La nena de mi esposa

Siempre había fantaseado sobre aquello. Pero sabía que jamás me habría animado siquiera a sugerírselo a Eliana, mi pareja. Seguro me tildaba de raro, depravado, enfermo mental, maricón, o poco hombre. Sin embargo, por lo que leí en internet, lo mío no era un problema, ni una desviación de la masculinidad, ni un desorden de la personalidad, o la naturaleza humana. Se trataba de un fetiche, o tal vez de varios entrelazados; aunque todos bajo el mismo hilo conductor. Con 30 años, había llegado a la conclusión que me encantaría ser dominado, feminizado, o tal vez hasta humillado por una mujer. Pero esa mujer tenía que ser Eliana. Ella, no lo entendería del todo si se lo tiraba así nomás, sin al menos introducirla un poco en el tema. Pero, nos habíamos prometido sernos francos, confiar en el otro, dejarnos fluir mutuamente, sea sobre la situación que se planteara. ¡Y eso que sexualmente estábamos bárbaro! Cogíamos casi todos los días, en cualquier lugar de la casa, y en cualquier momento del día. Incluso nos las ingeniábamos para culear a escondidas cuando íbamos de visita a lo de mis suegros, de mis viejos, o a lo de algún amigo. Nos vuela la peluca eso de mandarnos unos cortitos furiosos, chuponearnos sin mesura, ensuciarnos de nuestros jugos, transpirando riesgos. A veces inventándonos alguna peleíta para aprovechar a insultarnos, yo a nalguearla, o ella a darme cachetadas, y a jadear sin culpas. Nos excitaba salir despeinados, con cara de enojados, fieles a una actuación digna de una comedia de Hollywood. Un par de veces, en casa de mis suegros, presa del apuro y el pánico, porque mi cuñada quería entrar al baño, donde nosotros nos cogíamos de parados adentro de la ducha, vestidos y encendidos como una locomotora, le acabé todo en el shortcito blanco que tenía, ¡Y la zorra ni atinó a pedirle ropa prestada a su hermana, aunque sea! En definitiva, todo eso estaba más que bien, y lo disfrutábamos a pleno. Pero, la nena que habitaba en mi interior necesitaba mostrarse de piel y huesos ante Eliana, para pedirle: ¿Qué cosas? ¿Acaso estaba convencido del paso que debía dar? ¿Me sentía tan valiente como para proponérselo? ¡y, si tiraba por la gorda toda la felicidad que habíamos construido, por una boludez? ¿Quién era yo para cometer aquel desasosiego? ¿Pero, y si le era infiel en un futuro lejano o cercano, solo por buscar complacer a esos deseos reprimidos?

Sí, era verdad que sentía la necesidad de ser, o convertirme en el juguete de Eli, en su nena sumisa, o en su putita descarada. A menudo se me re paraba la verga, y hasta sentía un cosquilleo más que intenso en el culo cuando pensaba en eso, imaginándome en posturas tan ridículas como infinitas, siendo penetrado por ella, arañado por sus uñas, despojado de mi nombre, liberado al fin de mis prejuicios. Tal vez, mientras ella me obligaba a lamer sus medias usadas, o los tacos de sus zapatos. ¿Pero, si yo nunca juntaba el valor para decírselo?  Bueno, tendría que aprender a convivir con esos fantasmas, conformándome con usar sus prendas íntimas en su ausencia. Fue algo que, con muchos pudores al principio, comencé a practicar al tiempo de habernos casado.  La primera vez fue casi de casualidad. Eli y yo desayunamos como siempre, a las 7 de la mañana, y luego ella se tomaba el micro que la llevaba hasta su trabajo. Yo la acompañé a la parada, y una vez que la vi alejarse entre otras caras adormiladas, volví a casa pensando en releer unos expedientes. Tenía que prepararme para un juicio tremendo contra una aseguradora de automóviles, y como abogado debía representar a seis familias. Recordé que había dejado el celular en el dormitorio, y cuando volví por él, mis ojos se perdieron en la cama deshecha donde resplandecía la ropa usada de mi esposa. Un par de medias rosadas, una bombacha azul, y el shortcito naranja que solía usar para dormir. Algo removió cosas imprecisas en mi interior, tocó fibras y alteró mis sentidos. Tan inmediatamente que, me arrojé sobre esas prendas como un dogo hambriento. Primero olí sus medias, y la pija se me puso tiesa al toque. Me acordé del olor a pies de mi hermana, y de los artilugios que creaba para hacerme de su ropa sucia, antes que mi madre la intercepte para lavarla. En ese tiempo yo tenía 14 años, y ella 10. Generalmente me encerraba en el baño, me hacía un festival oliendo, lamiendo y chupando sus bombachitas infantiles, medias, remeras, shortcitos o polleritas. Amaba la humedad de sus mediecitas, el olor a transpiración de sus remeras, o el de las mayitas que usaba para meterse en la pelopincho, y después las dejaba secar al sol, o el olor a pis de sus bombachas o shores. Esto último era porque solía mearse encima si se tentaba mucho de risa, o si los tíos le hacían cosquillas. Mientras hacía todo eso, me manoteaba el pilín por adentro del calzoncillo y me lo sobaba emocionado, estiraba, mimoseaba y apretujaba como loco, hasta enchastrarme de leche, y en ocasiones de pis, porque, por alguna razón, eso era lo que me provocaba la fragancia de mi hermana. Mi madre me pescó una vez, todo enchastrado, tembloroso y transpirado en el baño, sentado en el inodoro y con las piernas cruzadas, y me dio una buena tunda al descubrir que el origen de todo aquello había sido una calza roja y una bombacha sucia de mi hermana.

