Esa basura de tipo

 

No sabía del todo por qué. Me daba asco, ganas de pegarle, de revolearle lo primero que tuviera al alcance de la mano. Pero, por otro lado, lo veía, o escuchaba su voz de camionero, y se me prendía fuego la argolla. Lo disimulé todo lo que pude. Pero, al mismo tiempo, consciente o no, lo provocaba, me le hacía la gata inocente, y después lo acusaba. Claro que, para mi madre yo siempre soy la culpable de todo lo que en mi casa está mal. Además, cualquier hombre para ella era mejor que mi padre. A él no lo veía hacía 15 años, y yo ya tenía 17. Ellos se separaron, supuestamente porque mi padre le fue infiel a mi madre. Sin embargo, de acuerdo a mi mirada actual, mi madre tuvo demasiadas parejas. Incluso, algunas al momento. Yo no sé si entre esos hombres lo sabían, o si se hacían los giles. En realidad, me cuesta creerle a mi madre, viendo cómo hace las cosas. Como teníamos una casa pequeña, no era difícil escucharla gemir cuando se enfiestaba con alguno de sus amantes. Para colmo, al parecer le gusta que los tipos le peguen, o la zamarreen, o vaya a saber qué más, porque se oía tremendo quilombo en su pieza. Como muebles desplazándose por el suelo, o golpeándose contra las paredes. Ella era de putear bastante, y varias veces la escuché pedir la leche como una condenada. Sí, no soy ninguna inocente. Pero, al menos no me escudo en la religión, como hace mi madre para intentar encarrilarme. Para ella soy una rebelde que calienta sillas en la escuela porque no apruebo materias. O una estúpida porque no creo fervientemente en Dios, como ella y mi hermana mayor. Pero jamás me pregunta cómo estoy, si respiro, si me duelen los ovarios, si tengo amigos, o si verdaderamente necesito algún mimito de vez en cuando.

Miguel era la nueva pareja, Amigarche, o refugio de mi vieja. Hacía dos meses que vivía en nuestra casa, y ya las cosas eran insoportables. Tenía un genio de mierda, dejaba todo sucio y desordenado en la cocina, y encima me mandaba para que limpie, lave platos, le haga alguna que otra comprita en el kiosco, o le ponga agua para el mate, sin importarle si yo estaba haciendo algo. Siempre dejaba la yerba y el azúcar por todos lados, cenizas de cigarrillo en el suelo, sus ojotas en el camino, sus remeras colgadas en todas las sillas, y la tapa del inodoro salpicada de pis. También dejaba sus calzones húmedos, tal vez lavados o no, pero colgados en los grifos de la ducha, y pelos de su barba en el lavatorio, cada vez que se retocaba con la maquinita. Además de todo eso, me miraba con toda la baba en los ojos, y con el pito re parado. Se lo veía, porque siempre se echaba en el sillón más amplio de la casa, con las piernas abiertas, mirando algún partido viejo en la tele. Había sido camionero, pero ahora hacía alguna que otra changa reparando motos o bicis. Es alto, ancho de espalda, morocho y de ojos negros, con un corte onda militar en el pelo, y tal vez un poco gordito. Pero no dejaba de comer frituras, comidas rápidas, y mucho menos de tomar birra.

La primera vez que se animó a decirme algo, siempre aprovechando la ausencia de mi madre que trabaja en horario corrido en un supermercado, fue cuando salí de mi pieza en short, y con las tetas al aire, dispuesta a meterme al baño para darme una ducha. Yo no sabía que ya se había levantado, porque eran las 10 de la mañana, y habitualmente no lo hacía hasta pasadas las 11.

¡Guau nena! ¡Con esas tetas, podrías jugar al Básquet! ¡Es hermoso cómo te revotan! ¿Te parece bonito mostrarle las tetas al novio de tu madre?, se atrevió a decirme, cuando yo ya no tenía forma de retroceder sobre mis pasos. Le puse cara de orto. Pero no pude moverme. Creo que me quedé un minuto que se me volvió un suspiro, meneando las tetas bien suavecito para él. Aunque lo miraba con repugnancia.

¡Vos no tendrías que quedarte embobado, mirándome!, le dije, y me metí a la pieza, sabiendo que había hecho las cosas mal. Pero, también estaba segura que no le contaría nada a mi madre. No le convenía.

La segunda, él entró al baño, cuando yo terminaba de sacarme la ropa para bañarme. A pesar de pedirme disculpas, justificándose con que estaba apurado, no se iba.

¡Dale nena, terminá de sacarte todo, y tapate con un toallón, que me re contra meo!, me dijo, y entonces, cuando me cubrí con el primer toallón que agarré, para solidarizarme con él, además de escuchar cómo meaba parado en el inodoro, se atrevió a decirme: ¿Imagino que te sacás la bombacha para bañarte! ¿No? ¿O hacés como las nenas, que se bañan con la bombachita puesta? ¡Aaah, y enjabonate bien esas tetas, porque siempre cuando comés, te las llenás de migas, o de tuco, o de lo que sea!

