeó las entrañas, el corazón y la mente. ¡Necesitaba que mi papi venga ya, me vea, me cambie la ropa, y que me mire desnuda! ¿Por qué no viene mi papi, y me saca la ropa, preocupado y ansioso para que no me paspe entera? Y, me imaginé, así como estaba, pero al arrullo de sus brazos fuertes. Me calmé por un segundo. Sin embargo, empecé a sentir que me besaba los muslos, haciéndome cosquillas en los pies, intentando no tocarme la conchita mientras yo levantaba mi cola para que me ponga una bombacha limpita con mayor comodidad. Sentí que los pezones se me erectaban, y que un cálido rubor me encendía las mejillas. Flotaba en la sensación de los brazos de mi papi, en su perfume, su voz vibrando en su pecho cuando me hablaba. ¿Por qué esa bebé me lo había robado? ¿Y por qué yo no había hecho nada para evitarlo?
A medida que el tiempo pasaba, las cosas no mejoraban para mí. Romina ya tenía 10 meses, y mi libreta de calificaciones, cada vez más números comprometidos. Mami ya se había incorporado a su trabajo en el estudio contable, a su gimnasio y a sus cafés con amigas. Romina, durante la mañana iba a la guardería maternal. O sea que yo no la veía hasta la tarde, cuando volvía de la escuela. Con mi papi, la relación se enfriaba, en parte porque yo siempre lo recibía con cara de orto. Él intentó muchas veces hacerme reír con alguna pavada, y desistía cuando no encontraba resultados. Pero, acto seguido yo le plantaba una escena de celos.
¡Aaah, claro, cierto que ahora tenés que ir a boludear con la Romi! ¿Ya no me vas a acompañar a Jamball? ¡Ojalá me secuestren un día, o me agarre un hijo de puta, y me viole por ahí! ¡A lo mejor, si salgo en las noticias, te vuelvo a importar como antes!, le decía con crudeza, dramatismo y angustia. Mi madre, a veces se acercaba y me daba una cachetada, o me tironeaba el pelo. Otras, me gritaba desde la cocina, o desde donde estuviese. Pero, una tarde, justo cuando yo servía la leche en la mamadera para llevársela a mi viejo, a quien le tocaba alimentar a mi hermana, lo escuchaba hablarle, hacerle la voz de un animal malvado que, vendría por ella si no se tomaba toda la leche. Recuerdo que me acerqué a ellos, y antes de darle la mamadera a mi padre, le dije con mi pulgar entre los labios: ¿Y a mí qué me va a pasar si no me tomo toda la leche Pa?
Él me miró con una chispa extraña en las pupilas, la que por un momento me retrotrajo a nuestros días felices. Enseguida chasqueó la lengua, se colocó bien a Romina sobre las piernas y empezó a decirle: ¿A ver, ¿cómo abre la boquita, la gordita más linda de la casa?
Yo, me colgué de los hombros de mi papi, y pegué mi cara a la suya para mostrarle cómo abría mi boca. A él le dio gracia.
¡Nerea, a vos ya te lo dije cuando eras chiquitita! ¿Sé que no te acordás un comino de eso! ¡Pero, ahora es el momento de tu hermana!, dijo, antes de volver a aflautar su voz para inventarle un avioncito cargado de leche, el que debía terminar en su boca. Romi se reía a carcajadas de a ratos.
¿Y por qué, es tan difícil de acordarse de esas cosas? ¡Yo no me acuerdo nada!, le dije, con un resabio de emoción en el pecho.
¿Qué sé yo hija! ¡debe ser, porque, la vida es así! ¡Después crecemos, y ya! ¡Aaah, en un ratito, voy a necesitar que me traigas un pañal limpio, y talco! ¡Para mí que ya se cagó la cochina!, dijo, dándole más importancia a sus últimas palabras. Luego, volvió a situarse en el papel de animador de mi hermanita.
¡Sí, dale Pa, ya va tu Sirvienta, a traerte lo que quieras!, le contesté de mala gana, y me separé del sillón en el que estaba sentado para irme. Pero él me interrumpió.
¿Qué te pasa Nerea? ¡Por favor, ya somos grandes! ¡Romina está a punto de cumplir un año, y vos seguís sintiéndote dejada, abandonada, y no sé qué más! ¡Basta nena, cambiá el chip de una vez!, me dijo, y una especie de valde de agua helada recorrió mi orgullo.
¡Aparte, mami ya me contó que, que te measte en la cama un par de veces! ¿Regresiones a esta edad Neri? ¿En serio?, agregó entonces con algo de ternura, al notar que yo no procesaba una respuesta rápida, como solía hacerlo.
Aquel día se esfumó rapidísimo. Pero, a la noche, me dediqué a cultivar odio y más odio a mi madre. ¿Por qué tuvo que contarle que me había meado? ¿Y, por qué me excitaba tanto que me lo haya dicho? Y, tal vez, en la soledad de mis sábanas frías, todo lo que se me ocurrió fue masturbarme de una forma violenta. Incluso me había lastimado una pierna con mis uñas largas. Me sentía enojada, caliente, con ganas de llorar, de hacerme pis otra vez, de pegarle a mi madre, de tirar a mi hermana por una ventana, y de mostrarle el culo a mi viejo. ¿Cómo? ¿Por qué quería hacer eso? Imaginaba que él me ponía la mamadera en la boca, y que después, una pija ancha y gruesa emergía del centro de sus piernas para reemplazar a esa tetina babeada y mordisqueada. Creo que eso fue lo que me hizo acabar con una fuerza que, no supe evitar un río de lágrimas felices empapándome la cara y la almohada.
