Desde siempre, o al menos desde mis 6 o 7 años, tuve una relación más que cercana con mi tía Isa. Se llama Isabel, pero nunca le gustó que la llamen por su nombre completo. Cuando mi vieja me mandaba a hacer las compras, yo siempre pasaba por la casa de Isa para visitarla, ya que vivía a dos casas de la nuestra. En esos momentos, ella aprovechaba a encargarme que le compre pan, alguna fruta, queso, o aguas saborizadas de manzanas, “sus favoritas”. Habitualmente, me decía que con el vuelto podía comprarme un alfajor, o lo que yo quisiera. Cuando volvía a su casa con los productos que me había solicitado, ella me recibía bastante ligera de ropa. De eso empecé a darme cuenta recién a los 8 años, cuando le dije, mientras entraba a su casa: ¿Tía, por qué siempre que vuelvo del almacén, a vos se te ven las tetas?
Generalmente la descubría con un vestido escotado, sin corpiño, o con una remera ancha, o con algún top deportivo que resaltaba aún más sus tetas. Pero, claramente más chicos que la talla imponente de sus pechos. Por lo que, podría decirse que le tocaba la piel de las gomas con los ojos. Ese mediodía mi tía sonrió, y me atrajo contra su cuerpo. Me sentí raro, porque me gustaba su perfume, o el olor que emanaba de sus tetas, o de su ropa. Me dijo con ternura: ¡Se me ven las tetas porque, las tengo muy grandes! ¡Cuando crezcas, y te empiecen a gustar las chicas, vas a ver que te van a llamar la atención! ¡Por ahí las tetas, o las colas! ¡Eso nunca se sabe chiquitín!, y acto seguido empezó a hacerme cosquillas en las axilas, el cuello, las costillas, y hasta por detrás de las rodillas. Según ella, yo tengo una risa contagiosa, y siempre le gustaba escucharme reír. A mí, empezaba a gustarme ir a comprarle cosas. No solo por sus cosquillas. Es que, algunas veces me besuqueaba la cara, el cuello y los brazos. Me ponía nervioso que me huela las manos para saber si las tenía limpias. Y, un par de veces, en medio de aquellos besuqueos, me daba piquitos en la boca, o me mordía la nariz. Yo me ponía rojo, y ella se reía con más ganas.
¿Qué te pasa Dieguito? ¿Te pone nervioso que la tía te dé besitos, te haga cosquillitas, y te muerda la nariz? ¡Estás rojo como un tomate bebé! ¡Vos sabés que sos el preferido de la tía! ¿No cierto?, me decía, antes de retomar su besuqueada por mi cuerpo, y cuando me soltaba, algunas veces me pegaba en la cola. Otras, me invitaba a comer con ella, porque mi tío no volvía a su casa hasta la noche. una de esas veces, me acuerdo que me sentó en su falda para darme de comer ñoquis en la boca. Digamos que, hacía de cuenta que yo era un niño tal vez más pequeño, y que ese tenedor cargado era un avioncito. Y, mientras me daba un tenedor y otro en la boca, en un momento metió su mano adentro de mi jogging, y la acomodó encima de mi calzoncillo. Dijo algo como: ¡Qué lindo pitito tiene mi sobri!, y me empezó a besuquear el cuello, haciéndome reír, y toser con la boca llena de salsa. Sentí algo exquisito que no podía descifrar a esa edad. Pero quería que me toque el pito desnudo. Aunque, también me daba cosa, o vergüenza.
Una tarde, ni bien llegué de jugar a la pelota a mi casa, mi mami me dijo: ¡La tía Isa quiere que vayas! ¡Dice que necesita que le hagas unos mandaditos!
Yo, sintiendo unas cosquillitas raras en la panza, me lavé las manos, me cambié la remera y corrí a lo de mi tía. Ella me hizo pasar casi sin esperar a que la salude. Una vez adentro me dijo: ¿Querés tomar una chocolatada conmigo? ¡Bueno, siempre que no le digas a tu mami! ¡Además, mañana vas a cumplir 9 años, y yo quiero hacerte un regalo!
Eso, era porque en teoría tenía que cuidarme con los azúcares y las golosinas. Según el pediatra que me atendía, estaba un poco excedido de peso para mi edad. Pero como la tía Isa me malcriaba, yo no iba a desaprovecharlo.
¡Vení Dieguín, que te pongo unos dibus! ¿O querés mirar un partido? ¡Por lo que veo, estuviste jugando a la pelota en el campito!, me decía, acomodando los almohadones del sillón más largo de su living, el que estaba frente a la tele.
¡Dale, sentate, que la tía ya te trae la leche!, me dijo, y me dio el control remoto para que ponga lo que quiera. Me acuerdo que, mientras esperaba que vuelva con mi merienda, buscando canales porque sí, sentía que esas cosquillas en la panza se me extendían hasta la puntita del pito. Una especie de sensación de tener ganas de hacer pis, o tocármelo para rascarme, o apretármelo, por momentos no me dejaba pensar. Al punto que, cuando la tía me vio, casi se le cae al suelo la jarra de chocolatada, los vasos y las galletitas, porque, yo me había metido la mano adentro del pantalón. Sin embargo, se serenó rapidísimo, puso las cosas sobre la mesita ratona y se sentó a mi lado.
