Ruta lujuriosa

 

Era una noche hostil, lluviosa, no tan calurosa pero densa y húmeda. Yo transportaba un cargamento de cuero, de La Pampa a Buenos Aires, y luego debía esperar nuevas directivas de la empresa para otros cargamentos. Venía escuchando chamamé, pensando en tomarme unos mates. Recordé que mi esposa me había mandado un WhatsApp, y le clavé el visto. Andábamos medios peleados. Para colmo, tiene la puta costumbre de meter a nuestros hijos en el medio. Recordé que tenía algo de fiambre en la conservadora, y decidí parar para hacerme unos sanguches. Faltaba poco para llegar a una estación de servicio. Necesitaba agua caliente. Pero, por alguna razón, preferí abrirme una lata de birra. Sabía que los controles se calmaban una vez que entrabas a la provincia. Ya iba por Junín, y todavía tenía un lindo trecho hasta Pilar.

De repente vi una mano levantarse, justo en la entrada de una fábrica abandonada. Pensé que me había traicionado el cansancio. Pero a medida que me acercaba, esa mano era más visible. Es más, vi tres manos alzándose a los ojos de gente que no detenía sus autos. La ruta estaba peligrosa, y en algunos sectores, bastante empantanada. De igual forma, delante de mí, solo había un colectivo de larga distancia, un camión lechero, y un motoquero. Cuando me arrimé más a la fábrica, vi que era una mujer con un bolso, y otra más, de apariencia más joven. Siempre se dijo que los camioneros deben ser prudentes con pararle a cualquiera. Aunque, también hay de los otros, que levantan travestis, prostitutas, o guachitas. Más que nada en el norte del país. Pero, yo me puse en el lugar de esas personas, y no merecían pasar por esos apuros. Lluvia, oscuridad, peligros, mosquitos, necesidades. Así que estacioné a un costado de la ruta, bajé la ventanilla y les hice seña de luces. Ellas estaban por lo menos a 50 metros del camión, y la lluvia era más intensa todavía. Me bajé, y en medio de la cortina de agua distinguí mejor a las figuras que se me acercaban. La mujer del bolso, tendría unos 40, aunque lucía un poco arruinada. Tenía el pelo largo recogido en una cola, un vestido salpicado de barro, una silueta ancha, como si se cargara unos 100 kilitos, y no llegaba al metro 60. La otra, era una chica no mayor de 18, pelito corto, con una blusa desprendida, unas tetas poderosas, ojos claros y piernas largas. Ella no llevaba nada en las manos. La otra, una gordita de 13 o 14 como mucho. Tenía una remera manchada, pantalón corto, el pelo bastante enredado, los ojos negros, y los pies descalzos.

¡Señora! ¿A dónde las puedo alcanzar? ¡Está horrible para que hagan dedo, y más por esta zona que no anda un alma!, le dije a la mujer, tratando de guarecerla bajo un paraguas que abrí para la ocasión. Entretanto, abría otro para dárselo a las chicas.

¡Pasa que, la verdad, andamos laburando! ¿Sabe? ¡Bueno, esta es mi hija Karla, y esta otra Lucía! ¡Ya me la preñaron a la guacha, y andamos buscando plata para comer!, me decía, señalando primero a la pequeña, y luego a la chica más grande, quien me sonrió mordiéndose un labio, justo cuando nuestras miradas se encontraron.

¡Bueno, yo, digamos que podría acercarlas a algún lugar un poco más amable para que estén! ¡Por acá no pasa nadie! ¡Y, si se hace más de noche, puede ser complicado! ¡No hay ni señal de celular!, les dije, como para tratar de movilizarnos de la lluvia, si bien en ese instante las gotas mermaban un poco.

¿Y a usted no le gustaría que le hagan un rico pete? ¡Yo no cobro caro don!, me dijo Lucía, apoyando una de sus manos en mi pierna. Entonces, descubrí que bajo la camisita desprendida no había corpiño, y que las tetas se le bamboleaban, ya que daba unos pequeños saltitos en el lugar. Si hubiese podido pedirle a la tierra que me trague, lo habría hecho, porque, la erección de mi verga no pudo ser más indiscreta.

