No era del todo real que tengamos semejante noche de suerte. ¿Cómo podríamos haberlo imaginado? ¿Y, cómo fuimos capaces de dejarnos llevar así? ¡Quizás, estuvimos al borde de terminar presas, o con inconvenientes legales! ¿Y, si esa chica nos hubiera mentido con respecto a su edad? Bueno, ojos que no ven, corazón que cree ciegamente, solíamos decirnos con la Mechi, y entonces, bajo aquel lema impertinente, audaz y lleno de cosas que nadie sabe explicar, vimos luz verde, y nos aventuramos.
La Mechi y yo somos amigas de la infancia. Ella me ayudó en la escuela con las matemáticas y con biología, y más adelante, a criar mis hijos. De hecho, es la madrina de mi hijo mayor. Tengo tres, y si no fuera por una discusión acalorada que tuve con mi ex marido, para él estaba bien que yo siga pariendo niños. Sí, me separé hace unos diez largos años, y en el medio me pasó de todo. Me mudé dos veces, tuve cuatro parejas, aunque solo conviví con un solo hombre, me compré un auto, fui víctima de una estafa, me operé de unos ganglios, fui abuela de mi única hija, y festejé el mundial de la Argentina. ¡Al fin la tercera estrella carajo! Pero lo más importante, es que con 51 años logré una independencia personal, económica, psicológica, espiritual y sexual que no conocía, y tampoco me había animado a explorar. La Mechi no tuvo hijos, ni se casó, ni se fue de la casa de sus padres. Pero, ellos no tuvieron inconvenientes en aceptar su condición de lesbiana. Cosa que yo siempre valoré mucho. Digamos que, ella se la pasaba mayormente en mi casa. Ayudándome con la pequeña despensa que abrí, con las tareas del hogar, o leyendo. Es una apasionada de las novelas policiales, y de las eróticas. A menudo me leía tramos de ellas, y, aunque ella confiaba en que yo no me daba cuenta, yo sabía que se calentaba leyéndome, o contándome posturas sexuales de los protagonistas.
Al tiempo empezamos a salir a ciertos pubs de la zona. Casi siempre nos fumábamos algún cigarrillo, tomábamos unas cuántas cervezas, y después bailoteábamos con la canción que nos gustara en el momento. Preferentemente alguna de la década de los 80. Con el tiempo, nos animamos, y nos metimos en un par de boliches alternativos. Y, a pesar que tuvimos que reconocer que la música no nos dejaba comunicarnos como queríamos, todo lo que veíamos valía más que la pena. Ella se deleitaba con las chicas, lo ligerita de ropa que se mostraban, con sus bailes sexuales, sus caritas de entregadas, sus perreos, grititos, y con las formas que tenían de tomar alcohol de las botellas. Yo, disfrutaba de ver a los bombones que boludeaban entre ellos, o de los que andaban atrás de las chicas que ni los registraban, con sus bultos hinchados, sus músculos de muerte y todo el sex-appeal del mundo a flor de piel. Claro, yo, hasta aquellos días me declaraba heterosexual. Sin embargo, entre las charlas que tenía con la Mechi, las experiencias que me contaba, los libros que me recitaba, y la forma en la que se ponía cuando veía a una chica especialmente llamativa para ella, algo de mi ser, o de mi cuerpo revolucionado comenzaba a cuestionarse cosas. ¿A qué sabrían las tetas de la morocha que bailaba con ese rubio con cara de insípido? ¿Cómo besará esa negrita con los hombros descubiertos? ¿No tiene vergüenza la de remerita colorada, de mostrar el ombligo? ¡Qué desfachatada la nena que le franelea el culo a ese viejo! ¡Para mí que, la rubia que está en la barra, meta mirar al pibe que pasa música, no tiene bombacha, porque la calza se le entierra en el culo re fácil! Todas esas cosas rondaban por mi cabeza, mientras con la Mechi brindábamos por anécdotas del pasado, nos reíamos de todo, y pedíamos más cerveza, sin terminarnos la que nos quedaba.
De repente, un codazo de la Mechi en alguna parte de mi cuerpo me alertó. Justo me estaba riendo como una condenada de un chisme que ella misma me compartía. No había notado que de golpe su mente se había trasladado a vaya a saber qué galaxia.
¡Mirá allá, a esa! ¡No sabés cómo te miró las gomas amiga!, me dijo, en medio del barullo de un tema de cumbia horrible. Y en efecto, la vi. Era una pelirroja de tez blanca, delgadita en apariencia, y de al menos un metro setenta, que bailaba sola con un dedo en la boca, riéndose de algo que tal vez solo ocurría en su cabecita. No llegaba a verla del todo. Pero prometía lindas curvas, y moverse bastante bien en la cama. Por eso le dije a la Mechi: ¡Che, parece que está linda! ¡Pero yo creo que te miró a vos, y no a mí! ¡Aunque, si te la querés chamullar, tené en cuenta que parece una peque! ¡Tiene carita de chocolatada!
¡No amiga, te miró las tetas a vos! ¡Te lo juro! ¡En serio, tenés que animarte a probar! ¡Las chicas saben mucho más cómo darse placer, unas a otras! ¡Yo, que estuve con tipos, te puedo decir que no tiene comparación!, me dijo, como si albergara alguna esperanza en sus ojos.