¿Y vos? ¡Se ve que nunca te mirás al espejo! ¡Siempre tenés la remera manchada con algo!, le respondí, temblando de los pies a la cabeza, mientras oía que se sacudía la pija. Luego, mientras se lavaba las manos con apuro, me dijo: ¡Y más vale que no dejes tu ropita interior sucia en el suelo!, y cerró la puerta a lo bruto. Creo que, esa fue la primera vez que me clavé una paja furiosa, parada contra la pared de la ducha, aún con la bombacha puesta y los grifos apagados. ¿Por qué me pasaba esto? ¡No podía calentarme un tipo tan desagradable, metido, baboso, hincha pelotas, vago y ridículo! Sin embargo, no podía dejar de ensartarme los dedos en la concha, pensando que eran sus manos toscas las que me llenaban la piel de moretones, y sus dedos gordos los que me rozaban el agujero del culo.

Otra tarde, entró a mi pieza a preguntarme no sé qué de un queso cremoso que faltaba en la heladera. El tema era que yo me estaba depilando una pierna, sentada en mi cama, y solo traía puesto un short re cortito y un top.

¡Che, me imagino que también te depilás la conejita! ¿Vas a tener para mucho? ¡Porque, necesito que me vayas a comprar queso! ¡El que, seguro te comiste vos!, me dijo, sin retirar sus ojos de mis piernas, ni de mis tetas.

¡Yo no me comí nada, para que sepas! ¡Y, lo que yo me depile, es cosa mía!, le brabuconeé, pensando en levantarme y cerrarle la puerta en la cara. Pero el shortcito que tenía puesto se me caía, y no quería darle la motivación de verme en tanga. ¿O sí quería eso?

¡Ojo con cómo me contestás, chiquita! ¡Yo solo te lo digo, porque, dicen que es más higiénica una concha sin pelitos! ¡Pero, las guachas de hoy en día son unas mugrientas!, agregó, mientras se metía un dedo en la nariz, me miraba por última vez, y se iba de mi cuarto arrastrando los pies, con toda la lentitud que le fue posible.

Otra tarde, él llegó cuando yo preparaba una ensalada, totalmente confiada que no llegaría hasta la noche, porque, supuestamente había ido a visitar a su madre. Por lo que, yo aprovechaba a escuchar música al palo, cantando como una estrella del reggaetón, cortando tomates y lavando lechuguita, con una calza blanca, y en tetas.

¡Bajá la música pendeja, que te estoy llamando hace una hora, y no me escuchás! ¡Además, otra vez con esas hermosuras al aire! ¿Es para que tomen fresco? ¿O esperás a algún bebote que te las venga a mamar un rato?, me dijo con malhumor, revoleando sus llaves y un bolso en el sillón. De la impotencia se me cayó el pimentero al suelo, y él me ridiculizó, como solía hacerlo. ¡

¡Ahí está la cocinerita! ¡Sabe revolear las gomas, pero tiene manos de manteca!, me dijo, mientras se sacaba los zapatos y la remera. Como yo no le contestaba, insistía con pincharme.

¡Che, espero que te hayas bañado! ¡Ayer, había una tanguita colgada en la ducha! ¡Y estoy seguro que era tuya! ¡A tu madre se las conozco a todas!, se arriesgó a decirme, una vez que yo ya me había sentado a comer, ya sin la música, ni la alegría de estar sola. ¡Pero con la bombacha cada vez más empapada! ¿Por qué no me agarraba y me revoleaba arriba de la mesa para enterrarme la verga en la concha, y me hacía gritar como a mi vieja? ¿Pero qué pensás idiota? ¡Ese tipo es un salvaje, que te delira, te hace sentir una porquería! ¡Sí, es cierto! ¡Pero, me vuelve loca cuando me mira las tetas! Esa vez, de todas formas, no le llevé la contraria, porque, al parecer se había peleado con su madre, o con alguno de sus hermanos. Pero a la noche, a pesar que mi madre andaba colgando ropa en el patio, no lo pude soportar.

¡Che nena! ¡Vamos, a la cama! ¡A estas horas, las nenas como vos, se lavan los dientes, hacen pis, y se duermen! ¡Nada de andar jugueteando con los pibitos por teléfono, o sacarse fotitos en ropita interior! ¿Estamos?, me dijo, asomándose a la puerta de mi pieza. Yo estaba acostada en la cama, hablando con una amiga por WhatsApp de un tema delicado de ella, en corpiño y bombacha, porque claramente se trataba de mi privacidad.

¿Qué carajo te metés en mi vida vos? ¿Qué mierda sabés con quién hablo? ¡Aparte, vos no sos mi viejo, ni nadie! ¡Y rajá de mi pieza!, le grité. Mi madre preguntó si me pasaba algo. Yo no le respondí. Pero sí a Miguel, que aprovechó el momento para hacerme un gesto obsceno, y para hacer de cuentas que se sacaba un cinto del pantalón para pegarme.