¡Le juro que es buena la piba! ¡Aprendió de la madre! ¡No le hace asco a nada, y se la traga toda! ¡Sin hacer carita de asco! ¿No hija?, dijo la mujer, sonriendo por primera vez.

¡Y, a mí me gusta garchar!, dijo la pequeña, cruzando una pierna encima de la otra, tocándose los labios con los dedos.

¡Mujeres, a ver si nos entendemos! ¡Yo, bajé del camión para ofrecerles, bueno, acercarlas, o sacarlas de este temporal! ¡No tengo intenciones de otra cosa! ¡No soy como alguno de de mis colegas!, dije, sin tanto convencimiento. Y la chiquita me dejó en evidencia cuando dijo: ¡Usted no, pero su pija sí! ¡Ya se le re paró! ¿Quién le gusta más?

¡Aparte, la Luchi ya tiene leche en las tetas! ¡Sé que a los tipos degenerados les cabe amamantar a las embarazadas! ¡No me va a decir que no tiene hambre!, dijo la mujer, ahora con la voz adusta, luego de toser con cierta gravedad.

¡Y, yo escuché que también los vuelve locos una pendejita putona, pero con carita de inocente como mi hermana!, dijo Lucía, abriéndose por completo la camisita gastada, haciendo ruiditos con la punta de su zapatilla sobre un pequeño charquito de agua.

¡Bueno, la verdad, no quiero parecer un mal educado… pero, está lloviendo, y yo estoy viajando, y ando apurado!, dije, en un intento por persuadirlas.

¡Dele don, si ya vi cómo le miró las tetas a mi hermana!, dijo la nena, tirando su cuerpo sobre el mío. En ese momento descubrí que olía a pañales meados, y por alguna razón que no pude explicarme nunca, la verga se me electrizó con mayor apremio. Para colmo, la pendeja me la manoteó, justo cuando Lucía me mostraba las tetas, acercándomelas a la mano con la que sostenía el paraguas, diciendo: ¡Sí papito, se re nota que sos un baboso, un tipo con ganas de garcharnos a todas! ¿No querés un poquito de leche calentita?

¿Y una conchita mojada, comiéndose tu pija?, agregó Karla, sacando la lengua, medio colgada de uno de mis hombros con una mano.

¡Escuche a las nenas, y dígame si no lo tienta un poquito! ¡Son pobres, y andan medias sucias, pero no están enfermas de nada! ¡Y, como le digo, la Lucía chupa bien! ¡A la Karla le gusta que la caguen bien a palos! ¡Le encanta que le den con la ojota en el culo! ¡Es más, a veces ni calzones se pone!, decía la mujer en medio de unas risotadas fingidas, desde algún lugar de la noche cada vez más encapotada. Volvía a llover, cuando Karla me sobaba el pedazo con una mano, y la otra se ponía en puntitas de pies para mostrarme las tetas, diciendo: ¡Mire, mire cómo me sale lechita! ¡Ya estoy de 7 meses, y no tengo ni siquiera para comprarle pañales a mi bebé! ¡Tocame la pancita, y fijate que a veces me patea y todo! ¡Para mí va a ser futbolista el guacho! ¿Vos sos de Boca? ¡Si querés, le puedo poner tu nombre! ¡Todavía ni lo pensé, la verdad! ¿Cómo se llama Don?

¿Y estás segura que va a ser un varón?, le dije, sin pensar en absolutamente nada. Estaba extrañado, excitado y furioso conmigo. ¿Cómo tenía el tupé de dejarme manosear por estas desconocidas? Encima, la nena había logrado trepar un poco más por mi cuerpo, y su boca buscaba la mía con determinación.