Pero, volviendo a la mañana y a la ropa de Eli… ni siquiera supe por qué, o cómo llegué a quedarme en bóxer, sin dejar de oler sus medias, el short, y la bombachita. De hecho, la toqué con la lengua, y una electricidad pareció pararme los pezones. Los sentí calientes bajo mi camisa, y me la desprendí para fregar las medias y la bombachita en mi pecho. Después me la quité por completo, y me bajé el bóxer. Me manoteé el pito, y me hice una paja cortita, sintiendo la humedad y la tensión en mi glande. Al mismo tiempo apretaba el trocito de tanga que se junta con la conchita de Eli en mi nariz, y comenzaba a gemir involuntariamente. Recuerdo que me nalgueé el culo, que mordí la tanga, me escupí una mano para pajearme con algo más de brusquedad, y que me puse unos zapatos que encontré bajo la cama. Eran unos con plataforma estándar, bastante sencillos, pero bien femeninos. Di unos pasos, y casi sin proponérmelo, me iba poniendo la tanga, sin interrumpir mi caminata. Sentí la fricción de la tela en el agujero de mi culo, la presión de su poca elasticidad en los huevos, y esa especie de estrangulación en el escroto, mientras me cacheteaba el pito, diciéndome: ¡Mirá qué putita estás nene! ¡Mirá si te ve tu esposa, con una tanga en el orto, y esos zapatos! ¡Qué ganas tenés de que te rompan el culo, putita sucia!

Entonces, el eco de mi propia voz me avergonzó, al mismo tiempo que un borbotón de semen me embadurnaba las manos, sin remediar en la tanguita de Eli. Fue una acabada furiosa, cargada de adrenalina y pasión. Pero, inmediatamente me sentí un idiota. Recuerdo que me vestí rapidísimo, y que llevé toda la ropa de Eli al lavadero. No era extraño que yo me ocupe de organizar el cuarto, tender la cama y poner la ropa a lavar, algunas veces.

Hubo otra mañana, en la que me desperté un poco más tarde de lo habitual. La noche anterior me había dormido con un dolor de cabeza tremendo. Eliana ya no estaba a mi lado. Pero sí un nuevo montoncito de su ropa usada. Esta vez era un culote rosado, un top violeta y una calza. No me detuve a dudar, ni a pensar en mis viejas vergüenzas. Me quedé en bolas, y bajo las sábanas me puse el top y el culote, después de olerlos largamente. Con el aroma de la transpiración del top, y el olor a conchita de esa bombacha, me bastó para que la pija se me ponga como de fierro. Ahora, vestido de ella bajo la sábana, recuerdo que me puse boca abajo, que empecé a acariciarme las nalgas, a separarlas, a darme ciertos chirlos, y poco a poco, a rozarme el ano con un dedo. Al mismo tiempo frotaba mi pija en el colchón, y me esforzaba para derramar pequeñas gotas de pis, diciéndome: ¡Dale nenita maricona, meale la bombacha a esa perra, que ya se va a dar cuenta que usás su ropita, que querés que te coja el culo, o te pinte los labios!

En definitiva, una vez que marqué mi territorio en su bombacha, me levanté para dar vueltas por la pieza, apenas rozándome el glande con el índice. Me apretaba y rasguñaba los pezones, me chupaba los dedos, me chirleaba la cola, y me enterraba la bombacha entre los glúteos, con un cosquilleo cada vez más insoportable en el vientre. No sé cómo fue que llegué al baño. Pero, lo claro es que, cuando me vi en el espejo, empecé a sacar la lengua, a pajearme con cierto desenfreno, a poner carita de modelito de publicidad, y a pellizcarme la cola, acusando a una chica invisible, diciéndole: ¡Ay, pará nena, no seas tarada, y no me toques la cola, que yo no soy como vos, aunque use la bombacha de mi esposa! ¿O te gusta, y me la querés penetrar?