¡Che, Dieguito! ¿Qué pasa que te andás tocando el pilín? ¿te pica? ¿Te bañaste antes de venir? ¡mmm, me parece que no, porque tenés olor a chivo nene!, me decía suavemente, deslizando su nariz por mis brazos, axilas y cuello, oliéndome con cierta impaciencia. Ella misma me sacó la mano, y me mordió el pulgar. Pero, no supe qué contestarle.
¡No llegué a bañarme tía, porque mami me dijo que, querías que te haga unos mandados!, dije al fin, mientras ella me calmaba con una mano en la cabeza, diciéndome: ¡Shhh, tranquilo bebé, que te entiendo! ¡No pasa nada! ¡A lo mejor, el pitito te pica, porque no te bañaste, y porque, a los nenes, siempre se les escapan gotitas de pis! ¡Pero a tu tía no le da asquito eso! ¡Así que, ahora, a tomar la leche, y a mirar alguna cosa que vos quieras! ¿Sí?
Me acuerdo que, esa vez, esas últimas palabras las pronunció muy cerquita de mi boca, y que su aliento me había gustado, incluso más que su perfume. Aparte, no podía sacarle los ojos de las tetas. Era obvio que ella se iba a dar cuenta, tarde o temprano.
¡Hey, nene, no le mires las tetas a tu tía! ¡Dale, en vez de eso, tomate la leche, y probá estas galletitas de coco y chispitas de chocolate! ¡Pero no le digas a tu mami!, me decía, esa vez con alegría en la voz, como si fuese una niñera dulce y entusiasta. Yo, empecé a tomar mi vaso de leche, mirando a los Simpson. Ella se quedó sentada a mi lado, con el termo y el mate, y una revista de decoración de interiores, o algo de eso. Me parecía que la hojeaba, pero que no miraba nada en concreto. Yo, por ahí me reía de alguna pavada de Homero. Hasta que sentí su mano caliente en mi rodilla fría, y con algún raspón por las caídas o patinadas que me mandé en la canchita.
¡La verdad nene, tenés unas piernas hermosas! ¡Llenas de pasto, y machucones, pero lindas! ¿No te gustaría bañarte en casa? ¡Digo, porque, acordate que acá hay ropita tuya!, me dijo de pronto, sabiendo que yo adoraba bañarme en su casa. Nosotros éramos pobres, y no teníamos una ducha con agua fría y caliente. Apenas nos las arreglábamos con un calefón eléctrico para todos. Yo, le dije que sí, y ella me agarró la cara y empezó a besuquearme, mientras me hacía cosquillas debajo de los brazos, diciéndome: ¡Aaay, ¡qué lindo mi bebote hermoso, tan sucio y cochino como dulce y bueno! ¿Cuántos goles hiciste hoy, pibito? ¡Espero que no te hayan molestado con eso de que tenés que jugar de arquero! ¡Porque, para tu tía, no estás gordito! ¡Así que, metele con la merienda, y te bañás! ¡Estás súper traspirado mi amor!
Yo me reía, medio que me ahogaba con la galletita que tenía en la boca, y, sin entender por qué, volvía a tocarme el pito, que se me había puesto duro, y sentía como que la puntita se calentaba sola. La tía me agarró la mano, tal vez en el momento en el que noté que me lo estaba apretando por arriba del short.
¿Otra vez tocándote el pito? ¿A ver, vamos a ver qué pasa ahí!, me dijo, mientras me sentaba sobre su falda, y ella misma hacía como que me rascaba el pito por encima de la ropa, sin detener sus cosquillas.
¡Che, Dieguito! ¿Hace mucho que se te pone así, durito el pilín?, me dijo al oído, y yo, me sentía más pequeño que nunca. Le dije que no, y que no sabía por qué me pasaba. Le pregunté si eso era malo. Ella suspiró sonriente y empezó a tocarme la punta de la nariz con la lengua, sin dejar de rozarme el pito.
¡No amor, no es malo! ¡Es normal! ¿A todos los varoncitos les pasa! ¡Por ahí, si tienen ganitas de hacer pis! ¡O, a veces, si les gusta alguna chica! ¿Te gusta alguna compañerita del cole? ¡Más te vale que tu mami no lo sepa!, me decía al oído, por momentos pegando sus labios a mi oreja. Creo que eso me impulsó a decirle: ¡No tía, no me gusta ninguna chica de la escuela! ¡Pero, vos sí, me gustás! ¿No querés ser mi novia?
Su carcajada fue un rayo de sol en la tormenta de mis confusiones. Y lo mejor de todo es que me abrazó, y el calor de sus gomas en mi espalda me dieron ganas de tocárselas. Su perfume también me mareaba un poco.
