Esa noche habíamos comido ñoquis. Después de muchos meses, le preparé su plato favorito, el que me venía pidiendo desde su cumpleaños. La pandemia nos había juntado un poco más, y en el fondo, le encontramos el gusto de pasarla bien. Lucas estuvo un tiempo resentido conmigo, desde el día en que su padre y yo nos separamos. Pero se puso peor cuando empecé a salir con Daniel, un hombre alto, elegante y exitoso en los negocios, y 10 años menor que yo. Esto último, a Lucas le molestaba muchísimo. Me decía que no necesitaba un hermano, ni encontrárselo por las mañanas preparándose desayunos saludables, ni escuchar nuestras confirmaciones de placer por las noches, cuando teníamos sexo. De eso último le pedí perdón muchas veces. Es que, él llegaba de la calle sin anunciarse, o ni siquiera se sabía si estaba o no en la casa. Por lo tanto, cuando Daniel llegaba, después de un día entero de no vernos, y teniendo en cuenta nuestro estado de enamoramiento en su máximo nivel, enseguida nos encerrábamos en mi habitación a cogernos como bestias. Pero, cuando más se le cruzaron los cables, fue el día que se enteró que estaba embarazada. Fue en febrero, justo cuando él se preparaba para rendir comprensión lectora, para el pre de filosofía. Me acuerdo que revoleó un cuadernillo y varias lapiceras al suelo, y que me gritó: ¿Y ahora se te da por ser madre? ¿Tanto te calienta garchar con ese imbécil con cara de simio tatuado? ¡Ya tenés 37 años! ¿Cómo sabés que ese boludo no te va a dejar en banda, una vez que nazca el bebé? ¡La verdad, sos más adolescente que mis amigas de la escuela! ¡Todas cogen para embarazarse, a ver si el estado les da guita! ¡Y vos, no sé! ¡Debe ser por el morbo de que te acaben adentro, y el riesgo de que te deje preñada!
Le di un cachetazo del que no me arrepiento, pero que todavía me astilla el alma de dolor. Le dije cosas horribles, y él duplicó la apuesta. Se fue unos días a la casa de Matías, su mejor amigo, porque el padre no le respondió ninguno de sus desesperados llamados, como de costumbre. Durante ese tiempo no nos hablamos. Yo no le mandé plata, y él no me dijo que necesitara nada de ropa, ni fotocopias, ni carga para la Sube. Si le mandaba algún mensaje escueto, solo para saber cómo estaba, me clavaba el visto. A veces me ponía un pulgar para arriba. Todo hasta que la pandemia, el coronavirus, el miedo y las noticias de lo peor se nos cayó encima. Volvió a casa con los ojos aterrados. Me dijo que se daría una ducha, y no nos hablamos hasta la hora de la cena. Allí, me pidió algo así como una disculpa, y yo apenas le sonreí. Nos reprochamos cosas. Le dije que Daniel pasaría el encierro obligatorio en lo de sus padres, en Rosario, y que seguramente, no podríamos vernos hasta que todo termine, o se disipe un poco. No había culpa, ni angustia, ni empatía en su mirada. Me dijo que ese bebé no podría ser su hermano, con una cuota de adolescencia, y tal vez celos en la voz. Y, a pesar de lo incómodo que estuvimos, empezamos a llevarla, poco a poco.
En el mes de abril, mientras veíamos el noticiero, los muertos en todo el mundo y los reportes de los diarios en internet, mientras yo tomaba café y él una coca cola, recibió una llamada. Era obvio que se trataba de Solange, la chica con la que más o menos salía. Él decía que no eran nada. Es más. La tarde que le sugerí llevarse forros si iba a su casa, me deliró con esa pavada de que, “Ahora hay un grupo de adolescentes que se consideran asexuales”. Está todo bien entre ellos. Comparten todo, duermen juntos, desnudos o vestidos, charlan de todo, y hasta por ahí se abrazan. Pero no tienen deseo sexual. Yo lo miré incrédula, y él volvió a decirme que no entendía nada de los tiempos actuales. Lo cierto es que, se levantó con el celu en la mano, mientras el tono de su voz parecía más desconcertante. Sé que se encerró en su pieza, que habló más fuerte, que le reprochaba o le cuestionaba cosas, y que luego de un rato de silencio tenso, volvió a gritar. no podía descifrar las palabras. Lo escuché toser, ¿O acaso fingir que lloraba? ¿Habían cortado? ¿O le habría pasado algo a cualquier familiar de la chica? ¡No, porque, esos modos en Lucas, no eran de preocupación, o consuelo! Sin embargo, a la hora más o menos, su silueta apareció por la cocina. Tomó un vaso de agua, y me pidió un Tafirol. Me dijo que le dolía mucho la cabeza. Le pregunté si estaba todo bien, y apenas me balbuceó un sí muy poco convincente.
Al día siguiente, durante la hora de la siesta, cuando pasé por la puerta de su dormitorio, oí unos gemidos extraños. Algo muy distinto al día anterior. ¡Era la voz de mi nene! Entre algunos ruiditos capciosos, pude oírle decir: ¡Sí guacha, toda la lechita te doy! ¡Vos, abrí las piernas, que te encanta abrirte toda, y mostrar esa zorrita! ¡Sí nena, mostrame esa tanguita mojada, que se te re moja la zorra por mi chota! ¿Querés verga pendeja? ¿Toda mi verga querés? ¿En la boca? ¿O en esa zorrita jugosa?