Sé que cuando los testículos empezaron a liberar la simiente de mi locura, hice flor de enchastre en el suelo del baño, salpicando el vanitori, la cortina de la ducha, y obviamente, empapando a pleno la bombacha de Eliana. Otra vez la vergüenza, los escalofríos y el apuro. Limpié el desastre, observando detenidamente la humedad en la bombacha de Eli. Pensaba en lo que me diría si me viese en esta situación. Creía que, de movida nomás, me pediría el divorcio, o que haga terapia, o me busque una pareja más acorde a mis perversiones.

Al tiempo, todos los espacios que podía encontrar en soledad, los usaba para vestirme de ella, en nuestra habitación, o en el baño. Me saqué algunas fotos, y me aseguré de guardarlas bajo la mayor seguridad que podía. Revolvía los cajones de su ropa interior, solo para descubrir cuál de sus bombachas o corpiños me tentaban, y me los ponía. A esa altura ya no lograba controlar mis eyaculaciones en sus bombachas. En especial en las de satén, o las de algodón. A veces llegaba a lavarlas y secarlas, antes de su regreso. Otras, solo las escondía entre la ropa sucia, especulando con que tal vez se las encuentre, y me cuestione acerca de semejante cochinada. De hecho, me sentía frustrado cuando eso no sucedía. Y, para colmo de males, una tarde encontré dos consoladores en el cajón de sus medias. Esa vez, recuerdo que los saqué de sus empaques, a uno de ellos le puse un forro con la boca, y me di a la tarea de lamerlo, chuparlo y mordisquearle un poco la puntita, frente al espejo que teníamos empotrado en la pared de la pieza. No me gustó el sabor del látex, y me compadecí de las chicas que debían hacerlo con esa protección. También, cierto día me pinté los labios, y me puse a besar el espejo, tratando de imitar la sutileza con la que besan las mujeres. Esa vez me costó limpiarlo todo, para que quede impecable, como si no hubiese pasado nada.

Al fin, una noche sucedió lo inesperado. Yo estaba releyendo un bosquejo de una nueva defensa. Ya habíamos comido, y Eliana me dijo que, e llevaría café al estudio, en unos minutos. Ese día por la mañana, había dejado mi legado seminal en una bombacha negra con encajes, y no había tenido tiempo de lavarla. Por lo que la metí apresuradamente en el cesto de la ropa sucia. Y, tal vez, mientras distraídamente pensaba en eso, fue que Eliana apareció con el café, y una amplia sonrisa en el rostro.

¡Amor, acá te traje el café! ¡Procurá no tardar mucho, o tu damisela se va a quedar dormida!, me decía, mientras me acercaba los labios para besarnos, como solíamos hacer cada vez que me traía un café al estudio, y luego ella se iba a la cama, donde, por lo general aprovechábamos a darnos unos mimos antes de dormir. Le prometí no demorarme demasiado, y mientras posaba el pocillo sobre mi escritorio, vi que extraía algo del bolcillo de su jean.

¡Aparte, parece que hoy me extrañaste, por lo que veo! ¿Te parece lindo dejarle la bombachita sucia a tu princesa?, me anestesió de golpe, revelando el misterio de lo que había en su bolcillo. Me la mostró, y los dos nos echamos a reír. Yo, más por nerviosismo que otra cosa.

¡No es la primera vez que me encuentro con una bombacha llena de tu leche, cochino! ¡Me parece que vamos a tener que hablar de esto, en la cama!, me susurró, como una cálida brisa cargada de esperanza, y tras esas palabras desapareció del estudio. Ya no podía concentrarme en el escrito, ni en el café, ni los mensajes del grupo de abogados. Así que, apagué todo, ordené un poco, me lavé los dientes en el baño, y tomé coraje para meterme en la cama con Eliana. En el fondo, no sabía si estaba molesta, contrariada, avergonzada, furiosa o caliente por lo que le hice a su bombacha. Y no tardé en averiguarlo.

¡Dale, acostate gordo, que mañana madrugo, y ya son las 2!, me dijo, con aire despreocupado. En cuanto lo hice, me manoteó el pedazo por encima del bóxer, y empezó a presionarme el glande, diciendo como en susurros: ¿En qué pensabas cuando me acababas en la bombacha? ¿Me extrañabas? ¿las oliste, chancho? ¿Tenían mi olor a conchita? ¡Digo, porque, el otro día también me encontré otra celeste, toda enlechada! ¡Aparte de uno de mis corpiños! ¡Y, además, parece que anduviste revisando mis cajones! ¡Yo sé muy bien cómo guardo mis consoladore! ¿Sabés? ¿No será que tenés algunas curiosidades, y querés jugar a ser una nena?