¡Amor, yo no puedo ser tu novia, porque soy tu tía! ¡Además, soy más grande que vos! ¡Los nenes, tienen que fijarse en las nenas!, me decía, mirándome a los ojos, ya que en un solo movimiento me giró para que ahora mi cerebro se llene con la forma de sus tetas. Me acuerdo que no tenía corpiño, y que sus pezones le hacían estallar la remera. Y, posta, no sé si fue esa tarde, o si fue alguna otra. Muchas veces sucedían cosas como esas. Pero, recuerdo que de pronto me acompañó al baño, preparó todo lo necesario para que yo me quite la ropa y me meta a ducharme. Ella siempre me decía que, si necesitaba algo, le pegue un grito. Sin embargo, esa vez ella no se fue. Se sentó en el inodoro, y me pidió disculpas por sacarse la remera.
¡Vos bañate tranquilo amor, que la tía no te mira! ¡Enjabonate bien, y lavate bien el pelo! ¡Refregate bien las nalguitas, y usá la esponja para lavarte bien el pecho! ¡Y enjabonate bien las axilas, por favor!, me decía, mientras parecía buscar algo en el botiquín. Yo le veía las tetas desnudas, y no podía empezar a bañarme, cuando el chorro de agua tibia me golpeaba la piel.
¡Dale nene, bañate de una vez, que estás desperdiciando agua!, me dijo de golpe, y no esperó a que yo comience.
¡Dame, así hacemos más rápido!, dijo luego, quitándome el jabón y la esponja de las manos. Empezó a enjabonarme, refregarme, enjuagarme y lavar cada rincón de mi cuerpo. Me pellizcaba la cola cuando no quería darme vuelta para que me lave el pito, y aún así, tuvo que nalguearme, porque yo seguía sin atreverme. Aunque me moría de ganas. Y al fin, cuando tomó mi pene en sus manos, sentí que estiró el cuerito, que me lo acarició con ternura y que sonrió como una niñita impresionada cuando se me paró un poquito más.
¿Seguro que no querés pis? ¡Porque lo tenés durito Diego! ¿O es por las tetas de la tía? ¡Te dije que no me las tenés que mirar tanto!, me decía, enjabonándome las piernas, agachada sobre el umbral de la ducha, con mi pene a centímetros de su cara. En un momento tuve la sensación que me lo olía, o lo miraba con demasiada atención.
¡Dale Dieguito, lavate vos solo el pito, que tenés olor a pichí!, me dijo de repente, levantándose del suelo, otra vez idiotizándome con el contorno de sus tetas al aire. Entonces, me ocupé de lavarme lo mejor que pude, tratando que no se me llenen los ojos de champú, ni que me queden restos de jabón en el cuerpo.
¿Qué pasa? ¿Tanto te gustan, chiquitín? ¡Por ahí, es el recuerdo de cuando tomabas la teta de tu mami!, decía, como si se hablara a sí misma, unos minutos después, mientras me envolvía en un largo toallón, una vez que yo me hube bañado por completo. No supe qué contestarle. No entendía si temblaba del frío, o del asombro de tener sus tetas a nada de mi boca pequeña, o el hecho de saberme desnudo frente a mi tía. Lo cierto es que, más rápido de lo que pude imaginar, mi tía me había alzado en sus brazos, y aunque se quejaba por mi peso, logró llevarme a su cama, donde me recostó para terminar de secarme. Me hizo cosquillas en los pies, y a medida que me iba despojando del toallón, empezaba a reírse por mis pequeños tiritones. No es que tuviera frío. Para colmo, seguía teniendo el pito parado.
¡Diego, por favor, tenés que controlar a ese pilín! ¡Todavía lo tenés durito! ¿Tenés frío gordito?, me dijo, mientras me recortaba un poco las uñas de los pies con un alicate. Yo le dije que no, y ella sola, como si yo no supiera hacerlo, levantó mis piernas y luego mi cola para ponerme un calzoncillo que había sacado de uno de sus cajones.
¡Acordate que la parte de la toallita va para adelante! ¿Sabés? ¡Porque, ahí es donde quedan las gotitas de pis, que, a veces se les escapan a los nenes! ¡Bueno, dale, sentate, así te pongo la remera!, me decía mientras me lo ponía. Y apenas me senté, me pidió que levante los brazos hacia arriba para ponerme una camiseta. Sin embargo, en medio de aquella actividad, me agarró el pito con una mano, con calzoncillo y todo, diciendo algo como: ¡Qué hermoso pilín tiene mi sobrino! ¡Todas las nenas van a querer ser tu novia!
Al rato estábamos en el living, mirando una peli. Bueno, al menos yo trataba de ponerle atención. Hasta que la tía me dejó solo para irse al patio, porque había recibido una llamada. Ya eran cerca de las 8 de la noche. supuse que mi madre quería que vuelva a casa. Pero, como mi tía no volvía, creo que, inconscientemente empecé a tocarme el pito. para colmo, ese calzoncillo me apretaba un poco.