¡Pará pendeja, sos muy chiquita para estas cosas!, le dije la enésima vez que esquivé su lengua cortita y caliente. El vapor que salía de su aliento me tentaba. Y encima, Lucía había logrado que mi mano le acaricie la pancita, y suba hasta casi el contorno de sus tetas grandes, pezonudas y, en efecto, con una especie de agüita que se les derramaba. Mientras tanto, algunos truenos estallaban cada vez más cerca de nuestra ubicación.

¡Bueno don, si va a querer que las guachas le hagan cosas, primero, poniendo estaba la gansa!, dijo la mujer, que se acercaba para tirarle el pelo a Karla, y para taparle las tetas a Lucía con mal genio.

¡Vamos, suban a la caja, que hay espacio!, les dije, mientras recogía los paraguas, los cerraba y los metía con precipitación por la ventanilla del camión. Les hice señas para que me esperen, entré a la cabina, me aseguré de tener la guita de la empresa a buen recaudo, y que la caja fuerte estuviese asegurada, y me fijé de cuánto dinero disponía. Jamás lo había hecho. Nunca subí a una puta, ni a nadie para llevarlo a ningún lado. Pero, esta vez, quizás en el nombre de los dos años que mi jermu y yo no cogíamos, o porque el día se prestaba, o porque simplemente esas hembras me habían calentado… la verdad es que no daba más de las ganas de coger. ¡Si pudiera elegir, me cogería primero a la del bombito, y después a la bebita! ¿Qué decís? ¡Esa nena podría ser tu hija! ¡Además, huele a pichí de gato, pobrecita! ¿Y a la gorda, me la cogería? ¡Tiene pinta de entregar el rosquete! Pensaba, mientras canturreaba un chamamé, le ponía la clave a la caja fuerte, y bajaba para abrirles la parte trasera, donde era cierto que había una buena porción de espacio. Aunque, no sabía si entraríamos los cuatro.

¡Bueno, vamos, que yo les ayudo a subir!, les dije, dimensionando la altura de la caja. La mujer no necesitó de mi ayuda. Pese a los kilitos demás que se cargaba, se subió de un salto. A Lucía le hice de apoyo con mis hombros, y se subió. A la chiquita, la alcé para posar sus pies descalzos y embarrados en la superficie de la caja.

¡Ma, el señor me re manoseó el culo! ¡Me parece que yo le gusto más que ustedes!, dijo la insolente, mientras yo hacía pie para subirme al fin, y cerrar la pesada puerta que nos dividía del horrible temporal que nos circundaba, explicándoles que tal vez tendríamos que quedarnos allí, a esperar que al menos se disipen un poco los truenos. Además, el viento también se volvía cada vez más protagonista.

¡Heeeey, aguantá gila, que yo se la voy a mamar primero!, dijo la otra, sacándose la camisita por completo. Y entonces, la mujer dejó el bolso sobre unos tientos de cuero crudo, se soltó el pelo y se bajó la parte de arriba del vestido, exponiéndole a mis ojos un par de tetas despampanantes.

¿Por qué primero no le das un poquito de leche a tu hermana Lu? ¿No ves el hambre y la sed que tiene?, dijo la gorda, y, ante mis ojos incrédulos, Lucía agarró del pelo a su hermana para encajarle una teta en la boca, la que Karla comenzó a succionar como toda una bebé de 6 meses. La madre empezó a nalguear a sus hijas, mirándome con un deseo incontrolable. Yo, le miraba las tetas, y me perdía en los chupones con los que Karla le empapaba las gomas a Lucía. Ninguna de las tres gemía, ni parecía tener la mínima intención de retroceder.

¡Oiga don! ¿No tiene algún par de alpargatas por acá? ¡Así le muestro cómo le gusta que le peguen en el culo a la borrega!, dijo la mujer de golpe, estirando una de sus manos para apretarme la chota. De inmediato, empujó a Lucía para que se arrodille frente a mis piernas, y casi que, sin premeditaciones, mi pija emergió de los tapujos de mi ropa. La nena la olió, se la pasó por toda la carita, y empezó a mordisquearme la cabecita. Inmediatamente la pendeja se me colgó de los hombros para comerme la boca con una pasión desenfrenada. Me mordía los labios, me pasaba la lengua por cada trocito de rostro que encontrara, y me pedía que le pellizque el orto. Lucía ya empezaba a regalarme las primeras arcadas al llevarse mi poronga hasta el tope de su garganta, mientras las tetas sudadas y olorosas de la mujer se restregaban en mi cara, y la guachita seguía tratando de chaparme, a pesar de los intentos de su madre por separarla de mí.

