Dos mamis para vos solita


 

Adoptamos a Romina cuando apenas había cumplido los 10 años. O al menos, así se llamaba cuando la conocimos. Fue a los seis meses, después de habernos casado con Fernanda, luego de discutir si preferíamos ser inseminadas por un portador anónimo, o por algún tipo que acepte regalarnos su esperma a cambio de nada. Así que, un sábado de otoño, fuimos a una de esas deprimentes casas hogar, en principio para conocer cómo era todo. Para nosotras, aquello era nuevo, inexplorado y tan peligroso como intrigante. Contábamos con el asesoramiento legal de una abogada amiga de Ferchu, y con asistencia psicológica para ayudarnos a tomar las mejores decisiones. Sabíamos que todo ese mundo podía golpearnos muy fuerte. Pero aún así asumimos los riesgos, y visitamos primero a una monja que nos dijo que en las cercanías de Burzaco había una institución seria que acogía a chicos de todas las edades. Otro tema importante, era que Ferchu no quería bebés. Pero, por lo demás, ambas gozamos de una buena posición económica. Ella es gerente bancaria, y yo profesora de idiomas.

Cuando llegamos a una especie de edificio abandonado por fuera, pero bastante limpio por dentro, una mujer de unos 50 años, con cara de perro rabioso y poca paciencia nos puso al corriente de varios chicos y chicas del internado. Había dos nenas ciegas, un nene que había sufrido quemaduras, unos gemelos de 4 añitos, un par de chicas que luchaban con severos casos de anorexia, y un montón de otros casos normales. Nos ofreció café, mientras nos contaba entusiasmada de sus niños, como si se tratara de una subasta de objetos extraños o exóticos. Fernanda estaba más incómoda que yo. Y tal vez se puso más nerviosa cuando de repente apareció una nena de unos 10 años con el pelo todo enredado, con un shortcito que se le caía, y un olor a pis insoportable.

¡Magui! ¡Ellas son Fernanda, y Mariana! ¡Vinieron a conocer a alguien! ¡Todavía hay mujeres que tienen amor para darle a mocosas como ustedes! ¡Deberías ir a bañarte nena, porque así, con esa pinta de recién levantada, no te van a adoptar nunca! ¡Andá, y decile a la Normita que prenda las calderas, así te bañás vos, y después el resto de las chicas de tu cuarto! ¡En especial la Tere, que siempre se mea en la cama! ¡Vamos!, le iba diciendo la mujer, mientras la aturdida chica nos plantaba un beso insípido en las mejillas. A Ferchu le dejó un hilo de baba, y eso la incomodó aún más. Pero seguimos tomando el café, mientras yo le sugería a la mujer no ser tan determinante con las chicas respecto a nosotras, o cualquier otra pareja que decida visitarlas. Por un momento nos juzgó un poco por la relación que teníamos. Incluso nos confió que hay una parejita de chicas que dicen ser lesbianas, y de acuerdo a sus dogmas, esas nenas están un poquito más cerca del infierno que el resto de los humanos. Pero no nos importó.

Y de pronto, apareció una chica de 14 años, totalmente embarazada.

¡A esta, no creo que quieran adoptarla, porque ya viene con regalito! ¿Qué pasa Noe? ¿Te sentís bien?, le dijo la mujer después de obligarnos a mirarla. La pobre tenía un vestido que le llegaba las rodillas, y no usaba corpiño para cubrir esas tremendas ubres hinchadas de leche. A Fer le dijo que estaba de 7 meses cuando se lo preguntó. A mí me contó que se embarazó ahí mismo, en el hogar. La mujer rubia puso cara de pocos amigos, y sintió la necesidad de justificarse.

¡Eso no habría pasado si yo no me ausentaba por mis vacaciones! ¡Normita fue muy permisiva con ustedes! ¡Yo siempre le dije que, cuando vea a una chica ligerita de ropa tonteando con un chico, que inmediatamente se les acerque y los separe! ¡Supimos que se embarazó porque, la mañana que me incorporé, hice el control de rutina por las habitaciones! ¡La señorita aquí presente estaba desnudita, acostada al lado del chico que, en teoría se enamoró de ella! ¡él también desnudo, y lleno de labial en el cuerpo! ¡13 y 14 años, los muy sabiondos y experimentados!, se expresó al fin con una amarga mueca de risa en la garganta. Luego le hizo un gesto a la chica para que desaparezca de la sala, y que se lleve con ella las tazas vacías de café a la cocina.

¡Bueno, y después tenemos a Tomás, que tiene 6 años! ¡Es rubio, ojitos claros, pero, bueno, hay que enseñarle muchas cosas! ¡Es medio llorón por cualquier cosa! ¡Pero, Juan Cruz, que tiene 5, ¡es un dulce de leche! ¡Súper cariñoso! ¡Lástima que hoy, los nenes se fueron a la placita con Miguel, que es nuestro profe de educación física!, nos explicaba, mientras revisaba una carpeta repleta de planillas, fotos, referencias y datos personales de los chicos.

¡No importa señora, porque, igual, nosotras buscamos una nena! ¡Si no es bebé, mejor!, la interrumpió Fernanda, desconcertándome un poco. No nos habíamos puesto de acuerdo con el sexo del niño que adoptaríamos. Sin embargo, no discutí ni expresé nada, porque, me re cerró la opción. Nosotras, no sabíamos mucho de varones, en definitiva. La mujer se levantó para agarrar otro pesado bibliorato de un estante, y rebuscó en sus hojas. Nos habló de Noelia, de Magui, de dos primas de 3 y 4 años, de Natalia, de las dos ciegas, de Georgina y sus problemas para aprender a leer a pesar de sus 9 años, y de Romina. Vi que Fernanda abrió los ojos bien grandes cuando la mujer dijo: ¡Esa, es una borrega impertinente! ¡Se comporta como un nene! ¡Contesta mal, juega a la pelota, se trepa a los árboles, ni le importa que se le vea el culo cuando está con los chicos, “hablando mal y pronto”, o con los adultos, y siempre tiene una respuesta para todo! ¡Sin contar que, bañarla, es más difícil que encontrar familias para todos estos chicos! ¡Ahora tiene 8 años! ¡Su madre biológica, la dejó aquí cuando tenía 3!

¡Bueno, pero seguro hace todo eso porque no recibe amor verdadero! ¡Pobrecita! ¡Yo también hacía todas esas cosas cuando era chiquita! ¿Y, podríamos conocerla?, se apresuró Ferchu, mientras la mujer parecía buscar más elementos para exponer a esa nena.

¡Sí, por supuesto! ¡Esperen acá, que seguro está en su cuarto! ¡La busco, y se las traigo!, dijo la señora, levantándose con cierto fastidio. Nosotras nos pusimos de pie, instintivamente. Yo, empecé a seguir los pasos de Ferchu, que escoltaban a los de la mujer. Ella nos dijo que, no nos espantemos demasiado al ver el patio y demás estancias del hogar. La verdad, todo estaba limpio, y las niñas que vimos jugando, no ameritaban ninguna vergüenza o sentimiento parecido. Pero, la nena en cuestión, estaba arriba de un árbol enorme, con un chupetín en la boca, en bombacha y una remera gastada, llena de manchas. Ni siquiera se sabía de qué color era. Tenía rulitos en el pelo, los ojos tristes y las piernas chorreadas de tierra y pasto.