A los días, mi viejo apareció por el living con la beba en brazos, y se sentó en el sillón para ponerle los dibujitos en la tele, mientras le daba la mamadera. Yo estaba revoleada en un puf, mirando una novela bastante mala, en la que había una pibita pobre que se las ingeniaba para provocar a un tipo maduro con mansa guita. Solo la veía por eso, y porque me gustaba las formas que tenía de engatusarlo. A él ni le importó, y ni me preguntó si podía cambiar el canal. Sencillamente lo hizo, y la pantalla se llenó de dibujitos pelotudos.
¡Vamos Romi, abrí la boquita mi amor, que mami hoy nos dejó solos! ¡Así, que, portate bien con papi! ¡Mirá, ahí están los dibus!, le decía, ignorándome por completo.
¡Por si no te diste cuenta, yo estaba mirando la tele Pa! ¿Qué tengo que hacer para que por lo menos sepas que yo existo en esta casa? ¿Querés que me ponga un pañal, y te pida la leche?, le dije, levantándome del puf con cierta torpeza. Incluso, se me cayó la mitad de la banana que me estaba comiendo. Eso hizo reír a mi padre.
¡Otra vez con tu dramatismo Nerea! ¡En serio, la verdad, no te entiendo! ¡Aparte, ya deberías saber que tu madre limpió el piso esta mañana! ¡Parece que las bananas se te resbalan de las manos!, me dijo, con la voz extrañamente falta de enojos, o reproches. De hecho, por un momento pensé que se había quedado mirándome las tetas, ya que solo tenía un vestidito corto, sin corpiño.
¡Dale gordita, vamos a tomar la leche, que después vas a tener hambre! ¡Vamos princesita, así después te bañamos, y dormimos un ratito! ¿Querés?, le dijo luego a Romina, en medio de otras monerías y ruiditos para hacerla reír. Cuando lo vi hacerle cosquillas en los pies, sentí que la sangre me quemaba por dentro. Pero ni me moví. Le clavé los ojos en los suyos, y él no podía evitarme.
¿Qué pasa ahora Nerea? ¡Haceme el favor de levantar eso del suelo, y ponete a estudiar! ¡Ya bastante tenemos con tus notas, como para que encima te hagas la graciosita!, me dijo, otra vez sin exasperarse como lo habría hecho en otro momento.
¡No tengo tarea Pa! ¡Ya hice todo en la escuela!, le rezongué, y me eché otra vez en el puf. Pensé en cruzarme de brazos. Pero, en el exacto momento en que Romina se terminó la mamadera y empezó a quedarse dormida en los brazos de mi papi, cuando noté que me observaba, levanté la mitad de banana del suelo, ayudándome con uno de mis pies descalzos.
¡Nerea, por favor! ¡No te lleves eso a la boca, cochina! ¡No seas asquerosa hija!, me dijo en voz muy tenue, mientras se levantaba del sillón para llevar a la beba a su cunita, y yo acercaba ese trozo de banana a mis labios. Obviamente, no pensaba en comerlo. Solo quería hacerlo rabiar. De modo que, eso, me valió esperarlo ahí donde estaba, hasta que vuelva de acostar a mi hermana.
¡A ver hija, la verdad, no entiendo tu conducta! ¡Hablemos, y busquemos la forma de entendernos!, abrió el diálogo mi padre a su regreso, sentándose en el suelo, a mi lado. Yo me hacía la ofendida, y no le hablaba.
¡Hija, por lo menos, explicame las razones que te hacen, no sé, hacer cosas que antes no hacías! ¡Hablá conmigo, si no querés hacerlo con tu madre, o con otra persona! ¡Yo, quisiera entenderte! ¡Sé que a veces, los celos de hermanos existen! ¡Pero, de ahí a, plantearme guerras todo el tiempo? ¿En serio querés volver a usar pañales? ¡Vos, ya creciste Nerea!, me decía, acariciándome los oídos con su forma apaciguadora de hablarme cuando me portaba mal, o desaprobaba un examen. Yo empecé a temblar y flotar al mismo tiempo, sin poder controlar las palpitaciones de mi corazón, las que resonaban con insistencia en mi clítoris. Creo que por eso no podía responderle.
¿Dale cheee, contestame! ¡Yo, por ahí, estuve un poco duro con vos, y por eso, te pido disculpas! ¡Vos, también sos mi hija, mi bebota preciosa! ¿O, creés que me gusta esta situación?, dijo, con una angustiosa serenidad, acariciándome el pelo.
¡Pasa que, yo ya no soy tu bebota Pa! ¡Ya no me hacés cosquillas, ni me prestás atención, ni vamos a tomar helados, ni nada! ¡Parece que tengo que portarme mal, para que te acuerdes que yo vivo acá!, le dije, tratando que no suene tan patético. Y, entonces, él me agarró un pie para hacerme cosquillas. Pero yo lo rechacé, retirando mi pie de su mano con tanta prisa que, me pegué en el talón con el suelo.