¡Pasa que vos, querés convertirme nena! ¡Y yo, creeme que estoy bien así, sola, como estoy!, le dije, antes de empinarme lo que quedaba de una cerveza cada vez más intomable. Nos cagamos de risa, y enseguida enganchamos otro tema de conversación. Bailamos un rato, hablamos con una chica a la que hacía años no veíamos, ex compañera de secundario, y nos pedimos otra cerveza. Participamos de una ronda que se improvisó cuando el DJ Puso unos temas brasileros, y de repente nos topamos con la pelirroja. Ahora que la vi con mayores detalles, tenía unos ojos color miel súper tiernos, una pollerita corta de jean, y un topcito rojo. Sus bracitos desnudos se mecían como locos, mientras sus pies coordinaban a la perfección con el tema que sonaba. La Mechi se animó a convidarle cerveza.
¡No, yo no tomo eso! ¡Pero, si quiere, puede probar mi trago!, oí que le respondió la chica, sin dejar de menearse. Y de pronto, apareció el reggaetón en los parlantes. La multitud explotó. Parejas, solos y solas, chicas y chicos se lanzaron a la pista, y al toque nos vimos apretujadas, tratando de conservar el equilibrio. A la chica casi se le vuelca encima el trago pulposo que le rebalsaba el vaso.
¿Che, acá se portan bien los chicos con vos? ¿Digo, no te tocan el culo, o las tetas?, le preguntó la Mechi, dejando que la desconocida se sostenga de su hombro, en el exacto momento en que un montón de pendejas empezaban a perrear en el medio de la pista.
¡Y, a veces sí! ¡Y no solo te tocan! ¡Te entierran la mano, y no les importa! ¡Y las gomas, también!, dijo ella, con una voz bastante rota por el caos y el griterío.
¡Bueno, por suerte no sos mi hija! ¡Si no, yo estaría persiguiéndote, espantando a todos los que se hagan los vivos con vos! ¡Porque, además, vos sos chiquita me parece!, le dijo la Mechi, con un rubor cada vez más luminoso en las mejillas.
¡Bue, lo de chiquita, no sé! ¡Tengo 19 años!, dijo la nena, llevándose el sorbete a la boca. Tomó un poco de su trago, y luego se puso a mordisquearlo, a meterlo y sacarlo del vaso con los labios, y a remover los hielos que había en el fondo. Entonces, en un momento vi que me miraba las tetas. ¿Cómo podía ser que lo único que tuviese encima, fuese topcito rojo?
¡Bueno corazón! ¡Si ella fuese tu mami, yo sería tu tía! ¡Y te juro que, entre las dos, no te dejaríamos salir así al boliche! ¿No trajiste ninguna camperita, aunque sea para taparte?, le dije, animándome a hablarle. La Mechi me miró sorprendida.
¡No, no traje nada más para taparme! ¡Bah, tampoco es que tengo graaan cosa para tapar! ¡No como usted! ¡Las suyas están que explotan!, me dijo, haciéndome sentir incómoda, vergonzosa y exultante. Todo a la vez, si eso fuera posible.
¿Viste que te dije? ¡Sabés que, yo le comenté a mi amiga, que te vi cómo la mirabas! ¡En realidad, cómo se las mirabas!, dijo la Mechi, rozándome un pecho, moviéndose a un lado y al otro, cada vez más pegada a la chica.
¡Sí, obvio que se las miraba! ¡Son lindas! ¡Bueno, y usted, no se queda atrás!, dijo la nena, antes de meterse uno de los hielitos en la boca. La vimos sacar la lengua, y dirigirnos una sonrisa extrañamente seductora.
¡Yo dejaría que usted sea mi mami, y usted mi tía! ¡Por acá, hay pocas mujeres con paciencia para las chicas como yo! ¡Aaah, y yo soy Sabrina!, se nos presentó, ahora agachándose con un tema de Tini, creo, y poco a poco girando en su lugar para mostrarnos el sur de su cuerpo, en todo su esplendor. ¡Tenía un culo terrible! ¡La pollerita por momentos se le subía, y ella no tenía ni medio drama en que se le vean las nalguitas!
¿Qué te apuesto a que usa tanguita?, me dijo la Mechi al oído, mientras Sabrina bailaba con el vaso vacío, sabiendo que nosotras la observábamos. El olor de su piel, el desodorante que usaba y el de su perfume un poco apagado empezaba a confundirme. Quise creer que se debía a que me había tomado 5 cervezas.
¡A mí me dicen Mechi, y mi amiga, se llama Sandra! ¡Y, al menos yo, creo que tengo bastante paciencia con las nenas!, le aclaró mi amiga, al borde de morderle la nuca, porque tuvo que hablarle casi a la cara para que la escuche. Yo no me perdía detalles, aunque me convencía de que tarde o temprano, Sabrina desaparecería de un momento a otro, sin dejar rastros. Sin embargo, los minutos pasaban, y ella seguía bailando frente a nosotras.
¡No, los chicos no me gustan! ¡Tuve un par de novios, pero, no da! ¡No sé por qué, pero, prefiero a las mujeres!, se confesó al fin casi media hora más tarde, cuando las tres nos cansamos del calor de la pista, y nos habíamos acomodado en unos sillones, en el patio del boliche. Ella estaba sentada en el medio de nosotras, y las tres bebíamos un vino espumante delicioso. La Mechi, para mi gusto, le acariciaba la pierna con demasiado poco recato.
¡Yo, bueno, estuve casada, y todo eso! ¡Pero, a mi amiga, bueno, ella te lo puede contar! ¡Aunque, creo que te diste cuenta ya! ¿No?, dije, algo más envalentonada, sumándome a las caricias de la Mechi. Solo que yo le acariciaba la pancita desnuda.
¡Son muy buenas conmigo, ustedes! ¡Por ahí, si quieren ser mi mami, y mi tía, yo no me enojo!, dijo Sabri, mucho más suelta que antes.