Por supuesto que yo negaba todo, a modo de show de histeria, riéndome como un estúpido. Pero no podía dejar de pensar que, al fin ella llegó al punto de mis deseos, tal vez sin proponérselo, gracias a mis “descuidos”. Sin embargo, seguía negándome, diciéndole que solo estaba caliente, y que me dio curiosidad el olor de su ropa interior.

¿Y, lo de los consoladores? ¡Dale gordo! ¡No te voy a juzgar, si sacaste alguno y te pusiste a mirarlo! ¡Yo no los uso hace mucho! ¡Por eso, sé que no fui yo la que los guardó con la punta para adentro de la caja! ¿o estás un poco preocupado por el tamaño de esta cosita? ¡Nooo, ya sé! ¡Te picó el bichito, y te metiste esos pitos en la boca!, insistía, sin olvidarse de tocarme la pija, comenzando a dejar restos de saliva en mis tetillas para luego soplarlas, o besuquearlas con ruido, riéndose cada vez más distendida, a causa de mis negaciones. Seguro mi cara me delataba irremediablemente.

¡Dale amor, confiá en mí! ¡Así se empieza! ¡Después, no vas a parar de pedirme que te meta un dedo en el culo! ¿No buscabas eso? ¡En serio! ¡Abrite conmigo, que yo no voy a recriminarte nada!, continuaba más encendida y despierta que nunca a estas horas de la noche. entonces, como quien no quiere la cosa, empezó a llevar mi calzoncillo hasta las rodillas. No sé en qué momento fue que me di cuenta, pero cuando lo hice le pedí que se detenga, siempre en tono de juego. Ella se reía, me pedía que me relaje, me lamía las tetillas y me chuponeaba el cuello, dejando tendales de su saliva fresca en mi piel. Para cuando mi calzoncillo estuvo tirado en el suelo, ella se había sentado en la cama con una expresión diabólica en el rostro. Buscó algo en su cajón de la mesa de luz. Pero pronto se arrepintió. Hundió su cabeza en las sábanas, y su boca hizo contacto urgente con mi glande. Me lo lamió y escupió, acariciándome las bolas y jugueteando con mi ombligo. Después se dio unos vergazos en la cara, volvió a escupirla, y se dio a la tarea de mamarla con todo su repertorio. Gemía entrecortadamente, me decía que era su nenita lechera, que amaba el sabor de mi pija, y otras cosas que no puedo recordar, mientras yo me prendía de sus tetas desnudas, le enredaba el pelo y subía mi pubis algunos centímetros del colchón para que su garganta sea un magnífico tobogán para mi verga. Ella, aprovechaba a sobarme las nalgas, y poco a poco, a deslizar alguno de sus dedos en mi culo. No pude notarlo, hasta que comenzó a chuparse uno de esos dedos para lubricarme el ano. Reaccioné de inmediato, y toda la acción sexual pareció detenerse en seco.

¡Hey, amor, tranquilo, que estás conmigo! ¿Tenés miedo que te guste, y después quieras ponerte mis bombachitas?, me dijo entonces, y su cara se hizo visible para mis sentidos. Recuerdo que empezamos a besarnos, y que no tardamos en enredarnos en un polvo delicioso, estruendoso y cargado de gemidos. Sé que le largué tanta leche adentro de la concha que, por un momento dudó en si se había tomado la pastilla anticonceptiva. A pesar que teníamos un buen pasar económico, ¡no queríamos saber nada con bebés! Esa noche nos dormimos al toque. Bueno, en realidad, ella roncaba como una condenada, mientras yo trataba de procesarlo todo, repasando los detalles, imaginándome en tanga frente a ella, permitiéndole a su lengua entrar y salir de mi culo, elaborando mil planes para sorprenderla alguna noche, vestido como una mucamita para cocinarle y llevarle la comida a la cama. ¡Ya quería que amanezca para mearle alguna de sus bombachas!