¡Bueno, parece que, ya no querés cosquillas! Entonces… ¿Qué te parece si te doy la mamadera? ¿Eee? ¡Aprovechá, que tu hermana no se la tomó toda! ¡Para mí que te quiso guardar un poquito! ¿Viste qué buena es? ¿Además, quién te dijo esa pavada? ¡Nunca es tarde para salir a tomar un helado! ¡Pero, antes, tomate la lechita! ¡Vas a ver que no te va a gustar ni medio ser bebé de nuevo!, me decía de pronto, sonriendo con malicia mientras me acercaba la mamadera de Romina a la boca. Yo le ponía cara de asco, y en cuanto mis labios rosaron esa tetina llena de marquitas de dientes, mi papi estalló de risa al volcarse gotitas de leche sobre mi vestido. Pero en definitiva le di el gusto, y le mandé un par de sorbitos. Estaba tibia, muy dulce, y media espesa. Mi padre me puso una cara extraña, y los ojos le brillaron como nunca se los había visto cuando balbuceé, tal vez de forma inconsciente: ¡Ahora solo falta que me cambies la bombacha! ¡porque, es obvio que no quiero volver a usar pañales! ¡Pero, viste que las chicas se mojan igual!
¡Neri, qué, bueno, es raro! ¡Pero, es lindo verte con la mamadera en la boca, otra vez!, dijo al fin, cuando yo hice un ruidito exasperante al succionar la tetina, una vez más.
¿Te gusta verme así? ¿Con la mamadera en la boca papi?, le dije esta vez, más segura de mis intenciones, sin importarme reprimendas, sermones, azotes o recortes en mi mensualidad. Mi viejo titubeó un instante. Después, hizo un montón de cosas. Se rascó la cabeza, abrió y cerró la boca sin palabras, suspiró, se metió una mano en el bolsillo para acomodarse el pito, me rozó el hombro con sus dedos, amagó con quitarme la mamadera, y me olió el pelo.
¿Andás juguetona hoy Neri? ¿Es esto lo que querés? ¿Llamarme la atención, de un modo, digamos, sexual? ¿O, de verdad tenés un problemita? ¿En serio, llegaste a mearte en la cama para que te dé bolilla? ¡Qué tonta bebé! ¡No tenías más que pedírmelo, y yo, te preparaba una mamadera, y te la ponía en los labios!, decía mi papi, incómodo, perturbado y perseguido por los ruidos del exterior. Pero no se alejaba de mí. Es más, de repente es como si su piel y la mía estuviesen imantadas por un libidinoso recurso astral. A mí también me invadía su aroma, el fuego de su mirada que se había vuelto inalterable, y la forma de sus labios entreabiertos, por los que solo fluía el aire de sus suspiros. Y encima, trataba de disimular que tenía la pija súper parada.
¡Escuchame, tenemos que arreglar esto, de alguna forma! ¿No creés? ¡Vamos Neri, en serio! ¡Dejá de chupar eso así, porque, no está bien!, me dijo de pronto, mientras yo sorbía gotitas de leche, y dejaba que otras se me vuelquen en el vestido. Además, abría las piernas, buscando frotarme la vulva sobre la ropa, demostrándole que me tenía a su merced.
¿Te molesta que me tome la leche? ¡Pero, se supone que hace bien para crecer, y todo eso!, le dije, más pendiente de los latidos de su pija que de los de mi clítoris.
¡Vos ya no necesitás esto! ¿Te viste las tetas que tenés? ¿Esto, es para que crezca tu hermanita! ¡Vos, sos una cochina, que no puede llevarse la mamadera a la boca! ¿O, tus amiguitas se comportan igual que vos?, me dijo, adoptando un falso fastidio, o una severidad que no se veía en sus ojos. Y de repente, me manoseó las tetas, diciendo: ¡Mirá todo lo que tenés bebé! ¡Y todo esto es tuyo! ¡Porque siempre te di la lechita, cuando eras bebé! ¡Y te cambiaba, te lavaba, te ponía talquito, y todo lo que ahora le hago a tu hermana! ¡La verdad, no entiendo nena, por qué me hacés esto!
¿Qué te hice ahora Pa? ¡Ay, me duele! ¡Sos vos el que me está tocando las tetas!, me excusé, sin saber del todo el por qué. Me había dolido de verdad, porque me pellizcó un pezón en un momento. Pero, mis palabras me valieron una cachetada de sus manos perfectas. Inmediatamente, se me llenaron los ojos de lágrimas. Pero no había sollozos en mi voz, ni hipidos, ni reclamos absurdos.