¡Ojo con nosotras nena! ¡No te conviene provocarnos! ¡Somos más grandes que vos, y no andamos con vueltas!, le aclaró la Mechi, hablándole a pocos centímetros de la cara.
¡Che, che, hablá por vos Mechita! ¡Vos sabés perfectamente que yo, o sea, que conmigo no va esa onda!, dije a viva voz, advirtiendo en los ojos de mi amiga que había metido la pata. ¡Tenía que hacerle la segunda! Tal vez, ella quería seducir a la pendeja para llevársela a un telo, y necesitaba que yo me sume a su plan.
¡Bueno, Sandri, no seas tan humilde, ni tan modesta! ¡No me podés decir que esta bebota no te calienta! ¡Sé que, no es fácil acostarse con nenas, porque no sabés en qué momento se mean en la cama! ¡Pero dale, copate, que está linda la Sabri! ¿No le viste el culo? ¡Dale, parate nena, y subite la pollerita, que total, acá nadie te ve!, decía la Mechi, haciendo que Sabrina se levante del sillón, y que luego cumpla con sus deseos. Sabri bailaba ya sin tanta coordinación el tema dance que provenía de adentro del boliche, subiéndose la pollera, moviendo el culito a centímetros de nuestras caras, y un aroma esencialmente húmedo comenzó a surgir de su interior, invadiéndonos por completa.
¿Viste? ¡Tanguita roja se pone la gata para salir al boliche!, me dijo la Mechi al oído, mientras Sabri seguía bailando, ahora nalgueándose ella solita la cola. Nadie nos prestaba atención. Al frente nuestro, dos parejas de chicos se re tranzaba, y varias parejas lesbis bailaban, o se manoseaban. Una chica le chupaba las tetas a otra contra la pared, y una parejita étero parecía al borde de garcharse en uno de los sillones. Sin embargo, yo solo pensaba en la tanguita roja que navegaba entre las nalgas de esa pendeja. Para colmo, la Mechi le había pedido que, sin dejar de bailar, acerque su cola de a poquito a mis tetas. Para lo que yo debía sentarme en el borde del sillón para facilitar el contacto. Cuando eso sucedió, no pudimos evitar frotarnos de una forma que yo jamás había pensado que se podía. Los pezones se me paraban como locos, y algo adentro de mis entrañas me pedía a gritos un beso de esa nenita.
¡A ver nena, pará bien esa cola! ¡Hace rato que te estás buscando unos buenos chirlos! ¿Viste lo que te pusiste? ¡Esta tanga y la nada misma, es como lo mismo! ¡Y después te quejás que te pellizcan, te manosean, o te apoyan! ¿Te gusta sentir cositas duras en la cola hija? ¿O dedos transpirados en las tetas?, le decía la Mechi, mientras le acariciaba y nalgueaba el culo al mismo tiempo, una vez que ella se había acomodado en medio de nosotras, de pie, y con la pollerita subida. La Mechi tuvo que agarrarme una mano para que yo también acaricie, y posteriormente me prenda a chirlearle esas redondeces hermosas, cada vez más coloradas, y transpiraditas.
¡No Má, no me gustan las cosas duras en la cola! ¡O, por lo menos, la pija de los varones, no!, dijo la insolente, luego del último chirlo que le propinó la Mechi. Entonces, ella misma la tomó de la cintura y se la sentó en la falda. Vi que le puso las manos en las tetas, y que le habló al oído. Me puso nerviosa no saber lo que le decía. Pero, enseguida entendí lo que se proponía.
¡Dale Sandrita, andá llamando al taxi, que ya mismo nos llevamos a la nena con nosotras! ¡Creo que, ya va siendo hora que alguien encarrile a esta mocosa!, me dijo al fin, seguro que viendo la perplejidad en mi cara. Pero aún así, encargué un Uber, el que no tardó más de 4 minutos, y me dediqué a ver cómo Sabrina por momentos se quedaba dormida a upa de la Mechi. ¿O fingía hacerlo? Yo, no podía creer que se estuviese durmiendo, con las manos de mi amiga sobándole las tetas. Incluso, creo que hasta le dio un chupón en el cuello.
¡Vos, vas atrás con tu tía! ¡Yo voy adelante, así le voy explicando al taxista dónde vivo! ¿Vamos a mi casa Sandrita? ¡Digo, por si está tu hijo en la tuya!, decía la Mechi, mientras nos íbamos acomodando en el auto conforme sus instrucciones. Yo le dije que en casa estaba mi hijo y su novia, y seguro un par de amigos más. De modo que nos internamos en las calles de la madrugada, hasta llegar a su casa. En el camino, Sabrina no dijo una palabra. La Mechi mantuvo una charla eufórica de fútbol con el hombre, y yo, no dejaba de mirarle las piernas a la chiquita, cuyo aroma parecía hechizarme.
¿Necesitás ir al baño bebota? ¡Acá vive tu mami! ¿Viste que casa pequeña tengo?, le decía luego la Mechi, una vez que la penumbra de la noche nos depositó en la cocinita de su casa. Yo encendí la luz, y entonces, vi cómo la nena apoyaba sus manos en la mesa, a modo de súplica. ¿Se habría arrepentido de seguirle el juego a mi amiga? Como ella no respondió su pregunta, la Mechi se le acercó y le subió la pollera para darle un chirlo, mientras le gritaba: ¡Te hice una pregunta pendejita! ¿Te gusta mi casa? ¡No sabés las ganas que tengo de comerte esa zorra bebé!