¡Romina, bajá de ahí por favor! ¡Vinieron a conocerte! ¿Qué pasó? ¡Te anduviste revolcando que estás llena de yuyos?, le gritó la mujer, a la que todos los niños le decían doña Cata. Romina ni se inmutó. De repente se sacó el chupetín de la boca y escupió al suelo. a Fernanda le dio risa, y ni lo disimuló.

¡No quiero conocer a nadie! ¡Y no quiero bajar, porque Norma quiere desenredarme el pelo, y me hace doler la vieja conchuda esa!, dijo al fin, antes de volver a meterse el caramelo en la boca.

¿Ven lo que les digo? ¡Es una borrega desagradable! ¡La pobre Norma hace lo que puede con ese pelo! ¡Y, ella, no colabora en nada!, dijo Cata, acercándose al árbol. Por un momento, creía que iba a recoger una varilla larga que reposaba contra una de las paredes despintadas del inmenso patio para castigarla.

¡Romi, mi amor! ¡Miranos, y prestanos atención! ¡Yo soy Mariana, y ella se llama Fernanda! ¡a las dos nos parecés una nena hermosa!, dije, tomando todo el valor del que me creí capaz.

¡Sí Romi, es cierto! ¡Nosotras no te vamos a hacer doler el pelo cuando te peinemos! ¿Querés que te compremos otros chupetines?, dijo Fernanda, con la voz más emocionada que le escuché jamás.

¡Dale Romi, bajá, así charlamos un ratito! ¡Si no te caemos bien, o si no querés hablar más con nosotras, te vamos a respetar! ¡Nos vamos a nuestra casa, y listo!, dije yo, antes que doña Cata vuelva a regañarla. Romina nos miraba desde arriba como un águila feroz, masticando lo que le quedaba de chupetín.

¿Y, me van a comprar helados?, dijo al fin, sin la dureza con la que le había gritado a doña Cata. Las dos dijimos que sí, y Fernanda se acercó al árbol para tocarle uno de los pies. Estaba descalza, y los tenía casi tan sucios como el resto de sus piernitas. Pero, al fin Romina empezó a bajar, con toda la pachorra del mundo. Al ratito estábamos en la sala que nos había recibido. Doña Cata nos dijo que iría a buscarle algo para vestirla un poco más, ya que, en el fondo estaba medio fresco para que ande en remera y bombacha.

¡Romi, a nosotras nos gustaría conocerte! ¡De a poquito! ¡Sabemos que sos re buena, y que a veces le contestás mal a doña Cata! ¡Pero nosotras, te podríamos educar, llevarte a una escuela, comprarte ropita, juguetes, cositas ricas para comer! ¡Y, hasta podrías vivir en nuestra casa! ¡Bueno, obviamente, después de un montón de papeleríos, y cosas de adultos! ¿Qué te parece?, decía Fernanda, mientras le agarraba las manitos pegoteadas de chupetín.

¡Es que, tenemos ganas de ser mamás! ¿A vos te gustaría tener dos mamás, para vos solita?, le dije yo, acercándome un poquito para no intimidarla demasiado. Ahora que estábamos juntas, podía ver que tenía el pelo super descontrolado, algunas lastimaduras en las rodillas, ciertos granitos en las nalguitas, ya que la bombacha parecía quedarle chica, y las uñas de los pies demasiado largas. Además, tenía olor a guiso en la remera, a pichí en la bombacha y en la piel, y a pasto recién cortado.

¿Y ustedes viven lejos de acá?, preguntó de golpe, en medio de respiraciones espesas, como si estuviese congestionada. Le dijimos que más o menos, y enseguida se largó a charlar. Supimos así que duerme con tres nenas en la misma cama, que ella es la más grande de las cuatro, y que aprendió a leer mejor que todos los chicos del hogar. También nos dijo que Norma es re buena, a pesar de tirarle el pelo, o por retarla cuando se da besos en la boca con otras chicas.

¿Cómo? ¿Vos le das besos en la boca a las otras nenas? ¿O ellas te lo hacen a vos?, preguntó Fernanda, mientras Romina empezaba a tiritar de frío, ya que adentro de la sala no había sol.

¡Vení Romi, que estás cagada de frío! ¿Me dejás que te haga upita? ¡Así te doy calorcito, hasta que doña Cata te traiga algo para abrigarte!, le dije al fin, y ella por poco no saltó sobre mis piernas. Ferchu, se acomodó a mi lado para apoyar sus piernitas en las suyas, y para darle calor a esos piecitos.

¡No me gusta Romi! ¡Siempre quise llamarme de otra forma!, dijo de pronto, y su voz pareció entristecerse. Yo le dije que, si nosotras la adoptábamos, le podíamos cambiar el nombre, y me sonrió con una ternura que, casi me la como a besos.

¡Bueno, eso está muy bien! ¡Pero, yo quiero saber qué es eso de los besitos!, insistió Fernanda.

¡Ustedes le van a contar a doña Cata!, aseveró mientras se le tensaba el cuerpo.

¡No, te prometemos que no!, le dije, acariciándole la pancita. Ella tuvo unas cosquillas, y al fin nos dijo que ella es la que besa a las demás. Nos explicó que algunas le pegaban por eso, o que le ponían caca de pájaro en la silla cuando se iba a sentar, porque les daba asco la saliva, o que otra lengua se les meta en la boca. Las dos nos miramos asombradas. A Ferchu ya se le estaban sonrojando las mejillas, como cuando tiene ganas de coger. Por suerte, doña Cata apareció con un pantalón de Jogging y un buzo para ponerle a Romi. Noté que no era muy cariñosa con ella, y eso me molestó.

¡Al menos así, no tenés olor a pichí y a caca! ¡Bueno, disculpen chicas, pero acá, hacemos lo que podemos con animalitos como este!, dijo entonces la mujer, una vez que terminó de vestir a la nena, y se sentó a tomar una pastilla para la presión. Romina despotricó contra las nenas ciegas, porque según ella olían peor que cualquier nene, y doña Cata amenazó con castigarla si volvía a contestar mal. Eso nos impulsó a tomar la decisión de sacarla de allí, lo más rápido que fuera posible. Así que, a la semana siguiente volvimos a visitarla, y le llevamos dos alfajores. Doña Cata nos concedió tomar un té con ella, para conocerla un poco mejor. Esa tarde, finalmente fue Norma quien nos recibió, y luego nos dejó a solas con Romina. La vimos dibujar, escribir y tomar el té con pésimos modales. La escuchamos leer un pedacito de un libro de cuentos, y después, nos emocionamos cuando nos leyó unas palabritas que escribió para nosotras. ¡Por ahí, si hago bien las cosas, puedo tener dos mamás para mí solita!, decía la cartita que al fin le dio a Fer, con un dibujito de nosotras. Esa vez también olía a pis, y andaba descalza. Pero al menos con un shortcito y una remera más limpia.