¡Ahora te levantás, y te vas a la pieza, ya! ¡No me gusta que te zarpes conmigo pendeja! ¡Vamos, ahora mismo! ¿Qué esperás? ¿o vas a ir gateando? ¡Dale, parate, y rajá para la pieza, que ya vamos a hablar! ¿NO querías que te dé la mamadera, y que te cambie el pañal? ¡Apurate, y no pierdas tiempo! ¡Dale, que tu hermanita se puede despertar! ¡Reaccioná pendeja! ¿O preferís que hable con tu madre?, me decía chasqueando los dedos, levantándose urgente del suelo. Primero, pensé que reaccionó así por el timbre del teléfono fijo. Pero, ni bien atendió y cortó, tal vez por tratarse de alguna encuestadora, o de alguna tarjeta de crédito, volvió a dirigirse a mí, que todavía seguía echada en el puf, y me repitió: ¡Dale Nerea, dejate de joder! ¡Arreglemos esto en tu pieza, que es donde debimos hablar hace tiempo!
Algo de sus modos no me cerraba del todo. Sabía que no era momento de discutirle. Mi cuerpo permanecía petrificado en el suelo, como en señal de un aturdimiento novedoso, y mi cerebro ya no les pertenecía a mis emociones. Hasta que al fin tomé todo el valor que supe reunir, y corrí a mi pieza, totalmente confundida, mojada hasta las rodillas, temblando de curiosidad y llena de cosquillas en la panza. Me senté en la cama, y esperé. Oía ruidos en la cocina, y el silbidito del pájaro que mi viejo tenía como ring ton en sus mensajes de WhatsApp. Mi corazón hacía sonar sus tambores, y mis manos no sabían qué hacer con la ansiedad que me entumecía los dedos. Hasta que, sin prevenírmelo, la puerta se abrió, y tras ella apareció mi viejo, con una mamadera en la mano, y los ojos llenos de emoción.
¿Qué hacés ahí gordita? ¡Vamos, vení, que tengo la lechita para vos bebé! ¡A ver, vamos a ver si la gordita de papi tiene hambre!, me decía mi papi, sentándose al lado de mi cuerpo en shock, hundiendo levemente el colchón con su peso. Me mostró la mamadera, y se golpeó las piernas para invitarme a sentarme allí.
¡Vamos Neri, sentate a upita de papá, que ya te calentó una rica chocolatada, como las que te tomabas a los 4 años! ¡Porque, vos no te acordás que dejaste la mamadera como a los 5 recién!, susurraba su voz mientras se reía entusiasmado. Yo no resistí la tentación, y poco a poco me fui acomodando entre sus brazos. Para cuando estuve totalmente sentada, él me ubicó un poco más arriba de su bulto, y entonces palpé a la perfección con mi cola que su pija estaba más que dura. No me habló de inmediato. Pero apenas rozó mis labios con la tetina, murmuró: ¡Tomate la lechita, pendeja calentona!, y me manoseó las tetas. Yo le di unos sorbitos, saboreándome, y moví la cola hacia los costados para frotarle el pito.
¿Te gusta manosearme papi?, le pregunté, fiel a mi estilo de dejarme llevar.
¿Quedate calladita, y tomate toda la leche nena! ¡Y no seas insolente, que las reglas las pongo yo!, me dijo, mientras sus dedos se filtraban por mi vestido, haciendo contacto con la piel desnuda de mis tetas.
¿Y desde cuando andás sin corpiño por la casa? ¡Al menos, vi que bombachita te pusiste!, averiguó, mientras no dejaba de pegar la mamadera a mi boca para que succione, saboree y trague.
¿Contestame pendejita puta! ¿Por qué andás sin corpiño en casa? ¿También vas así al cole? ¿O al gimnasio?, me rezongó, esta vez pellizcándome un pezón. Me hizo chillar, pero no le respondí.
¡Bueno, como no me querés hablar, te vas a tener que tomar toda la leche, y sin respirar! ¡Vamos nena, seguí chupando la mamadera, tragate todo, y sin chorrearte!, sentenció, y esta vez no pude parar de chupar y tragar, mientras él daba saltitos con sus piernas para que mi cola se golpee contra su pija, me acariciaba los muslos, me amasaba las tetas por adentro del vestido, jadeaba suavecito, y me olía el cuello. Por suerte, la tetina tenía un agujerito pequeño, y la leche no salía disparada en tropel adentro de mi boca. Creo que, si no hubiese sido así, me habría ahogado como una tarada. Y, entonces, cuando faltaba muy poquito para terminarme mi merienda, él me la sacó de la boca y dejó que las últimas gotas de chocolatada se vuelquen inofensivas sobre mis tetas, a esa altura, prácticamente desnudas. Entonces, empezó a hablarme con la voz pelotuda que empleaba para Romi.
¡uuuy, qué cosa bárbara che! ¡La gordita se volcó lechita en las tetas! ¡Pobrecita mi bebé cochina! ¿Qué vamos a hacer con vos Neri? ¿Todavía no sabés tomarte toda la lechita? ¡Tengo que explicarle esto a tu mami! ¿Tiene que saber que su bebé todavía no sabe tragar bien, que se hace pipí en la camita, y que se pasea sin corpiño por casa, y que, posiblemente, ahora ande con la bombachita hecha una agüita!, me decía, revolviéndome el pelo, oliendo la tetina de la mamadera, antes de tirarla al suelo, y levantándose conmigo en sus brazos. Finalmente me sentó en la cama y me pidió con un susurro apenas audible: ¡Sacate ese vestido, así te limpio las tetas!