¡Tranquila Mechi, que la vas a asustar! ¡Por ahí, mi sobri necesita algunos mimitos!, le dije, instintivamente, acercándome a Sabrina para acariciarle el pelo. ¡Y, encima, sin saber cómo o por qué lo hice, le di vuelta la cara para lamerle el mentón, y los labios apretados!
¡Aaah, bueno! ¡Parece que tu tía, ahora también te tiene ganas chiquita! ¡Mirala vos a la Sandri! ¡Y vos que me decías que las chicas ni en pedo, que nada que ver, y toda esa zaraza! ¡Y, no te preocupes, que esta no se asusta con nada!, decía mi amiga, alejándose un poco, como para que yo me sirva de la piel de esa nenita temerosa. Yo, le subí la pollera y le sobé la nalguita en la que la Mechi le había pegado. Le pregunté si tenía calor, porque la casa estaba un poco encerrada. Ella balbuceó algo que bien pudo haber sido sí, o no, o estoy bien. Y cuando la miré a los ojos, vi que estaba como a punto de llorar. La Mechi, en ese momento había ido a su habitación para buscar sus puchos, quitarse los zapatos y más o menos limpiarse el poco maquillaje que se había puesto en la cara.
¿Qué pasa gordita? ¿Por qué estás así, como a punto de llorar?, le pregunté, después de convencerla de sentarse. Ya había empezado a desatarle los cordones de sus zapatillas negras, y desde allí, la perspectiva de los olores de su piel me hacía delirar aún más.
¡Es que, para mí, todo esto es nuevo! ¡Siempre me calentaron las mujeres! ¡Pero nunca estuve con una! ¡y menos con dos! ¡Las chicas de mi edad, son medias tontas! ¡A mí, me gustan más grandes, maduras, qué sé yo, así como usted! ¡Por ahí, porque siempre me calentó mi tía!, se abrió de pronto a mí, mientras yo le quitaba los zoquetitos rosados, y sus piernas temblaban.
¡Bueno, tranqui corazón, que, yo tampoco tengo mucha experiencia que digamos! ¡Además, si llorás, tu mami te va a retar!, le dije, un poco adentrándome en el juego que mi amiga había creado. Y de repente, la Mechi volvía hecha una tormenta de la pieza, diciendo: ¡No le creas nada Sandrita! ¡Todas son así! ¡Te calientan la concha, y después no se la bancan! ¡Las bebotas, son todas iguales! ¡Y, esta llora de caliente que está nomás! ¿No viste cómo se dejó nalguear el culito, en el boliche? ¡Dale, levantate vos, y sentate en la mesa!
Sabrina, a pesar de cierto pavor en el rostro, cambió la silla por la mesa, y dejó que la Mechi le quite el topcito con cierta violencia.
¡Tranquila Mechi, que le vas a hacer daño!, le dije, y ella me miró con cierta complicidad.
¡Tranqui amiga, que seguro le encantó como la desteté! ¿O no zorrita? ¡Mirá, mirá que chiquititas que son! ¿Alguna vez una mujer te las chupó? ¿Así que fantaseás con tu tía? ¿te habría gustado que ella te muerda las gomas? ¡En esta casa se escucha todo, porque es pequeña! ¡Acá no hay secretos!, le decía mientras le sobaba las tetas, hablándole al oído y saboreando el lóbulo de su oreja derecha. Sabrina empezó a suspirar, a sonreír y a decir que sí todo el tiempo con la cabeza.
¿Para qué tenés boca che? ¡Contestame con palabras bebé! ¿Te gusta? ¿Te calienta tu tía? ¿O tu mamá también?, le cuestionaba, ahora sumando algunos chupones en su cuello desprotegido.
¡Nooo, mi mami no! ¡Pero mi hermana mayor sí, me re calienta! ¡Y mi tía! ¡Y varias de las amigas de mi vieja!, dijo la nena, abriendo involuntariamente las piernas, tiritando y medio que lloriqueando de todas formas. La Mechi tenía razón. Esas lagrimitas, parecían tener el color de la excitación.
¡Dale Sandri, agarrale los pies, y fijate si los tiene limpitos!, me pidió Mercedes, dándole una mínima tregua a las sobaditas que le hacía en las tetas. Ahora Sabrina tenía los pezones duritos, y varios chupones en el cuello. Yo me acerqué con silla y todo, y con mi inexperiencia a cuestas, fui capaz de tomar los pequeños piecitos de Sabri para olerlos, lamerlos y besuqueárselos. Olían rico, a pesar que los tuviera un poco húmedos. Saber que la hice gemir cuando le succioné los pulgares, me desató de todas las estructuras que me reinaron desde siempre. Así que, proseguí besándole las piernas, mordisqueándole las rodillas, juntando sus pies para volver a besárselos, y para frotarme las tetas con ellos.
¡Aaay, asíii, qué rico, apretame las tetas mami! ¡Mordeme el cuello, porfi!, pedía la chiquita, mientras la Mechi ya le succionaba los pezones.
¿Qué más querías que te haga tu tía? ¿O la amiguita de tu mami? ¿Qué te muerda la cola, por ejemplo? ¿O te arranque la bombacha para olerte la conchita?, le preguntaba la Mechi, empezando a subirse al tren de la locura, al mismo tiempo que yo me debatía en si avanzar hasta el rojo destello de su tanguita. La verdad, el olor a conchita que emergía de su sexo, me estaba matando de ansiedad.
¿Qué le hacemos amiga? ¿Querés probarla? ¿Querés sacarle la bombachita vos?, me hacía partícipe la Mechi, mientras le tapaba los ojos a Sabrina y le metía un dedo en la boca.