La próxima semana fuimos a visitarla, y llevamos algunos juguetes para interactuar con ella. Esos momentos eran absolutamente privados, y, una vez que terminábamos nuestra visita, debíamos llevarnos los juguetes. Ella hacía un poco de berrinche, pero al final entendía que, si se los dejábamos, podía haber problemas con los otros chicos. Ella lo entendía, y estaba cada vez más cariñosa con nosotras. A la semana siguiente, la llevamos a la plaza, en compañía de doña Norma. Tomamos un helado, y la vimos hamacarse, deslizarse en el tobogán y dar vueltas en la calesita. De modo que, poco a poco empezamos a agilizar los términos legales para que esté con nosotras lo más rápido posible. Ya teníamos 37 y 40 años, y no teníamos ganas de dejarla ahí, solita, triste, sucia y esperándonos con angustia. Pero, como todo es burocracia, dinero y esfuerzos emocionales impresionantes, Romina llegó a nuestra casa recién a los 10 años. Ahora se llamaba Ariadna, y se había vuelto un poco más tímida. Sabíamos que nos iba a costar educarla, incentivarla para que cambie algunas conductas, y enseñarle a comer adecuadamente. Pero aceptamos el desafío desde el primer momento. Hubo que explicarle que no debía limpiarse los mocos con las sábanas, que no podía ponerse la misma bombacha una vez que se hubo bañado, que tenía que evitar mearse en la cama, que tenía que ser ordenada, amigarse con las verduras, tomar en taza sin hacer tanto ruido, saber limpiarse las uñas de los pies y las manos, adoptar el hábito de lavarse los dientes… en fin, una serie de cosas en las que debíamos ponernos de acuerdo. Yo era la que más estaba en casa, hasta que me salió un trabajo en una universidad prestigiosa de capital. Así que, yo me ocupé de ayudarle en todo lo que tuvo que ver con su adaptación. ¡Estaba chocha con tener una habitación para ella sola! Para ese entonces, Ari ya tenía 12 años. Fer la llevaba al colegio a la mañana, se iba a su trabajo, y se las arreglaba para ir a recogerla y llevarla a la casa. A veces se quedaba con ella. Otras, le calentaba alguna comidita, o le pedía algo preparado, y recién nos encontrábamos con ella a las 4 o 5 de la tarde. Para ese tiempo, Ari ya debía tener sus deberes escolares terminados, su cuarto ordenado y su cuerpito limpio. Esto último seguía sin ser del todo efectivo.

¡Mari! ¡Es importante que hablemos con Ariadna! ¡En la escuela, le mandaron una nota! ¡Al parecer, anduvo metiéndole cosas adentro de l pantalón a otras nenas! ¡Sin contar que, a veces, forcejea a Camila o a Débora para chuponearlas en la boca!, me dijo Fernanda una tarde, mientras al fin Ariadna se bañaba canturreando un tema de moda. Le dije que no era para tanto, y que seguro, quien sea que haya escrito la nota exageraba un poco.

¡Escuchame gorda, las nenas se quejan de que Ari les pellizca el culo, y les mete caramelos, o papelitos adentro del pantalón! ¿No te parece grave eso?, se apresuró a recriminarme, mientras yo me sacaba los zapatos con los pies, al mismo tiempo que buscaba sus labios para comerle la boca, preguntándole bobadas como si me había extrañado.

¡Cuando salga de bañarse, hablamos con ella! ¿Dale? ¡Seguro que nuestra hija tendrá una respuesta!, le dije, cuando la pava ya hervía en el fuego, y nosotras nos tranzábamos con pasión. Fernanda me miró con seriedad, y desprendiéndome el corpiño con pocas ganas, agregó: ¡Mari, yo sé que te gusta que Ari te dé besos en la boca, o acostarte con ella y contarle cuentitos, medio en bolas! ¿No creés que eso le puede estar afectando? ¡Digo, tenemos que ser ordenadas con su educación!

Era cierto que, desde que Ariadna empezó a vivir con nosotras, yo tomé la costumbre de darle piquitos en la boca, o de pasarle la lengüita por la nariz, o morderle el mentón. También era verdad que, por las noches, me acostaba con ella para contarle un cuento, y que lo hacía en bombacha, porque, una vez que se dormía, corría a los brazos de Fernanda para regalarnos una noche de sexo más que merecida, después de tanto trabajo, rutina y banalidades del mundo. Fer no sabía que, también jugábamos, acaso inocentemente, a los animalitos que se mordían los dedos, o los brazos, o se chupaban los dedos de los pies. Ari y yo, habíamos construido un mundo nuestro, en el que, si ella no se bañaba, o no se lavaba los dientes, o no hacía alguna cosa de la escuela, o no ordenaba su pieza, o no se levantaba las cosas de la comida, bueno, yo tomaba represalias. En general, le hacía cosquillas en los pies, hasta que se los empezaba a morder. O, la ponía boca abajo en la cama, y le mordisqueaba la cola, o se la pellizcaba. Al principio, por encima de su bombacha. Luego, se la sacaba, incluso para apoyarle las tetas desnudas. Ella no podía saberlo. Pero, yo empezaba a notar que lo disfrutaba. Aunque, nunca imaginé que tal vez, si es como decía Fernanda, aquello pudiera: ¿Afectarle?

Esa tarde, apenas Ariadna estuvo bañada, seca y vestida, hablamos con ella. No tuvo problemas en reconocerlo todo. Aunque, en su versión de los hechos, Camila le decía que era una tortillera a viva voz, y cuando estaba sentada con ella en el curso, le pedía que le dé piquitos, o que le huela el cuello. Las dos nos miramos, sin saber qué decirle.

¡Bueno mamis, pero, ustedes, se besan en la boca también! ¿Eso está mal? ¿O está bien?, nos interrogó, tan distraídamente que a Fernanda se le volcó el mate que iba a ofrecerme.

¡Es que, tu mami y yo, somos pareja Ari! ¡Es distinto! ¿O sea, es normal que las parejas se besen! ¡Pero, vos y esa chica, solo son amiguitas del cole!, intentamos explicarle. Fernanda le sacó el celular, porque daba la sensación que no nos estaba dando ni cinco de bola.

¡Igual, a mí no me gusta esa nena! ¡Bueno, es medio raro, pero, la que más me gusta, es mi profe de inglés!, dijo instantáneamente, y yo no pude evitar reírme. Fernanda se puso seria mientras limpiaba el lío que había hecho en la mesa.

¿Cómo que tu profe de inglés? ¿No estarás un poco agrandadita vos? ¿Esa mujer, por lo menos tiene 40 años! ¡Yo pensé que te gustaba Matías! ¡Ese chico rubio que siempre te saluda cuando salís del cole!, le decía Fernanda, cuando ahora yo cebaba los mates, y Ariadna le ponía cara fea a Ferchu para que le devuelva su celular.