¡No lo podía creer! No sabía si la chica con la que compartía aquel sexo virtual era Solange. ¡Pero, mi hijo se estaba pajeando de lo lindo, y le dedicaba ese encuentro a una chica! ¿A dónde había quedado su asexualidad, y todos esos dogmas absurdos? De inmediato sentí vergüenza, con el mismo brío con el que me había excitado. ¿Por qué me tuvo que pasar eso? Así que, corrí a mi habitación, sonrojada hasta los tobillos, pensando en el enchastre que en breve se haría en las manos, y en la pantalla de ese pobre celular si no tenía el cuidado suficiente de no salpicarse. Pero al otro día, volvía a estar de malhumor. No supe si había discutido. Pero andaba aplastado en el sillón, aburrido, en bóxer y remera, con los auriculares calzados y toda la intención de ver el tiempo pasar ante sus narices. En uno de esos momentos, recuerdo que mientras mateaba, le vi el pito parado, abultándole el bóxer como para hacer desear a la estatua más frígida del planeta. Tuve un escalofrío irresponsable. Al punto que se me escapó decirle: ¡Nene, podrías andar en calzoncillos en tu pieza!
Él ladeó la cabeza, y luego dijo con desgano: ¡Claro, y el cara de mono podía andar en bolas por toda la casa, si quería! ¡No me jodas ma! ¡Si vos querés andar en calzones, por mí está bien! ¡Aparte, con esta cagada, no va a venir nadie! ¡Y, nosotros, somos familia!
Esa noche volví a escucharlo gemir en su pieza. Esta vez se oía, aunque con cierta distorsión, la vocecita de una chica que gemía, le pedía la leche en las tetas, y que lo insultaba. Especialmente descifré las palabras “Boludo, cornudo y pajero de mierda”. Yo tampoco lo podía resistir. Ya habían pasado los dos meses complicados del embarazo. No tenía nauseas, ni mareos, ni asco al oler determinadas comidas. Solo una calentura ingobernable empapándome la bombacha todos los días. ¡Y para colmo el chancho de mi hijo tocándose el pilín en su cuarto! Así que, me regalé una flor de paja en su honor, en el nombre de la pija de Daniel, con quién no podíamos darnos el lujo del sexo virtual, porque él estaba confinado con toda su familia, y también a razón de la erección deliciosa que sentía en los pezones. Esa madrugada tuve un squirt tan violento que, debí levantarme a cambiar las sábanas, con todo el pesar del mundo. La verdad, ni recordaba si había gemido. Pero seguro Lucas habría escuchado las nalgadas con las que me castigué el culo. ¡Qué boluda! ¡Ojalá que no!
Al otro día, tal vez yo me había hecho la idea, o me perseguía por mis acciones. Pero, creí notar que Lucas me miraba las tetas mientras le untaba las tostadas con manteca. Esa vez volví a encontrarme con su verga al palo bajo su calzoncillo negro. Pero no lo regañé. Aunque, claramente se me pasó la mano, o no supe disimularlo del todo, porque de repente me largó: ¡Mami! ¿Tanto te gusta mirarme el pito? ¡No seas chancha!
Le pedí disculpas, y le dije que, lamentablemente yo también lo había descubierto mirándome las tetas. Pero él se ofendió y se encerró en su cuarto, hasta el mediodía.
A la semana, más o menos, me lo encuentro muy echado en mi cama, disfrutando de las bondades del aire acondicionado, apenas en bóxer y con una musculosa. Según él me había mandado un SMS para decirme que se acostaría en mi cama, porque en su pieza hacía terrible calor, y que yo, teóricamente le había respondido que no había problemas, porque yo tenía pensado ponerme a preparar unos resúmenes para la clase virtual que debía dar al día siguiente. Se había dictaminado el cursado virtual obligatorio para alumnos y docentes, y yo tenía que enviar mi programa de clases de Lengua y Literatura. El tema es que, cuando entré a la pieza, Lucas estaba apenas despierto, y relucía en casi toda la extensión de su bóxer un río de semen fresco, blanco como la pureza de sus actos, y tan tentador como incesante. Procuré no decirle nada, aunque me costara un Perú. Pero él mismo se expuso cuando descubrió mi presencia, y buscó las mil y una formas de ponerse la sábana encima.
¡Mami, andate, que, yo te había pedido permiso! ¡O, bueno, si no, me voy yo!, empezó a decirme, un poco trastornado. Yo me reí entre nerviosa y sorprendida, diciéndole: ¡Hijo, por favor! ¡Sos mi hijo, y no me da cosa que estés haciendo, bueno, digamos, que te estés tocando el pilín! ¡Supongo que todos los varones lo hacen! ¡Pero, al menos, tené la decencia de traer servilletas, o de correr al baño! ¡Te ensuciaste el bóxer! ¡Y, seguro que me manchaste las sábanas!
Lo escuché rezongarme, mientras me iba de mi propia pieza, abandonándolo sin quererlo, imaginando la forma en la que se había estrujado el pene, y hasta el ruidito de su semen siendo expulsado contra la tela de su calzón. ¿Qué le habría calentado? ¿Con qué se estimulaba? Tenía el celu al lado de la almohada, pero no estaba en videollamada con nadie. Bueno, por ahí veía fotos en las redes. O, la tal Solange le envió audios calientes, o fotitos zarpadas. No podía dejar de darle vueltas al asunto, aún dos horas después, mientras amasaba unas pizzas, y él tocaba la guitarra eléctrica en su cuarto. De todas formas, sabía que no charlaríamos del tema. Todo quedaría allí, sepultado en esos tabúes de los que, mejor ni comentarlos.