No sé cómo fue que me lo quité tan rápido. En tiempo récord, diría. Lo cierto es que, en apenas segundos, estaba sentada al frente de mi viejo, en bombacha, más asustada que nunca, pero menos temerosa. Él se agachó un poquito, y antes de ocuparse de mis tetas me dijo al oído: ¡Abrí la boquita bebé! ¡Y cruzá las piernitas, que prefiero no mirarle la vagina a mi hija!
Yo le hice caso, y él empezó a olerme toda la cara, a lamerme los labios y el mentón, a darme besitos suaves en el cuello, y luego, a olerme la boca, mientras murmuraba: ¡Mmm, olor a lechita en la boca tiene mi gordita, mi nena chancha! ¡Dale, ahora, chupale el dedo a papi, dale, como hacías con el chupete!
Entonces, le chupé el índice, el pulgar, y creo que todos los dedos de una de sus manos. A él le daba un placer que no podía reprimir. Al punto que se palpó la pija ante mis ojos, unos segundos antes de agarrar una de mis manos y hacérmela tocar, diciéndome: ¡Mirá cómo pusiste a papi, mala! ¡Culpa tuya estoy así, con el pito duro! ¡Espero, por tu bien, que no te hayas llevado un pito a la boquita! ¿Me jurás que no bebé?
Mi mano y yo empezamos a delirar con lo grueso de ese bulto, y no dejé de sobárselo. Le apretaba la puntita, subía y bajaba por su tronco con mis uñas para que sienta cosquillitas, y notaba el calor de sus huevos atrapados, especialmente cuando le daba sobaditas más directas en el glande.
¡Pará Nerea, esperá un poquito pendeja!, dijo de pronto, tras darme un correctivo en la mano. Pero, presa de una contradicción entendible, se bajó el pantalón, y se agachó para olerme las tetas.
¡Te dije que te las tenía que limpiar! ¡Qué rico olorcito tenés guachita! ¡Mirá cómo te ensuciaste las tetas, cochina!, me decía, mientras su lengua rondaba por la copa de mis pechitos blancos, y poco a poco recorría todo el camino de mis redondeces, incluso llegando a mi ombligo. Pero, cuando uno de mis pezones entró en su boca, gemí como nunca.
¿Te gusta bebé? ¿Te gusta que tu papi te chupe las tetitas? ¿Querés que siga, chupándote toda? ¡Tendría que haberte enseñado estas cositas bebé! ¡Porque, ahora, sos una chancha que no sabe tomar lechita en taza!, me decía, acentuando el sonido de sus chupones por mis tetas, sorbiendo mis pezones para soltarlos con brusquedad, mordisqueando el costado de mis pechos, lamiendo mi ombligo, y subiendo desconsolado hasta mi boca para atrapar mis labios con los suyos. Le gustaba olerme la boca y pedirme que le muerda algún que otro dedo. También me tocaba la nariz con la punta de la lengua, y cada vez que intentaba abrir las piernas, él me lo prohibía. Y encima, cuando me esforzaba por tocarle el pito, me ligaba alguna cachetada en la mano, o en la cara.
¡Eso no se toca, pendejita sucia! ¡No seas putona desde tan chiquita!, me decía, y volvía a llenarme de baba, besos, mordidas y lamidas. Yo no daba más de resistir el impulso de sentirlo adentro de mi concha. Pero, en el exacto momento en que él al fin se bajó el bóxer, y mis ojos se deslumbraron por lo magnífico de su pija dura, cubierta de venas y líquidos seminales, Romina volvió a cagarme la puta vida.
¡Ya vengo Hija! ¡Tu hermana! ¿No la escuchás?, me dijo, advirtiendo mi cara de orto al ver su prisa por ir a socorrerla.
¡Pero, te digo que ya vengo! ¡Metete en la cama, así como estás! ¡No te saques ni te pongas nada! ¡Vengo enseguida!, me dijo, y cruzó la puerta como un huracán desbocado, injusto y atropellado. Dudé en si obedecerle esta vez. Pero, siempre que le hice caso, mi papi cumplía. Así que, me metí entre las sábanas, y manoteé un osito de peluche que tenía en la mesa de luz. Uno que él mismo me había regalado para mis 12 años. Esperé, impaciente, algo enojada y no del todo segura si cumpliría su promesa. Pero me sentía feliz, bañada en la saliva de mi padre, con la frescura de sus besos por mi piel, y semi desnuda entre las sábanas. ¡Si de alguna forma querría morirme, ésta, sin dudas, sería la perfecta! Aún así, oía el llanto incontrolable de mi hermana, y los intentos de mi padre por calmarla. La verdad, no me daba pena, ni tuve ganas de ayudarle. En ese momento el fuego que renacía en mi vulva no me dejaba pensar con claridad. Y, de repente, sin saber cuánto tiempo había pasado en realidad, descubrí que mi viejo estaba de pie, meneando su pene hinchado a centímetros de mi cara. ¡Sí, me había dormido por unos segundos, tal vez soñando con las cosas que me habría hecho, si mi hermana no nos hubiera interrumpido!