¡Ari, lo que sea! ¡Pero, no podés portarte así en la escuela! ¡A las chicas, no les podés tocar la cola, ni pellizcarlas, ni meterles cosas adentro de la ropa, ni besarlas en la boca! ¿Te gustaría que te lo hicieran a vos?, le explicábamos juntas, una vez más.

¡Si la profe de inglés me pellizca la cola, no me enojaría! ¡Aunque, no se va a fijar en una pendejita como yo!, nos sorprendió, casi que en el mismo momento en que sonaba el timbre con cierta prisa, y todo lo que sucedió luego, pudo haber sido ese, o cualquier otro día. Todo por culpa del sodero.

Digamos que, los días empezaban a pasar, y Ariadna cumplía años, en medio de sus curiosidades y cuestionamientos. Yo seguía contándole historias graciosas, jugando con ella, rozando mis tetas en sus nalgas, mordiéndole el mentón, la nariz, y en ocasiones, los labios. La primera vez que lo hice, Ari tenía 13, y le estaba enseñando a besar, supuestamente, a un chico que le gustaba. Aunque, no tardé en saber que se trataba de una chica de quinto año, bastante popular entre las lesbianas de la escuela, y súper exitosa en cuanto al deporte. Cuando Ferchu se enteró de la noticia, al principio tuvo cierto miedo. Pero esa misma noche, no pudimos evitar cogernos como locas, imaginando a nuestra hija siendo devorada por esa hembra forzuda y de carácter fuerte. La fantaseábamos masticándole las nalgas, sorbiéndole los misma a usar bóxers en lugar de bombachas, castigándole la carita con un pito de juguete, o explicándole cómo es que se logra tener un squirt delicioso. No sé si fue esa noche, o una muy cercana. Pero, el tema es que, una vez Ariadna entró a nuestra pieza, mientras Fer y yo nos frotábamos las conchas, usando un gel maravilloso que nos había recomendado una amiga. Ninguna supo exactamente cuándo fue que entró. Cuando la vimos, estaba con los ojos abiertos como un amanecer, con un camisón rosado lleno de manchas, su favorito, y una mano adentro de la bombacha. Fernanda quiso silenciarme para que ella no se asuste. Pero yo le largué: ¡Ari, amor! ¿Qué hacés con la manito ahí?

¡Nada, es que, me excitó escucharlas! ¡Y no me miren así, que ya sé lo que están haciendo! ¡Y, también sé que, lo que yo hago, es pajearme! ¡Lo descubrí hace unos días, y me encanta!, nos reveló en exclusiva, poniendo un manto de lucidez a tanto desconcierto. Fernanda se levantó, sin miedo a mostrarle las tetas, y se le acercó. Pensé que iba a zamarrearla, o a castigarla de alguna forma. No es que no fuese comprensiva. Es que, le daba un poco de vergüenza que Ari sea tan vivaracha. Sin embargo, la agarró de una mano y la sentó en la cama, dispuesta a hablarle.

¡Ari, yo empecé a hacerlo cuando era más grande! ¡Te felicito por descubrirlo antes! ¡Pero, no podés entrar así, cuando nosotras, bueno...! ¡Ya me entendés! ¡Esta es nuestra pieza, y tenés que golpear, antes de mandarte así nomás!, le dijo, mientras Ariadna se metía un dedo en la boca. ¡Uno de los dedos que antes se encontraba con su intimidad!

¡Estaba abierto ma! ¡Y, aparte, ustedes cogen todos los días casi! ¡Nunca sé cuándo puedo venir a preguntarles algo!, nos dijo, riéndose con indisciplina. Esta vez los ojos de Fernanda sí parecieron perder el control. Ella no toleraba las contestaciones.

¡Ferchu, tranqui amor, que, bueno, estamos entre chicas! ¡No pasa nada si nos ve, o nos escucha! ¡No la retes!, le decía, mientras salía de la cama. Fer me miró re mal, porque también odia que la desautorice.

¡Mariana, todo bien! ¡Pero, estas cosas, no sé de dónde las saca! ¡Debe ser que vos jugás mucho con ella! ¿O no es cierto que tu mami te da besos en la cola?, vociferó una indignada Fernanda, revolviéndole el pelo a Ariadna.

¡Sí, es cierto! ¡Y a mí me encanta! ¿Por qué vos no me das chirlos mamu? ¿Aparte, vos sabías que ella me enseñó a besar?, dijo Ari, sin inmutarse en absoluto. Fernanda me miró peor, y entonces, luego de mandar a nuestra nena a la cama, retomamos nuestro acto sexual. Solo que esta vez fue mucho más feroz, un polvo repleto de reproches, celos, cuestionamientos y pellizcos. Su lengua estaba tan fuera de control como mis dedos en el agujero de su culito hermoso.

¿Así la pellizcás a la nena? ¿Eee? ¿A vos te calienta comerle la lengüita? ¿Le mordés los labios? ¿Qué más le hacés? ¿Le olés la bombacha, para saber si tiene olorcito a pis, o a nene? ¿Le pasás las tetas por la conchita? ¡Contestame perra! ¡Sacame toda la leche putita! ¡Dale, o te juro que me levanto, traigo a la nena de los pelos, y le pido que me haga acabar con esas patas sucias que tiene!, me decía Fernanda, totalmente desquiciada, frotándose contra mí, como si quisiera que nos prendamos fuego.

Una tarde, creo que cuando volví de la despensa, me encontré a Fernanda hecha una furia, tomando una birra y sin ganas de hablar. La persuadí para que me largue algo de lo que le pasaba. Hasta que le pregunté por Ariadna. Se suponía que estaba en lo de Juliana, una de sus mejores amigas. Empezamos a dejarla dormir en su casa como regalo de sus 14 años. Esas noches, a las dos nos costaba conciliar el sueño. No nos era fácil dejar a nuestra bebé en otra casa. Y, por otro lado, imaginábamos a la pobre Juliana siendo observada por los ojitos lujuriosos de Ariadna. O tal vez, siendo inducida por ella a masturbarse, por ejemplo.

¡Mari, Ariadna está castigada, en su cuarto! ¡Cuando llegué, a las dos de la tarde, la señorita estaba muy arrodilladita en el sillón, con el pito de un nene en la boca! ¡Desnuda, de no ser por una bombacha! ¡Esto se nos está yendo de las manos! ¡Tenemos que pensar seriamente en qué hacer!, me dijo al fin, cuando se le acabaron las evasivas. Yo traté de serenarla.

¡Fer, es una adolescente, que solo busca experimentar! ¿El pibe tenía un forro puesto al menos?, le pregunté, y por su cara, supe que no. Aún así, no perdí la calma.

¿Y, qué hizo cuando la encontraste? ¡Yo, no sé qué habría hecho!, le sinceré.

¡Me dijo que era una metida, que solo quería saber cómo era eso que a los nenes les sale semen del pito, y que la culpa de todo era mía, por haber llegado antes! ¡Andá a saber qué otras cagadas se está mandando esta imbécil, y nosotras ni noticias!, se alteró con mayor valentía. Yo le acaricié la cara, le comí la boca, le robé un trago de cerveza a su latita, y le rodeé los hombros con los brazos para hacerle mimos a sus tetas.