¡Dale papi, manoseame el orto, tocame la cola, así te calentás conmigo, y dejás a la gorda de mi vieja! ¿No cierto que yo soy más linda?, decía Karla, prácticamente pasándome la lengua por el cuello.

¡Sí, sos linda cuando no te meás encima, guachita de mierda!, le dijo desde el suelo su hermana, todavía con mi pija en la boca, cuando la mujer me asfixiaba con sus tetas, y Karla frotaba su culito contra mis piernas. Yo, sostenía a Lucía del pelo para meterle la verga hasta el esófago si fuera posible. El olor de esas chicas me gobernaba por completo, y la lengüita de la bebita me volvía loco. Por eso es que no sé cómo mi mano terminó adentro del pantaloncito de Karla. Ahí comprobé que estaba en culo, y que lo tenía suavecito, hermoso, transpirado o mojado por la lluvia. No pude con mi genio, y le ordené a mi mano que siga por el camino, hasta rozarle la vagina. ¡La tenía depiladita, y empapada!

¿Y don? ¿Se decidió si quiere una concha madura, o una tiernita? ¿O le va a dar la leche a mi Lucía?, empezó a decirme la mujer en el oído, sin sensualidad, pero con un morbo que, no me dejó otra alternativa que desarticularme por completo adentro de la boca de esa pendeja, mientras le manoteaba la concha a la nena, le mordía los labios, y trataba de pellizcarle los pezones a la gorda, como me lo pedía tan encarecidamente. Entonces, apenas terminé de derramar la última gota de semen en el paladar de Lucía, la mujer la zamarreó para ponerla de pie, y le dijo, mientras empezaba a chuparle las tetas: ¡Dale roñosa, convidale un poquito a tu hermana, y pobre de vos si te la llegás a tragar! ¡Vamos, compartan la leche del hombre, que no siempre se puede!

¿Viste papi? ¡Ando sin bombacha! ¿A vos te gusta que ande así, sin bombachita? ¿No me compras una cuando salgamos de acá?, decía Karla entonces, al tiempo que se comía la boca con su hermana, un poco a regañadientes. La mujer le olía las tetas a Lucía, y me agarró la mano con la que le había tocado la concha a la menor de ellas para olérmela.

¡Karla, seguro que el hombre te tocó el culo! ¿Te gustó? ¿Llegó a tocarte la zorra?, le preguntó la madre, dejando de sorber los pechos de Lucía, aunque no paró de pasárselos por la cara. Entonces, Karla se bajó el pantalón completamente y empezó a refregar su culito contra mi pija a media asta, pegoteada de las babas de Lucía, y mi brote seminal inminente. Ahí, el olor a pichí de la nena se evidenció con todas sus fuerzas, y tal vez eso fue el detonante para que mi pija vuelva a recobrar su estado anterior.

¡Al final, es verdad nomás! ¡Son todos unos puercos! ¡Mirá Lu, cómo se le puso la pija al don! ¡Seguro que por el olor a meada de la Karlita!, dijo la mujer, y automáticamente se echó a reír, mientras Lucía ponía cara de orto. Y sin más, terminé medio arrinconado en uno de los costados del conteiner, soportando el besuqueo de la mujer por todo mi pecho, y las frotadas de su empanada contra mi verga. Todavía no se había bajado la bombacha, y ya era obvio que tenía la concha re contra peluda. Así que, sin demasiadas alternativas, intenté dejarme llevar por esas toneladas de carne madura que me aplastaba el conocimiento, hasta que al fin mi pija logró encontrar la puerta de esa madriguera de carne y jugos calientes. Recuerdo que le gritó a Lucía: ¡Dale pendeja, bajale la bombacha a tu madre, si querés comprarte cosas ricas!, y Lucía le obedeció. De modo que, al ratito, estaba saboreando la lechita aguada de las tetas de Lucía, mientras mi verga era devorada por el fuego en celo de la concha de esa gorda sin talentos, ni sex-appeal, ni un carajo. Pero sabía moverse, tratar a sus hijas como a engranajes de un mercado deshonesto, y mover el pubis para calentarme cuando por momentos se la sacaba para encajársela con todo, y sin anunciármelo.