¡Vos, seguí chupándome el dedo, que ya te vas a comer otras cositas, pendeja chancha!, le dijo, y le mordisqueó un pezón.
¡No, no! ¡Tengo una idea mejor! ¡Sacate el corpiño, y dale la teta! ¡Yo soy la madre, pero vos tenés leche más rica en esas tetas! ¿Querés amor? ¿Querés chuparle las tetas a la tía?, arriesgó mi amiga, poniéndome en una situación inesperada. De hecho, ella misma me quitó la blusa para que yo haga el resto, y en cuanto mis tetas estuvieron totalmente al aire, se las acerqué a Sabrina.
¡Primero tocalas, y elegí cuál querés bebota!, le dije, adoptando el vocabulario de la Mechi. Ella parecía tan maravillada como la nena, que, luego de manosearlas con pasión, bajó la cabeza para pasarme la lengua por uno de mis pezones.
¡Chupá nena, nada de lengüita! ¿No ves que tu tía está alzadita con vos?, dijo la Mechi, con la voz cada vez más acaramelada. En efecto, durante unos minutos gloriosos y llenos de erotismo, la nena estuvo sorbiendo de mi teta derecha, amasándome la otra y gimiendo, mientras la Mechi se echaba prácticamente en mi espalda para susurrar cosas en mi oído, pellizcándome el culo por adentro de la calza. Cosas como: ¡Dejate llevar amiga, así, dale la teta a la bebé, que tiene hambre, pobrecita! ¡Vos también querías esto! ¿No? ¡Qué culo tenés perra! ¡Y, además, tenés la bombacha re suavecita! ¡Seguro que ya te re measte con la lengüita de esa nena! ¿Te las chupa bien, o como el culo? ¡Tranquila, que mañana vas a ser la mujer más feliz del mundo! ¡Y hoy, ni hablar!
Entonces, Sabrina empezó a gemir un poquito más agudo, y eso hizo que la Mechi la manotee del pelo para advertirle: ¡Te van a escuchar los vecinos nena! ¿Qué pasa? ¿te estás calentando mucho? ¡Dale, seguí tomando teta, que todavía la noche no empezó para vos!
Claro que todo era parte del juego, del show que poco a poco, a mí también me envolvía. Tal vez, recién entonces noté que la Mechi estaba en corpiño y bombacha. Había tomado mucho, pero mi desconcierto se debía más a lo nuevo, a la aventura de la adrenalina de mis hormonas que al alcohol. Y entonces, la Mechi ni lo dudó. En un momento, mientras yo seguía ofreciéndole mis tetas babeadas a su boquita cada vez más endiablada, ella le pidió que separe un poquito el culo de la mesa, le metió las manos adentro de la pollera y le sacó la tanga. Sabrina detuvo sus succiones de inmediato.
¿Por qué paraste nena?, le dije, aunque con menos violencia de la que habría querido.
¡Y, pasa que, me parece que tiene vergüencita la nena! ¡Mirá, acá está su bombachita! ¡Debe pensar que tiene olor a pichí, o a caquita! ¿O no bebé? ¿Es eso? ¡Tomá, olela vos Sandri, y decime!, me sugirió luego de arrojarme la tanguita de la nena en la cara. Mientras yo la tomaba en mis manos como a una criatura indefensa para llevármela a la nariz, la Mechi me bajó la calza de un solo movimiento fortuito, y le dijo a la nena: ¡Mirá la bombachita de tu tía! ¿No es hermosa?
A Sabrina se le desorbitaron los ojos, porque yo tenía un culote rojo con lunares negros. Pero, lo que tal vez le llamó la atención, era cómo se me enterraba en el culo, gracias a que la Mechi me lo subía hacia arriba todo lo que podía. O tal vez, el bollito de mi vulva en la parte de delante. Entretanto, el olor de la tanga de Sabri me llevaba a otra dimensión. No estaba sucia, aunque sí tenía olor a pipí. Pero yacía espesa de los flujos que seguro no pudo evitar con tanto jugueteo.
¡La verdad, bastante limpita es la señorita! ¡Aunque, bueno, algo de olor a pichí tiene! ¡No te lo voy a negar!, le dije a la Mechi, que ya me había asestado un par de nalgadas. Yo también me estaba prendiendo fuego, y sentía lo inexorable de mis propios jugos explotando en mi interior.
¡Mirá vos! ¡Bueno, vos, ahora, como su tía, te toca abrirle las piernitas, y olerla! ¿Por ahí, ella es la que huele a pichí! ¡Sabés que, a mí, no me gustan las nenas sucias!, dijo la Mechi, metiéndose una mano adentro de la bombacha, con la tanguita de Sabri frotándose en sus tetas, aún con el corpiño puesto. Yo, con todos los temblores del mundo en mis talones, me acerqué a Sabrina, me hinqué ante su pollerita, le separé las piernas y hundí mi rostro entre ellas para inhalar su aroma. Ahí fue cuando no supe controlarme, y me enterré un par de dedos en la vagina. ¡Necesitaba frotarme el clítoris!
¡Tocate amiga, si lo necesitás! ¡Al parecer, la nena te calienta mucho! ¿Cómo tiene la zorrita? ¡Dale, bajate la bombacha y pajeate nena, que nadie se va a escandalizar acá!, decía la Mechi, con la voz más dulce que le había oído jamás. No iba a perder el tiempo. Así que, me incorporé para bajarme la bombacha, y en medio de las risitas de júbilo de Mercedes, empecé a frotarme el clítoris. Primero con la rodilla de Sabrina, y luego con mis dedos, una vez que volví a hincarme para que sus olores sexuales me hagan volar. Pero entonces, la Mechi se nos unió, un poco para separarnos. A Sabrina la tumbó boca arriba sobre la mesa, y a mí, primero me chupó las tetas, y después me comió la boca, moviendo ella misma la mano que todavía jugaba en mi sexo.