¡Ferchu, tranqui gordita, que, por ahí, no es tan así! ¡Seguro que, también lo hizo con alguna nena! ¿Qué tal si, en realidad, está buscando su propia identidad sexual? ¡Sabemos que es rara, y que no va a parar hasta saciar su curiosidad!, le dije, tratando de sonar apaciguadora. Esa charla nos llevó a comernos con un frenesí inolvidable, que al fin nos condujo a la cama. Sabíamos que Ariadna estaba en su pieza, y encerrada con llave, como solía dejarla Fer cuando se la mandaba. Y, como nuestras habitaciones están pegadas, empezamos a sentir un morbo indescriptible al gemir, decirnos chanchadas y cachetearnos el culo mientras nos garchábamos.

¿Querés que te escuche tu hija? ¿Te calienta eso, cerda? ¿Te la imaginás rodeada de vergas? ¿O lamiendo tetas, revoleada en el patio de la escuela? ¡o, mostrándole la concha a su profe de inglés?, me decía Fernanda, que en esos momentos parecía poseída, o endemoniada. Yo intentaba silenciarla de todas las formas posibles, aunque se me hacía difícil, porque yo era la que la montaba, con mi poronga de látex cada vez más enterrada en su culito de ensueño. Ese mismo día a la noche, cuando yo le llevé la comida a la cama a nuestra hija, a quien suponía triste, angustiada y hecha un lío por haber sido enjuiciada por Ferchu, me la encontré acostada, desnuda, lamiendo un consolador azul de dimensiones pequeñas. Era uno de los que hacía mucho Ferchu andaba buscando. De inmediato cerré la puerta, dejé la bandeja con la cena en su escritorio, y me acerqué para quitarle el chiche de la mano.

¡Ari, por favor! ¡Sos chiquita para jugar con estas cosas! ¡Además, mirá cómo estás! ¿Te hiciste pis? ¿Hace cuánto que tenés esto? ¿Se lo robaste a Fernanda? ¡Imagino que no lo llevaste al colegio, o a la casa de Juliana, o a ningún otro lado! ¿Otra vez haciéndote pis encima? ¿Qué te está pasando nena?, le dije en voz baja, pero sin olvidar que debía mostrarle postura. Ella me sonreía, abriendo las piernas, con su bombacha blanca empapada como casi toda la zona del centro de su sábana y colchón. Todas mis preguntas parecían iluminarle la carita.

¡En realidad, no lo robé ma! ¡Una vez, ustedes dejaron un bolso con ropa acá, y yo, creyendo que podía encontrar plata, o alguna golosina, lo revisé, y lo encontré! ¡Pero, eso fue hace más de un mes! ¡Y sí, me hice pichí! ¡Es que, no sé por qué me pasa! ¡Me encanta lamer ese pito, y cogerme la conchita, y frotarme el clítoris con él! ¡Y, llega un punto en el que, me hago pis!, se abrió al fin, juntando las plantas de sus pies con gracia, como si todo lo demás le importara muy poco.

¡Bueno hija, eso tiene una explicación! ¡Hablamos de eso el otro día! ¡Te estás desarrollando sexualmente, y estás con las hormonas a full! ¡Solo, espero que no te hayas hecho pis con el pito de ese nene en la boca! ¿Cómo se te ocurre hacer eso en casa? ¿O sea, cómo se te ocurrió hacerlo, en principio! ¿Sabés que está mal eso? ¡Fernanda está súper enojada, y yo también! ¡Así que, esto no te lo voy a devolver, primero porque no es tuyo! ¡Y segundo, porque no está bien lo que estás haciendo Ari!, le decía, mientras ella me tocaba las piernas con sus pies, se chupaba un dedo y abría los ojos. Dijo que no le gustó el olor del pito de ese chico, y me explicó que es un compañero de la escuela, algo de una apuesta, y que no entendía por qué tenía ganas todo el tiempo de pedirle a las mujeres mayores que la miren, la toque, y le coman a boca. Eso me hizo reír.

¡Ari, ahora, sacate esa bombacha, así te ayudo a cambiar las sábanas, cochina! ¡Después hablamos de eso! ¡Pero, no te equivoques! ¡Yo sigo enojada!, le dije, tratando de no claudicar ante su forma particular de comprarte con su sonrisa de dulce de leche.

¡Nooo maaa, me da paja ahora cambiarme, y sacar las sábanas! ¡Mejor, traeme la comida, sentate conmigo y comamos juntas, y vos retame, para que la Mamu sepa que me estás cagando a pedo! ¡De paso, no se enoja con vos!, me decía, revoleando las patas, sacándome la lengua y frotando la cola en la sábana. Yo, me acerqué para encender el velador de su mesa de luz, y entonces, sin entender por qué, empecé a hacerle cosquillas, diciéndole que era una nena chancha, mientras le sacaba la bombachita, dejaba que me roce las gomas con sus pies, le juraba que mañana íbamos a hablar las tres de lo sucedido, y le prometía no contarle a Fernanda que se había meado en la cama. Y lo del consolador, tampoco.

¡Por eso vos sos mi mami más buena! ¡Me gusta que vos me retes, porque, te aguantás hasta que me haga pis en la cama!, me decía, muerta de risa entre cosquillas, pellizcos y mis besos babosos en su espalda. No entendía cómo podía ser posible que me excitara tanto su aroma. Además, tener su vagina desnuda, expuesta y fértil tan cerquita de mi lengua, comenzaba a confundirme gravemente.

¡Mami! ¿Puede ser que, a lo mejor, a las lesbianas, les guste oler a pis? ¡Digo, porque la Vane y la Rocío son novias, y las dos tienen olor a pichí! ¡Pero mal! ¡Te lo juro!, me dijo luego, cuando al fin habíamos logrado comer una porción de pizza cada una. Yo me reí por no saber qué decirle.

¡No Ari! ¡No tiene nada que ver! ¡Supongo, que, esas chicas, solamente no se cambian la bombacha antes de ir a la escuela! ¿Y, a vos te gusta olerlas? ¿O ellas te huelen? ¡Aunque, yo espero que mi hija no vaya con olor a meada a la escuela!, le decía, abrazándola fuertemente contra mi pecho. Justamente allí fue cuando ella murmuró: ¡Siempre pensé en qué se sentiría tomar la teta de una mami! ¡Yo no me acuerdo de eso! ¡Aunque, bueno, según doña Cata, mi madre no tenía leche!

¡Bueno, ahí estás frita nena, porque yo tampoco tengo! ¡Y, además, creo que estás grandecita para tomar la teta! ¿No te parece?, le decía, entre conmovida y excitada a puntos insospechables, mientras algunas gotitas de saliva de Ari me humedecían la remera de entrecasa que traía. Y, de golpe, todo lo que se oía era el succionar de su boquita en uno de mis pezones, y mis suspiros pidiéndole más.