¡Dieguito, otra vez tocándote el pito! ¿Qué pasa? ¡Ya te bañaste! ¡Estás limpito corazón! ¡Bueno, no me digas nada! ¡Quería decirte que, tu mami me llamó, y va a necesitar que te quedes a dormir acá, conmigo! ¡Hoy, tienen que recibir a una amiga de tu papá, que tiene unos problemas serios, de adultos! ¿Querés quedarte conmigo?, me dijo de golpe la tía, sentándose muy de a poco a mi lado. Yo, le dije que sí casi sin pensarlo.
¿Y qué te gustaría comer esta noche? ¡Por ahí, podemos cenar algo, mientras vemos la tele! ¡Aaah, en un ratito tu papá te trae la mochila y las cosas de la escuela! ¿Te parece?, dijo luego, cavilando algo para sí. Entonces, se puso a barrer la cocina, a ordenar un poco los platos y vasos limpios, a darle de comer a los peces, y enseguida a preparar unas milanesas de carne, las que le salieron siempre de puta madre. Yo, cada vez que ella no me veía, trataba de calmar las cosquillas que tenía en el pito de alguna forma. Se me paraba y volvía a su tamaño normal. Pero, la tía, para colmo, ahora tenía solo un corpiño arriba, y un pantalón corto. Creo que recién ahí empezó a llamarme la atención el culo y las tetas. Aunque, no era ninguna tonta. Cuando sonó el timbre, se puso un buso, y dejó entrar a mi viejo que me traía las cosas. De paso, no se olvidó de retarme por haber desaprobado un examen de matemática, ni de jurarme que, si me portaba mal en casa de la tía, me iba a castigar.
¡Diego, otra vez nene! ¡Si querés hacer pis, andá al baño! ¡Me parece que, ya, eso de tocarte el pito, es algo que tenemos que charlar! ¿No?, me dijo la tía, cuando mi viejo ya se había ido, y yo involuntariamente me había metido toda la mano adentro del pantalón. Es que, ahora volvía a verla en tetas, y me ponía loco.
¡Tía Isa, no quiero hacer pis! ¡Es que, tengo cosquillas!, le dije. Ella enseguida dejó el rebosado de las milanesas, se lavó las manos y se sentó a mi lado. Me levantó de la cola y me hizo upa.
¿Será que no te lavaste bien el pitulín? ¡A ver, dejame ver si no te measte, chancho!, dijo, y metió su mano bajo mi jogging, sin esperar mi permiso. Entonces, sentí que quería darle un beso, o tocarle una teta.
¡Dieguito, puede ser que, te pique, porque el calzoncillito te queda chico! ¡Hagamos algo! ¡Sacate todo, y ponete solo el pantalón! ¡Total, estamos solos! ¿Sí?, me dijo, y me volvió a sentar en el sillón para que yo me ponga manos a la obra. Cuando estuve desnudo, la tía se me acercó y me agarró el pito con la mano. A mí, se me debe haber escapado un suspiro, porque ella sonrió, y le dio un besito.
¡Vamos, a vestirse, que te vas a resfriar! ¡Y ojito con volver a tocarte ahí, chancho!, me dijo, mientras me estampaba un beso en la mejilla, pero bastante cerca de la boca. Yo me puse el pantalón, y seguí viendo la tele. Ella se llevó el calzoncillo, y continuó con las milanesas. Después de eso, comimos, jugamos a las cartas, y tomamos una taza de té. A la tía le gustaba el té de maracuyá. Y en ese momento, mientras nos reíamos de unos chistes muy malos de un programa de la tele, involuntariamente volví a tocarme. Esta vez la tía no me dijo nada. Solo se levantó de su silla, me pidió que levante mi taza, y cuando estaba poniéndola en la bacha me dijo: ¡Te vi diego! ¡Dale, nos vamos a acostar! ¡Vas a dormir conmigo!
Desde entonces, el corazón se me aceleró como un toro desalmado. No sabía por qué, pero sentía que estaba por vivir algo inquietante. La tía casi no me habló en el trayecto a su pieza. Ella misma me sentó en la cama, me quitó las zapatillas y medias, me pidió que levante los brazos para sacarme la camiseta, y casi que ni me di cuenta cuando me sacó el pantalón.
¡Otra vez con el pitito duro! ¡Y, la tía cree que sabe lo que te está pasando! ¿A vos te gusta una nena de la escuela?, me preguntó al oído. Le dije que no inmediatamente, casi que dando un saltito en la cama.
¡Shhh, tranquilo gordo, que no está mal si te gusta una nena! ¡Tampoco si te gusta un nene! ¡Pero, a lo mejor, sí te gustan las tetas de la tía!, seguía hablándome al oído, mientras me agarraba el pito con dos dedos.
¡Síii, te gustan! ¡Se te pone más durito mi amor!, me dijo, y casi sin darme tiempo a nada, me tomó de la cabeza y me dio un piquito en la boca. Hacía mucho que no lo hacía. Yo, sentía que quería más, y la tía lo supo al instante.
¡Uuupaaa! ¡El nene quiere más besitos de la tía! ¡Sos un tramposo vos, un nenito agrandado, que anda con el pito parado por la tía!, empezó a decirme, haciéndome cosquillas en las axilas y en los pies. No sé de dónde sacaba tantas manos. Y, luego su lengua volvía a tocarme los labios. Incluso, entró en mi boca, y su saliva empezó a hacerme sentir en el cielo. De repente, yo estaba acostado, y ella a mi lado. Me abrazó fuerte, y mi cabeza quedó exactamente a la altura de sus tetas.