¡El día que se te ocurra tocarme, aunque sea con el pensamiento, yo te denuncio! ¡Sabelo! ¡Y, de paso, no vas a poder mirarme nunca más las tetas! ¡Ni las mías, ni las de ninguna otra pendeja! ¡Te voy a dejar ciego a patadas! ¡Porque, ya sé que me re mirás las tetas, baboso cochino!, le dije, aunque bajando un poco la voz, con los dientes apretados, y todavía con mi amiga al otro lado del teléfono. Después, tuve que explicarle la situación, porque se había asustado un poco. Aunque yo le había contado algunas cosas de Miguel, ella siempre sostuvo que yo exageraba, y en el fondo quería echarlo de casa, solo para seguir siendo la hija única.

Una mañana entró a mi cuarto para despertarme, ya que se suponía que mi madre le había dejado encargado que me prepare el desayuno, me despierte y se asegure de llevarme al colegio. Yo no necesitaba que él me acompañe, porque siempre iba con mi vecina, que cursaba conmigo. Miguel entró, y yo no resistí la oportunidad de hacerme la dormida, solo para saber qué haría con ese panorama. Yo estaba boca abajo, en bombacha y con la espalda al aire. Fue tan inmediato que, me sorprendí que tuviera tan pocos escrúpulos. Al toque empezó a murmurar cosas como: ¡Uuuy, mirá cómo duerme la bebé! ¿Qué lindo culito para entrarle todo el día! ¡Y pensar que los bobos de la escuela te lo deben manosear como se les antoja! ¿Sí, te dejás manosear el rosquete bebé? ¡Mirala vos, ahí, tan dormidita, con la babita en la boca, y la bombachita toda perdida en ese culo!

A esas murmuraciones las acompañaba con unos sonidos absolutamente únicos. La de su pija siendo estrujada por sus manos. ¿Se atrevía a pajearse mirándome? ¡Definitivamente era un cerdo! ¡Pero, no lo podía culpar, porque, yo estaba dormida!

¡Dale nena, vamos arriba, que tenés que ira a la escuela! ¡A ver si hacés algo, además de dormir con el culo al aire!, me dijo, esta vez con su voz lacónica, normal y apremiante.

¡Dale pendeja! ¿O querés que te ponga talquito también? ¡Dale, que ya no sos ninguna nena piojosa!, me insistía, ahora sacudiéndome de un brazo. Seguro había tenido que contener sus ganas de acabarse encima, o de ensuciarme la cama, o la cola con su lechita, porque su voz sonaba apurada e incómoda. Yo le rezongaba, y bostezaba con todo el desgano que podía. Finalmente, esa vuelta lo hice esperar tanto que, terminó por nalguearme para que me levante, desayune y me vaya a la escuela. Era obvio que no me iba a llevar. Yo grité, y él intentó pedirme disculpas.

¡Bueno nena, perdoname, pero, vos tenés la culpa! ¡No te levantás! ¡Hace una camionada de horas que te estoy llamando! ¡No le digamos nada a tu madre! ¿Sí? ¡Yo, prometo que no vuelvo a pegarte!, me decía, sentado en el piso, mientras yo simulaba que lloraba contra la almohada, sin despegarme de la cama. Y entonces, la putería emergió de mis poros cuando le dije: ¡Pero bien que te gustó nalguearme! ¡Tengo la colita dura! ¿Viste? ¿Eso se lo vas a contar a mi vieja? ¡Porque, es obvio que tengo la cola más dura que ella, y las tetas más paraditas!

Él se quedó helado, con la boca abierta en una mueca grotesca, y las manos inertes sobre el suelo.

¡No sé a dónde querés llegar Eve! ¡Pero levantate, y yo, de enserio, te prometo que ya pasó, y no lo vuelvo a hacer!, insistió, aunque ahora podía sentir sus ojos recorriéndome la porción de piel de la cola que ardía por su chirlo fatal y certero.

Ese mismo día a la tarde, él me regaló un chocolate, y me preguntó si no quería comer una hamburguesa. Yo me le hice la enojada, la ofendida, y le apliqué la ley del silencio. Durante la noche, miguel estuvo más nervioso que la mierda, porque, no estaba del todo seguro que yo no iba a abrir la boca. A propósito, yo hablaba en voz baja con mi madre, para darle a entender que le estaba contando un secreto. Pero, como ella no me prestaba mucha atención, aquellos intentos se diluían fácilmente. De hecho, esa noche, mi madre se sentó en las piernas de ese cabrón a comer un flancito, y durante un largo rato estuvo franeleándole el culo en la pija.