¿Te gusta la teta de mami? ¡No debe tener sabor a nada! ¡Pero, estás hecha una bebé mi amor! ¡Es más, hasta olés a pichí, y todo!, le decía, para tratar de hacernos entrar en razones. Pero ella seguía sorbiendo, buscando el calor y el contacto de mi piel, mientras con una de sus manos me amasaba la otra teta. Yo estaba en el limbo. Creo que Fernanda me llamó varias veces. En una de esas tantas le grité: ¡Estoy hablando Con Ariadna! ¡Hablando específicamente de su castigo! ¡Ya voy gorda! ¡Si querés, bañate, que yo me baño mañana tempranito!

¡Mami! ¿Puedo pedirte que me metas ese pito en la vagina?, me ronroneó de pronto, dejándome sin habla.

¿Qué? ¿Acaso no te bastó con lo que hiciste, con el pito de ese nene? ¡No te desubiques Ariadna!, le dije al fin, buscando algo de mi conciencia en algún rincón de la pieza.

¡Hey mami, pero no me lo metió en la vagina! ¡No quiero quedar embarazada tan rápido! ¡Aparte, no me gustó ese pito! ¡Ya te dije! ¡Me gustan las chicas más grandes!, me expresó, sin soltar mi pezón con su boca, empapándolo todo con sus babitas dulces. Yo, reflexioné unos segundos, antes de tomar el consolador del escritorio. Quise preguntarle cosas, verla otra vez lamiendo ese chiche, pero ahora consciente de ello. Sin embargo, una vez que lo tomé, me lo metí en la boca y me acerqué para abrirle las piernas. Apenas posé la puntita en la entrada de su vagina, ella misma movió su cuerpo hacia los pies de su cama para introducírselo casi que por completo. Yo, sumida en una locura irracional, la puse boca abajo, sin sacarle el juguetito, y empecé a amasarle, pellizcarle y nalguearle la colita, diciéndole que era una nena malcriada, juguetona, y otras cosas que me resulta imposible recordar. Entretanto, escuchábamos a Fernanda cantar bajo el agua de la ducha, y todo parecía una realidad paralela en medio de tanto caos. Mis dedos también entraban y salían de mi vulva, buscando hacer explotar a mi pobre clítoris encerrado en su bombacha negra. Y para colmo, su vocecita que me confesaba: ¡Mami, la Juliana quiere que cojamos! ¡ero, a mí no me gustan tan nenas! ¡Me tiene harta! ¡Creo que me invita a su casa para que cojamos!

¡Cojan hija! ¡No importa si no te gustan tan chiquitas! ¡Aprovechá a coger con esa nena! ¡Bueno, salvo que la quieras como amiga! ¡Pero, si quieren coger, háganlo! ¡Mirá la colita que tenés bebé! ¡Pero, eso sí! ¡No te hagas pichí cuando cojas con ella!, le decía, totalmente fuera de mí, al borde de alcanzar un orgasmo tan febril como imperfecto, inmoral y perverso. El chiche seguía profundizando en la vagina de mi hija, porque ella no paraba de frotarse en la sábana, ni mis manos de recorrerle el culo, o de sobarle las tetitas. Y, entonces, tuve un mareo incontrolable. Mis dedos, mi ropa y mis emociones se rebalsaron de mis jugos, y necesité más de un milenio para reponerme de tanto éxtasis floreciendo en mis entrañas. No podía mirar a la cara a mi hija, y no me atrevía a volver a los brazos de Fernanda después de eso. ¡Necesitaba dar vuelta a esa nena, y alimentarme de todo lo que hubiese en su conchita! ¿Cómo podía ser que le haya aconsejado cogerse a una compañerita?

¡Escuchame Ariadna! ¡Ya mismo te levantás, cambiás la sábana, y una vez que la Mamu salga de bañarse, te bañás vos! ¡No quiero que duermas sucia esta noche! ¡Y, esto, solo queda entre nosotras! ¡OK?, le dije, tratando de serenar el cargo de culpa que ya empezaba a drenar en mi interior.

Sin embargo, las cosas con Ariadna mejoraban a medias. Al menos tenía buenas notas en la escuela, y había logrado entender que no podía tener su cuarto hecho un enjambre de bombachas sucias. Fernanda se había resistido a comprarle bóxers femeninos cuando ella se los pidió. Recuerdo que discutimos por esa pavada. Ahora, de repente Ariadna se paseaba por la casa en bóxer y remeras anchas, sin corpiño, y descalza, siempre cuando solo estábamos nosotras. A Ferchu le daba pavor que no sea tan femenina. Yo le pedía que le tenga paciencia, y que la deje ser.

¡Bueno Mari, yo creo que esto, es demasiado! ¡Ariadna estuvo toda la tarde con Analía en casa! ¡Las vi chuponeándose! ¡A Ari, en bolas prácticamente, y a la sucia esa, en corpiño y bombacha! ¡No sé si hicieron algo! ¡Pero, creo que es obvio que sí! ¡Vamos a tener que hablar con un psicólogo!, me dijo Fernanda, otra tarde en la que aparecí por casa, luego de un seminario de lenguas extranjeras. Le expliqué que Analía y Ari tenían buena onda, y le recordé que Ari nos había pedido permiso para que Analía le enseñe guitarra.

¡Sí, pero no había ni señales de guitarras! ¡De hecho, estaban tomando mate! ¡Y había olor a cigarrillo!, aportó, un poco más calmada, pero sin guardarse nada.

¡Sí, Sé que Ani fuma! ¡Y, lo de la guitarra, no tengo idea por qué no estaba ahí, con ellas! ¡Pero, es un poco exagerado hablar de psicólogos, me parece!, le expuse, siempre con la mejor voluntad de resolver las cosas.

¡Mariana, te juro que Ariadna andaba con las tetas casi al aire! ¡Y, tenía marcas de labial en el cuello! ¡Si esa pelotuda llega a coger con nuestra hija, yo la reviento!, agregó Ferchu, ahora en voz alta, desinhibida, y golpeando la mesa con el mate. Analía es nuestra vecina, tenía 34 años en ese entonces, y es profe de música. Fernanda no la quería, porque siempre supuso que estaba enamorada de mí. La verdad, Ani no era linda, ni se destacaba por estar en boca de nadie, a pesar de su condición de lesbiana. Pero, es súper dominante, de carácter fuerte y muy directa. Le dije a Ferchu que hablaría con Ariadna para preguntarle qué fue lo que pasó, o al menos, por qué no estaban con la guitarra cuando llegó.

¡Mari, creeme que, al menos, una chupada en las gomas se dieron! ¡Ari tenía olor a pis!, dijo luego mi gordita, mientras yo volvía a acariciarle el pelo.

¡No ma, sabés que siempre te digo la verdad! ¡No pasó nada con Ani! ¡Aunque, me re calienta! ¡Me encanta que me trate de tonta, que me diga que soy una virgencita tímida, que tengo olor a nena virgen, y que tengo que animarme a tener mi primera vez con una chica!, me dijo luego Ariadna, mientras compartíamos un helado en la terraza.

¡Hija, pero ella es tu profesora de guitarra! ¿Por qué te dice esas cosas?, le pregunté, algo desconcertada.