¡Hija, vamos! ¡No me digas que te dormiste! ¡Ya está, tu hermana se durmió otra vez! ¡Se había meado encima! ¡Estaba meta hacer berrinches en la cuna! ¡Y, por lo que veo, me hiciste caso!, me decía en voz baja, mientras palpaba mis tetas por encima de la sábana. La pija se le mecía hacia los costados, cuando al fin empezó a acercarla cada vez más a mis tetas, mientras yo habría poco a poco la boca.
¿Qué pasa chiquita? ¿Ya querés la lechita? ¿Viste cómo me la pusiste? ¡Está mal esto bebé! ¡No corresponde que yo, te haga esto, ni que vos, bueno, estés así de entregada!, me decía, ahora posando uno de sus dedos en mis labios.
¡Pero yo quiero Pa! ¡Quiero que me la des, donde quieras! ¡Que me veas desnuda, y te calientes con tu bebota!, le dije, y eso fue demasiado para su autocontrol. Por un momento creí que me sacaría de la cama para cagarme bien a palos. Pero, en lugar de hacerme daño, prefirió acercarme el pito a la boca, y yo saqué la lengua.
¡Aaah, bueeeno, parece que estás decidida, cochina! ¿Querés el pito de papi en la boquita? ¿Eso querés, chanchona?, me decía, retirando completamente la sábana de mi cuerpo, mientras me daba golpecitos con la pija en el mentón y la nariz.
¡Dale, pasale la lengüita, y oleme la pija bebé! ¿Viste la mamadera que tiene tu papi? ¿Te la vas a tomar toda bebita lechera?, me decía, ahora apoyando su glande en mis labios. Yo no podía explicar las sensaciones que sentía al oler y lamer esa piel de hombre maduro. ¡Y menos cuando mis labios al fin cedieron, y su glande me inundó la boca con su anchura, textura y humedad! Ahí sí que empecé a succionar, lamer, chupar y salivar como loca. Él me acariciaba con torpeza, por momentos enterrándome los dedos en la panza o los muslos. Me pellizcó la cola, me tironeó la bombacha hacia abajo, pero aún sin atreverse a mirarme la concha. Estaba más que embelesado con la forma que tenía de petearle esa pija hermosa, cada vez más dura y caliente, como si una fiebre fatal le consumiera los músculos.
¡Así bebé, sacale la leche a papi, que él siempre tiene la mamadera calentita para su nena! ¡Y, después de tomarte la lechita, te voy a cambiar esa bombacha meada que tenés! ¡Te voy a poner talquito, y después, un pañalín! ¡Y, ahí te voy a llevar a la cama, para darte la cremita en la cola, para que no te paspes, nenita cochina!, me decía, ahora subido al éxtasis que le proporcionaban mis lamidas, chupones a fondo, mordisquitos y los sonidos de mi garganta, cada vez más llena de mi saliva y sus líquidos. Era un pete delicioso, escandalosamente ruidoso, perverso, profundo para mi garganta, y cargado de goce, a juzgar por los gemidos de mi papi, y por la forma que tenía de tocarme. Sus pellizcos no me dolían. Mis dientes tampoco le lastimaban la piel de la verga, y mi boca le inundaba el escroto de saliva cuando le chuponeaba los huevos híper peludos, tensos y a punto de rodar por el suelo.
¡Cómo te gusta nenita! ¡No imaginaba que ya sabías hacer estas chanchadas! ¡Tragá putita mía, vamos nena, así, que ya te voy a cambiar el pañal, y te voy a apretujar bien fuerte en los brazos, para que te duermas, toda lecheada, pendejita roñosa!, me decía entre dientes, destilando sudor y profiriendo unos jadeos cada vez menos controlables. Además, ya me agarraba del pelo como a una yegua mañosa, me sacaba el pito de la boca para castigarme las mejillas, para que se la huela, se la toque con las manos, y para que le muerda el prepucio mientras mis dedos le presionaban la base del tronco. Yo me sentía cada vez más cerca de mearme encima, mientras parecía que su leche empezaba a calentarle la piel, a brotar de sus entrañas, y a latir en sincronía con su corazón en los infiernos de sus venas inflamadas. Y, fue entonces que llegué a decirle: ¿Me vas a dar la leche en la boca papi? ¿Me vas a empachar con tu lechita?
Eso, volvió a valerme otra cachetada. Pero esta vez, fue con su pija. Después me retorció la nariz, me olió la boca y me destapó completamente. Me arrancó la bombacha, juntó su cara a mi vulva y empezó a saborear la superficie, chasqueando y cuchareando con su lengua como un verdadero sabio del sexo oral. O, al menos eso me parecía, que no tenía la menor idea de cómo se sentía aquello.
¡Mmmm, mi gordita tiene olor a pichí, y no solo en la bombachita! ¡Tus piernas, tu vagina, tus sábanas, el vestidito! ¡Todo tiene olor a pis Nerea! ¿Qué pasa chiquita? ¿Querés que papi te ponga pañales, y te cambie, a escondidas de mamá, te ponga talquito, y que te traiga la mamadera calentita por las noches?, me decía mientras olía todo lo que había mencionado. Incluso me olió y lamió los pies. Eso me generó todavía mayor calentura. Me abría las piernas y juntaba las plantas de mis pies para rozar mi vulva bien expuesta con sus dedos, y para abrirla suavemente. Ahí hundía su nariz, y exhalaba profundamente.