¡No te sientas mal, ni raro por tener esas cosquillas en el pito Diego! ¡A todos los nenes les pasa! ¡Por ahí, en la escuela, alguno se lo toquetea! ¡Y, a las nenas, también les da cosquilla acá, en la vagina!, dijo entonces, dándose un golpecito en la vulva, abriendo las piernas para que la vea. En ese momento, la tía solo tenía una bombacha blanca.
¿A las nenas, también? ¿Y ellas también se tocan?, pregunté, sin demasiada idea de nada.
¡Claro que sí! ¡Ellas, a veces tampoco se lavan bien la vagina! ¡O, les pasa cuando les gusta algún chico! ¡O, porque, también se hacen pichí cuando se ríen mucho! ¿Y a vos? ¿Por qué creés que te dan esas cosquillitas? ¿Querés más besitos en la boca bebé?, me decía la tía, con una voz cada vez más plagada de suspiros, respiraciones aceleradas, y más cosquillas por mis axilas. Ahí empezamos a besarnos en la boca. Ella vertía gotitas de saliva en mis labios, y me los mordía. Yo, sentía que mi cuerpo se despegaba de la cama. Además, de vez en cuando me tocaba el pito, y lo apretaba, aunque de una forma distinta a la que yo lo hacía. Me estiraba la pielcita, les daba calor a mis huevos, y me presionaba la puntita como si quisiera pasarlo por el anillo que formaba con sus dedos. Después, una vez que me dijo que si lo deseaba podía chuparle las tetas, y jugar con ella a que era un bebé, empezó a ponerse cada vez más rara. Por momentos, me sobaba la espalda con fuerzas, me pellizcaba o nalgueaba la cola, juntaba mi pito a sus piernas y me lo frotaba, y me agarraba de la cabeza para que, una vez que su pezón gordo y caliente entró en mi boca, no deje de chupárselo.
¡Dale Dieguito, tomale la teta a la tía, que yo no tengo hijitos! ¡Por eso no tengo leche, como tenía tu mami! ¿Tanto te gustaba mirarme las tetas, pendejito? ¿Ahora, me las vas a tener que chupar, a las dos! ¡Uuuf, y a vos, el pitito se te pone cada vez más caliente, y se te humedece la puntita mi amor! ¡Y no creo que quieras hacer pichí!, me decía, entre unos gemidos y suspiros arrebatados, mientras mis labios torpes hacían lo que podían con sus pezones. En otro instante, tomó una de mis manos, la abrió y me la frotó en su vagina, por encima de la bombacha. ¡No sé por qué no me dio cosa, ni vergüenza ni asco, al tiempo que pensaba que la tía se había meado sin querer, porque tenía la bombacha mojada! Además, ella manipuló mi mano para darse pequeñas cachetadas en la vagina, y después, volvía a frotar toda mi palma en su superficie. Hasta que se acostó cara al cielo, y me atrajo con sus brazos fuertes, hasta que mi cuerpo quedó sobre el suyo, mirándonos a la cara, y con mi pubis sobre su panza. Ahí me comió la boca una vez más, me consoló con el sabor de sus tetas, y, tal vez, cuando se me escapó un mordisco a uno de sus pezones, fue cuando menos se pareció a mi tía. Me nalgueó el culo re fuerte, al menos con 10 chirlos seguidos, buscó mi pene bajo mi cuerpo y me lo apretujó, diciéndome algo como: ¡Sos un pendejito malo! ¡No se le muerde la teta a la tía, guachito de mierda!, y, poco a poco empujaba mi cuerpo hacia abajo, de modo tal que mi pene comience a rozarse con su concha. Ella tenía la bombacha puesta aún, y se la subía todo lo que podía, para que la tela se le pierda entre sus huecos íntimos, mientras me agarraba del culo para frotar mi pito desnudo contra ese trozo de carne caliente, con algunos vellos, húmedo y decididamente inquietante para mi corta edad. Era como las mejores cosas que pudieras desear, todas juntas en la sensación que me generaba el contacto de su concha en mi pito. quería metérselo ahí, y no sé… besarla, meterle los dedos, mirarla sin esa bombacha blanca, olerla, tocarla con mi lengua. Claro que eran cosas que no podían ocurrírseme a esa edad. Pero, semejante fuego en el pito, más sus besos por mi cuello, mis hombros, sus cosquillas en mis axilas, el contacto de mi pecho en sus tetas babeadas por mí, y la insistencia con que ella quería que siga frotando mi pija contra su concha, me hacían imaginar, alucinar, fantasear con que, podíamos ser novios. De pronto sentía que el pito se me paraba más, y que los huevos se me encendían de algo que desconocía. Tanía ganas de hacerle pis, y de no dejar de comerle la boca. Pero, de pronto, la tía se conectó con el mundo, nuestro lazo real, y probablemente con un sinfín de contradicciones. Se levantó furiosa de la cama, me dejó acostado boca abajo y empezó a decirme que era un chancho, que no podía hacer esas cosas con su tía, que era chiquito, y un montón de cosas que no recuerdo.