¡Dale, levantá los pies, así te sacás la bombacha como corresponde!, me dijo, antes de volver a darme de su lengua, mientras algunos dedos empezaban a rozar mi culito. Nosotras estábamos paradas, gimiendo suave y tan llenas de cosquillas como dos adolescentes. Sabrina nos miraba, y, por lo que parecía se chupaba los dedos. La Mechi parecía decidida a devorarme las tetas para siempre, y yo, que ya comenzaba a probar las suyas, entendía mucho mejor aquello de los sabores prohibidos, afrodisíacos y perversos de una mujer madura. Tal vez, en ese aspecto, yo era más inmadura que la nena.
Justamente, hablando de ella, en un momento nos detuvimos, porque escuchamos una especie de sollozo, y a continuación, algo cayendo como paulatinas gotas sobre el suelo, como una canilla mal cerrada. la Mechi era la implacable, y yo la que tenía cierta piedad. Aún así nos sorprendió descubrir lo que había pasado.
¡Sabrina! ¿En serio lo hiciste? ¿Te measte encima? ¿y no se te ocurrió levantarte para ir al baño? ¡Sos una cochina, una pendeja asquerosa! ¿Cómo te vas a mear en mi mesa?, le decía ella, mientras la hacía sentar sobre la mesa, arriándola de los pelos.
¡Pará Mechi, tranqui che! ¡Pasa que, la nena tomó mucho en el boliche! ¡Y, ni siquiera pasó al baño! ¡Pobrecita! ¡No seas tan mala con ella! ¡Es solo pichí!, le decía yo, acariciándole el culo, mientras trataba de sobarle la espalda a la nena, que se quejaba por los tirones de pelo.
¡Perdón mamiiii! ¡Es que, yo, las veía besarse, tan calientes, pasarse las lenguas, y a la tía sacarse la bombacha, y para colmo, le vi la concha! ¡No pude hacer nada! ¡Hasta me calentó hacerme pis así! ¡Pero, les prometo que yo limpio todo!, decía la nena, tratando de respirar para pronunciar cada palabra como si le costara una célula de su ADN.
¡Con razón las mamis grandes no te dan bola bebé! ¡Porque te meás encima! ¿Viste que te dije Sandri? ¡Acostate con bebés, y te despertás meada! ¿Así que te gustó vernos besarnos, y pasarnos las lengüitas? ¡Dale tarada, levantate! ¡Mirá, te measte toda la pollerita!, le decía la Mechi, ayudándola a ponerse de pie con métodos un tanto bruscos.
¡Sacale la pollera Sandra, y tirala por ahí! ¡No sé con qué se va a volver esta guacha a la casa! ¡A no ser que digas que te measte en el boliche!, la ridiculizaba mi amiga, riéndose con sarcasmo, mientras abría una botella de cerveza. Yo le quité la pollera, y encendí un cigarrillo que no llegué a pitar. Es que, la Mechi enseguida abrazó a la nena, y me llamó para que yo lo haga por atrás, mientras le decía: ¿Vos querías lengüita nena? ¡Abrí la boquita, nena meona, cochina, putita hermosa!
Entonces, durante otros minutos sublimes, las tres estuvimos intercambiando saliva, saboreando nuestras lenguas, frotando nuestras tetas, y ambas nalgueándole el culo a Sabrina, que gemía delicioso con cada repique de nuestras palmas enrojecidas.
¿Y te gustó mirarle la concha a tu tía? ¡Dame la mano pendeja! ¡Así, tocame la concha nena! ¡Dale, que no te voy a mear!, le decía la Mechi, llevando la inocente mano de Sabri a las profundidades de su bombacha para que sus dedos entren y salgan de su sexo. La Mechi se ocupó de pajearme, y yo, de hacer que la conchita de Sabri se friccione contra mis piernas. Los besos, mordidas, excesos de saliva y gemidos no se detenían. Pero el equilibrio nos amenazaba con destruirnos la paciencia, si no buscábamos un lugar más cómodo.
¡vamos a la cama yeguas! ¡Pero, vos, antes de ir, vas al baño y te lavás un poquito! ¿Te parece gordita?, le dijo a la nena, que no tenía ni idea dónde estaba el baño. De modo que, yo la acompañé. La Mechi nos esperaba en la pieza, y según ella con una sorpresa que nos iba a gustar. Yo, entré con Sabrina al baño, desnudas ambas, y llenas de chupones. La vi lavarse en el bidet, y luego secarse con unas toallitas húmedas que yo misma le alcancé del botiquín.
¡Nunca me había hecho pis! ¡Qué vergüenza! ¡Seguro, su amiga no me va a querer hacer más nada!, se victimizó, poniendo carita de puchero. Todavía estaba sentada en el bidet, cuando yo le agarré la cara y le puse una de mis tetas en la boca, diciéndole: ¡Chupá, y callate nena! ¡No sabés cómo me calentó verte ahí, tirada en la mesa, meada, y en pollerita!
Así que, luego de unos sorbos escandalosamente ruidosos a mis tetas, la levanté del bidet para nalguearla y olerla. Mi boca estuvo tan cerca de su vagina que, creí que me moriría si no se la lamía. Pero la voz de la Mechi nos requirió con urgencia en la pieza, y entonces fuimos hacia allá.