Pero entonces, llegó un domingo gris, abúlico, lloviznoso, repleto de noticias horribles. Habíamos comido ñoquis, y nos bajamos una botella de vino entre los dos. Yo, al menos no me preocupaba porque me tiraba a dormir una siestita, y listo. Él me hinchaba los cocos con el tema del embarazo. No me creía que mientras estuve embarazada de él, yo tomaba una copa de vino todas las noches. Hablamos de su padre, de mis sentimientos encontrados hacia Daniel, de los suyos hacia la carrera, y de su cansancio de Solange.
¡Me hace problemas por todo! ¡Si la llamo, la interrumpo! ¡Si no le devuelvo el llamado, seguro es porque estoy boludeando con otra piba! ¡Si no le escribo, porque ya no me gusta, o me aburrí de ella! ¡Dios mío, las minas son re complicadas che! ¡Así, es imposible conocerlas!, se quejaba, con los labios morados por el vino, el pelo despeinado, y una erección más que notoria en su bermuda de jogging. Yo intenté explicarle que tal vez ni ella sabía en el fondo lo que quería.
¡Es una adolescente hijo! ¡No te hagas la cabeza! ¡Ella busca que te amargues, o te cela, porque sos un lindo chico! ¡Sabe que cualquier chica querría estar con vos!, le decía, cuando él tamborileaba con sus dedos sobre el control de la tele.
¡No es adolescente ma! ¡Ya tiene 21 años, y, se supone que es más madura que yo! ¡Pero, ya fue! ¡En cualquier momento le corto, y que se arregle! ¡Aparte, como si no tuviéramos bastante con esta mierda de no poder salir! ¡Parece que, a la única que le afecta, es a ella!, concluyó, antes de levantarse para meterse en su pieza. O, al menos, eso creí que haría. En realidad, se echó en el sillón a jugar con la Play, mientras yo recogía lo poco que quedaba en la mesa. Me fui a mi habitación, y traté de concentrarme en un libro de García Márquez, que hacía mucho quería empezar a leer. Pero tenía sed, y no me había traído nada para tomar. Así que, fui a la cocina, y entonces, al tiempo que me preparaba un jugo de mango con toda la prudencia posible, vi que Lucas tenía la pija afuera del pantalón. Con la otra mano intentaba sacarle una foto con su celu. él ni se percató de mis pasos, porque tenía los auriculares puestos. Pero mis ojos sí que se perdieron en los movimientos de ese músculo tenso, fibroso y totalmente expuesto. ¡Seguro se la estaba mostrando a la pendeja esa! ¿Por qué no iba a su cuarto a sacarse fotos guarras? ¡Bueno, acaso, quería mostrarle que estaba junando con la Play! La cosa es que, gracias a las palpitaciones de mi clítoris enceguecido, cuando volví a la seguridad de mi cama, casi sin comprenderlo empecé a masturbarme una vez más. ¡No podía sacarme de la cabeza la imagen de la verga de mi hijo! ¿Pero por qué me pasaba esto? ¡Soy su madre!, me repetía una y otra vez, como si aquello me devolviera un poco de la razón que, vaya a saber a dónde la había encajonado. Pero de repente, oí que Lucas gritaba en su habitación. Más bien puteaba, rezongaba y arrojaba cosas al suelo. parecía nervioso, y en su voz se podía reconocer el nudo en la garganta que luego deviene en tristeza, o en llanto. Me sentí culpable de humedecerme los dedos, de mojarme la bombacha y de apretarme las tetas pensando en su pija, cuando él lidiaba con las inconsistencias de una guacha histérica. ¿Pero cómo podía ser que de repente, todo estuviese como el orto entre ellos? ¿O, será que las fotos eran para otra chica? Lo cierto es que, no podía ir y golpearle la puerta para averiguarlo. No teníamos esos códigos, ni tanta confianza. Seguro, a la hora de la merienda podría sacarle algún dato. Pero, yo tomé mates en la cocina en total soledad. No apareció a buscar nada que comer, ni más tarde para comer su tajada de queso con dulce de batata. Tampoco bajó a cenar, por más que lo llamé unas 4 o 5 veces. Le mandé un mensajito, y me dijo que por ahí bajaba más tarde, y que le guarde cualquier cosa, porque no estaba de ánimos para bajar. No quise invadirlo con preguntas, ni con mi presencia. Así que, después de mirarme una peli de Darín con un cafecito y unas porciones de budín con frutas, le envié otro mensaje en el que le decía que había tarta de atún en el horno. Me pareció raro que no me lo contestó de inmediato. Y entonces, caí en la cuenta que ya eran las 2-30 de la madrugada. Subí a mi cuarto, con los pensamientos desordenados y la consciencia enmudecida. Y me sorprendí gratamente al encontrarme a mi hijo, muy acostado en la cama, cubierto con la sábana, bajo lo confortable del aire acondicionado. Estaba dormido, pero su pene parecía atravesar una extraña indecisión, porque abultaba su ropa interior y la sábana, aunque no se mostraba tan altivo como por la tarde. Intenté no despertarlo por nada del mundo. Por lo tanto, me desvestí con cuidado, me cambié la bombacha y me puse un camisón bastante arruinado, de los que solía usar para dormir, y me acosté, evitando rozarlo hasta con la imaginación. Cuando al fin terminé acomodada boca arriba a su lado, vi que tenía un bóxer blanco re ajustado, y que el elástico le apretaba un poco el glande. Tuve que esforzarme por no darle bola a los latidos de mi clítoris enfermo, y a las cosquillitas que subían por mi vagina hasta mis senos. ¿Cómo podía ser que tuviera a un macho con esa pija en mi cama? ¿Y que se tratara nada menos que de mi propio hijo? ¿Por qué no era Daniel el que me tentaba con su sexo, sus mimos y caricias?