¡Así guacho, dame toda esa verga, para que mis nenas puedan comer! ¿Te calienta que seamos tres putas, y para colmo, que estas dos sean mis hijas? ¿Vos tenés hijitas? ¡Dale puto, dale, que eso ni me hace cosquillas! ¡Reventame la concha hijo de puta, que quiero guita, y verga!, decía la mujer, respirando como si sufriera de un asma atroz, mientras Lucía discutía con Karla, teóricamente porque esta última no dejaba de hacer algo. Cuando pude verlas, descubrí que Karla quería chuparle las tetas a su hermana. Lucía ya estaba en tanga, metiéndose dedos en la concha. Entonces, Sin siquiera saber cómo ocurrió, en cuestión de segundos, Lucía tenía a su hermana sentada sobre los hombros, y las piernas de la nena por poco me abrazaban la cara.

¡Dele don, chúpele la zorrita a mi hermana, que anda re alzada! ¡Quiere pija, lengua, y la teta de su hermanita!, empezó a decirme Lucía, mientras mi pija seguía atrapada en la argolla prendida fuego de la mujer. Creo que se llamaba Marta, o María. Yo no pude otra cosa que oler y fregar mi cara en la vagina suave, fragante, afiebrada y húmeda de esa nena, mientras sentía que los huevos me iban a explotar adentro del útero de la gorda, y que la sangre se me escaparía por la nariz. Es que, jamás me había alzado tanto con el olor a meo de una pendeja tan sucia como Karla. Lucía me pedía que le apriete los pezones, y mis dedos se humedecían de la lechita incompleta que emergía de ellos. La mujer me pedía que se la clave con más fuerza, que le dé duro, que le meta hasta las bolas adentro de la argolla, y le pedía a Luciana que le cachetee el culo como si estuviese enojada. Karla me pedía que le pase la lengua por la conchita, y que le muerda las piernas. Y, de repente, empecé a sentir que todo el cuerpo se me desarmaba, que el aire no me alcanzaba siquiera para seguir transpirando, y que los latidos del corazón se me aceleraban como una comparsa en pleno carnaval. Oía los rugidos del viento, y hasta me asusté cuando algún camión pasó a toda velocidad por al lado del nuestro, y lo sacudió. Poco a poco, las toneladas de carne de la mujer se desplazaban lentamente, separándose de mi cuerpo, y mi pija emergía de su vulva enchastrada. ¡Había acabado en esa concha promiscua, inmoral y caliente! Lucía se besuqueaba con la chiquita, subiéndole el pantaloncito y haciéndole cosquillas. Mi cara seguía perdida en su olor a nena sucia, y mis dedos temblaban por la humedad de la leche de la preñada. ¡No sabía qué hacer, qué decirles, ni cómo mirarlas a la cara! Pero lo claro era que debía resarcirlas, por un servicio que ni esperaba, y del que me serví solo por pensar con la cabeza de abajo. Así que, me armé de valor, intentando acomodarme la ropa, y les dije: ¡Bueno chicas, yo tengo que seguir mi camino! ¡Si les parece, bajo a buscar lo que ustedes me pidan, y, bueno, las dejo cerca de alguna estación de servicio, y yo sigo mi viaje!

Las tres me pusieron cara de puchero. De hecho, Karla fingió que se pondría a llorar.