¡Porque, ella dice que se da cuenta que me tiran las minas! ¡Dice que la miro con intensidad, y que cuando nos saludamos, mi piel se pone rara! ¡Y, también dice que, mientras me da la clase, poco a poco empiezo a ponerme más colorada! ¡También dice que, por ahí, hay una chica que me guste de la escuela, y que, por eso, a veces, huelo a pichí! ¡Eso no se lo entendí!, me reveló, mientras mis ojos se perdían entre el horizonte y el contorno de sus pechitos asomando por su remera ancha de Ciro y los persas. Intenté explicarle que, a veces los adultos no toman consciencia de las cosas que se dicen, y que los adolescentes pueden interpretar erróneamente algún concepto. Y, sin más, cuando me acerqué a limpiarle la boca y el mentón con una servilleta de papel, ya que se había ensuciado con helado, ella sacó la lengua y me lamió la mano. A modo de juego, yo le agarré una mano y empecé a lamérsela, con la excusa de sacarle el pegote de chocolate de entre los dedos. Entretanto, jugueteo va, manoseo viene, de alguna forma llegué a meterle la mano por adentro de su remera, y advertí que tenía un bóxer, porque terminé levantándosela.

¿Y Analía tiene razón? ¿Te gusta una nena del cole, o una profesora? ¿Y, de dónde sacaste esto?, le pregunté, estirándole el elástico de su bóxer rojo, con un estampado de un tigre en la parte de la cola.

¡Me lo regaló Analía, pero hace como un mes! ¡Fue para el día de la mujer! ¿Te gusta? ¡Aaah, y ni ahí me gustan las boludas de la escuela! ¡Profesora, puede ser! ¡Pero, la que más me pone es la mina de la farmacia! ¿La viste vos? ¡Creo que se llama Laura!, me explicaba, mientras yo, irracionalmente me acercaba a sus labios para besarla con descaro, y una de mis piernas se metía entre las de ella para friccionarle la vulva. Estuvimos un largo rato saboreando nuestras lenguas, yo agarrándola de las nalgas, y ella suspirando entre confundida y excitada. Podía sentirlo en la humedad de la tela de su ropa interior. su boca fresca por el helado era sencillamente deliciosa. Y, la verdad, me calentaba escuchar que le gustaba la rubia que atendía en la farmacia del barrio.

¡Vamos adentro Ari, que tenemos que darle una explicación a Fernanda! ¡A ella no le hizo ni gracia encontrarte así, o sea, con las lolas al aire, o como sea! ¡Si pasó algo o no con esa mujer, sería bueno que se lo expliques vos! ¡Yo te creo! ¡Pero, ella es algo menos flexible, y lo sabés!, le decía, un poco para abstraerme de la cagada que me estaba mandando. Ella puso carita triste cuando me separé de su cuerpo. Pero, en definitiva, entramos a la cocina, y una vez más consiguió zafar del castigo que le hubiese impuesto Ferchu. Aunque, Analía dejó de ser su profesora particular de guitarra.

Todo hasta que, cierta tarde, cuando Ari ya tenía 17 años, y luego de haber transitado por muchos episodios confusos, de los que yo solía defenderla, sucedió lo que más nos unió como familia, como mujeres convencidas del amor que nos tenemos, y como hembras dispuestas a regalarnos placer. A esa altura, Fernanda la había encontrado con dos chicas desnudas en el living de casa, sacándose fotos en bolas en el patio, comiéndole las tetas a la única mujer que contratamos para que nos limpie el jardín y la casa, y fumando mariguana con un pibe, ambos totalmente desnudos y repletos de chupones. Según Ari, jamás se dejó penetrar por un varón. Pero sí que les sacó alguna que otra lechita, más por favores que por convicción propia. Pero, una tarde, Fernanda dijo que necesitaba recostarse un rato, porque le dolía demasiado la cabeza. Yo, le dije que aprovecharía a corregir exámenes en el estudio, pero que podía llamarme cuando me necesite para lo que sea. Ariadna estaba en el club, cumpliendo con su rutina de ejercicios físicos. Había dicho que tal vez, después pasaría por lo de Juliana para terminar una tarea de la escuela. Entonces, más o menos a eso de las 6 de la tarde, cuando fui a la cocina para prepararme un té, me pareció raro encontrar los auriculares, el celu y la botellita de agua de Ari. ¿Se los habría olvidado? ¡Pero, cuando almorzamos, esas cosas no estaban sobre la mesa! La llamé, pero no me respondió. Ni ella, ni Fernanda. Apagué el fuego, preparé el té, me quité la camperita que apenas me cubría las gomas, y tuve un presentimiento inexacto, que me obligó a subir las escaleras. La pieza de Ariadna estaba abierta, en silencio, y desordenada, como casi siempre. Y, de repente, oí un chirlo, o cachetazo, o algo por el estilo. El corazón me palpitó con fuerza en el pecho, y mis pies me llevaron poco a poco a la habitación que compartimos con Fernanda. No golpeé la puerta. Directamente abrí, ¡Y todo mi ser entró en un estado de shock que no me dejó pronunciar palabras! ¡Fernanda estaba en bombacha, en cuatro patas sobre la cama, y a su lado, Ariadna, también como perrita, ambas comiéndose la boca! Fernanda tenía una bombacha roja, y sus tetas eran manoseadas burdamente por las manos de Ariadna, que tenía, un… ¿Un cinturón con un pito? ¿Cómo podía ser?

¿Qué es esto Fernanda? ¡Ariadna, por favor, explicame! ¡O, explíquenme qué carajo están haciendo!, les grité, acercándome como para cagarlas a trompadas. El portazo impulsado por el viento fue lo que más las desconectó de su trance.

¡Hey, Mari, tranquila gordita! ¡No es justo que vos sola juegues con la nena! ¿No? ¿Qué? ¿Pensabas que no sabía que te la comés a besos, que a veces la pajeás contra tus piernas, o que le chupás las tetitas? ¡Yo también tengo mis jueguitos con ella! ¡Y, no sabés las ganas que tengo de probar esa cosita que tiene entre las piernas!, decía Fernanda, nalgueando a nuestra hija, mirándome desafiante. Ariadna, lejos de asustarse por el tono de Ferchu, bajó la cabeza para morderle una teta a su Mamu, y luego me dijo: ¡Dale mami, bajate el pantalón, y ponenos la concha en la cara!

Fernanda le dio una cachetada por desubicada, fiel a su estilo. Pero, pronto, yo estaba detrás de Fernanda, bajándole la bombacha para comenzar a frotarle las tetas en el culo. El aroma de Ariadna lo ensordecía todo. Y de repente, fue difícil seguir un hilo real o posible, con todas las cosas que pasaron. Recuerdo que yo fui la que alzó a Ariadna en los brazos para pararla al lado de la cama. Yo me coloqué en cuatro patas, bien pegadita a Fernanda, y entre las dos empezamos a chuparle ese pito de juguete. Fernanda le mordisqueaba la panza, y yo las gomas. La escupíamos y le pedíamos que nos coja la boca. Las palabras sucias comenzaban a convertirse en nuestro concierto preferido.