Recuerdo que manoteé el libro de García Márquez, y que encendí mi lámpara de noche. él dormía plácidamente, bajo el ritmo de una respiración constante, serena y en paz. Hasta que, tal vez involuntariamente se destapó y se manoseó el pito. vi que se lo apretó, que se subió el calzoncillo y que, luego se lo bajó, y recién entonces se volvió a tapar. Pero seguía dormido, o presa de la secuencia de un sueño que lo conducía a seguir en sus brazos, porque ni se había percatado que yo estaba a su lado. Eso me excitó aún más.
Hubo unos silenciosos minutos, en los que mi cerebro iba y venía de fantasías imposibles de definir, y él seguía durmiendo. Hasta que, una vez más, otros movimientos lo impulsaron a manotearse el pito. esta vez se lo meneó varias veces, y hasta se le escapó un gemidito. Yo, no pude evitar interferir, aunque en un minúsculo momento casi me arrepiento.
¡Hijo! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa en ese pilín? ¡Te quedaste dormido! ¡Pero, a lo mejor, querés hacer pis!, le dije muy despacio para no aturdirlo, o para que no se asuste. él, inmediatamente recobró el sentido de la realidad. Se tapó, intentó arreglarse el calzón, y empezó a tartamudear con todos los nervios de punta cosas como: ¡Uuuy, ma, perdón, soy, soy un boludo! ¡Me quedé re mosca! ¡No, ni idea, no sé qué hacía! ¡Es que, me re dormí, y, la puta madre, vos, qué gil que soy! ¿Por qué no me despertaste? ¡Ya me voy!
¡No pasa nada Lucas! ¡No te desperté porque, estabas durmiendo re bien! ¡Y no hace falta que te vayas! ¡Como si nunca te hubiese visto el pito! ¡Aparte, si tenés ganitas, no hay problema! ¿Cómo no te voy a entender?, le dije, casi sin pensar en lo que se escapaba de mis labios. Él se relajó poco a poco, aunque no volvía a acostarse. Permanecía entre sentado y apoyado con la espalda en una de las almohadas, cubriéndose el bulto con los brazos cruzados.
¡Naaah, ma, nada que ver! ¡No era eso! ¡Por ahí, necesito ir a mear, y ya está!, dijo, sacando uno de sus pies hacia afuera de la cama.
¡Dale grandulón, acostate ahí, y dejá de chamuyarme! ¡Soy grande, y vos también! ¡Si hubieses querido ir al baño, ya te habrías levantado!, le decía poniéndole una mano en el pecho para invitarlo a recostarse de nuevo. Él cedió, totalmente entregado a mi contacto.
¿Qué pasa? ¿Soñabas cosas chanchas?, le pregunté, luego de unos segundos que parecían colmarse de su perfume y el mío.
¡Ni en pedo ma! ¡No pasa nada! ¡Vos no conocés cómo funcionamos los hombres!, me dijo, entre gracioso y escurridizo, metiendo una mano debajo de la almohada.
¿Vos decís? ¡Yo creo que, si no estabas soñando nada chancho, entonces, te quedaste pensando en alguien, o viste alguna peli, o no sé! ¡ero algo, hizo que te excites! ¡El otro día me dejaste flor de pegote en la sábana, cochino!, le dije, como para distendernos. Él sonrió, me pidió perdón, se rascó la nariz como cuando se siente intimidado, y flexionó las rodillas apoyando las plantas de sus pies en la cama.
¿Todo bien con Solange? ¡Me pareció que, discutías con ella hace un rato! ¿No tenés hambre?, insistí, tratando de romper el silencio.
¡No ma, no tengo hambre! ¡Aunque, sí, algo de sed! ¡Con Sol, ya fue! ¡Ella no entiende algunas cosas! ¡Antes le cabía todo! ¡Se la daba de re liberal, súper copada y qué sé yo! ¡Pero, ahora, ni siquiera me quiere mostrar las tetas!, se descargó, aunque enseguida una nube de vergüenza le atravesó la mirada.
¡Tranquilo hijo, que entiendo lo que significa! ¿No le pinta el sexo virtual? ¿Por eso discuten?, le pregunté con todo el cuidado posible. Él asintió con la cabeza, y tal vez instintivamente se acomodó el pito. yo se lo miré de reojo, y se le había puesto duro. Quizás por eso había flexionado las rodillas.