¡Dieguito, nosotros, no podemos hacer estas cosas! ¿Me entendés? ¡Vos, vos sos mi dulce de leche!, me decía luego, haciéndome cosquillas otra vez, aunque también mordisqueándome la cola. Yo, evidentemente gemía, o le daba a entender que me gustaba lo que me hacía, porque de pronto, sentí que su lengua me ensalivaba las nalgas, y que, segundos más tarde, se deslizaba por el principio de mi canal. No le tenía miedo, ni estaba consternado, ni quería pedirle que se detenga. En algunos momentos me separaba las nalgas y escupía en el centro de ellas, y eso me generaba unas cosquillas imposibles de definir. Hasta que, me dio vuelta, y mis ojos se encontraron con que su vagina estaba totalmente desnuda. Se había sacado la bombacha cuando no la vi.
¿Qué pasa Dieguito? ¿Ahora le estás mirando la vagina a la tía? ¿Nunca habías visto una? ¡Y eso que, en casa de los abuelos, tu primita Ana tiene esa manía de andar en bombacha! ¡Yo le dije que tiene 11 años, y que no debería hacerlo! ¿A ella se la viste? ¡Contame, que yo no te voy a decir que sos un chancho por mirarle la chuchita a tu prima!, me decía, mientras me tocaba el pito con la puntita de su bombacha, me daba chupones ruidosos en la panza y me pedía que abra las piernas. Yo, obviamente había visto muchas veces a mi prima en calzones. Pero nunca me había llamado la atención, porque era una pendeja insoportable, egoísta y gorda. A esa edad, los niños suelen ser un poco prejuiciosos. Así que, le dije la verdad.
¡Bueno, debés ser el único que no se la vio! ¡Todos tus primitos andan atrás de ella, solo porque anda en bombachita! ¡Mirá bebé, esta es la vagina de una mujer! ¡Mirala bien, porque, va a ser la única vez que te la muestre! ¿Estamos?, me decía luego, arrodillándose en la cama, para que mis ojos recorran con toda claridad cada porción de su vulva. Su olor era fuerte y tan caliente como al tacto de mi pito. me acuerdo que me pegó en la mano cuando se la quise tocar. Y, de golpe, ella se bajó de la cama para buscar algo en uno de sus cajones. En definitiva, se acercó a mí con un calzoncillo, y empezó a ponérmelo. Aunque, cuando llegó a mis rodillas, su boca cayó desplomada sobre mi pito. noté que me lo olía, que lo rozaba una y otra vez con su nariz, y luego, para mi mayor deleite, con su lengua.
¡No te asustes nene, que después te va a volver loco que una chica te toque el pito con la lengua, o que se lo meta en la boca, y te lo chupe, hasta que, bueno, le des lo que ella quiere! ¿Te gustan estas cosquillitas? ¿Querés que me l meta en la boca bebé?, me dijo la tía. Yo, le dije que sí con tanto entusiasmo que ella, antes de empezar a besarme hasta los huevitos, se mandó una carcajada medio diabólica. Al rato, mi pene estaba todo ensalivado, entrando y saliendo de sus labios gruesos. Sentía que su lengua me lo tocaba adentro de su boca, que su paladar parecía como una chimenea por lo caliente, y que su saliva seguía humedeciéndome hasta las piernas.
¡Hagamos de cuenta que es un talquito, antes que te ponga el calzoncillito! ¡Además, así te saco el olorcito a pis que tenías! ¡Nenito chancho! ¡Así, se te pone más durito el pito mi amor! ¡Me encanta el sabor de este pitito!, me decía luego, frotándoselo en los labios y el mentón. Yo, no podía hacer otra cosa más que suspirar como un condenado, sacudir su bombacha con una mano, y tocarle el pelo con la otra. Hasta que, ni bien la tía me soltó el pito, acaso por la emoción, o el temor de que todo se termine tan rápido como había comenzado, o por lo que vendría después, me pasaron varias cosas juntas. Primero se me llenaron los ojos de lágrimas, aunque no quería llorar. Luego, sin darme cuenta, me hice pichí, mientras me acercaba aquella bombacha blanca a la nariz, y, por último, volví a pedirle a la tía que sea mi novia.
¿Y por qué no se lo pedís a tu primita? ¡Esa, por más que sea una gordita insoportable, más o menos tiene tu edad! ¡Encima, te measte en mi cama, cochino!, me decía, sin dejar de reírse, acariciándome la cara, quitándome su bombacha y ayudándome a levantarme de la cama.