¡Noooo, estación de servicio no don! ¡Mejor, lo acompañamos, y nos deja en la primera ciudad que aparezca! ¡De paso, podemos calentarle un poquito el camión!, dijo la mujer, terminando de cubrir sus tetas como para empachar a los huérfanos del Chaco.

¡Sí papi, dale, que yo puedo darte leche de mis tetas, mientras manejás! ¡Y, aparte, no me la metiste a mi! ¡Odio que me dejen con la concha caliente!, agregó Lucía, rozándome la cabecita de la chota con un dedo.

¡Y yo, puedo morderte la boca, o chuparte la pija, o, bueno, también, pedírtela un ratito adentro de la vagina! ¿Querés?, me dijo Karla, colgándose nuevamente de mis hombros para lamerme el mentón con toda la crudeza y la poca experiencia obvia en una nena de su edad. Entonces, casi sin proponérmelo, en cuestión de segundos cruzamos el aguacero que seguía inundando los campos y las rutas, nos metimos en la cabina del camión, y yo empecé a manejar, con la lucidez que me quedaba. Había que ser prudente con esas contingencias. Los truenos resonaban en el eco intrigante de la noche. la radio apenas podía sintonizar algo medianamente entendible, y los espejos no me daban tregua. La ruta estaba deshabitada, pero de vez en cuando aparecía algún camión, colectivo, y al menos un par de motoqueros chiflados. Pero no había controles, ni atisbos de que el clima pudiera mejorar.

Las chicas, bueno, Karla viajaba a upa de Lucía, y la gorda, solita, bien pegada a mi derecha. Había tomado la posta para cebar mates, y no lo hacía del todo mal. Estuvimos al menos media hora sin mencionar ni una palabra acerca de lo que habíamos vivido, hacía solo un par de ráfagas atrás. Hasta que la mujer dijo: ¡Oiga don, me parece que su palanca ya necesita un servis! ¡Desde acá nomás, se le nota que le falta lubricación!

¡Uuupaa, si la tiene dura, ahora me toca a mí! ¡Yo y mi bebé necesitamos leche!, dijo Lucía, nuevamente con las gomas al aire. Se desprendió tan rápido la blusita que, por un momento pensé que el tiempo se convertía en una estrella fugaz. Y entonces, descubrí a mi izquierda un campo lleno de barro y yuyos, pero desierto, a no ser por los sapos, algún que otro jabalí, y un montón de basura. Detuve el camión, y al toque una serie de movimientos determinaron que la boca de Lucía se encuentre con la erección de mi pija. No me la chupaba del todo, pero me la llenaba de besos, escupidas y mordiscos alrededor del glande, mientras la mujer me encajaba sus tetas en la boca, y la chiquita se quejaba porque a ella no le tocaba. De hecho, veía que entre ellas se arrancaban el pelo, las oía putearse y carajearse sin una pizca de razonamiento. Pronto, Lucía me alimentaba con su leche todavía insípida, y la mujer sí que se atrevía a llevar mi pija hasta la faz de su garganta. Yo jadeaba extasiado, lamiendo como podía los dedos de Karla, que me los ensartaba hasta en la nariz por intentar distraerme, y recordarme que ella existía. La lluvia golpeaba el techo del camión, y varias hojas húmedas empezaban a cubrir a la oscuridad, ya que el viento rugía cada vez menos piadoso.

Y de repente, estaba con la butaca inclinada hacia atrás, con Lucía subida a mis piernas, y con su conchita frotándose contra la erección de mi verga babeada. No se atrevía a metérsela todavía, o acaso buscaba calentarse bien con los roces, frotadas y humedades que nos contaminaban los pulmones. La madre aprovechaba para nalguearle el orto, y para mamarle las tetas. Le decía cosas como: ¡Estas tetas son las de una putita preñada! ¡Las tenés calientes, duritas, y listas para amamantar a muchos bebitos! ¡Dale, abrí las piernas, y cogé hija!