¡Pero antes, no sé, se animaba a todo! ¡No te voy a contar, porque, no da! ¡Pero, por decirte algo, me pedía que le chupe las tetas en el baño del boliche, o en la casa de su amiga! ¡O, se animaba a, bueno, a hacerme sexo oral en la plaza del barrio, que está cerca de su casa!, se reveló, y sus palabras fueron un latigazo al hueco de mis fantasías no resueltas.
¡Mirala vos a la cochina! ¿Te hizo un pete en la placita? ¿Y vos, le comiste las tetas en la casa de su amiga? ¡Uuuuf, ahora entiendo! ¡Tenés miedito de perder a la súper chica del sexo! ¿Qué más hacían? ¡Porque esas chicas, son capaces de entregarte la cola, o de permitirte que la apoyes en un colectivo lleno! ¡Y, supongo que no te habrás enganchado demás con ella!, dije en medio de un estallido de risas, el que seguro me tomó por sorpresa para disimular el fuego que se multiplicaba en mis entrañas.
¿Qué decís vieja? ¡Me parece que te re pegó el vino! ¡Nooo, no entrega tan fácil! ¡Tampoco es una putita de la villa 31! ¡O sea, le pinta todo, pero, tampoco se regala! ¡Bue, igual, ahora no sé quién es, o quién fue conmigo! ¡Y no, ni en pedo me enganché! ¡O eso creo!, decía Lucas entre compungido y embroncado. En su mirada había algún cálido sentimiento de cariño. Pero ya había tenido novias, y lo conocía bien cuando andaba enamorado hasta la manija. Ahora no parecía tan comprometido. Por eso no me preocupé demasiado. ¿Y si me equivocaba?
¡Síii, obvio que no es una putita! ¡Solo que, me parece raro que ahora se haga la otra! ¡Igual, te re entiendo nene! ¡No es fácil aguantarse, en medio de esta pandemia! ¡Por eso, acepto que andes así, cargadito! ¡Y, yo, tampoco te voy a contar! ¡Pero para mí no es sencillo! ¡Dani no está, y, esto del bebé, bueno, hace las cosas un poco difíciles! ¡Pero, al menos, vos te podés descargar! ¡No está mal que tengas el pito duro! ¡Siempre y cuando sepas qué hacer!, le decía, tratando de abrirme un poco más, y haciéndole cosquillas en las axilas durante mi última frase. Él intentaba quitarme la mano, y en ese tire y afloje de las cosquillas, los ademanes y las risas, la sábana lo descubrió totalmente. ¡Y encima se le bajó el calzoncillo!
¡Salí ma, correte, que se me bajó todo! ¡Dale, que no te voy a andar mostrando el pito! ¡Ya soy grande para eso che!, decía, intentando dominar los hipidos de las risas. Yo lo ayudé a subirse el calzoncillo, diciéndole: ¿De qué te avergonzás, cochino? ¡Esa verga es mía, y de ninguna otra guachita histérica! ¡Eso de enterarme que, la Solcito se metió tu pito en la boca, no me gusta nada! ¡Es una cochina esa pibita!
Él se reía, clavándome directamente los ojos en las tetas. Me di cuenta rápido, pero opté por hacerme la boluda. No entendía qué me estaba pasando. Sin embargo, me sentía alzada, en celo, sucia y desesperada por esa pija. Pero, Lucas era mi hijo, y cualquier cosa que se me ocurriese hacerle, nos traería inminentes consecuencias. ¿Estábamos preparados para afrontarlas?
¡Y encima, vos, asqueroso, le chupás las tetas! ¿Pero quién se creen que son los adolescentes de hoy en día? ¡En lo único que piensan es en sexo!, seguía diciéndole, ahora intentando tocarle el pito mientras él se resistía. Hasta que, accidentalmente mis tetas cayeron inertes sobre su rostro, totalmente afuera del poco reparo que les ofrecía mi camisón.
¡Ma, estás re chapa! ¡Dale, dejame ir a mi pieza, así hago lo que tengo que hacer! ¡Y de paso, no te ensucio las sábanas!, me dijo él, casi sin reparar en la mano que al fin le acariciaba el pito envuelto en su bóxer. Uno de sus dedos me había rozado una goma. Me pidió disculpas de inmediato.
¡Como si nunca me las hubieses ensuciado! ¡Cuando eras chiquito, te hacías pis y caca en mi cama! ¿Te pensás que me voy a preocupar por unas gotitas de semen?, le largué, turbada y llena de incertezas, mientras mi mano actuaba por sí misma, sobándole toda la pija, subiendo y bajando por su extensión hasta el glande, el que le presionaba suavemente con dos dedos. Sentía cómo latía, se le ensanchaba, se elevaba y se calentaba, y cómo se le humedecía la tela del bóxer con sus líquidos seminales, los que no podía evitar.
¿Y, esa nena te pidió alguna vez que vos le hagas chanchadas ahí abajo?, le pregunté, mirándolo a los ojos. Tenía las pupilas extasiadas, y eso no podía ocultármelo. No me respondió con palabras, pero su mano se aferró a mi teta derecha, y mi pezón hinchado se rozó con su diminuta barba, generándome un shock eléctrico que me llevó a bajarle de todo el bóxer, para atrapar toda su pija desnuda en mi mano.