¡Vamos dieguito, que hay que cambiar todo! ¡Por eso no podemos hacer nada nosotros, porque vos, todavía sos chiquito! ¡Aunque, me encanta que te hagas pichí en mi cama!, me decía luego, dándome ánimos para que la ayude a destender la cama. Al rato, ambos estábamos acostados bajo la calidez de unas sábanas repletas de elefantitos. Ella con un camisón, y yo en calzoncillo. Estábamos abrazados, y cada tanto la tía me daba un beso en la boca, o me acariciaba el pito. sin embargo, esa fue la única noche que tuvimos juntos, en su casa, y bajo la ignorancia de mi corta edad. Desde ese día se mostró algo más cortante conmigo. Aunque no abandonaba sus cosquillas, ni sus indirectas cuando me veía con el pito parado, o tocándomelo.
Pero entonces, cuando ya tenía 13 años, se festejó el cumple de uno de mis hermanos en casa. Yo estaba resfriado, y algo desanimado porque me había peleado con un amigo. Por eso, no estaba ni tan encendido en la fiesta, ni tan presente. En casa estaba mi prima Ana, mis abuelos, mis padres, mis hermanos, varios amigos de Lucas, al menos unos 12 o 13, nuestra vecina que siempre nos da una mano con las tortas, y mi tía Isa. Ella estaba radiante. No por su vestimenta, o su peinado. No sé, yo no podía dejar de mirarle las tetas, y algunos de los amigos de mi hermano, tampoco. Cuando me saludó, sentí que me derretía en el abrazo que me dio. Pero, lo dejé ahí nomás. Sin embargo, cuando fui a mi pieza para recostarme un rato, alguien golpeó mi puerta. Mi madre jamás lo hacía, y menos mis hermanos. Por lo que pregunté: ¿Quién es?
¡Soy yo nene! ¿Estás bien?, respondió la voz de mi tía al otro lado. Entonces, sentí que la panza se me llenaba de cosquillas, y como no le respondí, ella no tardó en sentarse sobre mi cama, a mi lado.
¡Anda medio tristón mi bebé! ¿Qué pasa? ¡Hace rato que no me vas a visitar!, me reclamó, acariciándome una pierna. Para colmo, yo estaba de pantalón corto, y había crecido bastante. Ya no tenía sobrepeso, ni estaba tan risueño como antes.
¡Es que, vos tampoco me llamaste más para que te haga mandados! ¡Igual, estoy bien!, le dije, con una voz tan monocorde que, hasta me costó reconocerme.
¡Seguro ya no vas, porque tenés una noviecita! ¡O, porque, te gusta alguna nena del cole! ¡Ya sé, no me digas nada! ¡Ahora te fijaste bien en tu prima Ana, y te parece linda!, me decía, riéndose con la misma energía de siempre. Yo le negué todo, también en medio de algunas risotadas, ya que ella comenzó a hacerme cosquillas una vez más. Y fue inevitable que no se tope con la erección de mi pene.
¡Uuupaaa! ¡Ahora sí que se te paró el pilín bebé! ¡Solo que, ahora estás más grandecito! ¡Por lo que veo, también lo tenés más grande! ¡Y, supongo que ya no te hacés pichí en la cama! ¿Te tocás? ¿Ya, o sea, ya largaste semen de ese pito hermoso?, me preguntó, y desde entonces, nada tuvo por qué tener un retorno, o un precedente, o una certeza más allá de la que se reunía en la magia de nuestro encuentro. De pronto, ella me sacó la almohada, y yo le tiré con otra más pequeña que encontré. Ella me metió las manos frías por debajo de la remera, y me pellizcó las tetillas. Le gustó escuchar mis quejidos, y luego, sin anticipármelo, introdujo sus manos adentro de mi short, para presionar mi pija hinchada sobre mi bóxer. Era obvio que se me iba a arar cuando la vi entrar, al perderme en esas tetas tremendas. Además, recordaba con todo lujo que se las había chupado, que le había mordido un pezón, que me había mostrado su concha, que conocí el olor de su bombacha, y que se había encajado mi pija en la boca. ¿Cómo no se me iba a parar la pija, con solo escucharla hablar? ¡Y más a los 13 años, con mis hormonas disparatadas!
¡Y, en la Ana no me fijo ni en pedo! ¡Es una gorda mentirosa, piojosa, y encima, hincha de River!, le dije en un momento, justo cuando ella de un solo tirón me dejó con el pito al aire, tras bajarme pantalón y calzoncillo de una.
¡Yo que vos aprovecharía! ¡Anda hecha una boquita sucia, por lo que me enteré! ¡Le gusta meterse pitos en la boca! ¡Igual que a tu tía!, me dijo sin limitarse un segundo más, y se dispuso a frotar su mentón, nariz y boca en toda la extensión de mi pija parada. Yo, no pude resistir el impulso de agarrarla del pelo y decirle: Chupala tía, dale, ¡que ahora no te voy a mear!, y ella, no solo que obedeció, luego de escupírmela con todo. Se la metió, y empezó a mamarla con todo durante unos instantes. Luego, la sacó y la colocó en el hueco de su corpiño y sus tetas, tras desabrocharse la blusita azul que traía. Cuando la ubicó bien el medio de sus tetas, creí que no podría controlar mi acabada. Ella, tan sabia y mordaz como siempre, lo intuyó a la perfección, porque de nuevo la atrapó con su boca, saboreó mi glande y me regaló un concierto extraordinario cuando se dispuso a succionar, llevándola hasta su garganta por algunos segundos. Hasta que, en un solo movimiento del sol en la ventana, se bajó el jean y se me subió encima, sin bajarse la bombacha siquiera.