¡Vos, chiquita, ponete en cuatro patas arriba de la cama! ¡Vamos!, le ordenó a Sabrina. Mercedes ahora tenía las gomas al aire, y en el lugar de su bombacha, un cinturón con una pija de tamaño promedio, o tal vez un poco más grande relucía bajo la luz de las velas que había encendido.
¡Vos Sandri, vení conmigo, así te chupo las tetas! ¡Mientras ella prueba el juguetito de mami! ¡Vamos nena, abrí la boquita, y chupame la pija!, le instruyó, al mismo tiempo que su boca empezaba a erectarme los pezones, y su lengua a recorrerme hasta el ombligo. Nos turnábamos para nalguearla, tocarle las tetas, y tratar de llegar hasta su conchita. Pero no era sencillo porque, nosotras estábamos paradas, y ella apretaba las piernas, gimiendo como una histeriquita.
¿Qué pasa bebé? ¿No te gusta chupar el pito de mami? ¿Eee? ¿Te gusta más chupar tetas? ¡Abrí esa boquita, y ojo con mearte en mi cama, porque ahí sí que te reviento!, le advirtió con sincero pánico mi amiga, y de repente, aquella postal se desintegró en el aire. Ahora, la nena estaba parada arriba de la cama, y nosotras arrodilladas, una a cada lado de su cuerpito, sosteniéndola para que no se caiga.
¿Nunca te chuparon el culo bebota? ¿o la conchita? ¿y, las dos cosas a la vez? ¡Vamos Sandri, atacala a esta bebota, que ahora está limpita!, me ordenó Mercedes, sin dejar de pellizcar a Sabri, y entonces, nuestras lenguas comenzaron a adentrarse en el fuego, la fragancia y las humedades de su culito y su vagina. Mercedes fue la que incluso llegó a meterle un dedo en la cola, haciéndola chillar de lujuria, y tal vez de dolor. Yo, no podía despegarme de su vagina. Se mojaba como loca, le palpitaba como si estuviese a punto de darme una descarga eléctrica en la lengua, se abría cada vez más, y su clítoris se endurecía como el carozo de un damasco.
¡Uuuy, qué rico, así, quiero más, asíii, me encanta cómo me chupan toda, las dos!, gimoteaba la pendeja, cuando ahora estaba tendida en la cama, y nosotras dos le chuponeábamos todo el cuerpo. Se volvió loca cuando entre las dos le comimos la conchita, y le enterramos nuestras lenguas allí. También cuando le chupamos las tetas, frotándole el clítoris. Pero cuando se puso más loquita, fue cuando Mercedes se arrodilló sobre la cama para atragantarle la boquita con su juguete, mientras yo la masturbaba, le fregoneaba mis tetas en la panza y en la vagina, y le tocaba el clítoris con mis pezones hinchadísimos. Después, la Mechi la colocó boca abajo, y tras volver a nalguearle el culo con las manos, y con un pequeño látigo que sacó del cajón de su mesita de noche, se le subió encima para acomodar su juguetito entre sus glúteos.
¡Vos, parate ahí, y que te coma la concha amiga! ¡Dale, que seguro te vas a emputecer con esa lengüita ahí adentro!, me entusiasmó la Mechi, mientras le abría las piernas a Sabri, le daba chupones en la espalda, y le prometía penetrarle el culo si no se quedaba quietita. Yo, ni bien estuve en frente de la carita angelical de la nena, la manoteé de los pelos, y apoyé su cabeza en mis muslos, para que sus labios con fiebre encuentren solitos el camino correcto. Apenas su naricita tocó mi vagina, yo misma la atraje hacia mí, y le pedí casi sin fuerzas: ¡Chupala nenita, sacame la calenturita que me hiciste tenerte, por putita!
¡Eeeeso amiga, pedile a esta zorrita, que te la chupe bien chupada! ¡Yo, me parece que ya no lo voy a soportar más! ¿Querés que te coja bombona? ¿Querés que tu mami te enseñe a ser una buena tortillera bebé?, prometía mi amiga, cada vez más excitada. Oí un nuevo concierto de chirlos, mientras mis gemidos también empezaban a aturdirme, porque la lengua escurridiza de la nena entraba y salía junto con algunos deditos, y porque succionaba mi clítoris con verdaderas ganas de quedarse con mi acabada. Y de pronto, mi vulva ahogó el grito de nuestra invitada, cuando Mercedes empujó con todo el chiche adentro de su conchita hermosa, casi sin vello, y con algunas pequitas en los labios mayores. Empezaron a moverse con todo, y la cama daba señales de un terremoto sexual imposible de detener.
¡Así, gemí putita, y comele la concha a tu tía, mientras tu mami te coje! ¡Dale zorrita, chupá bien, y portate bien con la tía, que, si no fuera por ella, ya te habría roto el culito en el boliche!, le juraba mi amiga, zamarreándola por momentos, mordisqueándole los hombros y el cuello, lamiéndole la cara en los momentos que tomaba aire para respirar, y luego seguir comiéndome la conchita.
De repente, la Mechi estaba sentada con la bebota a upa, y aún penetrándola con pasión, mientras le pellizcaba las tetas, diciéndole: ¡Hace rato que quería comerme a una bebé como vos! ¿Sabías? ¡Y, es hora que vayas aprendiendo, que, a las mujeres maduras, no nos gusta que las nenas se nos meen en la cama, ni se hagan las histéricas, ni nos calienten al pedo en el boliche, putita hermosa! ¡Ya cambiamos pañales, fuimos madres, o tías, y no queremos enseñarle a una mocosa como vos, que tiene que entregarse!