¡Faaaa, mami! ¡Me parece que, la estamos cagando! ¡No podemos hacer, o sea, digo que, no tenemos que boludear con estas cosas!, intentaba hilar, mientras algunos suspiros se le posaban en la garganta y le iluminaban el rostro, porque mi palma caliente le servía al calor de su pene como una esclava sumisa, presionando y trabajando con el cuero, acariciándole las bolas peludas, y mojándole toda la carne con sus propios jugos. Además, él se esforzaba por no abrir la boca, porque mis tetas prácticamente se le caían encima, como la inminente noche sobre los techos de las casas.
¿Qué decís? ¡Hijo, a ver! ¡Estás casi en bolas en mi cama, con la pija re dura, con un cuerpo precioso, las bolas cargadas de semen, y con mis tetas en la cara! ¡Y yo, que te veo ir y venir por casa, con esta cosita parada todo el tiempo! ¡Imaginate que, hace más de dos meses que no tengo sexo con Dani! ¡Y, bueno, las embarazadas, nos volvemos demandantes, más calientes, y tenemos más ganas de todo! ¡No sé si sabías eso! ¡Dale Luquitas, que acá, solo estamos nosotros! ¡Comeme las tetas, que cuando eras bebé te encantaba mordérmelas!, le decía, a esa altura refregándole las tetas en la cara, sacudiéndole el pito con mayores desatinos, y abriendo las piernas para rozarme, aunque sea durante unos pequeños segundos, la vulva sobre la bombacha.
¡Pero ma, qué nos pasa che! ¿Estamos re locos? ¿Posta querés que te las chupe?, dijo en medio de una ternura mezclada con una excitación que no sabía definir. Yo, directamente le abrí la boca con mis dedos y le encajé mi pezón entre los labios. Desde ese momento, empezó a mordisquearlo y lamerlo con unas ganas que, creí que me lo arrancaría con teta y todo. Su pija se tensaba cada vez más, y mis piernas se subían poco a poco a su pierna derecha para que mi concha pueda frotarse contra su rodilla. Apenas lo hice, tal vez unas 4 o 5 veces, no lo soporté más. Creí que Lucas podría putearme, o quizás violentarse conmigo para quitarme de encima de su cuerpo, una vez que lo intentara. Pero nada más lejos de mis pensamientos. Me subí como una gacela endemoniada sobre su anatomía, y sin correrme la bombacha, lo escuché gemir como un desquiciado en cuanto el calor de mis labios vaginales se apoyaron contra su glande pegoteado.
¿Me querés coger guachito? ¿Sí? ¿Te gusta chuparle las tetas a mami? ¡Mami te deja chuparle las tetas, morderle bien los pezones, y hacerle lo que quieras, pero, si vos le metés toda esa verga en la concha! ¿Querés, pendejito alzado?, le canturreaba al oído, repleta de gemidos, saliva y malas intenciones, apenas moviendo mi vientre contra su virilidad. Él apenas tenía fuerzas para negarse, o pedirme que lo hiciera de una vez.
¡Dale ma, comete mi verga!, pudo articular de pronto, cuando le di una cachetada con mis tetas babeadas, porque, en medio de tanta lujuria, el vivito alternaba mis gomas para comérselas de a una, o para introducirse ambos pezones en la boca. Eso me calentaba como nada en el mundo. Y para colmo de males, me asestó un buen par de chirlos en la cola, me tironeó la bombacha hacia arriba, y me pellizcó una teta, en el preciso momento en que mi concha le abría paso a su pija de unos 20 centímetros, elegante, gorda y repleta de calentura, y toda para mí.
¡Uuuuf, ahíiii bebé, me entró toda esa pija! ¡Esa verga es solo para mami! ¿No cierto pendejo? ¿Así, querés que me mueva así bebé? ¿Querías coger hace rato vos? ¿Querías cogerte a la Solcito esa? ¡Pero, ella, seguro que no tiene la concha tan calentita como tu mami! ¡Dale nene, chupame bien las tetas, preparáselas a tu hermanito! ¡Uuuuf, dame pija hijo, dame toda esa pija! ¡Síiii, me encanta, síii, quiero sentirte más adentro, así, bien adentro guachito, y pegame en la cola! ¿Te gusta nalguear a tu madre? ¡Porque se porta muuuy mal! ¿Viste?, le decía, al borde de la disfonía, golpeando su pubis con un ritmo fatal con mi vientre, haciendo que resuenen en el cuarto los entrechoques de nuestra pasión, y los excesos de jugos sexuales que nos hacían gemir y delirar. Él seguía nalgueándome, mamando mis tetas, chuponeándome el cuello, y tironeando mi bombacha. Al punto tal que, en el fragor de la tremenda garchada que le estaba pegando, oí el desgarro de la tela, y pronto me sentí absolutamente desnuda. ¡No sé cómo se las arregló para rompérmela como lo hizo! Me causó gracia verlo con mi bombacha rota en la mano, obsesionado con el sabor de mis pezones, y dispuesto a seguir penetrándome con toda la intensidad que le otorgaba su juventud. Sin embargo, en un momento, casi que, con un lenguaje impropio en nosotros, me indicó con la fuerza de sus manos que quería que separe un poco mi pelvis de sus ensartes. De esa forma, durante unos minutos, él fue quien se movió como un toro para envestir una y otra vez contra mi concha, hundiendo su daga de carne en lo más profundo, haciendo que entre y salga como le apetezca, y salpicándonos la piel con tantos jugos. Él seguía aferrado a mis tetas. No solo me las mordía, succionaba y baboseaba. Ahora también me las escupía, y me solicitaba que se las restriegue en el pecho.