Durante medio mes, más o menos, no hubo tiempo para escarceos con mi otro yo, ya que estuvimos ocupadísimos. Ella, apretada con exámenes, cierres de trimestres y cursos especiales. Yo, preparando otras defensas, atareado en el juzgado y con algunos asuntos de salud de mi madre. Pero, una mañana, cuando las cosas se habían calmado un poco, volví a caer en la tentación de su ropita usada. Esa vez Eliana tenía un acto escolar por el día de la diversidad cultural, y luego un par de reuniones con amigas. Lo que significaba que me quedó la casa para mí, casi todo el día. Entonces, luego de oler como un enfermo sus medias, pantalón, bombacha, corpiño y remera, me saqué algunas fotos pajeándome, mientras iba de un lado al otro de la pieza con sus zapatos puestos. Después, me ahorqué la verga con su bombacha, luciendo su corpiño colgado en el cuello. Al final terminé vestido de ella, salvo por la remera y el pantalón. Pero sí me puse una pollera. Recuerdo que lavé los platos, barrí la cocina, tendí la cama y bailé un rato frente al espejo, vestido con sus aromas y texturas. Me complacía hablándome como a una mujer, me tomaba algunas fotos más, y le daba apretones a mi pija hinchada cada vez que se me antojaba. Pero no acabé hasta que volví a revisar los cajones de mi esposa en busca de sus juguetitos, y me puse a chupar el consolador más pequeño. Me escuchaba como un idiota lamiendo y escupiendo aquel trozo de fantasía, después de haberle puesto un preservativo saborizado con la boca. Prácticamente no fue necesario tocarme la pija en el proceso. Todo lo que hacía era frotar mi culo en la cama, con la bombacha de mi esposa cada vez más incrustada en mi ano. De repente, me vi salpicado por la realidad de mis hormonas rebeldes, impúdicas y deshonestas. Pero me sentía tan feliz que, no me atrevía a quitarme nada, ni a limpiarme, ni a detener mis chupadas al juguetito. Hasta que sonó mi celular, y lo cotidiano y aburrido de todos los días me arrancó de mis placeres.

A la noche, después de una tarde acalorada por algunas discusiones con un fiscal, comimos algo rápido con Eliana. No recuerdo si pizza, o empanadas. No tenía el control de mis actos tan a la mano, porque había tenido que bañarme, alistarme y rajar al juzgado de golpe. Por lo que no recordaba si había llegado a ordenarlo todo. Y, ahí estuvo mi mayor desatino, o acierto, o ambas cosas. Cuando fuimos a la pieza, Eliana me ayudó a quitarme la camisa, los zapatos y a desprenderme el cinturón, en medio de un besuqueo entusiasmado. Ella me preguntaba cosas como: ¿Me extrañaste gordo? ¿Pensaste en mí? ¿Tenés ganas de jugar un ratito conmigo? ¿Querés ser mi bombero? ¡Ando necesitando una manguera que me bañe en leche, porque ando re calentita amor! ¡Para colmo, un baboso me re miró las tetas! ¡No sabés! ¡Hasta tuve que amenazarlo con denunciarlo! ¿Y encima, en el colectivo, un pendejo me apoyó todo su paquete duro en el culo!

Ella sabía que me calentaba que me cuente que era deseada en las calles, en el micro, o en el colegio por los guachos, o algún profesor. Sin embargo, cuando ambos ya estábamos en ropa interior, ella sugirió meternos a la cama, porque el frío se hacía sentir por entre las cortinas.

¡Gordo, poné el despertador, porque hoy casi te quedás dormido! ¡Si no fuera por mí, habrías tenido un día más difícil!, me dijo de pronto, mientras prácticamente me volcaba sus pechos encima, una vez que terminó de desvestirse. Habitualmente solo dormía con una bombachita en invierno. Yo le dije que ya había puesto el reloj, y en medio de nuestro franeleo tratábamos de ponernos de acuerdo en la organización del día siguiente. Hasta que me dijo, casi sin inmutarse: ¡Che, pero parece que en la mañana tuviste tiempo para jugar solita! ¿No? ¿Qué pasó que otra vez mi cajón estaba revuelto? ¡Y no me digas que no fuiste, porque, aparte, cuando puse a lavar la ropa, encontré mi bombacha toda sucia! ¡Y, yo no estuve con ningún otro tipo, te aclaro!

Me dejó sin aliento por unos segundos. No pude siquiera seguir mamándole las tetas como lo estaba haciendo. De repente, una vez más comenzó a bajarme el calzoncillo, mientras con otra mano me apretujaba el amigo. Entonces, tomé valor para decirle: ¡Bueno Eli, pasa que el otro día, qué sé yo, fue re loco! ¡Digamos que, casi te vas al carajo, y me enterrás un dedo en el culo!