Sin embargo, los días pasaban, y yo me seguía humedeciendo por las noches, pensando en la erección de su pija. Se la veía muchas veces a media asta, o presionada bajo su pantalón, porque en más de una ocasión veía videos porno en su celular. A veces, ni se percataba de bajarle el volumen. Una vez, mi vieja llegó cuando él estaba meta disfrutar de unas guachitas que gritaban demasiado. Y, en vez de ponerse celosa, o de mandarse un sermón evangélico, como los que solía regalarme, terminó por decirle: ¡Uuupa, me parece que mi papi anda calentito! ¡Pero, no te preocupes, que acá llegó tu hembra, tu mujercita divina, para sacarte todas esas cositas, y dejarte bien relajadito! ¿Vamos a la cama gordo?

Me acuerdo que sentí una vergüenza ajena terrible. Pero que también la odié por tener la chance de cogerse a esa basura de tipo. Y, esa vez hice lo que muchas otras veces hacía cuando ella estaba con alguno de sus machos, mientras los escuchaba chuponearse, pegarse, gemir, respirar agitados y correr lo que se les cruzara por el camino. Me acerqué a la puerta de la pieza de mi vieja, me senté en el suelo, y empecé a colarme dedos en la concha, a chuparme las tetas y a frotar el culo en un almohadoncito que solía tener a mano para esos instantes. Me encantaba sentir la humedad de la bombacha en el culo mientras me dedeaba el clítoris, me golpeteaba la concha y me arrancaba los vellos púbicos. Muchas veces me acabé encima como una campeona. Incluso, en dos oportunidades, terminé meándome encima de la calentura. Por suerte mi vieja nunca me pescó. ¡Aunque habría matado por que Miguel me encuentre!

Un mediodía, llegué de la escuela, directo a comerme un yogurt con frutitas, porque hacía mucho calor para cocinarme. Además, no tenía ni media gana. Miguel estaba en el patio, meta hacer ruido con una moto que, para colmo quemaba combustible a lo loco, y llenaba de humo toda la casa. Me acuerdo que le grité de malos modos, aunque no sé qué palabras usé. Pero él captó la esencia. Cuando quise acordar, lo vi entrando fastidioso a la cocina, como con toda la intención de zamarrearme por desubicada. Sin embargo, apenas levantó la voz para decirme: ¡Cómo te gusta gritonear nena! ¿Y, vas a comer esa porquería nada más? ¡Yo que vos, me alimentaría mejor! ¡Salvo que, tomes yogurt, porque tiene leche!

Yo, como una boluda, a lo mejor por la sorpresa de su comentario, me volqué medio yogurt en la remera, y él se despachó a las carcajadas.

¡Ahí la tenés a la gritona! ¡Para gritar sí, pero para comer como una persona normal, parece que no! ¡Sacate esa remera, cochina, que al final, parece que por eso se te vuelcan las cosas! ¿En la escuela hacés lo mismo? ¡Porque, si se te vuelca todo, los pibitos te deben ver las tetas seguidito!, decía luego, mientras se prendía un pucho, arrastrando los pies como de costumbre.

¿Y por qué no me la sacás vos? ¿O a vos no te gusta mirarme las tetas? ¿Vos sos el cochino, que me dice estas cosas!, le grité, mientras él leía un mensaje en su celular. No me respondió, pero apenas vio que me senté a terminar de comer el yogurt me dijo: ¿Así sos vos? ¿Si te ensuciás la remera, seguís comiendo, y se acabó? ¡No me imagino cómo deben estar tus calzones bebé!

¿Qué carajo querés decirme? ¡Si vas a tirar indirectas, mejor callate el pico!, me atreví a decirle, totalmente fuera de mis cabales, viendo que el brillo de sus ojos destilaba cierta impotencia. Me gustaba ver que no podía hacerme nada, y que se moría por violarme.

¡Primero, bajame el tonito nena! ¡Y segundo, andá a tu pieza, y sacate esa cochinada! ¡Después tu madre tiene cue comprarte remeras, porque la señorita se las mancha con lo primero que se lleva a la boca!, me decía, acercándose de a poco para tocar con su dedo índice el lugar exacto en el que me había volcado yogurt. O sea, en el medio de mis tetas.

¡Epaaa, me tocaste las tetas! ¿Te diste cuenta? ¿No es eso lo que querés? ¿Tocarme las tetas, y pegarme en el culo como el otro día?, le decía, mientras me subía la remera, convencida de quitármela ante sus ojos atónitos.

¡Basta Evelin! ¡No te hagas la vivita, que después tengo que andar pidiéndote disculpas! ¡Y, resulta que la calentona sos vos!, me dijo, tratando de retroceder sobre sus pasos, aunque los pies no le respondieran del todo. ¡Y menos cuando al fin me quedé en tetas para él!

¿Qué mirás, taradita? ¡Dejá de hacerte la putona conmigo, si no querés que esto termine mal!, me gritó de repente, zamarreándome de un brazo. Es que, ni bien arrojé mi remera al suelo, le vi el pito re duro abultándole el jogging, y no pude evitar colgarme, babearme, y seguro poner carita de puta.