¡Mami, quiero hacer pichí! ¡Me re meo! ¡Y, aparte, quiero pito!, dijo Karla, desde algún lugar del camión. Es que, mi pija ya estaba presionada por las paredes vaginales de ese bombito movedizo como pocos, abriéndose paso como un lobo sediento de carne, perforándola con un ritmo bestial, mientras la mamita me pedía que le apriete las tetas, y que no deje de comerme las de su hija. ¡Mi mente se había olvidado de la pequeña!

¡Aguantate nena, o meate encima! ¡No creo que el señor tenga problemas con que una nena se le mee en el camión!, dijo la mujer, y yo, no podía más que imaginar a esa nena apretando las piernas para no mearse, mientras continuaba ardiendo adentro de la concha de Lucía, agarrándola del culo para que me sienta todo lo que me fuera posible, sintiendo que las piernas se me humedecían con sus flujos, y que mi propio ser se desvanecía en cada intento de penetrarla más. Y de pronto, la mujer se separó de nosotros, en el exacto momento en que ahora yo apoyaba el culito de Lucía en el volante para mover mi pubis contra el suyo, y de esa forma controlar el ritmo y las envestidas de mi pija en su celdita desprolijamente depilada. ¡Ni siquiera había llegado a sacarse la tanguita la viciosa!

¿De verdad te measte? ¡Subite el pantalón! ¿O, no te lo mojaste? ¿Te lo bajaste para mearte, cochina? ¡Bueno, ahora se lo vas a tener que explicar al señor!, le decía la señora a su otra hija, la que evidentemente le respondía con gestos, o con la cabeza, porque su voz no apareció entre los sonidos de la noche.

¿Qué pasó, guachita de mierda? ¿Me measte el asiento? ¡El camión no es mío! ¿Sabés?, le decía a Karla, mirándola a través de la figura y la cabellera mugrienta de la madre. Sentía que estaba a punto de empacharle la cara de leche al bebito de Lucía, mientras veía a la nena con el shortcito en la mano, arrodillada sobre la butaca, encima de su propio charquito de pis. Entonces, ni lo dudé.

¡Bajate nena, salite, y entregame a tu hermanita!, le dije a una desconcertada Lucía, retirando a mi soldado de la cueva de su entrepierna. Ella, no cedió tan fácilmente. Pero, cuando le dije: ¡Dale guacha, dame a tu hermana, y te juro que se van a llevar una buena torta de guita!, ahí la madre la miró como el orto, amenazante, y dejándola sin oportunidades de replicarme. En cuestión de segundos, Karla estaba sobre mi cuerpo, aunque con los polos opuestos a mis sentidos. Su vulvita meada, caliente y fragante se frotaba impertinente sobre mi tupida barba, y su boquita me agarraba y soltaba el pito, sin introducírselo.

¡Al hombre le gusta, bueno, las nenas que se mean Lucía! ¡Tendrías que haberte meado! ¿Qué le vas a hacer? ¡Pero, ojito con cagarla! ¡Si al tipo le gustan las cachorritas sucias, dejá a tu hermana que, ella no tiene drama!, le explicaba la mujer a Lucía, que estaba absolutamente enfurruñada, sin querer participar de la fiesta. Aunque enseguida empezó a nalguear a su hermana, y a deslizarse deditos en la cola. Incluso, llegó a meterle un dedito y todo.

¡Ahora, vas a ver lo que les pasa a las nenas que se mean en mi camión!, le dije a Karla, tomándola de la cintura para darla vuelta como si fuese una bolsa de papas. No tuve inconvenientes para sentármela encima. Lo difícil fue encastrarle la verga en la conchita. La tenía pequeña, cerradita y caliente. Por suerte estaba empapada, por mi saliva y su propia meada. De modo que, aunque costó encontrar la puertita, apenas mi glande la detectó, no paré de bombearla, zamarrearla, meterle dedos en la boca, pellizcarle las tetitas, morderle el cuello, chuparle las orejitas, rozarle el agujerito del culo con un dedo, y con su propio shortcito, de nalguearla, pedirle que me tire su alientito en la cara, y de morderle la boquita. Todo mientras mi pija se le incrustaba cada vez con mayor vigor en su vagina ardiente. Sus gemiditos me enternecían con el mismo morbo con el que me excitaban hasta la locura. Lucía, entretanto pajeaba a la mujer, y ella le mordisqueaba las tetas como para animarla. Y, no sé en qué momento fue que la di vuelta para intentar metérsela en el culo. Sabía que lo tenía virgen, y que tal vez la haría gritar como nunca. Eso me atemorizó un poco. Estábamos solos. Y, sin embargo, una extraña sensación de persecuta me invadió. Así que, volví a ponerla frente a mis ojos inyectados en sangre, y se la calcé con todo en la conchita para darle y darle, para jurarle tanto semen como billetes a su dignidad pisoteada por mis propios deseos impunes.