¡Qué mami tan puta tenía en la casa che! ¿Tanto te gusta la verga ma? ¿Por eso dejaste que ese boludo te haga un pibe? ¿Te gusta sentir cómo te acaban adentro? ¿Querés que yo te acabe adentro también? ¡Así maaa, tomá mi verga, cométela toda con esa conchaaaaa!, empezó a gritarme desaforado, insolente y tan desencajado mi Lucas que, por un momento me costó reconocerlo como mi hijo. Para mí, era un macho que satisfacía mis deseos carnales más urgentes, y el golpeteo de nuestros cuerpos sudados nos convertían en pecadores necesarios de una cuarentena que, nos hacía revivir en medio de tantas tristezas.
¡Síii bebé, me encanta tener mucha leche adentro de la concha! ¡Y mas si es la leche de mi bebé! ¡Cogeme así pendejo, dame esa verga dura que tenés, partime la concha guacho, dale, dame pija, como a la Solcito! ¿O no te la llegaste a coger? ¿Te hubiese gustado cogértela en casa? ¿Cómo te cogías a la Lorena papi! ¡Yo te re escuchaba cómo se la metías! ¡Así, como se la estás metiendo a tu madre, ahora, guachito de mierda!, le decía, absolutamente fuera de mis sentidos, abandonada al mete y saque de su pene furioso, entregada al bamboleo de su cara contra mis tetas. Me quiso besar en la boca, y supuse que, dadas como estaban las cosas, sería un crimen negarle semejante revelación. Entonces, nuestras lenguas libraron una batalla feroz por nuestros rostros, mentones, cuellos, hombros y orejas. El pendejo me cogía con mayor vigorosidad cuando yo le mordisqueaba la oreja, o le marcaba los dientes en el mentón.
¿Y vos? ¡te ponías re loquita por el flaco de la panadería! ¡Se te re acaramelaba la voz cuando le hablabas! ¿Te quedaste con ganas de garchártelo? ¿O de chuparle la pija? ¿O te querés coger al hijo del carnicero? ¡A vos te encantan los rubios carilindos, entubados y con sonrisita de bobos! ¡Así maaa, dame concha! ¡Siempre te miré las tetas! ¡Hasta me pajeaba soñando con estas tetas!, me decía, sin dejar de martillarme la concha, confundiéndome aún peor, apretándome las tetas con cinismo, y sin privarle chirlos a mi cola cada vez más enrojecida.
¿Qué mierda decís atrevido? ¿Así que, te pajeaste con mis tetas? ¡Pobre de vos que me entere que, volvés a pajearte en mi cama, asqueroso, pajero de mierda! ¡Asíii, dame pija, que toda esa verga es solo mía, porque yo te traje al mundo, pijoncito hermoso! ¿Sabés?, le decía, soportando los últimos embates de su pija internándose en lo más profundo de mi sexo. Todo hasta que, sin saber cómo llegué a esa ecuación, me vi arrodillada, o, mejor dicho, hincada sobre sus piernas, refregándome toda esa pija hecha demonio en la cara, y en las tetas. Le pedía una y otra vez que me acabe en la cara, o que me pida que se la chupe. Pero él no lo hacía. Parecía que no encontraba la forma de darle la orden a sus testículos de consumar todo lo que construimos desde la más pura inocencia. ¡Y yo me moría por verme salpicada con su leche, y por saborearla!
¡Dale hijo, dale la leche a mami! ¿O ahora te agarró la timidez? ¡Bien que a la Solcito se la diste en la boquita, y en la placita! ¿Qué pasa? ¿Ella te calentaba más que mis tetas? ¡Mirá cómo mami te frota las gomas en el pito! ¿No te gusta esto, asquerosito? ¡Dale bebé, que si te portás bien, y me la das toda, por ahí, mañana podemos seguir jugando a cogernos! ¿Te gustaría? ¡Podría ser nuestro secreto!, le decía mientras por momentos lo pajeaba, en otros le daba tetazos en el pito, o le daba chuponcitos en los huevos. Tenía el escroto sudado, bañado con mis jugos, y acalorado. Y de golpe, toda su estructura de carne y huesos se despegó de la cama con violencia y decisión. No sé cómo hizo para someterme a sus encantos con tanta determinación. Pero, en cuestión de unos movimientos exhaustivos, su cuerpo se subió sobre el mío, ahora totalmente desnudo, y su pija se enterró nuevamente en mi vulva jugosa, sensible y hambrienta.
¡Callate maaa, y sentime! ¡Ahora yo te voy a coger toda, por putita, por provocarme con estas tetas, y por hacerte la viva, embarazándote de un pelotudo! ¡Tomá, así, comete mi chota, asíiii, y dejá de hablarme de esa tarada! ¡Para que lo sepas, ella se tragaba toda mi leche, por la boca, y por el culo también! ¿Qué vas a decir ahora?, me gritaba al borde de la locura, dejando sendos moretones en mis pechos, impactando con fiereza su pubis contra el mío, asegurándose el mejor refugio para su pija hinchada, moviéndose como un terremoto voraz, y arrancándome el pelo, como si mi cuero cabelludo fuese el de una muñeca dormida, inhumana y sin ropa.