¡Dale Mamu, chupame toda, meteme la lengua en el culo, que ya vas a ver cómo te voy a coger! ¡No sabés cómo me cogí a la Juli! ¡Le encantó! ¡Dice que cojo mejor que los guachos!, se reveló al fin Ariadna, mientras Fernanda le hacía estallar el culo con un chirlo tras otro, y le deslizaba la lengua por entre esas dos manzanitas cada vez más coloradas. Yo, me había quedado en bombacha, y trataba de comerle las gomas a Fer, y de manipular el pitito de Ari, sabiendo que el otro extremo yacía en las profundidades de su vagina.

¿Así que te cogiste a la Juli? ¡Me hiciste caso pendeja! ¿Y te cogiste a otra más?, le dije en un momento, zarandeándola del pelo para comerle la boca y chuparle la lengüita.

¡Sí ma, también cogí con la hermana de la Ruli, y con la tía de Sabrina!, dijo sin titubeos, cuando ahora Fernanda había logrado introducirle la lengua en la cola. Lo que hizo que una catarata de suspiros me inunde la boca, porque entretanto yo seguía haciéndole el amor a su boca con mi lengua y mis besos. La saliva nos coloreaba la piel, el sudor nos encendía cada vez más, y Fernanda parecía más feroz que nunca.

¿Y alguna de esas dos te chupó el culito así? ¿O vos le metiste la lengüita, como te la meto yo?, le decía, más eufórica que cariñosa. ¡Esas dos mujeres, tenían más de 30 años! ¿Cómo pudo ser posible? ¿O acaso era una mentira? ¡Pero, parecía tan convincente! Y, de repente, Ariadna se soltó de nuestros abusos complacientes. Se mostraba tormentosa y decidida, cuando al fin, de un solo empujón logró voltear a Fernanda sobre la cama, dejándola cara al cielo.

¡Ahora vas a ver Mamu, cómo te va a gustar lo que te hago!, fue lo único que llegó a decir, antes de saltar sobre su cuerpo, ubicándose perfectamente entre sus piernas para ensartarle con toda la facilidad del mundo el pito en la concha. A partir de allí, empezó a moverse incontrolable. Le baboseaba las tetas, buscaba su boca para besarla, “cosa que Fernanda no prefería”, le mordía el cuello, y con una mano intentaba pellizcarle el culo. Fernanda gemía disfrutando de las envestidas de nuestra hija en el interior de su concha salvaje, y yo no podía quedarme ahí mirando. Me sumé a nalguear a la pendeja, a comerle las tetas y la boca a ambas, y para agarrarle la otra mano a Ari con la intención de que me entierre los dedos en la concha. No tuvo inconvenientes en dar con mi clítoris, y aunque me lo frotaba con cierta torpeza, todo el contexto me llevaba a prenderme fuego, a humedecerme toda y a pedirle más.

¡Basta Ariadna! ¡Ahora, venís conmigo! ¡Y vos, prestámela un ratito, que no es justo que solo te la cojas vos!, dije, ya sin razonamientos ni verdades absolutas. Sé que la agarré del pelo, que le apreté las tetas y que le mordí un pezón mientras la separaba de Fernanda, y la llevé contra la pared. Ahí me dejé ensartar la concha como hacía tanto lo necesitaba. Últimamente con Fernanda solo teníamos mimos, chupones, manoseos y frotadas, Pero no nos penetrábamos, y eso era algo que extrañaba a mares. Ariadna empezó a moverse, a incrustar mi espalda contra la pared, a sobarme y mamarme las gomas, y a decirme que siempre se calentó con la idea de tener dos mamis.

¡Las dos me calientan! ¡Desde chiquita quise que me manoseen toda, que me besen en la boca!, decía, sin detener el ritmo de su chiche cada vez más punzante en mi vagina, mientras Fernanda se nos acercaba, sin ninguna intensión amistosa. De pronto nos abrazó, clavándome sus uñas en la espalda con vehemencia, pegándonos todo lo que podía a sus tetas, y, Ari empezó a gemir al principio, porque, poco a poco su vocecita se iba convirtiendo en grititos desaforados. Es que, Ari se había puesto otro cinturón con pito, y claramente había empezado a juguetear con él en el agujerito de su cola.

¡Yo también tengo un pito, un poco más chiquito, para tu cola hijita! ¡Te va a gustar, y a vos también perra! ¡Dale, abrite más la cola bebé, así te la meto toda!, decía Fernanda, casi que con un aullido. De pronto mis piernas empezaban a humedecerse inconsolables, mi vulva a sentir pequeños espasmos de felicidad, y mis tetas querían desintegrarse en la boquita de Ariadna. En parte, buscaba acallar sus grititos con mis gomas, porque Fernanda era implacable, y no paraba de culearla, ni de lamerle las orejas, ni de morderle las mejillas. Las tres gritábamos cosas indecibles, transpirábamos y temblábamos emocionadas. Las tres nos amábamos con furia, sin inhibiciones y llenas de calentura. Y, de repente, un orgasmo me nubló la vista y me destruyó el equilibrio. Acaso fue también mientras Ariadna tenía un suculento squirt, o se hacía pis encima, o tal vez ambas cosas. Por ahí coincidió con el espejismo de Fernanda y unos temblores que la dejaron casi disfónica. Pero, lo cierto es que pronto estábamos en la cama, totalmente empapadas, queriendo buscarnos otra vez. Fernanda estaba acostada, con las nalgas de Ariadna contra sus tetas, y su boca sorbiendo todo lo que brotaba de la vagina de nuestra hija. Yo, le comía la concha a Fernanda, le frotaba mis pezones en el clítoris, y me acercaba un poco a las manos de Ari para que me refriegue la concha, y a las de Fernanda para que me nalguee. Hubo lenguas en nuestros culos, besos y saliva en nuestras conchas, y de repente, más de la pija de Ariadna penetrándonos. No entendíamos qué nos pasaba. No teníamos ni idea de la ora o del día que giraba afuera, en el mundo de los humanos hipócritas.

¡Mamu, y Mami, perdón por hacerme pichí cuando, estábamos contra la pared! ¿Me van a castigar por eso?, nos dijo de golpe Ariadna, cuando la noche asomaba por la ventana como un ángel demoníaco, espiándonos con malicia.

¡Sí amor, te vamos a castigar, porque, las nenas no tienen que hacerse pis cuando cogen!, le decía Fernanda, intentando prenderse un cigarrillo.

¿Alguna de las dos tiene hambre? ¡Yo sí! ¡Pero, podemos pedir una pizza, y seguir jugando!, dije yo, viendo cómo se iluminaban los ojitos de Ariadna. A esa altura estábamos exhaustas, pero enceguecidas por la belleza, el aroma, la arrogancia y la juventud de Ariadna. De modo que, después de un intento fallido de ver una peli, y habiendo comido algo de pizza con cerveza, y juguito para la nena, tuvimos que vestirnos para no volver a tentarnos. Ya habría tiempo para seguir enseñándole cosas a nuestra hija. ¿O, acaso sería al revés?      Fin

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