¡aaay, soltame! ¡Y vos tampoco te hagas el inocente! ¡Te estaba mirando la pija! ¡Se te re para cuando me ves las gomas! ¿No? ¿Por qué no me las tocás? ¿No me las querés mamar? ¡Alguna vez le manoseaste las tetas, o se las chupaste a una pendeja como yo?, le decía, impulsada por una suerte de hormigueo interno que me llevó a fregar mis tetas desnudas en su pecho, vestido hasta ese momento con una remera de Callejeros. Él no sabía qué hacer. Veía que se esforzaba por sostener sus manos atrás de la espalda. Pero no hacía nada para evitar las fricciones de mis tetas. Tampoco cuando le subí la remera para que nuestras pieles se conozcan, rocen y froten aún más. Y menos cuando empecé a tocarle la chota con una pierna, y después con la mano.

¡Dale Migue, arrancame la ropa, y violame, como la violás a mi vieja! ¡Así te fijás como tengo los calzones! ¡Me re calentás la argolla, y me re meo la bombacha por vos, cerdo!, le dije, decidida a llevarlo todo a las últimas consecuencias, aunque no sabía cuáles serían, ni qué represalias me esperarían al otro lado de la puerta.

¡Calmate pendeja, o esto se va a la mierda! ¡Y dejá de tocarme la pija!, me gritó al oído, aunque sin poder controlar la aspereza de sus gemidos. Entonces, yo me despegué de su cuerpo acalorado para arrodillarme en el sillón, donde me puse a sacarle la lengua, a chorrear saliva de mis labios y a menearle las gomas.

¿Eso querés putita? ¿Querés la lechita de mi yogurt? ¿Querés que te de la lechita? ¿Estás segura bebé? ¿No me vas a arrugar, o te vas a cagar encima después? ¿Eee? ¿No serás de esas que agitan, y después se comen los moquitos?, me decía, mientras se bajaba el jogging, y me acercaba de a poco el bulto a la cara, envuelto en un bóxer negro, lleno de tachas a los costados.

¡Sí, quiero la lechita, y no me voy a cagar encima boludo! ¡Te voy a dejar la pija seca! ¡Te la voy a babear toda! ¡Y si querés, te la lleno de moquitos!, le decía, cuando el calor de su calzoncillo ya me inundaba las fosas nasales. Yo misma se lo bajé con una mano, y su pija gruesa como una morcilla, pero cortita y repleta de hilos de líquidos espesos emergió como un verdadero tesoro. Se la agarré, me di varios pijazos en el mentón y la nariz, se la olí, y la junté en el medio de mis tetas, después de escupírmelas con todo el ruido que fui capaz de extraer de mi boca, mientras jadeaba suavecito.

¡Dale bebé, dejá de hacerte la chistosa, y mamala de una vez! ¡Dale, que yo no soy un pendejito como los que te cogés en la escuela! ¡Si te clavo con esta poronga, te rompo toda nena! ¡Porque seguro que sos la puta del curso!, me tiró de una, mientras yo amagaba con metérmela en la boca, pero apretaba los labios para dejar escapar más y más saliva.

¡No soy la puta del curso, pero sí la mas mamadora! ¡Y parece que vos la tenés calentita para mí, hace rato!, le dije, y acto seguido me la introduje en la boca, con ciertos recaudos, porque era muy ancha para la dimensión de mis labios. Aún así, al poco rato parecía que ellos se adaptaban a su tronco, al crecimiento de sus venas y a la inflamación de sus nervios. Me escuchaba mamar, dar unas arcadas tremendas y toser cada vez que apenas la alejaba del tope de mi garganta. Además, me atragantaba con los pelitos de su pubis, y me asfixiaba con el olor a sudor de sus huevos gordos y calientes. Pero no me importaba.

¡Así bebota puta! ¡La chupás mejor que tu viejaa, la puta que te parió! ¡Uuuf, cómo debe estar esa conchita, por favor! ¡Seguro que estrechita, y con olor a pichí de pendeja malcriada! ¡Dale bebé, comete la leche, empachate con mi pija, toda en la boquita, asíiii, así metétela más! ¡Más vale que te la tragues toda!, me decía, al tiempo que me retorcía los pezones, me agarraba del pelo para clavarme la chota más a fondo en la garganta, y me sonaba la nariz, como si quisiera sacarme los mocos. Yo no podía hablarle. Pero, supongo que lo excitaba escucharme atragantada, eructando a veces, gimiendo cuando me dolía alguno de sus pellizcos, o puteándolo cuando me daba cachetadas demasiado fuertes en la cara.