¡Date vuelta cochina, vamos! ¡Voy a averiguar si tenés olor a caquita en ese culo hermoso! ¡Sería el colmo Nerea!, me decía, aunque no hizo ninguna falta que me esfuerce por moverme, ya que él mismo se sirvió de mi cuerpo para ponerme boca abajo. Entonces, sentí sus manos grandes amasarme las nalgas. Luego su respiración acercándose a mi culo, y sus dedos apretando trocitos de mis carnes. Más tarde, un par de chirlos, y unos retos que no puedo recordar, pero que esencialmente tenían que ver con mi forma tan deshonesta de regalarme. Entonces, cuando me separó los glúteos, sentí que una tibia ola de saliva se deslizó por mi zanjita pulcra y asustada como mi corazón, y que en breve sus dedos la recorrían.
¡Si no fuera que sé que puedo hacerte daño, te haría gozar por la colita bebé!, lo escuché murmurar, al tiempo que me asestaba otros chirlos algo más contemplativos. Pero, de repente, su cuerpo cayó sobre el mío, como si no hubiese otra alternativa. Afuera el mundo se derrumbaba, o llovía, o se volvía ventoso, y los autos no paraban de circular a lo loco, como siempre; y todo lo que importaba, era nosotros. Sus manos me abrieron las piernas. Los vellos de su pubis se pegaron a mis nalgas coloradas, y una de sus manos buscó una de mis tetas, bajo mi cuerpo enloquecido.
¡Ahora, quietita, y nada de gritos! ¿OK? ¡Esta bebé necesita seguir creciendo! ¡Así que, hay que darle la lechita en la pancita! ¿No cierto mi gordita?, dijo como una lluvia gangosa en mi oído, mientras me presionaba un pezón, me pedía que le chupe un dedo de su otra mano, y se movía sobre mí, tratando de hacer contacto con su pija en la entrada de mi conchita. Cuando lo logró, yo misma empecé a moverme en la cama, a bajar mis caderas para que entre toda de una puta vez. Era desesperante sentirla en la puertita, dura y caliente, pero todavía afuera, afiebrada y muerta de frío. Además, sus dedos impacientes no sabían cómo aligerar la prisa por encarnarse en mi piel. Y, de pronto, su boca atrapó uno de mis pezones, y su voz ocupada en succionarme y darme un placer eléctrico me advirtió: ¡Preparate chiquita, que ahí te la entierro enterita!
No tuve tiempo de rehacerme de nada, ni de reinventarme, ni de pedirle piedad. ¿Acaso la necesitaba? Su pija entró en mi vagina como un torbellino de movimientos, estrellitas de colores y un ardor inexplicable. Me quemaba todo el cuerpo, y, sin embargo, me esforzaba por sentirla más adentro. Era difícil de entenderlo, pero la notaba crecer, colmarme toda, invadir cada rincón de mi concha empapada de mis jugos, y ahora de los suyos. Su cuerpo se hamacaba con violencia encima del mío, y sus labios me despedazaban las gomas con un besuqueo obsceno. Uno de sus dedos hacía lo imposible por hurgar en el agujero de mi culo, aunque se contentaba con pellizcarme las nalgas con mayores convicciones. No podía hablarle. Solo gemir, suspirar, babearme, abrir la boca para tomar aire, y seguir gimiendo. Él me decía que era hermosa, que le encantaba el sabor de mis tetas, lo apretadito de mi concha, lo caliente que la tenía, lo sumisa que me había puesto para él, y que hasta mi olor a pichí le daba ternura. Mientras tanto, me bombeaba más rápido, con cada vez mayor velocidad, y con sus dedos marcándose en mi cuello con cierto peligro.
Y de golpe, como si fuese un truco de magia bien aprendido, se dio vuelta conmigo encima, con todas las posibilidades de caernos de la cama, y convertirlo todo en un papelón.
¡Dale chiquita, ahora te toca a vos! ¡Movete como quieras, pero comete la mamadera de papi, con esa conchita caliente! ¡Prendeme fuego la pija nenita, vamos, así nena, dale, cogeme bien la verga! ¡Así bebota chancha, dale, así te ganás la lechita de papi!, empezó a decirme, mientras mi cuerpo respondía a sus voluntades, y mi vientre danzaba con un ritmo cada vez más frenético. Ahora mis tetas se bamboleaban inertes, y mi papi me las amasaba o me las escupía, o me pellizcaba los pezones para que me mueva más rápido. Su pija arrastraba todo lo que había en mi vulva, y me convertía en una adicta enferma a su contacto, sus vaivenes y calenturas.
¿Viste cómo te come el pito la nena papi? ¿Te gusta que te haga esto? ¿me la vas a largar adentro Pa? ¿Toda la lechita me vas a regalar? ¿Así papi, cogeme toda, abrime toda la conchita, que es tuya!, le dije, casi sin poder pensar. Es que, todo lo que podía hacer era sentir, volar, planear sobre su pubis, flotar en el aroma de su cuerpo, y seguir moviéndome, hasta que su verga me invada toda. Y, de pronto, unos jadeos más duros, violentos y como prehistóricos comenzaron a tensarle los brazos, a nublarle la vista y la razón.