¡Ahora vas a saber lo que es usar ese pitito, adentro de la concha de una mujer que tiene ganas! ¡Siempre soñé con este momento! ¡Porque, vos, seguro sos virgen! ¿No mi amor? ¿No la metiste adentro de ninguna conchita? ¿Ni siquiera en la de la gorda Ana? ¡Sí, es cierto que es piojosa, y que es sucia también! ¡Pero tu tía, quiere que la pases bien, y que te saques esa calentura! ¡Tus cosquillitas, solo son para mí! ¿Me escuchaste pendejito?, me decía, frotando su concha contra mi pija, deslizando sus uñas por mi espalda a pesar de mi remera, buscando mi boca para morderme los labios, y dejando que nuestros genitales encuentren el camino solitos. De hecho, ella apenas se corrió la bombacha, gracias a lo mojado de mi glande y a lo empapado de su vulva, no fue difícil que todo mi cuerpo se estremezca al notar el fuego en mi pija, una vez que entró sin más. Desde entonces, la tía empezó a dar saltitos sobre mí, a cabalgarme con su pubis, a buscar pedacitos de mi cuello para perfumármelos con su saliva, a ofrecerme sus tetas para que se las muerda sobre el corpiño, o para que le deje los dientes marcados en los trocitos que se le escapaban.
¿Te gusta chiquitín? ¿Te gusta la concha de la tía? ¿Te gusta morderme las tetas! ¿Dale nenito! ¡Dale que no tenemos mucho tiempo! ¡Cogeme así bebote, dale, que esta tarde el que festeja, sos vos! ¡Y, cuando quieras, a partir de hoy, venís a casa cuando quieras, y me mostrás cómo te tocás el pito, ahora que sos más grande! ¿Sí? ¿Dale guachito, cogete a tu tía, dale la lechita a tu tía, que te adora, y te quiere siempre adentro!, me decía, aturdiendo a mis capacidades de concentración, mientras yo no sabía si amasarle el culo, seguir besándola, morderle las tetas o pedirle que se mueva más rápido. Sentía que la verga se me iba a desintegrar allí adentro, y la sentía crecer, ocupando cada centímetro que podía. La cama chillaba por nosotros, ya que debíamos ser discretos. Afuera todos comían torta, brindaban, corrían, jugaban y volcaban vasos de gaseosa. Mi madre andaba a los gritos, mi abuelo pedía que bajen la música, y mi abuela rezongaba porque en casa no se podía fumar. Entretanto, mi tía empezaba a quedarse con mis súplicas, mis gemidos atragantados, mis chupones imperfectos y mis pasiones desmedidas, poco a poco, mientras su conchita seguía latiendo en la puntita de mi glande. Cuando al fin sentí que empezaba a largarle todo, le dije algo así como: ¡Ahí te va tíaaaa, te meo toda la conchaaaa!
Ella me lamía la oreja, me decía que quería toda mi leche adentro, y que, si quería hacerle pis, no se iba a enojar. Se reía con la misma dulzura de siempre, y juntaba su pubis todo lo que podía al mío para seguir frotándose, mientras alcanzaba ella también un orgasmo que la obligó a morder la almohada para no gritar, o al menos, para no cebarse tanto al gemir. Y, sin más, como si todo hubiese sido un sueño adelantado para mis años, la vi acomodarse la bombacha, limpiarse restos de mi leche que le goteaban por las piernas con un pañuelito, y abrocharse la blusita.
¡Vamos nene, que la fiestita sigue! ¡Aparte, seguro que tu primita te está esperando, para que le des algo de comer! ¡Viste que siempre tiene hambre! ¡Por ahí, podés decirle que tenés un chupetín muy rico! ¡Y la gorda no se va a resistir a probarlo!, me decía luego al oído, mientras me ayudaba a subirme el pantalón, esperando que al fin reaccione. Yo no sabía a dónde tenía la cabeza. Pero, de pronto tuve ganas de ir a buscar a esa gordita insoportable. Por ahí, podíamos escondernos en algún lugar de la casa, y entonces, podría mirarle la conchita de una vez. Aunque, mi tía se había ganado todo de mí. Sentía que estar con cualquier otra mujer, sería algo así como serle infiel. Entonces, empecé a maquinarme con ella. Solo que, enseguida entendí que, si verdaderamente quería un polvo cuidado, seguro, caliente, con el que pudiera aprender a hacerme hombrecito, como decía la abuela, debía ir a casa de mi tía Isa y ofrecerme para hacerle mandados. ¡Y ella, no iba a negarse a mis servicios! Fin
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Uff que relato tan rico ambar una vez mas lograste exitarme demasiado
ResponderEliminarEsa es la finaliddad! Que ustedes se calienten con mis historias, y lo disfruten! Y de paso, tal vez puedan recordar a alguna tía chancha!
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