¡Sí, obvio que te la voy a mamar toda! ¡Pero, quiero que me violes! ¿Por qué no me pegás una buena cogida? ¡Arrancame la ropa, violame, dale, haceme mierda, cogeme la concha, nalgueame bien el orto, y mordeme las tetas! ¡Dame pijazos por donde quieras, bruto de mierda! ¡Dale, que te morís por violarte a una pendeja como yo!, lo envalentonaba, llevándolo al máximo de sus sentidos, poniendo a prueba su dignidad, su hombría y sus instintos de supervivencia. Yo me sentía como seguro se sentía una perra alzada, caliente y regalada, rodeada de perros hambrientos. Y a él, me lo imaginaba como a cualquiera de esos perros, con los huevos dolorosos de tanto acumular perritos bebés, cada vez más cerca de volcarse en mi interior. y, finalmente mis palabras recobraron vida en sus acciones. De un solo manotazo me arrancó las zapatillas y medias, me zamarreó para recostarme a la fuerza boca abajo sobre el sillón, y me aplicó varios chirlos en la cola, mientras me bajaba poco a poco el jean.

¡Aaaah, mirala vos a la bebé! ¡Tan santita que se hace delante de la madre, y usa bombachitas de corazoncitos en el culo!, me decía, al tiempo que me la estiraba hacia arriba, comenzando a besuquearme la espalda, y sin detener sus chirlos en mi cola, aunque ahora eran más tenues.

¿Qué pasa nena? ¿Te da vergüenza ponerte tanguitas para ir a la escuela? ¡Porque, bien que usás tangas, colaless, y toda esa ropita de chicas que les gusta garchar! ¿No cierto, putita? ¡Contestame nena, o te la entierro toda y te hago un pibe!, me decía, cada vez más subido a la moto de sus revoluciones, mientras me mordisqueaba los hombros, me olía el pelo y me encajaba sus dedos sucios en la boca para que se los chupe. También me pellizcaba los pezones, me rozaba el agujero del culo por encima de la bombacha, me tocaba la piel de la cara y de la espalda con la pija, y me zamarreaba para que le responda. Cosa que yo había decidido no hacer, a menos que sea muuuy necesario.

¡Así guachita, abrime más las piernitas! ¡Se ve que te cuestan mucho estas cosas! ¡Dale, levantá la cola, así te arranco todo bebé!, me dijo al fin, después de chuponearme los dedos de los pies, y de babearme las piernas, al tiempo que me iba quitando el pantalón. Cuando solo quedé en bombacha, me sacudió para ponerme boca arriba, y entonces se arrodilló entre mis piernas. Ahí me dio varios chotazos en la vulva, se pajeó un rato colocándola entre mi bombacha, y amenazó con penetrarme, mientras me tapaba la boca, me pellizcaba las tetas y me rasguñaba las manos cuando quería apartar las suyas de mi cara.

¡Dale nenita, no te hagas la difícil, que te encanta el pito! ¿Te gusta el pito de los hombres grandes? ¿Querés que te abra esa conchita mañosa, mimosita y caliente? ¡Terrible olor a pichí tiene tu bombacha pendeja! ¿Y eso sabés por qué pasa? ¡Porque te vivís meando por coger! ¡Dale mami, abrite, así te re cago cogiendo!, me decía, y yo me calentaba cada vez más. No me importaba nada. De hecho, creo que, si hubiese tenido la boca libre, les habría pedido a gritos que me garche todo el día, hasta que mi mami regrese de su trabajo, y nos encuentre en plena cogida. Pero, entonces, él volvió a darme vuelta, y empezó a frotar su pija en mi culito. No sé cómo hizo para sacarme la bombacha tan rápido. Es que, de pronto él me tapaba la boca con su bóxer y mi bombacha empapada, y su pija parecía no decidirse por qué agujero de mi falsa virginidad deslizarse. Me volvía loca sentirla en la puertita del culo. Tanto que le pedí que me rompa el orto. Pero él no quería escucharme. Por eso, en medio de mi distracción menos perdonable, empecé a notar que mis paredes vaginales se tensaban, presionando a un músculo caliente, pegajoso y movedizo, y que mi clítoris quería más, más y más.

¡Uuuuf, guachita! ¡Qué caliente tenés la argollita bebé! ¡Me encanta garcharte toda, abrirte como un queso! ¡Sos re putita mi amooor! ¡Sentí toda mi pija guacha, cométela toda por la conchita! ¡Al final, tu mami tenía razón! ¡Vos, y tu hermana son tan putas como ella! ¡Seguro que, ella, mientras te daba la teta y te cambiaba los pañales, estaba cogiendo con otros machos! ¡Así que, vos no te preocupes, que no es tu culpa si saliste así de atorranta!, me decía, sin detener el ritmo de sus envestidas frenéticas, ni las sobadas que me moreteaban las tetas, ni los caminos de baba que me bañaban la nuca. Una parte de mi bombacha permanecía casi toda adentro de mi boca, y sus dedos trataban de jugar con el agujero de mi culito lubricado por nuestro sudor. Mi cabeza y mis tetas ya estaban casi afuera del sillón, por efecto de las sacudidas que ese salvaje perpetraba en mi cuerpo. Y, yo no tenía miedo de caerme al mismo infierno, si fuera posible. No quería dejar de sentir esa pija en mi concha por nada del mundo. Me calentaba que hable así de mi madre, y que piense que soy tan puta como ella, y mi hermana. En ese momento, cualquier cosa que me hubiese pedido, se lo habría concedido.