¿Me la va a dejar preñadita don? ¿Quiere hacerle un bebé? ¡Yo, por mí, lo dejo!, me decía la mujer, mientras los fantasmas de mi cerebro me construían y destruían la moral. Hasta que, sin más, justo cuando ella empezó a decirme que le encanta mearse en los camiones de los tipos con guita, empecé a explotar adentro de su útero, sus ansias, su vulva y su vientre fecundo. Fue tanto semen que, todavía cuando su conchita ya había liberado casi toda la extensión de mi pija, esta seguía escupiendo leche, y más leche. No había formas de que no quedara embarazada la nena, pensaba mientras la madre le limpiaba las piernas con el shortcito, el que después le puso de mala gana.

Una vez que el ambiente se silenció de gemidos, ruidos sexuales, chupones, puteadas y respiraciones aceleradas, arranqué el camión y volvimos a la ruta. Manejé casi sin hablarles. Ellas tampoco hablaban. Lo único que se oía en la cabina, era el olor a pichí de Karla, y la intensidad del enojo de Lucía, por no haber podido quedarse con mi lechita. Intuyo que era eso lo que le jodía. La mujer se prendió un cigarrillo, y Lucía le recordó que le daba nauseas el pucho. Y lo apagó, justo cuando llegábamos a una estación de servicio. Yo, manoteé mi billetera, agarré medio al voleo un manojo de billetes, estiré mi brazo derecho para quitarle el seguro a la puerta, y luego de estacionar el camión les dije: ¡Bueno muchachas, acá tienen! ¡Creo que es bastante! ¡Acá, pueden pedir un taxi, o comunicarse con alguna terminal y pedir pasajes, o lo que gusten! ¡Espero que, esto les sirva! ¡Son, creo que, si no me equivoco, cincuenta mil!

A la mujer le brillaron los ojos. Lucía sonrió, y le dio un beso en la boca a su hermana. Karla, tenía los ojos medios tristones. Pero, esa fue la última imagen que tuve de ellas. Se bajaron tan apresuradamente que, ni siquiera escucharon que las saludé, y les deseé lo mejor. Lucía bajó con la blusa desprendida, y Karla, no había terminado de subirse bien el short. Yo, de repente me encontré solo, en medio de una ruta aburrida, despoblada, de no ser por la lluvia insistente, y con las ventanillas cerradas. No podía evitar tocarme la chota y pajearme como un adolescente, mareado por el olor a pichí de esa pendejita. ¿La habría dejado preñada? ¿Cómo le explicaba ahora a mi mujer que, volvería a casa, prácticamente sin un mango? ¡Y, tal vez, a la dulce espera de un bastardo, en el bombito de una nena que, andá a saber si se llamaba Karla?¡Bueno, la ruta está peligrosa! ¡Siempre hay delincuentes, aprovechadores, secuestros, cosas difíciles de explicar! ¡Lo importante, y lo inmediato, era limpiar la butaca para entregar el camión sano y salvo a su dueño!    Fin

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Comentarios

  1. Relato muy exitante por favor podrias hacer el intento de continuarlo

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    1. Siempre es tentador continuar un relato! Pero, a veces hay más historias que contar! Está bueno pensar en lo que le hubiese pasado al pobre hombre! Jejejeje!

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