¡Aaaah, y por eso estuviste usando mi consolador otra vez! ¡No cierto?, me largó, con una pícara sonrisa y más apretaditas a mi glande. Entonces, de pronto me pidió que salga de la cama con la excusa que necesitaba estirar un poco mejor la sábana de abajo. Ni bien estuve de pie, se sentó en el borde del colchón y se aferró a mi pija como si fuese una mamadera vital para su existencia. Me regaló unas chupadas furiosas, mientras me nalgueaba el culo, diciéndome algo que sonaba como: ¡Dale putita, quiero que se te ponga bien roja esa cola, y bien dura esa pija!

De pronto se las arregló para convencerme de acostarme boca abajo, y, para mi sorpresa, empezó a ponerme un bóxer, o calzoncillo, o algo. Cuando quise ayudarla, me arañó las muñecas, y me dijo que si no me quedaba quieto me iba a vendar los ojos, sabiendo que aquello me da un pánico terrible.

¡Confiá en mí gordo, que te va a encantar!, me dijo, y sus palabras sonaron como un puñal que tarde o temprano podría incrustarse en alguna parte de mi cuerpo. Intenté relajarme. Pero mis terminales nerviosas tiritaban incontrolables cuando empezó a besarme las piernas, los tobillos y talones. Además, no paraba de nalguearme, de morderme los cachetes del culo encima de la ropa, ni de apoyarme sus tetas desnudas en la espalda. Algunas veces me las acercaba para que se las chupe, o para pegarme con ellas en la cara. La frescura de su baba en los poros de mi piel, más el olor a sexo que emergía de sus jugos, y su forma de jadear tan peligrosa como salvaje, me hacían perder toda preocupación. Debía confiar y creer en ella. Sentía la pija hinchándose bajo mi abdomen, y los besos de Eliana no ayudaban a mis testículos para que dejen de producir semen. Y de pronto, todo junto, como una especie de catarata de hechos sincronizados por el reloj de una Venus en llamas.

¡Dale nena, oleme la bombacha, dale que ya me la vas a sacar con la boquita, cuando yo te lo ordene, perra!, empezó a decirme mientras con una mano me agarraba de los pelos para pegar mi nariz a su pubis, y con la otra mano me nalgueaba el culo, o deslizaba dedos por mi zanja, sin profundizar los límites de mi bondad.

¡Dale guacha, que ahora sos mía! ¡Oleme la concha, que yo te voy a hacer ver las estrellas! ¿Te gusta mucho mi olorcito bebota? ¡Movete para arriba y abajo, como si estuvieses cogiendo, así se te pone más dura la verga! ¡Esa verga de nena que tenés!, me envalentonaba, ahora fregando ella misma mi rostro contra su vulva empapada y caliente. Tenía los muslos acalorados y mojados, y sus piernas temblaban casi tanto como la emoción que me palpitaba en el pecho. Y, de pronto, uno de sus dedos empezó a rozarme el ano, a generar lentos y repetidos círculos, y a tratar de empujar un poco, como si quisiera hacerle un agujero al calzoncillo que tenía puesto.

¿Te gusta putita? ¡te morís de ganas de que te meta un dedito! ¿Me lo vas a pedir? ¿Te calienta mi olor a conchita? ¡Me bañé hace un ratito! ¿Viste?, me decía con una impaciencia inevitable, sin detener su recorrido por mi culo, ni su urgencia para tener mi lengua, olfato y tacto a merced de su vulva cada vez más lubricada. Su clítoris se erectaba y humedecía, y el aroma de sus tetas suaves invadía cada espacio de la habitación. De vez en cuando me nalgueaba para que le responda, aunque no puedo recordar cuáles eran mis respuestas. Y entonces, de repente sentí mi cara expuesta, terriblemente húmeda y solitaria en la almohada. Sus dedos desaparecieron de mi culo, y su figura realizaba movimientos que no podía ver, porque ella había apagado mi lámpara de noche. el colchón a mi lado empezaba a hundirse por el peso de su cuerpo, y mi cerebro no podía disipar cuáles eran sus intenciones. Su bombacha estalló sobre mi cara como un disparo, y sus risas se incrementaron en el eco del cuarto, mientras me decía: ¡Seguro que a esta también la regaste con tu lechita!

A los segundos, sentí que sus piernas se acomodaban contra mis caderas, y que el calor de su concha magnífica se unía a la piel de mis nalgas. Ella me había bajado un poco el calzoncillo, aunque no la parte que le coincidía a mi pija y huevos. Entonces, sus tetas empezaron a frotarse en mis tetas, y sus besos babosos a rodar por mis hombros, cuellos, orejas y boca, mientras su pubis danzaba sobre mi culo. Su vos, acaso confundida por tanto éxtasis divino, empezó a clamar: ¡Dale nena, largá la leche en mi bombachita! ¡Acabate todo en ella, que sé que te encanta hacer eso! ¡Y si querés mearla, meala toda! ¡Acabate encima, como lo hacías con la ropita de tu hermana! ¿O pensabas que tu mami nunca me dijo que te gustaba llenar de semen las bombachas de tu hermana? ¿También usabas su ropita? ¿Te ponías sus zapatos? ¿Te pintabas los labios, o te abultabas el pecho para hacer que tenías tetas?