¡Dale chiquita, movete perra, asíii, te voy a llenar toda, te voy a largar todo adentro nenita, mocosa insolente! ¡Te encanta la verga dura adentro bebé! ¡Mirá cómo te babeás! ¿Te gusta que te mire, te apoye la verga en el orto, y que te coja así de fuerte! ¿No, putita? ¡Contestame guachita salvaje!, me decía, prácticamente retorciéndose sobre mi cuerpo, penetrándome con fuerza, haciéndome notar la fiereza de su pija en el tope de mis entrañas. Y, poco a poco mi tórax comenzaba separarse del apoyabrazos del sillón, mis rodillas a frotarse sobre el tapizado húmedo, y sus dedos a enroscarse en mi cuello. Él mismo fue llevándome a la locura al levantarme sin una mueca de cariño, para tenerme bien ensartada contra su pecho. Su pija curvada seriamente hacia la izquierda seguía empomándome toda. Solo que ahora nuestros torsos estaban de forma vertical, y sus impulsos me conducían de a poco al respaldo. Ahí me cazó del pelo y me pidió que le chupe la oreja, todavía con su pija adentro de mi concha. Pero, pronto se bajó del sillón para nalguearme con todo. Yo creía que eran solo sus manos, hasta que vi que también lo hizo con una de sus ojotas. Es que, de la conmoción, apenas podía abrir los ojos para percibir algo de claridad.

¡Tomá pendeja, por calentona! ¡Por mostrarme las tetas! ¡Y por dejar tus tanguitas colgadas! ¡Sos una descarada, mugrienta, y culito sucio! ¡Sos una negrita petera! ¡Te encanta la banana con leche bebé! ¡Te re cabe la pija bien grande! ¡Igual que a tu mami, que le gusta hasta la garganta! ¡Y, ya me voy a comer a tu hermanita, que seguro es una zorra como vos! ¡Ya vi fotitos de ella, mostrando la burra, y pelando las gomas en Facebook!, me decía sin dejar de nalguearme, olerme el pelo y las axilas, ni de manosearme las tetas. Un par de veces se me acercó para morderme los pezones, y eso me regaló unos sacudones que estallaban en mi consciencia como fuegos artificiales en la luna. No podía contestarle, ni pedirle que me suelte, ni pensar en dañarlo para zafarme, ni en gritar para que alguien me socorra. Quería quedarme a vivir en esas manos violentas, contra ese pecho agitando conmociones, apestando al sudor de su histeria, respirando del mal genio de sus palabras obscenas, y con el clítoris ardiendo por la calentura de su pija. Entonces, una vez que estuve bien apoyada en el respaldo, se subió al sillón y encastró su verga tiesa en mi concha, y esta vez me hizo pegar un tremendo alarido cuando empujó su pubis guerrero, en un solo golpe contra mis caderas.

¿Aaaaaaaaaaaaaaiaaaaaaa, hijo de putaaaaaaaaa! ¡Me rompiste todaaaaaaaa! ¡Ahora cogeme, cogeme toda, cogeme, haceme mierda la concha, garchame toda, que soy más puta que mi viejaaaaa! ¡Dame pija, quiero pija, toda esa pija gorda quierooooo!, le grité, sintiendo que todo adentro mío se desgarraba, o se trituraban mis órganos por la presión de su cuerpo salvaje.

¡Sí, así putita, te cojo, así te cojo, tomá, tomala toda, así, te cojo toda, te la meto putita, te largo la lechita, pendeja sucia, así, así reventada, te cojo fuerte, te cojo, tomá perrita!, me decía, coincidiendo sus palabras sueltas con el ritmo frenético de sus impulsos, mientras los pezones me dolían, y me sangraba el labio por uno de los mordiscos que me dio cuando nos comimos la boca, brevemente.