Yo dejaba que entretanto la Mechi me manosee la concha, ya que me había sentado a su lado. Hasta que me dijo: ¡Dale la teta a la bebé, mientras yo le cojo la concha!
Y entonces, mis gomas fueron la mordaza que Sabri necesitó luego, porque, ahora la Mechi se la garchaba con todo, metiéndole un dedo en la cola para hacérselo chupar, o apretándole las tetas con fuerza, o mordiéndole el labio inferior cuando se comían las bocas.
Pero, en un instante precipitadamente auspicioso, la Mechi empezó a dar unos alaridos que jamás había oído en una mujer. Era la clara señal que su orgasmo le haría perder la cordura, tarde o temprano. Nos entrechocamos varias veces debido a la violencia con la que la ensartaba, y ligamos algunos moretones. Las piernas de Sabrina también empezaban a gotear los jugos de su vulvita inocente. Una estática infernal nos recorría. No se entendían nuestras palabras, ni se sabía cuál era la voz de quién. Pero, apenas Sabrina tuvo el coraje de levantarse de las piernas de su amiga, ambas contemplamos los borbotones de flujos que rodeaban, no solo al chiche, si no a los pies de la Mechi, que temblaba incontrolable, diciéndole a Sabri que era una putita barata. Yo, agarré a la nena de la cintura y empecé a refregarla contra todo mi cuerpo. Le escupí las tetas para pedirle que las frote contra mi culo. Después, me agaché para volver a degustar el sabor de su vagina, y el de su tremendo culito. Y, por último, me tumbé boca arriba en la cama para pedirle que se recuesta encima de mí, pero al revés, para que me coma la concha, mientras yo también disfrutaba de la suya. Ahí fue que se me nubló la vista, se me abrieron infinitos laberintos en la sangre, la concha y el corazón, y que empecé a suplicarle que no pare, que siga lamiendo, que no deje de fregar su conchita en mi cara, y que vuelva al boliche con esa pollerita, y que la próxima se olvide de ponerse bombachita. Mercedes nos miraba, todavía goteando felicidades, inmóvil y casi tan sorprendida como yo.
¿Quién lo habría dicho? ¡Mi amiga, la conservadora, puritana, y según ella, amante de la pija, acabándose toda en mi cama, con una nena desconocida! ¡Y, encima, haciéndole caso a su amiga, la torta!, me decía luego, una vez que había logrado ponerse una bombacha, nalgueándole la cola a Sabri, que parecía no tener la mínima voluntad de separarse de mi cuerpo abatido.
¡Chicas, vamos, reaccionen! ¿Cómo hacemos con vos pendeja? ¿A dónde hay que llevarte?, empezaba a paranoiquearse Mercedes. Yo la conocía bien, y sabía que después de un buen polvo le pintaba la obsesión por resolverlo todo.
¡tranqui Mechi, que yo me encargo! ¡Puedo tomarme un taxi, y llevarme a la nena! ¡Eso sí! ¡No sé con qué ropa!, trataba de explicarle, cuando Sabrina al fin dejaba de torturarme con su olor delicioso a mujercita recién estrenada.
¡No, no se preocupen por mí! ¡Me pongo el top, la pollera meada, y las zapas, y me tomo el palo! ¡Seguro que algún micro me deja cerca de mi casa! ¡No quiero incomodar a nadie! ¡Aparte, nada, yo, tengo que volver sola!, se explicó, sin mucha convicción, pero presa de una premura que parecía expulsarla de la casa. La Mechi le alcanzó la ropa, le dio un beso en la boca, y le preguntó si volvería al boliche al sábado siguiente. Ella dijo que sí con la cabeza, vistiéndose apurada, mirándose en el vidrio de la ventana.
¡Si te volvemos a encontrar, no te hagas ilusiones con nosotras bebé! ¿Estamos? ¡Ella, no sale seguido! ¡Y vos, bueno, tenés mucho que aprender todavía! ¡Te digo esto, para que no te creas que estamos rendidas a tus pies! ¡Por ahí, a ese culito hermoso, puede ser!, le decía Mercedes, mientras le devolvía su carterita. Y, pasados unos segundos fugaces, la nena salió de la puerta. De mí, ni siquiera se despidió. Pero lo cierto es que aquello ni me lastimó, ni me preocupó, o me generó sensaciones encontradas. Todavía no era capaz de ponerme la bombacha, cuando todo mi cuerpo seguía conmovido, caliente y permeable a nuevas lenguas, bocas, tetas, conchas y pieles femeninas.
¡Imaginate a esa nena, en el colectivo, con la pollera meada, los chupones y moretones en el cuerpo, y el topcito manchado de lápiz labial!, me decía luego la Mechi, sentándose a mi lado, sirviéndose de mis tetas por primera vez. Las que, luego de decirme: ¡Me parece que, mi amiguita se quedó con las tetas calentitas!, empezó a chupar, lamer y devorar como si recién me las hubiese descubierto. Para nosotros, gracias a esa bebota quizás, empezó un nuevo día, y aunque nunca más la volvimos a ver, no puedo dejar de agradecerle el hecho de disfrutar a mi mejor amiga de las formas más sexuales que jamás se me habrían pasado por la cabeza. Fin
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Imaginaba toda la historia mientras la leía, realmente me gusta mucho la manera que tenés de escribir. Hacía mucho que no pasaba por el blog y me disponía a leer algo. Gracias por seguir escribiendo.
ResponderEliminarHolaaaaa! Bueno, muchas gracias por imaginar todo lo que, acaso mis dedos no lleguen a transmitir. en realidad, es un poco yo, y un poco las mentes de ustedes las que hacen a estas historias algo especial. Un beso, y no dejes de leerme!
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