Yo estaba en la gloria. No podía hablarle, un poco de la vergüenza, y otro por la sorpresa. ¿Cómo mi madre se había atrevido a confiarle semejantes cosas? ¿Por qué tuvo la necesidad de hacerlo? Sin embargo, no tenía tiempo para elucubraciones. Los suspiros y jadeos de Eliana sobre mí, el fuego que desprendía su vagina en celo, sus preguntas, acusaciones o calumnias, sus pezones duros en mi piel, sus dedos intentando verificar el estado de mi verga, y todas las conmociones de mi cuerpo al borde de desintegrarse, solo tenían un objetivo en común. Pero, me estaba costando una enormidad acabar como tanto lo precisaba, y mis testículos me lo reclamaban.

¡No puedo Eli! ¡Pará, pará un cachito! ¡Lo de mi hermana, bueno, eso fue, porque era un pendejo! ¡Pero, aguantá, y lo hablamos!, le dije tartamudeando, sintiendo que miles de dagas invisibles me destrozaban la conciencia.

¿Y vos te pensás que a mí me importa si te cogiste a tu hermana? ¿O si te la espiabas? ¿O te miró la pija alguna vez? ¡Esas son cosas de ustedes! ¡Es más! ¡Estaría muy bueno que te la hayas garchado! ¡Dicen que nada es más excitante que eso, cuando sos un nene, o una nena curiosa! ¡Pero, lo que me gusta, es que usabas la ropita de tu hermana, como usás la mía!, me decía, evidentemente estirando un brazo para alcanzar alguna cosa que estaba lejos de mi entendimiento. Lo cierto es que comenzaba a comprender que, en lugar de un bóxer, tenía una bombacha de ella. Por ahí mi madre se lo contó porque ella necesitaba respuestas, después de ver los enchastres que dejaba en su ropa. ¿O le preocupaba realmente que jugara con sus consoladores? Y, de pronto, ella descendió de la cama, aunque no se bajó. Me dio unas nalgadas estruendosas, levantó la tela de su bombacha y escupió algunas veces mientras me separaba los glúteos. Parecían litros de saliva los que me hacían gemir de emoción, cuando sus carcajadas se tornaban terremotos feroces, casi tanto como sus palabras hilarantes.

¡Esto, es para lubricarte bien, putita! ¡a tu hermana seguro que también le gusta que le escupan la colita! ¡Aunque, lo que más le gusta, por lo que hablamos alguna vez, es que le muerdan las tetas! ¡Y ojo con resistirte, porque te va a ir peor! ¡Ahora sí que me vas a llenar la bombachita de leche nene!, repetía, como poseída por una demencia preocupante. En eso, me percaté que se estaba poniendo algo, o arreglando alguna cosa, antes de volver a su posición anterior. Es decir, con sus piernas rodeando mi cuerpo. Y, como si fuese un presagio imposible de remediar, untó algo cremoso y cada vez más caliente en mi culo, mientras decía: ¡Tranquilo amor, que es un gel, nada más! ¡Ya te vas a sentir mejor!

Acto seguido, algo muy pequeño empezó a posarse sobre mi agujero, y su pubis retomaba poco a poco la danza que había dejado por la mitad. Y entonces lo comprendí. ¡Eliana se había puesto un cinturón con pito! ¿Pero, cómo era posible que sea tan pequeño? ¿O acaso, ya me había roto el culo, y yo no sentí nada?