¡Así perra, te culeo la concha, sentila, dale, abrite sucia, vamos perrita, gritá nena, así bebé, babeate la carita, babeate las gomas, así cerda, cochina, atorranta!, me seguía diciendo, confirmando que su leche estaba cada vez más cerca de inundar las costas de mi inocencia fingida. Yo no podía hablarle, pero gemía y le pedía más, mientras el sillón nos amenazaba con desparramarnos por el living. Y, de pronto, un alarido que hizo temblar hasta los vidrios de las ventanas, surgió de su voz atronadora y horrible. Y junto con eso, sus brazos y piernas parecieron multiplicarse en mi cuerpo, atenazarme con peligrosos esfuerzos, y su saliva llovía sobre mi cuello como un torrente de lava incontrolable. Al mismo tiempo, adentro de mi vagina se liberaba una batalla de semen triunfante, que se abría camino con júbilo, violencia y malas pulgas, como el carácter del tipo que me dominaba. Su pija no se deshinchaba del todo, y eso lograba que mi clítoris continúe floreciendo con el roce de sus venas inflamadas. Entonces, cuando todavía yo sentía que la leche le fluía del glande, quemándome por dentro, empecé a sentir que acababa como nunca lo había hecho antes. Mis piernas temblaban, se mojaban de mis jugos y los suyos, y mis pezones comenzaban a mostrar las heridas del fragor de sus manos rústicas. Noté algunos ardores en mi cuello, y descubrí que tenía mi propia bombacha como si fuera un collar. Me palpé la cara, y el sudor era apenas más visible que la luz que entraba por la ventana que daba al patio, ya que se habían caído las cortinas. Me palpitaba la garganta, me tiritaba cada músculo de la mandíbula, y todavía recordaba el sabor de esa pija húmeda de macho alfa. Algo me vencía con demasiada insistencia. Algo como un cansancio repentino, una resaca pesada en los huesos y la sangre. Tenía que moverme, darme una ducha, decirle a Miguel que me suelte, que ya había sido bastante. Pero no era capaz de emitir sonidos. La cabeza me explotaba de felicidad, y las pupilas se me adormilaban. No percibía del todo los ruidos de la calle, o de la casa.

¡Hey, vení para acá forro! ¡Al menos, ayudame a levantarme!, le grité a Miguel, que ya no estaba detrás de mí. Yo todavía sentía que su pija vivía en los infiernos de mi concha incendiada. ¿Cuándo fue que se las tomó, y me dejó así en el sillón? ¿Me habría dormido unos minutos? Lo cierto es que, cuando recobré la consciencia, estaba pegada al respaldar del sillón, con el culo todo moreteado y desnudo, la vagina inundada de semen, el mismo que me chorreaba por las piernas, con los pezones machucados, un olor a sexo deprimente en la piel, y el clítoris renaciendo de ganas de esa pija malvada, prohibida, conflictiva y desechable. Entonces, oí el rugido de una moto que provenía del patio, y acto seguido la voz de mi madre desde algún lugar de la casa. Pero todavía me costaba tomar la decisión de mover, aunque sea una pestaña.

¡Evelin! ¿Me podés explicar qué carajo hacés así? ¡Nena, estás en bolas, como si, recién hubieras terminado de hacer el amor con alguien! ¿Qué te pasa nena? ¿No estarás poseída? ¡Voy a tener que hablar con el pastor mi cielo!, decía mi madre entonces, a segundos de que mi cerebro reconozca el dolor de mis pies por la posición en la que aún permanecían. Ella me zamarreó como para que reaccione, y yo me levanté del sillón con todas las fuerzas que encontré, y mientras le pedía que no se meta en mi vida, que por su bien le convenía no saber lo que había pasado, y que yo no necesitaba de ningún pastor mentiroso, me metí a mi pieza. ¿Tenía ganas de ponerme a llorar realmente? ¡No! Quería gritarle al mundo que estaba viva, y que necesitaba volver a cogerme a esa basura de tipo. Para colmo de males, las ironías se presentaron tan inmediatas como inequívocas en mi ventana. Es que, mientras me ponía algo para ir a comprarme una coca, escuché a mi madre hablando con Miguel.

Miguel: ¡Sí nena, por lo que contás, es claro que estuvo con alguien!

Mami: ¿Pero, vos me jurás que no le tocaste un pelo? ¡Mirá que, si me mentís, tenemos que ir a lo del pastor!

Miguel: ¡En serio negra! ¡Bueno, por ahí, eso de no tocarle un pelo, no es tan así! ¡Pero, vos viste cómo es! ¡Cómo se viste! ¡Y cómo se le bambolean las tetitas!

Mami: ¡Miguel, no tenés que aclararme nada! ¡Te lo puedo entender! ¡Es una adolescente que huele a sexo! ¡Porque eso es lo que busca su cuerpo! ¡Y, la tentación del demonio arruina las mentes de los hombres con esas cosas! ¡Pero, yo te juro que no te voy a juzgar! ¿Te cogiste a la Eve? ¿Sí o no? ¿o, aunque sea le chupaste una teta? ¿O le tocaste la cola?

Miguel: ¡Mejor, si querés, lo hablamos en la cama! ¿Qué me decís? ¡Pero, te digo que ella no es ninguna santita!

Mami: ¡Sí, ya lo sé Migue! ¡Pero, si ya pasó algo, quiero saberlo todo! ¿Te vio la pija? ¿Vos le viste la conchita?

Después de eso, los dos empezaron a reírse, y claramente, a chuponearse como lobos en celo. Todo lo que pudieron decirse no llegó a mis oídos. Pero lo cierto es que a mi madre yo no le importaba. ¿Por qué tendría que preocuparme, o angustiarme, o lastimarme si su novio me garchaba?    Fin

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