¿En serio? ¿Se la metiste en la cola a esa nena? ¡Sos un degenerado nene! ¿Y en la concha también le acabaste? ¡Seguro que la concha de tu mami está más calentita! ¿No?, le dije, a punto de colapsar entre gemidos, saliva turbulenta, vapores imperfectos y unos sacudones que me prendían fuego las venas. Cada vez que mi clítoris se frotaba con la base de su verga, sentía que me meaba de placeres indescriptibles. Cada vez que su glande tocaba el tope de mi hueco, llegaba a pedirle por favor que me coja más rápido, que me trate como a una puta, y que me embarace de nuevo, si tanto le molestaba que otro lo haya hecho antes. Y, entonces, justo cuando empezaba a sentir que las piernas se me separaban del cuerpo, que los pezones no tenían más lugares en los que arder, y que la hoguera de mi aliento no soportaba más del contacto de su lengua, él empezó a proclamarme que no tardaría en llenarme de leche. Yo ahora le nalgueaba el culo, lo apretaba contra mi cuerpo, y le rasguñaba la espalda como para relajarlo, mientras sus músculos se tensaban, preparándose para la explosión final. Cuando al fin le mordí un dedo, diciéndole al oído que seguro esa nenita no era capaz de acabar tan rico como yo con su pito en la conchita, comencé a temblar con su descarga en mi interior. parecía que, en lugar de estar acabando, me estuviese regando por dentro, o hubiese decidido hacerse pichí. No paraba de retorcerse, boquear como un pescadito, sudar, estremecerse desde los talones a las orejas, y de pegar su pubis contra el mío, para asegurarse que no quede ni una sola gotita de semen en sus testículos laboriosos.
¡Así maaaa, te hago un pibeeeee, o te lleno de leche, para que mi hermanito nade en mi lecheeeee! ¡Tomáaa, te la doy todaaaa, y te la entierro toda, asíii, hasta el fonndooooo!, gimoteaba, sin conexión ni coherencia, pujando como un loco gracias a los últimos espasmos de su poronga deliciosa. No podía mirarlo a los ojos porque los tenía casi tan apretados como su mandíbula. Pero, ni bien el fuego que nos había incendiado los lazos comenzó a extinguirse, nuestra sangre a fluir con cierta normalidad, y nuestros pulmones a devolvernos la capacidad de respirar como simples mortales, él se levantó con toda la lentitud que encontró de mi cuerpo, y se detuvo a mirarme, desnuda, transpirada y con un océano de semen cayendo de mis labios vaginales. A mí me había costado un poco más reacomodar mis pulsaciones.
¡Ma, bueno, qué sé yo! ¡Creo que, mejor me voy a dar una cucha! ¡Y, después, me voy a mi pieza! ¡No te preocupes!, decía como en forma automática, sin moverse de la cama, donde al fin se había sentado tras ponerse el calzoncillo.
¡Sí hijo, está bien! ¡Bañate si querés! ¡Pero, no me jode que vuelvas! ¡No vamos a volver a tener sexo, si no querés! ¡Sé que fue muuuy raro lo que pasó! ¡Mejor dicho, lo que nos pasó, o lo que hicimos! ¡Espero que, esté todo bien!, le decía, tratando de elegir con cierto cuidado las palabras, y de controlar los últimos suspiros que aquel polvo maravilloso me había arrancado.
¡Obvio que no pasa nada! ¡Me encantó hacerlo con vos! ¡Pero, ahora tengo un poco de vergüenza! ¡O sea, te dije que me pajeé con tus tetas mujer! ¡Y sos mi vieja! ¡Tamos todos locos!, me decía luego, ahora volviendo a sus ocurrencias graciosas, y a su forma de hablar tan liviana y amena. Yo me levanté como pude de la cama, me senté a su lado y tomé su cabeza con mis manos para que al fin nos miremos a los ojos.
¿Y vos te pensás que yo no me tocaba, con el recuerdo de verte el pito parado? ¡Vamos hijo! ¡Además de ser mi hijo, y yo tu madre, los dos somos humanos! ¡Vos sos un varón, y yo una hembra! ¡Vos tenés un pito hermoso!, le decía sin demasiados razonamientos.
¡Y vos unas tremendas gomas! ¡Y una concha de novela! ¡La tenés re caliente vieja!, me dijo el muy puerco. Los dos nos reímos con una complicidad inocultable, y comenzamos a besarnos en la boca. Cuando quisimos acordar, él volvía a chuparme las tetas, y yo a recriminarle que tendría que comprarme una bombacha nueva. Al rato, mi boca le rodeaba el glande, y mi lengua se alimentaba con los olores y sabores de sus líquidos seminales. Esa vez, no paré hasta sacarle un a rica lechita. No había sido tan abundante como la primera. Pero fue mi premio, o mi castigo, o mi sentencia. En definitiva, esa noche no dormimos, y al día siguiente, la pandemia nos pareció una boludez. Él decía que fue lo mejor que pudo pasarle a la humanidad.
¡Imaginate la cantidad de madres que se deben estar culeando a sus hijos! ¡O padres que le deben estar dando la mamadera a sus nenas!, ironizó la tarde siguiente, mientras jugaba a la Play, en bóxer y fumándose un fasito, y yo le chupaba la pija, en tetas y bombacha, cebándole unos matecitos. Fin
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como s¿te extrañaba Ambar, hermoso relato
ResponderEliminarsos, ya no se cuantas veces te lo doge una genia