¡Dale putita, asíiii, toda la lechita tragate, por la conchaaaaa, así te alimentás bien, y no andás mostrándome esas tetas! ¡Así putita de papi, te la doy toda nenaaaaa, así aprendés a no mearte en la cama, cuando querés lecheeee!, me decía con la mandíbula hecha una mueca grotesca, mientras su pija se quedaba casi sin reacción, y al mismo tiempo un líquido hirviendo, como salido de las puertas de un infierno desconocido comenzaba a quemarme las entrañas, a lavar mi poco sentido de la moral, y a blanquearme la psicología para siempre. Yo también estaba acabando. Creo que, por eso, mientras su leche seguía derramándose dentro de mí, me agaché para comerle la boca, y para pedirle que me apriete las tetas, mientras mi clítoris palpitaba, gritaba que al fin mi corazón se sentía en paz, querido como siempre y feliz. Nunca había mojado tanto la cama, ni me había sentido tan mareada, cuando todavía su pija era presionada por las paredes de mi vagina, en la que aún seguían impactando sus gotitas de semen, que no paraban de borbotear. Incluso cuando me la sacó de la concha, todavía algunas gotas rebeldes le chorreaban por el tronco. Tuve la tentación de agacharme y de limpiársela con la lengua. Pero, entonces, Romina volvía a hacerse presente en el silencio de la casa, con un llantito indiferente pero que denotaba soledad. Quizás, la pobre había estado llorando hacía rato. Aún así, mi papi no podía levantarse de la cama.
¡Hija, por favor, ponete algo, y andá a ver qué le pasa a la Romi! ¡Yo, bueno, dame un segundito que me recupero, y me visto!, me dijo al fin, sin quitarme los ojos de las tetas, una vez que me separé de su cuerpo. Yo también estaba aturdida, y sentía que todo el cuerpo me chorreaba de todo. Parecía haber perdido el sentido de la orientación, porque no era capaz de tomar la decisión de hacer nada. Sin embargo, cuando sentí una nalgada en la cola, y la voz de mi viejo diciéndome: ¡Dale Neri, tu hermanita está llorando! ¡Andá, que ya te di la lechita, como querías!, y lo escuché reírse con naturalidad, opté por salir desnuda de mi pieza para ir a socorrer a Romina. La pobre estaba un poco inquieta, porque, claramente se sentía sola. Así que, me la senté un ratito en la falda y le puse los dibujitos. Pensaba en tantas cosas a la vez, que no podía encontrar un trocito de claridad. Necesitaba estar sola para reflexionar en lo que acababa de vivir, y me sentía feliz cuando mi nariz detectaba la fragancia de mi cuerpo inseminado por mi papi. Tenía las tetas llenas de saliva, la piel transpirada, las piernas pegoteadas, y la desnudez radiante como un amanecer, lista para volver a entregarme a un hombre que deseara servirse de mi conchita. Y entonces, caí en la cuenta que tenía a mi hermanita a upa. ¡Bueno, digamos que, al fin y al cabo, mi mami tuvo que haberla alzado varias veces así, después de hacer el amor con mi viejo!
Él, justamente llegó a los minutos, y no pudo evitar sonreír al verme con mi hermana. Lo lógico habría sido que me hubiese retado. Ya estaba vestido, y con una mirada por demás cálida. Aunque, parecía incómodo, luchando con sentimientos que podían traslucirse de su alma.
¡Neri, después de lo que pasó, hoy, bueno, creo que tenemos que hablar! ¡Pero, me alegra que ahora te lleves mejor con la Romi!, me dijo, sentándose con toda la parsimonia a mi lado, pidiéndome con gestos que le dé a mi hermana.
¡No creo que tengamos que hablar mucho Pa! ¡Puede quedar entre nosotros, y listo! ¡Yo, puedo esperarte cuando quieras, para que me lleves la mamadera a la cama! ¡Aaah, y con la Romi, siempre estuvo todo más que bien!, le dije, desperezándome en el sillón, mientras él se fijaba en el pañal de mi hermana, y luego se ponía a tararearle una cancioncita infantil para que se duerma. Él me sonrió, y me sobó una pierna, mientras me decía: ¡Bueno, mi bebota, ya vamos a ver! ¡Todo depende de cómo te portes! ¡Por ahora, andá, y al menos ponete una bombacha, una remera, y algo en los pies! ¡O tu madre te va a retar! ¡Aaah, y date una duchita! ¡Así estás limpita para esta noche!, me dijo, reavivando a todos los ratones que volvían a renacer en el interior de mis ansias. Ahora no estaba celosa, ni contrariada, ni histérica con él. La cosa era cómo hacer para disimular mi comportamiento de un día para otro, delante de mi madre. Fin
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Uf! Que chanchita esa bebota! Quiero que el papá le haga la cola!
ResponderEliminarExcelente relato como siempre
Hola Pablo! Sí, esa nena es súper chancha, y tiene ganas de más! Yo supongo que, el papi tiene que haberle estrenado la cola. y tal vez, hayan hecho otras cositas. Pero, por lo pronto, tendremos que esperar a que Nerea nos quiera seguir contando. Jejeje! Un beso, y espero que sigas leyendo mis relatos!
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