¿Te gusta gordo? ¡Dale amor, quiero que gimas, que jadees y babees la almohada, como una cerda! ¿Estás calentita nena? ¿Querés que te abra el culo con mi verga? ¡No te preocupes, que es chiquita! ¡Dale amor, levantame un poquito más el culito, que te va a encantar! ¡Y te vas a acabar como nunca en la vida!, me aseguraba, mientras todo lo que me pedía se le hacía realidad. Ya me tenía sometido, entregado y sin credenciales para emprender la marcha atrás. Pero, por tonto que parezca, empezó a gustarme cada vez más. Ella no paraba de devorarse mi cuello y orejas, de revotar sus tetas por cualquier parte de mi cuerpo, de comerme la boca y de trazar diminutos caminos con sus uñas en mi piel. Al mismo tiempo, había logrado colocar una almohada debajo de mi pubis, para que mi culo se eleve unos centímetros, y entonces, mi esfínter totalmente relajado cedió ante sus embates. Me gustaba, gemía y le pedía más. Quería que me penetre con todo lo que tuviera en sus entrañas. Y, sin embargo, el pene de juguete con el que me hacía su nena no era suficiente. De todas formas, la tensión seminal que se acumulaba en mis bolas, más todos los estímulos que me abrazaban el corazón, de repente me hicieron sucumbir a un orgasmo furioso, histérico, fatídico y rebelde. Recuerdo que la agarré del pelo y le pedía como endemoniado que me diga que soy su puta reventada, que me humille todos los días, que me obligue a lamer sus zapatos, que me exija que le lave la ropa y le huela las bombachas cada vez que llega del trabajo, y otras cosas desopilantes que no puedo recordar con exactitud. Ella, al mismo tiempo interponía sus insultos, gemidos y alaridos a mis palabras desordenadas, mientras su cuerpo tiritaba, sudaba y se volvía más impreciso cada vez, envuelto en una acabada con la que me empapó por completo. Sentí que mi semen había resbalado hasta mi cara, y que ella, bien pudo haberse meado sobre mi cuerpo. Pero yo sabía que era de largar grandes cantidades de jugos cuando se excitaba como una loba. Entonces, una vez que recuperó la vista, el sentido y la orientación, salió de la cama como un petardo, retiró la almohada de debajo de mi cuerpo, revoleó el chiche y me sacó la bombacha. De pronto, sus pasos se hicieron cada vez más lentos, y se detuvieron justo a milímetros de mi cara.

¡Tomá amor, quiero ver cómo lamés tu lechita! ¡Dale, complaceme gordi! ¡Estuviste genial! ¡Seguro te encantó tenerla toda en la cola! ¿O me lo vas a negar?, me decía, haciendo flamear su bombacha llena de mi simiente ante mi rostro desencajado. Lo hice, inexperto y excitado aún, mientras ella buscaba con sus manos lo que quedaba de mi pija en estado de reposo.

Enseguida, alguno de los dos se percató de la hora. Era urgente ordenar la cama, cambiar las sábanas para poder tener una buena noche, y tal vez mañana, o sea, al día siguiente, poder charlar de lo sucedido.

¡No gordi, ordenemos un poco, pero no cambiemos sábanas! ¡Dejate de joder ahora! ¡Aparte, quiero dormir así, sucia, pegoteada! ¡Y vos, vas a dormir así también, como las nenas cuando cogen, y no se bañan!, me dijo Eli, rebosante de alegría, con un brillo en la mirada que solo podía indicar que estaba feliz, satisfecha y en paz. ¿O era lo que yo quería creer?

¡Estuviste re linda gordi! ¡Me gusta que seas mi mujercita de vez en cuando! ¡Y, yo puedo ser tu hombre! ¡Puedo, de a poco, ir comprando pitos más grandes! ¡Y, obvio, tenemos que jugar mucho más con ese culo! ¡Los besos negros te van a encantar! ¡Aunque, bueno, por ahí, si me contabas antes de todas tus locuritas, podríamos haberlas compartido, y no perder tiempo!, me decía luego, cuando ya estábamos desnudos entre las sábanas, totalmente cansados y aromados por la lujuria que invadía nuestras pieles. Fue imposible no excitarnos mientras hablábamos, y no terminarlo todo en un nuevo polvo, aunque convencional. Creo que fue la tercera vez que me pidió que le acabe en el culo. Más tarde quise explicarle lo de mi hermana, para que no haya confusiones.

¡Amor, eso ya fue! ¡A mí me calentaba mirarle el pito a mi hermano, y ponerme sus calzoncillos! ¡Eso no me hace una pervertida! ¡Es más, con la única mujer con la que te permito que me cagues, es con la trola de tu hermana!, me dijo sonriendo, unos segundos antes de darnos el beso de las buenas noches, y de apagar nuestras lámparas. Ahora los dos éramos libres, y nos esperaban días, noches y tardes repletas de sorpresas.      Fin

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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

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Comentarios

  1. Por dios como me gusta leer tus relatos
    sos lo mas

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    1. Hola Marceeeee! Gracias por estar siempre! Sin vos, y el resto de los lectores, esto no sería posible. Un besoteee!

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  2. Anónimo30/4/23

    Hola, te escribí una reseña literaria, pero no te la puedo mandar al mail :( salta error.

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    1. Hola! Bueno, es muy raro! Habitualmente me llegan todos los mails que me envían. por las dudas, te lo dejo una vez más ambarzul28@gmail.com. Un beso, y espero todo lo que quieras enviarme!

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